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Luego de la crisis económica que ocasionó la pandemia, el futuro se inclina hacia la digitalización del trabajo y, por ende, la del dinero. Las criptomonedas y el dinero electrónico parecen ser la próxima frontera. Pero ¿son realmente una solución a los problemas de nuestro tiempo? ¿o tan sólo un exceso del sistema financiero?
Cuando supe de un bar donde se podía comprar cervezas con criptomonedas en México, pensé que ir sería como asomarse a un futuro ciberpunk. Quería ver luces brillantes y detalles color cromo, un menú holográfico, algo acelerado e inasible en la calle de Medellín de la Ciudad de México. Sin embargo, aquel futuro trepidante sólo lo encontré reflejado en las servilletas, mesas y paredes del Bitcoin Embassy Bar, plagadas con el símbolo del bitcoin, esa B atravesada por dos líneas verticales de un sistema que se concibe libre y descentralizado.
“Bitcoin va más allá de una inversión o una moneda: es una ideología completa que puede transformar tu forma de ver el mundo”, dice Lorena Ortiz, psicóloga y empresaria de treinta años que organiza talleres y pláticas sobre criptomonedas y habla como si fuera un personaje de Matrix. “El dinero es un consenso social, lo inventamos entre todos y, si mañana tú y yo decidimos que una moneda digital es dinero y más gente nos sigue, el gobierno no nos va a poder controlar ni parar”, dice como si me estuviera hablando de una secta cibernética o dándome a elegir entre una píldora roja y una azul.
Hay dos cosas que siempre se mueven en la ciudad: la gente y el efectivo. El dinero fluye como sangre por las venas de las sociedades: que se compren y vendan cosas es una señal de vida. Ahora el futuro se inclina por la digitalización de este intercambio de monedas y billetes, de mano en mano, para reemplazarlo por el plástico de las tarjetas o, más intangible aun, por transacciones digitales.
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Sin embargo, registrar este pulso es cada más difícil en países como México. Según el Inegi, 50% de la población mexicana trabaja sin pagar impuestos ni recibir las prestaciones que marca la ley y 45 millones de habitantes no tienen una cuenta de banco, por lo que el efectivo sigue siendo el rey. Aun así, el que hoy nos cueste imaginar que alguien venda chicles en la calle con un código QR no quiere decir que sea imposible. Antes de la pandemia, estos cuadros ya se nos aparecían lo mismo en supermercados y restaurantes que en el metro.
Imaginar el devenir no es un acto ocioso, sino necesario. La actualidad, atravesada por una pandemia y la crisis económica que ha provocado, en un clima de polarización política y crisis ambiental, ofrece una oportunidad para repensar este tema porque, más allá de tecnicismos, el dinero es un símbolo de confianza. Franco “Bifo” Berardi afirma en “¿Hay vida más allá del dinero?”:
[el dinero y el lenguaje] desde un punto de vista físico no son nada y, sin embargo, lo mueven todo en la historia humana. Las palabras llevan a la gente a creer, generan expectativas y el impulso de actuar para el logro de objetivos. Las palabras son herramientas de persuasión y de movilización de las energías psíquicas. El dinero actúa de forma similar, con base en la confianza, en la creencia de que un trozo de papel significa todo lo que puede ser comprado y vendido en el mundo.
Para Berardi el dinero habla y, en su forma de hacerlo, revela mucho acerca de dónde estamos y hacia dónde vamos. A la luz de un deterioro sin precedentes, lo que sea que el dinero tenga que decirnos seguro no nos va a estorbar. Pero, para poder escucharlo, primero hay que entender qué es. Por definición, algo funciona como dinero si cumple tres requisitos: debe servir para hacer transacciones —es decir, tiene que haber gente dispuesta a intercambiarlo por productos o servicios—; debe ser unidad de valor —o sea, servir para fijarle un precio a las cosas—; y debe ser un depósito de valor —servir en el futuro para seguir comprando—. Estos tres elementos nos han ayudado a conceptualizar el dinero desde hace miles de años.
