Jaime Durán Barba, estrella de la consultoría política en América Latina y autor de campañas electorales como la de Marcelo Ebrard y Mauricio Macri.
Jaime Durán Barba creó hace treinta años la encuestadora Informe Confidencial, que le ha permitido volverse una estrella de la consultoría política en América Latina. En su país, Ecuador, fue secretario de la Administración Pública durante la presidencia de Jamil Mahuad, pero luego asesoró a varios candidatos de toda la región. Es uno de los artífices de los triunfos electorales de Lenin Moreno, Miguel Ángel Mancera, Marcelo Ebrard y, sobre todo, Mauricio Macri. Las ideas políticas de Durán Barba —quien también es sociólogo y escritor— no dejan indiferente a nadie.
Todo era viento y agua y ramas volando. Ráfagas por izquierda y derecha, agua por arriba y por los costados. Intentaba avanzar por una calle de Washington D. C., pero no sabía dónde estaba. Llevaba una hora caminando, empapado y a la deriva, entre remolinos que lo cegaban. Las ramas que llegaban volando lo lastimaban y no le quedaba un solo músculo que no chillara de dolor. Era la única persona a la intemperie en medio del apocalipsis. Y estaba de lo más divertido.
El toque de queda regía para toda la ciudad. Por esos días —fines de octubre de 2012— los medios ya habían bautizado al huracán Sandy como Frankenstorm, debido a su monstruosidad, y él debió haber permanecido en el hotel, por lo menos hasta que se anunciara oficialmente que lo peor había pasado. Se lo habían dicho en el avión —tras un aterrizaje complicado—; en el lobby del hotel Washington Circle —cuando la recepcionista intentó detenerlo sin suerte antes de que saliera—, y en el local de CBS —donde entró a comprar unas latas de Coca-Cola para metérselas en los bolsillos del impermeable y no volarse—. No había motivo para que un hombre de casi 70 años estuviera corriendo esos riesgos. Pero se había levantado a la mañana y había visto un trozo de árbol pasar volando por la ventana. Entonces, algo le hizo pensar que eso era maravilloso y que se le antojaba vivirlo en carne propia. Cuando más de una hora después de haber salido regresó rengueando a su hotel, su cuerpo era un despojo. La recepcionista lo esperaba furiosa y le gritaba que si él moría la que iba a tener problemas era ella por haberlo dejado salir.
Al día siguiente, el profesor Jaime Durán Barba se paró como pudo, seco pero dolorido, frente a su clase de la Escuela de Graduados de Gestión Pública de la George Washington University, para criticar a los teóricos de la política que, en su esfuerzo por imaginar desde su escritorio un bosque ideal, no llegan a comprender que existen árboles, ramas, hojas, y que sin estos elementos que pueden parecer pueriles no existe el bosque. Que los principales actores de los procesos electorales son seres humanos comunes y corrientes que sueñan, viven, tienen hambre, pasean a su perro, se enojan y tratan de divertirse en un mundo lúdico. Un mundo en el que gente como él juega a desafiar huracanes.
Es un día fresco y soleado de otoño de 2017 en Buenos Aires. Son las once de la mañana y no hay pronóstico de huracanes. El primero en llegar a La Biela, un tradicional café en el coqueto barrio de Recoleta, es Gandhi José Espinosa Tinajero, discípulo y colaborador de Durán Barba.
—Jaime está un poquito atrasado —dice, cortés, y se dedica a seguir los pasos de su jefe, en tiempo real, por WhatsApp.
CONTINUAR LEYENDODurante sus primeras siete décadas de vida, Jaime Durán Barba cosechó buena cantidad de títulos y diplomas: tiene doctorados en Derecho e Historia, una maestría en Sociología y una licenciatura en Filosofía Escolástica. Hace 30 años creó —y todavía dirige— la encuestadora Informe Confidencial, que le ha permitido volverse una estrella de la consultoría política en América Latina. En su país, Ecuador, fue secretario de la Administración Pública durante la presidencia de Jamil Mahuad (1998-2000), pero luego asesoró —¿construyó?— a varios candidatos de toda la región. Marina Silva, candidata a presidenta brasileña (2010 y 2014); Lenin Moreno, actual presidente de Ecuador; Miguel Ángel Mancera, ex jefe de gobierno de la Ciudad de México, y su predecesor Marcelo Ebrard. Ellos fueron sólo algunos de los que le permitieron poner a prueba sus teorías (más una buena cantidad de casos de los que no puede saberse por cuestiones de confidencialidad). Después llegó Mauricio Macri, a quien acompañó en todos sus triunfos electorales desde 2005 a la fecha. Macri fue dos veces jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y es el actual presidente de la Argentina. Su racha ganadora en las elecciones no hace más que agigantar el mito de Durán Barba como exitoso creador de gobernantes.
—Dice Jaime que está a unas cuadras —anuncia Espinosa Tinajero levantando la vista de su celular.
No es fácil encontrar a alguien que permanezca indiferente ante la figura de Durán Barba. Quienes lo adulan lo ven como un analista sofisticado que sabe jugar al ajedrez del poder como nadie; uno de los primeros en entender que la política tal como se la conocía ya no sirve para ganar las elecciones; un gurú iluminado. Quienes lo detestan lo pintan como un monje negro; un mercenario sin ideología, patria ni principios; un competidor implacable que no titubea a la hora de usar estrategias de la industria del espectáculo para generar impacto y ganar elecciones. Un provocador que juega fuerte y que a veces, con su afán de protagonismo, hunde en las profundidades del escándalo a los candidatos que tanto se esmeró en crear.
No parece para tanto cuando asoma en la puerta del bar: el cuerpo grueso, los hombros caídos y el vientre voluminoso. Saluda cordial y se desploma en la silla. Pide una Sprite Zero y un cortado. Su palidez contrasta con la oscuridad intensa de la tintura azabache de su pelo. Tiene ojos rasgados, papada generosa y una sonrisa fresca que le hace fruncir la nariz y le abulta los pómulos. Sus manos tienen una gracia femenina, como equipadas con una bisagra en cada muñeca, cuando las mueve. Usa ropa algo pasada de moda —por lo general, pantalones de vestir, sacos beige y camisas celestes—. Y sólo se pone corbata si lo obliga la situación.
