A algunos interesa la visita del papa Francisco a México por su naturaleza religiosa, y a otros tantos —muchos también— les interesa por su contenido político, y entre estos dos ejes los matices parecen desaparecer.
Los fieles son una abstracción —ahí están y ahí seguirán como lo han estado en los últimos 2 mil años— son una constante y es por eso que la atención se pone en los elementos variables: ¿con quién se reunirá en privado?; y en esos encuentros ¿de qué temas se hablará?; y sobre esas conversaciones ¿cuánto y qué verá la luz pública?, ¿qué será expresado por boca del líder máximo de la iglesia?, ¿qué lo será mediante los departamentos de comunicación social?
Prácticamente todos los sectores organizados de la sociedad se han manifestado exigiendo que el papa Francisco se pronuncie sobre su causa: ahí están los familiares de las personas que han desaparecido producto de la violencia; ahí están los grupos que se oponen al celibato del clero, o aquéllos que defienden el matrimonio homosexual y ahí están también las asociaciones que agrupan a quienes han padecido los abusos sexuales de los ministros de la iglesia entre muchos otros.
Exigen atención —y sin duda la merecen— y sentencian —y en algunos casos hasta condenan— a priori al máximo líder de la iglesia católica por lo que habrá de decir —o no— aún antes de que lo haga. Los detalles importan, pero en medio de la presión, los matices desaparecen y todos creen ver cosas —que después venden como victorias o condenan como derrotas— suponiendo que sus interpretaciones son la realidad. Dicen por ejemplo los padres de los 43 muchachos que desaparecieron en el estado de Guerrero que no reunirse con ellos “es tanto como despreciar a los 27 mil desaparecidos que tenemos en el país” (SinEmbargo, febrero 12, 2016).
La polarización rinde frutos políticos pero en realidad no contribuye mucho a comprender los fenómenos. Todos esos grupos que exigen un espacio para sus temas y ocupaciones en la agenda del pontífice deberían estar conscientes —y algunos sin duda lo están— de que la información relevante sobre sus temas —ya sea el aborto, la pederastia clerical, los abusos de poder de los cardenales, el impacto del narcotráfico en las labores pastorales, la corrupción dentro de la iglesia y el estado, el auge de sectas destructivas y de otras expresiones religiosas en detrimento de la fe católica, etcétera— la conoce el Papa. ¿La conoce? Sin duda, después de todo, en un país eminentemente católico como México no existe un mejor servicio de inteligencia que el de la iglesia: la iglesia —y sus autoridades— lo saben todo, si no por su omnipresencia —incluso en los puntos más alejados de la geografía— por el mecanismo de la confesión y/o por sus vínculos políticos y sociales.
Lo saben todo.
De tal suerte que quienes se desgarran las vestiduras exigiendo posicionamientos públicos del papa lo hacen para conseguir —incluso, extorsionar mediante presión pública y mediática— una declaración, un posicionamiento, una condena, una felicitación o una mención que pueda funcionar como ariete político en contra de unos y a favor de otros: frecuentemente condenas al gobierno por lo que ha hecho —como bañar al país en sangre— o por lo que ha dejado de hacer —por ejemplo, por las víctimas del proceso sangriento.
En un cierto sentido, el contenido religioso de la visita papal estará en los actos públicos mientras que el político estará en los eventos privados.
¿Qué se puede esperar? En México se vive un cataclismo con cientos de miles de víctimas fatales, desaparecidos, huérfanos, viudas y vidas estrelladas. Es un auténtico cataclismo, pero está focalizado en México. A la iglesia como institución le llevó más de medio milenio pedir disculpas a los indígenas americanos por los “graves pecados” cometidos por la iglesia durante la conquista (cosa que hizo el papa Francisco en Bolivia en julio de 2015). ¿Se arriesgaría el estado Vaticano a tensar las relaciones con el estado mexicano señalando a sus mandamases —así sea de forma velada— como incompetentes, sanguinarios o corruptos? Difícilmente: si así fuera, las críticas se habrían presentado desde hace mucho tiempo, habrían sido mucho más fuertes, constantes y se habrían emitido desde la Plaza de San Pedro. ¿Entonces? Ocurrirán sin duda posicionamientos interesantes e incluso señalamientos velados —en el más duro de los casos— pero no críticas agudas, pese a los cientos de miles de víctimas de la violencia, el abuso y la corrupción, y pese a los millones de deudos y lastimados.
