Cuando Rafael Pérez Gay, editor de Cal y Arena, invitó a Carlos Velázquez a escribir una crónica sobre la cocaína, un relato sin contemplaciones en la voz de un adicto, el escritor originario de Torreón, Coahuila sabía que estaba ante uno de los retos más complejos. Primero, revelar su consumo públicamente sin caer en la apología y, segundo, darle continuidad a su faceta como cronista que inició con los textos que publicaba en Frente, hace más de un sexenio, cuando era una de las promesas de la literatura mexicana y acababa de publicar sus libros de relatos sobre el norte.
Hunter S. Thompson decía que puedes darle la espalda a una persona pero nunca, nunca, a las drogas. Estas palabras las recupera Velázquez en El pericazo sarniento, un poderoso libro de memorias con el que ha ganado el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2018. Un viaje de ida y vuelta alrededor de la “soda”, “fifí” o “doña blanca”, con quien ha entablado la relación más duradera de su vida. Y es que, confiesa, sin las drogas no sólo no se hubiera dedicado a escribir, sino que jamás se habría sentido un ser humano. “Comencé a drogarme por aburrimiento. Y por la misma razón empecé a teclear. La literatura me dio ocupación. Y las drogas un abismo”, escribió.“Uno tiene que publicar lo que quiere publicar. La libertad de decidir. Mi compromiso es con la literatura”, dice en entrevista, a sus cuarenta años, sentado en una pizzería de la Ciudad de México, con lentes oscuros y una chamarra de piel. “Lo único que me detenía es que lo leyera mi hija, mi temor es que sea una persona como yo: obsesiva, compulsiva, y que lleve las cosas hasta las últimas consecuencias”.El fenómeno de Carlos Velázquez, el irreverente que irrumpió la escena literaria en plena guerra contra el narco, inició hace más de ocho años cuando llegó a Sexto Piso con un libro de relatos que había publicado con Tierra Adentro (La Biblia Vaquera) y el manuscrito de lo que sería su segundo libro de cuentos (La marrana negra de la literatura rosa). “En una época en la que cualquier aspirante a escritor tenía que llegar con al menos una novela escrita, fui de los afortunados en llegar al mercado con libros de relatos”, dice. Sus cuentos capturaron la violencia, el machismo y el narcotráfico que se vivía en Coahuila, cuando los Zetas llegaron a pelearse la plaza de Torreón, una de las más violentas del mundo en 2012.
El pericazo sarnientotrae consigo el ingenio de sus cuentos, y captura la picaresca fronteriza. Así narra una infancia descarriada en los barrios duros de Torreón, cuando los Mejoralitos sabor naranja lo condenaron al mundo de los químicos. Rememora la primera vez que compró droga; la ocasión en que se metió coca en un buffet y pudo comer lo que nadie; de cuando La Llaverito (su compinche de viajes) se convirtió al cristianismo y fue a buscarla al templo con un six; y la vez que pasó la noche en los separos y lo fotografiaron con On the Road,de Jack Kerouac, en la mano.“Si alguien me hubiera dicho que Torreón se convertiría en una ciudad famosa a nivel mundial, hubiera pensado que era broma. Pero cuando estalló la guerra vs.el narco fuimos portada en The Guardian. Y El Paísnos dedicó la misma atención que a cualquier conflicto de Medio Oriente. Había indicios de que un laboratorio social posmoderno se cocinaba intensamente”, escribe.“Ahora se fueron los Zetas, los echaron, básicamente. Todo mundo lo sabe, entre el gobierno y el Cartel de Sinaloa. Se rehabilitó la zona. Las plazas han dejado de ser tan disputadas. Pero La Laguna —zona metropolitana de Torreón— sigue siendo problemática. La gente dejó de consumir cocaína y se introdujo el crack de manera virulenta”, dice.Lou Reed tiene una canción sobre el deseo de huir, indispensable en cualquier adicción. Velázquez, sin embargo, no ha podido huir de esa ciudad que sigue apareciendo y nutriendo gran parte de sus textos.“Uno se está peleando y reconciliando todo el tiempo con su lugar de origen. Yo no. Me peleé con Torreón y no me he reconciliado. Sólo tuve que asumir que no me puedo ir. Aunque la ciudad me ha dado mucho, es muy complicada la vida allá. Es una vida dura”, concluye.***También en Gatopardo:En los zapatos de un monstruo
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El nuevo libro de Carlos Velázquez es un retrato crudo de la vida en el norte del país.
