Nuevo año en La Habana. Carta desde el último rincón retro de Occidente.

Nuevo año en La Habana

Durante los últimos días de 2014, los presidentes de Cuba y Estados Unidos anunciaron el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas. Con ello desapareció el último affaire de la Guerra Fría. Estados Unidos y Cuba reiniciaron conversaciones entre el temor y la euforia de los cubanos.

Tiempo de lectura: 19 minutos

UNO
Estamos en La Habana, principios de enero, año 15, y lo primero que hay que decir es que la posible muerte de Fidel Castro —una vez más— lo inunda todo. Lo segundo que habría que decir —o recordar— es que hace menos de un mes los presidentes de Cuba y Estados Unidos anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, y que incluso un suceso como ese, el más importante de la historia nacional en el último medio siglo, se ha visto desplazado o desvirtuado ante la posible muerte —una vez más— de Fidel Castro. Lo tercero que habría que recordar —o decir— es esa especie de pregunta implícita que nos estamos haciendo los cubanos, mientras abrimos los ojos y la boca y ensayamos el gesto mitad pavor mitad incredulidad tan propio de los peatones cuando quedan atrapados justo en medio de la avenida, entre dos fuegos contrarios. La pregunta —retórica— es esta: ¿pero qué carajo le pasa al país? ¿Décadas sin que suceda nada y ahora quiere apretujar todo en un mes? Y lo cuarto es que si alguien tomase una foto de la ciudad o reseñara la rutina del cubano común y corriente, y comparara esa rutina —sus esperanzas, sus miserias, sus premuras, sus quejas, sus conversaciones— con la rutina de hace seis meses, o de hace ocho años, y dijera que en Cuba no está pasando nada, ese alguien definitivamente tendría razón. En Cuba —Habana, inicios del año 15— no está pasando nada que no haya pasado ya. O está pasando lo mismo, pero distinto.

Cuba-Estados Unidos, La Habana

DOS
Bajo a pie por Belascoaín, una de las avenidas que desemboca en Malecón. El editor me ha pedido un texto sobre cómo Cuba vive el momento actual, su nuevo estatus respecto de Estados Unidos, y voy, con el posible texto en la cabeza, prestándole atención a sitios por los que generalmente solía pasar de largo. No hay, hasta ahora, ninguna evidencia física de que la coyuntura política haya incidido en la geografía o en la arquitectura de la ciudad.

La administración Obama ya autorizó un aumento de las remesas anuales —de 2 mil a 8 mil dólares— que los cubanos-americanos pueden enviar a la Isla. Eliminó, además, la licencia específica que requerían los expedidores de estas remesas. Autorizó la expansión de ventas y exportaciones comerciales de ciertos bienes y servicios desde los Estados Unidos, intentando —empoderar al naciente sector privado cubano—. Y anunció la inminente flexibilización en el permiso de viajes, así como la posibilidad de que personas residentes en Estados Unidos importen bienes adicionales de Cuba.

A Centro Habana, sin embargo, todavía le persiste el mismo ruido como una cortina de fondo: mezcla de voces inconexas, cláxones de viejos carros americanos, el ronroneo de los ómnibus estatales, escupitajos de tubos de escape, el susurro que producen los viandantes al pasar, ese hormigueo agitado. En fin: una suma de gestos y sonidos que no significan nada pero que, en manos del poeta indicado, podrían quedar inmortalizados como el alma de la ciudad.

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