“El origen de la palabra ‘pecuniario’ [que se refiere a todo lo relativo al dinero] es indoeuropeo y denomina al ‘ganado’, lo cual quiere decir que antiguamente las personas comerciaban y pagaban con esta ‘moneda’. Pero llegó un momento en que ya no fue factible comprar todo tipo de bienes con vacas o carneros y por eso se empezó a trabajar con otros objetos”, explica Ignacio de la Torre, economista en jefe del Grupo Financiero Arcano y académico de la IE Business School en Madrid.
De la Torre explica —y en ello converge con Berardi— que hay una relación estrecha entre escritura y dinero: “Los primeros escritos del año 3200 a. C. reflejan créditos. El templo de Babilonia daba préstamos a sus súbditos y lo que hacía era escribirlos para asegurarse de que los pagos iban a ser recibidos al final. A partir del siglo II o III a. C., ya con la existencia de las monedas, se da un desarrollo comercial más que evidente, sobre todo al calor de la pax romana. Creo que el dinero nos ha permitido la movilización comercial, por un lado, y la armonización del crédito, por otro, y ambos instrumentos nos han ayudado a los seres humanos a multiplicarnos”, dice e insiste en que hay una estrecha relación entre la evolución de las finanzas y los avances tecnológicos. De ahí que en la actualidad la tendencia a la digitalización del dinero se vincule a que cada vez más personas tienen acceso a internet y a un smartphone. En México el número de internautas creció un 30% entre 2015 y 2019 y el de usuarios de teléfonos inteligentes aumentó en 120% en el mismo periodo (ver figura 1).
El desarrollo tecnológico ha traído consigo un desarrollo financiero. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF), que hizo el Inegi, el número de personas que compra por internet (al menos una vez al año) pasó de seis millones, en 2015, a casi dieciocho millones, en 2019. En 2012 sólo veinticinco millones de mexicanos tenían una cuenta de banco y para 2018 la cifra superaba los 37 millones (ver figuras 2a y 2b).
Aunque el uso del internet está creciendo a una velocidad mucho mayor que la bancarización, está claro que en el avance tecnológico, particularmente en torno a los celulares inteligentes, hay una clave para entender cómo ha cambiado nuestra relación con el dinero; por ejemplo, entre 2012 y 2018 el número de personas que usan los servicios de banca a través del celular pasó de 1.4 millones a 8.3; este aumento, de casi un 500%, es mucho mayor que el que se dio en la adopción de tarjetas de crédito o débito (ver figura 3).
Entonces, ¿qué puede deparar el futuro para el dinero?
Por lo mucho que se habla de esto, parece que el horizonte del mañana son las criptomonedas y el dinero electrónico.
***
Las criptomonedas surgieron a finales de 2008 cuando, a través de una lista de correos electrónicos suscritos a metzdown.com, se envió un artículo, con formato académico, titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”. No tenía ningún tipo de membrete y estaba firmado por un tal Satoshi Nakamoto; después se supo que era un seudónimo y hasta la fecha no se sabe quién o quiénes lo escribieron. El extraño acontecimiento marcó el inicio del Bitcoin y se volvería un hito en la historia de las finanzas, porque aquel artículo describía el funcionamiento de un sistema digital —Blockchain— que permitía prescindir de un banco central para realizar transacciones y presentaba cómo podía operar un sistema de efectivo digital.
Lorena Ortiz, la dueña del Bitcoin Embassy, explica el sistema Blockchain de forma muy didáctica: es como un salón de clases donde cada uno de los compañeros, sentado en el pupitre, es usuario de bitcoins. Cada quien posee una libreta cuya primera anotación indica cuánto dinero tiene el resto de la gente en ese espacio. Cada vez que dos compañeros se piden dinero prestado, deben decirlo en voz alta y todos registran en la libreta quién le dio dinero a quién, cuánto y cómo quedan los saldos de todos. Mientras todas las libretas lleven las mismas cuentas, se asume que no hay un doble gasto, como ocurre cuando se presta o se recibe dinero no reportado, y se confirma la transacción que es conocida como bloque.
