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Silicon Valley a los pies de Trump

Silicon Valley a los pies de Trump

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Los multimillonarios de Silicon Valley han identificado en Trump una oportunidad para evadir las consecuencias legales de sus acciones pasadas, deshacerse de regulaciones inoportunas y cerrar nuevas oportunidades de negocio
20
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25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Las empresas tecnológicas que alguna vez opusieron resistencia a la retórica antiderechos del presidente de Estados Unidos, hoy se inclinan hacia el ala más conservadora en busca de sus propios beneficios.

Ann Telnaes, caricaturista editorial de The Washington Post y ganadora del Premio Pulitzer, presentó su renuncia al diario después de que su editor se negara a publicar su último trabajo. En la imagen, tres magnates de Silicon Valley —Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta) y Sam Altman (OpenAI)— sostienen sacos de dinero postrados ante la figura de Donald Trump, en alusión a los millones de dólares en donativos que estos personajes han desembolsado para la toma de protesta.

La censura al cartón de Telnaes no es fortuita, sino una muestra más de la pleitesía, casi sumisión, con la que las grandes empresas tecnológicas han respondido al regreso de Trump a la Casa Blanca. El Washington Post, propiedad de Bezos, también boicoteó la publicación de una carta de apoyo a la candidata demócrata Kamala Harris, maniobra que le costó casi 200 000 mil suscriptores a la versión digital del periódico.

En ambos casos, el Post argumentó que la decisión no se relaciona con los intereses de su dueño. En el caso del endoso a Harris, el argumento fue que el diario “regresaba a sus raíces” al no pronunciarse por ningún candidato. Sobre la caricatura cancelada, el editor de Telnaes simplemente dijo que la autora “estaba siendo repetitiva”. Entre tanto, Bezos había asistido en diciembre de 2024 a la residencia de Trump, en Mar-a-lago, por intercesión de Elon Musk, otro magnate tecnológico.

Otro de los aludidos, Mark Zuckerberg, fundador y director ejecutivo de Meta —conglomerado que agrupa a Facebook, Instagram, WhatsApp y Threads— emitió a principio de enero un mensaje en el que anunció, entre otras cosas, cambios mayores a las políticas de moderación de contenido de sus plataformas. Entre las medidas, destacó la eliminación de su equipo de verificación , cuya tarea era aportar información factual que, a menudo, contradecía los dichos de Trump o sus partidarios. De igual forma, anunció la reubicación de sus equipos de moderación de California a Texas, un estado históricamente conservador, pero que la empresa considera “un lugar donde hay menos preocupación por los sesgos”.

También te puede interesar leer esta reflexión de Juan Villoro: El fin de la inteligencia: humanos con caducidad

Sin sutilezas, Zuckerberg lanzó un mensaje de apoyo total a Trump, asegurando que trabajarán de su lado para “combatir a los gobiernos alrededor del mundo que van contra las empresas estadounidenses y empujan por mayor censura”. El director de Meta se sumó a la retórica presidencial al acusar que la Unión Europea “está institucionalizando la censura”, que en América Latina “hay cortes secretas que ordenan silenciosamente que se bajen contenidos”, y que China “censura nuestras aplicaciones incluso para funcionar en su país”. Además, señaló a la administración saliente, diciendo que el propio gobierno de Biden “ha impulsado la censura”.

“Una de las grandes diferencias entre mi primer término es que todos estaban peleando conmigo; en este mandato, todos quieren ser mis amigos”, dijo Trump en su primera rueda de prensa tras la elección, al referirse a los acercamientos de numerosos empresarios. Automotrices, farmacéuticas, financieras y, por supuesto, las grandes tecnológicas, ahora buscan el favor de un hombre que regresa a la Casa Blanca con ánimos de represalia.

La “guerra cultural” de Trump

 

Ocho años han pasado desde que Trump sacudió al mundo al asumir la presidencia de Estados Unidos por primera vez. Su forma agresiva —y errática— de gobernar durante esos cuatro años —con una pandemia de por medio— dejó sensaciones encontradas en la sociedad estadounidense. Más allá de su desempeño, su controversial figura desató lo que se ha calificado como “una guerra cultural” entre posturas liberales y conservadoras, especialmente frente a temas de justicia social, tensión racial, diversidad sexual o derecho al aborto.

Dentro de esta confrontación de discursos, las plataformas digitales jugaron un rol crucial. Como mencionó Zuckerberg en su último mensaje, la elección de 2016 evidenció los riesgos de la desinformación para la democracia. Facebook, por ejemplo, cargó con el peso del escándalo de Cambridge Analytica, donde la explotación de datos habría sido instrumental para perfilar a los usuarios de la plataforma y diseñar narrativas que alimentaron la desinformación en favor de las posturas más rígidas de Trump.

La respuesta de las empresas de internet fueron iniciativas como la verificación de información y una mayor moderación de contenidos, especialmente sobre los discursos de odio, que el ala más conservadora percibió como una policía del pensamiento. Natasha Lennard, columnista de The Intercept, señala que los grupos de derecha lograron aprovechar estas condiciones para crear una narrativa efectiva de victimización, bajo una supuesta censura cometida por las plataformas digitales.

El rompimiento definitivo vino con el vergonzoso episodio del asedio al Capitolio, el 6 de enero de 2021, cuando Trump —quien había fabricado una teoría de conspiración en torno a un fraude electoral— inflamó a sus seguidores desde sus redes sociales y detonó los disturbios. Twitter y Facebook cerraron filas para expulsar al mandatario de sus plataformas, a lo que Trump respondió aislándose en Truth Social —su propia red social descentralizada—, esperando pacientemente desde el destierro.

Después del incidente en Washington —y con múltiples procesos judiciales a cuestas—, la carrera política de Donald Trump parecía condenada a la ignominia. Sin embargo, la huella de su presidencia ya se había hecho presente con el fortalecimiento de las posturas conservadoras en Estados Unidos más allá de sus simpatizantes: basta recordar la abolición de Roe v. Wade —relacionada con el derecho al aborto—, la aceptación de una retórica antiderechos, el rechazo a las acciones afirmativas, el boicot a obras que abordaran la diversidad y la teoría de la sustitución.

Así, con el caldo de cultivo propicio, aunado a la percepción de una presidencia débil con Joe Biden al frente, se allanó el camino para que Trump lograra su regreso. Mientras que, en 2016, el resultado sorprendía a los analistas políticas —y al mundo en general—, el triunfo de 2024 fue avasallador.

 

Elon Musk: el billonario detrás del telón

 

El retorno de la administración trumpista no puede explicarse sin la entrada del multimillonario Elon Musk en la vida política de Estados Unidos. Considerado la persona más rica del mundo —según la revista Forbes— Musk ha sabido capitalizar sus empresas tecnológicas (Tesla, SpaceX) con una combinación de especulación financiera, desdén por las regulaciones y contratos gubernamentales. En abril de 2022, Musk compró Twitter con una agresiva oferta de 43 000 millones de dólares, en una movida que rebalanceó el ecosistema de las plataformas digitales.

Las primeras acciones de Musk al frente de Twitter —a la que renombró X en 2023— apuntaron a cambios radicales en la moderación de contenidos —incluyendo la prohibición de la palabra cisgénero— y la comercialización de perfiles verificados, lo que ha favorecido la proliferación de discursos hostiles y posturas antiderechos. Musk ha justificado sus decisiones como una forma de “eliminar el virus woke. A pesar de que el multimillonario se autoproclama un “absolutista de la libertad de expresión”, estos cambios en la plataforma van en el sentido contrario.

Los ajustes de Musk al frente de X alejaron a los grandes anunciantes, pero su apuesta nunca fue la sostenibilidad económica, sino la creación de un espacio de propaganda que replique y amplifique sus propias creencias y posturas políticas. Musk ya había probado la efectividad de la manipulación de la plataforma cuando, en 2018, infló artificialmente las acciones de Tesla con una serie de tuits sobre supuestas inversiones que tenía aseguradas.

Quizá el caso más revelador es la confrontación que Musk mantuvo con el Supremo Tribunal Federal de Brasil, en concreto, con el juez Alexandre de Moraes. Similar al asedio del Capitolio, el 8 de enero de 2023, un grupo de simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro irrumpió violentamente en la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia. La justicia brasileña pidió a X que bloqueara las cuentas de siete personas implicadas, incluyendo algunos funcionarios públicos, por incitar a la violencia y difundir noticias falsas.

Musk se rehusó a acatar las órdenes, cerrando incluso las oficinas de la empresa en Brasil. El magistrado de Moraes escaló el conflicto, ordenando el bloqueo total de X y una multa diaria de 50 000 mil reales a cualquier usuario que utilizara una VPN para usar la plataforma. Después de semanas de tensión, Musk cedió calladamente y obedeció los requerimientos de bloqueo de cuentas. Por ello, cuando Zuckerberg criticó en su mensaje a las “cortes secretas en América Latina”, estaba tirando un dardo en esa dirección.

Musk nunca ocultó su apoyo a Bolsonaro, a quien visitó en 2022 para cerrar un acuerdo con Starlink, su empresa de Internet satelital. Como explica el periodista Bernardo Gutiérrez, los negocios de Musk crecieron durante la administración bolsonarista, con contratos irregulares y privilegios frente a la competencia. Bolsonaro incluso se comprometió a facilitar el Centro Espacial de Alcántara como una base de lanzamiento para SpaceX. La reacción de Musk hacia el Tribunal brasileño dista de un mero berrinche, sino que fue la consecuencia del freno impuesto a sus intereses geopolíticos, entre ellos, la explotación del litio de Minas Gerais.

Con X, Musk utilizó su altavoz para hacer campaña en favor de Trump por diferentes frentes, desde ajustar el algoritmo para beneficiar sus propias publicaciones hasta rifar un millón de dólares entre votantes registrados en Pensilvania, uno de los estados clave para la elección. El apoyo a la campaña fue bien recompensado por Trump, quien apuntó a Musk al frente de una nueva agencia, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), cuyo mandato es recortar el aparato de gobierno para eficientar el gasto público. DOGE, por cierto, comparte nombre con una criptomoneda basada en un meme, de la cual Musk es principal inversionista y, con sus publicaciones en X, también su mayor especulador.

