Veinticinco años después de romper toda convención y agregarle sudor, electrónica y diseño a la música norteña, regresan Bostich y Fussible al gran salón de Las Pulgas, un imprescindible de Tijuana. Hoy toca bailar.

I count the ways
to disappear.
No one else can trace my tracks
around here.
Nortec Collective
La última vez que pisé una de las pistas de baile de Las Pulgas —ese laberinto lúdico en Tijuana que ofrece cuatro pistas simultáneas en sus mejores noches—, aquello era un aquelarre pasional entre haitianos y mexicanas. Iba acompañado de mi amigo Samuelo Opozisyon, un hiphopero haitiano que había vivido una tortuosa odisea por selvas verdes y de concreto hasta quedar varado en la frontera norte, en espera de una visa humanitaria para unirse con su familia al otro lado. Las Pulgas, que se presume como la discoteca con mayor volumen de venta de cerveza en el norte, es un exótico plató western de baile en la frontera caliente. Todo, aquí, confluye y se diluye. Tarros efervescentes. Besos traicioneros. Amores pasajeros. Lo fugaz como epíteto de la frontera. Emoción impermanente. Se llega con impaciencia desde el este de la ciudad, sobre todo maquilador, por las rutas rápidas y en los colectivos que transitan con ferocidad; llegan también los acogidos de otras nacionalidades, desde los sobrevivientes del Darién hasta los güeros que huyen del rule of law gringo y cruzan por la garita de El Chaparral en busca de party.
Caminé sin prisa por la avenida Revolución a plena luz del día, con ese sentimiento de que turisteo por las fauces del bete noir que duerme apacible antes de despertar; arropado por una galaxia caótica cuya extensión es este lugar, su distrito más intenso. Si algo describe a la frontera, la desenfrenada, queda inscrito en la avenida Revu. Crucé dos cuadras hasta quedar frente al palacio del Jai Alai, histórico inmueble justo frente de Las Pulgas. Llegué temprano a la charla con Ramón Amezcua y Pepe Mogt, los humanos que de noche visten los antifaces de Bostich y Fussible, dos músicos tijuanenses que han compuesto el soundtrack de una época fronteriza que ha marcado a varias generaciones; la mía, señaladamente entre ellas.
Ingresé al inmenso y vacío Salón Teatro dentro de Las Pulgas, su escenario principal. Su pista de baile, bordeada de graderías, debe guardar miles de secretos. Sillas metálicas sobre mesas cuadradas yacen dormidas. Sobre mi cabeza, una bola disco espera. Cajas y cajas de cerveza que tendrán que destaparse frenéticas con el sample de tarolazos de “Polaris” que pronto envolverá el ambiente por el 25 aniversario de carrera musical de Bostich + Fussible: Nortec Collective.
—A muchos nos parece como la decisión correcta que su aniversario se celebre en este templo del baile —comento.
—¡Definitivamente! Se trata de celebrar estos 25 años en un espacio icónico que reunirá a varias generaciones que nos han seguido hasta el momento. Muchos de los que comenzaron a escucharnos ahora tienen hijos que posiblemente desconozcan qué es Las Pulgas —contesta Ramón.
Estoy de acuerdo. Muchos con quienes compartí episodios enfiestado al son electrónico de Nortec Collective tendrán que buscar quién cuida a sus hijos esta noche, pienso.