—Yo no sé qué me pasa.
Su voz sólo conoce los extremos: aveces habla en un tono íntimo y bajo, de locutor de radio, y otras aplica unos agudos chillidos que le imprimen un énfasis cómico a las palabras. Arrastra las “erres”. Y no raya las “yes”, como se hace en el castellano del Río de la Plata; para él son una suave “I”. Usa palabras como “ahorita” y “pues” (salteando la “E” y estirando la “S”). Comienza las frases modulando perfectamente, pero las palabras se le amontonan en un bloque ininteligible hacia el final.
—Yo no sé qué me pasa que estoy tan cansado.
Son las once de la mañana y ya está cansado. Los periodistas lo atormentan desde temprano. El día anterior, la expresidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, sorprendió con el acto de lanzamiento de su candidatura para las elecciones legislativas. El evento, montado en un estadio —el de Arsenal— significó su regreso luego de haber dejado la presidencia en 2015 y tras enfrentar serias denuncias por corrupción durante su gobierno. El acto fue visto como una inesperada imitación de los de Durán Barba, tan identificados con el partido de Macri, archirrival de Cristina Fernández. Lejos de la habitual liturgia peronista —con líderes gritando discursos desde grandes escenarios, rodeados de correligionarios, frente a una marea de gente nadando entre insignias partidarias—, la expresidenta usó un escenario central rodeado por un público que sólo portaba banderas argentinas y con quienes se esmeró por interactuar. Su discurso fue corto, lleno de frases sencillas y con una clara intención de atacar problemas concretos antes que cuestiones internas de la política.
Hoy es el día después y todos buscan al consultor estrella de Macri para que dispare sus dardos contra la señora de Kirchner por haberlo copiado. En La Biela, él, que es diabético, se toma un largo sorbo de bebida dulce pero sin azúcar.
—El acto de ayer de Cristina me dejó con el azúcar alta.
Bebe otro sorbo, cierra los ojos y se ríe como un niño travieso.
—Esa mujer está loca.
La infancia de Jaime Durán Barba podría haber inspirado a Fellini: sus primeros años estuvieron marcados por una obsesión voraz por la lectura (inculcada por su padre), por las relaciones feudales de la nobleza ecuatoriana en la que se movía su familia y por la rigidez de los colegios católicos de élite en los que estudió. Había nacido en una familia acomodada: madre de antiguo abolengo y padre profesor e investigador forense, que había logrado amasar una fortuna. Su familia era dueña de grandes extensiones de tierra en las sierras ecuatorianas, en épocas en las que, además de árboles y animales, un territorio se vendía con la gente adentro. Y esa gente también lo formó: la convivencia con insospechadas culturas indígenas resultó clave en su formación. Era común que disfrutara de la Misa de Angelis celebrada por el mismísimo cardenal.
—Con unos curas enormes, cubiertos de oro que cantaban yeeeehhh, y el humo y el incienso por todos lados. Maravilloso, divertidísimo.
Que compartiera fiestas tribales con los quichuas de las sierras.
—¡Ah! Eran unas fiestas maravillosas.
Y que pescara langostinos con catangas junto a la comunidad de esclavos africanos de San Mateo de las Esmeraldas, donde su padre había comprado una mina de oro.
—Ah… Oirles cantando la canción del naufragio de los esclavos, con un ritual lleno de antorchas, era maravilloso.
Y que saliera a cazar con los jíbaros, la tribu amazónica conocida por decapitar a sus enemigos y reducir sus cabezas, que poblaban las tierras de su familia en Sucúa, un cantón de la provincia de Morona Santiago.
—No es que le cortaban la cabeza a cualquiera, eh. Había normas.
Todavía hoy se ríe del pánico que generó en la escuela cuando se supo que andaba entre jíbaros y que tenía nueve cabezas de seres humanos momificadas (tzanzas) en el living de la hacienda de Sucúa.
Es el mayor de cinco hermanos y dice que siempre fue el más revoltoso. Tanto que su padre lo ingresó en la escuela antes de tiempo. Le dijo que era para que repitiera el primer año dos o tres veces y se le “asentaran bien las bases”. Pero él está convencido de que fue, sencillamente, por molesto.
—Yo era de armar mucho jaleo en la casa. Siempre me gustó el jaleo. Mi familia ya no me aguantaba.
Las bases se le asentaron pronto: fue tan buen alumno que pasó rápidamente el primer año. Y eso lo volvió vulnerable.
—Siempre fui el más chiquito de la clase y fue un problema. Al más petiso siempre le pateaban. Y ése era yo.
Las patadas no hicieron más que reforzar su manía por la formación intelectual.
—Con la fuerza física yo no tenía nada que hacer, siempre me hacían pelota. En el fútbol, en el boxeo
estaba cagado. Pero si estudiaba mucho podía embromar a mis compañeros y a mis profesores.
Estudió mucho, pero al tiempo el jaleo empezó a ser cosa de todos los días.
—Me sentí atraído por el hippismo, la izquierda, la mafia, los movimientos revolucionarios, el rechazo a la guerra y, sobre todo, por la idea de que los imperialistas nos estaban jodiendo. Estábamos convencidos de que la cia nos ocultaba cosas. Había una obsesión con que el sistema nos impedía ver la realidad tal como era. Y los contestatarios de cualquier tipo lo que queremos es expandir la realidad. Queríamos un mundo mejor.
Mareado por los tiempos convulsionados pero obediente con el mandato familiar, terminó el colegio y en 1966 ingresó a la carrera de Derecho de la Universidad Católica de Quito. Ahí, un día cualquiera, leyó al filósofo ruso Mijaíl Aleksándrovich Bakunin y simpatizó con el anarquismo. Al tiempo firmaba panfletos y se convertía en un demonio en el seno de la Universidad Católica.