Desde esa nueva posición de poder, Musk se ha convertido en un intermediario valioso de Trump, con acceso casi ilimitado al presidente. Los magnates de Silicon Valley entienden este nuevo balance de poder y han optado por halagar al nuevo mandatario. Meta, Amazon, Apple, Google, OpenAI, entre otros, se han acercado con jugosos donativos para la toma de protesta de Trump, con la esperanza de ganar el favor —o al menos, mitigar el rencor— del nuevo habitante de la sala Oval, aunque en el camino deban tirar por la borda sus principios o el bienestar de los usuarios de sus plataformas. 

Amor con amor se paga

En 2021, la expulsión de Trump de Facebook tras los disturbios del Capitolio dejó al político con un profundo resentimiento en contra de Zuckerberg. Aunque la plataforma revocó la suspensión de la cuenta en 2023, Trump nunca volvió a ocupar ese espacio. Al contrario, desde su exilio, el entonces expresidente se dedicó a criticar al fundador de Meta, al que incluso llamó “criminal” por haber donado 400 millones de dólares para la adquisición de mascarillas y material sanitario que utilizaron los funcionarios de casilla en la elección de 2020 en Estados Unidos.

El cambio de postura de Meta sobre la verificación de información y la moderación de contenidos ha sido interpretado como un intento desesperado por la reconciliación con Trump. Entre las nuevas directrices destaca que las plataformas de Meta “se desharán de un montón de restricciones en temas como migración y género que están desfasadas del discurso predominante”. Zuckerberg acusó que lo que comenzó como un movimiento por la inclusión “ha sido cada vez más usado para cancelar opiniones y acallar a personas con diferentes ideas”, repitiendo uno de los mantras preferidos por las voces conservadoras.

Esta nueva permisividad incluye que los usuarios de Meta puedan calificar a las personas LGBT+ como “enfermas mentales” o decir que “los migrantes son un pedazo de mierda”, según documentos de entrenamiento filtrados. Estos ajustes han sido percibidos como una forma de normalizar la retórica de Trump, por ejemplo, respecto de políticas públicas como las deportaciones masivas de migrantes. Los expertos consideran que, al permitir que estos discursos racistas, xenófobos y homofóbicos proliferen libremente en las plataformas, se incrementa el riesgo de la incitación a la violencia, la deshumanización y el odio.

También puedes leer el ensayo ¿Los androides sueñan con quitarme el trabajo?

Sin embargo, la rendición de Zuckerberg ante el proyecto de Trump va más allá de una simple disculpa. Como el caso de Musk ilustra, los intereses políticos y económicos de las Big Tech dictan sus movimientos. Meta tiene, al menos, dos grandes temas sobre la mesa. El primero es la demanda que enfrenta por parte de la Comisión Federal de Competencia (FTC, por sus siglas en inglés) por la adquisición de Instagram y WhatsApp en 2012 y 2014. La FTC argumenta que Meta (entonces Facebook) compró ambas plataformas para nulificar la competencia. Un resultado negativo para Meta podría implicar la obligación de vender estas empresas.

En segundo lugar, Meta también mira con ansias la prohibición de TikTok en Estados Unidos, que entró en vigor el 19 de enero. La medida, que tiene como argumento de fondo la recolección de datos de ciudadanos estadounidenses por parte de una nación hostil (China), podría ser también un premio indirecto para Meta, que vería debilitado a uno de sus principales competidores; aunque aún se respira incertidumbre después de que Trump ha discutido el caso con el mandatario chino Xi Jinping y ante la posibilidad de que TikTok pueda vender su unidad en Estados Unidos a —¡adivinaron!— Elon Musk.

Un ejemplo similar es el de Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, quien en 2016 calificaba a Trump como “no apto para gobernar y un riesgo para la seguridad nacional”. Altman donó, de su propio bolsillo, un millón de dólares para la toma de protesta, lo que le granjeó críticas por parte de los demócratas, quienes lo acusan de tratar de obtener un trato favorable. “El presidente Trump liderará a nuestro país en la era de la inteligencia artificial y estoy deseoso de apoyar sus esfuerzos para asegurar que Estados Unidos permanezca en la delantera”, señaló Altman en un comunicado.

Al igual que otras empresas tecnológicas, OpenAI ha sido afectada por los esfuerzos regulatorios recientes en torno al desarrollo de la inteligencia artificial. En 2023, el presidente Biden emitió una orden ejecutiva que impone, entre otras, salvaguardas de privacidad, transparencia y rendición de cuentas para los sistemas automatizados. Altman pertenece al grupo de empresarios tecnológicos que percibe las regulaciones como una sobrecarga burocrática y un freno a la innovación —un patrón común en Silicon Valley—, por lo que apuesta a que Trump deshará la orden ejecutiva para darle rienda suelta a sus ambiciones

A la lista podemos sumar más coincidencias: Apple, Amazon, Meta y Google —todos donantes de la toma de protesta— enfrentan sendos juicios por prácticas anticompetencia. Google, por ejemplo, perdió en 2024 una demanda ante el Departamento de Justicia (DOJ, por sus siglas en inglés) por haber monopolizado ilegalmente el mercado de búsquedas en línea. La FTC mantiene otro litigio abierto contra Amazon por presunta manipulación de precios, mientras que Apple fue demandada por el DOJ por violar las leyes antimonopolio con su ecosistema cerrado de aplicaciones. 

Los multimillonarios de Silicon Valley han identificado en Trump una oportunidad para evadir las consecuencias legales de sus acciones pasadas, deshacerse de regulaciones inoportunas y cerrar nuevas oportunidades de negocio, a costa de los derechos de sus usuarios, como la privacidad, la libertad de expresión o la libre competencia. Están dispuestos a alinearse a la política autoritaria y a la retórica fascista, dispuestos a sacrificar hasta a sus propios trabajadores, con tal de ganarse las canonjías del poder político. Quizá por eso les dolió tanto el cartón de Telnaes, por eso no dejaron que se publicara: no era una caricatura, sino un espejo.

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Las empresas tecnológicas que alguna vez opusieron resistencia a la retórica antiderechos del presidente de Estados Unidos, hoy se inclinan hacia el ala más conservadora en busca de sus propios beneficios.

Ann Telnaes, caricaturista editorial de The Washington Post y ganadora del Premio Pulitzer, presentó su renuncia al diario después de que su editor se negara a publicar su último trabajo. En la imagen, tres magnates de Silicon Valley —Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta) y Sam Altman (OpenAI)— sostienen sacos de dinero postrados ante la figura de Donald Trump, en alusión a los millones de dólares en donativos que estos personajes han desembolsado para la toma de protesta.

La censura al cartón de Telnaes no es fortuita, sino una muestra más de la pleitesía, casi sumisión, con la que las grandes empresas tecnológicas han respondido al regreso de Trump a la Casa Blanca. El Washington Post, propiedad de Bezos, también boicoteó la publicación de una carta de apoyo a la candidata demócrata Kamala Harris, maniobra que le costó casi 200 000 mil suscriptores a la versión digital del periódico.

En ambos casos, el Post argumentó que la decisión no se relaciona con los intereses de su dueño. En el caso del endoso a Harris, el argumento fue que el diario “regresaba a sus raíces” al no pronunciarse por ningún candidato. Sobre la caricatura cancelada, el editor de Telnaes simplemente dijo que la autora “estaba siendo repetitiva”. Entre tanto, Bezos había asistido en diciembre de 2024 a la residencia de Trump, en Mar-a-lago, por intercesión de Elon Musk, otro magnate tecnológico.

Otro de los aludidos, Mark Zuckerberg, fundador y director ejecutivo de Meta —conglomerado que agrupa a Facebook, Instagram, WhatsApp y Threads— emitió a principio de enero un mensaje en el que anunció, entre otras cosas, cambios mayores a las políticas de moderación de contenido de sus plataformas. Entre las medidas, destacó la eliminación de su equipo de verificación , cuya tarea era aportar información factual que, a menudo, contradecía los dichos de Trump o sus partidarios. De igual forma, anunció la reubicación de sus equipos de moderación de California a Texas, un estado históricamente conservador, pero que la empresa considera “un lugar donde hay menos preocupación por los sesgos”.

También te puede interesar leer esta reflexión de Juan Villoro: El fin de la inteligencia: humanos con caducidad

Sin sutilezas, Zuckerberg lanzó un mensaje de apoyo total a Trump, asegurando que trabajarán de su lado para “combatir a los gobiernos alrededor del mundo que van contra las empresas estadounidenses y empujan por mayor censura”. El director de Meta se sumó a la retórica presidencial al acusar que la Unión Europea “está institucionalizando la censura”, que en América Latina “hay cortes secretas que ordenan silenciosamente que se bajen contenidos”, y que China “censura nuestras aplicaciones incluso para funcionar en su país”. Además, señaló a la administración saliente, diciendo que el propio gobierno de Biden “ha impulsado la censura”.

“Una de las grandes diferencias entre mi primer término es que todos estaban peleando conmigo; en este mandato, todos quieren ser mis amigos”, dijo Trump en su primera rueda de prensa tras la elección, al referirse a los acercamientos de numerosos empresarios. Automotrices, farmacéuticas, financieras y, por supuesto, las grandes tecnológicas, ahora buscan el favor de un hombre que regresa a la Casa Blanca con ánimos de represalia.

La “guerra cultural” de Trump

 

Ocho años han pasado desde que Trump sacudió al mundo al asumir la presidencia de Estados Unidos por primera vez. Su forma agresiva —y errática— de gobernar durante esos cuatro años —con una pandemia de por medio— dejó sensaciones encontradas en la sociedad estadounidense. Más allá de su desempeño, su controversial figura desató lo que se ha calificado como “una guerra cultural” entre posturas liberales y conservadoras, especialmente frente a temas de justicia social, tensión racial, diversidad sexual o derecho al aborto.

