Disertación sobre literatura

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Hernán Bravo Varela presenta un libro de ensayos que indagan en las contradicciones de la literatura

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Traducción de

De entre los catálogos del canon de los grandes escritores, Hernán Bravo Varela —traductor, poeta y editor mexicano— confiesa tener una predilección por las obras menos reconocidas: prefiere al Vallejo de Trilce, sobre el de Los poemas humanos, y al Neruda de Estravagario, sobre el de Residencia en la tierra. Él considera que este tipo de textos, que no ambicionan un lugar absoluto en las historias literarias, logran un resultado más honesto y tienen el poder de conmover gracias a su no tan contenida factura. “Creo que ahora atravesamos por un momento tan incierto para la humanidad que continuar con la postura del éxito, la continuidad de una obra sin fisuras, o la ambición de una carrera con un terreno parejo, más que absurdo es pedestre e inalcanzable”, así lo dice poco antes de ser interrumpido por el sonido atropellado de las calles, en un café en la colonia Roma, durante esta entrevista para Gatopardo. Su más reciente libro, Malversaciones: sobre poesía, literatura y otros fraudes, editado por la mexicana Almadía, reúne una compilación de ensayos personales sobre literatura, escritos en un lapso que va de 2009 a 2017. Formulados a la manera del ensayo inglés, los textos invitan a releer a autores como David Huerta, Oscar Wilde o Emily Dickinson, e introduce a sus artificios a la trama argumental de la existencia, una crítica para ahondar en la vida y no en temas literarios, donde “lo que uno piensa sobre determinado autor se incorpora a los juicios sobre el arte de vivir”. Durante los últimos quince años, Bravo Varela ha hecho de la crítica y la edición literaria su propio oficio, y hoy lo ejerce como editor del Periódico de poesía que edita la UNAM. Estudió literatura y ciencias del lenguaje, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, carrera que al poco tiempo agotó su plan de estudios por ser sumamente ambiciosa, y fue discípulo de Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras. En sus ensayos, indaga sobre cómo los pequeños detalles biográficos o psicológicos de los autores modelaron el carácter de sus obras. Por ejemplo, cómo el provincialismo y el carácter hogareño de la personalidad de William Carlos Williams, un médico familiar del pequeño poblado de Nueva Jersey, se desfoga en su escritura a partir de imágenes cotidianas y sencillas reflejando una “improvisación contenida”. O cómo “la cobardía existencial” de T. S. Eliot dio la excepcional soltura, ausente en La tierra baldía, pero lograda en un poema como “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”. En resumen, Bravo Varela busca cómo las minucias de una vida, vistas a través de una lente rigurosa, dan con una obra relevante y universal. Esta veta, ya presente en ejercicios anteriores, como Los orillados (2008) e Historia de mi hígado y otros ensayos (2011) —textos personales, contenidos y complejos—, la considera como el síntoma de nuestra época. “El momento que ahora nos toca vivir es uno de enormes bisagras, de grandes coyunturas y de construcciones a ciegas, hacia un porvenir enteramente desconocido. Esto exige que el poeta actual afiance una nueva estrategia crítica con la que pueda leer a sus contemporáneos, pero también releer a los difuntos y postularse como creador de teorías menos ingenuas”, dice el autor y asegura que cree en la crítica sin pretensiones. “En el imperio de las fake news pensamos que sólo puede haber una manera de decir la verdad o de mentir, cuando en realidad hay muchas, todas con su propia ambición”.La manera en que Bravo Varela se aproxima a la literatura es, por lo tanto, beligerante y asume la urgencia de nuestro tiempo por tomar postura ante la labor crítica. “¿Por qué la poesía no puede tratar la ambición del poder? ¿Por qué no puede tratar la corrupción moral? ¿Por qué no puede tratar la descomposición política y social? ¿Por qué pensamos, insisto, en que está colocada en un pedestal?”, se pregunta de manera afiebrada mientras enciende otro cigarro y se dispone a pedir la cuenta, un hombre que defiende una crítica que de tan humilde es inverosímil.

