La calidad de los productos que se consumen en la capital de México se ve amenazada por un largo listado de interventores, son propuestas como las de Colectivo Amasijo y Robotánica las que reconstruyen este modelo desde un enfoque centrado en la sociedad y el aprovechamiento de nuevas tecnologías.
Cualquier vegetal en el plato de un residente de la Ciudad de México seguramente ha viajado varios kilómetros para llegar ahí. El consumidor final nada sabe de quién ha cultivado sus alimentos, cómo y dónde. En un sistema alimentario deficiente como el nuestro, problemáticas de todos tipos acechan la industria agrícola: los pesticidas, la inseguridad, la misoginia, el clasismo, el colonialismo, así como la falta de sustentabilidad. Por fortuna, en los últimos años han comenzado a proliferar proyectos enfocados a la transformación. Ahora, con la vista puesta en el futuro, proyectos como Colectivo Amasijo y Robotánica trabajan por la regeneración del tejido social a través de la alimentación y la agricultura, desde perspectivas aparentemente opuestas: uno, en la participación de las mujeres y otro, a partir del desarrollo tecnológico.
Colectivo Amasijo (@colectivo_amasijo) es un proyecto creado por Martina Manterola y Cecilia Castro, quienes, en un esfuerzo por introducirse de lleno al ecofeminismo, formaron una comunidad enfocada en la regeneración y el cuidado del territorio agrícola. Acercándose a mujeres de diferentes comunidades y cocinando con ellas, encontraron una sabiduría invaluable sobre la alimentación, el cuidado y la agricultura. “Tenemos esta concepción del sembrar enfocada en el objeto y no en el sistema. Me he dado cuenta de que estas mujeres siembran a partir de sistemas, por ejemplo: la milpa. No somos el mundo del maíz, somos el mundo de la milpa”, explica Manterola al hablar sobre esta forma de cultivo y los productos que se obtienen de ella: la calabaza, el frijol, las hierbas, los insectos e inclusive los hongos.
El proyecto se dedica a organizar eventos y comidas para llevar los conocimientos del colectivo a todos los lugares posibles y cerrar la brecha entre lo rural y lo citadino. Han realizado días de campo en el Museo Tamayo y, ahora, por la pandemia, han decidido hacer talleres para hacer tamales en refugios para mujeres violentadas, que se enfocan en el poder sanador de la comunidad femenina y de la cocina. También, su trabajo recae en la investigación sobre preparaciones y alimentos que se han dejado de consumir. “Hemos comenzado a investigar en territorios más agrestes y de mucho calor, como Veracruz y la costa oaxaqueña, para empezar a identificar todos estos alimentos silvestres que cada vez más se están dejando de comer por una visión eurocéntrica de lo que se ‘puede’ comer. Se está perdiendo muchísimo conocimiento y, finalmente, recuperarlo es una forma de descolonizar el territorio”, sigue Manterola.
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Por otro lado, el proyecto de tecnología agrícola Robotánica (@robotani.ca) se ha enfocado en los últimos dos años en desarrollar tecnología para facilitar la automatización de la producción de alimentos a cualquier escala. Ubicada en la zona chinampera de Xochimilco y con un laboratorio en el sur de la Ciudad de México, Robotánica cultiva hortalizas y las vende en su página de internet y por redes sociales. Toda su producción se basa en cuidar lo que entra a la tierra y en lograr una cadena sustentable en su totalidad. “Como empresa, trabajamos atacando la seguridad alimentaria como un problema de ingeniería. Estas máquinas y todo lo que tenemos y desarrollamos es open source; nuestra idea es favorecer lo más y que contemos lo más rápido posible con las técnicas, las herramientas, el software y todo lo que se necesita para que nosotros, como especie, podamos asegurar nuestra necesidad biológica primaria”, explica Andrés Gómez Urquiza, quien, junto con Montserrat Ayala, lleva el proyecto.
