Ni capitalismo ni socialismo: las memorias de Lea Ypi

Ni capitalismo ni socialismo: las memorias de Lea Ypi

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Tiempo de Lectura: 00 min

En su nuevo libro, Free: A Child and a Country at the End of History, Lea Ypi cuenta cómo transcurrieron sus primeros años bajo el régimen socialista de Albania, pero también recuerda que la liberalización de los mercados sumió a su país en una crisis de desempleo y, finalmente, en una guerra civil. Por su crítica tanto del capitalismo como del socialismo realmente existentes, por su empeño en examinar su pasado, el de su familia y el de Albania lejos de dogmas y la propaganda de ambos bandos, Lea Ypi empieza a ganar premios y a destacar en el panorama literario internacional. Free es una autobiografía para nuestros tiempos, un libro que hay que leer.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Memorias sobre la vida antes y después del comunismo hay muchas: unas nostálgicas, escritas desde el dolor; otras vitriólicas, escritas desde la ira y el resentimiento. Free: A Child and a Country at the End of History, la autobiografía de la escritora y académica angloalbanesa Lea Ypi, no es ni lo uno ni lo otro. Es más bien un testimonio escrito bajo el peso de una doble decepción: la del socialismo y el capitalismo realmente existentes en su natal Albania.

El libro relata la implosión del régimen estalinista en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, vista por los ojos de una niña que a la vuelta de los años se convertiría en una destacada profesora de filosofía en la London School of Economics. En el libro se vislumbran, en el trasfondo, las sombras del debate académico, pero la materia prima de la obra es la trama de lo cotidiano: la intimidad del hogar, las conversaciones en la escuela y en la playa, las fiestas del barrio. En una prosa cautivadora y ágil, que le ha ganado el elogio de la crítica en lengua inglesa (la obra recibió el prestigioso Premio Ondaatje y más recientemente se colocó en la lista corta de finalistas al Premio Gordon Burn) y que, escandalosamente, ya ha sido traducida a una veintena de idiomas pero aún no al español, Lea Ypi traza un esbozo personalísimo sobre el fracaso de las dos ideologías en un país que institucionalizó lo peor de ambas versiones y se dejó desgarrar por ellas.

Durante los años ochenta, Albania, vecina incómoda de Grecia e Italia, seguía asentada en la ortodoxia estalinista. Había cortado lazos con la Unión Soviética y China, por revisionista una y por criptocapitalista la otra, y era gobernada brutal y longevamente, con aspiraciones totalitarias, por Enver Hoxha. Acaso, exagerando solo un poco, Albania era para Europa lo que hoy Cuba es (¿o fue?) para América Latina y Corea del Norte para Asia. El libro evoca la niñez de Lea Ypi bajo ese régimen que se desmoronaría tras la muerte del “tío Enver”. Pero lo que el libro describe no es simplemente el derrumbe de un régimen político: es, en paralelo, el desmoronamiento de las creencias y certezas personales y políticas de Lea.

Y es que Lea Ypi era una niña comunista ejemplar. Profesaba a pie juntillas el dogma comunista que se le recetaba en la escuela: una mezcla de lugares comunes sobre el materialismo histórico combinado con una narrativa local que ensalzaba el carácter heroico del comunismo albano y su triunfo sobre el fascismo italiano. En el colegio, los maestros le explicaban a Lea lo afortunada que era por vivir en Albania: único país, incluso dentro del universo del comunismo, que genuinamente perseguía la meta de emancipar al ser humano de la dominación del capitalismo. Tal era su fervor que el día de la muerte del tío Enver, Lea pidió que la llevasen a su pompas fúnebres. Pero sus padres y su abuela, con pretextos y excusas, no la llevaron. La historia de siempre: la baja intensidad del entusiasmo de su familia por el régimen la sacaba de quicio: algo escondían, algo (secreto) les incomodaba. Por ejemplo, a su abuelo, ya difunto, lo rodeaba un aura de misterio. En la escuela, todo lo que Lea Ypi escuchaba decir sobre sus padres reconducía al hecho de que su pasado (su “biografía”) era problemática. Y para colmo estaba la nefanda coincidencia (eso le dijeron en casa) de que el apellido de la familia, Ypi, era el mismo que el del Pétain albanés, un antiguo primer ministro que había colaborado con el invasor italiano. Era duro para Lea ser una buena cría comunista con semejante bagaje.

Hasta que un día llegan las protestas contra el régimen a las calles de Albania. El régimen súbitamente se viene abajo. Salen entonces a la luz los motivos de la tibieza comunista de la familia y se derrumba, cual casa de naipes, el muro de mentiras que la familia de Lea Ypi había construido con la noble intención de proteger a la niña. ¿Por qué nunca comulgamos con el régimen? Porque provenimos de una familia burguesa. ¿Tu abuelo? Purgó una condena en las cárceles del régimen. Era un hombre de izquierdas (quiso incluso pelear en la Guerra Civil española con el frente republicano), pero el peso del apellido (su “biografía”) lo hizo caer en desgracia. ¿Y tu abuela? Su familia, musulmana, pertenecía a la élite durante el Imperio otomano, pero su bienes fueron expropiados por el régimen comunista. ¿Y el primer ministro traidor? Por supuesto que era tu bisabuelo paterno. Todas las anteriores fuentes de certeza personal y política se vinieron abajo, en particular, la promesa de utopía del comunismo, donde cada persona alcanzaría su potencialidad. Desaparecieron todas las palabras del léxico socialista y solo quedó, soberano, un vocablo: libertad.

Con el derrumbe del comunismo comienza el fin de la historia, subtítulo que evoca con sarcasmo la infame frase de Francis Fukuyama, según la cual la caída del bloque soviético anunciaba el despuntar de un orden liberal global que habría de traer prosperidad, seguridad y, sobre todo, libertad al mundo entero. Y esa era, en efecto, la esperanza de cada habitante de la nación mediterránea. En un inicio, la libertad parecía florecer, en efecto. Entran a escena los actores que habían languidecido bajo el comunismo: las iglesias, los partidos políticos de oposición, la sociedad civil, los bancos privados. ¡Los albaneses ya eran libres! Incluso la familia de Lea Ypi parece renovada, transfigurada. La madre, antes apolítica, ahora se politiza e inicia una lucha quijotesca por recuperar los bienes que el régimen comunista le había arrebatado a su familia y a otras familias: cuestión, dice la madre, no solo de reparar las injusticias históricas, sino también de respetar la idea misma de la propiedad privada. Por su parte, en un primer momento el padre de Lea pierde el trabajo pero, por supuesto, no le importa: ¡es desempleado pero libre! Luego consigue un empleo, además, uno mejor que el que tenía bajo el comunismo, con una compañía privada. Padre y madre se liberan a tal grado de su “biografía” que terminan por entrar en la política. La libertad y sus bondades parecen incontenibles e irreversibles.

El espejismo no tarda en disiparse, sin embargo. La libertad poscomunista es efímera y cruel. Trae consigo al menos tres demonios. Lo primero que hace una buena parte de los albaneses “libres” es llevarse consigo su libertad a otro lado. Sobreviene la crisis de los refugiados: miles de personas atestan los puertos de Albania para huir, ensardinados, en el primer barco que puedan secuestrar. Italia es el destino, o cualquier otro país que los quiera aceptar; entre los que huyen se cuenta su amiga Elona, llevada por su enamorado a engaños y, probablemente, víctima del flamante negocio de trata de personas. Y en Italia reciben a los miles de refugiados como criminales, recluyéndolos en un estadio y deportándolos como ilegales. He aquí una de las primera ironías de la libertad ganada en el fin de la historia. Antes la comunidad internacional criticaba ferozmente al régimen comunista de Albania por negar a sus ciudadanos el derecho de salir, pero ahora, irónicamente, esa misma comunidad se negaba a acoger a los refugiados albanos, confirmando de hecho su condición de cautivos. ¿De qué sirve el derecho de salida de un lugar si no existe el derecho de entrada a otros?

El segundo demonio es el de las reformas estructurales. El padre de Lea Ypi es un protagonista involuntario en esa tragedia. Ahora empleado en una posición de liderazgo para modernizar los puertos de la nación, recibe la instrucción, impulsada y respaldada por los funcionarios del Banco Mundial, de despedir a casi todo el personal. Muchos de ellos, gitanos no pocos, son personas que no tienen otro oficio ni donde caer muertos. Sus vidas son los puertos. Y un día varios de ellos se plantan por días con sus casas de campaña y sus familias en el jardín de los Ypi. Le implorarán al padre que no los despida, que abogue por ellos frente a los de arriba, que sus vidas dependen de ello: ¿qué otra cosa van a hacer sin ese trabajo? “Es el peor día de mi vida”, le confiesa el padre a la hija. Es el día en que el señor Ypi, quien no puede alterar el curso de la “modernización”, vive en piel propia los predicamentos de la liberalización económica.

Acaso el más sangriento de todos los demonios es la guerra civil. Las aves de rapiña del capitalismo financiero olfatearon la avidez por el ahorro que se instalaba en el ciudadano de a pie en Albania y rápidamente instituyeron una banca de inversión que prometía réditos espectaculares. Se trataba, se vio poco después, de esquemas piramidales por los cuales una vasta mayoría de personas perdió dinero, en algunos casos todos sus ahorros. La escena siguiente: una cruenta guerra civil que hizo zozobrar a la nación entera.