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De entre los catálogos del canon de los grandes escritores, Hernán Bravo Varela —traductor, poeta y editor mexicano— confiesa tener una predilección por las obras menos reconocidas: prefiere al Vallejo de Trilce, sobre el de Los poemas humanos, y al Neruda de Estravagario, sobre el de Residencia en la tierra. Él considera que este tipo de textos, que no ambicionan un lugar absoluto en las historias literarias, logran un resultado más honesto y tienen el poder de conmover gracias a su no tan contenida factura. “Creo que ahora atravesamos por un momento tan incierto para la humanidad que continuar con la postura del éxito, la continuidad de una obra sin fisuras, o la ambición de una carrera con un terreno parejo, más que absurdo es pedestre e inalcanzable”, así lo dice poco antes de ser interrumpido por el sonido atropellado de las calles, en un café en la colonia Roma, durante esta entrevista para Gatopardo. Su más reciente libro, Malversaciones: sobre poesía, literatura y otros fraudes, editado por la mexicana Almadía, reúne una compilación de ensayos personales sobre literatura, escritos en un lapso que va de 2009 a 2017. Formulados a la manera del ensayo inglés, los textos invitan a releer a autores como David Huerta, Oscar Wilde o Emily Dickinson, e introduce a sus artificios a la trama argumental de la existencia, una crítica para ahondar en la vida y no en temas literarios, donde “lo que uno piensa sobre determinado autor se incorpora a los juicios sobre el arte de vivir”. Durante los últimos quince años, Bravo Varela ha hecho de la crítica y la edición literaria su propio oficio, y hoy lo ejerce como editor del Periódico de poesía que edita la UNAM. Estudió literatura y ciencias del lenguaje, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, carrera que al poco tiempo agotó su plan de estudios por ser sumamente ambiciosa, y fue discípulo de Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras. En sus ensayos, indaga sobre cómo los pequeños detalles biográficos o psicológicos de los autores modelaron el carácter de sus obras. Por ejemplo, cómo el provincialismo y el carácter hogareño de la personalidad de William Carlos Williams, un médico familiar del pequeño poblado de Nueva Jersey, se desfoga en su escritura a partir de imágenes cotidianas y sencillas reflejando una “improvisación contenida”. O cómo “la cobardía existencial” de T. S. Eliot dio la excepcional soltura, ausente en La tierra baldía, pero lograda en un poema como “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”. En resumen, Bravo Varela busca cómo las minucias de una vida, vistas a través de una lente rigurosa, dan con una obra relevante y universal. Esta veta, ya presente en ejercicios anteriores, como Los orillados (2008) e Historia de mi hígado y otros ensayos (2011) —textos personales, contenidos y complejos—, la considera como el síntoma de nuestra época. “El momento que ahora nos toca vivir es uno de enormes bisagras, de grandes coyunturas y de construcciones a ciegas, hacia un porvenir enteramente desconocido. Esto exige que el poeta actual afiance una nueva estrategia crítica con la que pueda leer a sus contemporáneos, pero también releer a los difuntos y postularse como creador de teorías menos ingenuas”, dice el autor y asegura que cree en la crítica sin pretensiones. “En el imperio de las fake news pensamos que sólo puede haber una manera de decir la verdad o de mentir, cuando en realidad hay muchas, todas con su propia ambición”.La manera en que Bravo Varela se aproxima a la literatura es, por lo tanto, beligerante y asume la urgencia de nuestro tiempo por tomar postura ante la labor crítica. “¿Por qué la poesía no puede tratar la ambición del poder? ¿Por qué no puede tratar la corrupción moral? ¿Por qué no puede tratar la descomposición política y social? ¿Por qué pensamos, insisto, en que está colocada en un pedestal?”, se pregunta de manera afiebrada mientras enciende otro cigarro y se dispone a pedir la cuenta, un hombre que defiende una crítica que de tan humilde es inverosímil.

