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Las jacarandas decretan: la primavera ha llegado

Las jacarandas decretan: la primavera ha llegado

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
El despertar prematuro de nuestras jacarandas no es ni un fenómeno local ni un caso aislado. A mediados de marzo del 2024, las fotos de cerezos en su adelantado clímax floral en Kioto y Washington dieron la vuelta al mundo.
15
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02
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25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Las flores se desbordan en el asfalto y tiñen todo de violeta, pero su florecer temprano es una advertencia: los inviernos se diluyen, devorados y entibiados por las primaveras prematuras.

Estamos apenas en el segundo mes del año y ya he visto las primeras flores de jacaranda en el suelo. Empiezo a poner atención y cazarlas a principio de marzo, pero este año se han despertado en pleno invierno y yo no me he dado cuenta. Levanto la mirada y veo que la jacaranda se ha despojado de sus flores, y ya ostenta el follaje verde claro que toma el relevo. Me perdí el espectáculo. Lo único que queda como testimonio de esos tiempos pasados son las campanitas de pulpa moradas estrelladas contra el pavimento. 

La primavera se nos ha adelantado y yo apenas me voy enterando.

En México, el Sistema Nacional de Meteorología se encarga de monitorear las variaciones de temperatura y precipitación a lo largo del año. Aún no tenemos el dato mensual de enero del 2025, pero el pronóstico para el domingo 16 de febrero indica una temperatura máxima estimada para la Ciudad de México (CDMX) de 22 a 24℃, y una mínima de 7 a 9℃. A nivel nacional, los máximos se esperan en Sinaloa y Nayarit, con temperaturas que alcanzan los 35 a 40℃: cuarenta grados en invierno. 

A nivel global, 2024 fue el año más caliente con un incremento de 1.5℃ en comparación con los promedios de 1850 a 1900. Si miramos hacia atrás, hasta 2014, cada año se rompe un récord de temperatura: lo extremo parece, año tras año, ser cada vez más típico. Sin sorpresas, enero del 2024 fue también el enero más caluroso nunca registrado.

Me esfuerzo por no sacar conclusiones demasiado rápido. "Necesito investigar más", pienso. Estornudo y me olvido del asunto. Cierro la computadora, voy tarde. Llego corriendo y saludo a mi amiga que me espera impaciente. No para de presionar la yema de los dedos contra los costados de su nariz: “Perdón —me dice con voz gangosa—, que no puedo respirar”. La red mexicana de aerobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que monitorea el polen, nos confirma lo que nuestras narices y ojos ya nos vienen anunciando: el polen flota en cantidades importantes en el ambiente, en mayor parte atribuible a la floración de fresnos y cipreses. Para los que sufrimos de alergias, la llegada anticipada de la primavera también extiende nuestra temporada de miseria.

El despertar prematuro de nuestras jacarandas no es ni un fenómeno local ni un caso aislado. A mediados de marzo del 2024, las fotos de cerezos en su adelantado clímax floral en Kioto y Washington dieron la vuelta al mundo. Los científicos fueron muy cuidadosos en no saltar a conclusiones anticipadas. No se tenían los elementos suficientes para afirmar que la floración prematura era la consecuencia del cambio climático. Sin embargo, coincidieron en que era un fenómeno atípico y significativo que no podía atribuirse a variaciones naturales. Aventuraron: podía deberse a las islas de calor; es decir, esos patchworks de urbanidad sin parques y con exceso de concreto, de gente, de coches y de casas que crean saunas sin válvula de escape dentro de las ciudades: puede existir una diferencia de hasta 5℃ con respecto a los suburbios y áreas rurales aledañas. A diferencia del cambio climático, las islas de calor son consideradas problemas locales que alimentan microclimas, pero que son reversibles con la adecuada infraestructura verde y medidas de adaptación.

Los científicos fueron categóricos: para lograr la correlación con el cambio climático, se necesitan extensos registros de la floración de árboles. En Washington el registro no daba, solo se contaba con 120 años de pasado climático. 

