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Un relato sobre otro tipo de desapariciones que forzó la dictadura militar en Argentina.

Un relato sobre otro tipo de desapariciones que forzó la dictadura militar en Argentina.Basado en hechos reales. 24 de marzo, 1976-2019.A comienzos de 2012, en medio de una investigación sobre los primeros casos de Testigos Protegidos en Argentina, el abogado penalista Cesar Sivo contó –entre tantos otros casos en los que participó y que parecen relatos de ficción– la siguiente historia.En Jujuy, norte de Argentina, invierno de 2011, un día del pasado reciente.–Estás grande, ¿no?, para andar dudando tanto. Si tenés la necesidad, te tomás el micro y te vas para allá. Y cuando te abre la puerta, ahí nomás, le decís: “Soy tu hijo. Tu hijo Martín”. Aunque el nombre te lo puse yo, ella va a entender bien rápido quién sos.–¿Me querés acompañar, mamá? Puedo sacar dos pasajes.–No. Yo te espero acá.El periódico desplegado sobre la mesa titula que, en los próximos días, en Mar del Plata, se tomará declaración a las víctimas de los grupos de tarea de La Cueva, el principal centro de detención clandestino de esa ciudad, durante la dictadura militar, 1976 a 1983. El nombre “Graciela V.” está subrayado con un marcador de trazo grueso.

En Mar del Plata, durante el invierno de 1978, en un pasado anterior.Dos golpes violentos hacen vibrar la puerta de la casa de Graciela V. Hombres de civil empujan y entran, revuelven, interrogan, meten miedo, buscan a su hermano –al hermano de Graciela V.–: no está. Agarran al marido, Pedro E., y lo arrastran hacia la puerta. Parece que se están yendo, que están listos para volver a La Cueva a torturar, pero uno de ellos mira a Graciela V.. Se acerca, le tapa la boca, la desnuda –no completamente–, la viola. Se toma su tiempo. Después se acercan los otros y repiten. Después encapuchan a Pedro E. y esta vez sí se van. Graciela V. escucha el sonido de dos autos alejándose. En otro cuarto duermen sus hijos.Mar del Plata, durante la primavera de 1978.Casi tres meses después de aquella noche, llaman a la puerta de la casa de Graciela V. Su marido, Pedro E., entra y la abraza, está flaco, no hablan, lloran, Graciela V. se toca el vientre, le dice: estoy embarazada, el marido grita: no puedo, no soy capaz, no me pidas lo imposible.Jujuy, durante el otoño de 1979.–Yo lo voy a cuidar bien, Graciela. Y le voy a contar. Le juro por Dios que cuando sea el momento yo le voy a decir la verdad.Graciela V. sube al micro para regresar a Mar del Plata, los pezones mojados de leche, dolores por todos lados. La otra mujer permanece de pie en el andén, con el bebé recién parido en los brazos, hasta que el micro se aleja. Piensa un nombre. Martín.

Mar del Plata, durante el invierno de 2011, en otro día del pasado reciente.Llaman a la puerta de la casa de Graciela V.. Abre. Está sola.–¿Usted es Graciela V.? –pregunta Martín; tiene en la mano el recorte del diario con el nombre subrayado en marcador de trazo grueso.–Sí –responde ella.–Soy yo, su hijo. Su hijo Martín.La mujer entiende. No se tocan, se miran, se quedan tiesos, más tarde lloran, se abrazan, toman mate, hacen las compras, cocinan juntos, hablan poco, esperan a que se haga de noche, a que llegue Pedro E.Mar del Plata, durante el invierno de 2011, unas semanas después.Martín llama a la puerta de la casa de Graciela V. y Pedro E.. Abre Pedro y se estrechan la mano. Martín saca del bolsillo un sobre con membrete de laboratorio, adentro está su ADN, mira el sobre, mira al hombre, respira, aguanta. Después dice: soy su hijo, sabe, también soy hijo de usted.