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De entre los catálogos del canon de los grandes escritores, Hernán Bravo Varela —traductor, poeta y editor mexicano— confiesa tener una predilección por las obras menos reconocidas: prefiere al Vallejo de Trilce, sobre el de Los poemas humanos, y al Neruda de Estravagario, sobre el de Residencia en la tierra. Él considera que este tipo de textos, que no ambicionan un lugar absoluto en las historias literarias, logran un resultado más honesto y tienen el poder de conmover gracias a su no tan contenida factura. “Creo que ahora atravesamos por un momento tan incierto para la humanidad que continuar con la postura del éxito, la continuidad de una obra sin fisuras, o la ambición de una carrera con un terreno parejo, más que absurdo es pedestre e inalcanzable”, así lo dice poco antes de ser interrumpido por el sonido atropellado de las calles, en un café en la colonia Roma, durante esta entrevista para Gatopardo. Su más reciente libro, Malversaciones: sobre poesía, literatura y otros fraudes, editado por la mexicana Almadía, reúne una compilación de ensayos personales sobre literatura, escritos en un lapso que va de 2009 a 2017. Formulados a la manera del ensayo inglés, los textos invitan a releer a autores como David Huerta, Oscar Wilde o Emily Dickinson, e introduce a sus artificios a la trama argumental de la existencia, una crítica para ahondar en la vida y no en temas literarios, donde “lo que uno piensa sobre determinado autor se incorpora a los juicios sobre el arte de vivir”. Durante los últimos quince años, Bravo Varela ha hecho de la crítica y la edición literaria su propio oficio, y hoy lo ejerce como editor del Periódico de poesía que edita la UNAM. Estudió literatura y ciencias del lenguaje, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, carrera que al poco tiempo agotó su plan de estudios por ser sumamente ambiciosa, y fue discípulo de Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras. En sus ensayos, indaga sobre cómo los pequeños detalles biográficos o psicológicos de los autores modelaron el carácter de sus obras. Por ejemplo, cómo el provincialismo y el carácter hogareño de la personalidad de William Carlos Williams, un médico familiar del pequeño poblado de Nueva Jersey, se desfoga en su escritura a partir de imágenes cotidianas y sencillas reflejando una “improvisación contenida”. O cómo “la cobardía existencial” de T. S. Eliot dio la excepcional soltura, ausente en La tierra baldía, pero lograda en un poema como “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”. En resumen, Bravo Varela busca cómo las minucias de una vida, vistas a través de una lente rigurosa, dan con una obra relevante y universal. Esta veta, ya presente en ejercicios anteriores, como Los orillados (2008) e Historia de mi hígado y otros ensayos (2011) —textos personales, contenidos y complejos—, la considera como el síntoma de nuestra época. “El momento que ahora nos toca vivir es uno de enormes bisagras, de grandes coyunturas y de construcciones a ciegas, hacia un porvenir enteramente desconocido. Esto exige que el poeta actual afiance una nueva estrategia crítica con la que pueda leer a sus contemporáneos, pero también releer a los difuntos y postularse como creador de teorías menos ingenuas”, dice el autor y asegura que cree en la crítica sin pretensiones. “En el imperio de las fake news pensamos que sólo puede haber una manera de decir la verdad o de mentir, cuando en realidad hay muchas, todas con su propia ambición”.La manera en que Bravo Varela se aproxima a la literatura es, por lo tanto, beligerante y asume la urgencia de nuestro tiempo por tomar postura ante la labor crítica. “¿Por qué la poesía no puede tratar la ambición del poder? ¿Por qué no puede tratar la corrupción moral? ¿Por qué no puede tratar la descomposición política y social? ¿Por qué pensamos, insisto, en que está colocada en un pedestal?”, se pregunta de manera afiebrada mientras enciende otro cigarro y se dispone a pedir la cuenta, un hombre que defiende una crítica que de tan humilde es inverosímil.

