Tiempo de lectura: 9 minutos¿Cuál es el origen de la violencia en Colombia? En la novela Las Travesías, la segunda del escritor Gilmer Mesa (Medellín, 1978), publicada por Penguin Random House el pasado septiembre, que se lee como una saga de familia y también como una historia del país, un origen podría ser éste: Cruz María García, el bisabuelo del narrador, aprovecha un receso en la guerra –una que no se nombra, pero que evoca a la Guerra de los Mil Días, el conflicto civil entre liberales y conservadores que marcó la transición del siglo XIX al XX en Colombia– para irse con su esposa Mercedes, su cuñada Carmela y algunos compañeros “hastiados como él” a una zona entre montañas cerca del pueblo de La Granja, al norte del departamento de Antioquia, “a hacer fundos, para tener algo propio, un cacho de tierra en donde pasar el resto de su vida y tener propiedad con que tapar sus huesos cuando muriera”. Allí funda la finca Las Travesías y cuando él y su familia parecen lograr la vida que buscaban, Cruz María se acuesta con su cuñada, ella queda embarazada y se desata una enemistad entre las hermanas que inaugura dos estirpes marcadas por el odio y el dolor. Sin embargo, habría otro origen de la violencia, que el bisabuelo, combatiente liberal en la guerra, arrastra y hereda a sus hijos, hijas, nietos y bisnietos: el asesinato de integrantes del bando contrario, que sus descendientes intentarán cobrar, creando un círculo interminable de venganza.
Así recuerda el narrador de la novela Las Travesías a Carolina, hija de Cruz María y Mercedes, depositaria de ambas violencias: “[…] no sabía por qué, cuál era el odio hacia ella y su familia, dónde había surgido, parecía venido de antes del nacimiento de ella y sus hermanos, incluso mucho antes de su padre y su madre, un odio eterno y complejo, se sentía desdichada por haber llegado a la vida como si estuviera signada para aguantar odios que no podía entender, ¿cómo responder a eso sino odiando también?”.
“La violencia es una forma de vinculación, tal vez la más errada de todas las que existen, que termina imponiéndose cuando las otras no funcionan de una manera natural y orgánica porque la violencia también es orgánica y natural”, dice Gilmer Mesa del otro lado de la pantalla de Zoom, al caer la tarde del miércoles 17 de noviembre. “En Las Travesías hay dos tipos de violencia: una protagónica, general, de la que los personajes hacen parte por estar instalados en un sitio en el mundo, y otra doméstica, muy jodida, que empieza con este señor metiéndose con dos hermanas, creando familia con ambas e imponiendo su voluntad. Creo que mis dos novelas exploran la violencia generalizada en la que hemos estado inmersos desde siempre. Es que no hemos conocido un día de paz. La Conquista fue violenta; la Colonia, violentísima; la organización social poscolonial, reviolentísima; y ahí vamos. Cambian los actores y los postulados, pero en el fondo es lo mismo”.
El lugar en el que ocurre la mayor parte de la novela Las Travesías es la martirizada tierra en cercanías al municipio antioqueño de Ituango, escenario de dos masacres cometidas tras la consolidación del paramilitarismo en Colombia. Así las reseña la Corte Interamericana de Derechos Humanos: “El 11 de junio de 1996 cerca de veintidós miembros de un grupo paramilitar se dirigieron al corregimiento de La Granja, Ituango, donde asesinaron a un grupo de pobladores. A pesar de los recursos judiciales interpuestos, no se realizaron mayores investigaciones ni se sancionó a los responsables. […] Asimismo, entre los días 22 de octubre y 12 de noviembre de 1997 tuvo lugar otra incursión paramilitar en el corregimiento de El Aro. Hombres armados torturaron y asesinaron”. Mataron a diecisiete personas, según el Centro Nacional de Memoria Histórica; a una la amarraron a un árbol y le sacaron los ojos y el corazón. Hoy en esa región se levanta un proyecto hidroeléctrico cuya construcción, además de daños ambientales, ha suscitado múltiples denuncias por violaciones de derechos humanos.