Con un minitractor y una impresora para germinados, Robotánica desarrolla tecnología para todo público y algunas de sus máquinas ya están a la venta para agricultores y aficionados. También, cuando es posible, realizan visitas guiadas a los huertos, en las que se ofrece una comida típica xochimilca hecha por las mujeres del colectivo Amapola del Sabor. El proyecto se ha enfocado, además, en impulsar a los agricultores de la zona que, aunque está en la Ciudad de México, aún no puede competir con productores mayores, como los de la Central de Abasto. “Muchos productores nos han comentado que al final dejan el campo porque nunca pueden competir contra la Central, entonces, parte de la labor también ha sido posicionarnos en el mercado que no es el de la Central y tampoco es el megafresa de los productos orgánicos supercatalogados con mil certificados. Al final, lo más orgánico es lo más puro, es lo que viene de la tierra”, explica Ayala.
Ambos proyectos ofrecen un respiro y una solución a un problema que asedia al país. La industria agrícola está en la base de la economía nacional pero, más allá de los factores monetarios, el cuidado de la biodiversidad, el uso de nuevas tecnologías responsables, el cuidado de la tierra y la reflexión sobre la cadena de distribución son los temas que pueden garantizar que todos los mexicanos tengan comida en sus platos.
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La calidad de los productos que se consumen en la capital de México se ve amenazada por un largo listado de interventores, son propuestas como las de Colectivo Amasijo y Robotánica las que reconstruyen este modelo desde un enfoque centrado en la sociedad y el aprovechamiento de nuevas tecnologías.
Cualquier vegetal en el plato de un residente de la Ciudad de México seguramente ha viajado varios kilómetros para llegar ahí. El consumidor final nada sabe de quién ha cultivado sus alimentos, cómo y dónde. En un sistema alimentario deficiente como el nuestro, problemáticas de todos tipos acechan la industria agrícola: los pesticidas, la inseguridad, la misoginia, el clasismo, el colonialismo, así como la falta de sustentabilidad. Por fortuna, en los últimos años han comenzado a proliferar proyectos enfocados a la transformación. Ahora, con la vista puesta en el futuro, proyectos como Colectivo Amasijo y Robotánica trabajan por la regeneración del tejido social a través de la alimentación y la agricultura, desde perspectivas aparentemente opuestas: uno, en la participación de las mujeres y otro, a partir del desarrollo tecnológico.
Colectivo Amasijo (@colectivo_amasijo) es un proyecto creado por Martina Manterola y Cecilia Castro, quienes, en un esfuerzo por introducirse de lleno al ecofeminismo, formaron una comunidad enfocada en la regeneración y el cuidado del territorio agrícola. Acercándose a mujeres de diferentes comunidades y cocinando con ellas, encontraron una sabiduría invaluable sobre la alimentación, el cuidado y la agricultura. “Tenemos esta concepción del sembrar enfocada en el objeto y no en el sistema. Me he dado cuenta de que estas mujeres siembran a partir de sistemas, por ejemplo: la milpa. No somos el mundo del maíz, somos el mundo de la milpa”, explica Manterola al hablar sobre esta forma de cultivo y los productos que se obtienen de ella: la calabaza, el frijol, las hierbas, los insectos e inclusive los hongos.
El proyecto se dedica a organizar eventos y comidas para llevar los conocimientos del colectivo a todos los lugares posibles y cerrar la brecha entre lo rural y lo citadino. Han realizado días de campo en el Museo Tamayo y, ahora, por la pandemia, han decidido hacer talleres para hacer tamales en refugios para mujeres violentadas, que se enfocan en el poder sanador de la comunidad femenina y de la cocina. También, su trabajo recae en la investigación sobre preparaciones y alimentos que se han dejado de consumir. “Hemos comenzado a investigar en territorios más agrestes y de mucho calor, como Veracruz y la costa oaxaqueña, para empezar a identificar todos estos alimentos silvestres que cada vez más se están dejando de comer por una visión eurocéntrica de lo que se ‘puede’ comer. Se está perdiendo muchísimo conocimiento y, finalmente, recuperarlo es una forma de descolonizar el territorio”, sigue Manterola.