Ortiz cuenta que las libretas son los nodos, un registro electrónico que se hace en tiempo real en todas las computadoras que tengan descargado un software especial, como Bitcoin Core, y permite conocer todas las transacciones y sus montos desde que se creó la divisa, pero sin revelar la identidad de quien las ejecuta: de ahí que el sistema sea rastreable y anónimo al mismo tiempo. Mientras existan estos nodos, la red de la moneda puede seguir existiendo y el sistema de intercambio funciona. Ésta es la parte anárquica del Bitcoin, porque cualquiera con acceso a internet, una computadora y un disco duro extraíble puede crear su propio nodo de validación con descargar un archivo. Sin embargo, hay otros nodos, llamados mineros, que requieren de computadoras más potentes, ya que son los que ejecutan las transacciones; son los que dan la fuerza de cómputo a la red y, por eso, a cambio de su esfuerzo, reciben cierto número de bitcoins cada vez que procesan transacciones. Ese número está fijado por el código de la moneda y puede disminuir con el paso del tiempo. Por ejemplo, en 2012 la recompensa era de veinticinco bitcoins por bloque y en febrero de 2021, fue de 6.25. Este código, que es, en cierta manera, la “política monetaria” del Bitcoin, no puede modificarse. Hasta marzo de 2021 se estima que existen más de trescientos mil nodos de Bitcoin y, aunque es posible identificar en qué país están instalados, no se puede saber quién los posee.
Los sistemas de banca tradicionales no utilizan la tecnología de Blockchain: en cambio, los bancos se encargan de realizar todas las transacciones, para que, de ese modo, nadie incurra en un doble gasto. En otras palabras, mientras que en las criptomonedas hay un sistema en el que todas las personas pueden participar, en el tradicional los bancos son los únicos designados para hacer fluir el dinero.
Ahora, ¿cómo es posible que alguien pueda crear una moneda por sí mismo? y, algo así, ¿puede tener validez? En el pasado las monedas representaban bienes que no podían transportarse, como vacas o lingotes de oro, pero hace cincuenta años, el 15 de agosto de 1971, el gobierno de Richard Nixon rompió el patrón oro y, con ello, el dinero dejó de simbolizar bienes materiales y se volvió únicamente un signo de confianza, por lo que, en el fondo, el criptodinero no es tan distinto del “dinero real”.
Al cierre de esta edición, más de seis mil criptomonedas existen en el mundo. ¿Realmente servirán para resolver la crisis económica, ambiental y política de nuestro tiempo o sólo son resultado de los mismos errores que nos han llevado hasta aquí?
El gran pero a las criptomonedas es su alto impacto ambiental. Andrew Ross Sorkin publicó un artículo, “El problema climático del Bitcoin”, en el New York Times, donde señala que la huella de carbono de una transacción de Bitcoin es trece veces mayor que la de una transacción de Visa. Las computadoras necesarias para hacer la “minería” y los cálculos complejos de las transacciones necesitan de mucha energía para funcionar y, además, deben siempre estar encendidas. El Cambridge Bitcoin Electricity Consumption Index señala que Bitcoin consume tanta electricidad como toda Bélgica o Finlandia. Los entusiastas responden, en contraparte, que el problema de consumo de electricidad podría resolverse utilizando energías renovables.
Aunque es claro que las criptomonedas cojean de una pata, la medioambiental, el dinero tendrá cada vez más información y con esta tecnología será mucho más fácil rastrear su origen y averiguar si proviene de actividades lícitas o ilícitas, de modo que podría abrirse una discusión respecto a si todo el dinero vale lo mismo: “Lo que puede ocurrir es que se comience a discriminar el dinero con base en si ayuda o no a la sociedad o qué tanto contamina. Sin duda, esto se puede hacer y ayudará a que haya más incentivos para que la humanidad vaya en, digamos, la línea correcta”, señala Javier Martínez Morodo, director de Producto de Bitso, una empresa mexicana que creó una aplicación para transformar dólares o pesos en bitcoins, como una especie de casa de cambio.
