Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Archivo Gatopardo

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.
29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

29
.
12
.
20
2020
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Ver Videos

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

Peti, el surfer dorado. Un relato carioca

29
.
12
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

¿Quién era Peti, el surfer y conquistador serial detrás de una de las canciones más escuchadas de Brasil? A cuarenta años de la canción "Menino do Rio", los cariocas mantienen vivo el recuerdo de quien inspirara al músico Caetano Veloso.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

En 1979, Caetano Veloso compuso una canción que le disputó el podio a Garota de Ipanema, de Tom Jobim y Vinicius de Moraes. Caetano había regresado de su exilio inglés en 1972 y pasaba sus días en la playa de Ipanema, más precisamente alrededor de un muelle que congregaba a músicos, artistas, poetas y surfers, entre los que estaba un joven llamado Jose Arthur Machado a quien le decían Peti.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço / Calção, corpo aberto no espaço / Coração de eterno flerte, adoro ver-te (Chico de Rio / Calor que te hace temblar / Dragón tatuado en el brazo / Short, cuerpo abierto en el espacio / Corazón de eterno flirteo, adoro verte). No sólo Caetano: todos adoraban ver a Peti, caminar por la arena con su tabla bajo el brazo. Veintitrés años, metro ochenta, los hombros en una línea perfecta, brazos y piernas fuertes y elásticas, sin artificios de gimnasio ni anabólicos. Mechas rubias, desprolijas, desteñidas por horas de sol y de sal, y una mirada que siempre apuntaba al horizonte. Camino a la orilla o de vuelta del mar, todos los hombres y mujeres querían tenerlo o parecérsele.

Peti y Caetano se hicieron amigos en la playa, cuando Caetano todavía no era una estrella internacional, sino uno más del grupo de músicos bahianos que se había instalado en Rio. Formaban parte de una especie de aldea hippie que se reunía alrededor del muelle de Ipanema, el “píer”, levantado en 1971 a la altura de la calle Teixeira de Melo.

Los alemanes acuñaron el término zeitgeist para nombrar lo que representa el espíritu de una época. A veces es un café, como Le Select de Montparnase, que concentraba la boheme de los años veinte en París, o una calle, como la 52 en Nueva York, en los cuarenta, conocida como “La Calle” que reunía los clubes de jazz, o un libro como Rayuela, de Julio Cortázar, que captó como pocos el clima de los sesenta. En Rio, en los años setenta, fue ese adefesio de 250 pilares de hierro que sostenían una pasarela de madera, construido para apuntalar las cañerías de desagüe que llegaban hasta el mar. Se adentraba 150 metros, interrumpiendo la bahía que forman Ipanema y Leblon, desde las rocas de Arpoador hasta los cerros Dos irmãos que cierra Leblon. Los ingenieros diseñaron una estructura que pudiera soportar “la ola del siglo”, un fenómeno que puede traer cada cien años olas de más de diez metros. Sin embargo, el muelle fue demolido cuatro años después, en 1975.

[read more]

Antes de su construcción, los surfers se congregaban en la playa de Arpoador, en el extremo norte de Ipanema, donde estaban las mejores olas. Muchos afirman que el surf en Brasil nació allí a fines de los años sesenta, cuando un grupo de adolescentes barrenaba las olas, primero sin tabla, después con planchas de telgopor y más tarde con tablas de madera. Peti era el más chico del grupo, la mascota, a quien todos querían porque nunca se enojaba, aun cuando le gastaban bromas. A sus 14 años ya tenía un cuerpo de hombre y el apodo Petit o Peti que le habían puesto de niño había perdido razón de ser.

Una dictadura militar gobernaba Brasil desde 1964 y, entre las tantas restricciones, surfear estaba prohibido entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. El país ya era una potencia mundial en fútbol, y el surf era visto como una moda importada, rebelde, que iba en contra del deporte oficial. Más de una vez, cuando el mar presentaba condiciones ideales, los surfers se metían igual. El desafío les salía caro, porque en varias ocasiones los llevaban detenidos.