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Hernán Bravo Varela presenta un libro de ensayos que indagan en las contradicciones de la literatura

De entre los catálogos del canon de los grandes escritores, Hernán Bravo Varela —traductor, poeta y editor mexicano— confiesa tener una predilección por las obras menos reconocidas: prefiere al Vallejo de Trilce, sobre el de Los poemas humanos, y al Neruda de Estravagario, sobre el de Residencia en la tierra. Él considera que este tipo de textos, que no ambicionan un lugar absoluto en las historias literarias, logran un resultado más honesto y tienen el poder de conmover gracias a su no tan contenida factura. “Creo que ahora atravesamos por un momento tan incierto para la humanidad que continuar con la postura del éxito, la continuidad de una obra sin fisuras, o la ambición de una carrera con un terreno parejo, más que absurdo es pedestre e inalcanzable”, así lo dice poco antes de ser interrumpido por el sonido atropellado de las calles, en un café en la colonia Roma, durante esta entrevista para Gatopardo. Su más reciente libro, Malversaciones: sobre poesía, literatura y otros fraudes, editado por la mexicana Almadía, reúne una compilación de ensayos personales sobre literatura, escritos en un lapso que va de 2009 a 2017. Formulados a la manera del ensayo inglés, los textos invitan a releer a autores como David Huerta, Oscar Wilde o Emily Dickinson, e introduce a sus artificios a la trama argumental de la existencia, una crítica para ahondar en la vida y no en temas literarios, donde “lo que uno piensa sobre determinado autor se incorpora a los juicios sobre el arte de vivir”. Durante los últimos quince años, Bravo Varela ha hecho de la crítica y la edición literaria su propio oficio, y hoy lo ejerce como editor del Periódico de poesía que edita la UNAM. Estudió literatura y ciencias del lenguaje, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, carrera que al poco tiempo agotó su plan de estudios por ser sumamente ambiciosa, y fue discípulo de Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras. En sus ensayos, indaga sobre cómo los pequeños detalles biográficos o psicológicos de los autores modelaron el carácter de sus obras. Por ejemplo, cómo el provincialismo y el carácter hogareño de la personalidad de William Carlos Williams, un médico familiar del pequeño poblado de Nueva Jersey, se desfoga en su escritura a partir de imágenes cotidianas y sencillas reflejando una “improvisación contenida”. O cómo “la cobardía existencial” de T. S. Eliot dio la excepcional soltura, ausente en La tierra baldía, pero lograda en un poema como “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”. En resumen, Bravo Varela busca cómo las minucias de una vida, vistas a través de una lente rigurosa, dan con una obra relevante y universal. Esta veta, ya presente en ejercicios anteriores, como Los orillados (2008) e Historia de mi hígado y otros ensayos (2011) —textos personales, contenidos y complejos—, la considera como el síntoma de nuestra época. “El momento que ahora nos toca vivir es uno de enormes bisagras, de grandes coyunturas y de construcciones a ciegas, hacia un porvenir enteramente desconocido. Esto exige que el poeta actual afiance una nueva estrategia crítica con la que pueda leer a sus contemporáneos, pero también releer a los difuntos y postularse como creador de teorías menos ingenuas”, dice el autor y asegura que cree en la crítica sin pretensiones. “En el imperio de las fake news pensamos que sólo puede haber una manera de decir la verdad o de mentir, cuando en realidad hay muchas, todas con su propia ambición”.La manera en que Bravo Varela se aproxima a la literatura es, por lo tanto, beligerante y asume la urgencia de nuestro tiempo por tomar postura ante la labor crítica. “¿Por qué la poesía no puede tratar la ambición del poder? ¿Por qué no puede tratar la corrupción moral? ¿Por qué no puede tratar la descomposición política y social? ¿Por qué pensamos, insisto, en que está colocada en un pedestal?”, se pregunta de manera afiebrada mientras enciende otro cigarro y se dispone a pedir la cuenta, un hombre que defiende una crítica que de tan humilde es inverosímil.

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