Dentro de esta confrontación de discursos, las plataformas digitales jugaron un rol crucial. Como mencionó Zuckerberg en su último mensaje, la elección de 2016 evidenció los riesgos de la desinformación para la democracia. Facebook, por ejemplo, cargó con el peso del escándalo de Cambridge Analytica, donde la explotación de datos habría sido instrumental para perfilar a los usuarios de la plataforma y diseñar narrativas que alimentaron la desinformación en favor de las posturas más rígidas de Trump.

La respuesta de las empresas de internet fueron iniciativas como la verificación de información y una mayor moderación de contenidos, especialmente sobre los discursos de odio, que el ala más conservadora percibió como una policía del pensamiento. Natasha Lennard, columnista de The Intercept, señala que los grupos de derecha lograron aprovechar estas condiciones para crear una narrativa efectiva de victimización, bajo una supuesta censura cometida por las plataformas digitales.

El rompimiento definitivo vino con el vergonzoso episodio del asedio al Capitolio, el 6 de enero de 2021, cuando Trump —quien había fabricado una teoría de conspiración en torno a un fraude electoral— inflamó a sus seguidores desde sus redes sociales y detonó los disturbios. Twitter y Facebook cerraron filas para expulsar al mandatario de sus plataformas, a lo que Trump respondió aislándose en Truth Social —su propia red social descentralizada—, esperando pacientemente desde el destierro.

Después del incidente en Washington —y con múltiples procesos judiciales a cuestas—, la carrera política de Donald Trump parecía condenada a la ignominia. Sin embargo, la huella de su presidencia ya se había hecho presente con el fortalecimiento de las posturas conservadoras en Estados Unidos más allá de sus simpatizantes: basta recordar la abolición de Roe v. Wade —relacionada con el derecho al aborto—, la aceptación de una retórica antiderechos, el rechazo a las acciones afirmativas, el boicot a obras que abordaran la diversidad y la teoría de la sustitución.

Así, con el caldo de cultivo propicio, aunado a la percepción de una presidencia débil con Joe Biden al frente, se allanó el camino para que Trump lograra su regreso. Mientras que, en 2016, el resultado sorprendía a los analistas políticas —y al mundo en general—, el triunfo de 2024 fue avasallador.

 

Elon Musk: el billonario detrás del telón

 

El retorno de la administración trumpista no puede explicarse sin la entrada del multimillonario Elon Musk en la vida política de Estados Unidos. Considerado la persona más rica del mundo —según la revista Forbes— Musk ha sabido capitalizar sus empresas tecnológicas (Tesla, SpaceX) con una combinación de especulación financiera, desdén por las regulaciones y contratos gubernamentales. En abril de 2022, Musk compró Twitter con una agresiva oferta de 43 000 millones de dólares, en una movida que rebalanceó el ecosistema de las plataformas digitales.

Las primeras acciones de Musk al frente de Twitter —a la que renombró X en 2023— apuntaron a cambios radicales en la moderación de contenidos —incluyendo la prohibición de la palabra cisgénero— y la comercialización de perfiles verificados, lo que ha favorecido la proliferación de discursos hostiles y posturas antiderechos. Musk ha justificado sus decisiones como una forma de “eliminar el virus woke. A pesar de que el multimillonario se autoproclama un “absolutista de la libertad de expresión”, estos cambios en la plataforma van en el sentido contrario.

Los ajustes de Musk al frente de X alejaron a los grandes anunciantes, pero su apuesta nunca fue la sostenibilidad económica, sino la creación de un espacio de propaganda que replique y amplifique sus propias creencias y posturas políticas. Musk ya había probado la efectividad de la manipulación de la plataforma cuando, en 2018, infló artificialmente las acciones de Tesla con una serie de tuits sobre supuestas inversiones que tenía aseguradas.

Quizá el caso más revelador es la confrontación que Musk mantuvo con el Supremo Tribunal Federal de Brasil, en concreto, con el juez Alexandre de Moraes. Similar al asedio del Capitolio, el 8 de enero de 2023, un grupo de simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro irrumpió violentamente en la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia. La justicia brasileña pidió a X que bloqueara las cuentas de siete personas implicadas, incluyendo algunos funcionarios públicos, por incitar a la violencia y difundir noticias falsas.

Musk se rehusó a acatar las órdenes, cerrando incluso las oficinas de la empresa en Brasil. El magistrado de Moraes escaló el conflicto, ordenando el bloqueo total de X y una multa diaria de 50 000 mil reales a cualquier usuario que utilizara una VPN para usar la plataforma. Después de semanas de tensión, Musk cedió calladamente y obedeció los requerimientos de bloqueo de cuentas. Por ello, cuando Zuckerberg criticó en su mensaje a las “cortes secretas en América Latina”, estaba tirando un dardo en esa dirección.

Musk nunca ocultó su apoyo a Bolsonaro, a quien visitó en 2022 para cerrar un acuerdo con Starlink, su empresa de Internet satelital. Como explica el periodista Bernardo Gutiérrez, los negocios de Musk crecieron durante la administración bolsonarista, con contratos irregulares y privilegios frente a la competencia. Bolsonaro incluso se comprometió a facilitar el Centro Espacial de Alcántara como una base de lanzamiento para SpaceX. La reacción de Musk hacia el Tribunal brasileño dista de un mero berrinche, sino que fue la consecuencia del freno impuesto a sus intereses geopolíticos, entre ellos, la explotación del litio de Minas Gerais.

Con X, Musk utilizó su altavoz para hacer campaña en favor de Trump por diferentes frentes, desde ajustar el algoritmo para beneficiar sus propias publicaciones hasta rifar un millón de dólares entre votantes registrados en Pensilvania, uno de los estados clave para la elección. El apoyo a la campaña fue bien recompensado por Trump, quien apuntó a Musk al frente de una nueva agencia, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), cuyo mandato es recortar el aparato de gobierno para eficientar el gasto público. DOGE, por cierto, comparte nombre con una criptomoneda basada en un meme, de la cual Musk es principal inversionista y, con sus publicaciones en X, también su mayor especulador.

Desde esa nueva posición de poder, Musk se ha convertido en un intermediario valioso de Trump, con acceso casi ilimitado al presidente. Los magnates de Silicon Valley entienden este nuevo balance de poder y han optado por halagar al nuevo mandatario. Meta, Amazon, Apple, Google, OpenAI, entre otros, se han acercado con jugosos donativos para la toma de protesta de Trump, con la esperanza de ganar el favor —o al menos, mitigar el rencor— del nuevo habitante de la sala Oval, aunque en el camino deban tirar por la borda sus principios o el bienestar de los usuarios de sus plataformas. 

Amor con amor se paga

En 2021, la expulsión de Trump de Facebook tras los disturbios del Capitolio dejó al político con un profundo resentimiento en contra de Zuckerberg. Aunque la plataforma revocó la suspensión de la cuenta en 2023, Trump nunca volvió a ocupar ese espacio. Al contrario, desde su exilio, el entonces expresidente se dedicó a criticar al fundador de Meta, al que incluso llamó “criminal” por haber donado 400 millones de dólares para la adquisición de mascarillas y material sanitario que utilizaron los funcionarios de casilla en la elección de 2020 en Estados Unidos.

El cambio de postura de Meta sobre la verificación de información y la moderación de contenidos ha sido interpretado como un intento desesperado por la reconciliación con Trump. Entre las nuevas directrices destaca que las plataformas de Meta “se desharán de un montón de restricciones en temas como migración y género que están desfasadas del discurso predominante”. Zuckerberg acusó que lo que comenzó como un movimiento por la inclusión “ha sido cada vez más usado para cancelar opiniones y acallar a personas con diferentes ideas”, repitiendo uno de los mantras preferidos por las voces conservadoras.

Esta nueva permisividad incluye que los usuarios de Meta puedan calificar a las personas LGBT+ como “enfermas mentales” o decir que “los migrantes son un pedazo de mierda”, según documentos de entrenamiento filtrados. Estos ajustes han sido percibidos como una forma de normalizar la retórica de Trump, por ejemplo, respecto de políticas públicas como las deportaciones masivas de migrantes. Los expertos consideran que, al permitir que estos discursos racistas, xenófobos y homofóbicos proliferen libremente en las plataformas, se incrementa el riesgo de la incitación a la violencia, la deshumanización y el odio.

También puedes leer el ensayo ¿Los androides sueñan con quitarme el trabajo?

Sin embargo, la rendición de Zuckerberg ante el proyecto de Trump va más allá de una simple disculpa. Como el caso de Musk ilustra, los intereses políticos y económicos de las Big Tech dictan sus movimientos. Meta tiene, al menos, dos grandes temas sobre la mesa. El primero es la demanda que enfrenta por parte de la Comisión Federal de Competencia (FTC, por sus siglas en inglés) por la adquisición de Instagram y WhatsApp en 2012 y 2014. La FTC argumenta que Meta (entonces Facebook) compró ambas plataformas para nulificar la competencia. Un resultado negativo para Meta podría implicar la obligación de vender estas empresas.

En segundo lugar, Meta también mira con ansias la prohibición de TikTok en Estados Unidos, que entró en vigor el 19 de enero. La medida, que tiene como argumento de fondo la recolección de datos de ciudadanos estadounidenses por parte de una nación hostil (China), podría ser también un premio indirecto para Meta, que vería debilitado a uno de sus principales competidores; aunque aún se respira incertidumbre después de que Trump ha discutido el caso con el mandatario chino Xi Jinping y ante la posibilidad de que TikTok pueda vender su unidad en Estados Unidos a —¡adivinaron!— Elon Musk.

Un ejemplo similar es el de Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, quien en 2016 calificaba a Trump como “no apto para gobernar y un riesgo para la seguridad nacional”. Altman donó, de su propio bolsillo, un millón de dólares para la toma de protesta, lo que le granjeó críticas por parte de los demócratas, quienes lo acusan de tratar de obtener un trato favorable. “El presidente Trump liderará a nuestro país en la era de la inteligencia artificial y estoy deseoso de apoyar sus esfuerzos para asegurar que Estados Unidos permanezca en la delantera”, señaló Altman en un comunicado.