Retazos de respuestas empezaron a llegar desde Kioto. Allá había más de 1 200 años de registro de la floración de los cerezos; mejor dicho, tenían más de 1 200 años de entradas de diarios escritos por personas que se maravillaban por la llegada de la primavera. Emperadores, aristócratas, gobernadores y monjes se levantaban por la mañana, se asomaban por sus ventanas, se maravillaban por la belleza de la naturaleza y escribían sobre la eclosión de los capullos. Algunas cosas nunca cambian. Es el registro más viejo que poseemos, gracias a él podemos absorber la fascinación por la naturaleza desde el siglo noveno, y de paso reconstruir la historia del clima. 

Te recomendamos leer: La IA contra el cambio climático: ¿será nuestra última esperanza?

Esos viajes al pasado profundo de los diarios íntimos sustentan la hipótesis de que la floración anticipada de los cerezos es atribuible, principalmente, al cambio climático antropogénico, y en menor medida a las islas de calor. Esta correlación alimentó estudios sobre el efecto cascada que la llegada temprana de la primavera podría tener en los polinizadores cuya supervivencia y reproducción depende de las flores y frutos, y que ya no logran llegar a tiempo. 

Los insectos y pájaros responden a estímulos que desaparecieron; sus reacciones son memorias instintivas de archivos de una tierra y un clima que ya no existen. Para sobrevivir tendrán que inventarse un nuevo mapa: migrar antes o ajustar sus periodos de hibernación a la temprana primavera. Si no logran la sincronía de tiempo y espacio en su llegada, no encontrarán refugio ni alimento, y las plantas y árboles en simbiosis, como reflejo, perderán su capacidad de producir semillas.

En México no contamos con los registros históricos que nos permitan corroborar las tendencias del impacto del cambio climático sobre nuestras jacarandas. Una cosa es segura: los climas están cambiando, y las primaveras devoran y entibian los inviernos. 

Si los inviernos se borran, la producción de flores está en riesgo: la paulatina extinción de los meses fríos hace mella en la salud de los árboles y, aunque el presente se llene de flores prematuras, el futuro se imagina sin sus colores. Para los árboles frutales, su producción está en vilo, y las discusiones sobre la seguridad alimentaria revolotean en el horizonte.

Todavía falta para que las calles se desborden de azul violeta, y no soy la única que comienza a caminar por las calles en busca de esa efímera belleza, pues investigadores y científicos también recorren incansablemente las ciudades en busca de estas floraciones anticipadas. Sin embargo, a diferencia de nosotros que capturamos sus intimidantes colores con nuestros celulares, ellos lo hacen en mapas físicos que comparan con mapas del pasado —registros de fantasmas de árboles que ya son parte de la memoria climática—, en un intento por descifrar la historia que buscan contarnos sobre el futuro.

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Las flores se desbordan en el asfalto y tiñen todo de violeta, pero su florecer temprano es una advertencia: los inviernos se diluyen, devorados y entibiados por las primaveras prematuras.

Estamos apenas en el segundo mes del año y ya he visto las primeras flores de jacaranda en el suelo. Empiezo a poner atención y cazarlas a principio de marzo, pero este año se han despertado en pleno invierno y yo no me he dado cuenta. Levanto la mirada y veo que la jacaranda se ha despojado de sus flores, y ya ostenta el follaje verde claro que toma el relevo. Me perdí el espectáculo. Lo único que queda como testimonio de esos tiempos pasados son las campanitas de pulpa moradas estrelladas contra el pavimento. 

La primavera se nos ha adelantado y yo apenas me voy enterando.

En México, el Sistema Nacional de Meteorología se encarga de monitorear las variaciones de temperatura y precipitación a lo largo del año. Aún no tenemos el dato mensual de enero del 2025, pero el pronóstico para el domingo 16 de febrero indica una temperatura máxima estimada para la Ciudad de México (CDMX) de 22 a 24℃, y una mínima de 7 a 9℃. A nivel nacional, los máximos se esperan en Sinaloa y Nayarit, con temperaturas que alcanzan los 35 a 40℃: cuarenta grados en invierno. 

