Al interior de la Biblioteca Nacional de Lisboa se guarda un enorme baúl con la obra completa de Fernando Pessoa. Dentro de él hay más de 25 mil documentos —entre cartas, poesía, teatro y hasta textos filosóficos— que el mismo escritor guardó sin ningún tipo de orden y que sus estudiosos han intentado acomodar para dar más sentido al enorme trabajo de este escritor que en gran medida se mantiene inédito. Como si fuera un complejo rompecabezas, las piezas se encuentran escondidas entre pedazos de servilletas, hojas y folletos; en el reverso de sobres, cartas o al interior de libros —donde Pessoa escribió compulsivamente a lo largo de su vida. La historia se complica aún más entre los más de cien nombres con los que Fernando António Nogueira Pessoa firmó como si fuera otras personas. A esos alter-egos que marcaron su manera de escribir —quizá para pasar desapercibido— les llamó “heterónimos.”
De este enigmático autor nacido en Lisboa hace 130 años —el 13 de junio de 1888— se sabe que cuando apenas era un niño de seis años comenzó a rubricar sus primeros poemas y algunas cartas, con los pseudónimos de Chevalier de Pas, Charles Robert Anon y Alexander Search, además de fantasear con otras realidades que llegaron a él por creación propia, por suerte o por destino.
Tras la muerte de su padre, María Magdalena Nogueira, su madre, se enamoró de un diplomático que los llevó a vivir a otro continente, a la ciudad costera de Durban en Sudáfrica, que en aquel tiempo era una colonia británica. Llegar a un lugar nuevo lo inspiró para crear historias y personajes alrededor de su figura infantil, nombres con los que muchas veces se presentaba, como si usara una mascara. De los siete a los catorce años, Pessoa aprendió el idioma que le brindó herramientas para crear gran parte de su legado poético tardío. Durante ese tiempo adquirió también un interés profundo por la literatura.
En 1912, de regreso en Portugal y tras el intento fallido de abrir un negocio con la herencia que le dejó su abuela, Fernando Pessoa se dedicó lo mismo a traducir textos que a publicar en pequeñas revistas de crítica literaria. Entonces confirmó su estilo, firmando con diversos nombres. Algunas veces Pessoa entregaba él mismo los textos a sus editores, pidiendo perdón por la ausencia o el retraso de Ricardo Reis, Álvaro de Campos o Alberto Caeiro.
Sin dejar cabos sueltos, ya con sus conocidos lentes redondos, bigote corto y una severa dependencia al aguardiente, Pessoa dio a cada uno de estos personajes —casi de manera compulsiva— no sólo sus propias biografías, sino visiones políticas, profesiones, filosofías, estilos literarios, cartas astrales y hasta una fecha de muerte determinada. Pessoa se divirtió imaginando las interacciones que sus heterónimos podrían haber tenido entre ellos y hasta escribía las críticas literarias que se podían haber hecho el uno al otro, rompiendo la barrera entre ficción y realidad.
«Como si fuera un complejo rompecabezas, las piezas se encuentran escondidas entre pedazos de servilletas, hojas y folletos; en el reverso de sobres, cartas o al interior de libros —donde Pessoa escribió compulsivamente a lo largo de su vida.»
Fernando Pessoa
Durante largo tiempo, Fernando Pessoa firmó con los nombres de Ricardo Reis, un doctor con fuertes influencias clásicas (que inspiró a José Saramago a escribir su novela La muerte de Ricardo Reis); Álvaro de Campos, un ingeniero naval, aventurero, con un amor profundo por el futurismo italiano y la velocidad, y Alberto Caeiro, un campesino sin estudios formales —que murió joven a consecuencia de la tuberculosis— y que pensaba que la libertad era un valor necesario, tanto en la vida como en los versos.
A lo largo de la carrera de Pessoa, aparecieron otros nombres como Antonio Mora, un sociólogo de mediana edad; el ensayista Baronoff Teive, y el astrólogo Raphael Baldaya, destapando las inquietudes que Pessoa había adquirido en esta etapa de su vida cuando se interesó igualmente por el esoterismo, el tarot y la masonería, pero también por la antropología y la teología.
Pocos libros fueron firmados bajo su nombre real. Si esto era así, Pessoa le llamaba ortónimo, una de la excepciones más destacadas es el libro Mensaje, escrito en 1918, pero publicado en 1934. Mensaje es una colección de poemas inspirados en la historia portuguesa, desde un punto de vista idealista y hasta nacionalista, pero sin tocar los temas que preocuparon al continente en su tiempo, como el fascismo o las guerras.
Tras la publicación de este texto, Fernando Pessoa murió en Lisboa el 30 de noviembre 1935 por una cirrosis hepática. Los familiares que se encontraban con él a la hora de su muerte dicen que murió preguntando por sus “heterónimos”.
Sus últimas palabras escritas fueron en lápiz y decían “no sé qué va a pasar mañana”. La frase apareció sobre una de las mesas que tenía en su casa en la calle Coelho da Rocha, en el centro de Lisboa, donde actualmente se encuentra el centro cultural Casa Pessoa.
Ahí, la familia encontró lo que pensaron era un cofre de tesoros repleto de manuscritos, además de diversas páginas de El libro del desasosiego, considerada la obra maestra de este escritor.
La obra es un collage de aforismos, textos poéticos y pequeños ensayos, pero también de inquietudes y reflexiones que Bernardo Soares —otro heterónimo de Pessoa— hace al pasar de su vida. El libro fue escrito como un diario desde que lo inició en 1913, hasta unos días antes de su muerte.
Fernando Pessoa escribía lo mismo en restaurantes, en parques y bancas, en su casa por la noche o la mañana y sin tener un orden específico. Por lo que El libro del desasosiego logró ser armado a principios de los 80 —gracias a algunas instrucciones encontradas dentro de los textos— y presentado en 1982. Desde entonces ha sido reducido y ampliado múltiples veces.
Dentro de los 25,000 documentos que conforman el Archivo Pessoa, se cree que puede haber otras obras maestras que saldrán una vez que el enorme rompecabezas que es comience a cobrar sentido.