Ahí está el reto para un pontífice valiente.
Fernando Montiel T.
Febrero 12, 2015
fernando.montiel.t@gmail.com
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¿Cuál es el máximo reto para el papa Francisco en México?
A algunos interesa la visita del papa Francisco a México por su naturaleza religiosa, y a otros tantos —muchos también— les interesa por su contenido político, y entre estos dos ejes los matices parecen desaparecer.
Los fieles son una abstracción —ahí están y ahí seguirán como lo han estado en los últimos 2 mil años— son una constante y es por eso que la atención se pone en los elementos variables: ¿con quién se reunirá en privado?; y en esos encuentros ¿de qué temas se hablará?; y sobre esas conversaciones ¿cuánto y qué verá la luz pública?, ¿qué será expresado por boca del líder máximo de la iglesia?, ¿qué lo será mediante los departamentos de comunicación social?
Prácticamente todos los sectores organizados de la sociedad se han manifestado exigiendo que el papa Francisco se pronuncie sobre su causa: ahí están los familiares de las personas que han desaparecido producto de la violencia; ahí están los grupos que se oponen al celibato del clero, o aquéllos que defienden el matrimonio homosexual y ahí están también las asociaciones que agrupan a quienes han padecido los abusos sexuales de los ministros de la iglesia entre muchos otros.
Exigen atención —y sin duda la merecen— y sentencian —y en algunos casos hasta condenan— a priori al máximo líder de la iglesia católica por lo que habrá de decir —o no— aún antes de que lo haga. Los detalles importan, pero en medio de la presión, los matices desaparecen y todos creen ver cosas —que después venden como victorias o condenan como derrotas— suponiendo que sus interpretaciones son la realidad. Dicen por ejemplo los padres de los 43 muchachos que desaparecieron en el estado de Guerrero que no reunirse con ellos “es tanto como despreciar a los 27 mil desaparecidos que tenemos en el país” (SinEmbargo, febrero 12, 2016).
La polarización rinde frutos políticos pero en realidad no contribuye mucho a comprender los fenómenos. Todos esos grupos que exigen un espacio para sus temas y ocupaciones en la agenda del pontífice deberían estar conscientes —y algunos sin duda lo están— de que la información relevante sobre sus temas —ya sea el aborto, la pederastia clerical, los abusos de poder de los cardenales, el impacto del narcotráfico en las labores pastorales, la corrupción dentro de la iglesia y el estado, el auge de sectas destructivas y de otras expresiones religiosas en detrimento de la fe católica, etcétera— la conoce el Papa. ¿La conoce? Sin duda, después de todo, en un país eminentemente católico como México no existe un mejor servicio de inteligencia que el de la iglesia: la iglesia —y sus autoridades— lo saben todo, si no por su omnipresencia —incluso en los puntos más alejados de la geografía— por el mecanismo de la confesión y/o por sus vínculos políticos y sociales.
Lo saben todo.
De tal suerte que quienes se desgarran las vestiduras exigiendo posicionamientos públicos del papa lo hacen para conseguir —incluso, extorsionar mediante presión pública y mediática— una declaración, un posicionamiento, una condena, una felicitación o una mención que pueda funcionar como ariete político en contra de unos y a favor de otros: frecuentemente condenas al gobierno por lo que ha hecho —como bañar al país en sangre— o por lo que ha dejado de hacer —por ejemplo, por las víctimas del proceso sangriento.