Cuando Rafael Pérez Gay, editor de Cal y Arena, invitó a Carlos Velázquez a escribir una crónica sobre la cocaína, un relato sin contemplaciones en la voz de un adicto, el escritor originario de Torreón, Coahuila sabía que estaba ante uno de los retos más complejos. Primero, revelar su consumo públicamente sin caer en la apología y, segundo, darle continuidad a su faceta como cronista que inició con los textos que publicaba en Frente, hace más de un sexenio, cuando era una de las promesas de la literatura mexicana y acababa de publicar sus libros de relatos sobre el norte.
Hunter S. Thompson decía que puedes darle la espalda a una persona pero nunca, nunca, a las drogas. Estas palabras las recupera Velázquez en El pericazo sarniento, un poderoso libro de memorias con el que ha ganado el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2018. Un viaje de ida y vuelta alrededor de la “soda”, “fifí” o “doña blanca”, con quien ha entablado la relación más duradera de su vida. Y es que, confiesa, sin las drogas no sólo no se hubiera dedicado a escribir, sino que jamás se habría sentido un ser humano. “Comencé a drogarme por aburrimiento. Y por la misma razón empecé a teclear. La literatura me dio ocupación. Y las drogas un abismo”, escribió.“Uno tiene que publicar lo que quiere publicar. La libertad de decidir. Mi compromiso es con la literatura”, dice en entrevista, a sus cuarenta años, sentado en una pizzería de la Ciudad de México, con lentes oscuros y una chamarra de piel. “Lo único que me detenía es que lo leyera mi hija, mi temor es que sea una persona como yo: obsesiva, compulsiva, y que lleve las cosas hasta las últimas consecuencias”.El fenómeno de Carlos Velázquez, el irreverente que irrumpió la escena literaria en plena guerra contra el narco, inició hace más de ocho años cuando llegó a Sexto Piso con un libro de relatos que había publicado con Tierra Adentro (La Biblia Vaquera) y el manuscrito de lo que sería su segundo libro de cuentos (La marrana negra de la literatura rosa). “En una época en la que cualquier aspirante a escritor tenía que llegar con al menos una novela escrita, fui de los afortunados en llegar al mercado con libros de relatos”, dice. Sus cuentos capturaron la violencia, el machismo y el narcotráfico que se vivía en Coahuila, cuando los Zetas llegaron a pelearse la plaza de Torreón, una de las más violentas del mundo en 2012.
El pericazo sarnientotrae consigo el ingenio de sus cuentos, y captura la picaresca fronteriza. Así narra una infancia descarriada en los barrios duros de Torreón, cuando los Mejoralitos sabor naranja lo condenaron al mundo de los químicos. Rememora la primera vez que compró droga; la ocasión en que se metió coca en un buffet y pudo comer lo que nadie; de cuando La Llaverito (su compinche de viajes) se convirtió al cristianismo y fue a buscarla al templo con un six; y la vez que pasó la noche en los separos y lo fotografiaron con On the Road,de Jack Kerouac, en la mano.“Si alguien me hubiera dicho que Torreón se convertiría en una ciudad famosa a nivel mundial, hubiera pensado que era broma. Pero cuando estalló la guerra vs.el narco fuimos portada en The Guardian. Y El Paísnos dedicó la misma atención que a cualquier conflicto de Medio Oriente. Había indicios de que un laboratorio social posmoderno se cocinaba intensamente”, escribe.“Ahora se fueron los Zetas, los echaron, básicamente. Todo mundo lo sabe, entre el gobierno y el Cartel de Sinaloa. Se rehabilitó la zona. Las plazas han dejado de ser tan disputadas. Pero La Laguna —zona metropolitana de Torreón— sigue siendo problemática. La gente dejó de consumir cocaína y se introdujo el crack de manera virulenta”, dice.Lou Reed tiene una canción sobre el deseo de huir, indispensable en cualquier adicción. Velázquez, sin embargo, no ha podido huir de esa ciudad que sigue apareciendo y nutriendo gran parte de sus textos.“Uno se está peleando y reconciliando todo el tiempo con su lugar de origen. Yo no. Me peleé con Torreón y no me he reconciliado. Sólo tuve que asumir que no me puedo ir. Aunque la ciudad me ha dado mucho, es muy complicada la vida allá. Es una vida dura”, concluye.***También en Gatopardo:En los zapatos de un monstruo
El nuevo libro de Carlos Velázquez es un retrato crudo de la vida en el norte del país.