—Pero como venía de una familia que era donante de la universidad nunca se atrevieron a echarme.
En 1967, a instancias del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica dispuso que los institutos de formación para sacerdotes se abrieran a personas que no fueran curas. Durán Barba corrió a inscribirse. Pasó los siguientes cuatro años enredado entre el Derecho que estudiaba en la católica de Quito, y el razonamiento deductivo de los silogismos que estudiaba en la Universidad de San Gregorio.
Una vez que se recibió de abogado y por influencia del profesor Enrique Dusef, un teólogo de la liberación que lo había deslumbrado en San Gregorio, decidió que continuaría sus estudios en Mendoza, Argentina.
—Yo ni sabía dónde quedaba Mendoza. Cuando se lo dije a mi padre me mandó al diablo y me cortó mis vituallas. Tuve que vender los animalitos que tenía en la hacienda para poder irme.
Cuando llegó a la Argentina corría el año 1972 y él tenía 23. Le habían recomendado ir a la Fundación Bariloche, una institución creada casi diez años antes, que promovía la enseñanza y la investigación científica en todas sus ramas. “Es un lugar en el que se estudian cosas que se están extinguiendo”, le dijeron con toda la ironía posible.
—Si había estudiado escolástica, tranquilamente podía estudiar otras vejeces: la democracia, las encuestas, cosas que se estaban acabando porque se suponía que ya llegaba la revolución mundial y nada de esto iba a funcionar más. Así que me fui donde los dinosaurios.
Con los “dinosaurios” aprendió sobre encuestas y comunicación. Y supo, quizá por primera vez, sobre la larga distancia que a veces separa a las ideas de la realidad. Para su trabajo de tesis para la Fundación Bariloche se propuso avanzar sobre un hecho fundacional del partido socialista del Ecuador. La historia decía que el 15 de noviembre de 1922 una huelga general convocada por la Federación Regional de Trabajadores había acabado en saqueos, toma de la ciudad de Guayaquil y masacre; que la oligarquía había matado a más de diez mil proletarios y que, como consecuencia, había surgido el Partido Socialista. “Pero no venga con leyendas”, le adelantaron en la Fundación: “Si usted dice que se murieron diez mil vaya a Guayaquil y cuente los muertos”. Lo hizo al pie de la letra: regresó a su país, buscó la media de personas fallecidas y sacó la desviación de esos números con los del año de la masacre. Entrevistó gente y buscó a los obreros. Cuando regresó a la Argentina presentó una conclusión inesperada: los diez mil habrían sido en verdad 30 y los obreros anarquistas del astillero eran, en realidad, artesanos de una barriada llamada El Astillero.
—Entendí que las encuestas te ponen en contacto con un mundo que no percibes siendo un intelectual. Las cosas que crees desde la teoría no son así cuando vas a la gente. La aplicación de métodos cuantitativos me llevó a desarmar un mito que era muy hermoso, pero que no era real.
En 1979 volvió a vivir a Ecuador. A su país llegaba también la democracia. Jaime Roldós Aguilera se postulaba para presidente y le propuso ocuparse de sus encuestas. A esta altura, ya era un estudioso de las estrategias políticas, una materia que candidatos y gobiernos de su país apenas manejaban para sus campañas. Fundó una encuestadora a la que llamó Infoc: Instituto Nacional de Formación Obrera y Campesina (que con los años cambiaría su nombre por Informe Confidencial) y fue partícipe del triunfo de Roldós. Pronto todo el mundo habló de “los estudios de Durán Barba” y se convirtió en una celebridad consultada por diarios, revistas y programas de televisión. La fama le alimentó el ego, pero no lo liberó de su conflicto existencial.
—Mi tesis había sido un lío. Hago encuestas para ver cómo salvo la conciencia de clase de los obreros y descubro que ningún obrero tenía conciencia de clase. En la Argentina, el peronismo, con el que yo había simpatizado, termina generando la triple A (la Alianza Anticomunista Argentina, un grupo parapolicial de extrema derecha gestado por un sector del peronismo, la Policía y las Fuerzas Armadas). Por otro lado, los estatistas comunistas terminan haciendo una monstruosidad peor que el capitalismo. Toda aquella ilusión sobre cambiar el mundo que hubo en los sesenta quedaba en la nada. Te miente la historia, te mienten tus intuiciones y todo resulta al revés. Se había ido desmoronando el mundo en el que se había basado mi vida. Todo se había ido a la mierda. Y yo no podía ser necio.
Estaba confundido pero, aún muchos años antes de que el huracán Sandy azotara Washington, ya sabía que sentarse a ver pasar los árboles volando por su ventana no era una opción. Los intentos por salir a la intemperie fueron muchos. Como en Washington, iba a salir de esas experiencias lastimado. Y feliz.
La mezcla que forma a Durán Barba está hecha de la pasión por los libros, las experiencias multiculturales que trae de su infancia, los ideales románticos de su juventud y el estudio de las ciencias duras. Y se completa con cierta espiritualidad oriental adquirida cuando, en 1980, un trabajo para el Servicio Universitario Mundial —una organización canadiense que ofrece educación y empleo a jóvenes alrededor del mundo— lo lleva a vivir en África y Asia.
Durante dos años se alejó de sus debates internos, pero se acercó a otros. Se sintió deslumbrado por la cultura oriental y descubrió las enseñanzas de Lao-Tse, uno de los filósofos más relevantes de la civilización china a quien se le atribuye haber escrito el Dào Dé Jīng (o Tao Te Ching), obra esencial del taoísmo.
—Tengo muchísima influencia de ese autor. De hecho, siempre llevo el Dào Dé Jīng cerca mío. Creo que Lao-Tse es el autor político más importante de la historia. Su libro es una reflexión sobre el poder. Y dice cosas como que las palabras agradables son siempre mentirosas y peligrosas. Que las palabras duras son las que hay que escuchar. Porque la lógica del poder es la traición.
—Pero ¿se puede sostener semejante postulado en ámbitos tan poco espirituales como los de la política?