Martínez Morodo sostiene que la irrupción de las criptomonedas marca una nueva etapa en la historia del dinero, donde éste ya no tiene que estar respaldado por un país necesariamente y puede ser más global. El dinero de la era digital que él vislumbra va a estar cohesionado ya no por el territorio o el Estado, sino por las convenciones que establezca un grupo afín; un trueque moderno que hace pensar que en el futuro será posible que los fans del k-pop o de algún equipo de futbol tengan su propia moneda para intercambiar bienes y sacar alguna ventaja. En el fondo, es la posibilidad de resignificar el dinero entre personas con quienes se puede elegir lo que se tiene en común y con las que tal vez haya más confianza.
Pero no todos comparten esta visión utópica. Ignacio de la Torre, por ejemplo, duda que el bitcoin y demás divisas digitales sean dinero siquiera. Señala que “las criptodivisas no cumplen con ninguno de los dos primeros criterios” de los tres mencionados anteriormente y tiene razón, porque las criptomonedas están muy rezagadas con respecto a la capacidad de transferencia. Mientras que Bitcoin hace entre tres y cuatro transacciones por segundo, Visa puede realizar 1 667. No hay punto de comparación.
“Otro punto importante es que, para que el dinero sea dinero, hace falta que podamos contar en esa divisa y eso implica que tenga baja volatilidad. La volatilidad anual del euro o del dólar es de 3% o 4%; la del bitcoin supera el 90%. Por eso creo que en la práctica no se puede afirmar que las criptodivisas sean dinero”, sentencia. Su volatilidad ha convertido a las criptomonedas en una suerte de juguete del sistema financiero; debido a lo explosivo del cambio en su valor, que puede hacerles ganar o perder muchísimo dinero en poco tiempo, funcionan como mera herramienta de especulación. Para muestra, el Bitcoin: en 2010 su valor era de menos de un dólar y actualmente cotiza casi en cuarenta mil dólares.
Sin embargo, aunque contradigan a los libros de texto y cueste mucho creer que algo con un valor tan errático pueda ser un símbolo de confianza, las criptomonedas son cada vez más populares. “Hoy más de cien millones de personas en el mundo tienen bitcoins, una adopción bastante considerable. Sólo en Estados Unidos, Coinbase, que es el exchange más grande del mundo, tiene 68 millones de usuarios (20% de la población) y sigue creciendo a un paso muy acelerado”, comenta Martínez Morodo. En México también ha crecido la adopción y eso se nota en los usuarios de Bitso, que pasaron de medio millón en 2019 a dos millones para abril de 2021.
***
Casi todos los gobiernos del mundo han tomado con mucha cautela la popularidad de las criptomonedas. En México, Banxico y la Secretaría de Hacienda les prohibieron a los bancos comerciales hacer operaciones en criptodivisas y en Estados Unidos este dinero digital se ve como materia a regular para evitar la evasión de impuestos, al grado que ya integraron la pregunta sobre ganancias o pérdidas en criptomonedas en la forma fiscal 1040. La única excepción es El Salvador, donde el bitcoin es considerado, desde junio del 2021, una moneda de curso legal, es decir, que se puede usar sin problema para pagar por servicios en todo el país.
¿Por qué los gobiernos se oponen a las criptomonedas? Por un lado, argumentan que los grupos criminales podrían usarlas para lavar dinero o para actividades ilícitas, pero eso no es del todo cierto. En junio de este año el New York Times publicó el reportaje “Bitcoin and encryption: a race between criminals and the FBI”, donde explica que las criptomonedas, al dejar rastro, facilitan la detección de redes de cuentas criminales, aunque sean anónimas, porque se puede analizar el comportamiento de las transacciones con más claridad. Sin embargo, esa labor es costosa; requiere de equipo y personal altamente especializados que pocas agencias de investigación pueden pagar. Esa conclusión queda de manifiesto en “Latin American crime cartels turn to cryptocurrencies for money laundering”, publicado por Reuters, donde Rolando Rosas, titular de la Unidad de Investigación Cibernética y Operaciones Tecnológicas de la Fiscalía General de la República en México, declara que tiene un equipo de 120 personas y que necesitaría uno cuatro veces más grande para poder investigar las transacciones de los grupos criminales.
