Tezontle: la ruina presente y la vida pasada
Tezontle ha explorado las raíces del arte mexicano contemporáneo con una sensibilidad que oscila entre el modernismo y lo prehispánico, una identidad cimentada en el cruce entre arquitectura y escultura.
No es arriesgado afirmar que los momentos de mayor efervescencia plástica para el arte mexicano del siglo XX, desde el muralismo de Rivera hasta experimentos como los de Goeritz, se originaron en un mismo fenómeno: la revalorización de la herencia prehispánica y la búsqueda de la identidad nacional. No obstante, tampoco es equivocado reconocer que algunos factores —como su anunciado agotamiento estilístico o la discusión interminable sobre la pertinencia de “lo mexicano” en el contexto de las vanguardias internacionales— dejaron un terreno complicado para las siguientes generaciones de artistas. La pregunta desde entonces parece ser si es posible abordar nuestras raíces en su justa complejidad, sin caer en lo pintoresco y, sobre todo, desde una perspectiva contemporánea.
Desde hace cinco años un taller enclavado en el Centro Histórico de la Ciudad de México parece afirmarlo. Bajo el nombre de Tezontle, la dupla de Lucas Cantú (Monterrey, 1982) y Carlos H. Matos (Ciudad de México, 1983) ha desarrollado una escultura en la que puede rastrearse la inspiración de la estatuaria y arquitectura de civilizaciones mesoamericanas bajo un acusado cariz modernista. A diferencia de la visión pesimista, muy común en el arte actual, que revisa con desilusión las utopías fallidas de estos momentos históricos, la obra de Tezontle no podría estar más lejos: formas vivas, muy lentas, casi meditativas, que a través de la piedra y el concreto evocan una atmósfera primigenia, inscrita casi por naturaleza en lo tectónico. La combinación de todos estos elementos se vuelve más reveladora si consideramos que sus creadores no se formaron en las artes plásticas, sino en la arquitectura.
Antes de montar el taller, Lucas Cantú repartía su tiempo en Monterrey entre Savvy, un estudio creativo, y el festival de música y arte emergente NRMAL, del que fue fundador. Además de su formación como arquitecto, esta experiencia interdisciplinar le dejó herramientas que serían muy útiles al mudarse a la Ciudad de México, en 2015, cuando decidió dejar todo para hacer una carrera como artista. Por su parte, Carlos Matos había regresado de una estancia de diez años en Londres, donde estudió en la Architectural Association, una escuela reconocida por su corte experimental, que en ese momento organizaba el taller Architectural Association Visiting School Las Pozas, una residencia que revisitó la arquitectura abstracta del jardín surrealista de Edward James en San Luís Potosí mediante intervenciones, bajo la dirección de Matos.
Aquí es donde ambos coincidieron y de inmediato comenzaron a colaborar informalmente, tomando como punto de contacto no sólo la arquitectura, sino la distancia que cada uno guardaba con su país: “Había una necesidad de redescubrir México”, comentan; “Los libros, la ciudad en sí, los sitios arqueológicos que visitamos, empezaron a permear el trabajo que queríamos hacer. Yo, viniendo de Monterrey, con esta falta de ‘mexicanismo’ por estar tan cerca de Estados Unidos, y Matos, que pasó tanto tiempo en Londres, teníamos esta hambre de rascarle a nuestras raíces”, apunta Cantú.
El dúo advirtió que estaban ante un campo fértil. “Los artistas siempre han tenido la labor de fantasear y más nosotros, teniendo una cultura tan misteriosa. Sabemos poco. Hay hipótesis, hay pistas y, a veces, unirlas ha quedado en manos de los artistas. ¿Cómo hubiera sido un edificio azteca si los españoles no hubieran aplastado esta cultura? Esas fantasías las usamos mucho como ficción, que después tratamos de recrear”, explican. Esta sensibilidad compartida resultó un potente acicate creativo que los llevó, un año después, a crear Tezontle.
Su primera obra fue Columned egg (2016), un gran huevo de cemento en posición vertical que ostenta la robustez de un pilar. Esta pieza fue una declaración de principios: un componente arquitectónico, pero sin relación con un inmueble; una columna que por sí sola era una escultura. “Sabíamos que no buscábamos una práctica tradicional. Toda esta cuestión funcional que tiene la arquitectura (que dure más tiempo, que no se rompa) no la tienes con la escultura, que termina siendo un ente más libre. Ese ir y venir entre arqui- tectura y escultura definió la práctica”, dicen.
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.