Ese fue el legado del poscomunismo en Albania. Para dejarlo claro: Lea Ypi no idealiza la Albania de su niñez. El retrato de la vida bajo el comunismo es crudo: con una economía de supervivencia, con democracia simulada, con una sociedad obediente, donde los lazos sociales estaban corroídos por el miedo y donde los familiares mismos podían ser delatores del gobierno; donde la burocracia del partido es opresiva; donde la biografía es destino. El problema es que lo que vino a suplantar todo aquello fue un desastre.

Lea Ypi deja todo atrás para marcharse a cursar sus estudios universitarios en Italia. Esa fase desemboca en una vida académica dedicada al marxismo, con particular interés por la obra de Rosa Luxemburgo. Los últimos compases de su libro narran la perplejidad y el reproche de algunos de sus familiares en Albania, incluida su madre, por esa inclinación: ¿marxista?, ¿después de lo que el marxismo le hizo a nuestra familia? En el otro extremo, Lea Ypi también narra la autocomplacencia de varios de sus compañeros universitarios en Italia, que se apresuraban a explicarle a Lea, con la condescendencia típica de cierto “progresismo” de izquierda, que lo de Albania no había sido ni socialismo ni marxismo, sino un esperpento mediterráneo. Lo más fácil para ella habría sido suscribir las filias o las fobias de colegas o familiares. Pero la decisión (casi diría, la vocación) de la autora fue repudiar esa tentación y, en cambio, hacerse cargo de las debilidades que condenaron al marxismo y, al mismo tiempo, articular y defender las virtudes que podrían redimirlo.

Habrá quien quiera tomarse el libro con ánimo polémico. ¿La crisis de los refugiados? La raíz estuvo en el empobrecimiento derivado de las economías centralizadas. ¿Las reformas estructurales? Una bomba de tiempo plantada por los regímenes comunistas que vino a explotarle en la cara al Banco Mundial. ¿La guerra civil? Su trasfondo era étnico. Pero en última instancia el libro no es un tratado de teoría o ciencia política: es una trama de recuerdos que invita a pensar en la posibilidad de un orden político y económico a igual distancia del capitalismo rapaz y el socialismo totalitario.

Al leer a Lea Ypi, tengo presentes los relatos autobiográficos de John M. Coetzee (en su trilogía: Infancia, Juventud, Verano) y de Amos Oz (Una historia de amor y oscuridad). En ellos, los autores evocan su niñez, bajo el opresivo apartheid, el primero, y desde la arraigada tensión palestino-israelí, el segundo. Pero ninguno de los dos, y este también es el caso de Lea Ypi, quiere hacer campaña política desde la memoria. Al contrario: el punto es dejar que la memoria se libere de los amarres ideológicos, que suelen distorsionarla. La gran virtud de Free es esa: propone mirar con esperanza al futuro desde un pasado no contaminado por la ideología y ponderado en toda su complejidad.

Lea Ypi, Free: A Child and a Country at the End of History, W. W. Norton & Company, 2021.

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En su nuevo libro, Free: A Child and a Country at the End of History, Lea Ypi cuenta cómo transcurrieron sus primeros años bajo el régimen socialista de Albania, pero también recuerda que la liberalización de los mercados sumió a su país en una crisis de desempleo y, finalmente, en una guerra civil. Por su crítica tanto del capitalismo como del socialismo realmente existentes, por su empeño en examinar su pasado, el de su familia y el de Albania lejos de dogmas y la propaganda de ambos bandos, Lea Ypi empieza a ganar premios y a destacar en el panorama literario internacional. Free es una autobiografía para nuestros tiempos, un libro que hay que leer.

Memorias sobre la vida antes y después del comunismo hay muchas: unas nostálgicas, escritas desde el dolor; otras vitriólicas, escritas desde la ira y el resentimiento. Free: A Child and a Country at the End of History, la autobiografía de la escritora y académica angloalbanesa Lea Ypi, no es ni lo uno ni lo otro. Es más bien un testimonio escrito bajo el peso de una doble decepción: la del socialismo y el capitalismo realmente existentes en su natal Albania.

El libro relata la implosión del régimen estalinista en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, vista por los ojos de una niña que a la vuelta de los años se convertiría en una destacada profesora de filosofía en la London School of Economics. En el libro se vislumbran, en el trasfondo, las sombras del debate académico, pero la materia prima de la obra es la trama de lo cotidiano: la intimidad del hogar, las conversaciones en la escuela y en la playa, las fiestas del barrio. En una prosa cautivadora y ágil, que le ha ganado el elogio de la crítica en lengua inglesa (la obra recibió el prestigioso Premio Ondaatje y más recientemente se colocó en la lista corta de finalistas al Premio Gordon Burn) y que, escandalosamente, ya ha sido traducida a una veintena de idiomas pero aún no al español, Lea Ypi traza un esbozo personalísimo sobre el fracaso de las dos ideologías en un país que institucionalizó lo peor de ambas versiones y se dejó desgarrar por ellas.

Durante los años ochenta, Albania, vecina incómoda de Grecia e Italia, seguía asentada en la ortodoxia estalinista. Había cortado lazos con la Unión Soviética y China, por revisionista una y por criptocapitalista la otra, y era gobernada brutal y longevamente, con aspiraciones totalitarias, por Enver Hoxha. Acaso, exagerando solo un poco, Albania era para Europa lo que hoy Cuba es (¿o fue?) para América Latina y Corea del Norte para Asia. El libro evoca la niñez de Lea Ypi bajo ese régimen que se desmoronaría tras la muerte del “tío Enver”. Pero lo que el libro describe no es simplemente el derrumbe de un régimen político: es, en paralelo, el desmoronamiento de las creencias y certezas personales y políticas de Lea.

Y es que Lea Ypi era una niña comunista ejemplar. Profesaba a pie juntillas el dogma comunista que se le recetaba en la escuela: una mezcla de lugares comunes sobre el materialismo histórico combinado con una narrativa local que ensalzaba el carácter heroico del comunismo albano y su triunfo sobre el fascismo italiano. En el colegio, los maestros le explicaban a Lea lo afortunada que era por vivir en Albania: único país, incluso dentro del universo del comunismo, que genuinamente perseguía la meta de emancipar al ser humano de la dominación del capitalismo. Tal era su fervor que el día de la muerte del tío Enver, Lea pidió que la llevasen a su pompas fúnebres. Pero sus padres y su abuela, con pretextos y excusas, no la llevaron. La historia de siempre: la baja intensidad del entusiasmo de su familia por el régimen la sacaba de quicio: algo escondían, algo (secreto) les incomodaba. Por ejemplo, a su abuelo, ya difunto, lo rodeaba un aura de misterio. En la escuela, todo lo que Lea Ypi escuchaba decir sobre sus padres reconducía al hecho de que su pasado (su “biografía”) era problemática. Y para colmo estaba la nefanda coincidencia (eso le dijeron en casa) de que el apellido de la familia, Ypi, era el mismo que el del Pétain albanés, un antiguo primer ministro que había colaborado con el invasor italiano. Era duro para Lea ser una buena cría comunista con semejante bagaje.

Hasta que un día llegan las protestas contra el régimen a las calles de Albania. El régimen súbitamente se viene abajo. Salen entonces a la luz los motivos de la tibieza comunista de la familia y se derrumba, cual casa de naipes, el muro de mentiras que la familia de Lea Ypi había construido con la noble intención de proteger a la niña. ¿Por qué nunca comulgamos con el régimen? Porque provenimos de una familia burguesa. ¿Tu abuelo? Purgó una condena en las cárceles del régimen. Era un hombre de izquierdas (quiso incluso pelear en la Guerra Civil española con el frente republicano), pero el peso del apellido (su “biografía”) lo hizo caer en desgracia. ¿Y tu abuela? Su familia, musulmana, pertenecía a la élite durante el Imperio otomano, pero su bienes fueron expropiados por el régimen comunista. ¿Y el primer ministro traidor? Por supuesto que era tu bisabuelo paterno. Todas las anteriores fuentes de certeza personal y política se vinieron abajo, en particular, la promesa de utopía del comunismo, donde cada persona alcanzaría su potencialidad. Desaparecieron todas las palabras del léxico socialista y solo quedó, soberano, un vocablo: libertad.