Una noche de 1980, en poco más de una hora, Peti se convirtió en Menino do Rio. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

Durante la construcción del muelle, el grupo de surfers caminaba cien metros por la playa desde Arpoador y se sentaba a ver la construcción. Con cada par de pilares que se levantaba en el mar, las olas se hacían más y más grandes. La construcción alteraba la morfología del suelo mejorando la calidad de las olas. Todos miraban el espectáculo a distancia, como el león que se relame al ver su presa. Y cuando estuvo terminado, el monumento a la fealdad generó las mejores olas de todo Rio.

La prohibición de surfear excluía el muelle, porque los militares supusieron que allí no sería posible, y así fue como los surfers se adueñaron del lugar. Tras ellos llegaron las chicas, y tras ellas otros chicos que buscaban su oportunidad con las muchachas mientras los surfers estaban montando olas. Y tras ellos llegaron los músicos, entre otros Gilberto Gil, Maria Bethania, Gal Costa, Caetano, el grupo Novos Baianos, los poetas, los escritores y los intelectuales.

Uno de aquellos surfers, Rico de Souza, aún sigue a sus 68 años en Arpoador. Fundador de la primera escuela de surf de Brasil y tres veces campeón nacional, evoca la época del píer como la que “concentraba la crema de la intelectualidad y la vanguardia”. Mayor que Peti, se hicieron amigos inseparables en cuanto se vieron.

La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre, consumir sustancias y dar rienda suelta a las pulsiones sexuales. Paradojas de los regímenes autoritarios, habían construido, contrariamente a sus propósitos, el escenario perfecto para que surgiera un movimiento de ruptura: si el surf se oponía al fútbol, los músicos bahianos buscaba imponer el tropicalismo, incorporando la guitarra eléctrica y una estética psicodélica, ajenas a los estilos más tradicionales como la bossa nova. “El tropicalismo fue un movimiento de provocación, una ametralladora sobre la vida intelectual del país”, diría décadas más tarde Caetano. Ese monstruo de casi trescientas patas de hierro internándose en el mar había posibilitado exiliarse dentro del país en una tierra mágica y utópica donde se ejercía una resistencia inocente, pacífica, sin ideología, expresada tan solo en una experiencia de libertad total. El marco sordo, que se presentía brumosamente, era el sangriento gobierno del general Emilio Garrastazu Médici, presidente de facto desde 1969, que consagraba sus esfuerzos en reprimir a los movimientos de izquierda, apelando al espionaje y la tortura. Esa desbocada afirmación de libertad exigía también una dosis de coraje, como si, sin decirlo, todos compartieran la idea de defender una cabeza de playa donde habían ganado los buenos.

Propulsados a marihuana y LSD, conversaban, soñaban, tocaban música, tomaban sol –aquí se dieron los primeros topless para las mujeres y se impuso el slip, la sunga, para los hombres–, se enamoraban y surfeaban. De la noche a la mañana, no hubo mejor sitio para estar que en el píer de Ipanema. Cuentan que fue Gal Costa la primera en tender su pareo en las dunas para tomar sol y por eso se las llamaba las “Dunas de Gal”. Ella diría años después que “esa estructura de hierro que alejaba a la gente en general, se convirtió en un lugar protegido por una cúpula energética contra todo lo malo que había en Brasil”.