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Por otro lado, el proyecto de tecnología agrícola Robotánica (@robotani.ca) se ha enfocado en los últimos dos años en desarrollar tecnología para facilitar la automatización de la producción de alimentos a cualquier escala. Ubicada en la zona chinampera de Xochimilco y con un laboratorio en el sur de la Ciudad de México, Robotánica cultiva hortalizas y las vende en su página de internet y por redes sociales. Toda su producción se basa en cuidar lo que entra a la tierra y en lograr una cadena sustentable en su totalidad. “Como empresa, trabajamos atacando la seguridad alimentaria como un problema de ingeniería. Estas máquinas y todo lo que tenemos y desarrollamos es open source; nuestra idea es favorecer lo más y que contemos lo más rápido posible con las técnicas, las herramientas, el software y todo lo que se necesita para que nosotros, como especie, podamos asegurar nuestra necesidad biológica primaria”, explica Andrés Gómez Urquiza, quien, junto con Montserrat Ayala, lleva el proyecto.
Con un minitractor y una impresora para germinados, Robotánica desarrolla tecnología para todo público y algunas de sus máquinas ya están a la venta para agricultores y aficionados. También, cuando es posible, realizan visitas guiadas a los huertos, en las que se ofrece una comida típica xochimilca hecha por las mujeres del colectivo Amapola del Sabor. El proyecto se ha enfocado, además, en impulsar a los agricultores de la zona que, aunque está en la Ciudad de México, aún no puede competir con productores mayores, como los de la Central de Abasto. “Muchos productores nos han comentado que al final dejan el campo porque nunca pueden competir contra la Central, entonces, parte de la labor también ha sido posicionarnos en el mercado que no es el de la Central y tampoco es el megafresa de los productos orgánicos supercatalogados con mil certificados. Al final, lo más orgánico es lo más puro, es lo que viene de la tierra”, explica Ayala.
Ambos proyectos ofrecen un respiro y una solución a un problema que asedia al país. La industria agrícola está en la base de la economía nacional pero, más allá de los factores monetarios, el cuidado de la biodiversidad, el uso de nuevas tecnologías responsables, el cuidado de la tierra y la reflexión sobre la cadena de distribución son los temas que pueden garantizar que todos los mexicanos tengan comida en sus platos.
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La calidad de los productos que se consumen en la capital de México se ve amenazada por un largo listado de interventores, son propuestas como las de Colectivo Amasijo y Robotánica las que reconstruyen este modelo desde un enfoque centrado en la sociedad y el aprovechamiento de nuevas tecnologías.
Cualquier vegetal en el plato de un residente de la Ciudad de México seguramente ha viajado varios kilómetros para llegar ahí. El consumidor final nada sabe de quién ha cultivado sus alimentos, cómo y dónde. En un sistema alimentario deficiente como el nuestro, problemáticas de todos tipos acechan la industria agrícola: los pesticidas, la inseguridad, la misoginia, el clasismo, el colonialismo, así como la falta de sustentabilidad. Por fortuna, en los últimos años han comenzado a proliferar proyectos enfocados a la transformación. Ahora, con la vista puesta en el futuro, proyectos como Colectivo Amasijo y Robotánica trabajan por la regeneración del tejido social a través de la alimentación y la agricultura, desde perspectivas aparentemente opuestas: uno, en la participación de las mujeres y otro, a partir del desarrollo tecnológico.
Colectivo Amasijo (@colectivo_amasijo) es un proyecto creado por Martina Manterola y Cecilia Castro, quienes, en un esfuerzo por introducirse de lleno al ecofeminismo, formaron una comunidad enfocada en la regeneración y el cuidado del territorio agrícola. Acercándose a mujeres de diferentes comunidades y cocinando con ellas, encontraron una sabiduría invaluable sobre la alimentación, el cuidado y la agricultura. “Tenemos esta concepción del sembrar enfocada en el objeto y no en el sistema. Me he dado cuenta de que estas mujeres siembran a partir de sistemas, por ejemplo: la milpa. No somos el mundo del maíz, somos el mundo de la milpa”, explica Manterola al hablar sobre esta forma de cultivo y los productos que se obtienen de ella: la calabaza, el frijol, las hierbas, los insectos e inclusive los hongos.
