La dama de hierro no conoció el arrepentimiento

La dama de hierro no conoció el arrepentimiento

Así fue la implacable Margaret Thatcher, primera mujer en gobernar el Reino Unido.

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Tomó decisiones que fueron registradas en las primeras planas de periódicos de todo el mundo; sus ideas empezaban en el parlamento pero cobraban vida en las calles agitadas, en los ataques terroristas en su contra; entre las familias que se fragmentaron en el Atlántico Sur. Le agradaba Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan la apreciaba. Augusto Pinochet la admiraba. Margaret Thatcher, la primera mujer que gobernó el Reino Unido (1979-1990), tuvo enorme poder en la segunda mitad del siglo XX, aunque la demencia senil le impidiera recordarlo los últimos años de su vida. Sin embargo, las huellas que dejó en la historia no la niegan.

Una mujer de hierro curaría al “hombre enfermo de Europa”; una mujer de ese hierro que es similar al acero cuando se forja, inflexible, que cede sólo a ciertas temperaturas, en el momento necesario para solidificar una pieza más o realizar un movimiento político bajo los criterios más convenientes, así impliquen muerte, hambre, desempleo o privatización. Una mujer de hierro contra el enfermo y pobre de Europa, que era entonces el Reino Unido.

Margaret Thatcher representó al Partido Conservador, pero éste no representaba a Margaret Roberts. No sólo se trataba de una falda que a ojos de los parlamentaristas aspiraba a la política, era la hija de un tendero de clase media que soñaba con el poder. No era una mujer rica, pero tuvo los suficientes recursos para estudiar en Oxford, fuera de casa, intentando ocupar un escaño entre conservadores. Después de casarse con el empresario Denis Thatcher, la hija del comerciante empezó a templarse en el hierro que ya relucía al sentirse subestimada, Thatcher o Roberts, ella se sabía Margaret.

En el invierno del descontento (1978 –1979) los trabajadores de servicios públicos se fueron a huelga, el Partido Laborista en el gobierno, bajo el liderazgo de James Callaghan, no pudo controlar la efervescencia de las movilizaciones. Por su parte, como líder de la oposición, ella prometió reducir el poder de los sindicatos. El descontento se vio reflejado en las elecciones que llevaron a Margaret Thatcher a gobernar su país y no sólo eso, su mandato fue el más largo del siglo, con una duración de 11 años y medio.

Margaret Thatcher y Ronald Reagan

Margaret Thatcher y Ronald Reagan / Flickr.

Existe una foto del atardecer de la primera victoria, en 1979. Se ve a Margaret Thatcher sonriente, con el brazo derecho en alto, vistiendo saco y falda estrictamente planchados y rodeada de hombres. Su mirada, con una expresión casi noble, contrastaría con la firmeza con la que implementó un férreo régimen de cobro de impuestos para ricos y pobres. Aquella tarde sus ojos expresaban el éxtasis de una campaña exitosa en la que reiteró hasta el cansancio su “capitalismo popular”.

“Nadie, gracias a Dios, es idéntico a otro, por más que los socialistas lo pretendan”, decía la Primera Ministra, que ejercía el poder para solucionar, a su manera, hasta la más mínima imperfección que percibiera.

Su control en Westminster respondía al criterio básico de la impenetrabilidad como estrategia. La táctica era sobrellevar las acusaciones tanto de la oposición como de los críticos internos del Partido Conservador sin mostrar señales de debilidad. Sin embargo, las altas tasas de desempleo, los recortes al gasto público y el colapso industrial fueron algunos de los fantasmas encarnados del tatcherismo, que se pasearon constantemente en las calles del Reino Unido durante su mandato.

Los que apoyaban a Thatcher consideraban que la privatización y el libre mercado eran la transformación que la economía requería. En 1989 privatizó la vivienda social y muchos arrendatarios pudieron comprar las casas de protección oficial, aportando una suma considerable de dinero al erario público, pero dejando sin hogar a los más necesitados.

