Juan Villoro: El escritor que no se volvió cobarde ni caníbal

Juan Villoro: El escritor que no se volvió cobarde ni caníbal

Un perfil del escritor Juan Villoro. Este texto ganó el Premio Nacional de Periodismo en 2014.

Tiempo de lectura: 46 minutos

¿Pero puede haber mayor tedio que una crónica mesurada? La sensatez, tan útil para decidir que el mejor colegio para los niños es el que está más cerca de la casa, es un narcótico literario.
Palmeras de la brisa rápida (Alianza, 1989)

EL ANIMAL DEL REPORTAJE

Juan Villoro Ruiz pasó la primavera de 2012 en Barcelona. Viajé para seguirlo la última semana de su estancia en aquella ciudad en la que impartió un curso del máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra. Me intrigaba conocer, entre otras cosas, por qué un controvertido genio, poco elogioso, de nombre Roberto Bolaño, lo definió como un escritor que con el paso de los años no se había convertido en cobarde ni caníbal.

El último día de la persecución lo acompañé al aeropuerto El Prat para que se subiera a su avión de regreso a la ciudad de México. Antes de que entrara a la sala de abordar, nos sentamos en una cafetería de paninos con pequeñas sillas plateadas, en las que la altura y corpulencia de Villoro resaltaban aún más. Puse la grabadora sobre la mesa y la encendí para registrar el relieve acústico de su voz calculada y estereofónica. «Qué bueno. Ya era hora de que grabaras algo», me dijo con una sonrisa irónica, al inicio de aquella conversación, la única que guardé en mi vieja Olympus tras varios días a su lado en Barcelona. Esa entrevista en forma, con una duración de apenas cincuenta y cuatro minutos y treinta y siete segundos, debí comenzarla improvisando la pregunta de si él grababa siempre a sus entrevistados. «Casi nunca oigo lo que grabo, porque lo que recuerdo es lo importante. Pero grabo por una cuestión casi jurídica», respondió.

Villoro suele hablar con un amable tono pedagógico sobre todas las cosas. Sabes que te está dando una cátedra de algo pero no te apabulla con su conocimiento. El escritor Javier Marías ha resaltado los tremendos poderes de persuasión —seducción incluso— de Villoro, así como su mordiente ironía. Es claro que encarna un caso inusual: «El de poseer una inteligencia sin vanidad», de acuerdo con Julio Villanueva Chang, editor de la revista Etiqueta Negra. Villanueva Chang también dice que Villoro ha hecho suyo el credo de Gay Talese: «Decir la verdad sin ofender». Otro atributo de la conversación casual de Villoro es que puede producir frases sumamente poderosas: aforismos que siguen la tradición de Georg Christoph Lichtenberg, escritor del siglo XVIII al que Villoro ha traducido del alemán al español. Lichtenberg es una de varias influencias de la cultura alemana que le fue inculcada desde niño por su papá.

Luis Villoro Toranzo, nació en Barcelona en 1922, y en su juventud viajó a París para estudiar primero en La Sorbona y luego en Múnich, donde se matriculó en la Ludwig-Maximilians-Universität, de la desaparecida República Federal de Alemania. A sus noventa años, Villoro Toranzo es uno de los filósofos mexicanos más respetados. Aunque lleva meses en convalecencia, todavía cuenta con energía para sostener correspondencia pública con el subcomandante Marcos, líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la organización política-militar que considera al papá de Juan Villoro como uno de sus principales referentes. Villoro Toranzo también cuenta aún con un estómago adecuado para comer un tamal mientras mira por la televisión la entrega de los premios Oscar en compañía de su hijo. En ocasiones pregunta acerca de los conceptos que él mismo desarrolló en sus libros, algunos de los cuales olvida a ratos a causa de su padecimiento. Ambos comentan, sobre todo, temas recurrentes del pensamiento de Villoro Toranzo, como su análisis crítico de la ideología.

Si la prosa del Villoro escritor va de forma vertiginosa directo al descubrimiento (y el trayecto al descubrimiento suele ser aún más revelador), la del Villoro filósofo hace el rodeo revelador: «Quien está preso en un estilo de pensar ideológico no tiene por qué aceptar que su creencia se deba a intereses particulares, porque él sólo ve razones. En realidad, si aceptara que su creencia es injustificada y que sólo se sustenta en intereses, no podría menos que ponerla en duda. Por eso la crítica a la ideología no consiste en refutar las razones del ideólogo, sino en mostrar los intereses concretos que encubren».

En la entrevista del aeropuerto El Prat pedí a Villoro hablar de otras diferencias entre la escritura de él y de su padre. «Como no soy filósofo, sino escritor, soy fácilmente chismoso, porque es obvio que a un escritor lo que le interesa es la vida privada de las personas. Contar historias singulares, meterte donde no debes. Y también como periodista, pues muchas veces conoces a las personas no sólo por sus ideas o sus posturas, sino por sus tentaciones más bajas, y es más difícil respetarlas».

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