El proyecto se dedica a organizar eventos y comidas para llevar los conocimientos del colectivo a todos los lugares posibles y cerrar la brecha entre lo rural y lo citadino. Han realizado días de campo en el Museo Tamayo y, ahora, por la pandemia, han decidido hacer talleres para hacer tamales en refugios para mujeres violentadas, que se enfocan en el poder sanador de la comunidad femenina y de la cocina. También, su trabajo recae en la investigación sobre preparaciones y alimentos que se han dejado de consumir. “Hemos comenzado a investigar en territorios más agrestes y de mucho calor, como Veracruz y la costa oaxaqueña, para empezar a identificar todos estos alimentos silvestres que cada vez más se están dejando de comer por una visión eurocéntrica de lo que se ‘puede’ comer. Se está perdiendo muchísimo conocimiento y, finalmente, recuperarlo es una forma de descolonizar el territorio”, sigue Manterola.
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Por otro lado, el proyecto de tecnología agrícola Robotánica (@robotani.ca) se ha enfocado en los últimos dos años en desarrollar tecnología para facilitar la automatización de la producción de alimentos a cualquier escala. Ubicada en la zona chinampera de Xochimilco y con un laboratorio en el sur de la Ciudad de México, Robotánica cultiva hortalizas y las vende en su página de internet y por redes sociales. Toda su producción se basa en cuidar lo que entra a la tierra y en lograr una cadena sustentable en su totalidad. “Como empresa, trabajamos atacando la seguridad alimentaria como un problema de ingeniería. Estas máquinas y todo lo que tenemos y desarrollamos es open source; nuestra idea es favorecer lo más y que contemos lo más rápido posible con las técnicas, las herramientas, el software y todo lo que se necesita para que nosotros, como especie, podamos asegurar nuestra necesidad biológica primaria”, explica Andrés Gómez Urquiza, quien, junto con Montserrat Ayala, lleva el proyecto.
Con un minitractor y una impresora para germinados, Robotánica desarrolla tecnología para todo público y algunas de sus máquinas ya están a la venta para agricultores y aficionados. También, cuando es posible, realizan visitas guiadas a los huertos, en las que se ofrece una comida típica xochimilca hecha por las mujeres del colectivo Amapola del Sabor. El proyecto se ha enfocado, además, en impulsar a los agricultores de la zona que, aunque está en la Ciudad de México, aún no puede competir con productores mayores, como los de la Central de Abasto. “Muchos productores nos han comentado que al final dejan el campo porque nunca pueden competir contra la Central, entonces, parte de la labor también ha sido posicionarnos en el mercado que no es el de la Central y tampoco es el megafresa de los productos orgánicos supercatalogados con mil certificados. Al final, lo más orgánico es lo más puro, es lo que viene de la tierra”, explica Ayala.
Ambos proyectos ofrecen un respiro y una solución a un problema que asedia al país. La industria agrícola está en la base de la economía nacional pero, más allá de los factores monetarios, el cuidado de la biodiversidad, el uso de nuevas tecnologías responsables, el cuidado de la tierra y la reflexión sobre la cadena de distribución son los temas que pueden garantizar que todos los mexicanos tengan comida en sus platos.
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La calidad de los productos que se consumen en la capital de México se ve amenazada por un largo listado de interventores, son propuestas como las de Colectivo Amasijo y Robotánica las que reconstruyen este modelo desde un enfoque centrado en la sociedad y el aprovechamiento de nuevas tecnologías.
Cualquier vegetal en el plato de un residente de la Ciudad de México seguramente ha viajado varios kilómetros para llegar ahí. El consumidor final nada sabe de quién ha cultivado sus alimentos, cómo y dónde. En un sistema alimentario deficiente como el nuestro, problemáticas de todos tipos acechan la industria agrícola: los pesticidas, la inseguridad, la misoginia, el clasismo, el colonialismo, así como la falta de sustentabilidad. Por fortuna, en los últimos años han comenzado a proliferar proyectos enfocados a la transformación. Ahora, con la vista puesta en el futuro, proyectos como Colectivo Amasijo y Robotánica trabajan por la regeneración del tejido social a través de la alimentación y la agricultura, desde perspectivas aparentemente opuestas: uno, en la participación de las mujeres y otro, a partir del desarrollo tecnológico.
