Merlina Addams es implacablemente fría, distante, indiferente, y no parece importarle demasiado. Al insertarla en un programa de televisión para y sobre adolescentes, se corría el riesgo de transformarla —con un soso cambio de look o mediante una gran epifanía—. La serie de Netflix evita ese error.
Merlina chasquea dos veces los dedos y ese simple sonido, incluso sin los acordes introductorios de la icónica melodía de los Addams, evoca más de seis décadas de tradición que se hacen presentes en las trencitas delgadas de Merlina, en su afición por las arañas, en su complicidad con una mano sin cuerpo, en su implacable melancolía. Wednesday (Netflix, 2022) nos permite reencontrarnos con los Addams, tan oscuros y excéntricos como siempre; desde su origen, han funcionado como una crítica a las normas y expectativas sociales, pero esta es la primera ocasión en que Merlina carga con el peso completo del programa. Esta es su serie.
Merlina apareció por primera vez en las páginas de The New Yorker, entre 1938 y 1964, como la hija menor de una familia sin nombre creada por el caricaturista Charles Addams. Los personajes protagonizaban una serie de viñetas conformadas, de acuerdo con el estilo de la revista, por una imagen única y una leyenda que completaba su sentido. Sin mayor desarrollo de la individualidad de cada uno, la fuerza de las escenas estaba en la yuxtaposición de la normalidad clasemediera estadounidense y la cotidianidad de esta familia tan diferente al resto. En aquel hogar, construir aparatos de tortura, advertirle a la niñera que tuviera cuidado de que los niños no la apuñalaran por la espalda o verter un caldero con aceite caliente sobre los cantantes de villancicos no eran motivos de escándalo.
Fue hasta 1964, con el estreno del programa televisivo inspirado en aquellas viñetas, que los personajes tuvieron al fin nombres y apellido. A lo largo de dos temporadas, aquel programa retrató la vida de esta extraña familia y les otorgó a sus miembros algunas cualidades que antes no estaban presentes, como la ascendencia hispana de Homero —en inglés, llamado Gómez— o las inclinaciones místicas de Morticia. Entre 1964 y 1965 se estrenaron también Los Munsters, Mi bella genio y Hechizada, cuyas premisas, como la de Los Addams, eran la confrontación de lo normal. Si bien, como productos, bebían de las sitcoms domésticas más convencionales, insertaban elementos disruptivos como contrapunto humorístico y a modo de crítica. Todos estos personajes llegaron como una respuesta al American way of life, a su ideal de vida familiar dentro y fuera de las pantallas. La historiadora Laura Morowitz profundizó en el asunto a partir de los casos particulares de Los Addams y Los Munsters en el segundo volumen de Critical Studies of Television: ambas familias eran visiblemente distintas de aquellas que las rodeaban, sin embargo, no constituían una amenaza real, pues seguían respondiendo a los esquemas familiares de la época. Aunque sus vecinos se escandalizaran por sus excentricidades, los Addams eran una familia normal. La naturalidad con la que se han instalado en la oscuridad es lo que ha seducido a tantas generaciones de espectadores.
Se dice que el nombre original de Merlina, Wednesday, proviene de un fragmento de una canción de cuna inglesa que habla sobre el carácter que supuestamente tienen los bebés según el día de la semana en que nacen: “Wednesday’s child is full of woe”. Este verso determina su destino. Merlina, como un día a la mitad de la semana, no vivirá una felicidad intensa ni la peor de las desdichas, sino en la medianía, en una melancolía que se manifiesta como indiferencia, distanciamiento y frialdad. Aquella primera Merlina de la televisión, interpretada por Lisa Loring, mezclaba esta cualidad con la ligereza necesaria de las sitcoms familiares de los sesenta. La niña de seis años le escribe poemas de amor a una araña que tiene por mascota, se siente aterrada por los cuentos de princesas, trae siempre consigo una muñeca decapitada y encuentra calma en la certeza de que las brujas y otras criaturas de la oscuridad existen; en vez de hacer berrinche se limita a fruncir el ceño y no estalla de alegría frente a todo lo que provocaría esa reacción en cualquier otra niña.
Hubo algo en Merlina, desde entonces, que inquietó a los espectadores, posiblemente fue verla pequeña y casi angelical pero vestida de negro y explorando gustos e intereses inusuales, comportándose de manera poco infantil, sin que nada de esto perturbara a sus familiares. El carácter de Merlina se ha ido consolidando a lo largo de sus diversas apariciones en cine, televisión y teatro, hasta llegar a la serie protagonizada por ella, estrenada este noviembre en Netflix y producida —y parcialmente dirigida— por Tim Burton. En las dos películas de los noventa The Addams Family (1991) y Addams Family Values (1993) pudimos ver por primera vez mucho más de las similitudes que tiene con su madre —en varias escenas fueron retratadas lado a lado para enfatizar esto—, de su individualidad —su ropa oscura y su actitud sombría la distinguen de sus compañeras de campamento, y su sonrisa, en lugar de conmover, asusta— y de su inteligencia y capacidad de observación —frecuentemente es la primera en sospechar que algo anda mal y en encontrar soluciones ingeniosas a los problemas.