Nadie dejaba la playa antes de la puesta de sol, para aplaudir el último rayo al esconderse tras los picos Dos Irmãos, y no había otro lugar para ir después de la playa que el show Gal a Todo Vapor, en el teatro Teresa Raquel, de Copacabana, hacia el que muchos iban directo desde la playa, sin siquiera sacudirse la arena, en traje de baño y sandalias.

peti-menino-do-rio-caetano-veloso
La arena removida en la construcción del muelle fue arrojada a los costados de la playa, formando unas dunas que actuaron como trinchera y que impedían ver desde el asfalto lo que sucedía allí. Era una frontera que marcaba el inicio de un territorio donde estaba permitido sentirse libre. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino do Rio / Calor que provoca arrepio / Dragão tatuado no braço… El dragón tatuado en el brazo no es una licencia poética de Caetano, es un detalle real y sello distintivo de Peti. Era el único con un tatuaje. En los años setenta, sólo los criminales, los presos y los marineros se tatuaban, no un chico de clase media, hijo del dueño de un taller mecánico de Ipanema. Peti no le dio su brazo a cualquier tatuador, sino al que se convertiría en el primer tatuador profesional de Brasil, Lucky Tattoo, una leyenda. Su nombre real era Knud Gregersen, un dinamarqués que, después de rodar por el mundo, se había instalado en Santos, en el litoral paulista. Peti lo visitó en 1974, lo siguieron otros amigos surfistas y los tatuajes se convirtieron en una marca de guerra que los hermanaba como pertenecientes a la misma tribu. Más tarde varios músicos también pasaron por su estudio. Ese movimiento de cariocas “bajando” a Santos para tatuarse en lo de Lucky, acabó popularizando el tatuaje en Brasil, sacándolo del circuito marginal, y marcando una diferencia más con los “caretas”, los que seguían dócilmente tradiciones impuestas.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido la casa que Caetano compartía con Dedé Gadelha, su mujer, en el barrio del Jardín Botánico. Baby Consuelo, que con los años sería conocida como Baby de Brasil, era uno de los miembros del grupo Novos Baianos. A sus 28 años estaba grabando su primer disco solista, Pra Enloquecer, y le pidió a Caetano que compusiera un tema para ella. Una noche de 1979, Caetano recibió en su casa a Peti que llegó con Don Pêpe, el DJ del momento, y Relson Gracie, uno de los creadores del arte marcial BJJ, jiu-jitsu brasileño.

Caetano tomó su guitarra y compuso "Menino do Rio" en un rato. Nunca se sabe el destino de una canción. Esos acordes, esos versos, nacieron en medio de charlas y tragos en una noche como tantas. Ninguno pudo imaginar que se convertiría en el primer gran éxito de Baby Consuelo, ni que sería el tema musical de apertura de la novela Agua Viva, que Rede Globo emitió en 1980 en horario central.

La amistad de Peti y Caetano trascendía la playa. Se los veía compartir cervezas en el bar Braseiro y la pizzería Guanabara, y Peti visitaba seguido su casa que compartía con Dedé Gadelha, su mujer.

Sin proponérselo, la canción tradujo en poesía y melodía el mensaje de libertad del píer y colocaba sobre los hombros de Peti la misión de encarnar el zietgeist, el espíritu de la época. Tan certero fueron los versos de Caetano que inspiró una película que batiría récords y sería un ícono para una generación. Se trata de Menino do Rio, de 1982, cuyo argumento escribió el actor de 25 años, amigo de Peti y habitué del píer André de Biase. Se trata de la historia de un surfer de Arpoador, interpretado por el propio de Biase, que enamora a una modelo rica y sofisticada –careta– que debe romper con los prejuicios. De Biase se cansó de rechazar productores que querían incluir escenas de sexo, transformando su idea en otra cosa. Finalmente el director Antonio Calmon pensó una película que “representara la cultura pop y la irreverencia del rock”. La película fue vista por tres millones y medio de personas, sobre todo por jóvenes que iban al cine en bermudas y sandalias, un atuendo mucho más informal de lo que se estilaba en ese momento, como una forma de rebeldía.

