El hada y el explosivo
En medio de un momento político en el que está participando, Natalia
Lafourcade presenta Mujer divina. Homenaje a Agustín Lara, un disco de
versiones del compositor veracruzano que, como su activismo, viene de
una reconciliación con México.
Esta historia comienza con la explosión de una granada. Así son ya nuestras biografías, nuestras narraciones: todas encuentran conexión con la lluvia de plomo que a diario riega las banquetas.
El 15 de septiembre de 2008, frente al Palacio de Gobierno de Morelia, Michoacán, a las 23:10 horas, poco después de que el gobernador del estado, Leonel Godoy, efectuara los protocolos correspondientes al Grito de Independencia, ocurrieron los dos estallidos. Dieciocho mil asistentes, de acuerdo con el reporte del diario mexicano La Jornada, ocho decesos y ciento treinta y dos heridos. Once días más tarde, la Procuraduría General de la República presentó a tres sujetos, quienes, según información del periódico Excélsior, confesaron ser parte de la agrupación delictiva los Zetas y haber realizado el ataque.
¿Cómo sería la celebración futura?, ¿qué horror se aparecería en la plaza durante el baile del Bicentenario dos años más tarde?
Se quedó acampando la psicosis en todo el país, reloj en mano.
No fue raro leer, en la víspera del festejo, columnas que hablaban de la «noche más peligrosa de la que se tenga registro en décadas».
Después de que se anunciaran los conciertos, el desfile, las pantallas con grandes sistemas de audio que aguardarían a los caminantes sobre el Paseo de la Reforma en la fiesta central, la del DF, se transmitieron anuncios radiofónicos en los que se invitaba a la población a realizar la actividad favorita del sistema: permanecer en casa y mirar los acontecimientos por televisión.
El verano dejaba una de sus últimas penumbras sobre el Bosque de Chapultepec. Dos años habían transcurrido desde la pesadilla michoacana y allí seguía la angustia tomándonos el pulso. Las calles estaban cerradas a la circulación vehicular desde la salida de metro Auditorio; más adelante, a la altura de Lieja, el sendero común para quienes visitan la vialidad los domingos por la mañana para el paseo ciclista, se transformó en una kilométrica arena de conciertos cuando el desfile dejó por allí sus colores.
CONTINUAR LEYENDOLos mariachis estaban en el Zócalo desde las seis de la tarde y el cantante de música popular Espinoza Paz y la diva del folclor Lila Downs, listos para su actuación de más tarde, en el monumento a Cuauhtémoc. Los vendedores de esquites movieron sus carritos sobre la acera, entre bancas de acero y piedra, con los polvos de chile de dos intensidades distintas y los limones partidos dispuestos junto al paquete de servilletas. Mientras estaban allí sin órdenes pendientes, echaban la mirada sobre la actuación remota que llegaba hasta sus retinas por medio del destello. Con todo y las luces, los puestos de banderas y los gritos de los niños, el cuerpo colectivo andaba tenso, el fantasma de los dos años previos y la incertidumbre salieron junto con el suéter y los binoculares. La tropa regiomontana de música electrónica, Kinky, presentó su número en la glorieta del Caballito. Después del Grito, en el mismo escenario, apareció el ska mestizo de la Maldita Vecindad y los pastiches de ritmos populares y modernos del Instituto Mexicano del Sonido. El celular en la mano permitía conocer la situación en cada una de las paradas del recorrido, leer en Twitter si estaban todos bien y si el saldo seguía siendo blanco.
A las 20 horas, según el programa oficial de actividades, quedó inaugurado el escenario del Ángel de la Independencia. Se abrió la tarima como fruta de sonido, rebotaron contra el asfalto los aplausos. Al frente de la Orquesta Filarmónica de las Américas, la directora mexicana Alondra de la Parra presentó una selección del cancionero popular: «Farolito», «Cielito lindo», «Solamente una vez», «La Sandunga». Eligió tres voces para que la acompañaran entre las cuerdas, las pantallas, la multitud y los tubos de luz azul: Ely Guerra, conocida por álbumes de pop rock como Lotofire y Hombre invisible; Denise Gutiérrez, joven delantera del conjunto capitalino Hello Seahorse!, y Natalia Lafourcade, que entonces tenía veintiséis años, cuatro álbumes y un lugar en la escena del rock mexicano.