En esas dos entregas vimos a una Merlina más violenta, capaz de electrocutar a uno de sus hermanos e intentar matar al otro en varias ocasiones, pero también más indiferente a todo lo que la rodea, con una expresión inmutable que exaspera a quienes buscan algún tipo de respuesta acorde a su edad y su contexto. El hecho de que el personaje haya sido interpretado por Christina Ricci entre sus diez y doce años es una de las claves de su impacto: en una cultura que exige que las niñas sonrían, se vistan de rosa y se vean bonitas, Merlina es todo lo contrario, y no parece importarle demasiado. La melancolía de Merlina la convierte, tal vez, en el personaje más disruptivo de los Addams: ella no se opone al American way of life, sino que lo desdeña por completo. Merlina no es parte de ninguna tribu urbana ni tiene una actitud frontalmente rebelde, se comporta al margen del deseo y las aspiraciones dominantes en su cultura.
Wednesday, la serie de Netflix, sigue a una Merlina adolescente interpretada por Jenna Ortega —por primera vez fue elegida una actriz de ascendencia latina, lo que concuerda con las raíces de su padre—. Tras ser expulsada de una escuela pública por haber liberado pirañas en la alberca, es enviada a un internado para alumnos diferentes. En ese lugar llamado Nevermore —donde todos están predeciblemente obsesionados con Edgar Allan Poe—, los compañeros de Merlina son hombres y mujeres lobo, sirenas y otras criaturas fantásticas, todas adolescentes. Un poco a la manera de las películas de Harry Potter, seguimos los dramas de estos personajes mientras toman clases, resuelven misterios y se enfrentan con monstruos y amenazas. Tal como sucedió con la primera aparición televisiva de los Addams, Wednesday retoma las convenciones de otros relatos protagonizados por adolescentes en escuelas estadounidenses —los conflictos amorosos, la rivalidad, las amistades improbables y hasta el baile escolar—, pero incorporando elementos fantásticos y de acción. Si Merlina siempre había sido inteligente, hábil y perspicaz, aquí sus cualidades son exacerbadas. En esta nueva versión también tenemos a una Merlina más impasible que nunca, que además externa su opinión sobre la sensiblería y los impulsos propios de los jóvenes.
La gran diferencia entre este nuevo retrato de Merlina y los anteriores es el contexto en el que se le coloca, que esta vez sirve para reforzar aún más su individualidad, su indiferencia y la poca importancia que le otorga a las convenciones sociales. Cuando Merlina llega al extraño, colorido y diverso universo de Nevermore, sigue siendo la niña rara: no es distinta por vestirse de negro ni por su tez pálida, sino por su manera de relacionarse con todo aquello que la rodea. Merlina está destinada a la oscuridad y a la melancolía, y no tiene interés alguno en cambiar.
El contraste se vuelve más evidente cuando Merlina conoce a su compañera de cuarto, una mujer lobo con el pelo pintado de colores que se emociona, brinca, grita y trae la hormona alborotada. Las diferencias quedan plasmadas visualmente en los dos lados del cuarto que comparten, uno decorado con una explosión de color y el otro completamente monocromático. Nuestra protagonista observa este universo juvenil con una extrañeza que raya en el horror, los exabruptos de sus compañeros le parecen ridículos e innecesarios, y prefiere pasar el tiempo escribiendo su novela en su habitación. La trama avanza cuando surge un gran misterio y Merlina, sin emocionarse demasiado, decide resolverlo.
Un elemento común en los productos adolescentes es la transformación radical de los personajes que descubren que su modo de relacionarse no es el mejor. Desde los muy trillados cambios de look hasta las epifanías profundas, el autodescubrimiento parece siempre llevar a una nueva percepción, a una especie de despertar, que en los peores casos se asemeja a una simple lección sacada de un libro de autoayuda. Ese era el gran peligro de traer a un personaje como Merlina a una serie de este tipo y, sin embargo, Wednesday resulta sortearlo de la mejor manera posible.
La serie se mantiene fiel a la convicción de que el carácter de Merlina no requiere reparación, aunque resulte incómodo o inquietante. Ella no es desdichada, es una persona que sabe que la vida puede ser cruel y oscura, y que se relaciona con su entorno a partir de esta noción. Dice Emmanuel Carrère en De vidas ajenas: “Me escandalizan tanto los que dicen que somos libres, que la felicidad se decide, que es una elección moral. [...] Entre los que tienen una fisura en el núcleo y los que no la tienen ocurre igual que entre los pobres y los ricos, igual que la lucha de clases, sabemos que hay pobres que dejan de serlo, pero que la mayoría no, siguen siéndolo, y decirle a un melancólico que la felicidad es una decisión es como decirle a un hambriento que coma bollos”. En Merlina, el derecho a la melancolía no solo se defiende, sino que triunfa y se opone al mandato de la felicidad tan en boga en estas épocas.