Con el derrumbe del comunismo comienza el fin de la historia, subtítulo que evoca con sarcasmo la infame frase de Francis Fukuyama, según la cual la caída del bloque soviético anunciaba el despuntar de un orden liberal global que habría de traer prosperidad, seguridad y, sobre todo, libertad al mundo entero. Y esa era, en efecto, la esperanza de cada habitante de la nación mediterránea. En un inicio, la libertad parecía florecer, en efecto. Entran a escena los actores que habían languidecido bajo el comunismo: las iglesias, los partidos políticos de oposición, la sociedad civil, los bancos privados. ¡Los albaneses ya eran libres! Incluso la familia de Lea Ypi parece renovada, transfigurada. La madre, antes apolítica, ahora se politiza e inicia una lucha quijotesca por recuperar los bienes que el régimen comunista le había arrebatado a su familia y a otras familias: cuestión, dice la madre, no solo de reparar las injusticias históricas, sino también de respetar la idea misma de la propiedad privada. Por su parte, en un primer momento el padre de Lea pierde el trabajo pero, por supuesto, no le importa: ¡es desempleado pero libre! Luego consigue un empleo, además, uno mejor que el que tenía bajo el comunismo, con una compañía privada. Padre y madre se liberan a tal grado de su “biografía” que terminan por entrar en la política. La libertad y sus bondades parecen incontenibles e irreversibles.

El espejismo no tarda en disiparse, sin embargo. La libertad poscomunista es efímera y cruel. Trae consigo al menos tres demonios. Lo primero que hace una buena parte de los albaneses “libres” es llevarse consigo su libertad a otro lado. Sobreviene la crisis de los refugiados: miles de personas atestan los puertos de Albania para huir, ensardinados, en el primer barco que puedan secuestrar. Italia es el destino, o cualquier otro país que los quiera aceptar; entre los que huyen se cuenta su amiga Elona, llevada por su enamorado a engaños y, probablemente, víctima del flamante negocio de trata de personas. Y en Italia reciben a los miles de refugiados como criminales, recluyéndolos en un estadio y deportándolos como ilegales. He aquí una de las primera ironías de la libertad ganada en el fin de la historia. Antes la comunidad internacional criticaba ferozmente al régimen comunista de Albania por negar a sus ciudadanos el derecho de salir, pero ahora, irónicamente, esa misma comunidad se negaba a acoger a los refugiados albanos, confirmando de hecho su condición de cautivos. ¿De qué sirve el derecho de salida de un lugar si no existe el derecho de entrada a otros?

El segundo demonio es el de las reformas estructurales. El padre de Lea Ypi es un protagonista involuntario en esa tragedia. Ahora empleado en una posición de liderazgo para modernizar los puertos de la nación, recibe la instrucción, impulsada y respaldada por los funcionarios del Banco Mundial, de despedir a casi todo el personal. Muchos de ellos, gitanos no pocos, son personas que no tienen otro oficio ni donde caer muertos. Sus vidas son los puertos. Y un día varios de ellos se plantan por días con sus casas de campaña y sus familias en el jardín de los Ypi. Le implorarán al padre que no los despida, que abogue por ellos frente a los de arriba, que sus vidas dependen de ello: ¿qué otra cosa van a hacer sin ese trabajo? “Es el peor día de mi vida”, le confiesa el padre a la hija. Es el día en que el señor Ypi, quien no puede alterar el curso de la “modernización”, vive en piel propia los predicamentos de la liberalización económica.

Acaso el más sangriento de todos los demonios es la guerra civil. Las aves de rapiña del capitalismo financiero olfatearon la avidez por el ahorro que se instalaba en el ciudadano de a pie en Albania y rápidamente instituyeron una banca de inversión que prometía réditos espectaculares. Se trataba, se vio poco después, de esquemas piramidales por los cuales una vasta mayoría de personas perdió dinero, en algunos casos todos sus ahorros. La escena siguiente: una cruenta guerra civil que hizo zozobrar a la nación entera.

Ese fue el legado del poscomunismo en Albania. Para dejarlo claro: Lea Ypi no idealiza la Albania de su niñez. El retrato de la vida bajo el comunismo es crudo: con una economía de supervivencia, con democracia simulada, con una sociedad obediente, donde los lazos sociales estaban corroídos por el miedo y donde los familiares mismos podían ser delatores del gobierno; donde la burocracia del partido es opresiva; donde la biografía es destino. El problema es que lo que vino a suplantar todo aquello fue un desastre.

Lea Ypi deja todo atrás para marcharse a cursar sus estudios universitarios en Italia. Esa fase desemboca en una vida académica dedicada al marxismo, con particular interés por la obra de Rosa Luxemburgo. Los últimos compases de su libro narran la perplejidad y el reproche de algunos de sus familiares en Albania, incluida su madre, por esa inclinación: ¿marxista?, ¿después de lo que el marxismo le hizo a nuestra familia? En el otro extremo, Lea Ypi también narra la autocomplacencia de varios de sus compañeros universitarios en Italia, que se apresuraban a explicarle a Lea, con la condescendencia típica de cierto “progresismo” de izquierda, que lo de Albania no había sido ni socialismo ni marxismo, sino un esperpento mediterráneo. Lo más fácil para ella habría sido suscribir las filias o las fobias de colegas o familiares. Pero la decisión (casi diría, la vocación) de la autora fue repudiar esa tentación y, en cambio, hacerse cargo de las debilidades que condenaron al marxismo y, al mismo tiempo, articular y defender las virtudes que podrían redimirlo.

Habrá quien quiera tomarse el libro con ánimo polémico. ¿La crisis de los refugiados? La raíz estuvo en el empobrecimiento derivado de las economías centralizadas. ¿Las reformas estructurales? Una bomba de tiempo plantada por los regímenes comunistas que vino a explotarle en la cara al Banco Mundial. ¿La guerra civil? Su trasfondo era étnico. Pero en última instancia el libro no es un tratado de teoría o ciencia política: es una trama de recuerdos que invita a pensar en la posibilidad de un orden político y económico a igual distancia del capitalismo rapaz y el socialismo totalitario.

Al leer a Lea Ypi, tengo presentes los relatos autobiográficos de John M. Coetzee (en su trilogía: Infancia, Juventud, Verano) y de Amos Oz (Una historia de amor y oscuridad). En ellos, los autores evocan su niñez, bajo el opresivo apartheid, el primero, y desde la arraigada tensión palestino-israelí, el segundo. Pero ninguno de los dos, y este también es el caso de Lea Ypi, quiere hacer campaña política desde la memoria. Al contrario: el punto es dejar que la memoria se libere de los amarres ideológicos, que suelen distorsionarla. La gran virtud de Free es esa: propone mirar con esperanza al futuro desde un pasado no contaminado por la ideología y ponderado en toda su complejidad.

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En su nuevo libro, Free: A Child and a Country at the End of History, Lea Ypi cuenta cómo transcurrieron sus primeros años bajo el régimen socialista de Albania, pero también recuerda que la liberalización de los mercados sumió a su país en una crisis de desempleo y, finalmente, en una guerra civil. Por su crítica tanto del capitalismo como del socialismo realmente existentes, por su empeño en examinar su pasado, el de su familia y el de Albania lejos de dogmas y la propaganda de ambos bandos, Lea Ypi empieza a ganar premios y a destacar en el panorama literario internacional. Free es una autobiografía para nuestros tiempos, un libro que hay que leer.

Memorias sobre la vida antes y después del comunismo hay muchas: unas nostálgicas, escritas desde el dolor; otras vitriólicas, escritas desde la ira y el resentimiento. Free: A Child and a Country at the End of History, la autobiografía de la escritora y académica angloalbanesa Lea Ypi, no es ni lo uno ni lo otro. Es más bien un testimonio escrito bajo el peso de una doble decepción: la del socialismo y el capitalismo realmente existentes en su natal Albania.

El libro relata la implosión del régimen estalinista en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, vista por los ojos de una niña que a la vuelta de los años se convertiría en una destacada profesora de filosofía en la London School of Economics. En el libro se vislumbran, en el trasfondo, las sombras del debate académico, pero la materia prima de la obra es la trama de lo cotidiano: la intimidad del hogar, las conversaciones en la escuela y en la playa, las fiestas del barrio. En una prosa cautivadora y ágil, que le ha ganado el elogio de la crítica en lengua inglesa (la obra recibió el prestigioso Premio Ondaatje y más recientemente se colocó en la lista corta de finalistas al Premio Gordon Burn) y que, escandalosamente, ya ha sido traducida a una veintena de idiomas pero aún no al español, Lea Ypi traza un esbozo personalísimo sobre el fracaso de las dos ideologías en un país que institucionalizó lo peor de ambas versiones y se dejó desgarrar por ellas.

Durante los años ochenta, Albania, vecina incómoda de Grecia e Italia, seguía asentada en la ortodoxia estalinista. Había cortado lazos con la Unión Soviética y China, por revisionista una y por criptocapitalista la otra, y era gobernada brutal y longevamente, con aspiraciones totalitarias, por Enver Hoxha. Acaso, exagerando solo un poco, Albania era para Europa lo que hoy Cuba es (¿o fue?) para América Latina y Corea del Norte para Asia. El libro evoca la niñez de Lea Ypi bajo ese régimen que se desmoronaría tras la muerte del “tío Enver”. Pero lo que el libro describe no es simplemente el derrumbe de un régimen político: es, en paralelo, el desmoronamiento de las creencias y certezas personales y políticas de Lea.