A nivel global, 2024 fue el año más caliente con un incremento de 1.5℃ en comparación con los promedios de 1850 a 1900. Si miramos hacia atrás, hasta 2014, cada año se rompe un récord de temperatura: lo extremo parece, año tras año, ser cada vez más típico. Sin sorpresas, enero del 2024 fue también el enero más caluroso nunca registrado.

Me esfuerzo por no sacar conclusiones demasiado rápido. "Necesito investigar más", pienso. Estornudo y me olvido del asunto. Cierro la computadora, voy tarde. Llego corriendo y saludo a mi amiga que me espera impaciente. No para de presionar la yema de los dedos contra los costados de su nariz: “Perdón —me dice con voz gangosa—, que no puedo respirar”. La red mexicana de aerobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que monitorea el polen, nos confirma lo que nuestras narices y ojos ya nos vienen anunciando: el polen flota en cantidades importantes en el ambiente, en mayor parte atribuible a la floración de fresnos y cipreses. Para los que sufrimos de alergias, la llegada anticipada de la primavera también extiende nuestra temporada de miseria.

El despertar prematuro de nuestras jacarandas no es ni un fenómeno local ni un caso aislado. A mediados de marzo del 2024, las fotos de cerezos en su adelantado clímax floral en Kioto y Washington dieron la vuelta al mundo. Los científicos fueron muy cuidadosos en no saltar a conclusiones anticipadas. No se tenían los elementos suficientes para afirmar que la floración prematura era la consecuencia del cambio climático. Sin embargo, coincidieron en que era un fenómeno atípico y significativo que no podía atribuirse a variaciones naturales. Aventuraron: podía deberse a las islas de calor; es decir, esos patchworks de urbanidad sin parques y con exceso de concreto, de gente, de coches y de casas que crean saunas sin válvula de escape dentro de las ciudades: puede existir una diferencia de hasta 5℃ con respecto a los suburbios y áreas rurales aledañas. A diferencia del cambio climático, las islas de calor son consideradas problemas locales que alimentan microclimas, pero que son reversibles con la adecuada infraestructura verde y medidas de adaptación.

Los científicos fueron categóricos: para lograr la correlación con el cambio climático, se necesitan extensos registros de la floración de árboles. En Washington el registro no daba, solo se contaba con 120 años de pasado climático. 

Retazos de respuestas empezaron a llegar desde Kioto. Allá había más de 1 200 años de registro de la floración de los cerezos; mejor dicho, tenían más de 1 200 años de entradas de diarios escritos por personas que se maravillaban por la llegada de la primavera. Emperadores, aristócratas, gobernadores y monjes se levantaban por la mañana, se asomaban por sus ventanas, se maravillaban por la belleza de la naturaleza y escribían sobre la eclosión de los capullos. Algunas cosas nunca cambian. Es el registro más viejo que poseemos, gracias a él podemos absorber la fascinación por la naturaleza desde el siglo noveno, y de paso reconstruir la historia del clima. 

Te recomendamos leer: La IA contra el cambio climático: ¿será nuestra última esperanza?

Esos viajes al pasado profundo de los diarios íntimos sustentan la hipótesis de que la floración anticipada de los cerezos es atribuible, principalmente, al cambio climático antropogénico, y en menor medida a las islas de calor. Esta correlación alimentó estudios sobre el efecto cascada que la llegada temprana de la primavera podría tener en los polinizadores cuya supervivencia y reproducción depende de las flores y frutos, y que ya no logran llegar a tiempo. 

Los insectos y pájaros responden a estímulos que desaparecieron; sus reacciones son memorias instintivas de archivos de una tierra y un clima que ya no existen. Para sobrevivir tendrán que inventarse un nuevo mapa: migrar antes o ajustar sus periodos de hibernación a la temprana primavera. Si no logran la sincronía de tiempo y espacio en su llegada, no encontrarán refugio ni alimento, y las plantas y árboles en simbiosis, como reflejo, perderán su capacidad de producir semillas.