Mucho ha cambiado desde su génesis. Tijuana siempre ha sido un escenario reconocido en lo musical. Para muchos exponentes, una parada obligada por su cordón umbilical con el mercado latino del sur de California. El periodista Octavio Hernández registró en sus icónicas entrevistas y crónicas sonoras una movida efervescente en la que figuraban una Julieta Venegas en sus comienzos; un Manu Chao en plena poiesis perdido en Playas de Tijuana; las diversas visitas de Nirvana y Soda Stereo, sin dejar atrás a clásicos del género norteño como Cornelio Reyna, Ramón Ayala y los más grandes, Los Tigres del Norte, haciendo la ciudad suya.
Todo sucedía en la Tijuana de los ochenta. Nos llegaba lo más nuevo en la música gracias a la influencia de las estaciones de radio con base en San Diego y Los Ángeles, mismas que tenían sus antenas aquí en Tijuana. Literal, nos llegaba música de primera mano.
Bostich y Fussible recuerdan con nostalgia aquella su Tijuana de los fines de semana con el oído pegado a la 91X FM o a la programación de KPBS. Las visitas a las tiendas de discos La Ley y La Imperial. Las expediciones al otro lado (de la frontera) y de regreso con un cassette en mano repleto canciones desconocidas de una vanguardia musical cuyas referencias solamente en las tiendas especializadas de San Diego o Los Ángeles podían encontrar. Y, claro, el bar Iguanas, aquel venue en la línea que sirvió de hervidero sonoro, con visitantes de la talla de Nirvana y que puso a bailar a todos con “Groove is in the Heart” de Deee-Lite.
Todo aquello, el estruendo y el vacío de lo efímero, era hipnotizante. Los mejores músicos siempre atienden al silencio como parte primordial de una exposición musical. En ese espacio vacío, dirán los místicos, todas las notas ya existen, solo es cuestión de ordenarlas armónicamente para llenarlo de sonido. Antes de dar forma plena a Nortec Collective, su sonido permanecía en un limbo completamente fragmentado. Fue la vibración desde Düsseldorf que inspiró el fin de aquel silencio. Autobahn, el cuarto álbum de los visionarios alemanes Kraftwerk, vio la luz en 1974 y encontró un público listo para una propuesta electrónica y de nuevas narrativas. Escucharlo en la radio y conseguirlo físicamente fue determinante para ese par de melómanos norteños. Ese disco, esa banda, su sonido, aquel enigmático espectáculo, su todo, fue determinante para un Ramón y un Pepe jóvenes y hambrientos. Cada uno, con sus vinilos, en su lomita tijuanense, a todo volumen, escuchó atento las notas que determinarían su destino.
El nacimiento del Kraftwerk agropecuario
“O el trabajo o la música”. Es la disyuntiva que, recuerda Pepe, definiría su futuro.
Aquel mismo dilema también persiguió a Ramón. No lo niega: como dentista tenía un futuro promisorio, cómodo. Si bien combinaba su oficio con su hobby —la música—, la realidad es que ya era una figura reconocida en los bajos mundos de los raves noventeros en Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara. Un Bostich a punto de ser EL Bostich.
Todo cambió cuando Pepe Mogt obtuvo una cinta de sonidos norteños. Cuarenta minutos en total. Era una grabación de bandas locales de sonido dudoso. Las transfirió a digital y comenzó a experimentar. Pronto le pasó ese track a Ramón, quien, abierto al ímpetu exploratorio de su partner in crime, decidió experimentar.
Fue un proceso sumamente divertido, el deconstruir sonidos de tuba y tarola para crear algo totalmente nuevo. Nos explotó la cabeza, sinceramente, porque encontramos algo que teníamos siempre en nuestras manos: era un sonido totalmente tijuanense. Por un lado, la música de banda y norteña. Y, por otro lado, la electrónica, que, desde los fines de los setenta, ochenta retumba en nuestras cabezas.
Dos (ahora) clásicos, surgieron de ese track para abrir brecha: “Polaris” de Bostich y “Ventilador” de Fussible. El primero, una oda de sonidos crudos que honraba a los dioses de la fiesta. El segundo, música de sintetizador perfecta para una amanecida en la Sexta. Ambas, no cabe duda, eran la llave a un mundo sonoro de oportunidades. No lo pensaron dos veces y enviaron ese mismo mixtape a quienes se convertirían en los futuros socios del colectivo: Plankton, Hiperboreal, Clorofila, Panóptica y Terrestre.

Si bien quedaba claro un horizonte, lo que faltaba era la identidad de esto nuevo que nacía. Fritz Torres, quien junto a Jorge Verdín se presentaban como Clorofila en Nortec, recuerda perfectamente esa época efervescente. Diseñador por profesión, participó activamente en los inicios del colectivo al crear un catálogo de símbolos e imágenes que se convertirían en la identidad gráfica de Nortec Collective. Recuerda Fritz:
Se me hizo super cool que estuviéramos en la ola, todo tan excitante, pero mi interés real es y será la gráfica. Proponía una gráfica propia, vestir todo de una manera interesante. Se acordó que cada demo producido primero pasaría por nosotros para armarles, aunque sea, una portada, como collage o con stickers: todo tenía una personalidad propia.
Toda esta experiencia generaba un impacto palpable en el público. Comenzaron las giras más allá del río Colorado. Su icónico sonido les abrió oportunidades en festivales internacionales, entre ellos, el indispensable Coachella Valley Arts and Music Festival. Se esmeraron en presentar un espectáculo de nivel, tal como que veían en los conciertos Kraftwerk. Tropicalizado, pues.
—Para nuestras presentaciones, en el inicio, nos atraía la idea de hacer un tributo a las bandas que admiramos, pero con acordeón y tuba en vivo, lo que lo hacía todo más bizarro. Todos en el colectivo con laptop sobre guacales. Era como un Kraftwerk agropecuario. A la gente le volaba la cabeza —explica Pepe.
—Un elemento crucial acordado era que no hubiera una tocada en donde no hubiera proyecciones visuales de algún modo, con animaciones o videos creados por Chucuchú y otros artistas visuales. En las raras ocasiones en que por cuestiones presupuestarias no se podía traer a los VJ, el Acamonchi se daba a la tarea de forrar el lugar con flyers y stencils —revira Fritz.
Gerardo Yepiz, aka Acamonchi, experimentado en el diseño gráfico subversivo, también se sumó en esta eclosión creativa que formaba toda una experiencia sensorial que premiaba en las presentaciones por el primer álbum de Tijuana Sessions Vol. 1 (2001). Él mismo abunda:

