Durante años he estado intentando
no tanto imaginar a Emily Dickinson,
sino más bien visitarla, entrar en sus pensamientos,
a través de sus poemas y cartas, y a través
de mis propias intuiciones sobre lo que pudo suponer
vivir en Amherst (Massachusetts)
siendo uno de los dos genios estadounidenses
de mediados del siglo XIX y mujer.
Adrienne Rich
Tengo que esperar
algunos Días
antes de verte –
Tú eres
demasiado trascendental.
Pero recuerda
es idolatría,
no indiferencia.
Carta de Emily Dickinson
a Susan Huntington Gilbert
Amherst, Massachusetts. Principios de diciembre de 1852. Una jovencita de cabello ¿negro o pelirrojo? está sentada y escribe. La silla es incómoda, la mesa es pequeña y tiene un solo cajón. Frente a ella se encuentran el tintero, muchas flores secas, un papel periódico, la ventana. El paisaje también está a la altura de su mirada y observa cómo algunos copos de nieve se precipitan sobre el sendero que conduce a la casa vecina, “a un seto de distancia”, donde vive su cuñada, Susan Huntington Gilbert, con quien comparte un amor profundo. Moja la punta de la pluma y se vuelve a concentrar. “Tuya hasta la muerte” es el enunciado que coloca antes de firmar la carta con un seudónimo. El estilo singular, que se caracteriza por el uso de guiones, la métrica alterada y el énfasis en las mayúsculas, es reconocible de inmediato. Se trata de Emily Dickinson. Son sus manos y es su pluma.
Pasan los años y esta mujer ya ha publicado una decena de poemas. Algunos son de amor y están dirigidos a Susan. Los tuvo que masculinizar o, como ella le llamaba, “ponerles una barba”. La poeta solía cambiar el género de su voz lírica y, de vez en cuando, se refería a sí misma con sustantivos del sexo opuesto, como “príncipe” o “muchacho”. Este tipo de genio mutable es precisamente al que se refirió Virginia Woolf en su reflexión sobre la inteligencia andrógina en Una habitación propia, que “transmite la emoción sin obstáculos, que es creadora por naturaleza, incandescente e indivisa”.
Es totalmente posible que el párrafo inicial (imaginado por mí) de este ensayo no esté lejos de la realidad histórica de la más grande poeta estadounidense. El ejercicio de imaginación parte de mi lectura de sus poemas,[1] como “Noches salvajes” (269) [2]: “¡Si yo estuviera contigo / Las noches salvajes serían / Nuestro lujo! (...) Remando hacia el Edén / – ¡Ah – el Mar! / Si yo pudiera tan sólo amarrar – esta noche – En ti!”, y cartas. Hoy seguimos conociendo la obra inconmensurable de Emily Dickinson. Mientras tanto, nos han tratado de convencer de que la poeta pudo haber sido una mujer frustrada por un hombre casado, un ser asexual, una solterona o una virgen encerrada en la casa familiar… Pudo haber sido todo, menos lesbiana. Hasta hace algunas décadas, la narrativa oficial de Emily Dickinson, promovida ampliamente por la crítica y la academia, tuvo como punto de partida una biografía falseada, que ha tergiversado la naturaleza de su relación con Susan Huntington Gilbert. La imposición de una figura que encaja perfectamente en la matriz binaria ha significado también la heteropatriarcalización de la memoria de Emily Dickinson. [3]
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El nombre de Susan Huntington Gilbert fue removido de muchas publicaciones. La amada permaneció a la sombra porque no se consideraba apropiado que una poeta escribiera sobre el amor entre mujeres. En el primer poemario suyo, publicado póstumamente en 1890, el trabajo dickinsoniano sufrió modificaciones cruciales, como el intercambio de “ella” por el pronombre “él”, lo que llevó a los críticos y académicos a endilgarle tórridos idilios con hombres que eran meramente sus amigos, como Benjamin F. Newton, a pesar de que, como apunta la poeta y pensadora Adrienne Rich en su conferencia “El Vesubio en casa: el poder de Emily Dickinson” (1975), “resulta demasiado restrictivo identificar ese ‘él’ con un amante concreto, si bien ésa fue la principal obsesión de los propagadores de infundios durante más de medio siglo”. Thomas H. Johnson, quien compiló la obra de Emily Dickinson en 1955, estaba seguro de que “Master”, una palabra neutra en inglés que puede ser tanto femenina como masculina y que aparece en unos pocos borradores, era una referencia clara al reverendo Charles Wadsworth que, según se ha investigado, no tuvo una relación tan cercana con la poeta. Se instauró, entonces, un destinatario varón y ni siquiera hubo cabida para una destinataria en los escritos de Emily. Y esa perniciosa afirmación ha atravesado las traducciones al español. En la magnífica selección y traducción que hizo Silvina Ocampo de los poemas de Emily Dickinson, hay una versión de “Her breast is fit for pearls”, [4] en la que el pronombre femenino en inglés fue retirado:
Su pecho es propicio para perlas
pero yo no soy un buceador –
su frente es propicia para tronos
pero no tengo penacho.