***

*Mónica Yemayel nació y vive en Buenos Aires. Es directora de un instituto de investigación especializado en economía y finanzas. Hasta el año 2010 escribía casi exclusivamente sobre esos temas, pero tras tomar un taller de periodismo, ha publicado desde perfiles de editores y cantantes de tango, hasta reseñas de libros periodísticos, pasando por crónicas de corte social en publicaciones de su país y del extranjero, tales como Anfibia, Rolling Stone, Viva, Sophia, L’Internazionale, Perfil, y en los blogs de Eterna Cadencia y Escritoresdelmundo.com

(La nota de testigos protegidos fue publicada por Revista Anfibia en http://revistaanfibia.com/cronica/kafka-toco-puerta/)

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Un relato sobre otro tipo de desapariciones que forzó la dictadura militar en Argentina.Basado en hechos reales. 24 de marzo, 1976-2019.A comienzos de 2012, en medio de una investigación sobre los primeros casos de Testigos Protegidos en Argentina, el abogado penalista Cesar Sivo contó –entre tantos otros casos en los que participó y que parecen relatos de ficción– la siguiente historia.En Jujuy, norte de Argentina, invierno de 2011, un día del pasado reciente.–Estás grande, ¿no?, para andar dudando tanto. Si tenés la necesidad, te tomás el micro y te vas para allá. Y cuando te abre la puerta, ahí nomás, le decís: “Soy tu hijo. Tu hijo Martín”. Aunque el nombre te lo puse yo, ella va a entender bien rápido quién sos.–¿Me querés acompañar, mamá? Puedo sacar dos pasajes.–No. Yo te espero acá.El periódico desplegado sobre la mesa titula que, en los próximos días, en Mar del Plata, se tomará declaración a las víctimas de los grupos de tarea de La Cueva, el principal centro de detención clandestino de esa ciudad, durante la dictadura militar, 1976 a 1983. El nombre “Graciela V.” está subrayado con un marcador de trazo grueso.

En Mar del Plata, durante el invierno de 1978, en un pasado anterior.Dos golpes violentos hacen vibrar la puerta de la casa de Graciela V. Hombres de civil empujan y entran, revuelven, interrogan, meten miedo, buscan a su hermano –al hermano de Graciela V.–: no está. Agarran al marido, Pedro E., y lo arrastran hacia la puerta. Parece que se están yendo, que están listos para volver a La Cueva a torturar, pero uno de ellos mira a Graciela V.. Se acerca, le tapa la boca, la desnuda –no completamente–, la viola. Se toma su tiempo. Después se acercan los otros y repiten. Después encapuchan a Pedro E. y esta vez sí se van. Graciela V. escucha el sonido de dos autos alejándose. En otro cuarto duermen sus hijos.Mar del Plata, durante la primavera de 1978.Casi tres meses después de aquella noche, llaman a la puerta de la casa de Graciela V. Su marido, Pedro E., entra y la abraza, está flaco, no hablan, lloran, Graciela V. se toca el vientre, le dice: estoy embarazada, el marido grita: no puedo, no soy capaz, no me pidas lo imposible.Jujuy, durante el otoño de 1979.–Yo lo voy a cuidar bien, Graciela. Y le voy a contar. Le juro por Dios que cuando sea el momento yo le voy a decir la verdad.Graciela V. sube al micro para regresar a Mar del Plata, los pezones mojados de leche, dolores por todos lados. La otra mujer permanece de pie en el andén, con el bebé recién parido en los brazos, hasta que el micro se aleja. Piensa un nombre. Martín.

Mar del Plata, durante el invierno de 2011, en otro día del pasado reciente.Llaman a la puerta de la casa de Graciela V.. Abre. Está sola.–¿Usted es Graciela V.? –pregunta Martín; tiene en la mano el recorte del diario con el nombre subrayado en marcador de trazo grueso.–Sí –responde ella.–Soy yo, su hijo. Su hijo Martín.La mujer entiende. No se tocan, se miran, se quedan tiesos, más tarde lloran, se abrazan, toman mate, hacen las compras, cocinan juntos, hablan poco, esperan a que se haga de noche, a que llegue Pedro E.Mar del Plata, durante el invierno de 2011, unas semanas después.Martín llama a la puerta de la casa de Graciela V. y Pedro E.. Abre Pedro y se estrechan la mano. Martín saca del bolsillo un sobre con membrete de laboratorio, adentro está su ADN, mira el sobre, mira al hombre, respira, aguanta. Después dice: soy su hijo, sabe, también soy hijo de usted.

