Henrietta Rose-Innes retrata a Sudáfrica
Henrietta Rose-Innes es una de las plumas más prolíficas de Sudáfrica. Hace un retrato a modo de fábula de los proyectos fallidos en su país.
Leer a Henrietta Rose-Innes es como si a uno lo acompañara un sentimiento de angustia. Como uno de esos sueños en los que un enjambre de insectos brota de la boca y no hay manera de detenerlo. Será porque en Nínive (Almadía, 2015), novela de la escritora sudafricana originaria de Ciudad del Cabo, unos insectos misteriosos se apoderan poco a poco, sin que nadie lo note, de un complejo de departamentos que sólo los ricos pueden soñar con habitar. Estos insectos extraños, parecidos a un escarabajo verde esmeralda pero con más patas, serán invisibles hasta que llega a encargarse del problema Katya Grubbs, una experta en plagas —o mejor dicho, en “reubicación de plagas”—. Y cuando parece que la razón le juega una mala pasada, estos bichos dejarán al descubierto que el proyecto inmobiliario —cuyo nombre es Nínive, que toma de la ciudad asiria de la antigüedad— está construido bajo cimientos poco claros, unos humedales.
“Quería que Nínive representara un complejo ecosistema urbano”, afirma en entrevista para Gatopardo la autora, ganadora del Caine Prize en 2008 para el mejor cuento en inglés —Poison— escrito por una autora africana. “Sus diferentes actores, humanos y no humanos, están buscando formas de vivir juntos en una ciudad cambiante. Creo que refleja la vida en muchas partes del mundo, especialmente en tiempos de agitación económica y política, y rápida urbanización. Pero cada ciudad tiene su propio mundo. Más que apuntar el boceto de una ‘sociedad sudafricana’, Nínive intenta evocar un sentimiento intenso de pertenencia, una visión muy particular y personal de Ciudad del Cabo”, concluye.
La novela parece, en momentos, una narración de H.P. Lovecraft. Aquí sucede lo mismo que el autor de La llamada de Cthulhu escribió al comienzo de La casa maldita: “Incluso en el mayor de los horrores rara vez se encuentra ausente la ironía”. Y es que en Nínive el humor negro juega una suerte de válvula de escape para la tensión en la que viven los personajes. Esta historia no se desarrolla en un espacio aislado, ajeno a la realidad: “Por supuesto, hay puntos de inflexión específicamente sudafricanos. Debido a la herencia del apartheid, la nuestra es una sociedad fracturada. Hay muchas comunidades e identidades, con muy diferentes, desiguales y contradictorias experiencias”.
“Intento evitar la simple dicotomía del hombre contra la naturaleza. La distinción entre lo natural y lo humano es artificial. Somos partes interdependientes de un sistema complejo”, advierte la autora de Shark’s Egg. “El deterioro, en la novela, no es malo. Es parte del ascenso y la caída de cualquier ciudad, de cualquier sistema natural. Si el libro tiene un mensaje es que debemos reconocer y hasta aceptar estos ciclos de cambio: no hay por qué temerles”.
A diferencia de lo que ha ocurrido en países como España, donde una vez que se “desinfló”, la burbuja inmobiliaria trajo consigo el quebranto de miles de historias patrimoniales y personales, con desahucios y suicidios, en Ciudad del Cabo, explica Henrietta Rose-Innes, todavía no se presenta un colapso. “Se han construido muchos complejos cercados, con frecuencia tan insípidos y tan poco auténticos como los excesos babilónicos de Nínive, y algunas veces interfieren en los ecosistemas naturales, como sucede en la novela”, comenta la escritora, cuyo relato “Promenade” fue incluido en la antología de la revista Granta de cuento africano en 2011.
Nínive narra también otro deterioro: el de la relaciones familiares de Katya, la protagonista, que parece sólo poder establecer lazos saludables con su sobrino Toby, hijo de su única hermana Alma, a quien contrata para trabajar con ella. Ambas mujeres fueron abandonadas por su madre cuando aún eran niñas, quedando bajo la tutela de su padre Len, de quien Katya hereda la vocación por librar de plagas a las “inmaculadas” casas y oficinas. Aunque hay una diferencia sustancial entre el trabajo del padre y la hija: mientras aquel extermina las plagas, ella las reubica. Esto es, las saca del lugar en el que están provocando problemas y las lleva a un hábitat natural, lejos de los quisquillosos seres humanos.
Otro personaje que mantiene a Katya al borde de la cordura, y que ejerce una fuerte atracción sexual sobre ella, es el señor Brand, el desarrollador inmobiliario que la contrata y que ha invertido una fortuna en Nínive y no puede empezar a recuperarla hasta que no se extermine a la plaga que ahí habita. “El señor Brand tiene que ver con una larga historia de estafadores que han llegado a Ciudad del Cabo a hacer dinero fácil, alentando la corrupción y dejando atrás proyectos fallidos.”
Como en las grandes novelas clásicas al estilo de las de Emily Brontë, cuando todo se está desmoronando en la vida de los personajes, también su entorno natural se descontrola. Una imagen clave de Nínive es la del señor Brand hundiéndose hasta la cintura en los cimientos de su pretencioso complejo habitacional de lujo, construido encima de un humedal. Así, es como Henrietta Rose-Innes hace su retrato de Sudáfrica y sus proyectos fallidos.
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