La película de Justine Triet arrasó en los Globos de Oro y se instaló entre las nominadas al Oscar con una historia donde importan más los argumentos para adjudicar un presunto homicidio que la responsabilidad real. Ni siquiera el espectador presencia el accidente y la directora prefiere colocarnos en el asiento del jurado a escuchar testimonios imperfectos donde la verdad es ambigua.
El sistema judicial no está construido para encontrar la verdad o impartir una justicia perfecta, sino para elegir los veredictos que se les asemejen. Ante los argumentos de cada parte en una disputa legal, un juez o un jurado eligen qué testimonios creer y qué dictaminar, pero en realidad deciden a ciegas: nunca sabrán con certeza cómo sucedieron las cosas y si realmente han sido justos en su conclusión. A pesar de ello, en películas de tribunal clásicas vemos que es posible acceder no solamente a los hechos, sino a la esencia misma de lo verdadero. Pasa en películas de Fritz Lang o Sidney Lumet: en Fury (1936) un hombre al que se creía muerto aparece en la corte para mostrar que sobrevivió a un linchamiento y así pone la verdad por encima de su venganza, que habría terminado en la ejecución de sus agresores. En Twelve Angry Men (1957) Henry Fonda logra que entre en razón el jurado del que forma parte para evitarle a un adolescente su inmerecida sentencia de muerte. Estas películas son mucho más complejas que propaganda sobre un sistema de justicia funcional, ya que, si las cosas salen bien, es porque estuvieron a punto de salir mal; sin embargo, en el desenlace nos aseguran que la verdad es asequible, al menos en sus casos particulares, y así coinciden con la mitología optimista de los tribunales.
Partiendo de una idea fenomenológica sobre la procuración de justicia, la directora francesa Justine Triet evade por completo la noción de verdad en Anatomy of a Fall (2023). Su tema, a diferencia de las películas de tribunal convencionales, no es la búsqueda de culpables o inocentes, ni de los hechos, sino la construcción de ficciones en forma de argumentos legales, evidencias y testimonios, que los personajes emplean para perseguir sus objetivos. Triet no niega la existencia de una realidad objetiva pero le quita importancia porque ante un hecho sin testigos negociamos convenciéndonos unos a otros de lo que es verdad: un juicio es un mercado donde se comercia con retórica para convencer a otros, no para demostrar fenómenos.
Por esta razón la protagonista, Sandra Voyter (Sandra Hüller), se dedica a escribir novelas. Su profesión insinúa el tema de la película y adelanta cómo será percibida por otros cuando la acusen de matar a su marido, es decir, como una experta en inventar y mentir que debido a ello no puede ser fiable. Durante un día tenso para la pareja, el esposo de Sandra, Samuel (Samuel Theis), es encontrado muerto por su hijo Daniel (Milo Machado Graner) bajo una ventana de la casa familiar. Samuel sufrió una caída pero nadie, ni siquiera el público, sabe cómo. En un principio las autoridades asumen que se trata de un accidente pero los forenses determinan la posibilidad de que otra persona haya estado involucrada y, ya que solo Sandra se encontraba en casa con Samuel, ella se convierte en sospechosa.
La sinopsis evoca otras películas sobre la percepción y la justicia, empezando por Anatomy of a Murder (1959), de Otto Preminger, sugerida desde el título y centrada en víctimas imperfectas que manipulan a un jurado. También se me ocurre Basic Instinct (1992), de Paul Verhoeven, sobre otra novelista acusada de homicidio que podría o no haber dejado pistas en su trabajo. Anatomy of a Fall también juega con el público, pero no para explorar la moralidad o el deseo, como aquellas otras, sino, de nuevo, para demostrar el fracaso de una justicia idealizada.
