El último barco: Una novela negra de Domingo Villar

El último barco: Una novela negra de Domingo Villar

23
.
01
.
20
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

La tercera parte de la escalofriante serie sobre el inspector Leo Caldas.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Al hablar de novela negra pensamos de inmediato en los escritores norteamericanos. Es cierto que la literatura noir fundacional proviene de allí, con autores como Raymond Chandler, Samuel Dashiell Hammett y Carroll John Daly, hasta llegar a los contemporáneos como James Ellroy y Michael Connolly. Sin embargo, otras latitudes han dado de qué hablar en el género. México ha visto nacer a detectives entrañables como Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II; Filiberto García, de Rafael Bernal y el Zurdo, de Élmer Mendoza. Cuba tiene a Mario Conde, de Leonardo Padura; Chile a Heredia, de Ramón Díaz Eterovic; y del otro lado del océano se encuentran los igualmente populares “Bird” o Charlie Parker, del irlandés John Connolly; el comisario Montalbano, del italiano Andrea Camilleri; y por supuesto Sherlock Holmes, del inglés Sir Arthur Conan Doyle.La lista podría continuar, pero son suficientes nombres para trazar los elementos de la novela negra: personajes sólidos, tramas atractivas y una buen crimen por esclarecer. Sin embargo, si el noir ha captado más fanáticos es porque que sus autores han renovado el rito creativo que atrapa al lector, alejándose de lo típico y predecible. Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[caption id="attachment_243626" align="aligncenter" width="1280"]

el ultimo barco domingo villar

Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[/caption]Un libro que encaja perfecto con esa renovación creativa es El último barco (Siruela Policiaca), del escritor gallego Domingo Villar (Vigo, 1971), quien publicó a mediados del año pasado la tercera parte de la serie sobre el inspector Leo Caldas. Se trata de un hombre aparentemente frío y distante, pero del que llegamos a encariñarnos a partir de la pluma del autor, comprendiendo sus emociones a través de sus palabras. En esta entrega de poco más de setecientas páginas, Caldas se enfrenta a la desaparición de la hija de un reconocido médico.Nada ha alterado su casa, ni existe indicio alguno de un crimen. La desesperación del padre inquieta al inspector, pero sobre todo a su jefe, que al parecer tiene una deuda moral con el doctor Andrade. Sin la presión ejercida el caso se habría cerrado al poco tiempo, pero la perspicacia de Caldas y su compañero Estévez irá tirando de un hilo que poco a poco los llevará hasta un asesino serial.Con El último barco, Villar logra una gran novela sostenida en el ritmo. El lector no encuentra pistas pronto, y ni siquiera importa, pues va apreciando cada paisaje y escenario gallego que el novelista proyecta como si se tratara de una crónica. El autor presenta a los personajes de forma simple, es decir, sin revelar demasiado, lo que hace imposible asumir sus implicaciones en los giros de la historia. Sin embargo, cuando llega el momento preciso, Villar conecta cada partícula del libro y es inevitable sorprenderse por cada vuelta de tuerca.Esta es una novela que despierta el deseo de beberse un buen vino, pasear por lugares calmos, comer y conversar con los amigos. La evocación entre líneas es quizá su mayor cualidad, ahí está el sonido del mar y el soundtrack de cada página. Para quienes comenzamos con la tercera parte de la saga, está claro que vale la pena volver a los inicios del inspector Caldas en Ojos de agua (2006) y La playa de los ahogados (2009).