Un par de tacones detenía su vestido color perla aquella noche. El labial rojo dirigía su gratitud al respetable, cálido recibimiento de por medio. La decoración textil sobre los hombros era algo voluminosa para el tamaño de su cuello. «Hay que llenar este país de mucho amor», dijo en su arenga, el micrófono firme en el puño, sin las vacilaciones del intérprete novato. Tomó su lugar frente a los monitores y arrojó su alma a la noche montada en una letra de Agustín Lara.
«Fue un parteaguas para mí, mi carrera. No esperaba la recepción que tuvimos». Me lo dice con una caja de sushi sobre la mesa, una pausa durante la sesión fotográfica le permite dar algunos bocados y responder una parte de la entrevista. «Mucha crítica también por todo lo que estaba generando: el gasto y así».
Sujeta los palitos de sushi mientras rememora aquel concierto, cuyo éxito obligó a una réplica en el Auditorio Nacional capitalino: «Me impactó de una manera positiva, creo que es uno de los días más felices de mi vida. La emoción de estar con Alondra y una orquesta. Se siente muy cabrón, porque tu cuerpo retumba por todos lados, y además cantar canciones mexicanas, las que te conoces desde niña. Alondra es superestricta, pero en el buen sentido. Fue desmenuzar letra por letra, canción por canción, ¿por qué voy a cantar esta canción, cómo la voy a interpretar? Es muy diferente cuando cantas tus canciones, de repente interpretar una canción que escoges porque te gusta o te marcó en la vida, ese peso emocional lo tomó el concierto.
«Salir y ver tanta gente, la energía era una cosa impresionante, era la energía de México, los mexicanos ahí parados por horas y todos cantando fuertísimo las canciones. ‘Cielito lindo’ es un cliché para muchos, pero en el momento realmente entendí la canción, lo que dice. Eso, más la adrenalina de qué va a suceder con este día, con esta noche, qué va a pasar. Ese día aprendí lo importante que es cómo le cantas a tu país, suena acá de ‘soy muy mexicana’, pero te lo juro que sí, ese día me vinculé con México muy fuerte. Me reconcilié con México».
Le pregunto si su nuevo álbum es una consecuencia de aquella noche en el Ángel. Asiente casi emocionada: «Antes de esa presentación yo sabía que quería hacer un disco de versiones. Sabía que quería rendirle un homenaje a alguien. Violeta Parra era una de mis posibilidades. Pero después de ese día supe que tenía que ser mexicano y que tenía que ser Agustín Lara».
El título de la grabación es Mujer divina. Homenaje a Agustín Lara. De acuerdo con los datos disponibles durante la redacción del presente texto, se trata de una docena de canciones con las que la cantante va de mancuerna en mancuerna por el catálogo del veracruzano. Sus cómplices son Adrián Dárgelos, delantero del conjunto argentino Babasónicos; León Lárregui, voz de Zoé; el argentino-estadounidense Kevin Johansen; el legendario creador brasileño Gilberto Gil; los astros pop Miguel Bosé y Jorge Drexler; Vicentico, de Los Fabulosos Cadillacs, y Emmanuel del Real, compositor e integrante de los «cuatro fantásticos» mexicanos, Café Tacvba, con quien Natalia ya ha trabajado antes en el diseño y desarrollo de canciones. Todos son varones, todos pertenecientes a generaciones distintas, y con el respeto a la directora del proyecto como denominador común. «A todos les tengo una admiración abismal, no hay uno a quien no le tenga respeto, y por eso decía: ‘No, es que esta persona no’, porque algunas, por el nombre, iban a significar algo, pero más allá de eso, yo no me sentía identificada con su música o su momento.
«Aquí sí, hasta Gilberto que es el más grande, marcó una etapa de mi vida. Lo conocí y me habló. Como que cada pieza era importante. Fue difícil encontrarlo, pero una vez que mandé el correo nadie me dijo: ‘Ay, no sé, déjame pensarlo’. Todos respondían: ‘Claro, cuenta conmigo’, y fue muy natural».