En México no contamos con los registros históricos que nos permitan corroborar las tendencias del impacto del cambio climático sobre nuestras jacarandas. Una cosa es segura: los climas están cambiando, y las primaveras devoran y entibian los inviernos. 

Si los inviernos se borran, la producción de flores está en riesgo: la paulatina extinción de los meses fríos hace mella en la salud de los árboles y, aunque el presente se llene de flores prematuras, el futuro se imagina sin sus colores. Para los árboles frutales, su producción está en vilo, y las discusiones sobre la seguridad alimentaria revolotean en el horizonte.

Todavía falta para que las calles se desborden de azul violeta, y no soy la única que comienza a caminar por las calles en busca de esa efímera belleza, pues investigadores y científicos también recorren incansablemente las ciudades en busca de estas floraciones anticipadas. Sin embargo, a diferencia de nosotros que capturamos sus intimidantes colores con nuestros celulares, ellos lo hacen en mapas físicos que comparan con mapas del pasado —registros de fantasmas de árboles que ya son parte de la memoria climática—, en un intento por descifrar la historia que buscan contarnos sobre el futuro.

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Las flores se desbordan en el asfalto y tiñen todo de violeta, pero su florecer temprano es una advertencia: los inviernos se diluyen, devorados y entibiados por las primaveras prematuras.

Estamos apenas en el segundo mes del año y ya he visto las primeras flores de jacaranda en el suelo. Empiezo a poner atención y cazarlas a principio de marzo, pero este año se han despertado en pleno invierno y yo no me he dado cuenta. Levanto la mirada y veo que la jacaranda se ha despojado de sus flores, y ya ostenta el follaje verde claro que toma el relevo. Me perdí el espectáculo. Lo único que queda como testimonio de esos tiempos pasados son las campanitas de pulpa moradas estrelladas contra el pavimento. 

La primavera se nos ha adelantado y yo apenas me voy enterando.

En México, el Sistema Nacional de Meteorología se encarga de monitorear las variaciones de temperatura y precipitación a lo largo del año. Aún no tenemos el dato mensual de enero del 2025, pero el pronóstico para el domingo 16 de febrero indica una temperatura máxima estimada para la Ciudad de México (CDMX) de 22 a 24℃, y una mínima de 7 a 9℃. A nivel nacional, los máximos se esperan en Sinaloa y Nayarit, con temperaturas que alcanzan los 35 a 40℃: cuarenta grados en invierno. 

A nivel global, 2024 fue el año más caliente con un incremento de 1.5℃ en comparación con los promedios de 1850 a 1900. Si miramos hacia atrás, hasta 2014, cada año se rompe un récord de temperatura: lo extremo parece, año tras año, ser cada vez más típico. Sin sorpresas, enero del 2024 fue también el enero más caluroso nunca registrado.

Me esfuerzo por no sacar conclusiones demasiado rápido. "Necesito investigar más", pienso. Estornudo y me olvido del asunto. Cierro la computadora, voy tarde. Llego corriendo y saludo a mi amiga que me espera impaciente. No para de presionar la yema de los dedos contra los costados de su nariz: “Perdón —me dice con voz gangosa—, que no puedo respirar”. La red mexicana de aerobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que monitorea el polen, nos confirma lo que nuestras narices y ojos ya nos vienen anunciando: el polen flota en cantidades importantes en el ambiente, en mayor parte atribuible a la floración de fresnos y cipreses. Para los que sufrimos de alergias, la llegada anticipada de la primavera también extiende nuestra temporada de miseria.

El despertar prematuro de nuestras jacarandas no es ni un fenómeno local ni un caso aislado. A mediados de marzo del 2024, las fotos de cerezos en su adelantado clímax floral en Kioto y Washington dieron la vuelta al mundo. Los científicos fueron muy cuidadosos en no saltar a conclusiones anticipadas. No se tenían los elementos suficientes para afirmar que la floración prematura era la consecuencia del cambio climático. Sin embargo, coincidieron en que era un fenómeno atípico y significativo que no podía atribuirse a variaciones naturales. Aventuraron: podía deberse a las islas de calor; es decir, esos patchworks de urbanidad sin parques y con exceso de concreto, de gente, de coches y de casas que crean saunas sin válvula de escape dentro de las ciudades: puede existir una diferencia de hasta 5℃ con respecto a los suburbios y áreas rurales aledañas. A diferencia del cambio climático, las islas de calor son consideradas problemas locales que alimentan microclimas, pero que son reversibles con la adecuada infraestructura verde y medidas de adaptación.