Al igual que otras empresas tecnológicas, OpenAI ha sido afectada por los esfuerzos regulatorios recientes en torno al desarrollo de la inteligencia artificial. En 2023, el presidente Biden emitió una orden ejecutiva que impone, entre otras, salvaguardas de privacidad, transparencia y rendición de cuentas para los sistemas automatizados. Altman pertenece al grupo de empresarios tecnológicos que percibe las regulaciones como una sobrecarga burocrática y un freno a la innovación —un patrón común en Silicon Valley—, por lo que apuesta a que Trump deshará la orden ejecutiva para darle rienda suelta a sus ambiciones

A la lista podemos sumar más coincidencias: Apple, Amazon, Meta y Google —todos donantes de la toma de protesta— enfrentan sendos juicios por prácticas anticompetencia. Google, por ejemplo, perdió en 2024 una demanda ante el Departamento de Justicia (DOJ, por sus siglas en inglés) por haber monopolizado ilegalmente el mercado de búsquedas en línea. La FTC mantiene otro litigio abierto contra Amazon por presunta manipulación de precios, mientras que Apple fue demandada por el DOJ por violar las leyes antimonopolio con su ecosistema cerrado de aplicaciones. 

Los multimillonarios de Silicon Valley han identificado en Trump una oportunidad para evadir las consecuencias legales de sus acciones pasadas, deshacerse de regulaciones inoportunas y cerrar nuevas oportunidades de negocio, a costa de los derechos de sus usuarios, como la privacidad, la libertad de expresión o la libre competencia. Están dispuestos a alinearse a la política autoritaria y a la retórica fascista, dispuestos a sacrificar hasta a sus propios trabajadores, con tal de ganarse las canonjías del poder político. Quizá por eso les dolió tanto el cartón de Telnaes, por eso no dejaron que se publicara: no era una caricatura, sino un espejo.

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Las empresas tecnológicas que alguna vez opusieron resistencia a la retórica antiderechos del presidente de Estados Unidos, hoy se inclinan hacia el ala más conservadora en busca de sus propios beneficios.

Ann Telnaes, caricaturista editorial de The Washington Post y ganadora del Premio Pulitzer, presentó su renuncia al diario después de que su editor se negara a publicar su último trabajo. En la imagen, tres magnates de Silicon Valley —Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta) y Sam Altman (OpenAI)— sostienen sacos de dinero postrados ante la figura de Donald Trump, en alusión a los millones de dólares en donativos que estos personajes han desembolsado para la toma de protesta.

La censura al cartón de Telnaes no es fortuita, sino una muestra más de la pleitesía, casi sumisión, con la que las grandes empresas tecnológicas han respondido al regreso de Trump a la Casa Blanca. El Washington Post, propiedad de Bezos, también boicoteó la publicación de una carta de apoyo a la candidata demócrata Kamala Harris, maniobra que le costó casi 200 000 mil suscriptores a la versión digital del periódico.

En ambos casos, el Post argumentó que la decisión no se relaciona con los intereses de su dueño. En el caso del endoso a Harris, el argumento fue que el diario “regresaba a sus raíces” al no pronunciarse por ningún candidato. Sobre la caricatura cancelada, el editor de Telnaes simplemente dijo que la autora “estaba siendo repetitiva”. Entre tanto, Bezos había asistido en diciembre de 2024 a la residencia de Trump, en Mar-a-lago, por intercesión de Elon Musk, otro magnate tecnológico.

Otro de los aludidos, Mark Zuckerberg, fundador y director ejecutivo de Meta —conglomerado que agrupa a Facebook, Instagram, WhatsApp y Threads— emitió a principio de enero un mensaje en el que anunció, entre otras cosas, cambios mayores a las políticas de moderación de contenido de sus plataformas. Entre las medidas, destacó la eliminación de su equipo de verificación , cuya tarea era aportar información factual que, a menudo, contradecía los dichos de Trump o sus partidarios. De igual forma, anunció la reubicación de sus equipos de moderación de California a Texas, un estado históricamente conservador, pero que la empresa considera “un lugar donde hay menos preocupación por los sesgos”.

También te puede interesar leer esta reflexión de Juan Villoro: El fin de la inteligencia: humanos con caducidad

Sin sutilezas, Zuckerberg lanzó un mensaje de apoyo total a Trump, asegurando que trabajarán de su lado para “combatir a los gobiernos alrededor del mundo que van contra las empresas estadounidenses y empujan por mayor censura”. El director de Meta se sumó a la retórica presidencial al acusar que la Unión Europea “está institucionalizando la censura”, que en América Latina “hay cortes secretas que ordenan silenciosamente que se bajen contenidos”, y que China “censura nuestras aplicaciones incluso para funcionar en su país”. Además, señaló a la administración saliente, diciendo que el propio gobierno de Biden “ha impulsado la censura”.

“Una de las grandes diferencias entre mi primer término es que todos estaban peleando conmigo; en este mandato, todos quieren ser mis amigos”, dijo Trump en su primera rueda de prensa tras la elección, al referirse a los acercamientos de numerosos empresarios. Automotrices, farmacéuticas, financieras y, por supuesto, las grandes tecnológicas, ahora buscan el favor de un hombre que regresa a la Casa Blanca con ánimos de represalia.

La “guerra cultural” de Trump

 

Ocho años han pasado desde que Trump sacudió al mundo al asumir la presidencia de Estados Unidos por primera vez. Su forma agresiva —y errática— de gobernar durante esos cuatro años —con una pandemia de por medio— dejó sensaciones encontradas en la sociedad estadounidense. Más allá de su desempeño, su controversial figura desató lo que se ha calificado como “una guerra cultural” entre posturas liberales y conservadoras, especialmente frente a temas de justicia social, tensión racial, diversidad sexual o derecho al aborto.

Dentro de esta confrontación de discursos, las plataformas digitales jugaron un rol crucial. Como mencionó Zuckerberg en su último mensaje, la elección de 2016 evidenció los riesgos de la desinformación para la democracia. Facebook, por ejemplo, cargó con el peso del escándalo de Cambridge Analytica, donde la explotación de datos habría sido instrumental para perfilar a los usuarios de la plataforma y diseñar narrativas que alimentaron la desinformación en favor de las posturas más rígidas de Trump.

La respuesta de las empresas de internet fueron iniciativas como la verificación de información y una mayor moderación de contenidos, especialmente sobre los discursos de odio, que el ala más conservadora percibió como una policía del pensamiento. Natasha Lennard, columnista de The Intercept, señala que los grupos de derecha lograron aprovechar estas condiciones para crear una narrativa efectiva de victimización, bajo una supuesta censura cometida por las plataformas digitales.

El rompimiento definitivo vino con el vergonzoso episodio del asedio al Capitolio, el 6 de enero de 2021, cuando Trump —quien había fabricado una teoría de conspiración en torno a un fraude electoral— inflamó a sus seguidores desde sus redes sociales y detonó los disturbios. Twitter y Facebook cerraron filas para expulsar al mandatario de sus plataformas, a lo que Trump respondió aislándose en Truth Social —su propia red social descentralizada—, esperando pacientemente desde el destierro.

Después del incidente en Washington —y con múltiples procesos judiciales a cuestas—, la carrera política de Donald Trump parecía condenada a la ignominia. Sin embargo, la huella de su presidencia ya se había hecho presente con el fortalecimiento de las posturas conservadoras en Estados Unidos más allá de sus simpatizantes: basta recordar la abolición de Roe v. Wade —relacionada con el derecho al aborto—, la aceptación de una retórica antiderechos, el rechazo a las acciones afirmativas, el boicot a obras que abordaran la diversidad y la teoría de la sustitución.

Así, con el caldo de cultivo propicio, aunado a la percepción de una presidencia débil con Joe Biden al frente, se allanó el camino para que Trump lograra su regreso. Mientras que, en 2016, el resultado sorprendía a los analistas políticas —y al mundo en general—, el triunfo de 2024 fue avasallador.

 

Elon Musk: el billonario detrás del telón

 

El retorno de la administración trumpista no puede explicarse sin la entrada del multimillonario Elon Musk en la vida política de Estados Unidos. Considerado la persona más rica del mundo —según la revista Forbes— Musk ha sabido capitalizar sus empresas tecnológicas (Tesla, SpaceX) con una combinación de especulación financiera, desdén por las regulaciones y contratos gubernamentales. En abril de 2022, Musk compró Twitter con una agresiva oferta de 43 000 millones de dólares, en una movida que rebalanceó el ecosistema de las plataformas digitales.

Las primeras acciones de Musk al frente de Twitter —a la que renombró X en 2023— apuntaron a cambios radicales en la moderación de contenidos —incluyendo la prohibición de la palabra cisgénero— y la comercialización de perfiles verificados, lo que ha favorecido la proliferación de discursos hostiles y posturas antiderechos. Musk ha justificado sus decisiones como una forma de “eliminar el virus woke. A pesar de que el multimillonario se autoproclama un “absolutista de la libertad de expresión”, estos cambios en la plataforma van en el sentido contrario.

Los ajustes de Musk al frente de X alejaron a los grandes anunciantes, pero su apuesta nunca fue la sostenibilidad económica, sino la creación de un espacio de propaganda que replique y amplifique sus propias creencias y posturas políticas. Musk ya había probado la efectividad de la manipulación de la plataforma cuando, en 2018, infló artificialmente las acciones de Tesla con una serie de tuits sobre supuestas inversiones que tenía aseguradas.

Quizá el caso más revelador es la confrontación que Musk mantuvo con el Supremo Tribunal Federal de Brasil, en concreto, con el juez Alexandre de Moraes. Similar al asedio del Capitolio, el 8 de enero de 2023, un grupo de simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro irrumpió violentamente en la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia. La justicia brasileña pidió a X que bloqueara las cuentas de siete personas implicadas, incluyendo algunos funcionarios públicos, por incitar a la violencia y difundir noticias falsas.