La canción de Caetano rompía también con la tradición de cantarle a la belleza femenina. Ya no se trataba de la garota Que vem e que passa / Num doce balanço / A caminho do mar, en la canción imortal de Jobim y Vinicius de 1962, con sus infintas versiones, desde la de Frank Sinatra a la de Ella Fitzgerald, sino de un garoto de Ipanema que te ponía a temblar. Un hombre le cantaba a otro y no ahorraba imágenes eróticas. Y si bien quienes conocieron a ambos aseguran que entre ellos solo hubo amistad, la canción fue leída como una reivindicación de la libertad sexual que se sumaba a otras reivindicaciones en el último lustro de la dictadura militar.

Si Heló Pinheiro, musa inspiradora de Garota de Ipanema, aprovechó su fama para lanzar la marca de bikinis “Garota de Ipanema”, Peti se la tomó más livianamente, y la usó para dejarse invitar a cuanta fiesta surgiera. Aparecía fotografiado en las revistas, identificado como el chico detrás de la canción, el “petit deus” como lo llamaban, el galán rompecorazones de Ipanema, que se había convertido en una celebridad involuntaria.

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

O Havaí seja aqui / Tudo o que sonhares /Todos os lugares / As ondas dos mares (Hawai está aquí / Todo lo que sueñes / Todos los lugares / Las olas de los mares)

El estilo de Peti sobre la tabla de surf era inconfundible, lograba que pareciera que hacer equilibro sobre una ola resultaba sencillísimo. Evandro Mesquita, surfer, actor, vocalista del grupo Blitz y uno de sus amigos más queridos, lo describía como un estilo “agresivo, progresivo y sexual”. Muchos surfers del grupo se profesionalizaron y siguieron el circuito de certámenes en Sudáfrica, Perú, Japón y, la meca, Hawai. Supieron conseguir el apoyo de marcas que les permitía viajar de una playa a la otra. Cuando Peti tuvo la oportunidad de sumarse a la ola del surf profesional, dicen que contestó “Hawai está aquí”. No le interesaron las copas ni los sponsors, a pesar de que le sobraba calidad, las playas más alejadas a las que iba eran Prainha, al sur de Rio, Buzios y Saquarema, unos cien kilómetros al norte.

Lo suyo era pasar horas sobre el vaivén del agua, hablar con sus amigos, pulir el estilo domando la espuma. También le gustaba nadar y lo hacía con la eficiencia de un atleta olímpico. Salía de la playa de Diabo, en Copacabana, rodeaba las rocas de Arpoador, y aparecía del otro lado, en Ipanema, completando cuatro mil metros a nado.

Como muchos otros de la banda, Peti probó el jiu jitsu, arte marcial que encontró en Brasil un nuevo desarrollo a tal punto que impuso el BJJ (Brazilian Jiu Jitsu) en el mundo. Surfers y luchadores de jiu jitsu andaban juntos; los surfers les enseñaban a surfear, y los instructores a pelear. Y así como para Peti “Hawai estaba allí” y nunca le interesó viajar, tampoco se esforzó en pasar de de cinturón blanco, el inicial.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea,” recuerda Mesquita, “fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”. Peti se había ganado su lugar en esa elite cool del píer no sólo por ser un chico lindo que surfeaba como los dioses y había inspirado un hit, sino porque él estaba a la altura de cualquier conversación y sabía cómo arrancarle una sonrisa a quien tuviera delante. Con su “eterno flirteo” lograba que todo el mundo lo quisiera.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet –la mayoría usaba bermudas–, su presencia en las calles era igual de magnética. Así recuerda Monica Boran, que sería su mujer, la primera vez que lo vio pasar desde la ventana del bar Braseiro, punto de encuentro en Ipanema: “Él iba acompañado por Don Pêpe, DJ de las Noites Cariocas, y por Beth, su novia. Calzaba pantalones de cuero y suecos del Dr Scholl, una excentricidad para la época. Su manera de moverse me cautivó”. Su amigo Sergio Malibú, surfer e instructor de jiu jitsu, describe su forma de caminar “como la de Mick Jagger”, y Mesquita dice que “tenía el mismo andar de Romeo, su perro boxer cuando estaba en celo”.

