La postura de la escritora ante el indigenismo siempre fue cautelosa, mesurada e incluso distante.
La infancia de Rosario Castellanos en Comitán, Chiapas, y su participación en el Instituto Nacional Indigenista, fueron factores fundamentales en la obra intelectual de la autora y poeta mexicana. Sin embargo, su postura ante la corriente indigenista en sí misma, siempre fue mesurada, cautelosa e incluso distante. La forma en que su mirada y su pluma retrataron el tema no se parece a la de nadie más.
Tras la lectura de Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1968), surge una serie de cuestionamientos frente al escenario que Rosario Castellanos expone a través de su color y narrativa.
“¿Qué necesitan los indígenas? ¿Qué hacer ante el total desencuentro entre dos culturas? ¿Cómo acercarse a otro mundo sin pretender someterlo a un proceso de blanquecimiento?”, apunta en entrevista Raquel Mosqueda, doctora en Investigaciones Iberoamericanas, sobre uno de los temas más profundos que nuestro país tiene por resolver.
El centralismo de los años 50 fue un momento clave para la corriente indigenista, puesto que una serie de escritores documentó el fracaso de la Revolución Mexicana y comenzaron a ilustrar un México heterogéneo y desigual a través de la literatura.
“La lectura del indigenismo en esta generación es una interpretación política de la búsqueda infructuosa de un país integral”, afirma Laurette Godinas, autora de la Edición crítica de Balún Canán, en entrevista para Gatopardo.
Además de esta novela, en esa generación figuran obras como El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, y La región más transparente (1958) de Carlos Fuentes.
“Sin embargo, Balún Canán no tiene el carácter fragmentario de uno, ni la propuesta narrativa barroquísima de otro. En Rosario existe una propuesta innovadora con el cambio de narrador entre capítulos”, añade Godinas.
Castellanos también retrata este escenario desde su tercera novela indigenista, Oficio de tinieblas. En 1964, dos años después de su publicación, Joseph Sommers, investigador de Literatura Hispanoamericana, afirmó en un artículo para la revista La palabra y el hombre de la Universidad de Veracruz:
“Un hilo entretejido en la trama, más bien invisible, subyacente, es una implícita crítica hacia la Revolución Mexicana. Con contadas excepciones los frutos del progreso se desconocen en un San Cristóbal dominado por fuerzas conservadoras. En la opinión de Rosario Castellanos, el clero es factor prominente entre esas fuerzas”.
Rosario Castellanos utilizó un metalenguaje para hablar del indígena desde la literatura, sin embargo, defendió su libertad de novelista, fuera de la corriente indigenista. De esta manera, sus obras presentan una problemática únicamente abordada en la narrativa, sin proponer solución. En 1965, durante una entrevista con Emmanuel Carballo, la poeta mexicana señaló:
“Me atengo a lo que he leído dentro de esta corriente, que por otra parte no me interesa, mis novelas y cuentos no encajan en ella. Uno de sus defectos principales reside en considerar el mundo indígena como un mundo exótico en el que los personajes, por ser las víctimas, son raros, poéticos y buenos. Esta simplicidad me causa risa. Los indios son seres humanos absolutamente iguales a los blancos, sólo que colocados en una circunstancia desfavorable. […] Ya que pretenden objetivos distintos, mis libros no se pueden incluir en esta corriente.”
Intelectuales como Luis Villoro y María Luisa Gil Iriarte describen el indigenismo como un movimiento de reivindicación social, artística y política contra la explotación del indio a través de un tono de protesta, mientras que el indianismo utiliza una visión idílica y exótica que fácilmente deriva en un marco de prejuicios. Por su parte, en el neoindigenismo surge la narrativa a través de una visión de autoconciencia, donde el indígena es sujeto de su propio discurso y no sólo objeto de una reivindicación occidental.
En 1964, Sommers colocó a Rosario Castellanos en un grupo de autores que denominó “El Ciclo de Chiapas”, junto a intelectuales como Carlo Antonio Castro, Eraclio Zepeda y María Lombardo de Caso.
“Esquivando las trampas de la idealización, el sentimentalismo y el naturalismo crudo, Rosario Castellanos consigue afirmar la dignidad y el valor humano en el indio. […] Ella niega que el grupo ladino puede degradar al indígena sin degradarse a sí mismo”, afirmó el investigador
Lenguaje, puente entre dos mundos
Rosario señala con énfasis predominante el valor del lenguaje como principio fundamental para el entendimiento mutuo: “Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria”, dice en Balún Canán.
La experiencia de vivir su infancia en Chiapas otorgó a Castellanos la precisión técnica en el léxico de sus obras. “Los indigenismos que cuela siempre están explicados, no los buscó en diccionarios, más bien los puso porque estaba segura de ellos, los vivió”, explica Laurette Godinas, también doctora en Literatura.
Para Mosqueda, “el trabajo de Rosario deja ver la imposibilidad de comunicarse sin el dominio del mismo lenguaje. Parece que son dos mundos opuestos, pero de ambos lados existe una negación por entender al otro, mientras que la gran pregunta que expone en Balún Canán y Ciudad Real es: ¿qué se puede hacer? Es el mismo planteamiento que se han hecho los antropólogos y sociólogos desde los años 30”.
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Fotografía de portada vía Wiki México de la Fundación Carlos Slim
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