Un vistazo al impenetrable mundo de Ximena Navarrete, Miss Universo.
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Sentada sobre la cama de alguna habitación de algún hotel de lujo, en el amanecer de alguna capital de un país, Miss Universo busca su lugar en el mundo. Ximena Navarrete tiene que pensar un minuto para ubicarse. Para ella, el espacio y el tiempo se han convertido en algo difuso. La realidad, una agenda que gira alrededor de su figura. La reina de veintitrés años se ha tragado a la niña que cada mañana se afanaba en peinarse con una coleta perfecta. Superó el duelo con el espejo de su casa, y su belleza trascendió primero a Jalisco, luego a México, hasta llegar al mundo. El Olimpo recompensa con fama, dinero, reconocimiento, experiencias únicas; pero la normalidad, «ya no sé qué es un día normal», confiesa dos meses después de entregar la corona, se convierte en algo remoto e inalcanzable.
La galería donde se va a realizar la sesión de fotos está en el piso veintitrés del 730 de la calle 16 de Septiembre, en Guadalajara. Por los cuatro costados se contempla una amplia vista de la ciudad. Es la una de la tarde, y la luz del sol se proyecta con fuerza por los ventanales. Ximena está sentada en un sofá flanqueada por su madre, Gaby. Viste unos jeans y un top negro; lleva el pelo recogido y lentes de sol. Sobre el cuello cuelga un collar de oro del que pende una X. A una cuadra, la pared de un quiosco todavía está presidida por la portada de un periódico local del 24 de agosto de 2010, el día después de su coronación en Las Vegas. La tiara ensalza por primera vez sus 1.74 metros. La boca abierta hasta el paroxismo, la emoción enmarca sus ojos desorbitados. La dualidad la persigue más que en ningún lugar en su amada Guadalajara, la tierra donde nació, donde todavía tiene a sus mejores amigos y donde vive su familia, el principal pilar de su vida. «Mi ideal sería asentarme aquí, pero no sé si me veo en un futuro viviendo en Guadalajara», esboza mientras el maquillista y el estilista traen de vuelta a la reina una vez más. La ciudad funciona ahora más como un recuerdo o una proyección de futuro. Ximena ya no es parte de Guadalajara; Guadalajara es más bien un poco de su propiedad.
Mientras recibe los últimos retoques y el equipo prepara la estancia para ella, Ximena compara la función de una miss con la de un político, «aunque yo creo que más light«. Como los políticos, ella representa a la ciudad y no al revés: su puesto está por encima de la persona. A pesar de ser una veinteañera siempre responde con una cercanía calculada. Es simpática y dispuesta, pero impenetrable. Habla con fluidez de su faceta profesional, aunque generaliza y la prudencia frena sus palabras. Es seria, ríe o reflexiona según la ocasión, e incluso es agradable cuando rechaza profundizar en detalles personales.
—¿Cómo compaginas tu vida sentimental con tu estilo de vida, viajando tanto y sin vivir en un lugar fijo?
—Eso lo mantengo en secreto, privadamente.
—Pero influye…
—Sí, todo influye, pero eso siempre lo he mantenido aparte. Obviamente todo lo que yo hago de mi trabajo me encanta contarlo, pero esto es algo que uno se tiene que guardar. Aunque eres una figura pública eso es sólo para ti. No es fácil tener una relación y estar siempre subiendo y bajando. Hay gente que nos toca vivir en otros lados y viajar mucho.
—¿Pero tienes novio o no?, ¿no me lo vas a decir? Aunque no me digas el nombre…
(En la prensa siempre se le ha relacionado con Pablo Nieto, un tapatío con el que inició, según estos medios, una relación hace más de tres años.)
—Ya te has contestado (risas). Pero bueno, tienes que hacer la lucha…
A Ximena es muy difícil sacarla del camino que ha elegido. Da igual que se despierte a mitad de la noche en la habitación de un hotel desconocido, que no sepa en qué ciudad está, que millones de personas se fijen en ella mientras desfila sobre el escenario o presenta una gala. Da igual, ella trabajará quince horas al día si así se le exige, se levantará para ir al gimnasio a las seis de la mañana y permanecerá impasible cuando entregue la corona y su reinado llegue al fin. Siempre ha sido así.