Monica lo volvió a ver al poco tiempo en el Braseiro, en la víspera de su cumpleaños número veinte, en 1980. Peti la miró, tomó una silla y se sentó a su lado. Hablaron toda la noche. Para ese año, con el píer ya demolido, los surfers habían vuelto a Arpoador, pero al día siguiente Peti fue tras Monica a Ipanema a la altura de la calle Montenegro (hoy Vinicius de Moraes) donde ella solía ir con su hermana. Y ya no se separaron.

“Tenía un carisma absurdo, inexplicable, generaba una comunicación instantánea. Fue así desde adolescente, podía hablar con un mendigo o con alguien de la alta sociedad, de día en la playa o de noche en las calles de Rio, las mujeres de todas las edades se enamoraban de él”

Se suponía que Peti debía trabajar en el taller mecánico de su padre, pero la realidad es que no sabía cambiar ni una cubierta. Una y otra vez sucumbía al canto de sirenas de las olas de Arpoador. No trabajó un solo día de su vida. Vivía aún con sus padres y su hermano, en Ipanema, que lo mantenían, y le sacaba el jugo a los beneficios que le traía su celebridad. Siempre aparecía un amigo que lo llamaba para compartir una cerveza. Una vez su madre intentó que no saliera de la casa guardando toda su ropa bajo llave, pero eso no fue impedimento: salió en bermudas, con el torso desnudo, y calzando sus suecos.

Peti encarnaba el ideal del yerno que ningún suegro querría tener. El padre de Monica hizo lo imposible por alejarla de él, incluso intentó enviarla a estudiar a Estados Unidos, pero el encantamiento ya estaba en marcha y, a los dos meses de conocerlo, Monica se mudó al departamento de Peti a vivir con él y su familia.

“La vida no podía ser mejor”, recuerda Monica,  “pasábamos los días en Arpoador y las noches en las fiestas de Noites Cariocas, organizadas por Nelson Motta en lo alto del cerro de Urca, con la Ciudad Maravillosa a nuestros pies”. A comienzo de los ochenta, las Noites Cariocas fueron el lugar donde latía el pulso nocturno de Rio. La canción "Menino do Rio" sonaba a toda hora y la novela Agua viva era furor en el horario central. “Cuando íbamos a las Noites Cariocas éramos recibidos como si fuéramos de la realeza”, cuenta Monica. La noche a veces comenzaba en la pizzería Guanabara, en el baixo Leblon (cada barrio tiene su baixo, su zona caliente), y Caetano, cuando los veía llegar, cruzaba el salón para sentarse a su mesa. A Peti podía parecerle lo más normal del mundo que su amigo viniera a charlar con él, pero a Mónica le parecía estar viviendo un cuento de hadas.

Ella sabía que se había llevado el premio mayor de Ipanema y que no era la única mujer en la vida de Peti. “Él me llevaba de la mano y me descubría un Rio de Janeiro glamoroso y divertido, desconocido para mí que venía de un hogar tradicional y católico,” recuerda. Pasar Navidad en casa de Caetano, estar horas charlando con músicos, codearse con actores e intelectuales, ser parte de esa tribu, tan lejana de su origen “careta”, hacía que Monica se olvidara de las otras mujeres y le alcanzara con ser la única con quien pasaba la noche abrazado.

Monica y Peti convivían con Lola, Walter y Waltinho: la madre, el padre y el hermano menor de Peti. Un año más tarde, la pareja alquiló una casita en Barra de Tijuca para tener más privacidad, y vivieron allí dos años hasta que Monica quedó embarazada. Entonces su padre, ya resignado, les compró un departamento en Gávea, más cerca de Ipanema. Los años ochenta habían sumado la cocaína al menú de drogas de los setenta y, para 1984, Peti era una celebridad que muchos querían tener en sus fiestas. Mientras Monica cuidaba de su embarazo, Peti perdía el control del consumo que había empezado como quien se toma un champán. Se pasaba días enteros de gira, fuera de casa, y cuando volvía parecía uno de esos gatos que regresan después de una semana de juerga, sucios y apaleados. Se recuperaba, pasaba un tiempo en calma, hasta que sonaba el teléfono y todo recomenzaba.