Gilmer Mesa nació a casi doscientos kilómetros de allí, en el barrio popular de Aranjuez de Medellín: zona agrícola a comienzos del siglo XX, después, ejemplo de planificación urbana con construcciones que son patrimonio histórico y en los años noventa, testigo de la época más feroz del narcotráfico, un problema –y un estigma– aún no resulto que, sin embargo, contrasta con el carácter trabajador de muchos de sus habitantes. El pasado julio el grupo de hip hop Alcolirykoz, también oriundo del barrio, lanzó su sexto álbum de estudio llamado Aranjuez. En el video de la canción que da título al disco –en el que aparece Gilmer Mesa fumando un cigarrillo y sonriendo, igual que hace ahora en la entrevista– se ve la vida del lugar: sus calles empinadas y las motos veloces que las recorren, sus casas de ladrillo crudo, sus grafitis, las ollas comunitarias que los vecinos arman, los partidos de fútbol improvisados en las esquinas. La canción empieza así: “Este barrio nos parió por cesárea (ajá). / Innecesaria guerra que no cesaría de Medallo parias (Aranjuez), / es el idioma de las balas, breques, precios, cifras: / aquí todo se dispara. / Las casas se abrazan cuando dormimos / tan estrechas que todos soñamos lo mismo. / Desde temprano martilla el vecino (ajá)”.
La cuadra, la primera novela de Gilmer Mesa, publicada en 2016, que por su franqueza y su distancia frente a los clichés narrativos de lo “narco” y lo “sicarial” lo ubicó como una voz robusta de la literatura colombiana, sucede en Aranjuez. El narrador, al igual que el de la novela Las Travesías, comparte rasgos con Gilmer –lo que no quiere decir que sean novelas autobiográficas o de no ficción– y recrea las décadas de los ochenta y noventa que coinciden con el paso de la niñez a la adolescencia de los personajes, sus amigos, y con la llegada al barrio de “los pillos”, auspiciada por el Cartel de Medellín, y, con ella, de una nueva forma de vida. A ese narrador, el escritor Santiago Gamboa lo definió como un sobreviviente: “alguien que estuvo ahí y que, al evocar la muerte de su adorado hermano mayor, transforma ese mundo inquietante, con toda su violencia y a la vez su extraña ternura, en un poderoso espacio literario”.
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El narrador de Las Travesías es también un sobreviviente y, de alguna manera, un heredero de la violencia. Además, tiene en común con el muchacho de La cuadra una forma de hablar: frases largas, encadenadas, con un ritmo envolvente, una reflexión sobre la condición humana encapsulada en una narración con chispa oral. Durante la entrevista, Gilmer Mesa habla con esa mezcla: hondura, respuestas largas que derivan a otros temas y el vértigo de una película de acción.
“Yo he pasado los últimos veinticinco años de mi vida leyendo, pero también llevo 43 años escuchando historias y, a mí, el estilo oral del barrio –y, particularmente, el de mi mamá– me parece encantador. Entonces intento mantener el ritmo de esas historias. Viví mucho tiempo cerca de una esquina y escuchaba historias que ni siquiera eran interesantes, lo interesante era la manera como las contaban. Ese flujo narrativo que tenían y tienen los personajes de los barrios populares a mí me ha encantado toda la vida y es lo que he tratado de hacer en lo que escribo. Pero hay una cosa muy tesa: hay cosas que le caben únicamente a la narración oral, pero se pierden en la escritura si no se sabe cómo traspasarlas”.
Se ve poco, a través de la pantalla de Zoom, de la casa de Gilmer en el barrio Aranjuez: algunos cuadros y una estantería con libros o discos, pero en un reportaje gráfico de la artista y fotógrafa María Paulina Pérez Gómez, al que tituló “Gilmer Mesa, un escritor y sus objetos”, aparece retratada la casa donde “todo tiene un orden bello, como patrimonial”. Allí, en la sala, hay un mobiliario escaso; el espacio más bien se llena con posters de los Beatles, de Joaquín Sabina, de la serie Breaking Bad, entradas para conciertos de Adriana Varela, Charly García y Rubén Blades, un balón de baloncesto –en el reportaje se menciona que, gracias a su destreza como basquetbolista, Gilmer obtuvo una beca en la Pontificia Bolivariana, donde se graduó en Filosofía y Letras, hizo una maestría en Literatura y hoy es profesor–, una pesa de barra y dos mancuernas de tamaño insólito. Sobre todo, hay libros y discos. Entre las fuentes que nutrieron la novela Las Travesías, Gilmer Mesa menciona dos: el escritor antioqueño Mario Escobar Velázquez y el músico panameño Rubén Blades.
“Con Rubén Blades tengo un vínculo extraño. No sé por qué a mí, de toda la salsa que he escuchado”. Gilmer Mesa se interrumpe para mostrar la foto estampada en su camiseta: una con los integrantes de la Fania. “Porque yo soy refanático de la salsa y cuando era peladito, a mí las canciones de Rubén Blades me producían una cosa distinta al simple gozo de escuchar la música… y era por sus relatos. Me parecía fantástico escuchar canciones como ‘Ligia Elena’ o ‘Adán García’, vinculadas con la realidad que yo vivía. No sabía qué me atraía tanto hasta que entré a estudiar Filosofía y Letras y conocí autores. Toda la vida había escuchado a García Márquez, pero no había leído un carajo de él, y cuando leí Cien años de soledad, entendí por qué es lo que es y dije: pues sí, muy teso lo de las generaciones, pero eso ya lo hizo Rubén Blades en los trabajos de Maestra Vida, donde aparece una familia de bisabuelo, abuelo, padre e hijo. Lo que me llamaba la atención era lo literario que había en él, el universo literario que había montado en una obra musical”.