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Al hablar de novela negra pensamos de inmediato en los escritores norteamericanos. Es cierto que la literatura noir fundacional proviene de allí, con autores como Raymond Chandler, Samuel Dashiell Hammett y Carroll John Daly, hasta llegar a los contemporáneos como James Ellroy y Michael Connolly. Sin embargo, otras latitudes han dado de qué hablar en el género. México ha visto nacer a detectives entrañables como Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II; Filiberto García, de Rafael Bernal y el Zurdo, de Élmer Mendoza. Cuba tiene a Mario Conde, de Leonardo Padura; Chile a Heredia, de Ramón Díaz Eterovic; y del otro lado del océano se encuentran los igualmente populares “Bird” o Charlie Parker, del irlandés John Connolly; el comisario Montalbano, del italiano Andrea Camilleri; y por supuesto Sherlock Holmes, del inglés Sir Arthur Conan Doyle.La lista podría continuar, pero son suficientes nombres para trazar los elementos de la novela negra: personajes sólidos, tramas atractivas y una buen crimen por esclarecer. Sin embargo, si el noir ha captado más fanáticos es porque que sus autores han renovado el rito creativo que atrapa al lector, alejándose de lo típico y predecible. Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[caption id="attachment_243626" align="aligncenter" width="1280"]

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Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[/caption]Un libro que encaja perfecto con esa renovación creativa es El último barco (Siruela Policiaca), del escritor gallego Domingo Villar (Vigo, 1971), quien publicó a mediados del año pasado la tercera parte de la serie sobre el inspector Leo Caldas. Se trata de un hombre aparentemente frío y distante, pero del que llegamos a encariñarnos a partir de la pluma del autor, comprendiendo sus emociones a través de sus palabras. En esta entrega de poco más de setecientas páginas, Caldas se enfrenta a la desaparición de la hija de un reconocido médico.Nada ha alterado su casa, ni existe indicio alguno de un crimen. La desesperación del padre inquieta al inspector, pero sobre todo a su jefe, que al parecer tiene una deuda moral con el doctor Andrade. Sin la presión ejercida el caso se habría cerrado al poco tiempo, pero la perspicacia de Caldas y su compañero Estévez irá tirando de un hilo que poco a poco los llevará hasta un asesino serial.Con El último barco, Villar logra una gran novela sostenida en el ritmo. El lector no encuentra pistas pronto, y ni siquiera importa, pues va apreciando cada paisaje y escenario gallego que el novelista proyecta como si se tratara de una crónica. El autor presenta a los personajes de forma simple, es decir, sin revelar demasiado, lo que hace imposible asumir sus implicaciones en los giros de la historia. Sin embargo, cuando llega el momento preciso, Villar conecta cada partícula del libro y es inevitable sorprenderse por cada vuelta de tuerca.Esta es una novela que despierta el deseo de beberse un buen vino, pasear por lugares calmos, comer y conversar con los amigos. La evocación entre líneas es quizá su mayor cualidad, ahí está el sonido del mar y el soundtrack de cada página. Para quienes comenzamos con la tercera parte de la saga, está claro que vale la pena volver a los inicios del inspector Caldas en Ojos de agua (2006) y La playa de los ahogados (2009).

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Al hablar de novela negra pensamos de inmediato en los escritores norteamericanos. Es cierto que la literatura noir fundacional proviene de allí, con autores como Raymond Chandler, Samuel Dashiell Hammett y Carroll John Daly, hasta llegar a los contemporáneos como James Ellroy y Michael Connolly. Sin embargo, otras latitudes han dado de qué hablar en el género. México ha visto nacer a detectives entrañables como Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II; Filiberto García, de Rafael Bernal y el Zurdo, de Élmer Mendoza. Cuba tiene a Mario Conde, de Leonardo Padura; Chile a Heredia, de Ramón Díaz Eterovic; y del otro lado del océano se encuentran los igualmente populares “Bird” o Charlie Parker, del irlandés John Connolly; el comisario Montalbano, del italiano Andrea Camilleri; y por supuesto Sherlock Holmes, del inglés Sir Arthur Conan Doyle.La lista podría continuar, pero son suficientes nombres para trazar los elementos de la novela negra: personajes sólidos, tramas atractivas y una buen crimen por esclarecer. Sin embargo, si el noir ha captado más fanáticos es porque que sus autores han renovado el rito creativo que atrapa al lector, alejándose de lo típico y predecible. Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[caption id="attachment_243626" align="aligncenter" width="1280"]