Así llegó el parto. Pero el bebé, un varón, nació muerto. Monica no se detuvo hasta quedar embarazada nuevamente, dos años después. Entonces sí, Peti dejó de consumir y de girar en fiestas donde todo se le daba gratis. Empezaron a ir juntos a Arpoador, él a surfear, ella a mirarlo, y a los bares, donde Peti bebía un vaso de leche. Así nació Victoria, que hoy tiene 33 años.

La enorme alegría por el nacimiento de Victoria lo llevó a festejar una semana entera, y a recaer en las drogas. Monica, que apenas había probado alguna vez la marihuana, no le guarda ni un reproche: “Es que cuando estaba bien, estaba tan bien”.

Si en la playa era imposible no mirarlo, con su dragón tatuado y su slip rojo tejido al crochet, su presencia en las calles era igual de magnética. / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

Menino vadio / Tensão flutuante do Rio / Eu canto para Deus proteger-te (Chico callejero / tensión flotante de Rio / canto para que Dios te proteja). Pero Dios no escuchó la voz de Caetano y la mañana del 29 de agosto de 1987, Monica recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir: Peti había entrado con un hilo de vida en el hospital Miguel Couto. Después de una noche de fiesta y drogas había tenido un accidente de moto. No llevaba puesto el casco y, además de romperse el brazo en diecinueve partes, la cabeza había dado de lleno contra el asfalto. Pasó más de un mes en terapia intensiva, en coma inducido, y otro mes internado. Pudo volver a su casa recién en octubre.

La noticia causó conmoción, no sólo entre sus compañeros de surf, sino entre músicos, actores y toda la comunidad de la época del píer. El departamento se llenó de amigos que hacían una vigía casi religiosa. Circo Voador, el espacio cultural nacido en Arpoador en 1982 y por donde pasaban todos los grupos que buscaban consagrarse, donó lo recaudado en una función para contribuir a la recuperación de Peti. Baby Consuelo, quien había estrenado la canción; su gran amigo de surf y también músico Evandro Mesquita, del grupo Blitz; Elba Carvalho y su amigo, el actor André de Biase, protagonista de la película Menino do Rio, fueron algunos de los que se subieron al escenario para recaudar fondos.

Pero el domador de olas, el galán de Ipanema, el chico que ponía a todos a temblar, había quedado con medio cuerpo paralizado. A sus 30 años, ya no podía andar correctamente, ni siquiera dominar la lengua para hablar de corrido.

Monica se las arreglaba para atender a su beba de ocho meses y mantener la esperanza de un nuevo comienzo con Peti. En los primeros tiempos, Peti estaba feliz de estar vivo y de tener otra oportunidad. Los médicos decían que, con el tiempo, la recuperación total era posible. Él quería tener paciencia y se aferraba a la idea de volver a ser el de antes. Malibú, padrino de su hija Victoria, colaboraba en su rehabilitación acompañándolo a nadar a la piscina del instituto de fisioterapia. Él pudo ver las pocas veces en las que Peti logró pararse y caminar unos metros. Además de Malibú, otra enorme cantidad de amigos lo alentaban. Recuperó el habla, pero su cabeza iba a una velocidad diferente a la de su cuerpo. Y la fisioterapia no alcanzaba.

Era más que un chico lindo de Rio. Sin habérselo propuesto, encarnaba el ideal de una vida sin ataduras, el emblema de una generación dorada. Era un conquistador serial capaz de inspirar una de las canciones más escuchadas de Brasil. Todos adoraban verlo y su desmoronamiento fue un golpe al narcisismo colectivo.