En un cierto sentido, el contenido religioso de la visita papal estará en los actos públicos mientras que el político estará en los eventos privados.
¿Qué se puede esperar? En México se vive un cataclismo con cientos de miles de víctimas fatales, desaparecidos, huérfanos, viudas y vidas estrelladas. Es un auténtico cataclismo, pero está focalizado en México. A la iglesia como institución le llevó más de medio milenio pedir disculpas a los indígenas americanos por los “graves pecados” cometidos por la iglesia durante la conquista (cosa que hizo el papa Francisco en Bolivia en julio de 2015). ¿Se arriesgaría el estado Vaticano a tensar las relaciones con el estado mexicano señalando a sus mandamases —así sea de forma velada— como incompetentes, sanguinarios o corruptos? Difícilmente: si así fuera, las críticas se habrían presentado desde hace mucho tiempo, habrían sido mucho más fuertes, constantes y se habrían emitido desde la Plaza de San Pedro. ¿Entonces? Ocurrirán sin duda posicionamientos interesantes e incluso señalamientos velados —en el más duro de los casos— pero no críticas agudas, pese a los cientos de miles de víctimas de la violencia, el abuso y la corrupción, y pese a los millones de deudos y lastimados.
Ahí está el reto para un pontífice valiente.
Fernando Montiel T.
Febrero 12, 2015
fernando.montiel.t@gmail.com
¿Cuál es el máximo reto para el papa Francisco en México?
A algunos interesa la visita del papa Francisco a México por su naturaleza religiosa, y a otros tantos —muchos también— les interesa por su contenido político, y entre estos dos ejes los matices parecen desaparecer.
Los fieles son una abstracción —ahí están y ahí seguirán como lo han estado en los últimos 2 mil años— son una constante y es por eso que la atención se pone en los elementos variables: ¿con quién se reunirá en privado?; y en esos encuentros ¿de qué temas se hablará?; y sobre esas conversaciones ¿cuánto y qué verá la luz pública?, ¿qué será expresado por boca del líder máximo de la iglesia?, ¿qué lo será mediante los departamentos de comunicación social?
Prácticamente todos los sectores organizados de la sociedad se han manifestado exigiendo que el papa Francisco se pronuncie sobre su causa: ahí están los familiares de las personas que han desaparecido producto de la violencia; ahí están los grupos que se oponen al celibato del clero, o aquéllos que defienden el matrimonio homosexual y ahí están también las asociaciones que agrupan a quienes han padecido los abusos sexuales de los ministros de la iglesia entre muchos otros.
Exigen atención —y sin duda la merecen— y sentencian —y en algunos casos hasta condenan— a priori al máximo líder de la iglesia católica por lo que habrá de decir —o no— aún antes de que lo haga. Los detalles importan, pero en medio de la presión, los matices desaparecen y todos creen ver cosas —que después venden como victorias o condenan como derrotas— suponiendo que sus interpretaciones son la realidad. Dicen por ejemplo los padres de los 43 muchachos que desaparecieron en el estado de Guerrero que no reunirse con ellos “es tanto como despreciar a los 27 mil desaparecidos que tenemos en el país” (SinEmbargo, febrero 12, 2016).
La polarización rinde frutos políticos pero en realidad no contribuye mucho a comprender los fenómenos. Todos esos grupos que exigen un espacio para sus temas y ocupaciones en la agenda del pontífice deberían estar conscientes —y algunos sin duda lo están— de que la información relevante sobre sus temas —ya sea el aborto, la pederastia clerical, los abusos de poder de los cardenales, el impacto del narcotráfico en las labores pastorales, la corrupción dentro de la iglesia y el estado, el auge de sectas destructivas y de otras expresiones religiosas en detrimento de la fe católica, etcétera— la conoce el Papa. ¿La conoce? Sin duda, después de todo, en un país eminentemente católico como México no existe un mejor servicio de inteligencia que el de la iglesia: la iglesia —y sus autoridades— lo saben todo, si no por su omnipresencia —incluso en los puntos más alejados de la geografía— por el mecanismo de la confesión y/o por sus vínculos políticos y sociales.