Cuando Rafael Pérez Gay, editor de Cal y Arena, invitó a Carlos Velázquez a escribir una crónica sobre la cocaína, un relato sin contemplaciones en la voz de un adicto, el escritor originario de Torreón, Coahuila sabía que estaba ante uno de los retos más complejos. Primero, revelar su consumo públicamente sin caer en la apología y, segundo, darle continuidad a su faceta como cronista que inició con los textos que publicaba en Frente, hace más de un sexenio, cuando era una de las promesas de la literatura mexicana y acababa de publicar sus libros de relatos sobre el norte.
Hunter S. Thompson decía que puedes darle la espalda a una persona pero nunca, nunca, a las drogas. Estas palabras las recupera Velázquez en El pericazo sarniento, un poderoso libro de memorias con el que ha ganado el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2018. Un viaje de ida y vuelta alrededor de la “soda”, “fifí” o “doña blanca”, con quien ha entablado la relación más duradera de su vida. Y es que, confiesa, sin las drogas no sólo no se hubiera dedicado a escribir, sino que jamás se habría sentido un ser humano. “Comencé a drogarme por aburrimiento. Y por la misma razón empecé a teclear. La literatura me dio ocupación. Y las drogas un abismo”, escribió.“Uno tiene que publicar lo que quiere publicar. La libertad de decidir. Mi compromiso es con la literatura”, dice en entrevista, a sus cuarenta años, sentado en una pizzería de la Ciudad de México, con lentes oscuros y una chamarra de piel. “Lo único que me detenía es que lo leyera mi hija, mi temor es que sea una persona como yo: obsesiva, compulsiva, y que lleve las cosas hasta las últimas consecuencias”.El fenómeno de Carlos Velázquez, el irreverente que irrumpió la escena literaria en plena guerra contra el narco, inició hace más de ocho años cuando llegó a Sexto Piso con un libro de relatos que había publicado con Tierra Adentro (La Biblia Vaquera) y el manuscrito de lo que sería su segundo libro de cuentos (La marrana negra de la literatura rosa). “En una época en la que cualquier aspirante a escritor tenía que llegar con al menos una novela escrita, fui de los afortunados en llegar al mercado con libros de relatos”, dice. Sus cuentos capturaron la violencia, el machismo y el narcotráfico que se vivía en Coahuila, cuando los Zetas llegaron a pelearse la plaza de Torreón, una de las más violentas del mundo en 2012.
El pericazo sarnientotrae consigo el ingenio de sus cuentos, y captura la picaresca fronteriza. Así narra una infancia descarriada en los barrios duros de Torreón, cuando los Mejoralitos sabor naranja lo condenaron al mundo de los químicos. Rememora la primera vez que compró droga; la ocasión en que se metió coca en un buffet y pudo comer lo que nadie; de cuando La Llaverito (su compinche de viajes) se convirtió al cristianismo y fue a buscarla al templo con un six; y la vez que pasó la noche en los separos y lo fotografiaron con On the Road,de Jack Kerouac, en la mano.“Si alguien me hubiera dicho que Torreón se convertiría en una ciudad famosa a nivel mundial, hubiera pensado que era broma. Pero cuando estalló la guerra vs.el narco fuimos portada en The Guardian. Y El Paísnos dedicó la misma atención que a cualquier conflicto de Medio Oriente. Había indicios de que un laboratorio social posmoderno se cocinaba intensamente”, escribe.“Ahora se fueron los Zetas, los echaron, básicamente. Todo mundo lo sabe, entre el gobierno y el Cartel de Sinaloa. Se rehabilitó la zona. Las plazas han dejado de ser tan disputadas. Pero La Laguna —zona metropolitana de Torreón— sigue siendo problemática. La gente dejó de consumir cocaína y se introdujo el crack de manera virulenta”, dice.Lou Reed tiene una canción sobre el deseo de huir, indispensable en cualquier adicción. Velázquez, sin embargo, no ha podido huir de esa ciudad que sigue apareciendo y nutriendo gran parte de sus textos.“Uno se está peleando y reconciliando todo el tiempo con su lugar de origen. Yo no. Me peleé con Torreón y no me he reconciliado. Sólo tuve que asumir que no me puedo ir. Aunque la ciudad me ha dado mucho, es muy complicada la vida allá. Es una vida dura”, concluye.***También en Gatopardo:En los zapatos de un monstruo
El nuevo libro de Carlos Velázquez es un retrato crudo de la vida en el norte del país.