Los científicos fueron categóricos: para lograr la correlación con el cambio climático, se necesitan extensos registros de la floración de árboles. En Washington el registro no daba, solo se contaba con 120 años de pasado climático. 

Retazos de respuestas empezaron a llegar desde Kioto. Allá había más de 1 200 años de registro de la floración de los cerezos; mejor dicho, tenían más de 1 200 años de entradas de diarios escritos por personas que se maravillaban por la llegada de la primavera. Emperadores, aristócratas, gobernadores y monjes se levantaban por la mañana, se asomaban por sus ventanas, se maravillaban por la belleza de la naturaleza y escribían sobre la eclosión de los capullos. Algunas cosas nunca cambian. Es el registro más viejo que poseemos, gracias a él podemos absorber la fascinación por la naturaleza desde el siglo noveno, y de paso reconstruir la historia del clima. 

Te recomendamos leer: La IA contra el cambio climático: ¿será nuestra última esperanza?

Esos viajes al pasado profundo de los diarios íntimos sustentan la hipótesis de que la floración anticipada de los cerezos es atribuible, principalmente, al cambio climático antropogénico, y en menor medida a las islas de calor. Esta correlación alimentó estudios sobre el efecto cascada que la llegada temprana de la primavera podría tener en los polinizadores cuya supervivencia y reproducción depende de las flores y frutos, y que ya no logran llegar a tiempo. 

Los insectos y pájaros responden a estímulos que desaparecieron; sus reacciones son memorias instintivas de archivos de una tierra y un clima que ya no existen. Para sobrevivir tendrán que inventarse un nuevo mapa: migrar antes o ajustar sus periodos de hibernación a la temprana primavera. Si no logran la sincronía de tiempo y espacio en su llegada, no encontrarán refugio ni alimento, y las plantas y árboles en simbiosis, como reflejo, perderán su capacidad de producir semillas.

En México no contamos con los registros históricos que nos permitan corroborar las tendencias del impacto del cambio climático sobre nuestras jacarandas. Una cosa es segura: los climas están cambiando, y las primaveras devoran y entibian los inviernos. 

Si los inviernos se borran, la producción de flores está en riesgo: la paulatina extinción de los meses fríos hace mella en la salud de los árboles y, aunque el presente se llene de flores prematuras, el futuro se imagina sin sus colores. Para los árboles frutales, su producción está en vilo, y las discusiones sobre la seguridad alimentaria revolotean en el horizonte.

Todavía falta para que las calles se desborden de azul violeta, y no soy la única que comienza a caminar por las calles en busca de esa efímera belleza, pues investigadores y científicos también recorren incansablemente las ciudades en busca de estas floraciones anticipadas. Sin embargo, a diferencia de nosotros que capturamos sus intimidantes colores con nuestros celulares, ellos lo hacen en mapas físicos que comparan con mapas del pasado —registros de fantasmas de árboles que ya son parte de la memoria climática—, en un intento por descifrar la historia que buscan contarnos sobre el futuro.

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Estamos apenas en el segundo mes del año y ya he visto las primeras flores de jacaranda en el suelo. Empiezo a poner atención y cazarlas a principio de marzo, pero este año se han despertado en pleno invierno y yo no me he dado cuenta. Levanto la mirada y veo que la jacaranda se ha despojado de sus flores, y ya ostenta el follaje verde claro que toma el relevo. Me perdí el espectáculo. Lo único que queda como testimonio de esos tiempos pasados son las campanitas de pulpa moradas estrelladas contra el pavimento. 