Días más tarde, durante un segundo interrogatorio, lejos de la cámara que la retrata para Gatopardo, lejos de la maquillista que esa tarde se encarga de mantenerla impecable, lejos del agujero en el estómago, resultado de la larga jornada de poses, selección de calzado y vestimenta, Natalia me explica la relación de Mujer divina con su antecesor, el exitoso Hu hu hu, su graduación al pop sofisticado: «No quería hacer un disco que tuviera mis canciones, quería experimentar otra cosa, porque fue tan personal el Hu hu hu que tenía ganas de girar mi atención a otro lugar, para que fuera otra experiencia. Para no ligar cosas, sino romper e iniciar otra etapa, otro momento de mi carrera, y ahora sí colaborar con gente. Hasta ahora no había tenido más que la colaboración de Juan Son y Julieta (Venegas), pero ya después sentí que era hora de entender a otros compositores, de investigar, de ver qué onda con la música de mi país, con los que escriben. Tenía ganas de salirme de mí misma.
«No quería hacer un disco de versiones donde estuviera demasiado respetado todo. Me lo imaginaba como si Agustín estuviera vivo, conmigo, componiendo la canción juntos, dándole vida a la canción y actualizándola en esta época. Me encontraba con fórmulas que él utilizaba.
«Yo quería, sobre todo, que los chavos cantaran las canciones conmigo. Quiero que la pasen bien y la cantemos juntos, que se identifiquen. De pronto necesitábamos un coro, y lo puse yo. Agarré las letras de Agustín y las mezclé con ideas mías, sin saber lo que eso iba a implicar después en cuestión de permisos. Todo fue una cosa creativa, fui hilando cosas como rompecabezas; tuvimos que esperar muchos meses para que nos dieran el permiso. Puro abogado y cosas aburridas».
Así que ahora sabemos lo que pasaba por su cabeza, las emociones que decodificaba su sistema nervioso debajo del vestido blanco aquella noche del baile del Bicentenario. Podemos entender cuáles han sido las consecuencias de que su voz, ese privilegio que la ha llevado a destacar entre otros creadores de su generación, pasara a enjuagarse entre las notas de «Farolito». Para ella, la noche terminó con la concepción, la epifanía. Para tantos otros, la caminata larga con las mandíbulas apretadas de incertidumbre, terminó frente al televisor con la repetición de las imágenes recién grabadas por las cámaras, en la mesa un caballito con el destilado de psicosis que sembraron la pólvora y el peso de ese desastre que no puede ser entendido ni dimensionado por los mecanismos del «ahora», tan sólo paliado por el arte y otras herramientas que permiten generar una sensación de estabilidad para la vida cotidiana.
Sobrevivieron de aquella velada pirotécnica algunos destellos de colores que se quedaron flotando en el aire y llegaron hasta esta orilla apocalíptica, convertidos en canciones viejas, vueltas a imaginar para la dulzura que, confía ella, confiamos nosotros, será imprescindible para la alegría colectiva del futuro.
II
Esta historia continúa con un tuit.
Natalia sigue sentada frente al plato de cartón y la comida japonesa. Ha dejado de ponerle atención a su hora de comida porque tiene ambas manos ocupadas en los gestos que emplea para ilustrar cada una de sus respuestas. Extiende las palabras con ambos brazos, como si bailara sobre cada uno de los enunciados que obsequia a la grabadora, los palitos de madera permanecen en su diestra, sus convicciones políticas se encuentran en el lado opuesto.
«Me siento más en una postura de izquierda por mi forma de vivir, pensar, de ser. En este momento le tenemos que ir al menos peor, pensamos: ‘Ojalá funcione'».
Los días en que se desarrollan nuestros encuentros son de actividad, debates y pronunciamientos políticos: se trata del último mes de campaña antes de elegir al presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos que habrá de habitar la residencia oficial de Los Pinos durante el siguiente sexenio. El proceso involucra también renovaciones en seis gubernaturas, las dos cámaras que constituyen el Congreso de la Unión, además de un nuevo jefe de Gobierno para el Distrito Federal.
«Estoy a favor de ir a la izquierda para buscar algo diferente y apostarle a un cambio. Ya probamos de lo otro y a ver qué onda. Estoy más interesada que antes, antes me valía, me daba coraje, impotencia, frustración, y en lugar de quererme informar, lo evadía. Ahora no, creo que no hay que evadir, hay que saber. Estoy empezando a despertar a ese otro lado mío que no conocía: se trata de conocer un poco mejor la situación, lo que pasa y lo que no me gustaría que siguiera pasando.
«Tengo la oportunidad de comunicar mis pensamientos, mi postura públicamente, y eso hace que a su vez otros quieran hacerlo. Ya no nos vamos a quedar callados, sobre todo con el movimiento #YoSoy132, un movimiento de jóvenes que están abriendo los ojos. Mi generación evadió muchos años lo que pasaba, ahora estamos saliendo a tocar y a comunicar cosas: estamos pidiendo una vida mejor, un entorno mejor para todos. Me siento más despierta, atenta, dispuesta y con menos miedo de decir lo que pienso».