Y es que Lea Ypi era una niña comunista ejemplar. Profesaba a pie juntillas el dogma comunista que se le recetaba en la escuela: una mezcla de lugares comunes sobre el materialismo histórico combinado con una narrativa local que ensalzaba el carácter heroico del comunismo albano y su triunfo sobre el fascismo italiano. En el colegio, los maestros le explicaban a Lea lo afortunada que era por vivir en Albania: único país, incluso dentro del universo del comunismo, que genuinamente perseguía la meta de emancipar al ser humano de la dominación del capitalismo. Tal era su fervor que el día de la muerte del tío Enver, Lea pidió que la llevasen a su pompas fúnebres. Pero sus padres y su abuela, con pretextos y excusas, no la llevaron. La historia de siempre: la baja intensidad del entusiasmo de su familia por el régimen la sacaba de quicio: algo escondían, algo (secreto) les incomodaba. Por ejemplo, a su abuelo, ya difunto, lo rodeaba un aura de misterio. En la escuela, todo lo que Lea Ypi escuchaba decir sobre sus padres reconducía al hecho de que su pasado (su “biografía”) era problemática. Y para colmo estaba la nefanda coincidencia (eso le dijeron en casa) de que el apellido de la familia, Ypi, era el mismo que el del Pétain albanés, un antiguo primer ministro que había colaborado con el invasor italiano. Era duro para Lea ser una buena cría comunista con semejante bagaje.

Hasta que un día llegan las protestas contra el régimen a las calles de Albania. El régimen súbitamente se viene abajo. Salen entonces a la luz los motivos de la tibieza comunista de la familia y se derrumba, cual casa de naipes, el muro de mentiras que la familia de Lea Ypi había construido con la noble intención de proteger a la niña. ¿Por qué nunca comulgamos con el régimen? Porque provenimos de una familia burguesa. ¿Tu abuelo? Purgó una condena en las cárceles del régimen. Era un hombre de izquierdas (quiso incluso pelear en la Guerra Civil española con el frente republicano), pero el peso del apellido (su “biografía”) lo hizo caer en desgracia. ¿Y tu abuela? Su familia, musulmana, pertenecía a la élite durante el Imperio otomano, pero su bienes fueron expropiados por el régimen comunista. ¿Y el primer ministro traidor? Por supuesto que era tu bisabuelo paterno. Todas las anteriores fuentes de certeza personal y política se vinieron abajo, en particular, la promesa de utopía del comunismo, donde cada persona alcanzaría su potencialidad. Desaparecieron todas las palabras del léxico socialista y solo quedó, soberano, un vocablo: libertad.

Con el derrumbe del comunismo comienza el fin de la historia, subtítulo que evoca con sarcasmo la infame frase de Francis Fukuyama, según la cual la caída del bloque soviético anunciaba el despuntar de un orden liberal global que habría de traer prosperidad, seguridad y, sobre todo, libertad al mundo entero. Y esa era, en efecto, la esperanza de cada habitante de la nación mediterránea. En un inicio, la libertad parecía florecer, en efecto. Entran a escena los actores que habían languidecido bajo el comunismo: las iglesias, los partidos políticos de oposición, la sociedad civil, los bancos privados. ¡Los albaneses ya eran libres! Incluso la familia de Lea Ypi parece renovada, transfigurada. La madre, antes apolítica, ahora se politiza e inicia una lucha quijotesca por recuperar los bienes que el régimen comunista le había arrebatado a su familia y a otras familias: cuestión, dice la madre, no solo de reparar las injusticias históricas, sino también de respetar la idea misma de la propiedad privada. Por su parte, en un primer momento el padre de Lea pierde el trabajo pero, por supuesto, no le importa: ¡es desempleado pero libre! Luego consigue un empleo, además, uno mejor que el que tenía bajo el comunismo, con una compañía privada. Padre y madre se liberan a tal grado de su “biografía” que terminan por entrar en la política. La libertad y sus bondades parecen incontenibles e irreversibles.

El espejismo no tarda en disiparse, sin embargo. La libertad poscomunista es efímera y cruel. Trae consigo al menos tres demonios. Lo primero que hace una buena parte de los albaneses “libres” es llevarse consigo su libertad a otro lado. Sobreviene la crisis de los refugiados: miles de personas atestan los puertos de Albania para huir, ensardinados, en el primer barco que puedan secuestrar. Italia es el destino, o cualquier otro país que los quiera aceptar; entre los que huyen se cuenta su amiga Elona, llevada por su enamorado a engaños y, probablemente, víctima del flamante negocio de trata de personas. Y en Italia reciben a los miles de refugiados como criminales, recluyéndolos en un estadio y deportándolos como ilegales. He aquí una de las primera ironías de la libertad ganada en el fin de la historia. Antes la comunidad internacional criticaba ferozmente al régimen comunista de Albania por negar a sus ciudadanos el derecho de salir, pero ahora, irónicamente, esa misma comunidad se negaba a acoger a los refugiados albanos, confirmando de hecho su condición de cautivos. ¿De qué sirve el derecho de salida de un lugar si no existe el derecho de entrada a otros?

El segundo demonio es el de las reformas estructurales. El padre de Lea Ypi es un protagonista involuntario en esa tragedia. Ahora empleado en una posición de liderazgo para modernizar los puertos de la nación, recibe la instrucción, impulsada y respaldada por los funcionarios del Banco Mundial, de despedir a casi todo el personal. Muchos de ellos, gitanos no pocos, son personas que no tienen otro oficio ni donde caer muertos. Sus vidas son los puertos. Y un día varios de ellos se plantan por días con sus casas de campaña y sus familias en el jardín de los Ypi. Le implorarán al padre que no los despida, que abogue por ellos frente a los de arriba, que sus vidas dependen de ello: ¿qué otra cosa van a hacer sin ese trabajo? “Es el peor día de mi vida”, le confiesa el padre a la hija. Es el día en que el señor Ypi, quien no puede alterar el curso de la “modernización”, vive en piel propia los predicamentos de la liberalización económica.

Acaso el más sangriento de todos los demonios es la guerra civil. Las aves de rapiña del capitalismo financiero olfatearon la avidez por el ahorro que se instalaba en el ciudadano de a pie en Albania y rápidamente instituyeron una banca de inversión que prometía réditos espectaculares. Se trataba, se vio poco después, de esquemas piramidales por los cuales una vasta mayoría de personas perdió dinero, en algunos casos todos sus ahorros. La escena siguiente: una cruenta guerra civil que hizo zozobrar a la nación entera.

Ese fue el legado del poscomunismo en Albania. Para dejarlo claro: Lea Ypi no idealiza la Albania de su niñez. El retrato de la vida bajo el comunismo es crudo: con una economía de supervivencia, con democracia simulada, con una sociedad obediente, donde los lazos sociales estaban corroídos por el miedo y donde los familiares mismos podían ser delatores del gobierno; donde la burocracia del partido es opresiva; donde la biografía es destino. El problema es que lo que vino a suplantar todo aquello fue un desastre.

Lea Ypi deja todo atrás para marcharse a cursar sus estudios universitarios en Italia. Esa fase desemboca en una vida académica dedicada al marxismo, con particular interés por la obra de Rosa Luxemburgo. Los últimos compases de su libro narran la perplejidad y el reproche de algunos de sus familiares en Albania, incluida su madre, por esa inclinación: ¿marxista?, ¿después de lo que el marxismo le hizo a nuestra familia? En el otro extremo, Lea Ypi también narra la autocomplacencia de varios de sus compañeros universitarios en Italia, que se apresuraban a explicarle a Lea, con la condescendencia típica de cierto “progresismo” de izquierda, que lo de Albania no había sido ni socialismo ni marxismo, sino un esperpento mediterráneo. Lo más fácil para ella habría sido suscribir las filias o las fobias de colegas o familiares. Pero la decisión (casi diría, la vocación) de la autora fue repudiar esa tentación y, en cambio, hacerse cargo de las debilidades que condenaron al marxismo y, al mismo tiempo, articular y defender las virtudes que podrían redimirlo.

Habrá quien quiera tomarse el libro con ánimo polémico. ¿La crisis de los refugiados? La raíz estuvo en el empobrecimiento derivado de las economías centralizadas. ¿Las reformas estructurales? Una bomba de tiempo plantada por los regímenes comunistas que vino a explotarle en la cara al Banco Mundial. ¿La guerra civil? Su trasfondo era étnico. Pero en última instancia el libro no es un tratado de teoría o ciencia política: es una trama de recuerdos que invita a pensar en la posibilidad de un orden político y económico a igual distancia del capitalismo rapaz y el socialismo totalitario.

Al leer a Lea Ypi, tengo presentes los relatos autobiográficos de John M. Coetzee (en su trilogía: Infancia, Juventud, Verano) y de Amos Oz (Una historia de amor y oscuridad). En ellos, los autores evocan su niñez, bajo el opresivo apartheid, el primero, y desde la arraigada tensión palestino-israelí, el segundo. Pero ninguno de los dos, y este también es el caso de Lea Ypi, quiere hacer campaña política desde la memoria. Al contrario: el punto es dejar que la memoria se libere de los amarres ideológicos, que suelen distorsionarla. La gran virtud de Free es esa: propone mirar con esperanza al futuro desde un pasado no contaminado por la ideología y ponderado en toda su complejidad.

Lea Ypi, Free: A Child and a Country at the End of History, W. W. Norton & Company, 2021.

