Rosa Beltrán y las mujeres del emperador
Alfredo Núñez Lanz
Fotografía de Diego Berruecos
A veintiún años de «La corte de los ilusos», Alfaguara reedita la novela de Rosa Beltrán que cuenta la vida privada de Agustín de Iturbide a través de sus mujeres.
Los fastuosos días del imperio de Agustín de Iturbide en México —repletos de entuertos y trifulcas— fueron la llave que desató el impulso literario de Rosa Beltrán (Ciudad de México, 1960) hace veintiún años. Aunque ya había publicado un libro de cuentos en 1986, con La corte de los ilusos obtuvo el premio Planeta-Joaquín Mortiz en 1995, galardón que nunca había sido otorgado a una mujer por una primera novela. Reacia a las interpretaciones simples y a presentar únicamente la historia oficial, La corte de los ilusos ha vuelto a editarse, ofreciendo a los lectores un humor ingenioso con el que baja a los héroes de sus pedestales y funde sus estatuas de bronce con el calor de la palabra y la inventiva.
“Tras obtener el premio, aparecieron un sinfín de solicitudes para participar en periodismo, impartir conferencias en universidades e incluso se acercaron editores para proponerme continuar escribiendo novela histórica, pues pensaban que allí residía el éxito de la novela, cuando en realidad los públicos se forman de maneras azarosas”, comenta la autora en entrevista para Gatopardo.
Rosa Beltrán contaba aquí la vida privada de Agustín de Iturbide a través de una multiplicidad de puntos de vista, dándole preferencia a las voces tímidas y casi inaudibles de las mujeres del siglo XIX. Construye un retrato del libertador recurriendo a las miradas femeninas. “Desde niña, cuando las mujeres de mi familia querían intervenir en una conversación, debían hacerlo de una forma oblicua con tal de ser escuchadas; tenían que recurrir a otras estrategias si querían ser tomadas en cuenta, como el lenguaje corporal, el de la risa o de las lágrimas”, recuerda Beltrán, directora de literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM.
Así, encontramos a la costurera madame Henriette, quien admira el temple de Iturbide y alcanza a vislumbrar un destino redentor entre sus rizos castaños. Ella le confecciona sus primeros uniformes como cadete, se convierte en la modista de la familia cuando Iturbide se casa con Ana María Huarte y diseña los trajes que ambos portarán en la coronación.
Al centrarse en la vida de la corte —lo que ocurre tras las bambalinas del teatro del poder—, Rosa Beltrán expone los caprichos de la princesa Nicolasa y la retrata como una coprotagonista cuyas luchas emocionales adquieren la misma importancia que las batallas políticas del hermano. “Yo no quería que la princesa cobrara importancia porque la novela hablaba de Iturbide. Pero repentinamente, Nicolasa comenzó a volverse muy protagónica. De pronto adquirió esa personalidad narcisista y el sueño del amor se equiparó al sueño del poder”, asegura la autora.
Los anhelos de ambos personajes fracasan: uno como soberano de una nación en ciernes y el otro, como la cónyuge del brigadier Antonio López de Santa Anna. Cleptómana e inestable, la princesa pareciera tomar por la fuerza cosas como porcelanas o cucharillas de plata a manera de venganza por todo aquello que la vida le niega: juventud y un amor correspondido. Ella otorga a la novela algunas de las escenas más hilarantes y jocosas.
Luego está la Güera Rodríguez con quien Iturbide saciaba sus bajos instintos y Ana María Huarte, esposa, quien endurece su temperamento y se desquita con la princesa Nicolasa, cuya locura escandalizaba a la corte. Las pesadumbres de la familia real se empatan en la novela con los acontecimientos de la historia oficial. El punto de quiebre y que desata la abdicación de Iturbide al trono es la locura declarada de su hermana.
La novela logra hacer conexión entre el lector y estos personajes pretenciosos, pues la pluma de Rosa Beltrán revela sus emociones, anhelos e inseguridades revestidos de un humor que toma a la ironía, la parodia y la farsa como estandarte. “El humor es una de las cosas que me ha permitido sobrevivir a situaciones duras y dramáticas. Vivo en este país y no lo cambio. Es un país donde todo el tiempo arriesgas tu vida, incluso cuando sales de tu casa, pero nunca te aburres. Explorar ese mundo terrible a través de formas que te ayudan a sobrevivirlo es algo que se acerca más a mi personalidad y creo que por ello escribo así, recurriendo a la ironía.”
A partir de La corte de los ilusos, Beltrán continuó cuestionándose las formas de representación de la verdad. En su reciente novela El cuerpo expuesto (Alfaguara, 2014), por ejemplo, lo hace desde aquella que considera la última utopía: el dominio del cuerpo y la búsqueda por transformarlo. La mirada sagaz característica de la narrativa de Rosa Beltrán la ha posicionado recientemente como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Traducida al francés, italiano y esloveno, La corte de los ilusos continúa deleitando y estableciendo puentes entre nuestra realidad actual y los albores de ese México convulso.
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