De sus labios maquillados, pulcramente delineados, salían planes, órdenes y amenazas. “Puede que sea el gallo el que canta, pero es la gallina la que pone los huevos”, fue quizás el lema de su mandato.

Margaret Tatcher

Margaret Tatcher en una visita a Noordwijk / Wikimedia Commons.

La Primera Ministra no conocía de arrepentimientos, repelía las medias tintas de sus colaboradores y su nacionalismo férreo la llevó a desatar una guerra en 1982. El despliegue de tropas que ordenó cruzaría el mar para reclamar lo que a sus ojos le pertenecía a su país, aunque fuera resultado de la imposición. La colonia británica de las Malvinas había sido ocupada por flotas argentinas en un intento de recuperación bajo el mando de Leonardo Frotunato Galtieri, él como Thatcher se valía del ejército, pero carecía de la amistad de Ronald Reagan, quien se refería a ella como «el mejor hombre de Europa».

De las aguas donde se hundía el Belgrano, el 2 de mayo de 1982, salía a flote la la mujer de hierro, que unificó al Reino Unido con ese duro manejo de la política externa. A Margaret Thatcher se le cuestionó su vena bélica, ¿por qué no optar por una desocupación pacífica, desarmada?

“Sé que hundirlo era lo correcto y lo haría de nuevo”, dijo sin titubear y tras la Guerra de las Malvinas las banderas de sus patria ondearon victoriosas. “Sólo alégrense con la noticia y feliciten a nuestras fuerzas y a la Marina”.

Tras la guerra, Thatcher recurrió al whiskey escocés como revitalizador.  Su asistente personal, Cynthia Crawford, lo relató a los medios. La dama de hierro dormía poco y sus tejidos nerviosos recobraban energía a base de inyecciones de vitamina B12. Como quien ve al tiempo como aliado, siguió adelante y un año después Thatcher se reeligió. En 1983 cerró 20 minas de carbón y el despido de cientos de empleados generó revueltas. Ante la crítica de sus detractores ella contestaba con las ideas que la posicionaron en el mando, asegurando que los políticos de tendencia socialista “preferirían que los pobres fueran más pobres, con tal de que los ricos fueran menos ricos».

Margaret Thatcher y Chris van der Klaauw

Margaret Thatcher y Chris van der Klaauw / Wikimedia Commons.

La primera ministra se retiró en 1990, no sin antes haber hecho historia desde varios puntos de vista. «Cuando el bien tiene que ser mantenido y el mal tiene que ser superado, el Reino Unido tomará las armas. Nosotros nunca hemos vacilado frente a las decisiones difíciles», fueron sus palabras de despedida ante la Cámara de los Comunes.

Así terminó el gobierno de la mujer que devolvió la economía de su país a la senda del crecimiento, después de años de estancamiento o retrocesos. Así cerró el mandato de una líder que llevó el PIB per capita del Reino Unido a superar a Francia y Alemania.

Una década después de que Thatcher abandonara el puesto en Downing Street, su hija Carol comenzó a detectar que la baronesa estaba perdiendo su hasta entonces privilegiada memoria. El relato detallado sobre el declive mental de su madre, que Carol Thatcher recogió en un libro, también subrayaba a modo de reivindicación que su madre mantuvo un perfecto estado de salud durante su mandato y que la enfermedad que le atacó al final de su vida sólo había afectado sus recuerdos más recientes, sin haber alterado ninguna de las decisiones que la llevaron a ser la única mujer que hasta entonces dirigió las islas británicas.

Aunque al final de su vida la demencia senil le impidió a Margaret Thatcher contar su propia historia, la historia tiene mucho que decir sobre ella.

Margaret Thatcher y el Consejo Europeo en Maastricht

Margaret Thatcher y el Consejo Europeo en Maastricht / Wikimedia Commons.


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