—Yo lo hago. Las broncas que tengo con los clientes por decir palabras duras son a veces de tirarse las sillas. Mi deber es decir la verdad. Para que le adulen hay cientos. Yo le digo a los presidentes: “Ahora que eres presidente asoman un montón de amigos que no tenías. Y son obsecuentes y hacen lo que vos quieras. Estos señores te van a cagar ante el primer problema”.
Corría 1998 y, en Ecuador, su amigo Jamil Mahuad se convertía en presidente y lo convocaba para ocupar el cargo más alto dentro de su gobierno: Secretario General de la Administración. Mahuad —que ya había sido diputado entre 1990 y 1992, alcalde de Quito por dos periodos consecutivos entre 1992 y 1998— convocó a Durán Barba con la misión específica de lograr la paz con Perú, país con el cual Ecuador mantenía desde principios del siglo XIX una disputa por sus límites fronterizos entre la cuenca del Amazonas y la cordillera de los Andes. Una guerra espasmódica que se calentaba y se enfriaba peligrosamente. Un conflicto que significaba una bomba de tiempo y que Durán Barba trabajó para desactivar. Lo hizo a su manera: con más investigación que política.
—Es que yo para la economía soy malo, los contratos me enredan, en realidad no tenía nada que hacer como ministro. Era 1998 y estábamos en guerra dura, en la frontera había disparos y yo decidí trabajar con encuestas. Hicimos estudios y el 82 por ciento de la gente quería que hiciéramos la guerra. Pero uno hace encuestas para saber lo que la gente piensa, no para hacer lo que marcan los resultados. A veces hay que trabajar en contra de la opinión pública. Hay una especie de caricatura que marca que el líder que usa encuestas es una veleta, pero no es así. Trabajar con encuestas significa establecer un diálogo permanente con la gente. Los ecuatorianos querían la guerra porque se lo habían metido en la cabeza, pero ignoraban las ventajas de la paz. Tener la frontera cerrada con el Perú era un daño económico espantoso. Entonces, sabiendo lo que la gente pensaba, pudimos trabajar para comunicar los beneficios de la paz. Hicimos una encuesta y otra y otra y fuimos viendo cómo con la comunicación correcta iba cambiando la cosa.
El 26 de octubre de 1998 el presidente ecuatoriano Jamil Mahuad y su par peruano Alberto Fujimori firmaron el Acuerdo Definitivo de Paz, conocido como el Acta de Brasilia. Durán Barba se muestra orgulloso de su tarea.
—La cosa más importante que hice en toda mi vida fue mi trabajo para la paz con Perú.
Precedido por su fama internacional, Durán Barba aterrizó en 2005 en la Argentina. Mauricio Macri todavía era un outsider de la política, pero el incipiente armado de su partido significó una hoja en blanco para el consultor. Era un caso de laboratorio.
Macri era el hijo de Francesco Raúl Macri, uno de los empresarios más ricos de la Argentina, que construyó un poderoso holding (en industrias tan diversas como la automotriz, la de la construcción, la de los alimentos, el correo y la informática), siempre criticado por obtener beneficios comerciales de los gobiernos de turno. Macri hijo fue, desde siempre, un personaje del jet set al que le tomó toda la vida alejarse de la sombra de su todopoderoso padre. Había heredado, un poco a la fuerza, su condición de empresario, pero en 1995 decidió embarcarse en una inesperada carrera como presidente del club de fútbol Boca Juniors, el más populoso y tradicional de la Argentina. En 2001 anunció que se dedicaría a la política, pero fue recién en 2005 cuando logró instalar al “macrismo” como opción. Cuando ese año Durán Barba se hizo cargo de la estrategia de Macri, el empresario cargaba sobre sus espaldas un 64 por ciento de imagen negativa. El plan de Durán Barba fue claro: había que involucrarse con un proyecto a largo plazo. El primer paso fue presentar a Macri como candidato a diputado, algo que a simple vista, y dados los números de las encuestas, parecía un suicidio político. Pero Durán Barba miraba más allá.
—Hicimos que lo insultaran todo lo posible. Lo expusimos y jugamos con su imagen porque los ataques nos daban información para fabricar las “vacunas” contra los ataques futuros.
Y funcionó: con el 33.9 por ciento de los votos, Macri se transformó en diputado nacional.
—Argentina era un desafío genial. Al principio parecía que no había cómo ganar, pero después de la campaña dijimos: “Esto no es normal. Este tipo tiene unas cualidades especiales. Vamos a la presidencia con éste”.
Esa campaña fue la plataforma de lanzamiento para lo que llegaría en 2007, cuando Macri ganó la jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y para lo que siguió: su reelección en 2011, y su triunfo en la elección presidencial en 2015.
Hace más de dos horas que Durán Barba recorre su historia sentado en una dura silla de madera del bar La Biela. Está agotado, pero se le iluminan los ojos cuando se le pregunta cómo se fabrica un presidente. Entonces toma aire y actúa su mejor papel.
—Primero hay que hacer investigación. Si yo no tengo ni idea de quién eres te digo: “Bueno, vamos a hacer un diagnóstico”. Y te cobro por hacer un análisis con nuestro equipo. Nos conectamos con distinto tipo de gente para saber qué es lo que se dice de ti. Justa o injustamente puedes tener imagen de ladrón. No importa que sea justa o injusta, importa si la tienes. Con eso aplicamos una encuesta y estudiamos los resultados. Hechos esos estudios, y habiendo investigado, vamos a tu país y te decimos: “Mira, hemos visto tu caso y no tiene sentido que te presentes, te va a ir mal, no vas a poder ganar, vas a perder tu tiempo y tu dinero, y entonces hasta aquí llega nuestra colaboración. No te metas en esto”. Las veces que ha pasado eso se enojan mucho, pero nosotros no estamos para perder tiempo en algo tonto. En otros casos el tema es más difícil. Las cosas no están tan bien pero tampoco están tan mal. No es que es imposible, es difícil. Ahí damos muchas más vueltas. Pedimos una investigación cualitativa para ver desde la psicología qué es lo que pasa, por qué no te quieren. Si no hay posibilidades de ganar para presidente podemos ir a una elección para posicionarte. Puede ser que seas candidato a gobernador o a alcalde para mejorar tu imagen y después habrá una posibilidad sensata de que ganes la presidencia. Hecho el diagnóstico, es posible que no nos interese continuar igual, o que no podamos porque ya tenemos mucho trabajo. En ese caso te damos el diagnóstico y te decimos más o menos las vías por las que hay que seguir. Si decidimos continuar y llegamos a un acuerdo, trabajaremos muy metidos. Eso significa que va a ir todo el equipo y vamos a estar bastante tiempo trabajando contigo.