La primavera se nos ha adelantado y yo apenas me voy enterando.

En México, el Sistema Nacional de Meteorología se encarga de monitorear las variaciones de temperatura y precipitación a lo largo del año. Aún no tenemos el dato mensual de enero del 2025, pero el pronóstico para el domingo 16 de febrero indica una temperatura máxima estimada para la Ciudad de México (CDMX) de 22 a 24℃, y una mínima de 7 a 9℃. A nivel nacional, los máximos se esperan en Sinaloa y Nayarit, con temperaturas que alcanzan los 35 a 40℃: cuarenta grados en invierno. 

A nivel global, 2024 fue el año más caliente con un incremento de 1.5℃ en comparación con los promedios de 1850 a 1900. Si miramos hacia atrás, hasta 2014, cada año se rompe un récord de temperatura: lo extremo parece, año tras año, ser cada vez más típico. Sin sorpresas, enero del 2024 fue también el enero más caluroso nunca registrado.

Me esfuerzo por no sacar conclusiones demasiado rápido. "Necesito investigar más", pienso. Estornudo y me olvido del asunto. Cierro la computadora, voy tarde. Llego corriendo y saludo a mi amiga que me espera impaciente. No para de presionar la yema de los dedos contra los costados de su nariz: “Perdón —me dice con voz gangosa—, que no puedo respirar”. La red mexicana de aerobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que monitorea el polen, nos confirma lo que nuestras narices y ojos ya nos vienen anunciando: el polen flota en cantidades importantes en el ambiente, en mayor parte atribuible a la floración de fresnos y cipreses. Para los que sufrimos de alergias, la llegada anticipada de la primavera también extiende nuestra temporada de miseria.

El despertar prematuro de nuestras jacarandas no es ni un fenómeno local ni un caso aislado. A mediados de marzo del 2024, las fotos de cerezos en su adelantado clímax floral en Kioto y Washington dieron la vuelta al mundo. Los científicos fueron muy cuidadosos en no saltar a conclusiones anticipadas. No se tenían los elementos suficientes para afirmar que la floración prematura era la consecuencia del cambio climático. Sin embargo, coincidieron en que era un fenómeno atípico y significativo que no podía atribuirse a variaciones naturales. Aventuraron: podía deberse a las islas de calor; es decir, esos patchworks de urbanidad sin parques y con exceso de concreto, de gente, de coches y de casas que crean saunas sin válvula de escape dentro de las ciudades: puede existir una diferencia de hasta 5℃ con respecto a los suburbios y áreas rurales aledañas. A diferencia del cambio climático, las islas de calor son consideradas problemas locales que alimentan microclimas, pero que son reversibles con la adecuada infraestructura verde y medidas de adaptación.

Los científicos fueron categóricos: para lograr la correlación con el cambio climático, se necesitan extensos registros de la floración de árboles. En Washington el registro no daba, solo se contaba con 120 años de pasado climático. 

Retazos de respuestas empezaron a llegar desde Kioto. Allá había más de 1 200 años de registro de la floración de los cerezos; mejor dicho, tenían más de 1 200 años de entradas de diarios escritos por personas que se maravillaban por la llegada de la primavera. Emperadores, aristócratas, gobernadores y monjes se levantaban por la mañana, se asomaban por sus ventanas, se maravillaban por la belleza de la naturaleza y escribían sobre la eclosión de los capullos. Algunas cosas nunca cambian. Es el registro más viejo que poseemos, gracias a él podemos absorber la fascinación por la naturaleza desde el siglo noveno, y de paso reconstruir la historia del clima. 

Te recomendamos leer: La IA contra el cambio climático: ¿será nuestra última esperanza?

Esos viajes al pasado profundo de los diarios íntimos sustentan la hipótesis de que la floración anticipada de los cerezos es atribuible, principalmente, al cambio climático antropogénico, y en menor medida a las islas de calor. Esta correlación alimentó estudios sobre el efecto cascada que la llegada temprana de la primavera podría tener en los polinizadores cuya supervivencia y reproducción depende de las flores y frutos, y que ya no logran llegar a tiempo. 