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Ni capitalismo ni socialismo: las memorias de Lea Ypi

Ni capitalismo ni socialismo: las memorias de Lea Ypi

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
11
.
08
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

En su nuevo libro, Free: A Child and a Country at the End of History, Lea Ypi cuenta cómo transcurrieron sus primeros años bajo el régimen socialista de Albania, pero también recuerda que la liberalización de los mercados sumió a su país en una crisis de desempleo y, finalmente, en una guerra civil. Por su crítica tanto del capitalismo como del socialismo realmente existentes, por su empeño en examinar su pasado, el de su familia y el de Albania lejos de dogmas y la propaganda de ambos bandos, Lea Ypi empieza a ganar premios y a destacar en el panorama literario internacional. Free es una autobiografía para nuestros tiempos, un libro que hay que leer.

Memorias sobre la vida antes y después del comunismo hay muchas: unas nostálgicas, escritas desde el dolor; otras vitriólicas, escritas desde la ira y el resentimiento. Free: A Child and a Country at the End of History, la autobiografía de la escritora y académica angloalbanesa Lea Ypi, no es ni lo uno ni lo otro. Es más bien un testimonio escrito bajo el peso de una doble decepción: la del socialismo y el capitalismo realmente existentes en su natal Albania.

El libro relata la implosión del régimen estalinista en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, vista por los ojos de una niña que a la vuelta de los años se convertiría en una destacada profesora de filosofía en la London School of Economics. En el libro se vislumbran, en el trasfondo, las sombras del debate académico, pero la materia prima de la obra es la trama de lo cotidiano: la intimidad del hogar, las conversaciones en la escuela y en la playa, las fiestas del barrio. En una prosa cautivadora y ágil, que le ha ganado el elogio de la crítica en lengua inglesa (la obra recibió el prestigioso Premio Ondaatje y más recientemente se colocó en la lista corta de finalistas al Premio Gordon Burn) y que, escandalosamente, ya ha sido traducida a una veintena de idiomas pero aún no al español, Lea Ypi traza un esbozo personalísimo sobre el fracaso de las dos ideologías en un país que institucionalizó lo peor de ambas versiones y se dejó desgarrar por ellas.

Durante los años ochenta, Albania, vecina incómoda de Grecia e Italia, seguía asentada en la ortodoxia estalinista. Había cortado lazos con la Unión Soviética y China, por revisionista una y por criptocapitalista la otra, y era gobernada brutal y longevamente, con aspiraciones totalitarias, por Enver Hoxha. Acaso, exagerando solo un poco, Albania era para Europa lo que hoy Cuba es (¿o fue?) para América Latina y Corea del Norte para Asia. El libro evoca la niñez de Lea Ypi bajo ese régimen que se desmoronaría tras la muerte del “tío Enver”. Pero lo que el libro describe no es simplemente el derrumbe de un régimen político: es, en paralelo, el desmoronamiento de las creencias y certezas personales y políticas de Lea.

Y es que Lea Ypi era una niña comunista ejemplar. Profesaba a pie juntillas el dogma comunista que se le recetaba en la escuela: una mezcla de lugares comunes sobre el materialismo histórico combinado con una narrativa local que ensalzaba el carácter heroico del comunismo albano y su triunfo sobre el fascismo italiano. En el colegio, los maestros le explicaban a Lea lo afortunada que era por vivir en Albania: único país, incluso dentro del universo del comunismo, que genuinamente perseguía la meta de emancipar al ser humano de la dominación del capitalismo. Tal era su fervor que el día de la muerte del tío Enver, Lea pidió que la llevasen a su pompas fúnebres. Pero sus padres y su abuela, con pretextos y excusas, no la llevaron. La historia de siempre: la baja intensidad del entusiasmo de su familia por el régimen la sacaba de quicio: algo escondían, algo (secreto) les incomodaba. Por ejemplo, a su abuelo, ya difunto, lo rodeaba un aura de misterio. En la escuela, todo lo que Lea Ypi escuchaba decir sobre sus padres reconducía al hecho de que su pasado (su “biografía”) era problemática. Y para colmo estaba la nefanda coincidencia (eso le dijeron en casa) de que el apellido de la familia, Ypi, era el mismo que el del Pétain albanés, un antiguo primer ministro que había colaborado con el invasor italiano. Era duro para Lea ser una buena cría comunista con semejante bagaje.

Hasta que un día llegan las protestas contra el régimen a las calles de Albania. El régimen súbitamente se viene abajo. Salen entonces a la luz los motivos de la tibieza comunista de la familia y se derrumba, cual casa de naipes, el muro de mentiras que la familia de Lea Ypi había construido con la noble intención de proteger a la niña. ¿Por qué nunca comulgamos con el régimen? Porque provenimos de una familia burguesa. ¿Tu abuelo? Purgó una condena en las cárceles del régimen. Era un hombre de izquierdas (quiso incluso pelear en la Guerra Civil española con el frente republicano), pero el peso del apellido (su “biografía”) lo hizo caer en desgracia. ¿Y tu abuela? Su familia, musulmana, pertenecía a la élite durante el Imperio otomano, pero su bienes fueron expropiados por el régimen comunista. ¿Y el primer ministro traidor? Por supuesto que era tu bisabuelo paterno. Todas las anteriores fuentes de certeza personal y política se vinieron abajo, en particular, la promesa de utopía del comunismo, donde cada persona alcanzaría su potencialidad. Desaparecieron todas las palabras del léxico socialista y solo quedó, soberano, un vocablo: libertad.

Con el derrumbe del comunismo comienza el fin de la historia, subtítulo que evoca con sarcasmo la infame frase de Francis Fukuyama, según la cual la caída del bloque soviético anunciaba el despuntar de un orden liberal global que habría de traer prosperidad, seguridad y, sobre todo, libertad al mundo entero. Y esa era, en efecto, la esperanza de cada habitante de la nación mediterránea. En un inicio, la libertad parecía florecer, en efecto. Entran a escena los actores que habían languidecido bajo el comunismo: las iglesias, los partidos políticos de oposición, la sociedad civil, los bancos privados. ¡Los albaneses ya eran libres! Incluso la familia de Lea Ypi parece renovada, transfigurada. La madre, antes apolítica, ahora se politiza e inicia una lucha quijotesca por recuperar los bienes que el régimen comunista le había arrebatado a su familia y a otras familias: cuestión, dice la madre, no solo de reparar las injusticias históricas, sino también de respetar la idea misma de la propiedad privada. Por su parte, en un primer momento el padre de Lea pierde el trabajo pero, por supuesto, no le importa: ¡es desempleado pero libre! Luego consigue un empleo, además, uno mejor que el que tenía bajo el comunismo, con una compañía privada. Padre y madre se liberan a tal grado de su “biografía” que terminan por entrar en la política. La libertad y sus bondades parecen incontenibles e irreversibles.

El espejismo no tarda en disiparse, sin embargo. La libertad poscomunista es efímera y cruel. Trae consigo al menos tres demonios. Lo primero que hace una buena parte de los albaneses “libres” es llevarse consigo su libertad a otro lado. Sobreviene la crisis de los refugiados: miles de personas atestan los puertos de Albania para huir, ensardinados, en el primer barco que puedan secuestrar. Italia es el destino, o cualquier otro país que los quiera aceptar; entre los que huyen se cuenta su amiga Elona, llevada por su enamorado a engaños y, probablemente, víctima del flamante negocio de trata de personas. Y en Italia reciben a los miles de refugiados como criminales, recluyéndolos en un estadio y deportándolos como ilegales. He aquí una de las primera ironías de la libertad ganada en el fin de la historia. Antes la comunidad internacional criticaba ferozmente al régimen comunista de Albania por negar a sus ciudadanos el derecho de salir, pero ahora, irónicamente, esa misma comunidad se negaba a acoger a los refugiados albanos, confirmando de hecho su condición de cautivos. ¿De qué sirve el derecho de salida de un lugar si no existe el derecho de entrada a otros?

El segundo demonio es el de las reformas estructurales. El padre de Lea Ypi es un protagonista involuntario en esa tragedia. Ahora empleado en una posición de liderazgo para modernizar los puertos de la nación, recibe la instrucción, impulsada y respaldada por los funcionarios del Banco Mundial, de despedir a casi todo el personal. Muchos de ellos, gitanos no pocos, son personas que no tienen otro oficio ni donde caer muertos. Sus vidas son los puertos. Y un día varios de ellos se plantan por días con sus casas de campaña y sus familias en el jardín de los Ypi. Le implorarán al padre que no los despida, que abogue por ellos frente a los de arriba, que sus vidas dependen de ello: ¿qué otra cosa van a hacer sin ese trabajo? “Es el peor día de mi vida”, le confiesa el padre a la hija. Es el día en que el señor Ypi, quien no puede alterar el curso de la “modernización”, vive en piel propia los predicamentos de la liberalización económica.

Acaso el más sangriento de todos los demonios es la guerra civil. Las aves de rapiña del capitalismo financiero olfatearon la avidez por el ahorro que se instalaba en el ciudadano de a pie en Albania y rápidamente instituyeron una banca de inversión que prometía réditos espectaculares. Se trataba, se vio poco después, de esquemas piramidales por los cuales una vasta mayoría de personas perdió dinero, en algunos casos todos sus ahorros. La escena siguiente: una cruenta guerra civil que hizo zozobrar a la nación entera.