Hace 20 años que Durán Barba no se toma vacaciones para no angustiarse. A sus 70 no le gusta la idea de quedarse quieto. Vive quejándose de su agenda saturada de compromisos, pero no se imagina la vida sin ellos. Se lo pasa viajando entre Argentina, Ecuador, México, Brasil, Estados Unidos y España, pero tiene casa permanente sólo en Quito y Buenos Aires, donde su departamento de Recoleta es tan clásico y poco afecto a las modas como él. Es el lugar de alguien que nunca dejó de estar de paso: dice que lo alquila desde hace años y luce como si muebles y adornos estuvieran recién desempacados. En las paredes de la sala hay veinticinco mapas antiguos con marcos dorados. Sobre estantes y mesas de apoyo, doce esculturas de diferentes lugares del mundo. En un rincón, una mesa oval de madera con una carpeta tejida. Al lado, un cristalero de madera oscura con piezas de vajilla. Cerca del ventanal, sobre una alfombra con arabescos rojos, cuatro sillones. Afuera, un balcón angosto y largo alfombrado de verde, con veinte macetas de plástico en las que las flores se niegan a crecer.
En un sofá con un tapizado que sí tiene flores, el estratega político más influyente de América Latina —chomba azul; jeans azul; Crocs azules; medias azules— habla de los jaleos que genera cada vez que aparece en los medios. Como aquella vez que dijo que Hitler era un tipo espectacular. Fue en 2013, en una entrevista para la revista argentina Noticias. Lo consultaron por el alto nivel de aprobación que llegó a tener en Venezuela la figura de Hugo Chávez. “Tuvo un enorme nivel de aprobación y no significa que fue un gran gobierno —analizó—. Hitler tuvo una aprobación mayor que la de Chávez”. Cuando le marcaron que el dictador y el expresidente de Venezuela no eran “comparables”, respondió: “¡No! ¡Hitler era un tipo espectacular!”. Luego, tras ser denunciado en la justicia, emitió un comunicado en el que pidió perdón a “quienes hayan podido creer” que sus expresiones equivalían a “alabar a un personaje” que rechazaba.
—¿Cómo es que siendo un experto en política usted aparece tan políticamente incorrecto?
—Porque trabajar con método científico te hace incorrecto. Hay dos formas de entender la política: la que interpreta la realidad desde la fe y los relatos, y la que usa la metodología del trabajo científico, formula hipótesis, las contrasta con la realidad y produce conocimientos que se cuantifican y sistematizan. Todos vivimos de mitos y yo digo cosas que van contra los mitos. Como además he sido siempre disruptivo lo hago de manera que la gente se vuelva loca.
—Y lo disfruta…
—Es que puedo seguirles el hilo para no tener problemas, o decir las cosas para que se enfurezcan. Hago la segunda.
—Pero usted sabe que cuando dice cosas como que Hitler era un tipo espectacular, le va a traer problemas también a su cliente.
—Yo no dije sólo eso, hablé en el contexto de un desarrollo argumental y han sacado eso como título. Pero yo siempre digo lo que creo. Soy así. Puede fastidiar a un candidato y si se fastidia que consiga otro consultor. Ahora, la diferencia es que conmigo gana.
—Cuesta creer que no controle eso. Que sea sólo un capricho.
—Yo soy un experto en esto, nunca digo cosas que puedan hacer daño. Juego un poco.
—Entonces mide el impacto.
—Pero claro, no voy a ser tan bruto. Si yo mismo no le dejo hablar al candidato de cosas que jodan la campaña, no lo voy a hacer yo. Juego con cosas que son inofensivas o que también sirven para algo.
—¿Qué cosas?
—Bueno hay cosas que el candidato no puede decir pero el loco del asesor sí. Y ayudan a complementar la imagen. Nunca hago algo que haga daño a la campaña. Mi negocio es la campaña. Pero estoy acostumbrado a decir las cosas como son, como las creo. Además, ya sabes, me divierte mucho el armar jaleo.
El jaleo tiene sus consecuencias: aunque muchos evitan hablar de él públicamente, a Durán Barba no le faltan detractores. Elisa Carrió, una de las políticas más influyentes en la Argentina actual, suele referirse a él con desprecio. Lo llama “el señor teñido” y dice que es un “chanta” (alguien que presume de un conocimiento que no posee). Lo curioso es que Carrió es diputada por el mismo partido de Macri y es, al igual que Durán Barba, una de las personas más escuchadas por el presidente. Al ser consultada para este artículo, Carrió alega problemas de salud y no responde. Sin embargo, en declaraciones al canal de noticias argentino TN, dice que Durán Barba es uno de los grandes problemas del gobierno y que a él sólo le interesa construir candidatos. “Maten a Durán Barba, tienen mi aval”, disparó.
Como Carrió, Margarita Stolbizer es un personaje político con prestigio en Argentina. Fue candidata a la presidencia en 2015. En tres oportunidades compitió por la gobernación de la Provincia de Buenos Aires (2003, 2007 y 2011) y actualmente cumple su cuarto mandato como Diputada Nacional por su partido GEN (Generación para un Encuentro Nacional). Es opositora acérrima de Cristina Fernández de Kirchner (fue de las que denunció más tempranamente los casos de corrupción de su gobierno), pero también de Macri. A ella el pragmatismo extremo de Durán Barba la inquieta.