Los insectos y pájaros responden a estímulos que desaparecieron; sus reacciones son memorias instintivas de archivos de una tierra y un clima que ya no existen. Para sobrevivir tendrán que inventarse un nuevo mapa: migrar antes o ajustar sus periodos de hibernación a la temprana primavera. Si no logran la sincronía de tiempo y espacio en su llegada, no encontrarán refugio ni alimento, y las plantas y árboles en simbiosis, como reflejo, perderán su capacidad de producir semillas.

En México no contamos con los registros históricos que nos permitan corroborar las tendencias del impacto del cambio climático sobre nuestras jacarandas. Una cosa es segura: los climas están cambiando, y las primaveras devoran y entibian los inviernos. 

Si los inviernos se borran, la producción de flores está en riesgo: la paulatina extinción de los meses fríos hace mella en la salud de los árboles y, aunque el presente se llene de flores prematuras, el futuro se imagina sin sus colores. Para los árboles frutales, su producción está en vilo, y las discusiones sobre la seguridad alimentaria revolotean en el horizonte.

Todavía falta para que las calles se desborden de azul violeta, y no soy la única que comienza a caminar por las calles en busca de esa efímera belleza, pues investigadores y científicos también recorren incansablemente las ciudades en busca de estas floraciones anticipadas. Sin embargo, a diferencia de nosotros que capturamos sus intimidantes colores con nuestros celulares, ellos lo hacen en mapas físicos que comparan con mapas del pasado —registros de fantasmas de árboles que ya son parte de la memoria climática—, en un intento por descifrar la historia que buscan contarnos sobre el futuro.

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Las flores se desbordan en el asfalto y tiñen todo de violeta, pero su florecer temprano es una advertencia: los inviernos se diluyen, devorados y entibiados por las primaveras prematuras.

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Estamos apenas en el segundo mes del año y ya he visto las primeras flores de jacaranda en el suelo. Empiezo a poner atención y cazarlas a principio de marzo, pero este año se han despertado en pleno invierno y yo no me he dado cuenta. Levanto la mirada y veo que la jacaranda se ha despojado de sus flores, y ya ostenta el follaje verde claro que toma el relevo. Me perdí el espectáculo. Lo único que queda como testimonio de esos tiempos pasados son las campanitas de pulpa moradas estrelladas contra el pavimento. 

La primavera se nos ha adelantado y yo apenas me voy enterando.

En México, el Sistema Nacional de Meteorología se encarga de monitorear las variaciones de temperatura y precipitación a lo largo del año. Aún no tenemos el dato mensual de enero del 2025, pero el pronóstico para el domingo 16 de febrero indica una temperatura máxima estimada para la Ciudad de México (CDMX) de 22 a 24℃, y una mínima de 7 a 9℃. A nivel nacional, los máximos se esperan en Sinaloa y Nayarit, con temperaturas que alcanzan los 35 a 40℃: cuarenta grados en invierno. 

A nivel global, 2024 fue el año más caliente con un incremento de 1.5℃ en comparación con los promedios de 1850 a 1900. Si miramos hacia atrás, hasta 2014, cada año se rompe un récord de temperatura: lo extremo parece, año tras año, ser cada vez más típico. Sin sorpresas, enero del 2024 fue también el enero más caluroso nunca registrado.

Me esfuerzo por no sacar conclusiones demasiado rápido. "Necesito investigar más", pienso. Estornudo y me olvido del asunto. Cierro la computadora, voy tarde. Llego corriendo y saludo a mi amiga que me espera impaciente. No para de presionar la yema de los dedos contra los costados de su nariz: “Perdón —me dice con voz gangosa—, que no puedo respirar”. La red mexicana de aerobiología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que monitorea el polen, nos confirma lo que nuestras narices y ojos ya nos vienen anunciando: el polen flota en cantidades importantes en el ambiente, en mayor parte atribuible a la floración de fresnos y cipreses. Para los que sufrimos de alergias, la llegada anticipada de la primavera también extiende nuestra temporada de miseria.