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Al hablar de novela negra pensamos de inmediato en los escritores norteamericanos. Es cierto que la literatura noir fundacional proviene de allí, con autores como Raymond Chandler, Samuel Dashiell Hammett y Carroll John Daly, hasta llegar a los contemporáneos como James Ellroy y Michael Connolly. Sin embargo, otras latitudes han dado de qué hablar en el género. México ha visto nacer a detectives entrañables como Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II; Filiberto García, de Rafael Bernal y el Zurdo, de Élmer Mendoza. Cuba tiene a Mario Conde, de Leonardo Padura; Chile a Heredia, de Ramón Díaz Eterovic; y del otro lado del océano se encuentran los igualmente populares “Bird” o Charlie Parker, del irlandés John Connolly; el comisario Montalbano, del italiano Andrea Camilleri; y por supuesto Sherlock Holmes, del inglés Sir Arthur Conan Doyle.La lista podría continuar, pero son suficientes nombres para trazar los elementos de la novela negra: personajes sólidos, tramas atractivas y una buen crimen por esclarecer. Sin embargo, si el noir ha captado más fanáticos es porque que sus autores han renovado el rito creativo que atrapa al lector, alejándose de lo típico y predecible. Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[caption id="attachment_243626" align="aligncenter" width="1280"]

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La tercera parte de la escalofriante serie sobre el inspector Leo Caldas.

Al hablar de novela negra pensamos de inmediato en los escritores norteamericanos. Es cierto que la literatura noir fundacional proviene de allí, con autores como Raymond Chandler, Samuel Dashiell Hammett y Carroll John Daly, hasta llegar a los contemporáneos como James Ellroy y Michael Connolly. Sin embargo, otras latitudes han dado de qué hablar en el género. México ha visto nacer a detectives entrañables como Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II; Filiberto García, de Rafael Bernal y el Zurdo, de Élmer Mendoza. Cuba tiene a Mario Conde, de Leonardo Padura; Chile a Heredia, de Ramón Díaz Eterovic; y del otro lado del océano se encuentran los igualmente populares “Bird” o Charlie Parker, del irlandés John Connolly; el comisario Montalbano, del italiano Andrea Camilleri; y por supuesto Sherlock Holmes, del inglés Sir Arthur Conan Doyle.La lista podría continuar, pero son suficientes nombres para trazar los elementos de la novela negra: personajes sólidos, tramas atractivas y una buen crimen por esclarecer. Sin embargo, si el noir ha captado más fanáticos es porque que sus autores han renovado el rito creativo que atrapa al lector, alejándose de lo típico y predecible. Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[caption id="attachment_243626" align="aligncenter" width="1280"]

el ultimo barco domingo villar

Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[/caption]Un libro que encaja perfecto con esa renovación creativa es El último barco (Siruela Policiaca), del escritor gallego Domingo Villar (Vigo, 1971), quien publicó a mediados del año pasado la tercera parte de la serie sobre el inspector Leo Caldas. Se trata de un hombre aparentemente frío y distante, pero del que llegamos a encariñarnos a partir de la pluma del autor, comprendiendo sus emociones a través de sus palabras. En esta entrega de poco más de setecientas páginas, Caldas se enfrenta a la desaparición de la hija de un reconocido médico.Nada ha alterado su casa, ni existe indicio alguno de un crimen. La desesperación del padre inquieta al inspector, pero sobre todo a su jefe, que al parecer tiene una deuda moral con el doctor Andrade. Sin la presión ejercida el caso se habría cerrado al poco tiempo, pero la perspicacia de Caldas y su compañero Estévez irá tirando de un hilo que poco a poco los llevará hasta un asesino serial.Con El último barco, Villar logra una gran novela sostenida en el ritmo. El lector no encuentra pistas pronto, y ni siquiera importa, pues va apreciando cada paisaje y escenario gallego que el novelista proyecta como si se tratara de una crónica. El autor presenta a los personajes de forma simple, es decir, sin revelar demasiado, lo que hace imposible asumir sus implicaciones en los giros de la historia. Sin embargo, cuando llega el momento preciso, Villar conecta cada partícula del libro y es inevitable sorprenderse por cada vuelta de tuerca.Esta es una novela que despierta el deseo de beberse un buen vino, pasear por lugares calmos, comer y conversar con los amigos. La evocación entre líneas es quizá su mayor cualidad, ahí está el sonido del mar y el soundtrack de cada página. Para quienes comenzamos con la tercera parte de la saga, está claro que vale la pena volver a los inicios del inspector Caldas en Ojos de agua (2006) y La playa de los ahogados (2009).