Lo saben todo.
De tal suerte que quienes se desgarran las vestiduras exigiendo posicionamientos públicos del papa lo hacen para conseguir —incluso, extorsionar mediante presión pública y mediática— una declaración, un posicionamiento, una condena, una felicitación o una mención que pueda funcionar como ariete político en contra de unos y a favor de otros: frecuentemente condenas al gobierno por lo que ha hecho —como bañar al país en sangre— o por lo que ha dejado de hacer —por ejemplo, por las víctimas del proceso sangriento.
En un cierto sentido, el contenido religioso de la visita papal estará en los actos públicos mientras que el político estará en los eventos privados.
¿Qué se puede esperar? En México se vive un cataclismo con cientos de miles de víctimas fatales, desaparecidos, huérfanos, viudas y vidas estrelladas. Es un auténtico cataclismo, pero está focalizado en México. A la iglesia como institución le llevó más de medio milenio pedir disculpas a los indígenas americanos por los “graves pecados” cometidos por la iglesia durante la conquista (cosa que hizo el papa Francisco en Bolivia en julio de 2015). ¿Se arriesgaría el estado Vaticano a tensar las relaciones con el estado mexicano señalando a sus mandamases —así sea de forma velada— como incompetentes, sanguinarios o corruptos? Difícilmente: si así fuera, las críticas se habrían presentado desde hace mucho tiempo, habrían sido mucho más fuertes, constantes y se habrían emitido desde la Plaza de San Pedro. ¿Entonces? Ocurrirán sin duda posicionamientos interesantes e incluso señalamientos velados —en el más duro de los casos— pero no críticas agudas, pese a los cientos de miles de víctimas de la violencia, el abuso y la corrupción, y pese a los millones de deudos y lastimados.
Ahí está el reto para un pontífice valiente.
Fernando Montiel T.
Febrero 12, 2015
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¿Cuál es el máximo reto para el papa Francisco en México?
A algunos interesa la visita del papa Francisco a México por su naturaleza religiosa, y a otros tantos —muchos también— les interesa por su contenido político, y entre estos dos ejes los matices parecen desaparecer.
Los fieles son una abstracción —ahí están y ahí seguirán como lo han estado en los últimos 2 mil años— son una constante y es por eso que la atención se pone en los elementos variables: ¿con quién se reunirá en privado?; y en esos encuentros ¿de qué temas se hablará?; y sobre esas conversaciones ¿cuánto y qué verá la luz pública?, ¿qué será expresado por boca del líder máximo de la iglesia?, ¿qué lo será mediante los departamentos de comunicación social?
Prácticamente todos los sectores organizados de la sociedad se han manifestado exigiendo que el papa Francisco se pronuncie sobre su causa: ahí están los familiares de las personas que han desaparecido producto de la violencia; ahí están los grupos que se oponen al celibato del clero, o aquéllos que defienden el matrimonio homosexual y ahí están también las asociaciones que agrupan a quienes han padecido los abusos sexuales de los ministros de la iglesia entre muchos otros.
Exigen atención —y sin duda la merecen— y sentencian —y en algunos casos hasta condenan— a priori al máximo líder de la iglesia católica por lo que habrá de decir —o no— aún antes de que lo haga. Los detalles importan, pero en medio de la presión, los matices desaparecen y todos creen ver cosas —que después venden como victorias o condenan como derrotas— suponiendo que sus interpretaciones son la realidad. Dicen por ejemplo los padres de los 43 muchachos que desaparecieron en el estado de Guerrero que no reunirse con ellos “es tanto como despreciar a los 27 mil desaparecidos que tenemos en el país” (SinEmbargo, febrero 12, 2016).