La razón de la oposición a estas divisas se fundamenta más en una defensa de los bancos. De acuerdo con Ignacio de la Torre, éstos realizan tres servicios: guardan, prestan e intercambian dinero. De esas tres actividades, la más redituable es la de las transacciones y es en ese rubro donde las plataformas de intercambio de criptomonedas y las empresas FinTech —compañías de tecnología aplicada a las finanzas— han penetrado, porque ofrecen mejores tarifas para las personas. Bitso, por ejemplo, registró el 6% de las remesas enviadas a México en 2020. La razón es sencilla: las comisiones por pasar de dólares a criptomonedas y luego a pesos son menores que las que cobran los bancos por hacer una transferencia internacional. Enviar dinero a México tiene una comisión de alrededor de treinta dólares, mientras que Bitso cobra 2%. De acuerdo con los datos del Banco de México, la remesa promedio es de 375 dólares y, en ese escenario, la comisión por esa transferencia en criptomonedas sería de sólo 7.5 dólares.
“Con eso el problema que veo es estructural y es que la banca es extremadamente poco rentable. Es un problema a medio plazo y tenemos que darle la vuelta, porque lo que te va a generar es que caigan los bancos; habrá más concentración y los pocos que queden van a tener más capacidad para cobrar comisiones más altas”, dice De la Torre y agrega que es muy probable que esos pocos bancos sean de las grandes compañías tecnológicas o producto de una alianza entre ellas y los bancos. Si Amazon, Facebook, Google, etc., comenzaran a ofrecer servicios financieros, existiría “el riesgo de que veamos un mercado oligopólico, donde el consumidor está fastidiado porque hay muy pocas opciones y porque éstas tienen la ventaja de acceder a todos los datos de las personas”, dice, y en ello dibuja un futuro distópico. Las empresas que controlan las redes sociales no sólo tendrían la información de lo que nos gusta y de lo que conversamos, sino que podrían saber también si somos capaces de costearnos esos deseos y podrían bombardearnos con publicidad basada en eso, por ejemplo, justo cuando recibimos nuestro salario o nos han autorizado un préstamo.
Por eso se vuelve fundamental saber quién será el dueño de toda la información que se asociaría al dinero: “Debemos preguntarnos quién va a tener la posibilidad de vincular todas sus vidas, incluida la económica, a lo digital, porque no todas las personas tienen acceso a internet”, señala la maestra Irene Soria Guzmán, experta en tecnología digital y sociedad y activista del movimiento de software libre. “Entonces, me parece que las empresas tienen un papel coyuntural, porque al no poder conectarnos todos a internet, van a venir a querer conectarnos a toda costa”.
Para prevenir este futuro distópico y de vigilancia por parte de oligopolios de empresas o del Estado es necesario implementar políticas de transparencia. “El código es ley. Lo que está escrito en el código de programación de las cosas que usamos es lo que va a regir gran parte de nuestras acciones y lo que va a poder prever nuestras acciones. En la medida en que no sea transparente, que no sepamos el código ni quién se queda nuestros datos, vamos a seguir siendo vulnerables y esto es un tema que va más allá de la dicotomía empresa-Estado, porque no hay a cuál irle”.
Detrás de esta preocupación acerca de quién va a gobernar la información ligada al dinero está la idea de que éste no es un fin en sí mismo. En su calidad de herramienta, lo que nos debe preocupar como sociedad es quién la usa y para qué. El dinero, ya sea en metal y papel o hecho de código, no nos sacará de la crisis económica; no va a salvar el planeta ni va a recuperar nuestra confianza en las instituciones. Sin embargo, los avances tecnológicos que se revelan a través de las criptomonedas presentan disyuntivas que deberán ser resueltas por la gente que, con su dinero y su poder, mueve el mundo.
El futuro ¿será uno de transparencia, participación, igualdad y armonía con el medio ambiente? No sabemos: la moneda sigue en el aire.