Sus padres aseguran que la tenacidad y la disciplinada han sido constantes en su vida. Nació sietemesina el 22 de febrero de 1988 a las 9:45, en el hospital de Guadalajara. «A pesar de la falta de tiempo de gestación ya mostró una fuerza innata y se recuperó rápidamente». Encomendada a esa determinación y a Dios —toda la familia le da las gracias continuamente—, ha saltado todos los obstáculos que se le han presentado. «Siempre ha encontrado la manera de conseguir lo que quiere», dicen Carlos Navarrete y Gabriela Rosete.
Cuando era apenas una niña se empeñó en ser escolta en la ceremonia de honores a la bandera, cuenta Gaby entre foto y foto. Por aquel entonces estudiaba en el Instituto de la Vera-Cruz, una escuela muy conservadora de Guadalajara dirigida por las hermanas mercedarias, donde cursó desde el kínder hasta la secundaria. Era muy bien portada y destacaba por su conducta. Pero para ser parte de la escolta, además, había que ser una gran estudiante. Se aplicó hasta que lo logró. Una vez llegado a ese punto no se iba a detener. Quería ser abanderada. También lo consiguió, incluso alcanzó un pequeño hito, el
primer concurso que ganó en su fulgurante carrera. Cada año se realiza una competición en la ciudad entre los colegios privados y las escuelas públicas para elegir la mejor ceremonia. Con Ximena como abanderada, su instituto se impuso; fue la primera vez en la historia de Guadalajara que ganaba un centro de enseñanza sin fondos públicos.
«Ya no sé qué es un día normal», Ximena Navarrete.
Aquella sí era una época normal. De hecho muy normal. La infancia de Ximena parece una sucesión de fotografías en sepia en la que la vida gravitaba en la apacible tranquilidad de una ciudad donde los niños podían jugar en la calle y los vecinos conocían los entresijos de la casa de al lado. Uña y carne con su hermana pequeña, Mariana, compartía todo con ella: recámara, ropa, confidencias. Su grupo de amigos era el de siempre. Los domingos tocaba visitar a los abuelos para la comida familiar. El verano era uno de sus momentos favoritos, cuando se juntaba en la playa de Puerto Vallarta con sus primos.
Coqueta desde entonces, le gustaba elegir su ropa y que la fotografiaran. A los dos años una tía aseguró a su madre que nunca había visto a una niña tan bonita. El típico cumplido se convirtió en acertado presagio. El mundo de la belleza comenzó a llamar a su puerta cuando tenía trece años. Primero lo asimiló como algo complementario, «un hobby«, explica. Con veinte tomó la decisión que la dispararía hasta todos los rincones del planeta y la alejaría para siempre de la rutina hasta convertirse en Miss Universo.
Apenas un mes antes de que se acabe su reinado, Ximena rueda un comercial para L’Oreal, marca de la que es embajadora. Juega con los anillos que pueblan sus manos, parapetada detrás de una cortina negra que la separa de la abrasadora luz de los focos y del bullicio de la nave situada en Huixquilucan, Estado de México. Unas cincuenta personas, entre el director, el estilista, el camarógrafo, el maquillista, la jefa de comunicación social, los representantes de Miss Universo, los representantes de L’Oreal, los asistentes, y los asistentes de los asistentes, pululan en el interior. Todo ese enjambre destinado a que ella esté cómoda y brille ante la cámara.
Ahora es uno de esos momentos en que por un instante deja entrever que sigue siendo una chica de veintitrés años. Sonríe relajada, bromea sobre las candidatas a sucederla con uno de sus múltiples acompañantes y chatea con su celular. Los respiros, sin embargo, son escasos.
Cuando ganó la corona su vida, le dejó de pertenecer. Le decían a qué hora tenía que despertarse y dónde estar en cada momento. Aunque afincada en Nueva York, en un año sólo estuvo dos semanas seguidas en el mismo lugar. Un día tenía que visitar en Panamá un hospital de niños con VIH abandonados, al otro modelar para una revista y al siguiente estar en un evento deportivo o político. Es un trabajo de relaciones públicas internacional. Y siempre tiene que estar perfecta. Incluso cuando en la India, una gastroenteritis la tenía postrada en cama y con fiebre. Su madre le aconsejó que no acudiera al acto. Pero asegura: «No es una opción, no es una opción. Yo tengo la responsabilidad de representar a todos los que trabajan conmigo y a no defraudar a toda la gente que me espera. Imagínate por ejemplo en la India, que son muchísimos».
