El escritor que rompió con la solemnidad
A 35 años de su muerte, el autor guanajuatense fue homenajeado en la Feria del Libro de Guadalajara
Es imposible no formularse la pregunta hipotética: ¿Qué sería de Jorge Ibargüengoitia si no hubiese fallecido en Madrid aquel 27 de noviembre de 1983 en el trágico accidente aéreo a bordo del Boeing 747? Seguramente habría continuado burlándose no sólo del PRI, sino de toda la tragicomedia política mexicana actual. Probablemente estaría peleado con escritores contemporáneos por diferencias personales y literarias, pero con certeza legaría otras novelas de la calidad de Estas ruinas que ves, Los relámpagos de agosto, Las muertas y Dos crímenes. Cuán grato sería seguir leyendo cada semana sus extraordinarias crónicas en algún diario nacional.
A 90 años de su nacimiento, Ibargüengoitia desaprobaría la solemnidad de los homenajes. Si aún se encontrara entre nosotros probablemente no asistiría a ellos y en su lugar escribiría irónicos textos sobre los escritores, intelectuales y burócratas culturales que lo enaltecen inclusive sin haberlo leído.
El 27 de noviembre se cumplen 35 años de su muerte y la mejor forma de honrarlo es leyéndolo. Sin embargo, en el caso de Ibargüengoitia, por el largo anecdotario que dejó y el impacto de su obra en los lectores, vale la pena conversar sobre él y su literatura. Así lo hicieron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2018 Antonio Ortuño y Juan Villoro, posiblemente los más indicados para “homenajear” al guanajuatense, porque aquel acto, de solemnidad no tuvo nada, y de evocaciones, risas y énfasis en la relevancia de su obra, bastante.
De Ortuño se ha dicho es heredero del estilo ibargüengoitiano, su prosa además de certera, es poseedora de esa acidez e ironía capaz de abordar temas fundamentales del país y que tanto caracterizó al creador de Cuévano. Villoro, uno de los escritores vivos más importantes de México, docto en casi todo pero sin la sacralidad del genio, conoce a la perfección el trabajo de Jorge Ibargüengoitia. Esta mancuerna coincidió en que en los tiempos en que se erigían grandes novelas como catedrales en Latinoamérica, apareció Ibargüengoitia para romper con la solemnidad.
Ortuño evocó su primera lectura de Ibargüengoitia: Estas ruinas que ves, un libro divertido, cuando entraba en la adolescencia. Juan Villoro le preguntó con ironía sobre el impacto que causó una obra como esa en un joven que seguramente apenas iba despertando a las experiencias intrépidas de la vida, como la sexualidad. En este libro, Gloria, una de las habitantes del arquetípico Cuévano, parece estar condenada a la muerte cuando llegue al primer orgasmo, situación que pone en entredicho a quienes la cortejan, pues hacer el amor con esta hermosa joven sería convertirse en su asesino. La premisa se desplaza además entre un retrato extraordinario de la idiosincrasia de los típicos pueblos mexicanos, con un trazo divertido, crítico y satírico de los personajes.
Villoro por su parte contó anécdotas sobre el escritor, como las diferencias que tuvo con escritores, intelectuales e incluso lectores, como aquella en la que alguien le manifestó el poco agrado por una de sus novelas y este, ofendido, le preguntó cuánto había pagado por entrar: “nada”, dijo el lector, “entonces la salida también es gratis, puede marcharse”, respondió el escritor.
Otra de las formas de homenajear a Jorge Ibargüengoitia es a través de las nuevas ediciones de sus libros por Grupo Planeta, en las que han renovado sus portadas con la intención llegar a un número mayor de lectores. Durante muchos años la artista plástica Joy Laville, esposa del escritor, fue quien ilustró sus obras, no obstante, ella aprobó las nuevas antes de su muerte el pasado mes de abril.
Jorge Ibargüengoitia nació el 22 de enero de 1928; fue dramaturgo, narrador y ensayista. Estudió ingeniería pero pronto la dejó para estudiar literatura en la UNAM. Colaboró en revistas como Excélsior, la Revista de la Universidad de México, la Revista Mexicana de Literatura y ¡Siempre! Recibió la beca Guggenheim en 1969 y el premio Casa de las Américas en 1963.
En tiempos donde la realidad mexicana alcanza niveles inverosímiles, nos quedan pocos alicientes para seguir en el camino, entre ellos el humor aunado al compromiso crítico con nuestro país y las acciones correspondientes. Pocos, probablemente nadie como Jorge Ibargüengoitia, fue capaz de hacernos gozar, reír y reflexionar sobre lo que somos social, psicológica y humanamente como mexicanos. Sí, seguramente el autor, aunque no le gustaba el mote, es el humorista literario por antonomasia, pero también uno de nuestros más grandes escritores.
Y como diría Juan Villoro: ¡Que viva Ibargüengoitia!
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