Su mujer, sus amigos famosos y desconocidos, coinciden en que Peti tenía una inteligencia superior, una energía que no cabía en un solo cuerpo. Mil olas no le bastaban, una sola mujer no lo colmaba y las noches para él deberían tener veinte horas. ¿Cómo encorsetar ese torbellino en un cuerpo inmóvil y dependiente? Peti se había convertido en un relámpago embotellado.

En la tarde del 7 de marzo de 1989, Peti fue al departamento de sus padres en Ipanema. Solo estaba su hermano, Waltinho, que había invitado a una pareja de amigos, Tide y Maria, a tomar unos tragos. La puerta principal nunca se usaba, por lo que los amigos entraron como siempre por la puerta de servicio. Después de un rato con Waltinho, pasaron por el living y lo que vieron les heló la sangre: allí estaba Peti, pendiendo del cuello, con una tela que había sujetado a la puerta principal. Con desesperación lo descolgaron, desataron el nudo, le hicieron respiración boca a boca, pero fue inútil. Ya estaba muerto.

Fue titular del diario a la mañana siguiente: “Rio pierde a su Menino dorado”. Su entierro en el cementerio São Jõao Batista fue multitudinario. Allí estaban Monica, su familia, una larga fila de ex novias, sus amigos del surf, los actores, intelectuales y poetas, y también Caetano Veloso.

“Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.” / Fotografía cortesía de Mónica Boran.

***

En 1998, a nueve años de muerte, se organizó el campeonato de surf Black Trunk Legends. El cartel del anuncio tenía una foto de Peti surfeando en el píer en 1973. Ya en este siglo, fotos de Peti empezaron a aparecer en blogs, y después en redes sociales que reunían a quienes lo habían conocido y acercaban un dato, una anécdota, una foto. Cada tanto, los medios publican notas de aquellos veranos del píer y destacan a Peti entre sus personajes. “Como a veces pasa con las leyendas urbanas”, dice Monica, “le inventaron ojos verdes cuando sus ojos eran marrones, y también que él se había ahorcado con el cinto de su kimono de jiu jitsu, cuando no fue así”. Más tarde llegaron las camisetas con su cara y la frase “Petit, Menino do Rio. Brazilian Legend”. Al comienzo de este año, el 20 de febrero, se inauguró una calle con su nombre, Via Peti, un pasaje lindero a la Plaza do Arpoador, que nace en la calle Francisco Otaviano, a metros de la playa. En los alrededores aparece su estampa en un graffiti y el fotógrafo Rodrigo Molina espera fecha de estreno para el documental que filmó sobre su vida.

En 1989, días después del entierro de Peti, Caetano Veloso le envió estas líneas a Monica: “Hay un verso de la canción 'Menino do Rio' que revela, más allá del cariño, una preocupación por el personaje del título. Eu canto para Deus proteger-te (canto para que Dios te proteja). Yo compuse esa canción y sabemos que elegí a Peti como modelo y también como homenaje. Toda la gente que lo conocía y lo amaba, compartía la visión que intenté expresar en la canción: él era un chico-símbolo de un Rio de Janeiro, inteligente y puro, al mismo tiempo que super saludable y super imprudente. Muchos compartían la preocupación sugerida en ese verso, además de la preocupación de su “cuerpo abierto”, desprotegido. El día del entierro de Peti algunos amigos cantaron mi canción al pie de su sepultura. Yo no la quise cantar con elllos. Estaba demasiado conmovido e intimidado. Pero al final, repetí bajito “eu canto para Deus proteger-te”. Era el único verso que también pedía perdón por mi (¿nuestra?) culpa. […] . Cuando Peti desistió de continuar viviendo sin el esplendor de su cuerpo, cuando él murió, sentimos que una era había acabado. Sentimos más todavía que un buen hombre se había ido.”

[/read]

Newsletter
¡Gracias!
Oops! Something went wrong while submitting the form.
No items found.