Cuando Rafael Pérez Gay, editor de Cal y Arena, invitó a Carlos Velázquez a escribir una crónica sobre la cocaína, un relato sin contemplaciones en la voz de un adicto, el escritor originario de Torreón, Coahuila sabía que estaba ante uno de los retos más complejos. Primero, revelar su consumo públicamente sin caer en la apología y, segundo, darle continuidad a su faceta como cronista que inició con los textos que publicaba en Frente, hace más de un sexenio, cuando era una de las promesas de la literatura mexicana y acababa de publicar sus libros de relatos sobre el norte.
Hunter S. Thompson decía que puedes darle la espalda a una persona pero nunca, nunca, a las drogas. Estas palabras las recupera Velázquez en El pericazo sarniento, un poderoso libro de memorias con el que ha ganado el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2018. Un viaje de ida y vuelta alrededor de la “soda”, “fifí” o “doña blanca”, con quien ha entablado la relación más duradera de su vida. Y es que, confiesa, sin las drogas no sólo no se hubiera dedicado a escribir, sino que jamás se habría sentido un ser humano. “Comencé a drogarme por aburrimiento. Y por la misma razón empecé a teclear. La literatura me dio ocupación. Y las drogas un abismo”, escribió.“Uno tiene que publicar lo que quiere publicar. La libertad de decidir. Mi compromiso es con la literatura”, dice en entrevista, a sus cuarenta años, sentado en una pizzería de la Ciudad de México, con lentes oscuros y una chamarra de piel. “Lo único que me detenía es que lo leyera mi hija, mi temor es que sea una persona como yo: obsesiva, compulsiva, y que lleve las cosas hasta las últimas consecuencias”.El fenómeno de Carlos Velázquez, el irreverente que irrumpió la escena literaria en plena guerra contra el narco, inició hace más de ocho años cuando llegó a Sexto Piso con un libro de relatos que había publicado con Tierra Adentro (La Biblia Vaquera) y el manuscrito de lo que sería su segundo libro de cuentos (La marrana negra de la literatura rosa). “En una época en la que cualquier aspirante a escritor tenía que llegar con al menos una novela escrita, fui de los afortunados en llegar al mercado con libros de relatos”, dice. Sus cuentos capturaron la violencia, el machismo y el narcotráfico que se vivía en Coahuila, cuando los Zetas llegaron a pelearse la plaza de Torreón, una de las más violentas del mundo en 2012.
El pericazo sarnientotrae consigo el ingenio de sus cuentos, y captura la picaresca fronteriza. Así narra una infancia descarriada en los barrios duros de Torreón, cuando los Mejoralitos sabor naranja lo condenaron al mundo de los químicos. Rememora la primera vez que compró droga; la ocasión en que se metió coca en un buffet y pudo comer lo que nadie; de cuando La Llaverito (su compinche de viajes) se convirtió al cristianismo y fue a buscarla al templo con un six; y la vez que pasó la noche en los separos y lo fotografiaron con On the Road,de Jack Kerouac, en la mano.“Si alguien me hubiera dicho que Torreón se convertiría en una ciudad famosa a nivel mundial, hubiera pensado que era broma. Pero cuando estalló la guerra vs.el narco fuimos portada en The Guardian. Y El Paísnos dedicó la misma atención que a cualquier conflicto de Medio Oriente. Había indicios de que un laboratorio social posmoderno se cocinaba intensamente”, escribe.“Ahora se fueron los Zetas, los echaron, básicamente. Todo mundo lo sabe, entre el gobierno y el Cartel de Sinaloa. Se rehabilitó la zona. Las plazas han dejado de ser tan disputadas. Pero La Laguna —zona metropolitana de Torreón— sigue siendo problemática. La gente dejó de consumir cocaína y se introdujo el crack de manera virulenta”, dice.Lou Reed tiene una canción sobre el deseo de huir, indispensable en cualquier adicción. Velázquez, sin embargo, no ha podido huir de esa ciudad que sigue apareciendo y nutriendo gran parte de sus textos.“Uno se está peleando y reconciliando todo el tiempo con su lugar de origen. Yo no. Me peleé con Torreón y no me he reconciliado. Sólo tuve que asumir que no me puedo ir. Aunque la ciudad me ha dado mucho, es muy complicada la vida allá. Es una vida dura”, concluye.***También en Gatopardo:En los zapatos de un monstruo
El nuevo libro de Carlos Velázquez es un retrato crudo de la vida en el norte del país.