La tarde del sábado 16 de junio, la autora de «Ella es bonita» participó, junto con la cantante Julieta Venegas, la dupla de hip hop Sonidero Meztizo y en ensamble de reggae Antidoping, entre otros, en un concierto de apoyo al movimiento estudiantil #YoSoy132, nacido en la Universidad Iberoamericana a partir de protestas contra el candidato priista Enrique Peña Nieto. Al recital asistió la dirigente estudiantil chilena Camila Vallejo.
Una semana antes, Lafourcade participó en una de las distintas marchas convocadas por los estudiantes, que culminó en el Zócalo capitalino, donde los manifestantes pudieron contemplar el segundo de dos debates presidenciales organizado por el Instituto Federal Electoral. El 10 de junio de 2012, a las 19:16 horas, Natalia escribió en su cuenta de Twitter oficial «Qué orgullo. Ser mexicana». Anexó al mensaje una fotografía del Paseo de la Reforma convertido en río de ilusión y protesta.
«Voy a sonar a tía regañona pero, sí, tengo mucha responsabilidad. En algún momento tuve una convivencia con fans donde les pregunté: ‘Y ustedes, ¿qué onda, qué piensan, qué hacen?’. Basta de fotos y firmas, vamos a ver. Fue muy fuerte ver que muchos de ellos no sabían, no tenían un motivo o estaban sacados de onda. Es un momento en el que viven con sus papás, pero en realidad no sabían, no tenían un motor poderoso. Siento que nosotros, los músicos, podemos ocasionar que esos motores en cientos de personas se llenen de chispas para ir a algún lugar, adonde sea, pero que sea un lugar positivo, y ese andar genere un cambio bueno. Un poco también ponerme los pantalones de mi país, como individuo, aquí, en esta ciudad, en este entorno. Si hay alguien afuera que me escucha, pues le voy a decir que se ponga las pilas y hagamos algo mejor. Aparte de la música, ¿qué de bueno puedo dar?».
Hablamos sobre ser mujer, menor de treinta, en esta hora del siglo XXI, en esta coordenada volátil: «Me siento muy orgullosa. Puedo decir que sé qué es lo que amo en la vida, me encanta vivir de esto. Lo disfruto mucho: estoy en México y soy mexicana. En algún momento me pasó por la cabeza irme de aquí, de repente uno tiene estos momentos: quería irme a hacer otras cosas, a otro lugar, cantar en otro idioma. Pero me siento muy contenta de estar aquí. Sobre todo en esta época en la que México necesita que el talento se quede y se explote aquí. Soy porque hay gente que escucha mi música. Hasta en mis momentos más oscuros y tristes me encuentro con una carta, un mensaje de alguien que dice que lo acompaño en su vida porque escucha mis canciones. Para mí, eso es increíble».
Le pregunto si existe una tradición de la que forme parte, si las mujeres que emplean los mecanismos de la independencia (a pesar de tener contratos con las grandes compañías fonográficas) para crear música pop desde nuestro país comparten un lazo invisible que atraviesa generaciones, si acaso la autora de Baja California Carla Morrison (cuyo primer álbum fue producido por Lafourcade) y la defeña Cecilia Toussaint quedan conectadas en una secuencia que la incluye a ella y a Julieta Venegas.
«Cuando Julieta Venegas sacó el Bueninvento, yo estaba en secundaria y me escapaba para ir a sus conciertos en el Monumento a la Revolución, con Jumbo y Aterciopelados. Daba todo por conocer a Julieta o a Ely [Guerra]. Por ellas también empecé a componer, había varias cantantes que me gustaban pero no eran compositoras, más que Shakira. Empecé a escuchar a Julieta y decía: ‘Yo quiero ser como ella y quiero hacer mis canciones’. Es un árbol, una rama saca otras, así es la historia de la música, una cosa influye a otra».
III
Esta historia termina con libros y una revelación.
La conversación se lleva a cabo en la sucursal Nuevo León, en la colonia Condesa, de El Péndulo, una librería con comedor. Sobre una de las mesas, Natalia deja un puño de llaves, acomoda el suéter en el respaldo de la silla. Enlista algunos de sus textos queridos: «Gran parte de lo que dice El alquimista, de Paulo Coelho, lo apliqué para emprender mi carrera. Me gusta Isabel Allende. La isla bajo el mar es de mis libros favoritos».