Por esta razón Triet se concentra en la forma en que los prejuicios —expresiones de una percepción cerrada y necia— son empleados por la fiscalía para vender su caso: Sandra es bisexual y en la mañana en que murió su esposo recibió a una estudiante atractiva, lo cual debe probar los celos de Samuel, quien seguramente empezó una disputa que culminó en su muerte. Claramente provocó a Sandra poniendo una canción misógina a todo volumen, “P.I.M.P.”, de 50 Cent, pero, corrige la defensa, era solo una versión instrumental. Estas acusaciones de la fiscalía demuestran la mezquindad a la que está dispuesto el Estado para ganar el caso en contra de una mujer que, conforme aparecen testimonios y grabaciones, resulta ser una víctima imperfecta que manipulaba a su esposo para robarle sus ideas de novelas y convencerlo de hacer a un lado sus objetivos para perseguir los de ella. No importa quién sea Sandra ni su responsabilidad real sino la imagen que puedan fabricar de ella para ganar el caso.
Triet recurre a menudo a esta imperfección para insistir en su tema y, por ello, el testigo más importante en la relación de la pareja es Daniel, un niño inevitablemente inclinado a salvar a su madre, e incapacitado de la vista tras un accidente del que se culpaba su padre. Daniel no solo tiene la visión disminuida, tampoco recuerda los eventos correctamente, y así Triet demuestra que todo testimonio es frágil porque la mente deforma constantemente la realidad. El psiquiatra de Samuel inspira más confianza por su formación pero no debería, pues solo relata perspectivas que produjeron las versiones de su paciente.
Hasta ahora, lo que he descrito es una trama y sus temas, expresados brillantemente por el guion de Triet y su pareja Arthur Harari, pero Anatomy of a Fall es una película, no teatro, y ahí es donde se queda corta. El montaje toma decisiones inteligentes al esconder imágenes importantes para producir ambigüedad e involucrar al público en el tema de la percepción: no podemos estar convencidos de nada porque no atestiguamos la caída, y luego no queda claro si unas breves imágenes mentales de Daniel son fantasías o recuerdos. Fuera de eso las decisiones visuales de Triet no rebasan por mucho las de su película anterior, la desorientada Sibyl (2019), que también aborda la ficción pero desde la historia de una psicóloga-novelista que se involucra demasiado con una paciente. Un problema de aquel largometraje que Triet corrige ahora es que abordaba demasiado y terminaba disperso, indeciso, pero su mayor falta era una imaginería inexpresiva que demostraba lo mismo que Anatomy of a Fall: Triet es más guionista que directora. Es muy poco lo que construye visualmente para abordar el conflicto entre las ficciones que tapan la verdad o que apuntan a ella. Considerando el resultado, no es una acusación seria —podemos decir lo mismo de un director tan celebrado como Billy Wilder—, y Triet sí aprovecha la actuación de Sandra Hüller como elemento visual para explorar sus ideas.
Una de las mayores actrices del cine contemporáneo alemán, Hüller tiene un importante talento para representar personajes cuestionables. En Toni Erdmann (2016), de Maren Ade, protagonizó como una ejecutiva despiadada, pero más en su interior que en sus gestos. Su comportamiento muestra desconsideración pero no crueldad porque retiene su habilidad diplomática hasta en momentos de tensión, y eso le permite mostrarnos a una persona atareada, ambiciosa, egoísta, pero no por ello malévola. En Sibyl interpreta a una cineasta cuya falsedad se manifiesta discretamente en entrevistas y presentaciones en sala; su frialdad aparece en la forma de regañar a sus colaboradores en el set. Triet aprovecha en Anatomy of a Fall ese talento más que antes para sugerir que Sandra, la protagonista, esconde algo, pero bien podría ser su naturaleza ambiciosa y abusiva, atemorizada por una sentencia de prisión a pesar de su inocencia, o una vileza tal que le permita matar.
Esta ambigüedad que domina la película envuelve al público y lo convierte en un participante de la trama. El jurado más importante no está en el tribunal a cuadro, sino enfrente, viéndolo e intentando descifrar la multitud de secretos y su conexión entre sí. No importa a qué veredicto llegue, sino que participe. Al final, concluya lo que concluya, llegará a lo mismo que lo mostrado en pantalla: una ficción.
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