—Durán Barba puede aconsejar a su cliente a cambiar de posición sin sentir vergüenza, o a impulsar el debate de temas en los que ni siquiera está de acuerdo. A él sólo le importa ganar —dice Stolbizer—. Desprecia las ideas en favor de la gestión. Y yo creo que cuando la gestión no tiene ideas, se transforma en un mero negocio político o económico. Sus campañas están basadas en estrategias que ponen al candidato en clave de ser humano sensible, cercano. Eso crea vínculo y empatía y sirve para descontracturar el escenario de disputa y conflicto que tienen las campañas. Para él, cuanto menos el candidato se “ensucie” con la política, mejor será visto por los ciudadanos.
En su living, Durán Barba afina la voz y ofrece una media sonrisa cuando dice que no hay trucos en sus estrategias.
—Lo que hacemos no es ningún misterio, está todo en nuestros libros. Y tiene mucho que ver con el sentido común. ¡Pero nadie lo aplica!
Los libros los escribió junto a su socio Santiago Nieto y son Mujer, sexualidad, internet y política (Fondo de Cultura Económica, 2006), El arte de ganar (Debate, 2010) y La política en el siglo XXI, arte, mito o ciencia (Debate, 2017). A simple vista parecen manuales de autoayuda para políticos en campaña, pero son, en verdad, un recorrido antropológico y filosófico por la historia de la política y la comunicación. En ellos Durán Barba vuelve una y otra vez sobre cuestiones que, sentado en el living de su casa, acepta repasar.
—Se acabó la política vertical, se acabaron los dioses, los líderes inmutables. La gente ahora quiere dialogar. Se siente igual al líder.
Uno de sus dos teléfonos suena. Mira la pantalla. Es Lenin Moreno, presidente de Ecuador. Aló, mi querido presidente, dice como si tuviera que llegar con la voz hasta Ecuador. Cómo te va, dice. No te preocupes, dice, tu llamada es siempre bienvenida. Y dice que ajá y que perfecto, que ojalá salga bien la cosa y corta. Cierra los ojos, piensa, y vuelve a la charla.
—Un tipo llega a presidente lleno de deseos de servir. A poco le presentan las armas, le adulan, los que quieren ser ministros le dicen “usted es un genio”. Y el tipo empieza a creerse que es genio y destrata a los demás. Un buen presidente, un buen líder debe tratar de ser sencillo y no creérsela. La modestia es, en realidad, algo muy útil. En un momento eres presidente y te puede parecer que alguien es insignificante y lo ignoras, y al rato el tipo está en un sitio clave y patatúm. No es una prédica moral la mía, no es que por ética hay que ser modesto. También sería bueno, pero a mí lo que me interesa es que si eres pedante nos vas a joder la campaña.
El teléfono vuelve a sonar. Mira la pantalla. Es María Eugenia Vidal, gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Mariu querida, dice. Es que no he parado un segundo, dice. He dormido como 30 horas seguidas después del día de la votación. Qué buena campaña hemos hecho. Es que ha sido un placer contigo. Dice que ajá, que perfecto y corta. Cierra los ojos, piensa, y vuelve a la charla.
—En todos nuestros países hay un quince por ciento de tipos que están totalmente enajenados, que están al margen de la población. Es lo que llamo el círculo rojo. Pasa en México, en Ecuador, en Brasil, en todos lados. Políticos, periodistas, intelectuales que discuten lo que a ellos les interesa y se atacan unos a otros en una competencia de egos. Por fuera de eso, hay una inmensa mayoría de gente que está en otro mundo. Gente que está buscando, básicamente, placer: quiere vivir bien. Quiere estar contenta. Los temas que desvelan a los políticos no mueven ni un voto. Y yo, como persona, creo que muchos problemas que no mueven ni un voto deben ser atendidos igual. Pero no sirven para la popularidad. Y yo me ocupo del impacto en la gente de lo que hace el gobierno.
Hay un ejemplo claro para entender de qué se ocupa Durán Barba. Como jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri encaró una obra postergada durante décadas destinada a evitar que un gran sector de la ciudad se inundara cada vez que llovía: fue el entubamiento del arroyo Maldonado.
—El túnel ése fue una obra carísima, gigantesca, brutal. Pero no fue algo efectivo en términos de comunicación política. No nos dio un puto voto. Nadie se dio cuenta de que eso había pasado.
En contraste, hubo otra obra del gobierno de Macri en la ciudad que fue determinante para sus triunfos electorales: el Metrobús, el sistema de carriles exclusivos para autobuses inaugurado el 31 de mayo de 2011 en Buenos Aires.
—Yo me empeñé con el Metrobús porque Jamil [Mahuad] llegó con el Metrobús a la presidencia en Ecuador. Y [Jaime] Nebot se convirtió en el alcalde de Guayaquil con el Metrobús. En el gobierno no le daban importancia. Y yo estaba empecinado: quería Metrobús. Se armó el quilombo y yo impuse, putee, fui al gabinete.
El nuevo sistema supuso una significativa mejora en la seguridad y los tiempos del transporte público de la ciudad. Pero a Durán Barba le interesa otra cosa.
—A mí lo que me interesaba eran esas paradas grandotas y muy iluminadas, como si fueran carteles de publicidad que demostraban que el gobierno estaba trabajando. Si comparas lo que costó el túnel con lo que costó el Metrobús, verás que el Metrobús fue una pendejada. Lo del túnel fue en serio, pero nadie le dio bola. Además el Metrobús funciona, pero yo lo que necesito es que en una avenida por la que pasan miles de coches
cada rato la gente vea las paradas iluminadas y diga ¡qué bueno!
La fábula del Metrobús versus el túnel Maldonado explica gran parte de la lógica de Durán Barba. Un pragmatismo comunicacional que a muchos genera urticaria.
—Ahorita estoy pensando cuáles serán los próximos “Metrobús”. Yo le digo siempre a Mauricio: “Déjame a mí tres cositas que sean así, y vos, que eres responsable, hacé todo el país. Pero necesito tres cositas que sean el Metrobús de la próxima etapa. Que la gente diga: ¡Qué bien, qué maravilla!”.