La grabadora se apaga y se enciende cada pocos minutos. Contesta con el ruido del secador de fondo. El ojo oblicuo recibe unos retoques. Cada vez más personas se acercan a la mesa mientras empieza a rememorar el camino que la ha llevado a esta vorágine. La responsable de prensa toca en el hombro al periodista. El director se pone nervioso. Todos esperan. La entrevista se interrumpe.
«Yo estaba estudiando la prepa y ahí me enfocaba. Hacía trabajo de pasarela, fotos… Ganaba dinero, estaba muy contenta y mis papás siempre que podían venían a verme». Los sucesos en la vida de la Ximena adolescente todavía se desenvolvían con naturalidad. La primera en descubrir su potencial fue su prima, la diseñadora Reina Díaz. La invitó a modelar para catálogos y también le dio la oportunidad, a los quince años, de debutar en la pasarela con modelos profesionales en Guadalajara. Ella nunca había estudiado nada relacionado con ese mundo. Su historia no es la del sueño cumplido, sino la de la perseverancia y la fe en que todo sucederá como tenga que suceder. Con los consejos de sus compañeras de desfile salió airosa y con mucha tranquilidad fue haciéndose camino.
La empezaron a llamar para varios eventos y, cuando cumplió los dieciocho años, Hugo Castellanos, actual coordinador de pasarela de Nuestra Belleza México, la invitó a participar en el concurso estatal. Ella declinó. Los estudios seguían siendo su prioridad. Acabó la preparatoria en el Colegio Cervantes Costa Rica e ingresó en la Universidad del Valle de Atemajac (Univa) para estudiar la licenciatura en Nutrición.
No fue sino hasta 2008 cuando su vida sufrió el primer vuelco. Carla Carrillo, amiga íntima de Ximena y compañera de la preparatoria, se impuso en Jalisco y posteriormente en Nuestra Belleza México. «Cuando ella gana me convencí de que los concursos no eran algo manejado o arreglado. Ella era la mejor y ganó y punto. Fue la que más me animó. Me contó su experiencia. Me aconsejó sobre lo que tenía que hacer. Me dijo: ‘El año que entra te corono yo a ti’. Así fue».
Ximena le devolvió la visita a Hugo Castellanos y se postuló como candidata. «Sentía que tenía que ser ahorita». Le comunicó su decisión a la coordinadora de la carrera. Le iban a guardar el lugar, pero perdería el semestre. Arriesgó y arrasó. En julio de 2009 se alzó con el título de Nuestra Belleza Jalisco, y un mes después se marchó a Mérida, Yucatán, para participar en el certamen nacional. Se convirtió en la más guapa de México. La vida de Ximena había entrado en órbita.
Se mudó al Distrito Federal y convivió durante un año con Anabel Solís, candidata a Miss Mundo, una «casi hermana» que fue fundamental para que Ximena sobrellevara la añoranza de la familia y su ciudad en medio del trepidante ritmo de vida de la capital. Reconoce: «Me la ponían fácil». Departamento y chofer incluidos, su tarea consistía en acudir a eventos y prepararse para el certamen de Miss Universo. Se despertaba, y a las seis o siete de la mañana completaba su rutina en el gimnasio. Clases de expresión verbal y corporal, de historia y cultura general. Diseño de imagen, automaquillaje, inglés… Así hasta las nueve de la noche. Lo más parecido a un centro de alto rendimiento deportivo.
El entrenamiento de Ximena estaba a cargo de María Guadalupe (Lupita) Jones, la única mexicana que, hasta Ximena, había conseguido la corona universal. Fue en 1991. Tres años después, la mexicalense tomó las riendas de la organización del certamen nacional y se convirtió en una especie de generala de la belleza que puso a México en el mapa internacional. A sus cuarenta y tres años, Lupita sigue teniendo un espíritu de hierro. Es la primera en levantarse para cumplir su rutina de ejercicios y la última en descansar si no ve que todo está atado y bien atado. Su carácter inflexible ha creado polémica en algunas ocasiones, como cuando este año decidió retirarle la corona a la aspirante a Miss Mundo Cynthia de la Vega, alegando falta de disciplina y de entrega por parte de su pupila.
Con Ximena, sin embargo, la química surgió desde el principio. «Es una chava muy centrada. Muy enfocada. Con un estilo muy de ella, lo cual no trato de tocar nunca. Y con mucha seguridad, nunca se agobió. Se lo tomó muy en serio y lo disfrutó en el momento. Y eso se notaba. La veías en el escenario y disfrutabas con ella. Sabía dónde estaba y lo que tenía que hacer», dice Lupita.