Ese fue el legado del poscomunismo en Albania. Para dejarlo claro: Lea Ypi no idealiza la Albania de su niñez. El retrato de la vida bajo el comunismo es crudo: con una economía de supervivencia, con democracia simulada, con una sociedad obediente, donde los lazos sociales estaban corroídos por el miedo y donde los familiares mismos podían ser delatores del gobierno; donde la burocracia del partido es opresiva; donde la biografía es destino. El problema es que lo que vino a suplantar todo aquello fue un desastre.

Lea Ypi deja todo atrás para marcharse a cursar sus estudios universitarios en Italia. Esa fase desemboca en una vida académica dedicada al marxismo, con particular interés por la obra de Rosa Luxemburgo. Los últimos compases de su libro narran la perplejidad y el reproche de algunos de sus familiares en Albania, incluida su madre, por esa inclinación: ¿marxista?, ¿después de lo que el marxismo le hizo a nuestra familia? En el otro extremo, Lea Ypi también narra la autocomplacencia de varios de sus compañeros universitarios en Italia, que se apresuraban a explicarle a Lea, con la condescendencia típica de cierto “progresismo” de izquierda, que lo de Albania no había sido ni socialismo ni marxismo, sino un esperpento mediterráneo. Lo más fácil para ella habría sido suscribir las filias o las fobias de colegas o familiares. Pero la decisión (casi diría, la vocación) de la autora fue repudiar esa tentación y, en cambio, hacerse cargo de las debilidades que condenaron al marxismo y, al mismo tiempo, articular y defender las virtudes que podrían redimirlo.

Habrá quien quiera tomarse el libro con ánimo polémico. ¿La crisis de los refugiados? La raíz estuvo en el empobrecimiento derivado de las economías centralizadas. ¿Las reformas estructurales? Una bomba de tiempo plantada por los regímenes comunistas que vino a explotarle en la cara al Banco Mundial. ¿La guerra civil? Su trasfondo era étnico. Pero en última instancia el libro no es un tratado de teoría o ciencia política: es una trama de recuerdos que invita a pensar en la posibilidad de un orden político y económico a igual distancia del capitalismo rapaz y el socialismo totalitario.

Al leer a Lea Ypi, tengo presentes los relatos autobiográficos de John M. Coetzee (en su trilogía: Infancia, Juventud, Verano) y de Amos Oz (Una historia de amor y oscuridad). En ellos, los autores evocan su niñez, bajo el opresivo apartheid, el primero, y desde la arraigada tensión palestino-israelí, el segundo. Pero ninguno de los dos, y este también es el caso de Lea Ypi, quiere hacer campaña política desde la memoria. Al contrario: el punto es dejar que la memoria se libere de los amarres ideológicos, que suelen distorsionarla. La gran virtud de Free es esa: propone mirar con esperanza al futuro desde un pasado no contaminado por la ideología y ponderado en toda su complejidad.

Lea Ypi, Free: A Child and a Country at the End of History, W. W. Norton & Company, 2021.

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En su nuevo libro, Free: A Child and a Country at the End of History, Lea Ypi cuenta cómo transcurrieron sus primeros años bajo el régimen socialista de Albania, pero también recuerda que la liberalización de los mercados sumió a su país en una crisis de desempleo y, finalmente, en una guerra civil. Por su crítica tanto del capitalismo como del socialismo realmente existentes, por su empeño en examinar su pasado, el de su familia y el de Albania lejos de dogmas y la propaganda de ambos bandos, Lea Ypi empieza a ganar premios y a destacar en el panorama literario internacional. Free es una autobiografía para nuestros tiempos, un libro que hay que leer.

Memorias sobre la vida antes y después del comunismo hay muchas: unas nostálgicas, escritas desde el dolor; otras vitriólicas, escritas desde la ira y el resentimiento. Free: A Child and a Country at the End of History, la autobiografía de la escritora y académica angloalbanesa Lea Ypi, no es ni lo uno ni lo otro. Es más bien un testimonio escrito bajo el peso de una doble decepción: la del socialismo y el capitalismo realmente existentes en su natal Albania.

El libro relata la implosión del régimen estalinista en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, vista por los ojos de una niña que a la vuelta de los años se convertiría en una destacada profesora de filosofía en la London School of Economics. En el libro se vislumbran, en el trasfondo, las sombras del debate académico, pero la materia prima de la obra es la trama de lo cotidiano: la intimidad del hogar, las conversaciones en la escuela y en la playa, las fiestas del barrio. En una prosa cautivadora y ágil, que le ha ganado el elogio de la crítica en lengua inglesa (la obra recibió el prestigioso Premio Ondaatje y más recientemente se colocó en la lista corta de finalistas al Premio Gordon Burn) y que, escandalosamente, ya ha sido traducida a una veintena de idiomas pero aún no al español, Lea Ypi traza un esbozo personalísimo sobre el fracaso de las dos ideologías en un país que institucionalizó lo peor de ambas versiones y se dejó desgarrar por ellas.

Durante los años ochenta, Albania, vecina incómoda de Grecia e Italia, seguía asentada en la ortodoxia estalinista. Había cortado lazos con la Unión Soviética y China, por revisionista una y por criptocapitalista la otra, y era gobernada brutal y longevamente, con aspiraciones totalitarias, por Enver Hoxha. Acaso, exagerando solo un poco, Albania era para Europa lo que hoy Cuba es (¿o fue?) para América Latina y Corea del Norte para Asia. El libro evoca la niñez de Lea Ypi bajo ese régimen que se desmoronaría tras la muerte del “tío Enver”. Pero lo que el libro describe no es simplemente el derrumbe de un régimen político: es, en paralelo, el desmoronamiento de las creencias y certezas personales y políticas de Lea.

Y es que Lea Ypi era una niña comunista ejemplar. Profesaba a pie juntillas el dogma comunista que se le recetaba en la escuela: una mezcla de lugares comunes sobre el materialismo histórico combinado con una narrativa local que ensalzaba el carácter heroico del comunismo albano y su triunfo sobre el fascismo italiano. En el colegio, los maestros le explicaban a Lea lo afortunada que era por vivir en Albania: único país, incluso dentro del universo del comunismo, que genuinamente perseguía la meta de emancipar al ser humano de la dominación del capitalismo. Tal era su fervor que el día de la muerte del tío Enver, Lea pidió que la llevasen a su pompas fúnebres. Pero sus padres y su abuela, con pretextos y excusas, no la llevaron. La historia de siempre: la baja intensidad del entusiasmo de su familia por el régimen la sacaba de quicio: algo escondían, algo (secreto) les incomodaba. Por ejemplo, a su abuelo, ya difunto, lo rodeaba un aura de misterio. En la escuela, todo lo que Lea Ypi escuchaba decir sobre sus padres reconducía al hecho de que su pasado (su “biografía”) era problemática. Y para colmo estaba la nefanda coincidencia (eso le dijeron en casa) de que el apellido de la familia, Ypi, era el mismo que el del Pétain albanés, un antiguo primer ministro que había colaborado con el invasor italiano. Era duro para Lea ser una buena cría comunista con semejante bagaje.

Hasta que un día llegan las protestas contra el régimen a las calles de Albania. El régimen súbitamente se viene abajo. Salen entonces a la luz los motivos de la tibieza comunista de la familia y se derrumba, cual casa de naipes, el muro de mentiras que la familia de Lea Ypi había construido con la noble intención de proteger a la niña. ¿Por qué nunca comulgamos con el régimen? Porque provenimos de una familia burguesa. ¿Tu abuelo? Purgó una condena en las cárceles del régimen. Era un hombre de izquierdas (quiso incluso pelear en la Guerra Civil española con el frente republicano), pero el peso del apellido (su “biografía”) lo hizo caer en desgracia. ¿Y tu abuela? Su familia, musulmana, pertenecía a la élite durante el Imperio otomano, pero su bienes fueron expropiados por el régimen comunista. ¿Y el primer ministro traidor? Por supuesto que era tu bisabuelo paterno. Todas las anteriores fuentes de certeza personal y política se vinieron abajo, en particular, la promesa de utopía del comunismo, donde cada persona alcanzaría su potencialidad. Desaparecieron todas las palabras del léxico socialista y solo quedó, soberano, un vocablo: libertad.

Con el derrumbe del comunismo comienza el fin de la historia, subtítulo que evoca con sarcasmo la infame frase de Francis Fukuyama, según la cual la caída del bloque soviético anunciaba el despuntar de un orden liberal global que habría de traer prosperidad, seguridad y, sobre todo, libertad al mundo entero. Y esa era, en efecto, la esperanza de cada habitante de la nación mediterránea. En un inicio, la libertad parecía florecer, en efecto. Entran a escena los actores que habían languidecido bajo el comunismo: las iglesias, los partidos políticos de oposición, la sociedad civil, los bancos privados. ¡Los albaneses ya eran libres! Incluso la familia de Lea Ypi parece renovada, transfigurada. La madre, antes apolítica, ahora se politiza e inicia una lucha quijotesca por recuperar los bienes que el régimen comunista le había arrebatado a su familia y a otras familias: cuestión, dice la madre, no solo de reparar las injusticias históricas, sino también de respetar la idea misma de la propiedad privada. Por su parte, en un primer momento el padre de Lea pierde el trabajo pero, por supuesto, no le importa: ¡es desempleado pero libre! Luego consigue un empleo, además, uno mejor que el que tenía bajo el comunismo, con una compañía privada. Padre y madre se liberan a tal grado de su “biografía” que terminan por entrar en la política. La libertad y sus bondades parecen incontenibles e irreversibles.