Musk se rehusó a acatar las órdenes, cerrando incluso las oficinas de la empresa en Brasil. El magistrado de Moraes escaló el conflicto, ordenando el bloqueo total de X y una multa diaria de 50 000 mil reales a cualquier usuario que utilizara una VPN para usar la plataforma. Después de semanas de tensión, Musk cedió calladamente y obedeció los requerimientos de bloqueo de cuentas. Por ello, cuando Zuckerberg criticó en su mensaje a las “cortes secretas en América Latina”, estaba tirando un dardo en esa dirección.

Musk nunca ocultó su apoyo a Bolsonaro, a quien visitó en 2022 para cerrar un acuerdo con Starlink, su empresa de Internet satelital. Como explica el periodista Bernardo Gutiérrez, los negocios de Musk crecieron durante la administración bolsonarista, con contratos irregulares y privilegios frente a la competencia. Bolsonaro incluso se comprometió a facilitar el Centro Espacial de Alcántara como una base de lanzamiento para SpaceX. La reacción de Musk hacia el Tribunal brasileño dista de un mero berrinche, sino que fue la consecuencia del freno impuesto a sus intereses geopolíticos, entre ellos, la explotación del litio de Minas Gerais.

Con X, Musk utilizó su altavoz para hacer campaña en favor de Trump por diferentes frentes, desde ajustar el algoritmo para beneficiar sus propias publicaciones hasta rifar un millón de dólares entre votantes registrados en Pensilvania, uno de los estados clave para la elección. El apoyo a la campaña fue bien recompensado por Trump, quien apuntó a Musk al frente de una nueva agencia, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), cuyo mandato es recortar el aparato de gobierno para eficientar el gasto público. DOGE, por cierto, comparte nombre con una criptomoneda basada en un meme, de la cual Musk es principal inversionista y, con sus publicaciones en X, también su mayor especulador.

Desde esa nueva posición de poder, Musk se ha convertido en un intermediario valioso de Trump, con acceso casi ilimitado al presidente. Los magnates de Silicon Valley entienden este nuevo balance de poder y han optado por halagar al nuevo mandatario. Meta, Amazon, Apple, Google, OpenAI, entre otros, se han acercado con jugosos donativos para la toma de protesta de Trump, con la esperanza de ganar el favor —o al menos, mitigar el rencor— del nuevo habitante de la sala Oval, aunque en el camino deban tirar por la borda sus principios o el bienestar de los usuarios de sus plataformas. 

Amor con amor se paga

En 2021, la expulsión de Trump de Facebook tras los disturbios del Capitolio dejó al político con un profundo resentimiento en contra de Zuckerberg. Aunque la plataforma revocó la suspensión de la cuenta en 2023, Trump nunca volvió a ocupar ese espacio. Al contrario, desde su exilio, el entonces expresidente se dedicó a criticar al fundador de Meta, al que incluso llamó “criminal” por haber donado 400 millones de dólares para la adquisición de mascarillas y material sanitario que utilizaron los funcionarios de casilla en la elección de 2020 en Estados Unidos.

El cambio de postura de Meta sobre la verificación de información y la moderación de contenidos ha sido interpretado como un intento desesperado por la reconciliación con Trump. Entre las nuevas directrices destaca que las plataformas de Meta “se desharán de un montón de restricciones en temas como migración y género que están desfasadas del discurso predominante”. Zuckerberg acusó que lo que comenzó como un movimiento por la inclusión “ha sido cada vez más usado para cancelar opiniones y acallar a personas con diferentes ideas”, repitiendo uno de los mantras preferidos por las voces conservadoras.

Esta nueva permisividad incluye que los usuarios de Meta puedan calificar a las personas LGBT+ como “enfermas mentales” o decir que “los migrantes son un pedazo de mierda”, según documentos de entrenamiento filtrados. Estos ajustes han sido percibidos como una forma de normalizar la retórica de Trump, por ejemplo, respecto de políticas públicas como las deportaciones masivas de migrantes. Los expertos consideran que, al permitir que estos discursos racistas, xenófobos y homofóbicos proliferen libremente en las plataformas, se incrementa el riesgo de la incitación a la violencia, la deshumanización y el odio.

También puedes leer el ensayo ¿Los androides sueñan con quitarme el trabajo?

Sin embargo, la rendición de Zuckerberg ante el proyecto de Trump va más allá de una simple disculpa. Como el caso de Musk ilustra, los intereses políticos y económicos de las Big Tech dictan sus movimientos. Meta tiene, al menos, dos grandes temas sobre la mesa. El primero es la demanda que enfrenta por parte de la Comisión Federal de Competencia (FTC, por sus siglas en inglés) por la adquisición de Instagram y WhatsApp en 2012 y 2014. La FTC argumenta que Meta (entonces Facebook) compró ambas plataformas para nulificar la competencia. Un resultado negativo para Meta podría implicar la obligación de vender estas empresas.

En segundo lugar, Meta también mira con ansias la prohibición de TikTok en Estados Unidos, que entró en vigor el 19 de enero. La medida, que tiene como argumento de fondo la recolección de datos de ciudadanos estadounidenses por parte de una nación hostil (China), podría ser también un premio indirecto para Meta, que vería debilitado a uno de sus principales competidores; aunque aún se respira incertidumbre después de que Trump ha discutido el caso con el mandatario chino Xi Jinping y ante la posibilidad de que TikTok pueda vender su unidad en Estados Unidos a —¡adivinaron!— Elon Musk.

Un ejemplo similar es el de Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, quien en 2016 calificaba a Trump como “no apto para gobernar y un riesgo para la seguridad nacional”. Altman donó, de su propio bolsillo, un millón de dólares para la toma de protesta, lo que le granjeó críticas por parte de los demócratas, quienes lo acusan de tratar de obtener un trato favorable. “El presidente Trump liderará a nuestro país en la era de la inteligencia artificial y estoy deseoso de apoyar sus esfuerzos para asegurar que Estados Unidos permanezca en la delantera”, señaló Altman en un comunicado.

Al igual que otras empresas tecnológicas, OpenAI ha sido afectada por los esfuerzos regulatorios recientes en torno al desarrollo de la inteligencia artificial. En 2023, el presidente Biden emitió una orden ejecutiva que impone, entre otras, salvaguardas de privacidad, transparencia y rendición de cuentas para los sistemas automatizados. Altman pertenece al grupo de empresarios tecnológicos que percibe las regulaciones como una sobrecarga burocrática y un freno a la innovación —un patrón común en Silicon Valley—, por lo que apuesta a que Trump deshará la orden ejecutiva para darle rienda suelta a sus ambiciones

A la lista podemos sumar más coincidencias: Apple, Amazon, Meta y Google —todos donantes de la toma de protesta— enfrentan sendos juicios por prácticas anticompetencia. Google, por ejemplo, perdió en 2024 una demanda ante el Departamento de Justicia (DOJ, por sus siglas en inglés) por haber monopolizado ilegalmente el mercado de búsquedas en línea. La FTC mantiene otro litigio abierto contra Amazon por presunta manipulación de precios, mientras que Apple fue demandada por el DOJ por violar las leyes antimonopolio con su ecosistema cerrado de aplicaciones. 

Los multimillonarios de Silicon Valley han identificado en Trump una oportunidad para evadir las consecuencias legales de sus acciones pasadas, deshacerse de regulaciones inoportunas y cerrar nuevas oportunidades de negocio, a costa de los derechos de sus usuarios, como la privacidad, la libertad de expresión o la libre competencia. Están dispuestos a alinearse a la política autoritaria y a la retórica fascista, dispuestos a sacrificar hasta a sus propios trabajadores, con tal de ganarse las canonjías del poder político. Quizá por eso les dolió tanto el cartón de Telnaes, por eso no dejaron que se publicara: no era una caricatura, sino un espejo.

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Silicon Valley a los pies de Trump

Silicon Valley a los pies de Trump

20
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01
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2025
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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Las empresas tecnológicas que alguna vez opusieron resistencia a la retórica antiderechos del presidente de Estados Unidos, hoy se inclinan hacia el ala más conservadora en busca de sus propios beneficios.

Ann Telnaes, caricaturista editorial de The Washington Post y ganadora del Premio Pulitzer, presentó su renuncia al diario después de que su editor se negara a publicar su último trabajo. En la imagen, tres magnates de Silicon Valley —Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta) y Sam Altman (OpenAI)— sostienen sacos de dinero postrados ante la figura de Donald Trump, en alusión a los millones de dólares en donativos que estos personajes han desembolsado para la toma de protesta.

La censura al cartón de Telnaes no es fortuita, sino una muestra más de la pleitesía, casi sumisión, con la que las grandes empresas tecnológicas han respondido al regreso de Trump a la Casa Blanca. El Washington Post, propiedad de Bezos, también boicoteó la publicación de una carta de apoyo a la candidata demócrata Kamala Harris, maniobra que le costó casi 200 000 mil suscriptores a la versión digital del periódico.

En ambos casos, el Post argumentó que la decisión no se relaciona con los intereses de su dueño. En el caso del endoso a Harris, el argumento fue que el diario “regresaba a sus raíces” al no pronunciarse por ningún candidato. Sobre la caricatura cancelada, el editor de Telnaes simplemente dijo que la autora “estaba siendo repetitiva”. Entre tanto, Bezos había asistido en diciembre de 2024 a la residencia de Trump, en Mar-a-lago, por intercesión de Elon Musk, otro magnate tecnológico.

Otro de los aludidos, Mark Zuckerberg, fundador y director ejecutivo de Meta —conglomerado que agrupa a Facebook, Instagram, WhatsApp y Threads— emitió a principio de enero un mensaje en el que anunció, entre otras cosas, cambios mayores a las políticas de moderación de contenido de sus plataformas. Entre las medidas, destacó la eliminación de su equipo de verificación , cuya tarea era aportar información factual que, a menudo, contradecía los dichos de Trump o sus partidarios. De igual forma, anunció la reubicación de sus equipos de moderación de California a Texas, un estado históricamente conservador, pero que la empresa considera “un lugar donde hay menos preocupación por los sesgos”.