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El último barco: Una novela negra de Domingo Villar

El último barco: Una novela negra de Domingo Villar

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Fotografía de
Realización de
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.
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.
20
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La tercera parte de la escalofriante serie sobre el inspector Leo Caldas.

Al hablar de novela negra pensamos de inmediato en los escritores norteamericanos. Es cierto que la literatura noir fundacional proviene de allí, con autores como Raymond Chandler, Samuel Dashiell Hammett y Carroll John Daly, hasta llegar a los contemporáneos como James Ellroy y Michael Connolly. Sin embargo, otras latitudes han dado de qué hablar en el género. México ha visto nacer a detectives entrañables como Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II; Filiberto García, de Rafael Bernal y el Zurdo, de Élmer Mendoza. Cuba tiene a Mario Conde, de Leonardo Padura; Chile a Heredia, de Ramón Díaz Eterovic; y del otro lado del océano se encuentran los igualmente populares “Bird” o Charlie Parker, del irlandés John Connolly; el comisario Montalbano, del italiano Andrea Camilleri; y por supuesto Sherlock Holmes, del inglés Sir Arthur Conan Doyle.La lista podría continuar, pero son suficientes nombres para trazar los elementos de la novela negra: personajes sólidos, tramas atractivas y una buen crimen por esclarecer. Sin embargo, si el noir ha captado más fanáticos es porque que sus autores han renovado el rito creativo que atrapa al lector, alejándose de lo típico y predecible. Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[caption id="attachment_243626" align="aligncenter" width="1280"]

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Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[/caption]Un libro que encaja perfecto con esa renovación creativa es El último barco (Siruela Policiaca), del escritor gallego Domingo Villar (Vigo, 1971), quien publicó a mediados del año pasado la tercera parte de la serie sobre el inspector Leo Caldas. Se trata de un hombre aparentemente frío y distante, pero del que llegamos a encariñarnos a partir de la pluma del autor, comprendiendo sus emociones a través de sus palabras. En esta entrega de poco más de setecientas páginas, Caldas se enfrenta a la desaparición de la hija de un reconocido médico.Nada ha alterado su casa, ni existe indicio alguno de un crimen. La desesperación del padre inquieta al inspector, pero sobre todo a su jefe, que al parecer tiene una deuda moral con el doctor Andrade. Sin la presión ejercida el caso se habría cerrado al poco tiempo, pero la perspicacia de Caldas y su compañero Estévez irá tirando de un hilo que poco a poco los llevará hasta un asesino serial.Con El último barco, Villar logra una gran novela sostenida en el ritmo. El lector no encuentra pistas pronto, y ni siquiera importa, pues va apreciando cada paisaje y escenario gallego que el novelista proyecta como si se tratara de una crónica. El autor presenta a los personajes de forma simple, es decir, sin revelar demasiado, lo que hace imposible asumir sus implicaciones en los giros de la historia. Sin embargo, cuando llega el momento preciso, Villar conecta cada partícula del libro y es inevitable sorprenderse por cada vuelta de tuerca.Esta es una novela que despierta el deseo de beberse un buen vino, pasear por lugares calmos, comer y conversar con los amigos. La evocación entre líneas es quizá su mayor cualidad, ahí está el sonido del mar y el soundtrack de cada página. Para quienes comenzamos con la tercera parte de la saga, está claro que vale la pena volver a los inicios del inspector Caldas en Ojos de agua (2006) y La playa de los ahogados (2009).