Cuando Rafael Pérez Gay, editor de Cal y Arena, invitó a Carlos Velázquez a escribir una crónica sobre la cocaína, un relato sin contemplaciones en la voz de un adicto, el escritor originario de Torreón, Coahuila sabía que estaba ante uno de los retos más complejos. Primero, revelar su consumo públicamente sin caer en la apología y, segundo, darle continuidad a su faceta como cronista que inició con los textos que publicaba en Frente, hace más de un sexenio, cuando era una de las promesas de la literatura mexicana y acababa de publicar sus libros de relatos sobre el norte.
Hunter S. Thompson decía que puedes darle la espalda a una persona pero nunca, nunca, a las drogas. Estas palabras las recupera Velázquez en El pericazo sarniento, un poderoso libro de memorias con el que ha ganado el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2018. Un viaje de ida y vuelta alrededor de la “soda”, “fifí” o “doña blanca”, con quien ha entablado la relación más duradera de su vida. Y es que, confiesa, sin las drogas no sólo no se hubiera dedicado a escribir, sino que jamás se habría sentido un ser humano. “Comencé a drogarme por aburrimiento. Y por la misma razón empecé a teclear. La literatura me dio ocupación. Y las drogas un abismo”, escribió.“Uno tiene que publicar lo que quiere publicar. La libertad de decidir. Mi compromiso es con la literatura”, dice en entrevista, a sus cuarenta años, sentado en una pizzería de la Ciudad de México, con lentes oscuros y una chamarra de piel. “Lo único que me detenía es que lo leyera mi hija, mi temor es que sea una persona como yo: obsesiva, compulsiva, y que lleve las cosas hasta las últimas consecuencias”.El fenómeno de Carlos Velázquez, el irreverente que irrumpió la escena literaria en plena guerra contra el narco, inició hace más de ocho años cuando llegó a Sexto Piso con un libro de relatos que había publicado con Tierra Adentro (La Biblia Vaquera) y el manuscrito de lo que sería su segundo libro de cuentos (La marrana negra de la literatura rosa). “En una época en la que cualquier aspirante a escritor tenía que llegar con al menos una novela escrita, fui de los afortunados en llegar al mercado con libros de relatos”, dice. Sus cuentos capturaron la violencia, el machismo y el narcotráfico que se vivía en Coahuila, cuando los Zetas llegaron a pelearse la plaza de Torreón, una de las más violentas del mundo en 2012.
El pericazo sarnientotrae consigo el ingenio de sus cuentos, y captura la picaresca fronteriza. Así narra una infancia descarriada en los barrios duros de Torreón, cuando los Mejoralitos sabor naranja lo condenaron al mundo de los químicos. Rememora la primera vez que compró droga; la ocasión en que se metió coca en un buffet y pudo comer lo que nadie; de cuando La Llaverito (su compinche de viajes) se convirtió al cristianismo y fue a buscarla al templo con un six; y la vez que pasó la noche en los separos y lo fotografiaron con On the Road,de Jack Kerouac, en la mano.“Si alguien me hubiera dicho que Torreón se convertiría en una ciudad famosa a nivel mundial, hubiera pensado que era broma. Pero cuando estalló la guerra vs.el narco fuimos portada en The Guardian. Y El Paísnos dedicó la misma atención que a cualquier conflicto de Medio Oriente. Había indicios de que un laboratorio social posmoderno se cocinaba intensamente”, escribe.“Ahora se fueron los Zetas, los echaron, básicamente. Todo mundo lo sabe, entre el gobierno y el Cartel de Sinaloa. Se rehabilitó la zona. Las plazas han dejado de ser tan disputadas. Pero La Laguna —zona metropolitana de Torreón— sigue siendo problemática. La gente dejó de consumir cocaína y se introdujo el crack de manera virulenta”, dice.Lou Reed tiene una canción sobre el deseo de huir, indispensable en cualquier adicción. Velázquez, sin embargo, no ha podido huir de esa ciudad que sigue apareciendo y nutriendo gran parte de sus textos.“Uno se está peleando y reconciliando todo el tiempo con su lugar de origen. Yo no. Me peleé con Torreón y no me he reconciliado. Sólo tuve que asumir que no me puedo ir. Aunque la ciudad me ha dado mucho, es muy complicada la vida allá. Es una vida dura”, concluye.***También en Gatopardo:En los zapatos de un monstruo
Cuando Rafael Pérez Gay, editor de Cal y Arena, invitó a Carlos Velázquez a escribir una crónica sobre la cocaína, un relato sin contemplaciones en la voz de un adicto, el escritor originario de Torreón, Coahuila sabía que estaba ante uno de los retos más complejos. Primero, revelar su consumo públicamente sin caer en la apología y, segundo, darle continuidad a su faceta como cronista que inició con los textos que publicaba en Frente, hace más de un sexenio, cuando era una de las promesas de la literatura mexicana y acababa de publicar sus libros de relatos sobre el norte.