El espejismo no tarda en disiparse, sin embargo. La libertad poscomunista es efímera y cruel. Trae consigo al menos tres demonios. Lo primero que hace una buena parte de los albaneses “libres” es llevarse consigo su libertad a otro lado. Sobreviene la crisis de los refugiados: miles de personas atestan los puertos de Albania para huir, ensardinados, en el primer barco que puedan secuestrar. Italia es el destino, o cualquier otro país que los quiera aceptar; entre los que huyen se cuenta su amiga Elona, llevada por su enamorado a engaños y, probablemente, víctima del flamante negocio de trata de personas. Y en Italia reciben a los miles de refugiados como criminales, recluyéndolos en un estadio y deportándolos como ilegales. He aquí una de las primera ironías de la libertad ganada en el fin de la historia. Antes la comunidad internacional criticaba ferozmente al régimen comunista de Albania por negar a sus ciudadanos el derecho de salir, pero ahora, irónicamente, esa misma comunidad se negaba a acoger a los refugiados albanos, confirmando de hecho su condición de cautivos. ¿De qué sirve el derecho de salida de un lugar si no existe el derecho de entrada a otros?

El segundo demonio es el de las reformas estructurales. El padre de Lea Ypi es un protagonista involuntario en esa tragedia. Ahora empleado en una posición de liderazgo para modernizar los puertos de la nación, recibe la instrucción, impulsada y respaldada por los funcionarios del Banco Mundial, de despedir a casi todo el personal. Muchos de ellos, gitanos no pocos, son personas que no tienen otro oficio ni donde caer muertos. Sus vidas son los puertos. Y un día varios de ellos se plantan por días con sus casas de campaña y sus familias en el jardín de los Ypi. Le implorarán al padre que no los despida, que abogue por ellos frente a los de arriba, que sus vidas dependen de ello: ¿qué otra cosa van a hacer sin ese trabajo? “Es el peor día de mi vida”, le confiesa el padre a la hija. Es el día en que el señor Ypi, quien no puede alterar el curso de la “modernización”, vive en piel propia los predicamentos de la liberalización económica.

Acaso el más sangriento de todos los demonios es la guerra civil. Las aves de rapiña del capitalismo financiero olfatearon la avidez por el ahorro que se instalaba en el ciudadano de a pie en Albania y rápidamente instituyeron una banca de inversión que prometía réditos espectaculares. Se trataba, se vio poco después, de esquemas piramidales por los cuales una vasta mayoría de personas perdió dinero, en algunos casos todos sus ahorros. La escena siguiente: una cruenta guerra civil que hizo zozobrar a la nación entera.

Ese fue el legado del poscomunismo en Albania. Para dejarlo claro: Lea Ypi no idealiza la Albania de su niñez. El retrato de la vida bajo el comunismo es crudo: con una economía de supervivencia, con democracia simulada, con una sociedad obediente, donde los lazos sociales estaban corroídos por el miedo y donde los familiares mismos podían ser delatores del gobierno; donde la burocracia del partido es opresiva; donde la biografía es destino. El problema es que lo que vino a suplantar todo aquello fue un desastre.

Lea Ypi deja todo atrás para marcharse a cursar sus estudios universitarios en Italia. Esa fase desemboca en una vida académica dedicada al marxismo, con particular interés por la obra de Rosa Luxemburgo. Los últimos compases de su libro narran la perplejidad y el reproche de algunos de sus familiares en Albania, incluida su madre, por esa inclinación: ¿marxista?, ¿después de lo que el marxismo le hizo a nuestra familia? En el otro extremo, Lea Ypi también narra la autocomplacencia de varios de sus compañeros universitarios en Italia, que se apresuraban a explicarle a Lea, con la condescendencia típica de cierto “progresismo” de izquierda, que lo de Albania no había sido ni socialismo ni marxismo, sino un esperpento mediterráneo. Lo más fácil para ella habría sido suscribir las filias o las fobias de colegas o familiares. Pero la decisión (casi diría, la vocación) de la autora fue repudiar esa tentación y, en cambio, hacerse cargo de las debilidades que condenaron al marxismo y, al mismo tiempo, articular y defender las virtudes que podrían redimirlo.

Habrá quien quiera tomarse el libro con ánimo polémico. ¿La crisis de los refugiados? La raíz estuvo en el empobrecimiento derivado de las economías centralizadas. ¿Las reformas estructurales? Una bomba de tiempo plantada por los regímenes comunistas que vino a explotarle en la cara al Banco Mundial. ¿La guerra civil? Su trasfondo era étnico. Pero en última instancia el libro no es un tratado de teoría o ciencia política: es una trama de recuerdos que invita a pensar en la posibilidad de un orden político y económico a igual distancia del capitalismo rapaz y el socialismo totalitario.

Al leer a Lea Ypi, tengo presentes los relatos autobiográficos de John M. Coetzee (en su trilogía: Infancia, Juventud, Verano) y de Amos Oz (Una historia de amor y oscuridad). En ellos, los autores evocan su niñez, bajo el opresivo apartheid, el primero, y desde la arraigada tensión palestino-israelí, el segundo. Pero ninguno de los dos, y este también es el caso de Lea Ypi, quiere hacer campaña política desde la memoria. Al contrario: el punto es dejar que la memoria se libere de los amarres ideológicos, que suelen distorsionarla. La gran virtud de Free es esa: propone mirar con esperanza al futuro desde un pasado no contaminado por la ideología y ponderado en toda su complejidad.

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En su nuevo libro, Free: A Child and a Country at the End of History, Lea Ypi cuenta cómo transcurrieron sus primeros años bajo el régimen socialista de Albania, pero también recuerda que la liberalización de los mercados sumió a su país en una crisis de desempleo y, finalmente, en una guerra civil. Por su crítica tanto del capitalismo como del socialismo realmente existentes, por su empeño en examinar su pasado, el de su familia y el de Albania lejos de dogmas y la propaganda de ambos bandos, Lea Ypi empieza a ganar premios y a destacar en el panorama literario internacional. Free es una autobiografía para nuestros tiempos, un libro que hay que leer.

Texto de
Fotografía de
Realización de
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Traducción de

Memorias sobre la vida antes y después del comunismo hay muchas: unas nostálgicas, escritas desde el dolor; otras vitriólicas, escritas desde la ira y el resentimiento. Free: A Child and a Country at the End of History, la autobiografía de la escritora y académica angloalbanesa Lea Ypi, no es ni lo uno ni lo otro. Es más bien un testimonio escrito bajo el peso de una doble decepción: la del socialismo y el capitalismo realmente existentes en su natal Albania.

El libro relata la implosión del régimen estalinista en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, vista por los ojos de una niña que a la vuelta de los años se convertiría en una destacada profesora de filosofía en la London School of Economics. En el libro se vislumbran, en el trasfondo, las sombras del debate académico, pero la materia prima de la obra es la trama de lo cotidiano: la intimidad del hogar, las conversaciones en la escuela y en la playa, las fiestas del barrio. En una prosa cautivadora y ágil, que le ha ganado el elogio de la crítica en lengua inglesa (la obra recibió el prestigioso Premio Ondaatje y más recientemente se colocó en la lista corta de finalistas al Premio Gordon Burn) y que, escandalosamente, ya ha sido traducida a una veintena de idiomas pero aún no al español, Lea Ypi traza un esbozo personalísimo sobre el fracaso de las dos ideologías en un país que institucionalizó lo peor de ambas versiones y se dejó desgarrar por ellas.

Durante los años ochenta, Albania, vecina incómoda de Grecia e Italia, seguía asentada en la ortodoxia estalinista. Había cortado lazos con la Unión Soviética y China, por revisionista una y por criptocapitalista la otra, y era gobernada brutal y longevamente, con aspiraciones totalitarias, por Enver Hoxha. Acaso, exagerando solo un poco, Albania era para Europa lo que hoy Cuba es (¿o fue?) para América Latina y Corea del Norte para Asia. El libro evoca la niñez de Lea Ypi bajo ese régimen que se desmoronaría tras la muerte del “tío Enver”. Pero lo que el libro describe no es simplemente el derrumbe de un régimen político: es, en paralelo, el desmoronamiento de las creencias y certezas personales y políticas de Lea.