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Sin sutilezas, Zuckerberg lanzó un mensaje de apoyo total a Trump, asegurando que trabajarán de su lado para “combatir a los gobiernos alrededor del mundo que van contra las empresas estadounidenses y empujan por mayor censura”. El director de Meta se sumó a la retórica presidencial al acusar que la Unión Europea “está institucionalizando la censura”, que en América Latina “hay cortes secretas que ordenan silenciosamente que se bajen contenidos”, y que China “censura nuestras aplicaciones incluso para funcionar en su país”. Además, señaló a la administración saliente, diciendo que el propio gobierno de Biden “ha impulsado la censura”.

“Una de las grandes diferencias entre mi primer término es que todos estaban peleando conmigo; en este mandato, todos quieren ser mis amigos”, dijo Trump en su primera rueda de prensa tras la elección, al referirse a los acercamientos de numerosos empresarios. Automotrices, farmacéuticas, financieras y, por supuesto, las grandes tecnológicas, ahora buscan el favor de un hombre que regresa a la Casa Blanca con ánimos de represalia.

La “guerra cultural” de Trump

 

Ocho años han pasado desde que Trump sacudió al mundo al asumir la presidencia de Estados Unidos por primera vez. Su forma agresiva —y errática— de gobernar durante esos cuatro años —con una pandemia de por medio— dejó sensaciones encontradas en la sociedad estadounidense. Más allá de su desempeño, su controversial figura desató lo que se ha calificado como “una guerra cultural” entre posturas liberales y conservadoras, especialmente frente a temas de justicia social, tensión racial, diversidad sexual o derecho al aborto.

Dentro de esta confrontación de discursos, las plataformas digitales jugaron un rol crucial. Como mencionó Zuckerberg en su último mensaje, la elección de 2016 evidenció los riesgos de la desinformación para la democracia. Facebook, por ejemplo, cargó con el peso del escándalo de Cambridge Analytica, donde la explotación de datos habría sido instrumental para perfilar a los usuarios de la plataforma y diseñar narrativas que alimentaron la desinformación en favor de las posturas más rígidas de Trump.

La respuesta de las empresas de internet fueron iniciativas como la verificación de información y una mayor moderación de contenidos, especialmente sobre los discursos de odio, que el ala más conservadora percibió como una policía del pensamiento. Natasha Lennard, columnista de The Intercept, señala que los grupos de derecha lograron aprovechar estas condiciones para crear una narrativa efectiva de victimización, bajo una supuesta censura cometida por las plataformas digitales.

El rompimiento definitivo vino con el vergonzoso episodio del asedio al Capitolio, el 6 de enero de 2021, cuando Trump —quien había fabricado una teoría de conspiración en torno a un fraude electoral— inflamó a sus seguidores desde sus redes sociales y detonó los disturbios. Twitter y Facebook cerraron filas para expulsar al mandatario de sus plataformas, a lo que Trump respondió aislándose en Truth Social —su propia red social descentralizada—, esperando pacientemente desde el destierro.

Después del incidente en Washington —y con múltiples procesos judiciales a cuestas—, la carrera política de Donald Trump parecía condenada a la ignominia. Sin embargo, la huella de su presidencia ya se había hecho presente con el fortalecimiento de las posturas conservadoras en Estados Unidos más allá de sus simpatizantes: basta recordar la abolición de Roe v. Wade —relacionada con el derecho al aborto—, la aceptación de una retórica antiderechos, el rechazo a las acciones afirmativas, el boicot a obras que abordaran la diversidad y la teoría de la sustitución.

Así, con el caldo de cultivo propicio, aunado a la percepción de una presidencia débil con Joe Biden al frente, se allanó el camino para que Trump lograra su regreso. Mientras que, en 2016, el resultado sorprendía a los analistas políticas —y al mundo en general—, el triunfo de 2024 fue avasallador.

 

Elon Musk: el billonario detrás del telón

 

El retorno de la administración trumpista no puede explicarse sin la entrada del multimillonario Elon Musk en la vida política de Estados Unidos. Considerado la persona más rica del mundo —según la revista Forbes— Musk ha sabido capitalizar sus empresas tecnológicas (Tesla, SpaceX) con una combinación de especulación financiera, desdén por las regulaciones y contratos gubernamentales. En abril de 2022, Musk compró Twitter con una agresiva oferta de 43 000 millones de dólares, en una movida que rebalanceó el ecosistema de las plataformas digitales.

Las primeras acciones de Musk al frente de Twitter —a la que renombró X en 2023— apuntaron a cambios radicales en la moderación de contenidos —incluyendo la prohibición de la palabra cisgénero— y la comercialización de perfiles verificados, lo que ha favorecido la proliferación de discursos hostiles y posturas antiderechos. Musk ha justificado sus decisiones como una forma de “eliminar el virus woke. A pesar de que el multimillonario se autoproclama un “absolutista de la libertad de expresión”, estos cambios en la plataforma van en el sentido contrario.

Los ajustes de Musk al frente de X alejaron a los grandes anunciantes, pero su apuesta nunca fue la sostenibilidad económica, sino la creación de un espacio de propaganda que replique y amplifique sus propias creencias y posturas políticas. Musk ya había probado la efectividad de la manipulación de la plataforma cuando, en 2018, infló artificialmente las acciones de Tesla con una serie de tuits sobre supuestas inversiones que tenía aseguradas.

Quizá el caso más revelador es la confrontación que Musk mantuvo con el Supremo Tribunal Federal de Brasil, en concreto, con el juez Alexandre de Moraes. Similar al asedio del Capitolio, el 8 de enero de 2023, un grupo de simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro irrumpió violentamente en la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia. La justicia brasileña pidió a X que bloqueara las cuentas de siete personas implicadas, incluyendo algunos funcionarios públicos, por incitar a la violencia y difundir noticias falsas.

Musk se rehusó a acatar las órdenes, cerrando incluso las oficinas de la empresa en Brasil. El magistrado de Moraes escaló el conflicto, ordenando el bloqueo total de X y una multa diaria de 50 000 mil reales a cualquier usuario que utilizara una VPN para usar la plataforma. Después de semanas de tensión, Musk cedió calladamente y obedeció los requerimientos de bloqueo de cuentas. Por ello, cuando Zuckerberg criticó en su mensaje a las “cortes secretas en América Latina”, estaba tirando un dardo en esa dirección.

Musk nunca ocultó su apoyo a Bolsonaro, a quien visitó en 2022 para cerrar un acuerdo con Starlink, su empresa de Internet satelital. Como explica el periodista Bernardo Gutiérrez, los negocios de Musk crecieron durante la administración bolsonarista, con contratos irregulares y privilegios frente a la competencia. Bolsonaro incluso se comprometió a facilitar el Centro Espacial de Alcántara como una base de lanzamiento para SpaceX. La reacción de Musk hacia el Tribunal brasileño dista de un mero berrinche, sino que fue la consecuencia del freno impuesto a sus intereses geopolíticos, entre ellos, la explotación del litio de Minas Gerais.

Con X, Musk utilizó su altavoz para hacer campaña en favor de Trump por diferentes frentes, desde ajustar el algoritmo para beneficiar sus propias publicaciones hasta rifar un millón de dólares entre votantes registrados en Pensilvania, uno de los estados clave para la elección. El apoyo a la campaña fue bien recompensado por Trump, quien apuntó a Musk al frente de una nueva agencia, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), cuyo mandato es recortar el aparato de gobierno para eficientar el gasto público. DOGE, por cierto, comparte nombre con una criptomoneda basada en un meme, de la cual Musk es principal inversionista y, con sus publicaciones en X, también su mayor especulador.

Desde esa nueva posición de poder, Musk se ha convertido en un intermediario valioso de Trump, con acceso casi ilimitado al presidente. Los magnates de Silicon Valley entienden este nuevo balance de poder y han optado por halagar al nuevo mandatario. Meta, Amazon, Apple, Google, OpenAI, entre otros, se han acercado con jugosos donativos para la toma de protesta de Trump, con la esperanza de ganar el favor —o al menos, mitigar el rencor— del nuevo habitante de la sala Oval, aunque en el camino deban tirar por la borda sus principios o el bienestar de los usuarios de sus plataformas. 

Amor con amor se paga

En 2021, la expulsión de Trump de Facebook tras los disturbios del Capitolio dejó al político con un profundo resentimiento en contra de Zuckerberg. Aunque la plataforma revocó la suspensión de la cuenta en 2023, Trump nunca volvió a ocupar ese espacio. Al contrario, desde su exilio, el entonces expresidente se dedicó a criticar al fundador de Meta, al que incluso llamó “criminal” por haber donado 400 millones de dólares para la adquisición de mascarillas y material sanitario que utilizaron los funcionarios de casilla en la elección de 2020 en Estados Unidos.

El cambio de postura de Meta sobre la verificación de información y la moderación de contenidos ha sido interpretado como un intento desesperado por la reconciliación con Trump. Entre las nuevas directrices destaca que las plataformas de Meta “se desharán de un montón de restricciones en temas como migración y género que están desfasadas del discurso predominante”. Zuckerberg acusó que lo que comenzó como un movimiento por la inclusión “ha sido cada vez más usado para cancelar opiniones y acallar a personas con diferentes ideas”, repitiendo uno de los mantras preferidos por las voces conservadoras.

Esta nueva permisividad incluye que los usuarios de Meta puedan calificar a las personas LGBT+ como “enfermas mentales” o decir que “los migrantes son un pedazo de mierda”, según documentos de entrenamiento filtrados. Estos ajustes han sido percibidos como una forma de normalizar la retórica de Trump, por ejemplo, respecto de políticas públicas como las deportaciones masivas de migrantes. Los expertos consideran que, al permitir que estos discursos racistas, xenófobos y homofóbicos proliferen libremente en las plataformas, se incrementa el riesgo de la incitación a la violencia, la deshumanización y el odio.