Colectivo Amasijo (@colectivo_amasijo) es un proyecto creado por Martina Manterola y Cecilia Castro, quienes, en un esfuerzo por introducirse de lleno al ecofeminismo, formaron una comunidad enfocada en la regeneración y el cuidado del territorio agrícola. Acercándose a mujeres de diferentes comunidades y cocinando con ellas, encontraron una sabiduría invaluable sobre la alimentación, el cuidado y la agricultura. “Tenemos esta concepción del sembrar enfocada en el objeto y no en el sistema. Me he dado cuenta de que estas mujeres siembran a partir de sistemas, por ejemplo: la milpa. No somos el mundo del maíz, somos el mundo de la milpa”, explica Manterola al hablar sobre esta forma de cultivo y los productos que se obtienen de ella: la calabaza, el frijol, las hierbas, los insectos e inclusive los hongos.
El proyecto se dedica a organizar eventos y comidas para llevar los conocimientos del colectivo a todos los lugares posibles y cerrar la brecha entre lo rural y lo citadino. Han realizado días de campo en el Museo Tamayo y, ahora, por la pandemia, han decidido hacer talleres para hacer tamales en refugios para mujeres violentadas, que se enfocan en el poder sanador de la comunidad femenina y de la cocina. También, su trabajo recae en la investigación sobre preparaciones y alimentos que se han dejado de consumir. “Hemos comenzado a investigar en territorios más agrestes y de mucho calor, como Veracruz y la costa oaxaqueña, para empezar a identificar todos estos alimentos silvestres que cada vez más se están dejando de comer por una visión eurocéntrica de lo que se ‘puede’ comer. Se está perdiendo muchísimo conocimiento y, finalmente, recuperarlo es una forma de descolonizar el territorio”, sigue Manterola.
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Por otro lado, el proyecto de tecnología agrícola Robotánica (@robotani.ca) se ha enfocado en los últimos dos años en desarrollar tecnología para facilitar la automatización de la producción de alimentos a cualquier escala. Ubicada en la zona chinampera de Xochimilco y con un laboratorio en el sur de la Ciudad de México, Robotánica cultiva hortalizas y las vende en su página de internet y por redes sociales. Toda su producción se basa en cuidar lo que entra a la tierra y en lograr una cadena sustentable en su totalidad. “Como empresa, trabajamos atacando la seguridad alimentaria como un problema de ingeniería. Estas máquinas y todo lo que tenemos y desarrollamos es open source; nuestra idea es favorecer lo más y que contemos lo más rápido posible con las técnicas, las herramientas, el software y todo lo que se necesita para que nosotros, como especie, podamos asegurar nuestra necesidad biológica primaria”, explica Andrés Gómez Urquiza, quien, junto con Montserrat Ayala, lleva el proyecto.
Con un minitractor y una impresora para germinados, Robotánica desarrolla tecnología para todo público y algunas de sus máquinas ya están a la venta para agricultores y aficionados. También, cuando es posible, realizan visitas guiadas a los huertos, en las que se ofrece una comida típica xochimilca hecha por las mujeres del colectivo Amapola del Sabor. El proyecto se ha enfocado, además, en impulsar a los agricultores de la zona que, aunque está en la Ciudad de México, aún no puede competir con productores mayores, como los de la Central de Abasto. “Muchos productores nos han comentado que al final dejan el campo porque nunca pueden competir contra la Central, entonces, parte de la labor también ha sido posicionarnos en el mercado que no es el de la Central y tampoco es el megafresa de los productos orgánicos supercatalogados con mil certificados. Al final, lo más orgánico es lo más puro, es lo que viene de la tierra”, explica Ayala.
Ambos proyectos ofrecen un respiro y una solución a un problema que asedia al país. La industria agrícola está en la base de la economía nacional pero, más allá de los factores monetarios, el cuidado de la biodiversidad, el uso de nuevas tecnologías responsables, el cuidado de la tierra y la reflexión sobre la cadena de distribución son los temas que pueden garantizar que todos los mexicanos tengan comida en sus platos.
