Entender a las infancias trans y disidentes de género
El 30 de abril también es un buen día para reconocer la diversidad de las infancias. Las niñas, les niñes y los niños merecen desarrollarse en espacios seguros, donde puedan explorar, sin miedo ni agresiones, quiénes son.
Yo, como muchas otras, tuve la experiencia de haber sido “machorra” de niña. Eso significa que rechazaba la feminidad y prefería la apariencia, las actividades y las actitudes que se asociaban más bien a los niños. Recuerdo que un día, en clase de gimnasia, mientras veía a los demás niños dar saltos mortales, asistidos por el profesor, pensé algo que se sintió como una revelación: “Soy un niño en el cuerpo de una niña”. La idea cayó contundentemente en mi estómago, tuve la sensación en todo el cuerpo de haber alcanzado una gran verdad. Incluso empecé a planear cómo se lo diría a mis amigas.
Esto sucedió a principios de los 2000. Estoy segura de que nunca había visto personas trans ni había escuchado hablar de ellas. Si llegué a esa conclusión es porque consideraba que algo estaba fuera de lugar en mí, pues —a diferencia de las demás— yo prefería hacer deporte, jugar con figuras de acción y entrarle a los videojuegos. Entonces, tenía más sentido que yo fuese un niño, sólo que en el cuerpo equivocado.
Lo siguiente que supe sobre mi identidad de género en mi infancia es que se valía ser mujer sin adecuarse por completo a la feminidad convencional. Algunos personajes de ficción —como Kim Possible, una especie de James Bond pero en chica adolescente, y Hermione Granger, la mejor amiga de Harry Potter, a quien no le preocupaba ser bella, sino estudiar a fondo cada materia del internado de magia— me permitieron saber que había otras formas de ser niña y que eso estaba bien.
Historias como la mía resuenan entre varias feministas antitrans como, precisamente, J. K. Rowling, la autora de Harry Potter. Ella escribió en un blog, en 2020: “Si hubiese nacido treinta años más tarde, quizá yo también hubiese transicionado (de género)”. Otra feminista antitrans mexicana escribió en redes sociales: “Me preguntan si he escuchado a los menores que ahora encajonan en la etiqueta de ‘trans’. Para empezar, yo fui una de esas niñas”.
Me importa decir que mi idea de ser niño no llegó más lejos; se quedó en el plan —que jamás concreté— de decírselo a otras personas. No recuerdo que esa idea y esa sensación hayan sido frecuentes. Fui una niña disidente de género —al igual, parece, que las feministas a las que mencioné—. Esta situación genera muchas dudas entre un gran número de personas adultas, quienes llegan a creer que cualquier infancia de ese tipo ahora es considerada “trans”. No se trata solamente de un gusto por “las cosas ‘propias’ del otro sexo”, como escribe la internauta mexicana, y tampoco de una misoginia interiorizada —es lo que describe la escritora británica acerca de su propia experiencia.
La organización defensora de derechos LGBT+ Human Rights Campaign comparte que la clave para distinguir a una infancia trans de una infancia que no se apega a los estereotipos de género es que le niñe sea insistente, constante y persistente al afirmar su identidad de género. Y sí: es posible que les niñes hagan esto desde los tres años o más adelante en sus vidas. Para oír testimonios locales, sugiero ver el episodio “Crecer trans en México” de la docuserie Familias diversas, disponible en Youtube. Otros recursos en nuestro país son los de la Asociación por las Infancias Transgénero y este muy completo manual desarrollado por Fuerza Ciudadana Quiroz, dirigido a mamás y papás de hijes trans.
Las infancias trans y disidentes de género no son las únicas que son objeto de polémica. Compartiré dos citas más que he escuchado sobre el tema: “Los niños no pueden ser LGB” y “no les impongan la agenda gay a los niños”. Para sorpresa de les lectores, la primera proviene de una lesbiana feminista (como yo); la segunda, evidentemente, es una postura más conservadora. Pero la lógica de cada una varía y por eso vale la pena detenerse y analizarlas.
La primera cita, sobre la imposibilidad de les niñes de ser lesbianas, gays o bisexuales, la escuché de una académica. A muchas personas —al menos, en mis círculos cercanos— podría alterarnos una aseveración como ésa, sin embargo, al oírla supe que no la hizo desde un lugar de repudio general hacia la no-heterosexualidad —ella ha dedicado toda su carrera a trabajar a favor de estas poblaciones—. Entiendo que se refería a lo siguiente: bajo una definición en la que ser lesbiana, gay o bisexual significa vivir una atracción de tipo sexual, no es posible incluir a las personas que no han alcanzado la pubertad, de modo que ni siquiera se podría hablar de “infancias heterosexuales”.
Varias personas tenemos otras opiniones: en síntesis, nuestro argumento es que ser L, G o B no supone necesariamente vivir un deseo sexual. Para identificarnos así basta con sentir una atracción romántica hacia otras personas de nuestro género. Con esta definición, las infancias no quedan excluidas y, además, nos permite dar sentido a aquello que muches (¡pero no todes!) adolescentes y adultes recuerdan sobre su pasado al decir que “siempre fueron” lesbianas, gays o bisexuales.
Me temo que la segunda cita sí proviene de personas que no consideran que la diversidad sexual y de género son legítimas. “No les impongan la agenda gay a los niños”: no sólo es lo que escuchamos con más frecuencia entre quienes se oponen a los movimientos y reivindicaciones LGBT, sino que interpreta que cualquier atisbo de nuestra presencia en espacios públicos, medios de comunicación, productos culturales y contenidos educativos tiene el potencial de “corromper” a les menores de edad. Por lo tanto, no somos bienvenides en lo público. Encima, se repite la idea de que la diversidad sexual y de género no es más que “un error” en el desarrollo humano, una realidad desviada de lo “natural” que, por lo mismo, está ausente entre niños y niñas, a quienes hay que proteger a toda costa.
Detrás de expresiones como ésta, no sólo persiste la idea de que es indeseable ser homosexual, cuir o trans. También se entreve el deseo en las personas adultas de controlar a quienes aún no son mayores de edad, algo que sucede con frecuencia dentro de las familias. Así, los y las adultas parecen decir: “Yo sé mejor que tú quién eres y qué te gusta; desafíame y te enfrentarás a una terrible consecuencia”. El problema es que el impacto es el miedo y el dolor en sus hijes, que pueden generar depresión, ansiedad y otras afectaciones negativas, aunque los padres y las madres crean que lo hacen por el bien de les niñes y adolescentes. Algunos estudios al respecto incluyen los del Dr. Anthony R. D’Augelli de la Universidad de Pensilvania, los de la Dra. Kristina R. Olson de la Universidad de Washington y el trabajo de la Dra. Caitlin Ryan, quien dirige la organización Family Acceptance Project.
¿Qué deben hacer las personas adultas que conocen, cuidan o son familiares, padres o madres de niñes LGBT+? Desde el activismo de la diversidad, recomendamos apoyarles para que se sientan aceptades y segures. Reconozcamos que a les niñes les pueden gustar otres de su mismo género, que les pueden gustar niños y niñas, que se pueden identificar con un género distinto del que se les asignó al nacer, que pueden tener expresiones, comportamientos y actitudes que rompen con los estereotipos de género. O todo a la vez. Este 30 de abril dejemos a las infancias disidentes ser.
Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.
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