También puedes leer el ensayo ¿Los androides sueñan con quitarme el trabajo?

Sin embargo, la rendición de Zuckerberg ante el proyecto de Trump va más allá de una simple disculpa. Como el caso de Musk ilustra, los intereses políticos y económicos de las Big Tech dictan sus movimientos. Meta tiene, al menos, dos grandes temas sobre la mesa. El primero es la demanda que enfrenta por parte de la Comisión Federal de Competencia (FTC, por sus siglas en inglés) por la adquisición de Instagram y WhatsApp en 2012 y 2014. La FTC argumenta que Meta (entonces Facebook) compró ambas plataformas para nulificar la competencia. Un resultado negativo para Meta podría implicar la obligación de vender estas empresas.

En segundo lugar, Meta también mira con ansias la prohibición de TikTok en Estados Unidos, que entró en vigor el 19 de enero. La medida, que tiene como argumento de fondo la recolección de datos de ciudadanos estadounidenses por parte de una nación hostil (China), podría ser también un premio indirecto para Meta, que vería debilitado a uno de sus principales competidores; aunque aún se respira incertidumbre después de que Trump ha discutido el caso con el mandatario chino Xi Jinping y ante la posibilidad de que TikTok pueda vender su unidad en Estados Unidos a —¡adivinaron!— Elon Musk.

Un ejemplo similar es el de Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, quien en 2016 calificaba a Trump como “no apto para gobernar y un riesgo para la seguridad nacional”. Altman donó, de su propio bolsillo, un millón de dólares para la toma de protesta, lo que le granjeó críticas por parte de los demócratas, quienes lo acusan de tratar de obtener un trato favorable. “El presidente Trump liderará a nuestro país en la era de la inteligencia artificial y estoy deseoso de apoyar sus esfuerzos para asegurar que Estados Unidos permanezca en la delantera”, señaló Altman en un comunicado.

Al igual que otras empresas tecnológicas, OpenAI ha sido afectada por los esfuerzos regulatorios recientes en torno al desarrollo de la inteligencia artificial. En 2023, el presidente Biden emitió una orden ejecutiva que impone, entre otras, salvaguardas de privacidad, transparencia y rendición de cuentas para los sistemas automatizados. Altman pertenece al grupo de empresarios tecnológicos que percibe las regulaciones como una sobrecarga burocrática y un freno a la innovación —un patrón común en Silicon Valley—, por lo que apuesta a que Trump deshará la orden ejecutiva para darle rienda suelta a sus ambiciones

A la lista podemos sumar más coincidencias: Apple, Amazon, Meta y Google —todos donantes de la toma de protesta— enfrentan sendos juicios por prácticas anticompetencia. Google, por ejemplo, perdió en 2024 una demanda ante el Departamento de Justicia (DOJ, por sus siglas en inglés) por haber monopolizado ilegalmente el mercado de búsquedas en línea. La FTC mantiene otro litigio abierto contra Amazon por presunta manipulación de precios, mientras que Apple fue demandada por el DOJ por violar las leyes antimonopolio con su ecosistema cerrado de aplicaciones. 

Los multimillonarios de Silicon Valley han identificado en Trump una oportunidad para evadir las consecuencias legales de sus acciones pasadas, deshacerse de regulaciones inoportunas y cerrar nuevas oportunidades de negocio, a costa de los derechos de sus usuarios, como la privacidad, la libertad de expresión o la libre competencia. Están dispuestos a alinearse a la política autoritaria y a la retórica fascista, dispuestos a sacrificar hasta a sus propios trabajadores, con tal de ganarse las canonjías del poder político. Quizá por eso les dolió tanto el cartón de Telnaes, por eso no dejaron que se publicara: no era una caricatura, sino un espejo.

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Los multimillonarios de Silicon Valley han identificado en Trump una oportunidad para evadir las consecuencias legales de sus acciones pasadas, deshacerse de regulaciones inoportunas y cerrar nuevas oportunidades de negocio

Silicon Valley a los pies de Trump

Silicon Valley a los pies de Trump

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Las empresas tecnológicas que alguna vez opusieron resistencia a la retórica antiderechos del presidente de Estados Unidos, hoy se inclinan hacia el ala más conservadora en busca de sus propios beneficios.

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Realización de
Ilustración de
Traducción de

Ann Telnaes, caricaturista editorial de The Washington Post y ganadora del Premio Pulitzer, presentó su renuncia al diario después de que su editor se negara a publicar su último trabajo. En la imagen, tres magnates de Silicon Valley —Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta) y Sam Altman (OpenAI)— sostienen sacos de dinero postrados ante la figura de Donald Trump, en alusión a los millones de dólares en donativos que estos personajes han desembolsado para la toma de protesta.

La censura al cartón de Telnaes no es fortuita, sino una muestra más de la pleitesía, casi sumisión, con la que las grandes empresas tecnológicas han respondido al regreso de Trump a la Casa Blanca. El Washington Post, propiedad de Bezos, también boicoteó la publicación de una carta de apoyo a la candidata demócrata Kamala Harris, maniobra que le costó casi 200 000 mil suscriptores a la versión digital del periódico.

En ambos casos, el Post argumentó que la decisión no se relaciona con los intereses de su dueño. En el caso del endoso a Harris, el argumento fue que el diario “regresaba a sus raíces” al no pronunciarse por ningún candidato. Sobre la caricatura cancelada, el editor de Telnaes simplemente dijo que la autora “estaba siendo repetitiva”. Entre tanto, Bezos había asistido en diciembre de 2024 a la residencia de Trump, en Mar-a-lago, por intercesión de Elon Musk, otro magnate tecnológico.

Otro de los aludidos, Mark Zuckerberg, fundador y director ejecutivo de Meta —conglomerado que agrupa a Facebook, Instagram, WhatsApp y Threads— emitió a principio de enero un mensaje en el que anunció, entre otras cosas, cambios mayores a las políticas de moderación de contenido de sus plataformas. Entre las medidas, destacó la eliminación de su equipo de verificación , cuya tarea era aportar información factual que, a menudo, contradecía los dichos de Trump o sus partidarios. De igual forma, anunció la reubicación de sus equipos de moderación de California a Texas, un estado históricamente conservador, pero que la empresa considera “un lugar donde hay menos preocupación por los sesgos”.

También te puede interesar leer esta reflexión de Juan Villoro: El fin de la inteligencia: humanos con caducidad

Sin sutilezas, Zuckerberg lanzó un mensaje de apoyo total a Trump, asegurando que trabajarán de su lado para “combatir a los gobiernos alrededor del mundo que van contra las empresas estadounidenses y empujan por mayor censura”. El director de Meta se sumó a la retórica presidencial al acusar que la Unión Europea “está institucionalizando la censura”, que en América Latina “hay cortes secretas que ordenan silenciosamente que se bajen contenidos”, y que China “censura nuestras aplicaciones incluso para funcionar en su país”. Además, señaló a la administración saliente, diciendo que el propio gobierno de Biden “ha impulsado la censura”.

“Una de las grandes diferencias entre mi primer término es que todos estaban peleando conmigo; en este mandato, todos quieren ser mis amigos”, dijo Trump en su primera rueda de prensa tras la elección, al referirse a los acercamientos de numerosos empresarios. Automotrices, farmacéuticas, financieras y, por supuesto, las grandes tecnológicas, ahora buscan el favor de un hombre que regresa a la Casa Blanca con ánimos de represalia.

La “guerra cultural” de Trump

 

Ocho años han pasado desde que Trump sacudió al mundo al asumir la presidencia de Estados Unidos por primera vez. Su forma agresiva —y errática— de gobernar durante esos cuatro años —con una pandemia de por medio— dejó sensaciones encontradas en la sociedad estadounidense. Más allá de su desempeño, su controversial figura desató lo que se ha calificado como “una guerra cultural” entre posturas liberales y conservadoras, especialmente frente a temas de justicia social, tensión racial, diversidad sexual o derecho al aborto.

Dentro de esta confrontación de discursos, las plataformas digitales jugaron un rol crucial. Como mencionó Zuckerberg en su último mensaje, la elección de 2016 evidenció los riesgos de la desinformación para la democracia. Facebook, por ejemplo, cargó con el peso del escándalo de Cambridge Analytica, donde la explotación de datos habría sido instrumental para perfilar a los usuarios de la plataforma y diseñar narrativas que alimentaron la desinformación en favor de las posturas más rígidas de Trump.

La respuesta de las empresas de internet fueron iniciativas como la verificación de información y una mayor moderación de contenidos, especialmente sobre los discursos de odio, que el ala más conservadora percibió como una policía del pensamiento. Natasha Lennard, columnista de The Intercept, señala que los grupos de derecha lograron aprovechar estas condiciones para crear una narrativa efectiva de victimización, bajo una supuesta censura cometida por las plataformas digitales.

El rompimiento definitivo vino con el vergonzoso episodio del asedio al Capitolio, el 6 de enero de 2021, cuando Trump —quien había fabricado una teoría de conspiración en torno a un fraude electoral— inflamó a sus seguidores desde sus redes sociales y detonó los disturbios. Twitter y Facebook cerraron filas para expulsar al mandatario de sus plataformas, a lo que Trump respondió aislándose en Truth Social —su propia red social descentralizada—, esperando pacientemente desde el destierro.

Después del incidente en Washington —y con múltiples procesos judiciales a cuestas—, la carrera política de Donald Trump parecía condenada a la ignominia. Sin embargo, la huella de su presidencia ya se había hecho presente con el fortalecimiento de las posturas conservadoras en Estados Unidos más allá de sus simpatizantes: basta recordar la abolición de Roe v. Wade —relacionada con el derecho al aborto—, la aceptación de una retórica antiderechos, el rechazo a las acciones afirmativas, el boicot a obras que abordaran la diversidad y la teoría de la sustitución.