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La calidad de los productos que se consumen en la capital de México se ve amenazada por un largo listado de interventores, son propuestas como las de Colectivo Amasijo y Robotánica las que reconstruyen este modelo desde un enfoque centrado en la sociedad y el aprovechamiento de nuevas tecnologías.
Cualquier vegetal en el plato de un residente de la Ciudad de México seguramente ha viajado varios kilómetros para llegar ahí. El consumidor final nada sabe de quién ha cultivado sus alimentos, cómo y dónde. En un sistema alimentario deficiente como el nuestro, problemáticas de todos tipos acechan la industria agrícola: los pesticidas, la inseguridad, la misoginia, el clasismo, el colonialismo, así como la falta de sustentabilidad. Por fortuna, en los últimos años han comenzado a proliferar proyectos enfocados a la transformación. Ahora, con la vista puesta en el futuro, proyectos como Colectivo Amasijo y Robotánica trabajan por la regeneración del tejido social a través de la alimentación y la agricultura, desde perspectivas aparentemente opuestas: uno, en la participación de las mujeres y otro, a partir del desarrollo tecnológico.
Colectivo Amasijo (@colectivo_amasijo) es un proyecto creado por Martina Manterola y Cecilia Castro, quienes, en un esfuerzo por introducirse de lleno al ecofeminismo, formaron una comunidad enfocada en la regeneración y el cuidado del territorio agrícola. Acercándose a mujeres de diferentes comunidades y cocinando con ellas, encontraron una sabiduría invaluable sobre la alimentación, el cuidado y la agricultura. “Tenemos esta concepción del sembrar enfocada en el objeto y no en el sistema. Me he dado cuenta de que estas mujeres siembran a partir de sistemas, por ejemplo: la milpa. No somos el mundo del maíz, somos el mundo de la milpa”, explica Manterola al hablar sobre esta forma de cultivo y los productos que se obtienen de ella: la calabaza, el frijol, las hierbas, los insectos e inclusive los hongos.
El proyecto se dedica a organizar eventos y comidas para llevar los conocimientos del colectivo a todos los lugares posibles y cerrar la brecha entre lo rural y lo citadino. Han realizado días de campo en el Museo Tamayo y, ahora, por la pandemia, han decidido hacer talleres para hacer tamales en refugios para mujeres violentadas, que se enfocan en el poder sanador de la comunidad femenina y de la cocina. También, su trabajo recae en la investigación sobre preparaciones y alimentos que se han dejado de consumir. “Hemos comenzado a investigar en territorios más agrestes y de mucho calor, como Veracruz y la costa oaxaqueña, para empezar a identificar todos estos alimentos silvestres que cada vez más se están dejando de comer por una visión eurocéntrica de lo que se ‘puede’ comer. Se está perdiendo muchísimo conocimiento y, finalmente, recuperarlo es una forma de descolonizar el territorio”, sigue Manterola.
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Por otro lado, el proyecto de tecnología agrícola Robotánica (@robotani.ca) se ha enfocado en los últimos dos años en desarrollar tecnología para facilitar la automatización de la producción de alimentos a cualquier escala. Ubicada en la zona chinampera de Xochimilco y con un laboratorio en el sur de la Ciudad de México, Robotánica cultiva hortalizas y las vende en su página de internet y por redes sociales. Toda su producción se basa en cuidar lo que entra a la tierra y en lograr una cadena sustentable en su totalidad. “Como empresa, trabajamos atacando la seguridad alimentaria como un problema de ingeniería. Estas máquinas y todo lo que tenemos y desarrollamos es open source; nuestra idea es favorecer lo más y que contemos lo más rápido posible con las técnicas, las herramientas, el software y todo lo que se necesita para que nosotros, como especie, podamos asegurar nuestra necesidad biológica primaria”, explica Andrés Gómez Urquiza, quien, junto con Montserrat Ayala, lleva el proyecto.
