Por un lenguaje distinto a la violencia
30 mil estudiantes se manifestaron en Ciudad Universitaria para exigir paz, seguridad y justicia.
“UNAM sin violencia. No somos porros, somos estudiantes”, es una de las consignas que más se repitió en la manifestación que este miércoles reunió a más de 30 mil estudiantes frente al edificio de la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México. La consigna apareció en cartulinas y en gritos, pero también en el pliego petitorio que los estudiantes entregaron a las autoridades universitarias y que pide “la desarticulación, destitución y expulsión de grupos porriles y de aquellas personas que los promueven y los protegen».
En esa misma explanada, donde ahora se reúnen estudiantes de diversas preparatorias y universidades de la Ciudad de México para exigir paz, estudiantes del CCH Azcapotzalco y otras preparatorias de la UNAM se manifestaron el lunes pasado, igualmente de forma pacífica, para pedir libertad de expresión y seguridad en sus planteles. Los estudiantes fueron dispersados con palos y piedras, otros con petardos y bombas molotov y algunos más a golpes y patadas. Las autoridades universitarias hicieron poco durante el conflicto que terminó con dos alumnos gravemente heridos. Uno de ellos está a punto de perder un riñón a consecuencia de un navajazo. No hubo detenidos.
Juan Carlos González, de 20 años, cursa el último año en la Preparatoria 8 de la UNAM; cuenta que vio las imágenes del ataque a través de una publicación de Facebook. La indignación lo movió a unirse a la manifestación, que mantiene a 41 planteles de la Máxima Casa de Estudios del país, en paro de labores. “Ya había visto a algunos porros, se pasean por las instalaciones como si les pertenecieran, se sienten orgullosos con el símbolo de la universidad en sus playeras, pero, ¿qué han hecho por su comunidad?, ¿que han hecho por mejorar su preparatoria o su universidad? Nada, muchos de nosotros sí venimos a estudiar”, dice.
Otra consigna repetida en la marcha fue “La revolución no será televisada” , mientras las cámaras de las televisoras se paseaban por el campus. Ante la escena, Cuauhtémoc Medina, curador del Museo Universitario de Arte Contemporáneo escribió en su página de Facebook: “Nuevo tiempo, con nubarrones, pero nuevo. Televisa transmite en directo, con narrativa futbolera, una protesta estudiantil. En vivo. A todo color. En Seúl, sentado en la madrugada en un hotel, asisto a la transmisión fascinado, horrorizado, lleno del reflejo de la sospecha, y sin poder reprimir una ebriedad que quizá tiene parentesco con el entusiasmo”. Las revoluciones ya son parte de los medios, son televisadas pero también transmitidas por Facebook Live.
Sobre la explanada principal de Ciudad Universitaria, lo que es evidente es el entusiasmo. Los jardines, la entrada de la Biblioteca Central —también en paro— las escaleras y los pasillos que conectan facultades y salones, todo lo que hay en la Universidad se ha convertido en un ágora, donde se debate qué pasará con los porros, con los feminicidios, con los asaltos, con los narcomenudistas; otros se preguntan si el rector renunciará. Otros, con la mochila en el hombro, la credencial en la mano, o una pancarta pintada con plumones, hacen bromas como “el que no brinque es porro”. Otros sólo toman fotos a pancartas y cielos nublados y algunos más simplemente se toman de la mano. Todos están ahí para pedir un lenguaje diferente al de la violencia.
Otras instituciones como el Instituto Politécnico Nacional, se han unido a la manifestación con banderas guindas y entonando goyas, pues también han padecido de la violencia generada por grupos porriles. Un cartel lanza una pregunta y una afirmación: «¿Has escuchado un puma llorar? UNAM en pie de lucha.»
Marisol Aguirre estudia en la Facultad de Filosofía y Letras, una de las más cercanas al edificio de Rectoría. Ingresó a la universidad hace un par de años y hace dos días está en paro. Cuenta que vio desde lejos el ataque del lunes 3 de septiembre, pero que no solo asistió a la manifestación por eso, sino porque ese mismo lunes apareció el cuerpo calcinado de una alumna del CCH Oriente. La noticia le llegó también por una red social.
Miranda Mendoza Flores fue secuestrada mientras salía del CCH donde estudiaba, ubicado en la delegación Iztapalapa, y la encontraron un día después, aún prendida en llamas, a la orilla de una carretera en el Estado de México. “Ya van más de cinco feminicidios en las instalaciones, ¿donde está nuestra seguridad? Somos estudiantes y si no podemos estar seguras en las aulas, ¿donde más? Aquí, paso la mayor parte de mi tiempo. Esto ya no puedo seguir pasando”, enfatiza Marisol.
Poco se ha esclarecido en el asesinato de Miranda que tenía tan solo 18 años de edad cuando salió un día de casa rumbo al CCH Oriente, pero nunca regresó. El Rector Enrique Graue anunció —en un video publicado en YouTube— que al menos 18 personas pertenecientes a estos grupos de choque y que han sido identificadas por cámaras de seguridad y fotografías de prensa, serán expulsadas de la Universidad, y prometió también seguir con las investigaciones.
En la manifestación también se hicieron presentes diversas universidades y preparatorias como la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad Pedagógica, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y los maestros que escuchaban todo lo que pasaba con singular atención, como queriendo agregar algo de orden; imposible ante el despertar de tantos estudiantes que se habían reunido ante el mural de David Alfaro Siqueiros que decora la Rectoría. Este mural enlista las fechas más importantes de la historia de México. Cada tanto la obra es vandalizada y se le añade una nueva fecha, que luego alguien tiene que borrar. La tarde de ayer los alumnos colocaron una cartulina con el número 20, tras la serie «150, 1810, 1857, 1910, 19¿?», sobre los signos de interrogación. La razón: «ya estamos en otro milenio y las movilizaciones seguirán sucediendo».
A unos metros, otros grupos de anarquistas clausuran la Avenida de los Insurgentes con vallas plásticas, dicen que para “abrir el diálogo” o “para cuidar a los estudiantes” o «para llamar la atención».
Mientras los estudiantes discuten por las formas y los modos de hacer protesta, los presentes se pasan un micrófono sobre la avenida y se dirigen a los medios que han ido a cubrir la noticia como amarillistas. Otros se refieren a ellos como parte del “viejo sistema”, y algunos más los invitan «al verdadero mitin que está pasando en Rectoría». Los portavoces responden a quienes los cuestionan por las pintas sobre el pavimento, las bardas y un Metrobús que pasaba por la zona: “les duelen más los muros pintados que los estudiantes que golpearon”.
Un grupo toma el micrófono para decirle a los medios que, “ya nadie los ve y que en 50 años, ¿quién sabe quién estará viendo la televisión?. Aprovechan para recordar el movimiento estudiantil de 1968 y la desaparición de 43 alumnos de la Escuela Rural Normal de Ayotzinapa.
Tiempo después los estudiantes se dispersan, no sin antes ponerse de acuerdo para que esto continúe al día siguiente y al siguiente. El diálogo continuará en auditorios y aulas, en la explanada, en los jardines, o en los hogares, pero todos con el mismo fin: recuperar la paz en la Universidad.
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