La polarización rinde frutos políticos pero en realidad no contribuye mucho a comprender los fenómenos. Todos esos grupos que exigen un espacio para sus temas y ocupaciones en la agenda del pontífice deberían estar conscientes —y algunos sin duda lo están— de que la información relevante sobre sus temas —ya sea el aborto, la pederastia clerical, los abusos de poder de los cardenales, el impacto del narcotráfico en las labores pastorales, la corrupción dentro de la iglesia y el estado, el auge de sectas destructivas y de otras expresiones religiosas en detrimento de la fe católica, etcétera— la conoce el Papa. ¿La conoce? Sin duda, después de todo, en un país eminentemente católico como México no existe un mejor servicio de inteligencia que el de la iglesia: la iglesia —y sus autoridades— lo saben todo, si no por su omnipresencia —incluso en los puntos más alejados de la geografía— por el mecanismo de la confesión y/o por sus vínculos políticos y sociales.
Lo saben todo.
De tal suerte que quienes se desgarran las vestiduras exigiendo posicionamientos públicos del papa lo hacen para conseguir —incluso, extorsionar mediante presión pública y mediática— una declaración, un posicionamiento, una condena, una felicitación o una mención que pueda funcionar como ariete político en contra de unos y a favor de otros: frecuentemente condenas al gobierno por lo que ha hecho —como bañar al país en sangre— o por lo que ha dejado de hacer —por ejemplo, por las víctimas del proceso sangriento.
En un cierto sentido, el contenido religioso de la visita papal estará en los actos públicos mientras que el político estará en los eventos privados.
¿Qué se puede esperar? En México se vive un cataclismo con cientos de miles de víctimas fatales, desaparecidos, huérfanos, viudas y vidas estrelladas. Es un auténtico cataclismo, pero está focalizado en México. A la iglesia como institución le llevó más de medio milenio pedir disculpas a los indígenas americanos por los “graves pecados” cometidos por la iglesia durante la conquista (cosa que hizo el papa Francisco en Bolivia en julio de 2015). ¿Se arriesgaría el estado Vaticano a tensar las relaciones con el estado mexicano señalando a sus mandamases —así sea de forma velada— como incompetentes, sanguinarios o corruptos? Difícilmente: si así fuera, las críticas se habrían presentado desde hace mucho tiempo, habrían sido mucho más fuertes, constantes y se habrían emitido desde la Plaza de San Pedro. ¿Entonces? Ocurrirán sin duda posicionamientos interesantes e incluso señalamientos velados —en el más duro de los casos— pero no críticas agudas, pese a los cientos de miles de víctimas de la violencia, el abuso y la corrupción, y pese a los millones de deudos y lastimados.
Ahí está el reto para un pontífice valiente.
Fernando Montiel T.
Febrero 12, 2015
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¿Cuál es el máximo reto para el papa Francisco en México?
A algunos interesa la visita del papa Francisco a México por su naturaleza religiosa, y a otros tantos —muchos también— les interesa por su contenido político, y entre estos dos ejes los matices parecen desaparecer.
Los fieles son una abstracción —ahí están y ahí seguirán como lo han estado en los últimos 2 mil años— son una constante y es por eso que la atención se pone en los elementos variables: ¿con quién se reunirá en privado?; y en esos encuentros ¿de qué temas se hablará?; y sobre esas conversaciones ¿cuánto y qué verá la luz pública?, ¿qué será expresado por boca del líder máximo de la iglesia?, ¿qué lo será mediante los departamentos de comunicación social?
Prácticamente todos los sectores organizados de la sociedad se han manifestado exigiendo que el papa Francisco se pronuncie sobre su causa: ahí están los familiares de las personas que han desaparecido producto de la violencia; ahí están los grupos que se oponen al celibato del clero, o aquéllos que defienden el matrimonio homosexual y ahí están también las asociaciones que agrupan a quienes han padecido los abusos sexuales de los ministros de la iglesia entre muchos otros.