Una charla con Durán Barba es un viaje atiborrado de referencias a textos y autores, de anécdotas, siempre trascendentales, que se ramifican y crecen sin límite. Pero la verborragia se acaba cuando la charla toma caminos más banales.
—Nunca hablo de mi vida privada.
Durán Barba no habla del niño que adoptó como hijo hace muchos años en Ecuador; ni de la profesora de Comahue que fue su pareja mientras estudió en Bariloche. Habla durante horas, pero enmudece cuando se intenta saber su situación afectiva actual. Dice que su vida es aburrida, que no le gusta salir, que no va a fiestas y que no le agradan las reuniones de más de dos o tres personas.
—Nunca en mi vida pisé una discoteca o un local así. No tengo contacto con mucha gente y por eso debo parecer pesado.
En su vida no hay mucho espacio para algo que no sea pensar, escribir, leer y trabajar (pensando, escribiendo y leyendo). Desde Quito, Ecuador, su hermano menor, Marcelino Durán Barba, lo confirma.
—Con él nada es banal. Es muy dedicado a la lectura, un lector infatigable y actualizado. Receptor de nuevos conceptos y estricto en el razonamiento.
El equipo de Durán Barba está integrado por tres personas de apariencia bastante inofensiva. Un trío de investigadores académicos de élite, preparado para no llamar la atención y mezclarse rápidamente, según las necesidades, con las diferentes áreas de los gobiernos con los que trabajan. Santiago Nieto es uno de ellos. Tiene 51 años, es un hombre atildado y verborrágico. Es el socio de Durán Barba y su tarea no es menor: tiene que bajar sus ideas a la tierra. Lo interpreta y ayuda a juntar los pedazos rotos cada vez que hay un cortocircuito por los enojos o la falta de habilidades sociales del consultor. Coordina las investigaciones y se enfoca en los estudios cuantitativos.
Roberto Zapata García es español, tiene 76 años y es psicoanalista. Es otro de los integrantes del equipo y es, además, amigo de Durán Barba. Viaja desde España a diferentes países cada vez que el trabajo lo requiere y cumple un rol indispensable. Para muchos es el arma secreta de Durán Barba y su obsesión por estudiar el humor social. El Doc, como le dicen, se ocupa de las investigaciones cualitativas, los focus groups y las entrevistas en profundidad. Estudia la psicología política: intenta descubrir qué es lo que la gente —los votantes— tiene en su cabeza.
Gandhi José Espinosa Tinajero es el integrante más joven del equipo. Es ecuatoriano, tiene 40 años y trabaja con Durán Barba desde hace 18. Antes fue el director de la oficina de su encuestadora en Quito, ahora lo es en Buenos Aires. Es fácil confundirlo con un asistente: le maneja la agenda y por momentos funciona como su sombra.
Durán Barba es el patriarca, el faro y alma mater de este equipo y dice que él hace otra cosa.
—Yo hago la estrategia, que es otra cosa. La estrategia es el plan general para la guerra.
Es un viernes otoñal y la luz del atardecer agoniza sobre la alfombra con arabescos rojos del living de Durán Barba. Sobre la mesa ratona de vidrio descansa una caja. Tiene 20 centímetros por 30, es bordó, con esquineros y manijas de metal, y lleva dragones pintados. Parece antigua. Es el estuche de Go, un juego milenario de estrategia, cuyo objetivo es controlar la mayor parte de territorio del oponente con movimientos simples pero muy meditados. Su origen es la antigua China y su práctica requiere tanto el pensamiento lógico como el intuitivo y esa combinación es algo que apasiona a Durán Barba.
—Te permite ver el conjunto de la guerra, no de una batalla. Es muy complejo mentalmente.
No son pocas las madrugadas que lo sorprenden sentado en su sillón, frente al tablero de Go, intentando la difícil tarea de resolver, con estrategia oriental, cuestiones de la política latinoamericana.
—Cuando tengo un tema que me da vueltas le dibujo en el tablero para ver qué está pasando. Me ayuda a pensar. Por ejemplo, cuando Cristina [Fernández de Kirchner] hace una estupidez, algo que parece no tener sentido, planto las fichas y pienso escenarios.
La estrategia es algo muy serio para Durán Barba. “Es un diseño general que da sentido a todo lo que se hace, se deja de hacer, se dice o se deja de decir en toda la campaña”, escribió en La política en el siglo XXI.
—Con Mauricio [Macri] por ejemplo, hemos sostenido la línea de no pelear. Le atacaban al papá, a la mujer, a los hijos. Y él quería contestar pero le decíamos que no. Nuestra concepción fue siempre que el candidato debe hablar con la gente y responder a los intereses de la gente. Que el resto de los candidatos se vayan a la mierda. Yo siempre les digo: el mayor golpe que le puedes dar al que te agrede es ganar las elecciones. Y si te importa tanto lo que dice de ti, cuando ganes, vas y le das una trompada, pero ocúpate a ganar primero. Si insultarle te quita votos le estás haciendo el juego a él. Es lo que pasa ahora con el presidente Correa.
Rafael Correa, expresidente de Ecuador, parece haber caído en la trampa: castiga verbalmente a Durán Barba cada vez que puede porque el consultor trabaja para la campaña de Lenin Moreno, actual presidente de Ecuador y contrincante de Correa.
—Correa es un tipo violento. Dice cualquier cosa. Y la gente está harta de eso. Y si vos caes en lo mismo, te gana. Así que hay que neutralizar eso. En el fondo es muy perverso. Porque el tipo pierde la cabeza. Insulta cada día un poco más, como un boxeador que le da una trompada a otro y espera que le respondan. Pero nosotros no lo hacemos. Por eso terminó enloqueciendo totalmente. Le volvimos loco con nuestra postura.
Sentado en su despacho de la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo de la Argentina, Marcos Peña acepta algo muy poco habitual: hablar de Jaime Durán Barba. No es sólo el jefe de gabinete del gobierno. Es, para muchos, una de las piezas clave del exitoso armado político que ha llevado a Macri a la presidencia. Es el funcionario con mayor poder después del propio presidente, y uno de los políticos con mayor proyección. Para la mayoría de los analistas forma, junto con Macri y Durán Barba, una maquinaria electoral perfecta.