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*Mónica Yemayel nació y vive en Buenos Aires. Es directora de un instituto de investigación especializado en economía y finanzas. Hasta el año 2010 escribía casi exclusivamente sobre esos temas, pero tras tomar un taller de periodismo, ha publicado desde perfiles de editores y cantantes de tango, hasta reseñas de libros periodísticos, pasando por crónicas de corte social en publicaciones de su país y del extranjero, tales como Anfibia, Rolling Stone, Viva, Sophia, L’Internazionale, Perfil, y en los blogs de Eterna Cadencia y Escritoresdelmundo.com

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En Mar del Plata, durante el invierno de 1978, en un pasado anterior.Dos golpes violentos hacen vibrar la puerta de la casa de Graciela V. Hombres de civil empujan y entran, revuelven, interrogan, meten miedo, buscan a su hermano –al hermano de Graciela V.–: no está. Agarran al marido, Pedro E., y lo arrastran hacia la puerta. Parece que se están yendo, que están listos para volver a La Cueva a torturar, pero uno de ellos mira a Graciela V.. Se acerca, le tapa la boca, la desnuda –no completamente–, la viola. Se toma su tiempo. Después se acercan los otros y repiten. Después encapuchan a Pedro E. y esta vez sí se van. Graciela V. escucha el sonido de dos autos alejándose. En otro cuarto duermen sus hijos.Mar del Plata, durante la primavera de 1978.Casi tres meses después de aquella noche, llaman a la puerta de la casa de Graciela V. Su marido, Pedro E., entra y la abraza, está flaco, no hablan, lloran, Graciela V. se toca el vientre, le dice: estoy embarazada, el marido grita: no puedo, no soy capaz, no me pidas lo imposible.Jujuy, durante el otoño de 1979.–Yo lo voy a cuidar bien, Graciela. Y le voy a contar. Le juro por Dios que cuando sea el momento yo le voy a decir la verdad.Graciela V. sube al micro para regresar a Mar del Plata, los pezones mojados de leche, dolores por todos lados. La otra mujer permanece de pie en el andén, con el bebé recién parido en los brazos, hasta que el micro se aleja. Piensa un nombre. Martín.

Mar del Plata, durante el invierno de 2011, en otro día del pasado reciente.Llaman a la puerta de la casa de Graciela V.. Abre. Está sola.–¿Usted es Graciela V.? –pregunta Martín; tiene en la mano el recorte del diario con el nombre subrayado en marcador de trazo grueso.–Sí –responde ella.–Soy yo, su hijo. Su hijo Martín.La mujer entiende. No se tocan, se miran, se quedan tiesos, más tarde lloran, se abrazan, toman mate, hacen las compras, cocinan juntos, hablan poco, esperan a que se haga de noche, a que llegue Pedro E.Mar del Plata, durante el invierno de 2011, unas semanas después.Martín llama a la puerta de la casa de Graciela V. y Pedro E.. Abre Pedro y se estrechan la mano. Martín saca del bolsillo un sobre con membrete de laboratorio, adentro está su ADN, mira el sobre, mira al hombre, respira, aguanta. Después dice: soy su hijo, sabe, también soy hijo de usted.

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*Mónica Yemayel nació y vive en Buenos Aires. Es directora de un instituto de investigación especializado en economía y finanzas. Hasta el año 2010 escribía casi exclusivamente sobre esos temas, pero tras tomar un taller de periodismo, ha publicado desde perfiles de editores y cantantes de tango, hasta reseñas de libros periodísticos, pasando por crónicas de corte social en publicaciones de su país y del extranjero, tales como Anfibia, Rolling Stone, Viva, Sophia, L’Internazionale, Perfil, y en los blogs de Eterna Cadencia y Escritoresdelmundo.com