Y es que Lea Ypi era una niña comunista ejemplar. Profesaba a pie juntillas el dogma comunista que se le recetaba en la escuela: una mezcla de lugares comunes sobre el materialismo histórico combinado con una narrativa local que ensalzaba el carácter heroico del comunismo albano y su triunfo sobre el fascismo italiano. En el colegio, los maestros le explicaban a Lea lo afortunada que era por vivir en Albania: único país, incluso dentro del universo del comunismo, que genuinamente perseguía la meta de emancipar al ser humano de la dominación del capitalismo. Tal era su fervor que el día de la muerte del tío Enver, Lea pidió que la llevasen a su pompas fúnebres. Pero sus padres y su abuela, con pretextos y excusas, no la llevaron. La historia de siempre: la baja intensidad del entusiasmo de su familia por el régimen la sacaba de quicio: algo escondían, algo (secreto) les incomodaba. Por ejemplo, a su abuelo, ya difunto, lo rodeaba un aura de misterio. En la escuela, todo lo que Lea Ypi escuchaba decir sobre sus padres reconducía al hecho de que su pasado (su “biografía”) era problemática. Y para colmo estaba la nefanda coincidencia (eso le dijeron en casa) de que el apellido de la familia, Ypi, era el mismo que el del Pétain albanés, un antiguo primer ministro que había colaborado con el invasor italiano. Era duro para Lea ser una buena cría comunista con semejante bagaje.

Hasta que un día llegan las protestas contra el régimen a las calles de Albania. El régimen súbitamente se viene abajo. Salen entonces a la luz los motivos de la tibieza comunista de la familia y se derrumba, cual casa de naipes, el muro de mentiras que la familia de Lea Ypi había construido con la noble intención de proteger a la niña. ¿Por qué nunca comulgamos con el régimen? Porque provenimos de una familia burguesa. ¿Tu abuelo? Purgó una condena en las cárceles del régimen. Era un hombre de izquierdas (quiso incluso pelear en la Guerra Civil española con el frente republicano), pero el peso del apellido (su “biografía”) lo hizo caer en desgracia. ¿Y tu abuela? Su familia, musulmana, pertenecía a la élite durante el Imperio otomano, pero su bienes fueron expropiados por el régimen comunista. ¿Y el primer ministro traidor? Por supuesto que era tu bisabuelo paterno. Todas las anteriores fuentes de certeza personal y política se vinieron abajo, en particular, la promesa de utopía del comunismo, donde cada persona alcanzaría su potencialidad. Desaparecieron todas las palabras del léxico socialista y solo quedó, soberano, un vocablo: libertad.

Con el derrumbe del comunismo comienza el fin de la historia, subtítulo que evoca con sarcasmo la infame frase de Francis Fukuyama, según la cual la caída del bloque soviético anunciaba el despuntar de un orden liberal global que habría de traer prosperidad, seguridad y, sobre todo, libertad al mundo entero. Y esa era, en efecto, la esperanza de cada habitante de la nación mediterránea. En un inicio, la libertad parecía florecer, en efecto. Entran a escena los actores que habían languidecido bajo el comunismo: las iglesias, los partidos políticos de oposición, la sociedad civil, los bancos privados. ¡Los albaneses ya eran libres! Incluso la familia de Lea Ypi parece renovada, transfigurada. La madre, antes apolítica, ahora se politiza e inicia una lucha quijotesca por recuperar los bienes que el régimen comunista le había arrebatado a su familia y a otras familias: cuestión, dice la madre, no solo de reparar las injusticias históricas, sino también de respetar la idea misma de la propiedad privada. Por su parte, en un primer momento el padre de Lea pierde el trabajo pero, por supuesto, no le importa: ¡es desempleado pero libre! Luego consigue un empleo, además, uno mejor que el que tenía bajo el comunismo, con una compañía privada. Padre y madre se liberan a tal grado de su “biografía” que terminan por entrar en la política. La libertad y sus bondades parecen incontenibles e irreversibles.

El espejismo no tarda en disiparse, sin embargo. La libertad poscomunista es efímera y cruel. Trae consigo al menos tres demonios. Lo primero que hace una buena parte de los albaneses “libres” es llevarse consigo su libertad a otro lado. Sobreviene la crisis de los refugiados: miles de personas atestan los puertos de Albania para huir, ensardinados, en el primer barco que puedan secuestrar. Italia es el destino, o cualquier otro país que los quiera aceptar; entre los que huyen se cuenta su amiga Elona, llevada por su enamorado a engaños y, probablemente, víctima del flamante negocio de trata de personas. Y en Italia reciben a los miles de refugiados como criminales, recluyéndolos en un estadio y deportándolos como ilegales. He aquí una de las primera ironías de la libertad ganada en el fin de la historia. Antes la comunidad internacional criticaba ferozmente al régimen comunista de Albania por negar a sus ciudadanos el derecho de salir, pero ahora, irónicamente, esa misma comunidad se negaba a acoger a los refugiados albanos, confirmando de hecho su condición de cautivos. ¿De qué sirve el derecho de salida de un lugar si no existe el derecho de entrada a otros?

El segundo demonio es el de las reformas estructurales. El padre de Lea Ypi es un protagonista involuntario en esa tragedia. Ahora empleado en una posición de liderazgo para modernizar los puertos de la nación, recibe la instrucción, impulsada y respaldada por los funcionarios del Banco Mundial, de despedir a casi todo el personal. Muchos de ellos, gitanos no pocos, son personas que no tienen otro oficio ni donde caer muertos. Sus vidas son los puertos. Y un día varios de ellos se plantan por días con sus casas de campaña y sus familias en el jardín de los Ypi. Le implorarán al padre que no los despida, que abogue por ellos frente a los de arriba, que sus vidas dependen de ello: ¿qué otra cosa van a hacer sin ese trabajo? “Es el peor día de mi vida”, le confiesa el padre a la hija. Es el día en que el señor Ypi, quien no puede alterar el curso de la “modernización”, vive en piel propia los predicamentos de la liberalización económica.

Acaso el más sangriento de todos los demonios es la guerra civil. Las aves de rapiña del capitalismo financiero olfatearon la avidez por el ahorro que se instalaba en el ciudadano de a pie en Albania y rápidamente instituyeron una banca de inversión que prometía réditos espectaculares. Se trataba, se vio poco después, de esquemas piramidales por los cuales una vasta mayoría de personas perdió dinero, en algunos casos todos sus ahorros. La escena siguiente: una cruenta guerra civil que hizo zozobrar a la nación entera.

Ese fue el legado del poscomunismo en Albania. Para dejarlo claro: Lea Ypi no idealiza la Albania de su niñez. El retrato de la vida bajo el comunismo es crudo: con una economía de supervivencia, con democracia simulada, con una sociedad obediente, donde los lazos sociales estaban corroídos por el miedo y donde los familiares mismos podían ser delatores del gobierno; donde la burocracia del partido es opresiva; donde la biografía es destino. El problema es que lo que vino a suplantar todo aquello fue un desastre.

Lea Ypi deja todo atrás para marcharse a cursar sus estudios universitarios en Italia. Esa fase desemboca en una vida académica dedicada al marxismo, con particular interés por la obra de Rosa Luxemburgo. Los últimos compases de su libro narran la perplejidad y el reproche de algunos de sus familiares en Albania, incluida su madre, por esa inclinación: ¿marxista?, ¿después de lo que el marxismo le hizo a nuestra familia? En el otro extremo, Lea Ypi también narra la autocomplacencia de varios de sus compañeros universitarios en Italia, que se apresuraban a explicarle a Lea, con la condescendencia típica de cierto “progresismo” de izquierda, que lo de Albania no había sido ni socialismo ni marxismo, sino un esperpento mediterráneo. Lo más fácil para ella habría sido suscribir las filias o las fobias de colegas o familiares. Pero la decisión (casi diría, la vocación) de la autora fue repudiar esa tentación y, en cambio, hacerse cargo de las debilidades que condenaron al marxismo y, al mismo tiempo, articular y defender las virtudes que podrían redimirlo.

Habrá quien quiera tomarse el libro con ánimo polémico. ¿La crisis de los refugiados? La raíz estuvo en el empobrecimiento derivado de las economías centralizadas. ¿Las reformas estructurales? Una bomba de tiempo plantada por los regímenes comunistas que vino a explotarle en la cara al Banco Mundial. ¿La guerra civil? Su trasfondo era étnico. Pero en última instancia el libro no es un tratado de teoría o ciencia política: es una trama de recuerdos que invita a pensar en la posibilidad de un orden político y económico a igual distancia del capitalismo rapaz y el socialismo totalitario.

Al leer a Lea Ypi, tengo presentes los relatos autobiográficos de John M. Coetzee (en su trilogía: Infancia, Juventud, Verano) y de Amos Oz (Una historia de amor y oscuridad). En ellos, los autores evocan su niñez, bajo el opresivo apartheid, el primero, y desde la arraigada tensión palestino-israelí, el segundo. Pero ninguno de los dos, y este también es el caso de Lea Ypi, quiere hacer campaña política desde la memoria. Al contrario: el punto es dejar que la memoria se libere de los amarres ideológicos, que suelen distorsionarla. La gran virtud de Free es esa: propone mirar con esperanza al futuro desde un pasado no contaminado por la ideología y ponderado en toda su complejidad.

Lea Ypi, Free: A Child and a Country at the End of History, W. W. Norton & Company, 2021.

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