—La gente piensa que Jaime es un creativo. Pero no, es un metodólogo. Su trabajo tiene que ver con la mirada estratégica. Ha habido situaciones en las que Jaime recomendó no hacer algo y lo hicimos igual.
—Eso es bien diferente de la imagen que lo pinta como el gurú que va marcando el camino.
—Tiene que ver con la cultura del poder en la que nos movemos. Estamos acostumbrados a los liderazgos mesiánicos y la idea del equipo es algo contracultural. Durante mucho tiempo se pensaba que todo lo que hacía Mauricio [Macri] era un dictado de Durán Barba. Eso no era así y creo que, además, desmerecía el trabajo de Jaime, porque él es mucho más importante que eso. Mauricio lo escucha y Jaime se permite decirle todo. Mauricio valora mucho a quien lo confronta.
—Otra vez, no es muy parecido a lo que se supone desde afuera. En el libro Macri: Historia íntima y secreta de la élite argentina que llegó al poder, la periodista Laura di Marco escribe: “Durán Barba lo adula y lo elogia. Le dice todo el tiempo que es un genio. Apuntando a la necesidad de Macri de reafirmar su autoridad”.
—Eso es absolutamente falso: es no entender nada de lo que es la relación entre ellos dos. Yo he visto peleas durísimas. Decir que Jaime lo adula a Mauricio es no entender nada de la relación entre ellos dos.
María Eugenia Vidal es (desde el 10 de diciembre de 2015) gobernadora de la provincia de Buenos Aires que alberga a 40 por ciento de los habitantes de todo el país. Ella es la política con mejor imagen de la región y tiene encandilado a Durán Barba. “María Eugenia es un ser muy especial”, dice el consultor. Juntos vivieron una epopeya: ganar las elecciones para la gobernación. Con el 39.89 por ciento de los votos, Vidal se transformó en la primera mujer en acceder a ese puesto, además de encabezar el primer gobierno no peronista en los últimos 28 años en una provincia diezmada por la corrupción y el desmanejo político, que hoy sufre altos niveles de pobreza e inseguridad.
—Jaime siempre confió en que podíamos ganar esa elección —dice Vidal—. Hoy a mucha gente le parece obvio, pero en esos días fue muy difícil hacer una campaña. Teníamos todo en contra. Recuerdo que me dijo que la Provincia necesitaba alguien que cuide de su gente, que sea como una madre, pero que también los pueda defender frente a las amenazas, frente a las mafias. Por eso mi candidatura tendría que ser también la de alguien que tenga valentía para
defenderlos.
El político mexicano Marcelo Ebrard también fue cliente de Durán Barba. Fue jefe de gobierno del Distrito Federal de México (ahora Ciudad de México) entre 2006 y 2012, pero conoció al ecuatoriano en 2010, cuando lo consultó sobre sus posibilidades para candidatearse a la presidencia de México.
—Me sorprendió su enfoque. Siendo una persona que no vivía en México tenía más clara la coyuntura y los ánimos de la sociedad que los estrategas y políticos mexicanos —dice Ebrard—. Su pretensión es entender. Es más parecido a un científico o un filósofo que a un consultor. Sus comentarios irritan porque ponen en entredicho la sabiduría tradicional. Y frecuentemente la realidad demuestra que tiene razón.
Pablo Avelluto es periodista y editor. Es, desde 2015 y por designación de Macri, ministro de Cultura de la Nación Argentina. Y está convencido de que Jaime Durán Barba está subestimado.
—Se tiende a verlo como un publicista, que no es; un mero intérprete de encuestas, que tampoco es; o un técnico en campañas electorales, que tampoco. Jaime es un estratega con una mirada extraordinariamente original que implica una ruptura epistemológica con las miradas más o menos tradicionales de la política. Se trata de un extraordinario provocador. Su pensamiento suele salir de lo cómodo y lo fácil. Quienes lo critican suelen añorar una visión de la política que afortunadamente dejó de existir hace bastante. Los políticos más clásicos le temen o lo infravaloran. Pero es y sigue siendo el mejor en lo suyo.
Jorge Fontevecchia es uno de los hombres fuertes de los medios en la Argentina. Es propietario de la Editorial Perfil que publica, entre otros productos, el Diario Perfil, en el que Jaime Durán Barba tiene su columna semanal. Conoce al consultor ecuatoriano desde hace diez años y no se deja llevar por las impresiones.
—Jaime usa la consultoría política sólo como herramienta para su verdadero fin que es hacer sociología. Usa el presupuesto de los políticos para hacer estudios de campo que ninguna universidad del mundo podría pagar. Su verdadero interés es entender a la sociedad.
Durán Barba mira pasar la ciudad de Buenos Aires por la ventanilla. El calor de diciembre es agobiante. El auto lleva el aire a tope, pero él le pide al chofer que lo suba más. Está agotado y su artrosis le hace ver las estrellas. En unos días será feliz: va a estar en su campo, cerca de Quito, con su vaca, sus tres caballos, sus helechos de 30 metros de altura y su cascada artificial, escuchando el cuarto movimiento de la segunda sinfonía de Mahler. Pero ahora está aquí: saliendo de un debate en televisión y yendo a una reunión en Casa Rosada. En el auto el cansancio lo convierte en un anciano que parpadea lento y suspira. Faltan días para que cumpla 70 años. Dice que le gustaría festejarlo saltando en paracaídas.
—Es que soy fanático del peligro. Como cuando lo del huracán en Washington, abrí la puerta del hotel y el viento me metió de un golpe ¡Paaaaaf! Y cuando salí del local y una ráfaga ¡Wooow! Y cuando pasaban cosas volando ¡Fiuuuu! Y yo decía ¡qué maravilla!
El hombre que fabrica presidentes hace una pausa y susurra:
—Es que a mí esas cosas me encantan.
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