Tras dos novelas publicadas, Gilmer Mesa se define como un escritor de personajes. En la novela Las Travesías cada capítulo recibe el nombre de una o un pariente de la familia García y, haciendo foco en su historia, se teje una narración que, aunque avanza, consigue ser, como la violencia que cuenta, circular: “Siempre supo que el destino del asesino es vigilar la muerte que atrajo y que le llegará de la misma manera en que fue surtida, porque la muerte es la misma y lo único que cambia es la postura con respecto al arma, si se está detrás o delante de ella, y quien ha estado de ese lado sin remedio terminará de éste […]”, dice el narrador sobre su bisabuelo Cruz María que, tras una vida de infortunio doméstico causado por su traición a las hermanas, es asesinado en su finca por los hijos y nietos de los hombres que él asesinó en la guerra, agrupados en un nuevo ejército. Por Las Travesías, como ha ocurrido en los últimos dos siglos de historia nacional, desfilan bandos contrarios cuyo odio ha sido transmitido por generación o coerción o resentimiento, y terminan siendo una sola sombra que deja a su paso una gran mancha de sangre.
“Hay un tema incisivo en mí y es el interés que tienen ciertas élites por manejar al país y mantener a la gente en tensión constante, creando motivos de odio, que también podrían ser potencias de afecto, pero es más fácil mantener el odio porque no necesita de proceso mental, porque no se necesita nada más que avivar el fuego que todos llevamos adentro”, dice Gilmer Mesa.
En la novela Las Travesías, su autor logra hacer de ese odio una materia sólida: el del hombre que usurpa la tierra de las mujeres que han quedado viudas tras la guerra, el de la mujer que durante años planea una venganza contra su hermana, el del grupo de hombres que viola a la hija de un supuesto enemigo, el del hombre que golpea y viola a su esposa, el del hombre que raspa a otro con una lata hasta desollarlo, y también el odio de aquellos que el narrador evoca cada tanto en una tosca letanía: los ultrajados, los desterrados, los humillados, los medrosos, los olvidados, los resentidos.
“[…] los hombres vivían al filo del odio, prestos a la hostilidad, pues en medio de la barahúnda de ánimos caldeados que era la vida del que nunca ha tenido cómo entrar en el juego, del que siempre ha sido manipulado por un Estado ineficiente y hostil, y que son la mayoría, cualquier amague es motivo suficiente para crear saña y entrar en beligerancia, en un Estado criminal y bellaco los ciudadanos sienten una extraña necesidad de vengarse en otras personas lo que en realidad le quieren cobrar a ese Estado que los ha martirizado”, dice el narrador que carga con un enorme dolor que se revela en la última línea de la novela, y, quizá para elaborarlo, relata la historia de su familia inspirado, al igual que Gilmer Mesa, en lo que su madre le cuenta.
Sin embargo, en medio de tanta muerte, la novela Las Travesías –también La cuadra– está llena de fuerza, afecto y vitalidad entre hermanos, hermanas, tías y sobrinos, abuelas, padres y madres. En 2020, invitado por la Comisión de la Verdad, encargada de descubrir y revelar las acciones cometidas durante el conflicto armado en Colombia, Gilmer Mesa escribió un texto titulado “¿Quién y qué no es infierno?” sobre la resiliencia, una palabra que considera demasiado usada, algo vacía. Su significado, en cambio, le interesa: “La resiliencia, como acción de la gente, es invencible, es vida invaluable abriéndose campo”, escribe en el texto y cita al filósofo Spinoza para definir esa perseverancia de la existencia como un “apetito por la vida”.
¿La novela Las Travesías es pesimista? A la pregunta, Gilmer Mesa responde: “Creo que la vida nos muestra todos los días por qué ser pesimistas, pero es que hay que ser pesimistas para valorar esos brillos que nos rescatan, que también están en estas dos novelas y en todo lo que yo hago. La vida tiene cosas muy jodidas y esos brillos nos rescatan cuando nos vamos pa’l carajo, en ese túnel siniestro. Es lo único que vale la pena, esos brillos que todos tenemos y que encontramos donde menos esperamos, y muy seguido. Por eso vale la pena estar vivo, yo vivo por esos brillos”.
Su tercera novela, dice para terminar, ya está casi lista y se va a llamar Aranjuez.