Su corazón es propicio para un hogar –
yo –un gorrión– edifico ahí
dulces entrelazadas ramas
mi perenne nido. [5]
Supuestamente, estos versos fueron enviados a Samuel Bowles a manera de encargo poético en conmemoración a su esposa Mary. Esta falsa aseveración, que aparece en la edición de las Cartas de Emily Dickinson de Mabel Loomis Todd (1894) [6], niega el hecho de que este poema fue escrito para Susan Huntington Gilbert, y su nombre fue borrado. En estos versos no hay hombre hipotético, sino una mujer de carne y hueso:
El pecho de ella es propicio para perlas
Pero yo no soy una “Buceadora”—
La frente de ella es propicia para tronos
Pero no tengo corona.
El corazón de ella es propicio para un hogar—
Yo— un gorrión— construyo ahí
Dulces ramitas entrelazadas
Mi nido perenne. [7]
Sucede lo mismo con “One Sister have I in the House”, [8] cuyo original está completamente tachado para deshacer la evidencia de una creación amorosa para Susan. La línea final de este poema es “¡Sue – para siempre!”.
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La obra de Emily Dickinson fue mutilada desde que estuvo en el poder de sus primeros editores: Mabel Loomis Todd, quien tuvo un amorío con Austin Dickinson, y Thomas Wentworth Higginson, quien llegó a llamar “medio loca” a la autora de “‘Esperanza’ es la cosa con plumas”. Esta condescendencia paternalista persistió en publicaciones posteriores. Un editor se tomó el atrevimiento de escribir en una selección publicada por él mismo en 1959 (¡cuatro años después de la compilación de los poemas realizada por R. W. Franklin!) lo siguiente sobre Emily Dickinson: “Ella ciertamente nunca le dio una forma final a sus poemas, nunca los pulió para publicarse [...] nunca tuvo la oportunidad de, como todos los poetas, destruir sus fracasos”. Cabe recordar que Lavinia Dickinson encontró cuarenta cuadernos cosidos por su hermana con poemas seleccionados por ella misma. Era organizada, tenía una rutina y cuidaba su tiempo celosamente. Era, en pocas palabras, una profesional de la escritura.
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Adrienne Rich, en su ensayo “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, afirma que eran mujeres quienes le “daban la fascinación y el aliento para vivir” a Emily Dickinson; al pensar como sociedad en “la heterosexualidad como la inclinación emocional y sensual natural de las mujeres, entonces vidas como éstas son vistas como desvíos, patologías o desposeídas de emoción y sensualidad”. Esta banalización afecta los vínculos que establecemos las mujeres no heterosexuales.
Una conocida mía me insiste, una y otra vez, en que “es imposible que Emily Dickinson fuera lesbiana”. No logro captar si lo dice en un tono grandilocuente (como la gran conocedora de poesía anglosajona que es) o despectivo (por el rechazo velado que tiene hacia mi orientación sexual). Está prácticamente prohibido disentir con ella sobre este tema. Es autoritaria y no admite lugar a la duda. Su aseveración tajante no permite más posibilidades. Es a partir de esta cerrazón que puedo entender mucho más el papel que ha jugado la imaginación queer para conformar y confirmar mi identidad.
Al crecer entre los noventa y los dos mil, mi formación lésbica se basó principalmente en internet (eso es para ahondar en otro momento y en un texto aparte). Pero también estaban algunos libros y sus autoras, como Virginia Woolf, Gabriela Mistral, Gertrude Stein, sor Juana Inés de la Cruz. Y, por supuesto, Emily Dickinson. Sus nombres aparecían en foros y páginas web alojadas en Angelfire o Tripod, a los que entraba, con cierto pudor, para ser parte de un valioso descubrimiento con otras mujeres no normativas: había muchas más como nosotras y ¡eran escritoras! Yo tengo, parafraseando a Susan Howe, a mi propia Emily Dickinson. La imagino completamente diferente del concepto cerrado que se caracteriza por ser convencional y arduo defensor del binarismo sexo-genérico. Y no soy la primera en hacerlo. Cuando yo tenía unos trece años, Ellen Louise Hart, profesora y especialista en Emily Dickinson, y Martha Nell Smith, editora y coordinadora del proyecto Dickinson Electronic Archives, publicaron Open Me Carefully (1998), que es una exploración de la correspondencia dirigida a Susan Huntington Gilbert. Hay cartas tan íntimas como la siguiente:
Susie: ¿volverás a casa el próximo sábado, serás mía otra vez y me besarás como solías hacerlo?