El espejo de Lupita le sirvió a Ximena para fomentar su innata capacidad de sacrificio y trabajo. Se machacó en el gimnasio, el único punto débil que arrastraba por entonces. «Es pesado pero aprendes mucho», asegura la tapatía. Al final, pocas semanas antes del evento de Miss Universo en Las Vegas, recibió un consejo básico. El mismo que recibiría un Lionel Messi antes de empezar un partido o un Michael Jordan cuando saltaba a la cancha: «Disfruta».
Ximena asegura que lo hizo, pero de una forma casi inconsciente, natural. Cuando su antecesora, la venezolana Stefanía Fernández, colocó la corona sobre su cabeza, su mente estaba en blanco. Demasiadas emociones concentradas para reflexionar. El balance, sin embargo, ha sido que sí, que disfrutó como nunca durante su reinado. De hecho, sorprende que apenas hay nostalgia cuando se acerca el final. «Es como todo en la vida, también te da un poco de tristeza porque acabas un ciclo, pero también empiezas a hacer nuevas cosas».
Las misses son como la vajilla de plata que se guarda en la vitrina del salón. Es lo más bonito de la casa, todo el mundo la ve, pero sólo se pone a mano en los eventos a la altura. En el hotel Hilton São Paulo Morumbi, Ximena vive sus últimos días como reina universal de la belleza rodeada de toda la cubertería. Durante dos semanas, las misses de ochenta y nueve países han salpicado la ciudad brasileña con su glamour y alegría. Divididas en grupos, han tomado clases de samba, han acudido a las carreras de caballos en el hipódromo y, cómo no, en el país de la verdeamarela, en la ciudad donde radica el Museo del Futbol, han jugado un simulacro de partido. Ximena ha acudido a todo, se ha tomado la foto, y al siguiente. Ha atendido entrevistas a la televisión nacional y ha estrechado la mano de algún gobernante.
Los momentos finales no dejan resquicio para reflexionar sobre la experiencia que se acaba. «Dormía dos o tres horas. No hubo momento para sentarme a platicar cómo me sentía», contará más tarde durante la sesión de fotos en Guadalajara. Era el sprint final y Ximena rendía los últimos tributos a su corona. Entre acto y acto se convierte en una especie de guía para las aspirantes. Le preguntan qué hizo ella para ganar, le piden consejo sobre cómo actuar sobre el escenario… sobre todo Karin Ontiveros, la candidata mexicana de este año.
Hoy empieza la competición. Es jueves 8 de septiembre, y por la noche se celebrará la ronda preliminar para elegir a las quince semifinalistas. A las siete de la mañana, en la tercera planta del Hilton, una fila de vestidos de gala y sonrisas relucientes espera a responder las preguntas de la marabunta de periodistas. En las salas seis y siete se amontonan cámaras y photocalls. El desfile mediático comienza. Los responsables de prensa de la organización merodean como mosquitos dando instrucciones: «sólo una pregunta», «veinte segundos». Miss Brasil, la más solicitada, muestra sus tatuajes y enarbola la bandera de su país una decena de veces. Alguien se desespera. «Lleva cuarenta minutos. Ya hay que sacarla». La exposición debe ser justa y repartida. La sesión transcurre entre saludos y besos a los países de las respectivas televisoras, mensajes sobre energía positiva y respuestas como monumentos al lugar común.
Es momento también de repasar las polémicas de estas semanas con las protagonistas. El cuchicheo se generaliza cuando entra Miss Colombia. En un acto anterior una difusa ¿e indecorosa? foto la muestra emulando a Sharon Stone en Bajos instintos, y deja entrever sus partes íntimas. Ella, siempre con una sonrisa, asegura que llevaba calzones. Los periodistas, ávidos un momento antes, compadrean. El otro foco de atención, que también pasa de puntillas, es Miss Kosovo. Primero porque esta rubia imponente es una estrella de pop en su país, y segundo porque es una de las favoritas de esas quinielas que tienen tanto porcentaje de éxito como la lotería. Afërdita Dreshaj, que así se llama, además tuvo la osadía de subir una foto a Facebook en la que aparecía con su «amiga» Miss Serbia. Por una vez, de ambos lados les llamaron de todo menos bonitas.