En aquel entonces era súper básico, handmade. Fotocopias, pinturas. Arte-guerrilla, todo nuevo. Sin duda, estaba la influencia de Shepard Fairey / Obey Giant, con quienes colaboraba. Esa influencia estaba muy presente. Lo traduje a la estética Nortec. Fue cuando use imágenes de Raúl Velasco, Luis Donaldo Colosio. Rafa Dro, Octavio Hernández para promocionar la cultura tijuanera. Todo fue una broma local. Nunca se hizo pensando en que tuviera una aceptación en el resto de México u otras partes del mundo.
Seguramente ni Acamonchi ni Bostich ni Fussible ni nadie esperaban lo que terminó pasando: México y el mundo abrazó a Nortec. El sonido del futuro de Tijuana sonaba en las principales urbes del globo; su espectáculo se volvió legendario.
Del track de sonidos norteños nació Nortec Collective. De un sombrerito colgado en el retrovisor de un taxista neoyorquino nació la primera portada del colectivo en 2001, de Fritz. En 2002 tocaron por primera vez en Las Pulgas, un hito si consideramos que antes, como bien recuerda Ramón, era imposible que la música norteña —o de sabor norteño— compartiera escenario con banda armada de sintetizadores. Veinticinco años después, regresan Bostich y Fussible al gran salón de Las Pulgas a celebrar una historia que se sigue escribiendo.
Están en su hábitat.

Las Pulgas Makes Me Happy
Afuera, la pantalla publicitaria old school de Las Pulgas anuncia con todas sus letras la próxima fiesta dirigida por Bostich y Fussible, acompañados de su full band; es decir, con músicos en el acordeón, la tuba, la trompeta, la guitarra y el bajo. Volteo y observo a mi alrededor. La noche comienza a imponerse, abriendo paso a la constelación de neón en la Revu. Ahora sí, despertó el monstruo. Patrullas. Gringos en farmacias. Haitianos de porte. Dos experimentados revisan por última vez la playlist de la noche. Mientras cientos de cartones de cerveza esperan su turno para pasar al hielo y cumplir su razón de ser. Afuera, muchos se desperdigan en una versión del preparty. Siempre me maravillo con la vida que pulula en la ciudad catalogada como la más violenta de Latinoamérica. No se equivocan los datos, no lo minimizo, pero también sé que existe una energía única, una que distingue a Tijuana del resto de la República mexicana: aquí te abraza y te ofrece, siempre abierta y siempre, sí, lista para la fiesta. Al final, desde su fundación, Tijuana está lista para la fiesta, está en su ADN y en el de sus fieles, y, ciertamente, Las Pulgas es el templo mayor.
Muchos adeptos estarán desperdigados por el downtown de TJ; como si fuera una sala de espera, en la clásica cantina de la Sexta, el Dandy del Sur, la cual cuenta con su canción homónima del álbum Tijuana Sessions Vol. 3. Los introvertidos esperan en casa hasta que llegue la hora, a la segura, escuchando el Autobanda como si se tratara del Autobahn de Kraftwerk. Ramón dice con emoción: “Celebramos el reconectar con ese momento, con esa época a 25 años de distancia. Esperamos a los que vivieron esa experiencia hace años y a nuevas generaciones”.
Llegan los de sombrero, las de tacón. Despierta la bola disco como el dios del baile del Salón Teatro en Las Pulgas. Enormes pantallas esperan ansiosas el alimento visual que mostrarán a un público delirante por el escenario, por la experiencia sonora, por la celebración. A la Kraftwerk, Bostich + Fussible se postran detrás de su equipo electrónico montado sobre un estrado que los muestra a full. Entran sus integrantes. Vitoreo. Besos. Baile. Suena Tijuana Sound Machine. Ya no pienso, solo vibro. Me alegra ser un asterisco en este capítulo sonoro de la esquina de México. Pase lo que pase con este país, esta noche, toca bailar.

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