Exigen atención —y sin duda la merecen— y sentencian —y en algunos casos hasta condenan— a priori al máximo líder de la iglesia católica por lo que habrá de decir —o no— aún antes de que lo haga. Los detalles importan, pero en medio de la presión, los matices desaparecen y todos creen ver cosas —que después venden como victorias o condenan como derrotas— suponiendo que sus interpretaciones son la realidad. Dicen por ejemplo los padres de los 43 muchachos que desaparecieron en el estado de Guerrero que no reunirse con ellos “es tanto como despreciar a los 27 mil desaparecidos que tenemos en el país” (SinEmbargo, febrero 12, 2016).
La polarización rinde frutos políticos pero en realidad no contribuye mucho a comprender los fenómenos. Todos esos grupos que exigen un espacio para sus temas y ocupaciones en la agenda del pontífice deberían estar conscientes —y algunos sin duda lo están— de que la información relevante sobre sus temas —ya sea el aborto, la pederastia clerical, los abusos de poder de los cardenales, el impacto del narcotráfico en las labores pastorales, la corrupción dentro de la iglesia y el estado, el auge de sectas destructivas y de otras expresiones religiosas en detrimento de la fe católica, etcétera— la conoce el Papa. ¿La conoce? Sin duda, después de todo, en un país eminentemente católico como México no existe un mejor servicio de inteligencia que el de la iglesia: la iglesia —y sus autoridades— lo saben todo, si no por su omnipresencia —incluso en los puntos más alejados de la geografía— por el mecanismo de la confesión y/o por sus vínculos políticos y sociales.
Lo saben todo.
De tal suerte que quienes se desgarran las vestiduras exigiendo posicionamientos públicos del papa lo hacen para conseguir —incluso, extorsionar mediante presión pública y mediática— una declaración, un posicionamiento, una condena, una felicitación o una mención que pueda funcionar como ariete político en contra de unos y a favor de otros: frecuentemente condenas al gobierno por lo que ha hecho —como bañar al país en sangre— o por lo que ha dejado de hacer —por ejemplo, por las víctimas del proceso sangriento.
En un cierto sentido, el contenido religioso de la visita papal estará en los actos públicos mientras que el político estará en los eventos privados.
¿Qué se puede esperar? En México se vive un cataclismo con cientos de miles de víctimas fatales, desaparecidos, huérfanos, viudas y vidas estrelladas. Es un auténtico cataclismo, pero está focalizado en México. A la iglesia como institución le llevó más de medio milenio pedir disculpas a los indígenas americanos por los “graves pecados” cometidos por la iglesia durante la conquista (cosa que hizo el papa Francisco en Bolivia en julio de 2015). ¿Se arriesgaría el estado Vaticano a tensar las relaciones con el estado mexicano señalando a sus mandamases —así sea de forma velada— como incompetentes, sanguinarios o corruptos? Difícilmente: si así fuera, las críticas se habrían presentado desde hace mucho tiempo, habrían sido mucho más fuertes, constantes y se habrían emitido desde la Plaza de San Pedro. ¿Entonces? Ocurrirán sin duda posicionamientos interesantes e incluso señalamientos velados —en el más duro de los casos— pero no críticas agudas, pese a los cientos de miles de víctimas de la violencia, el abuso y la corrupción, y pese a los millones de deudos y lastimados.
Ahí está el reto para un pontífice valiente.
Fernando Montiel T.
Febrero 12, 2015
fernando.montiel.t@gmail.com
A algunos interesa la visita del papa Francisco a México por su naturaleza religiosa, y a otros tantos —muchos también— les interesa por su contenido político, y entre estos dos ejes los matices parecen desaparecer.
Los fieles son una abstracción —ahí están y ahí seguirán como lo han estado en los últimos 2 mil años— son una constante y es por eso que la atención se pone en los elementos variables: ¿con quién se reunirá en privado?; y en esos encuentros ¿de qué temas se hablará?; y sobre esas conversaciones ¿cuánto y qué verá la luz pública?, ¿qué será expresado por boca del líder máximo de la iglesia?, ¿qué lo será mediante los departamentos de comunicación social?
