John Banville: El irlandés de mil caras
John Banville es uno de los grandes narradores en lengua inglesa. Habló sobre sus orígenes y dio algunas claves de su literatura.
—Cuando leí Dubliners de James Joyce a los 12 años, inmediatamente le robé a mi tía Sadie su Remington, una máquina de escribir negra y enorme que parecía un Ford modelo T, y empecé a redactar imitaciones de las historias de Joyce. ¡Eran tan malas que todavía enrojezco cuando las recuerdo!
Ese fue el comienzo de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) y sucedió en los años cincuenta. Después hubo un puesto en una aerolínea, Aer Lingus, “para recorrer el mundo”; un trabajo de periodista y más tarde de subdirector en The Irish Press; de editor literario en The Irish Times hasta 1999; y novelas, muchas novelas (22), y premios, el Man Booker Prize, el Irish Pen Award, el Príncipe de Asturias de las Letras. Y entonces, cuando todo el mundo pensaba que ya estaba encarrilado, que la suya iba a ser una carrera ascendente hacia el olimpo de la escritura —el Nobel, quizá—, Banville se multiplicó y creó otro yo escritor: se inventó un autor de novela negra, Benjamin Black. Un heterónimo “pessoano” pesimista, irónico, oscuro que, sin perder la elegancia, se mueve en las calles empedradas del Dublín de los años cincuenta. Y aquí volvemos al comienzo.
—Después de haber dejado el periodismo, sentí que necesitaba un trabajo diario. Pensé que escribiría una sola novela como Benjamin Black, pero Black me clavó las garras y ya no puedo apartarlas de mi garganta.
El protagonista de sus siete novelas firmadas como Benjamin Black —BB les llama él, en contraposición a las de JB— es un forense, Quirke. No sabemos si Quirke es en realidad un trasunto de Benjamin Blak o de John Banville.
—¿Es su escritura como BB tan diferente de su escritura como JB?
—Tan diferente como caminar y bailar.
—¿Podría estar Quirke en una novela de John Banville?
—No. Se sentiría fuera de lugar.
—¿Cómo se imagina a Quirke?
—Ha cambiado, empezó siendo altísimo y rubio; ahora se parece al actor irlandés Gabriel Byrne.
Banville habla sin levantar la voz, con suavidad, con ironía y con finales bruscos que dejan al interlocutor en el aire: ¿ya está? ¿Ya se acabó la respuesta? A ratos parece un tipo afable, un excelente narrador que podría estar sentado frente al fuego en un pub de la Irlanda rural mientras afuera cae una tormenta de nieve; a ratos, un caballero misterioso que entrecierra los ojos cuando habla y contesta con dobles sentidos y se coloca el sombrero airosamente antes de despedirse. Con los años, Banville, el autor, se va pareciendo cada vez más a Quirke, el personaje. Hace una década que lo conozco y en cada encuentro sus americanas me parecen más impecables, más atrevido el sempiterno pañuelo que asoma por el bolsillo, y su mirada, dicho en estilo noir, más inescrutable.
Como personaje no es en absoluto previsible. Como autor, aún menos. Estilista exquisito, en su escritura hay algo muy difícil de definir: ritmo. Un ritmo interno, intrincado, que mueve las páginas y las atraviesa por debajo del argumento de principio a fin. Y eso tiene que ver con la pregunta: ¿es John Banville un escritor irlandés? “Escribo en lo que llamamos Hiberno-English, que es nuestra versión de la lengua inglesa. La nuestra se extinguió y creamos otra en la que persisten los ecos del irlandés. Es la lengua de Joyce, de Beckett. Lo que hace a un escritor irlandés es su pasión por las posibilidades ambiguas del idioma”. ¿Cuáles son sus autores de culto? “Henry James, R.M. Rilke, Samuel Beckett, Wallace Stevens…” ¿Y su primer recuerdo literario? “Un pequeño volumen de historias católicas titulado Maggie´s Rosary. El relato del título, de una dulzura y una religiosidad nauseabunda, solía hacerme llorar. Yo debía de tener siete u ocho años”.
Maggie´s Rosary and Other Tales es un curioso libro de tapas azules y letras neogóticas publicado en 1871 en Londres, que se hizo célebre en los colegios católicos irlandeses. Banville creció en una pequeña ciudad “aburrida y provinciana” de menos de 20 000 habitantes en el sur rural de Irlanda y por supuesto recibió una educación católica. Todo eso se encuentra de manera sutil en los libros de John Banville —por ejemplo en El mar— y claramente en los de BB. Sobre todo en su nueva novela, Las sombras de Quirke (editorial Alfaguara), en la que el forense, derrotado por el alcohol y las cicatrices de una antigua paliza, se toma un tiempo de baja para superar sus alucinaciones. Pero pronto ese Quirke desalentado asciende, o desciende, hacia las miserias de la sociedad dublinesa de clase alta, se mueve en los salones brillantemente iluminados y se cuela en los tabernáculos de la Iglesia. En la novela lo acompañan su compañero de desdichas, el inspector Hackett, y su hija Phoebe, generosa, brillante. Y todo gira en torno a una sucia historia de tráfico de bebés con el trasfondo de la Iglesia católica y el —siempre brumoso— pasado de Quirke.
—Si Quirke cruzara al lado del mal, ¿qué haría Benjamin Black?
—No sucedería. Quirke es esencialmente un tipo decente. Un poco turbio ¿sabes?, y bebe y fuma demasiado, pero en general es un buen tipo. Aunque en realidad como John Banville no me preocupa mucho lo que haga BB, y él tampoco se preocupa de JB, así que estamos tablas.
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