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Cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en su propias huellas, ya sin zapatos.
Sobre la avenida Cuauhtémoc, frente al parque Pushkin, en una esquina con arquitectura de 1950 de la colonia Roma, está la zapatería La Ribera. Bueno, en realidad ya no vende zapatos. En sus vitrinas quedan apenas unos seis pares blancos y son especiales para enfermería, pues la tienda ahora funciona como expendio de cubrebocas. Su fachada tiene amplios aparadores, diseñados para aquel tiempo en que el turismo de aparador era una opción para pasar el tiempo. Solía tener cientos de zapatos a la vista, de todo tipo de colores, estilos y tamaños. Al caminar por esa banqueta, distraído, zapatos, zapatos, zapatos, de pronto irrumpían en el espectro de visión como un caleidoscopio. Hoy La Ribera está cerrada y es para siempre. Cuando vi a las mujeres que aparecen en la foto, me pareció que el edificio las enmarcaba, como si estuvieran mirando hacia afuera desde una maquina del tiempo, a punto de despedirse rumbo a otra era. Todo tiene un principio y un final, pero cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en sus propias huellas, ya sin zapatos.
Cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en su propias huellas, ya sin zapatos.
Sobre la avenida Cuauhtémoc, frente al parque Pushkin, en una esquina con arquitectura de 1950 de la colonia Roma, está la zapatería La Ribera. Bueno, en realidad ya no vende zapatos. En sus vitrinas quedan apenas unos seis pares blancos y son especiales para enfermería, pues la tienda ahora funciona como expendio de cubrebocas. Su fachada tiene amplios aparadores, diseñados para aquel tiempo en que el turismo de aparador era una opción para pasar el tiempo. Solía tener cientos de zapatos a la vista, de todo tipo de colores, estilos y tamaños. Al caminar por esa banqueta, distraído, zapatos, zapatos, zapatos, de pronto irrumpían en el espectro de visión como un caleidoscopio. Hoy La Ribera está cerrada y es para siempre. Cuando vi a las mujeres que aparecen en la foto, me pareció que el edificio las enmarcaba, como si estuvieran mirando hacia afuera desde una maquina del tiempo, a punto de despedirse rumbo a otra era. Todo tiene un principio y un final, pero cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en sus propias huellas, ya sin zapatos.
Cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en su propias huellas, ya sin zapatos.
Sobre la avenida Cuauhtémoc, frente al parque Pushkin, en una esquina con arquitectura de 1950 de la colonia Roma, está la zapatería La Ribera. Bueno, en realidad ya no vende zapatos. En sus vitrinas quedan apenas unos seis pares blancos y son especiales para enfermería, pues la tienda ahora funciona como expendio de cubrebocas. Su fachada tiene amplios aparadores, diseñados para aquel tiempo en que el turismo de aparador era una opción para pasar el tiempo. Solía tener cientos de zapatos a la vista, de todo tipo de colores, estilos y tamaños. Al caminar por esa banqueta, distraído, zapatos, zapatos, zapatos, de pronto irrumpían en el espectro de visión como un caleidoscopio. Hoy La Ribera está cerrada y es para siempre. Cuando vi a las mujeres que aparecen en la foto, me pareció que el edificio las enmarcaba, como si estuvieran mirando hacia afuera desde una maquina del tiempo, a punto de despedirse rumbo a otra era. Todo tiene un principio y un final, pero cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en sus propias huellas, ya sin zapatos.
Cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en su propias huellas, ya sin zapatos.
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Sobre la avenida Cuauhtémoc, frente al parque Pushkin, en una esquina con arquitectura de 1950 de la colonia Roma, está la zapatería La Ribera. Bueno, en realidad ya no vende zapatos. En sus vitrinas quedan apenas unos seis pares blancos y son especiales para enfermería, pues la tienda ahora funciona como expendio de cubrebocas. Su fachada tiene amplios aparadores, diseñados para aquel tiempo en que el turismo de aparador era una opción para pasar el tiempo. Solía tener cientos de zapatos a la vista, de todo tipo de colores, estilos y tamaños. Al caminar por esa banqueta, distraído, zapatos, zapatos, zapatos, de pronto irrumpían en el espectro de visión como un caleidoscopio. Hoy La Ribera está cerrada y es para siempre. Cuando vi a las mujeres que aparecen en la foto, me pareció que el edificio las enmarcaba, como si estuvieran mirando hacia afuera desde una maquina del tiempo, a punto de despedirse rumbo a otra era. Todo tiene un principio y un final, pero cuando algo termina de forma tan abrupta, como hemos visto suceder con muchos negocios en las últimas semanas, su presencia no se disuelve del todo, sino que permanece como un fantasma atrapado en sus propias huellas, ya sin zapatos.
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