Prácticamente todos los sectores organizados de la sociedad se han manifestado exigiendo que el papa Francisco se pronuncie sobre su causa: ahí están los familiares de las personas que han desaparecido producto de la violencia; ahí están los grupos que se oponen al celibato del clero, o aquéllos que defienden el matrimonio homosexual y ahí están también las asociaciones que agrupan a quienes han padecido los abusos sexuales de los ministros de la iglesia entre muchos otros.
Exigen atención —y sin duda la merecen— y sentencian —y en algunos casos hasta condenan— a priori al máximo líder de la iglesia católica por lo que habrá de decir —o no— aún antes de que lo haga. Los detalles importan, pero en medio de la presión, los matices desaparecen y todos creen ver cosas —que después venden como victorias o condenan como derrotas— suponiendo que sus interpretaciones son la realidad. Dicen por ejemplo los padres de los 43 muchachos que desaparecieron en el estado de Guerrero que no reunirse con ellos “es tanto como despreciar a los 27 mil desaparecidos que tenemos en el país” (SinEmbargo, febrero 12, 2016).
La polarización rinde frutos políticos pero en realidad no contribuye mucho a comprender los fenómenos. Todos esos grupos que exigen un espacio para sus temas y ocupaciones en la agenda del pontífice deberían estar conscientes —y algunos sin duda lo están— de que la información relevante sobre sus temas —ya sea el aborto, la pederastia clerical, los abusos de poder de los cardenales, el impacto del narcotráfico en las labores pastorales, la corrupción dentro de la iglesia y el estado, el auge de sectas destructivas y de otras expresiones religiosas en detrimento de la fe católica, etcétera— la conoce el Papa. ¿La conoce? Sin duda, después de todo, en un país eminentemente católico como México no existe un mejor servicio de inteligencia que el de la iglesia: la iglesia —y sus autoridades— lo saben todo, si no por su omnipresencia —incluso en los puntos más alejados de la geografía— por el mecanismo de la confesión y/o por sus vínculos políticos y sociales.
Lo saben todo.
De tal suerte que quienes se desgarran las vestiduras exigiendo posicionamientos públicos del papa lo hacen para conseguir —incluso, extorsionar mediante presión pública y mediática— una declaración, un posicionamiento, una condena, una felicitación o una mención que pueda funcionar como ariete político en contra de unos y a favor de otros: frecuentemente condenas al gobierno por lo que ha hecho —como bañar al país en sangre— o por lo que ha dejado de hacer —por ejemplo, por las víctimas del proceso sangriento.
En un cierto sentido, el contenido religioso de la visita papal estará en los actos públicos mientras que el político estará en los eventos privados.
¿Qué se puede esperar? En México se vive un cataclismo con cientos de miles de víctimas fatales, desaparecidos, huérfanos, viudas y vidas estrelladas. Es un auténtico cataclismo, pero está focalizado en México. A la iglesia como institución le llevó más de medio milenio pedir disculpas a los indígenas americanos por los “graves pecados” cometidos por la iglesia durante la conquista (cosa que hizo el papa Francisco en Bolivia en julio de 2015). ¿Se arriesgaría el estado Vaticano a tensar las relaciones con el estado mexicano señalando a sus mandamases —así sea de forma velada— como incompetentes, sanguinarios o corruptos? Difícilmente: si así fuera, las críticas se habrían presentado desde hace mucho tiempo, habrían sido mucho más fuertes, constantes y se habrían emitido desde la Plaza de San Pedro. ¿Entonces? Ocurrirán sin duda posicionamientos interesantes e incluso señalamientos velados —en el más duro de los casos— pero no críticas agudas, pese a los cientos de miles de víctimas de la violencia, el abuso y la corrupción, y pese a los millones de deudos y lastimados.
Ahí está el reto para un pontífice valiente.
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