El despertar prematuro de nuestras jacarandas no es ni un fenómeno local ni un caso aislado. A mediados de marzo del 2024, las fotos de cerezos en su adelantado clímax floral en Kioto y Washington dieron la vuelta al mundo. Los científicos fueron muy cuidadosos en no saltar a conclusiones anticipadas. No se tenían los elementos suficientes para afirmar que la floración prematura era la consecuencia del cambio climático. Sin embargo, coincidieron en que era un fenómeno atípico y significativo que no podía atribuirse a variaciones naturales. Aventuraron: podía deberse a las islas de calor; es decir, esos patchworks de urbanidad sin parques y con exceso de concreto, de gente, de coches y de casas que crean saunas sin válvula de escape dentro de las ciudades: puede existir una diferencia de hasta 5℃ con respecto a los suburbios y áreas rurales aledañas. A diferencia del cambio climático, las islas de calor son consideradas problemas locales que alimentan microclimas, pero que son reversibles con la adecuada infraestructura verde y medidas de adaptación.

Los científicos fueron categóricos: para lograr la correlación con el cambio climático, se necesitan extensos registros de la floración de árboles. En Washington el registro no daba, solo se contaba con 120 años de pasado climático. 

Retazos de respuestas empezaron a llegar desde Kioto. Allá había más de 1 200 años de registro de la floración de los cerezos; mejor dicho, tenían más de 1 200 años de entradas de diarios escritos por personas que se maravillaban por la llegada de la primavera. Emperadores, aristócratas, gobernadores y monjes se levantaban por la mañana, se asomaban por sus ventanas, se maravillaban por la belleza de la naturaleza y escribían sobre la eclosión de los capullos. Algunas cosas nunca cambian. Es el registro más viejo que poseemos, gracias a él podemos absorber la fascinación por la naturaleza desde el siglo noveno, y de paso reconstruir la historia del clima. 

Te recomendamos leer: La IA contra el cambio climático: ¿será nuestra última esperanza?

Esos viajes al pasado profundo de los diarios íntimos sustentan la hipótesis de que la floración anticipada de los cerezos es atribuible, principalmente, al cambio climático antropogénico, y en menor medida a las islas de calor. Esta correlación alimentó estudios sobre el efecto cascada que la llegada temprana de la primavera podría tener en los polinizadores cuya supervivencia y reproducción depende de las flores y frutos, y que ya no logran llegar a tiempo. 

Los insectos y pájaros responden a estímulos que desaparecieron; sus reacciones son memorias instintivas de archivos de una tierra y un clima que ya no existen. Para sobrevivir tendrán que inventarse un nuevo mapa: migrar antes o ajustar sus periodos de hibernación a la temprana primavera. Si no logran la sincronía de tiempo y espacio en su llegada, no encontrarán refugio ni alimento, y las plantas y árboles en simbiosis, como reflejo, perderán su capacidad de producir semillas.

En México no contamos con los registros históricos que nos permitan corroborar las tendencias del impacto del cambio climático sobre nuestras jacarandas. Una cosa es segura: los climas están cambiando, y las primaveras devoran y entibian los inviernos. 

Si los inviernos se borran, la producción de flores está en riesgo: la paulatina extinción de los meses fríos hace mella en la salud de los árboles y, aunque el presente se llene de flores prematuras, el futuro se imagina sin sus colores. Para los árboles frutales, su producción está en vilo, y las discusiones sobre la seguridad alimentaria revolotean en el horizonte.

Todavía falta para que las calles se desborden de azul violeta, y no soy la única que comienza a caminar por las calles en busca de esa efímera belleza, pues investigadores y científicos también recorren incansablemente las ciudades en busca de estas floraciones anticipadas. Sin embargo, a diferencia de nosotros que capturamos sus intimidantes colores con nuestros celulares, ellos lo hacen en mapas físicos que comparan con mapas del pasado —registros de fantasmas de árboles que ya son parte de la memoria climática—, en un intento por descifrar la historia que buscan contarnos sobre el futuro.

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