Tiempo de lectura: 4 minutosNarrar un continente
Entre el siete y el 10 de septiembre se llevará a cabo una nueva versión del Hay Festival en México, por segunda vez en la ciudad de Querétaro. A comienzos de año, el festival presentó la lista Bogotá39-2017, una selección de autores menores de 40 años. Para celebrar estos dos eventos les pedimos a algunos de los escritores seleccionados que nos enviaran una muestra de su trabajo de no ficción. Los fragmentos que publicamos en este especial son cinco maneras diferentes de aproximarse a un continente y una mirada novedosa a la realidad latinoamericana.
Más información sobre el Hay Festival Querétaro 2017 y Bogotá39-2017 en hayfestival.org
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El pitcher negro de las medias blancas
La señora Luz María espera unos paquetes del norte. Su hermano Humberto, un negro fuerte, calvo, de grandes bigotes y ojos de carnero herido, sale hasta el parqueo a buscar no sé qué en su Hyundai gris. Ambos esperan los bultos sellados, las ropas, la batidora o el DVD que algún mensajero les entregará en pocos minutos.
La terminal 2 del Aeropuerto José Martí, en La Habana, es fea, con gente hacinada, asientos incómodos y poco espacio para transitar. Por ahí entran y salen los cubanos que van o regresan de Miami. Si uno recorre las otras terminales, no podrá dejar de pensar que la 2, pacata y estrecha, implica una venganza tácita por parte del gobierno.
Los altavoces anuncian el arribo del vuelo. Luz María espera. Humberto fuma tranquilo, recostado en el maletero del jeep, mirando las paredes azules y amarillas de la entrada. Siempre viene aquí, y siempre a recibir paquetes. Desde hace diez años no ha visto al segundo de sus hermanos más que en fotos y videos y no ha oído su voz más que por teléfono.
Pero ahora un adolescente —quince años a lo sumo— le dice a su padre que se detenga. El padre no le hace caso y el adolescente, malhumorado, le explica que en el vuelo que arribó viene Contreras. Humberto palidece. Escucha, pero le parece que lo que escucha se demora en llegar. Luego Humberto llora, se pone a correr. Y cuando le comenta a Luz María, ella también llora, también corre.
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—¿Quién? —dice el padre, asombrado.
—Contreras, el pitcher —dice el adolescente—. Yankees de Nueva York.
Es 19 de enero de 2013. Hace cinco días el gobierno de Raúl Castro puso en vigencia una nueva ley migratoria que permite, entre otras libertades, la entrada al país de los deportistas de alto rendimiento siempre y cuando se hayan cumplido mínimo ocho años desde su salida.
Todo atleta cubano que emigró después de 1959, y que hizo o intentó hacer carrera profesional en alguna liga o campeonato foráneo, había visto negada la posibilidad de retornar a su país. Cualquier ídolo deportivo que los aficionados hubiéramos tenido, después de 1959, y que más tarde hubiese decidido emigrar, nos había sido absolutamente vedado, y en cierta forma lo sigue siendo. Aunque ahora pueden regresar, no sabemos nada de sus desempeños: cero estadísticas, récords, fiascos o hazañas. Y lo poco
que sabemos nos llega de contrabando.
Contreras es, de cientos, el primero que regresa, y la gente en el aeropuerto se le echa encima.
* * *
Como a tantos otros, lo descubrieron de casualidad.
—Era un juego cualquiera de un día cualquiera de 1990 —dice Jesús Guerra, el hombre que lo divisó—. Jugaba tercera base por Las Martinas, en un torneo de cooperativas.
Guerra fue también uno de los grandes pitchers de las Series Nacionales. Pero ha sido, además, un destacado profesor, un persistente cazatalentos. Rescató a Pedro Luis Lazo cuando decían que éste no servía para el béisbol porque lanzaba flojo; y luego, en Santiago de Cuba, salvó a Norge Luis Vera después de que algún sesudo decidiera prescindir de sus lanzamientos. A Jesús Guerra le debemos los tres serpentineros más ilustres de la pelota cubana en los últimos veinticinco años. No sólo haberlos encontrado, sino formarlos, entrenarlos, volverlos inteligentes en el montículo. Y eso no es poca cosa. Los tres mejores pitchers en Cuba equivale a decir los tres mejores futbolistas en Argentina, o los tres mejores alpinistas en Nepal. Pocas artes alcanzan en la isla un grado de maestría como el de lanzar bolas hacia el home.
—¿Y en Contreras, qué le llamó la atención?
—Su brazo, por supuesto.
—¿Cómo se percató?
—En la última entrada dan un rolling. Contreras pifia, la bola le queda a un metro de distancia, y así, semiarrodillado, tira a primera y saca. Yo me digo: “Coño, pero qué fuerza tiene en el brazo ese muchacho”. Entonces bajo al terreno y pregunto por él.
—¿Y qué conversaron?
—Le propuse que se fuera para la academia. En aquel entonces, yo era director de la Escuela Provincial de Pitcheo, en Pinar del Río.
—A mí no me gusta pitchear —dijo Contreras—. Me gusta la tercera.
—En tercera —dijo Guerra— tienes un hombre que va a durar quince años, o el tiempo que le dé la gana, y a mí me parece que por la fuerza de tu brazo, un día puedes llegar a la élite del béisbol en Cuba.
Carlos Manuel Álvarez (Cuba, 1989). En 2013 obtuvo el Premio Calendario con el libro de relatos La tarde de los sucesos definitivos. En 2015 recibió el Premio Iberoamericano de Crónica Nuevas Plumas. En 2016, fundó El Estornudo, revista cubana independiente de periodismo narrativo. Éste es un fragmento de la crónica “El pitcher negro de las medias blancas” publicado en el libro La tribu (Sexto Piso, 2017).