El vértigo impide que las ochenta y nueve candidatas se luzcan. Algunas quedan en un momentáneo ostracismo. Ximena por una vez descansa, a la espera de copresentar la gala de la noche que se celebrará en el Credicard Hall, un coqueto recinto con capacidad para tres mil quinientas personas.
En la primera fase del concurso es en la que se ve el universo de Miss Universo de forma más auténtica, despojado de los adornos para su proyección internacional. Mientras las misses ensayan, la explanada del recinto se puebla de incondicionales, de verdaderos fans como Julio César Romero, que encabeza la fila para entrar. Este estilista venezolano afincado en São Paulo acude a su cuarto certamen. Aprovechando que en esta ocasión se celebra en su ciudad, se desplazó al aeropuerto a las cuatro de la mañana para recibir a la candidata de su país. Muestra las fotos y cuenta que desafortunadamente, nunca ha visto ganar a una venezolana, a pesar de los dos entorchados que la siempre favorita Venezuela (seis títulos, sólo por detrás de los siete de Estados Unidos) se ha llevado en los últimos años.
El ambiente se mueve entre la sofisticación y el exceso. «It’s a gay thing«, comenta un camarógrafo francés que hace su primera incursión en el mundo de la belleza. Completan el cuadro aspirantes a modelos que reparten su tarjeta y clones de Ivana Trump, la ex esposa del magnate estadounidense Donald Trump, el hombre que compró los derechos de Miss Universo hace quince años y transformó el evento en una máquina de hacer dinero.
Ya en el interior, las aficiones ondean las banderas de su país, como si de porras de futbol se tratase. Venezuela, Panamá y Filipinas son las más ruidosas. El estruendo se hace mayor cuando empieza a sonar la samba «Mais que nada», el escenario se tiñe de verde y amarillo y las participantes aparecen en traje de noche. Ximena sale a presentar la gala para el primer desfile. Luce un vestido dorado y el pelo chino. Una de sus aspiraciones es conducir programas de televisión. Lo hace con la naturalidad acostumbrada y con un inglés fluido. Las participantes muestran sus aptitudes sobre el escenario. Las hay que lo hacen con inusitada gracia, también se producen los pequeños tropezones inherentes a los tacones de vértigo y los vestidos con colas imposibles. A cada una de ellas le corresponde un gracioso comentario sobre los detalles de su vida. «Tiene un máster, la escuela es supercool«. «No tiene mascotas porque su departamento es muy pequeño».
La secuencia se repite con el siempre esperado pase en traje de baño. El jurado tiene que decidir en apenas unos minutos, algo que siempre ha sombreado de polémica estos concursos. «Es que, ¿quién es experto en belleza? Tráete un experto de África y va a considerar los rasgos que él considera bellos. La belleza está en quien la ve, no en quien la porta. A mí me da risa. Un estilista, un cirujano… ¿Quién es experto? Tienen modelos, editores de revista, productores de cine y TV. Esto es importante, gente que está acostumbrada a ver a gente en la pantalla, la proyección. Artistas, cantantes, gente de escenario…. Necesito una mujer bella en 3D, que te brinque del grupo. Que capte la chispa», defiende Lupita Jones, que estos días acompaña a Karin Ontiveros para finiquitar los detalles finales.
Los expertos se reafirman en sus apuestas. Suenan China, Kosovo, Venezuela, Colombia… La suerte está echada hasta la final.
Llega el lunes 13 de septiembre, último día de Ximena como Miss Universo. En unas horas se producirá el segundo gran vuelco de su vida, el momento en el que se la regresen. Cuenta Lupita Jones que ella se puso a llorar una y otra vez en su mensaje de despedida, y que cuando dejó la corona la invadió una sensación de vértigo porque tenía que decidir donde antes decidían otros. La siempre reflexiva Ximena, sin embargo, lo vivió con pasmosa tranquilidad. «No hubo un momento en el que no pudiera controlar mis emociones, en el que me pusiera a llorar».
Como un guiño a sus dos mundos, el terrenal y el universal, aparece en la alfombra roja acompañada, por un lado, por su agente de Miss Universo, Esther Swan, y por el otro por su omnipresente madre. Los flashes son todos para ella y se produce algún que otro empujón entre los periodistas. Relajada, comenta que siente emociones contradictorias, entre la lástima por dejar de ser la reina y la alegría por recuperar un poco de Ximena.
