Viaje sonoro
La Fonoteca Nacional guarda los secretos sonoros más especiales del país. El verdadero lujo se disfruta con estas experiencias musicales.
Esperé semanas a que llegara este día. Corrí fuera de la oficina en cuanto acabé mis pendientes y me subí a mi vehículo rumbo al centro de Coyoacán. En la pantalla apareció mi destino, que ya había programado con anterioridad en el celular.
Después de que el sistema OnStar del automóvil me indicara que en la calle Salvador Novo había lugares de estacionamiento disponibles y libres de parquímetro, entré al gigantesco edificio que resguarda todo el acervo sonoro de nuestro país: la Fonoteca Nacional, en la calle Francisco Sosa. La arquitectura es una mezcla entre la clásica andaluza y la morisca, y ha sido recinto de mucho más que música. Por ejemplo, aquí vivió Octavio Paz, ganador del Premio Nobel de Literatura, y fue el inmueble de la fundación que lleva su nombre, así como librería de la Secretaría de Educación Pública y sede de la Enciclopedia de México. Si algo refleja la historia de este lugar, es que sabe guardar tesoros. Deleitarse a cada segundo y saborear todos tus momentos. Así se vive el verdadero lujo.
Lo primero que hice fue pasear por el jardín sonoro, el mejor sitio para una tarde como ésta: lleno de altos colorines y fresnos arrullados por música clásica que sale de las bocinas que rodean el lugar.
Una hora más tarde tuve el privilegio de disfrutar el recital de piano de Ana Gabriela Fernández, quien logró que todos en la sala Murray Schafer nos quedáramos sin aliento. Todos sus huesos, sus músculos y su alma participaron para que cada nota de esa hermosa música se hiciera presente.
Al salir de ese magnífico concierto, no quería irme de aquella casa en la que duermen los sonidos importantes de este país, así que decidí recorrer la pequeña pero muy completa exposición de aparatos musicales. Observé los tipos de madera, los ornamentos de los megáfonos, las manivelas, tuercas y cadenas que han reproducido música desde hace siglos. Y en una pared leí algo de lo más hermoso: “Los veríamos igual de asombrados aunque no supiéramos para qué sirven. Miraríamos con gran deleite sus pequeñas puertas, su breve arquitectura y las bocinas del fonógrafo que semejan enormes floraciones, azucenas de metal”. ¡Qué cosa! Pável Granados, gracias por escribir eso.
Regresé a mi automóvil con una sensación de sosiego y satisfacción. Cerré la puerta y las 10 bocinas del sistema de sonido empezaron a vibrar con más música clásica. Fue una tarde musical perfecta, de principio a fin.
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