Repasa su carrera, disco por disco, mientras afuera cae la lluvia inaugural de la temporada 2012. Sobre el primer álbum, que desarrolló poco antes de cumplir dieciocho años, con canciones como «En el 2000» y «Busca un problema», afirma: «Me encanta. Mucho tiempo no me gustó. Mucho tiempo lo odié y no le tuve amor ni cariño. Como que me peleé con el disco y más porque pegó muchísimo. Ahora lo escucho y me da mucha ternura, lo recuerdo con mucha añoranza, era una niña. Incluso mi voz era otra cosa, era muy diferente».
El segundo álbum se aparece con un corazón desvencijado y una estrategia de mercado difícil de comprender. La solista se integró a una banda, cuyo nombre era una derivación de su apellido, y trató de sublimar su condición protagónica. Los días de claroscuro con Casa (2005) y La Forquetina eran así: «Demasiada información, demasiado trabajo. Demasiada presión, también. Pensé que tener una banda haría que toda esa responsabilidad, ese peso y esa carga que uno puede sentir se repartieran entre todos.
«Cuando empezamos a tocar había mucha magia en el grupo. Se transformó en otra cosa. Pensaba que teniendo una banda iba a estar más libre, más tranquila, pero no fue así. Como que nos enfermamos todos.
«Había muchas cosas lindas y fue muy bonito trabajar juntos, pero también fue muy fuerte y muy difícil. Puedo resumir todo en no saber cómo manejarse en medio de la industria canija a su máximo».
La consecuencia fue un exilio de nueve meses en Ottawa, Canadá, donde escribió el disco instrumental Las 4 estaciones del amor y guardó piezas que, más tarde, sirvieron para ensamblar Hu hu hu, publicado en mayo de 2009. «Es mi favorito. Siempre supe que lo era. El de Las 4 estaciones [del amor] también me encanta. Son los discos míos, donde nadie me dijo qué hacer. Los hice con el riesgo de equivocarme, pero por decisión mía, por nadie más. Por eso les tomé muchísimo cariño».
La cascada de recuerdos nos lleva por sus experiencias con el festival Vive Latino (el encuentro de música contemporánea más importante en Iberoamérica), que, prejuicioso primero, la hizo bajar de escena sin terminar su actuación en mayo de 2003, para bañarla con euforia ocho años más tarde cuando se presentó en el escenario rojo de la edición décima segunda. «Recuerdo con mucha adrenalina. Me dio mucho gusto tocar las siete canciones que pude sin bajarme. Aunque estaba bien chavita y no entendía nada, no sé de dónde agarré fuerzas para no bajarme. Me gritaban y yo les gritaba también: ‘No me voy a bajar’. Me aventaban cosas y las regresaba, era una chamaca».
Me cuenta sobre su afición pasajera por los discos de acetato, me dice que escucha a Robert Johnson, Taj Mahal, Fela Kuti, que le gusta el objeto, pero que su naturaleza desapegada la devuelve con facilidad a las listas de reproducción en mp3. Me habla sobre su deseo de estudiar arreglo musical fuera de México. Cuando la grabadora está apagada, habla sobre una experiencia reciente en una entrevista para la televisión por cable que sólo puede ser calificada como infernal. Se devuelve a su rutina por el camino de asfalto húmedo y las luces de los taxis, parece emitir un zumbido. Me deja este testimonio de nuestro encuentro previo en la palma de la mano: «Yo siento que soy como un hada ahí perdida en México, de verdad que sí. Como que ahorita también puedo decir que es una etapa bien padre de despertar. Suena cursi decir: ‘Ay, sí, soy una mujer’, pero no, es cosa de empezar a aceptarse a uno mismo y decir, bueno, pues ya, es otro momento, otra energía de mi cuerpo, ser, espíritu. Estoy empezando a aceptarlo de una manera que antes no».
La multiinstrumentista regresa al estudio para terminar la grabación pendiente y comenzar a preparar el video de «Un derecho de nacimiento», el corte que ha compuesto para los estudiantes del movimiento #YoSoy132.
Eso queda para las hadas en esta coordenada volátil: se dedican a inventar jardines de sonido donde se puede descansar a la sombra de ukeleles y guitarras, donde se puede estar a salvo, al menos lo que dura la canción, de la tormenta de pólvora. //
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