Con un minitractor y una impresora para germinados, Robotánica desarrolla tecnología para todo público y algunas de sus máquinas ya están a la venta para agricultores y aficionados. También, cuando es posible, realizan visitas guiadas a los huertos, en las que se ofrece una comida típica xochimilca hecha por las mujeres del colectivo Amapola del Sabor. El proyecto se ha enfocado, además, en impulsar a los agricultores de la zona que, aunque está en la Ciudad de México, aún no puede competir con productores mayores, como los de la Central de Abasto. “Muchos productores nos han comentado que al final dejan el campo porque nunca pueden competir contra la Central, entonces, parte de la labor también ha sido posicionarnos en el mercado que no es el de la Central y tampoco es el megafresa de los productos orgánicos supercatalogados con mil certificados. Al final, lo más orgánico es lo más puro, es lo que viene de la tierra”, explica Ayala.
Ambos proyectos ofrecen un respiro y una solución a un problema que asedia al país. La industria agrícola está en la base de la economía nacional pero, más allá de los factores monetarios, el cuidado de la biodiversidad, el uso de nuevas tecnologías responsables, el cuidado de la tierra y la reflexión sobre la cadena de distribución son los temas que pueden garantizar que todos los mexicanos tengan comida en sus platos.
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La calidad de los productos que se consumen en la capital de México se ve amenazada por un largo listado de interventores, son propuestas como las de Colectivo Amasijo y Robotánica las que reconstruyen este modelo desde un enfoque centrado en la sociedad y el aprovechamiento de nuevas tecnologías.
Cualquier vegetal en el plato de un residente de la Ciudad de México seguramente ha viajado varios kilómetros para llegar ahí. El consumidor final nada sabe de quién ha cultivado sus alimentos, cómo y dónde. En un sistema alimentario deficiente como el nuestro, problemáticas de todos tipos acechan la industria agrícola: los pesticidas, la inseguridad, la misoginia, el clasismo, el colonialismo, así como la falta de sustentabilidad. Por fortuna, en los últimos años han comenzado a proliferar proyectos enfocados a la transformación. Ahora, con la vista puesta en el futuro, proyectos como Colectivo Amasijo y Robotánica trabajan por la regeneración del tejido social a través de la alimentación y la agricultura, desde perspectivas aparentemente opuestas: uno, en la participación de las mujeres y otro, a partir del desarrollo tecnológico.
Colectivo Amasijo (@colectivo_amasijo) es un proyecto creado por Martina Manterola y Cecilia Castro, quienes, en un esfuerzo por introducirse de lleno al ecofeminismo, formaron una comunidad enfocada en la regeneración y el cuidado del territorio agrícola. Acercándose a mujeres de diferentes comunidades y cocinando con ellas, encontraron una sabiduría invaluable sobre la alimentación, el cuidado y la agricultura. “Tenemos esta concepción del sembrar enfocada en el objeto y no en el sistema. Me he dado cuenta de que estas mujeres siembran a partir de sistemas, por ejemplo: la milpa. No somos el mundo del maíz, somos el mundo de la milpa”, explica Manterola al hablar sobre esta forma de cultivo y los productos que se obtienen de ella: la calabaza, el frijol, las hierbas, los insectos e inclusive los hongos.
El proyecto se dedica a organizar eventos y comidas para llevar los conocimientos del colectivo a todos los lugares posibles y cerrar la brecha entre lo rural y lo citadino. Han realizado días de campo en el Museo Tamayo y, ahora, por la pandemia, han decidido hacer talleres para hacer tamales en refugios para mujeres violentadas, que se enfocan en el poder sanador de la comunidad femenina y de la cocina. También, su trabajo recae en la investigación sobre preparaciones y alimentos que se han dejado de consumir. “Hemos comenzado a investigar en territorios más agrestes y de mucho calor, como Veracruz y la costa oaxaqueña, para empezar a identificar todos estos alimentos silvestres que cada vez más se están dejando de comer por una visión eurocéntrica de lo que se ‘puede’ comer. Se está perdiendo muchísimo conocimiento y, finalmente, recuperarlo es una forma de descolonizar el territorio”, sigue Manterola.
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Ambos proyectos ofrecen un respiro y una solución a un problema que asedia al país. La industria agrícola está en la base de la economía nacional pero, más allá de los factores monetarios, el cuidado de la biodiversidad, el uso de nuevas tecnologías responsables, el cuidado de la tierra y la reflexión sobre la cadena de distribución son los temas que pueden garantizar que todos los mexicanos tengan comida en sus platos.
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