¿De verdad te contemplaré, no “oscuramente, sino cara a cara”, o me lo estoy imaginando y teniendo sueños benditos de los que el día me despertará? He esperado tanto tiempo por ti, y me siento tan ansiosa de ti, siento que no puedo esperar, siento que debo tenerte ya – que la expectativa de volver a ver tu rostro una vez más me hace sentir ardiente y febril, y mi corazón late tan rápido – me voy a dormir por la noche, y lo primero que sé es que estoy sentada allí, despierta y con las manos unidas con fuerza, pensando en el próximo sábado, y “nunca un poco” de ti.
Este constante intercambio epistolar que inició en 1850 y se mantuvo a lo largo de cuatro décadas fue reclasificado como “poemas” y no como “cartas” en un intento de censura. Toda muestra de afecto que Emily Dickinson le dirige a su amante Susan Huntingon Gilbert fue considerada, de manera heteronormativa y patriarcal, como un “cariño de amigas” o “de hermanas”. Gran parte de los archivos personales, que incluían la correspondencia con Emily de Susan, fueron destruidos. En el libro de 18 [9]0 Mabel Loomis Todd y Thomas Wentworth Higginson omitieron deliberadamente que muchos textos fueron firmados con un “Emily” y enviados directamente a Susan, como “Ella barre con Escobas multicolores –” (319) [10]:
Ella barre con Escobas multicolores –
Y deja atrás los añicos –
Oh Ama de casa en el Oeste por la Tarde –
Vuelve – y desempolva el Estanque –
Tú echaste en él una Hilacha Púrpura –
Tú echaste un hilo Ámbar –
Y ahora Tú has esparcido por todo el Este
Paños de Esmeralda –
Y aun así ella se aplica en Su industria moteada
Y aun así la escena prevalece
Hasta que la Penumbra obstruye la Diligencia –
O la Contemplación fracasa.
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Susan Huntingon Gilbert fue determinante para la creación de Emily Dickinson, quien la admiraba plenamente. En una carta le confesó: “Con la excepción de Shakespeare, tú me has transmitido más conocimiento que cualquier otro ser vivo. Decir esto sinceramente es una extraña alabanza”. Estas cartas no solamente muestran el intenso amor que se tenían, sino que también son una reflexión sobre la propia escritura y el proceso creativo, tanto de Emily Dickinson como de Susan Huntington Gilbert, escritora ella misma.
Otras mujeres con sexualidades disidentes han imaginado a Emily Dickinson como lo hago yo. Imaginar juntas a Emily Dickinson y Susan Huntington Gilbert es una actualización de nosotras, las mujeres disidentes. Nos reconfigura. Haber podido imaginar alternativas para mí, a partir de alguien como Emily Dickinson, fue crucial para mi sexualidad.
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Imaginar es resistir.
Y la imaginación también nos pertenece. Es un territorio político que nos lleva a realizar actos revolucionarios en la esfera más privada.
Imaginar a Emily Dickinson plasmando “Poseer una / Susan / mía propia / Es de por sí / Una Bienaventuranza – / Sea el que sea / El Reino que yo / pierda por condena, Señor, / ¡Perpetúame / en este!” [11] en un papel me armó de valor para componer un poema amoroso a otra mujer.
[1] Para casi todos los poemas en español citados en este ensayo hago uso de la numeración propuesta por Ana Mañeru Méndez y María-Milagros Rivera Garretas, quienes tradujeron y editaron la obra de Emily Dickinson para Sabina Editorial, que fue lanzada en tres tomos entre 2012 y 2015. Para una mayor guía, también hago referencia a los números asignados en las ediciones académicas en inglés de 1998 (The Complete Poems of Emily Dickinson, de Thomas H. Johnson o “J”) y 1955 (The Poems of Emily Dickinson: Variorum Edition, de R. W. Franklin o “Fr”).
[2] J249, Fr269A.
[3] Los tiempos están cambiando: la reciente serie de televisión Dickinson es una apuesta por recuperar la figura de la más grande poeta estadounidense y corregir la narrativa oficial. En la pantalla aparece una joven rebelde, personificada por Hailee Steinfeld, enamorada de Sue.
[4] J84, F121A.
[5] Emily Dickinson, Poemas (selección y traducción de Silvina Ocampo), Tusquets, 1997, p. 48.
[6] Compilaciones posteriores, como la de Johnson, siguen la misma línea editorial de Loomis Todd respecto a este poema.
[7] La versión es mía.
[8] J14, F5.
[9] La versión es mía.
[10] J219, Fr318.
[11] Carta 178 en Cartas de amor a Susan (editado y traducido por Ana Mañeru Méndez y Arantxa Azurmendi Muñoa). Sabina Editorial, 2021. Esta carta fue reclasificada como poema (J1401, Fr1436).
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