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En Mar del Plata, durante el invierno de 1978, en un pasado anterior.Dos golpes violentos hacen vibrar la puerta de la casa de Graciela V. Hombres de civil empujan y entran, revuelven, interrogan, meten miedo, buscan a su hermano –al hermano de Graciela V.–: no está. Agarran al marido, Pedro E., y lo arrastran hacia la puerta. Parece que se están yendo, que están listos para volver a La Cueva a torturar, pero uno de ellos mira a Graciela V.. Se acerca, le tapa la boca, la desnuda –no completamente–, la viola. Se toma su tiempo. Después se acercan los otros y repiten. Después encapuchan a Pedro E. y esta vez sí se van. Graciela V. escucha el sonido de dos autos alejándose. En otro cuarto duermen sus hijos.Mar del Plata, durante la primavera de 1978.Casi tres meses después de aquella noche, llaman a la puerta de la casa de Graciela V. Su marido, Pedro E., entra y la abraza, está flaco, no hablan, lloran, Graciela V. se toca el vientre, le dice: estoy embarazada, el marido grita: no puedo, no soy capaz, no me pidas lo imposible.Jujuy, durante el otoño de 1979.–Yo lo voy a cuidar bien, Graciela. Y le voy a contar. Le juro por Dios que cuando sea el momento yo le voy a decir la verdad.Graciela V. sube al micro para regresar a Mar del Plata, los pezones mojados de leche, dolores por todos lados. La otra mujer permanece de pie en el andén, con el bebé recién parido en los brazos, hasta que el micro se aleja. Piensa un nombre. Martín.

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En Mar del Plata, durante el invierno de 1978, en un pasado anterior.Dos golpes violentos hacen vibrar la puerta de la casa de Graciela V. Hombres de civil empujan y entran, revuelven, interrogan, meten miedo, buscan a su hermano –al hermano de Graciela V.–: no está. Agarran al marido, Pedro E., y lo arrastran hacia la puerta. Parece que se están yendo, que están listos para volver a La Cueva a torturar, pero uno de ellos mira a Graciela V.. Se acerca, le tapa la boca, la desnuda –no completamente–, la viola. Se toma su tiempo. Después se acercan los otros y repiten. Después encapuchan a Pedro E. y esta vez sí se van. Graciela V. escucha el sonido de dos autos alejándose. En otro cuarto duermen sus hijos.Mar del Plata, durante la primavera de 1978.Casi tres meses después de aquella noche, llaman a la puerta de la casa de Graciela V. Su marido, Pedro E., entra y la abraza, está flaco, no hablan, lloran, Graciela V. se toca el vientre, le dice: estoy embarazada, el marido grita: no puedo, no soy capaz, no me pidas lo imposible.Jujuy, durante el otoño de 1979.–Yo lo voy a cuidar bien, Graciela. Y le voy a contar. Le juro por Dios que cuando sea el momento yo le voy a decir la verdad.Graciela V. sube al micro para regresar a Mar del Plata, los pezones mojados de leche, dolores por todos lados. La otra mujer permanece de pie en el andén, con el bebé recién parido en los brazos, hasta que el micro se aleja. Piensa un nombre. Martín.

Mar del Plata, durante el invierno de 2011, en otro día del pasado reciente.Llaman a la puerta de la casa de Graciela V.. Abre. Está sola.–¿Usted es Graciela V.? –pregunta Martín; tiene en la mano el recorte del diario con el nombre subrayado en marcador de trazo grueso.–Sí –responde ella.–Soy yo, su hijo. Su hijo Martín.La mujer entiende. No se tocan, se miran, se quedan tiesos, más tarde lloran, se abrazan, toman mate, hacen las compras, cocinan juntos, hablan poco, esperan a que se haga de noche, a que llegue Pedro E.Mar del Plata, durante el invierno de 2011, unas semanas después.Martín llama a la puerta de la casa de Graciela V. y Pedro E.. Abre Pedro y se estrechan la mano. Martín saca del bolsillo un sobre con membrete de laboratorio, adentro está su ADN, mira el sobre, mira al hombre, respira, aguanta. Después dice: soy su hijo, sabe, también soy hijo de usted.

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*Mónica Yemayel nació y vive en Buenos Aires. Es directora de un instituto de investigación especializado en economía y finanzas. Hasta el año 2010 escribía casi exclusivamente sobre esos temas, pero tras tomar un taller de periodismo, ha publicado desde perfiles de editores y cantantes de tango, hasta reseñas de libros periodísticos, pasando por crónicas de corte social en publicaciones de su país y del extranjero, tales como Anfibia, Rolling Stone, Viva, Sophia, L’Internazionale, Perfil, y en los blogs de Eterna Cadencia y Escritoresdelmundo.com

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