La gala, esta vez sí, se pone en marcha con toda la parafernalia para su retransmisión mundial. Los invitados al evento suben el nivel. Estrellas locales, gente importante del mundo de la moda. «I love show, I love drama«, comenta uno de los presentadores. Ése es el concepto.
Se produce la primera selección. Casi todas las favoritas están entre las quince elegidas. México queda fuera. Mientras las candidatas desfilan una y otra vez y bailan al ritmo de las actuaciones musicales, Ximena espera en su camerino a darse el último baño de multitudes como reina de la belleza. Son momentos emotivos en el que muchos con los que ha convivido durante el último año, que se han convertido en una especie de segunda familia, se despiden de ella. La abrazan y le agradecen que les haya dado un pedacito de su vida.
Sobre el escenario Miss Angola y Miss Ucrania se dan la mano. Quedan segundos para el traspaso de poderes. La ganadora es… ¡Miss Angola! Ximena posa la corona sobre la cabeza de la nueva reina. Leila Lopes ya no es Leila Lopes. Ximena tampoco es Ximena: «Sé que no puedo recuperar mi vida de antes».
La sexagésima Miss Universo de la historia irradia alegría en la rueda de prensa. Brilla su vestido plateado, brilla la corona y brilla ella. Las críticas, sin embargo, sólo tardan unas horas en aparecer. El rumor anónimo tacha de fraudulenta su victoria, asegurando que el triunfo estuvo arreglado por un organizador del concurso, un tal Charles Mukano. Ximena también tuvo que pasar por un proceso similar. Algunas de las primeras preguntas que respondió después de ser coronada fueron acusaciones sobre que había ganado sólo porque era el bicentenario de la Independencia de México. «Siempre que gana alguien dicen que ganó por esto o ganó por esto. A mí me parece perfecto que haya ganado una mujer de Angola. Primero porque Angola nunca había ganado. Segundo porque es una mujer de color. Obviamente, además, la niña se le veía en el escenario y brillaba. Todo el mundo lo dice. Todo era muy natural en ella, su manera de moverse, su sonrisa».
Camino del hotel, preocupaciones como ésta ya no son de la incumbencia de Ximena. Ya es un poco más terrenal. Por primera vez desde hace mucho tiempo se acuesta en la cama y cae rendida en un sueño profundo.
El plan original era desconectar un tiempo, dejar la corona y perderse. Las cosas han sido diferentes. La luz empieza a caer sobre Guadalajara, y Ximena modela para las últimas fotos de la sesión. Sobre la mesa de la galería, unas ensaladas responden al hambre que ha manifestado. Son más de las cinco de la tarde y no ha comido. Tampoco tendrá tiempo ahora. Después de la cita con Gatopardo tiene otro evento. El fin de semana también toca trabajar. Acudirá a la clausura de los Juegos Parapanamericanos que se celebran en estos días en su ciudad.
Todavía no le ha dado tiempo para hacer la mudanza de su departamento en Nueva York. «El cambio ha sido brusco porque ya no veía a la gente que veía antes. El ritmo es un poco menos acelerado, pero está bien, es bastante trabajo».
Las Vegas, Nueva York, Guadalajara… El abismo después de Miss Universo no ha sido tal. Ximena está a la espera de unas vacaciones que se tomará a finales de este mes de diciembre, pero ha decidido aprovechar la ola de su reinado. De momento ya ha firmado un contrato con Trump Model Management, la agencia de modelos del magnate estadounidense, y está preparando un programa sobre turismo en México para el canal Glitz, que saldrá al aire en 2012. También han surgido varias noticias sobre su posible salto a la actuación en alguna telenovela de Televisa, televisora que tiene los derechos de Nuestra Belleza México.
Aunque rodeada de un equipo de trabajo, ahora es el momento de construir el futuro por cuenta propia. A una ex Miss Universo, explica Lupita Jones, la única mexicana que puede hablar desde la experiencia, se le van a presentar toda clase de ofertas. «Es difícil distinguir quién va con un interés sincero o económico. Si percibes que alguien está contigo por un interés económico, lo que tienes que pensar es: ‘¿Yo qué voy a ganar?'». Internet, las redes sociales y la difusión masiva del evento por televisión han multiplicado las ventanas de negocio con respecto a la época de Lupita. «Yo confío en la inteligencia de Ximena. Es muy prudente, muy consciente. No se deja encandilar por cualquier cosa. Además tiene el amor de su familia».