Hunter S. Thompson decía que puedes darle la espalda a una persona pero nunca, nunca, a las drogas. Estas palabras las recupera Velázquez en El pericazo sarniento, un poderoso libro de memorias con el que ha ganado el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2018. Un viaje de ida y vuelta alrededor de la “soda”, “fifí” o “doña blanca”, con quien ha entablado la relación más duradera de su vida. Y es que, confiesa, sin las drogas no sólo no se hubiera dedicado a escribir, sino que jamás se habría sentido un ser humano. “Comencé a drogarme por aburrimiento. Y por la misma razón empecé a teclear. La literatura me dio ocupación. Y las drogas un abismo”, escribió.“Uno tiene que publicar lo que quiere publicar. La libertad de decidir. Mi compromiso es con la literatura”, dice en entrevista, a sus cuarenta años, sentado en una pizzería de la Ciudad de México, con lentes oscuros y una chamarra de piel. “Lo único que me detenía es que lo leyera mi hija, mi temor es que sea una persona como yo: obsesiva, compulsiva, y que lleve las cosas hasta las últimas consecuencias”.El fenómeno de Carlos Velázquez, el irreverente que irrumpió la escena literaria en plena guerra contra el narco, inició hace más de ocho años cuando llegó a Sexto Piso con un libro de relatos que había publicado con Tierra Adentro (La Biblia Vaquera) y el manuscrito de lo que sería su segundo libro de cuentos (La marrana negra de la literatura rosa). “En una época en la que cualquier aspirante a escritor tenía que llegar con al menos una novela escrita, fui de los afortunados en llegar al mercado con libros de relatos”, dice. Sus cuentos capturaron la violencia, el machismo y el narcotráfico que se vivía en Coahuila, cuando los Zetas llegaron a pelearse la plaza de Torreón, una de las más violentas del mundo en 2012.
El pericazo sarnientotrae consigo el ingenio de sus cuentos, y captura la picaresca fronteriza. Así narra una infancia descarriada en los barrios duros de Torreón, cuando los Mejoralitos sabor naranja lo condenaron al mundo de los químicos. Rememora la primera vez que compró droga; la ocasión en que se metió coca en un buffet y pudo comer lo que nadie; de cuando La Llaverito (su compinche de viajes) se convirtió al cristianismo y fue a buscarla al templo con un six; y la vez que pasó la noche en los separos y lo fotografiaron con On the Road,de Jack Kerouac, en la mano.“Si alguien me hubiera dicho que Torreón se convertiría en una ciudad famosa a nivel mundial, hubiera pensado que era broma. Pero cuando estalló la guerra vs.el narco fuimos portada en The Guardian. Y El Paísnos dedicó la misma atención que a cualquier conflicto de Medio Oriente. Había indicios de que un laboratorio social posmoderno se cocinaba intensamente”, escribe.“Ahora se fueron los Zetas, los echaron, básicamente. Todo mundo lo sabe, entre el gobierno y el Cartel de Sinaloa. Se rehabilitó la zona. Las plazas han dejado de ser tan disputadas. Pero La Laguna —zona metropolitana de Torreón— sigue siendo problemática. La gente dejó de consumir cocaína y se introdujo el crack de manera virulenta”, dice.Lou Reed tiene una canción sobre el deseo de huir, indispensable en cualquier adicción. Velázquez, sin embargo, no ha podido huir de esa ciudad que sigue apareciendo y nutriendo gran parte de sus textos.“Uno se está peleando y reconciliando todo el tiempo con su lugar de origen. Yo no. Me peleé con Torreón y no me he reconciliado. Sólo tuve que asumir que no me puedo ir. Aunque la ciudad me ha dado mucho, es muy complicada la vida allá. Es una vida dura”, concluye.***También en Gatopardo:En los zapatos de un monstruo
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