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Al hablar de novela negra pensamos de inmediato en los escritores norteamericanos. Es cierto que la literatura noir fundacional proviene de allí, con autores como Raymond Chandler, Samuel Dashiell Hammett y Carroll John Daly, hasta llegar a los contemporáneos como James Ellroy y Michael Connolly. Sin embargo, otras latitudes han dado de qué hablar en el género. México ha visto nacer a detectives entrañables como Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II; Filiberto García, de Rafael Bernal y el Zurdo, de Élmer Mendoza. Cuba tiene a Mario Conde, de Leonardo Padura; Chile a Heredia, de Ramón Díaz Eterovic; y del otro lado del océano se encuentran los igualmente populares “Bird” o Charlie Parker, del irlandés John Connolly; el comisario Montalbano, del italiano Andrea Camilleri; y por supuesto Sherlock Holmes, del inglés Sir Arthur Conan Doyle.La lista podría continuar, pero son suficientes nombres para trazar los elementos de la novela negra: personajes sólidos, tramas atractivas y una buen crimen por esclarecer. Sin embargo, si el noir ha captado más fanáticos es porque que sus autores han renovado el rito creativo que atrapa al lector, alejándose de lo típico y predecible. Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[caption id="attachment_243626" align="aligncenter" width="1280"]

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Por décadas fue fácil identificar las características de los personajes principales en la novela negra, dígase el detective alcohólico con problemas familiares y pasado oscuro que se redime resolviendo un atroz asesinato o desaparición. Por otro lado, los antagónicos, bocetados con perfiles psicológicos que tarde o temprano nos hacían dudar de ellos y decir: “claro, era obvio, el culpable era él.”[/caption]Un libro que encaja perfecto con esa renovación creativa es El último barco (Siruela Policiaca), del escritor gallego Domingo Villar (Vigo, 1971), quien publicó a mediados del año pasado la tercera parte de la serie sobre el inspector Leo Caldas. Se trata de un hombre aparentemente frío y distante, pero del que llegamos a encariñarnos a partir de la pluma del autor, comprendiendo sus emociones a través de sus palabras. En esta entrega de poco más de setecientas páginas, Caldas se enfrenta a la desaparición de la hija de un reconocido médico.Nada ha alterado su casa, ni existe indicio alguno de un crimen. La desesperación del padre inquieta al inspector, pero sobre todo a su jefe, que al parecer tiene una deuda moral con el doctor Andrade. Sin la presión ejercida el caso se habría cerrado al poco tiempo, pero la perspicacia de Caldas y su compañero Estévez irá tirando de un hilo que poco a poco los llevará hasta un asesino serial.Con El último barco, Villar logra una gran novela sostenida en el ritmo. El lector no encuentra pistas pronto, y ni siquiera importa, pues va apreciando cada paisaje y escenario gallego que el novelista proyecta como si se tratara de una crónica. El autor presenta a los personajes de forma simple, es decir, sin revelar demasiado, lo que hace imposible asumir sus implicaciones en los giros de la historia. Sin embargo, cuando llega el momento preciso, Villar conecta cada partícula del libro y es inevitable sorprenderse por cada vuelta de tuerca.Esta es una novela que despierta el deseo de beberse un buen vino, pasear por lugares calmos, comer y conversar con los amigos. La evocación entre líneas es quizá su mayor cualidad, ahí está el sonido del mar y el soundtrack de cada página. Para quienes comenzamos con la tercera parte de la saga, está claro que vale la pena volver a los inicios del inspector Caldas en Ojos de agua (2006) y La playa de los ahogados (2009).

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