Así, con el caldo de cultivo propicio, aunado a la percepción de una presidencia débil con Joe Biden al frente, se allanó el camino para que Trump lograra su regreso. Mientras que, en 2016, el resultado sorprendía a los analistas políticas —y al mundo en general—, el triunfo de 2024 fue avasallador.

 

Elon Musk: el billonario detrás del telón

 

El retorno de la administración trumpista no puede explicarse sin la entrada del multimillonario Elon Musk en la vida política de Estados Unidos. Considerado la persona más rica del mundo —según la revista Forbes— Musk ha sabido capitalizar sus empresas tecnológicas (Tesla, SpaceX) con una combinación de especulación financiera, desdén por las regulaciones y contratos gubernamentales. En abril de 2022, Musk compró Twitter con una agresiva oferta de 43 000 millones de dólares, en una movida que rebalanceó el ecosistema de las plataformas digitales.

Las primeras acciones de Musk al frente de Twitter —a la que renombró X en 2023— apuntaron a cambios radicales en la moderación de contenidos —incluyendo la prohibición de la palabra cisgénero— y la comercialización de perfiles verificados, lo que ha favorecido la proliferación de discursos hostiles y posturas antiderechos. Musk ha justificado sus decisiones como una forma de “eliminar el virus woke. A pesar de que el multimillonario se autoproclama un “absolutista de la libertad de expresión”, estos cambios en la plataforma van en el sentido contrario.

Los ajustes de Musk al frente de X alejaron a los grandes anunciantes, pero su apuesta nunca fue la sostenibilidad económica, sino la creación de un espacio de propaganda que replique y amplifique sus propias creencias y posturas políticas. Musk ya había probado la efectividad de la manipulación de la plataforma cuando, en 2018, infló artificialmente las acciones de Tesla con una serie de tuits sobre supuestas inversiones que tenía aseguradas.

Quizá el caso más revelador es la confrontación que Musk mantuvo con el Supremo Tribunal Federal de Brasil, en concreto, con el juez Alexandre de Moraes. Similar al asedio del Capitolio, el 8 de enero de 2023, un grupo de simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro irrumpió violentamente en la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia. La justicia brasileña pidió a X que bloqueara las cuentas de siete personas implicadas, incluyendo algunos funcionarios públicos, por incitar a la violencia y difundir noticias falsas.

Musk se rehusó a acatar las órdenes, cerrando incluso las oficinas de la empresa en Brasil. El magistrado de Moraes escaló el conflicto, ordenando el bloqueo total de X y una multa diaria de 50 000 mil reales a cualquier usuario que utilizara una VPN para usar la plataforma. Después de semanas de tensión, Musk cedió calladamente y obedeció los requerimientos de bloqueo de cuentas. Por ello, cuando Zuckerberg criticó en su mensaje a las “cortes secretas en América Latina”, estaba tirando un dardo en esa dirección.

Musk nunca ocultó su apoyo a Bolsonaro, a quien visitó en 2022 para cerrar un acuerdo con Starlink, su empresa de Internet satelital. Como explica el periodista Bernardo Gutiérrez, los negocios de Musk crecieron durante la administración bolsonarista, con contratos irregulares y privilegios frente a la competencia. Bolsonaro incluso se comprometió a facilitar el Centro Espacial de Alcántara como una base de lanzamiento para SpaceX. La reacción de Musk hacia el Tribunal brasileño dista de un mero berrinche, sino que fue la consecuencia del freno impuesto a sus intereses geopolíticos, entre ellos, la explotación del litio de Minas Gerais.

Con X, Musk utilizó su altavoz para hacer campaña en favor de Trump por diferentes frentes, desde ajustar el algoritmo para beneficiar sus propias publicaciones hasta rifar un millón de dólares entre votantes registrados en Pensilvania, uno de los estados clave para la elección. El apoyo a la campaña fue bien recompensado por Trump, quien apuntó a Musk al frente de una nueva agencia, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), cuyo mandato es recortar el aparato de gobierno para eficientar el gasto público. DOGE, por cierto, comparte nombre con una criptomoneda basada en un meme, de la cual Musk es principal inversionista y, con sus publicaciones en X, también su mayor especulador.

Desde esa nueva posición de poder, Musk se ha convertido en un intermediario valioso de Trump, con acceso casi ilimitado al presidente. Los magnates de Silicon Valley entienden este nuevo balance de poder y han optado por halagar al nuevo mandatario. Meta, Amazon, Apple, Google, OpenAI, entre otros, se han acercado con jugosos donativos para la toma de protesta de Trump, con la esperanza de ganar el favor —o al menos, mitigar el rencor— del nuevo habitante de la sala Oval, aunque en el camino deban tirar por la borda sus principios o el bienestar de los usuarios de sus plataformas. 

Amor con amor se paga

En 2021, la expulsión de Trump de Facebook tras los disturbios del Capitolio dejó al político con un profundo resentimiento en contra de Zuckerberg. Aunque la plataforma revocó la suspensión de la cuenta en 2023, Trump nunca volvió a ocupar ese espacio. Al contrario, desde su exilio, el entonces expresidente se dedicó a criticar al fundador de Meta, al que incluso llamó “criminal” por haber donado 400 millones de dólares para la adquisición de mascarillas y material sanitario que utilizaron los funcionarios de casilla en la elección de 2020 en Estados Unidos.

El cambio de postura de Meta sobre la verificación de información y la moderación de contenidos ha sido interpretado como un intento desesperado por la reconciliación con Trump. Entre las nuevas directrices destaca que las plataformas de Meta “se desharán de un montón de restricciones en temas como migración y género que están desfasadas del discurso predominante”. Zuckerberg acusó que lo que comenzó como un movimiento por la inclusión “ha sido cada vez más usado para cancelar opiniones y acallar a personas con diferentes ideas”, repitiendo uno de los mantras preferidos por las voces conservadoras.

Esta nueva permisividad incluye que los usuarios de Meta puedan calificar a las personas LGBT+ como “enfermas mentales” o decir que “los migrantes son un pedazo de mierda”, según documentos de entrenamiento filtrados. Estos ajustes han sido percibidos como una forma de normalizar la retórica de Trump, por ejemplo, respecto de políticas públicas como las deportaciones masivas de migrantes. Los expertos consideran que, al permitir que estos discursos racistas, xenófobos y homofóbicos proliferen libremente en las plataformas, se incrementa el riesgo de la incitación a la violencia, la deshumanización y el odio.

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Sin embargo, la rendición de Zuckerberg ante el proyecto de Trump va más allá de una simple disculpa. Como el caso de Musk ilustra, los intereses políticos y económicos de las Big Tech dictan sus movimientos. Meta tiene, al menos, dos grandes temas sobre la mesa. El primero es la demanda que enfrenta por parte de la Comisión Federal de Competencia (FTC, por sus siglas en inglés) por la adquisición de Instagram y WhatsApp en 2012 y 2014. La FTC argumenta que Meta (entonces Facebook) compró ambas plataformas para nulificar la competencia. Un resultado negativo para Meta podría implicar la obligación de vender estas empresas.

En segundo lugar, Meta también mira con ansias la prohibición de TikTok en Estados Unidos, que entró en vigor el 19 de enero. La medida, que tiene como argumento de fondo la recolección de datos de ciudadanos estadounidenses por parte de una nación hostil (China), podría ser también un premio indirecto para Meta, que vería debilitado a uno de sus principales competidores; aunque aún se respira incertidumbre después de que Trump ha discutido el caso con el mandatario chino Xi Jinping y ante la posibilidad de que TikTok pueda vender su unidad en Estados Unidos a —¡adivinaron!— Elon Musk.

Un ejemplo similar es el de Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, quien en 2016 calificaba a Trump como “no apto para gobernar y un riesgo para la seguridad nacional”. Altman donó, de su propio bolsillo, un millón de dólares para la toma de protesta, lo que le granjeó críticas por parte de los demócratas, quienes lo acusan de tratar de obtener un trato favorable. “El presidente Trump liderará a nuestro país en la era de la inteligencia artificial y estoy deseoso de apoyar sus esfuerzos para asegurar que Estados Unidos permanezca en la delantera”, señaló Altman en un comunicado.

Al igual que otras empresas tecnológicas, OpenAI ha sido afectada por los esfuerzos regulatorios recientes en torno al desarrollo de la inteligencia artificial. En 2023, el presidente Biden emitió una orden ejecutiva que impone, entre otras, salvaguardas de privacidad, transparencia y rendición de cuentas para los sistemas automatizados. Altman pertenece al grupo de empresarios tecnológicos que percibe las regulaciones como una sobrecarga burocrática y un freno a la innovación —un patrón común en Silicon Valley—, por lo que apuesta a que Trump deshará la orden ejecutiva para darle rienda suelta a sus ambiciones

A la lista podemos sumar más coincidencias: Apple, Amazon, Meta y Google —todos donantes de la toma de protesta— enfrentan sendos juicios por prácticas anticompetencia. Google, por ejemplo, perdió en 2024 una demanda ante el Departamento de Justicia (DOJ, por sus siglas en inglés) por haber monopolizado ilegalmente el mercado de búsquedas en línea. La FTC mantiene otro litigio abierto contra Amazon por presunta manipulación de precios, mientras que Apple fue demandada por el DOJ por violar las leyes antimonopolio con su ecosistema cerrado de aplicaciones. 

Los multimillonarios de Silicon Valley han identificado en Trump una oportunidad para evadir las consecuencias legales de sus acciones pasadas, deshacerse de regulaciones inoportunas y cerrar nuevas oportunidades de negocio, a costa de los derechos de sus usuarios, como la privacidad, la libertad de expresión o la libre competencia. Están dispuestos a alinearse a la política autoritaria y a la retórica fascista, dispuestos a sacrificar hasta a sus propios trabajadores, con tal de ganarse las canonjías del poder político. Quizá por eso les dolió tanto el cartón de Telnaes, por eso no dejaron que se publicara: no era una caricatura, sino un espejo.

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