Luis Mendoza Ovando
Nació en Guadalajara, México, en 1994, pero suele mentir y afirmar que es de Monterrey. En esa ciudad del noreste mexicano estudió Ingeniería Química en el itesm porque, aún hoy, tiene un amor por los números que no puede ocultar, aunque su verdadera vocación sea escribir. Corrigió su rumbo en la Ciudad de México cuando entró a la Maestría en Periodismo en Políticas Públicas en elcide. Actualmente escribe con un pie en Monterrey, en el periódico El Norte y la revista Contextual, y otro en la capital del país, en las revistas Gatopardo y Este País.
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Luego de la crisis económica que ocasionó la pandemia, el futuro se inclina hacia la digitalización del trabajo y, por ende, la del dinero. Las criptomonedas y el dinero electrónico parecen ser la próxima frontera. Pero ¿son realmente una solución a los problemas de nuestro tiempo? ¿o tan sólo un exceso del sistema financiero?
Cuando supe de un bar donde se podía comprar cervezas con criptomonedas en México, pensé que ir sería como asomarse a un futuro ciberpunk. Quería ver luces brillantes y detalles color cromo, un menú holográfico, algo acelerado e inasible en la calle de Medellín de la Ciudad de México. Sin embargo, aquel futuro trepidante sólo lo encontré reflejado en las servilletas, mesas y paredes del Bitcoin Embassy Bar, plagadas con el símbolo del bitcoin, esa B atravesada por dos líneas verticales de un sistema que se concibe libre y descentralizado.
“Bitcoin va más allá de una inversión o una moneda: es una ideología completa que puede transformar tu forma de ver el mundo”, dice Lorena Ortiz, psicóloga y empresaria de treinta años que organiza talleres y pláticas sobre criptomonedas y habla como si fuera un personaje de Matrix. “El dinero es un consenso social, lo inventamos entre todos y, si mañana tú y yo decidimos que una moneda digital es dinero y más gente nos sigue, el gobierno no nos va a poder controlar ni parar”, dice como si me estuviera hablando de una secta cibernética o dándome a elegir entre una píldora roja y una azul.
Hay dos cosas que siempre se mueven en la ciudad: la gente y el efectivo. El dinero fluye como sangre por las venas de las sociedades: que se compren y vendan cosas es una señal de vida. Ahora el futuro se inclina por la digitalización de este intercambio de monedas y billetes, de mano en mano, para reemplazarlo por el plástico de las tarjetas o, más intangible aun, por transacciones digitales.
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Sin embargo, registrar este pulso es cada más difícil en países como México. Según el Inegi, 50% de la población mexicana trabaja sin pagar impuestos ni recibir las prestaciones que marca la ley y 45 millones de habitantes no tienen una cuenta de banco, por lo que el efectivo sigue siendo el rey. Aun así, el que hoy nos cueste imaginar que alguien venda chicles en la calle con un código QR no quiere decir que sea imposible. Antes de la pandemia, estos cuadros ya se nos aparecían lo mismo en supermercados y restaurantes que en el metro.
Imaginar el devenir no es un acto ocioso, sino necesario. La actualidad, atravesada por una pandemia y la crisis económica que ha provocado, en un clima de polarización política y crisis ambiental, ofrece una oportunidad para repensar este tema porque, más allá de tecnicismos, el dinero es un símbolo de confianza. Franco “Bifo” Berardi afirma en “¿Hay vida más allá del dinero?”:
[el dinero y el lenguaje] desde un punto de vista físico no son nada y, sin embargo, lo mueven todo en la historia humana. Las palabras llevan a la gente a creer, generan expectativas y el impulso de actuar para el logro de objetivos. Las palabras son herramientas de persuasión y de movilización de las energías psíquicas. El dinero actúa de forma similar, con base en la confianza, en la creencia de que un trozo de papel significa todo lo que puede ser comprado y vendido en el mundo.
Para Berardi el dinero habla y, en su forma de hacerlo, revela mucho acerca de dónde estamos y hacia dónde vamos. A la luz de un deterioro sin precedentes, lo que sea que el dinero tenga que decirnos seguro no nos va a estorbar. Pero, para poder escucharlo, primero hay que entender qué es. Por definición, algo funciona como dinero si cumple tres requisitos: debe servir para hacer transacciones —es decir, tiene que haber gente dispuesta a intercambiarlo por productos o servicios—; debe ser unidad de valor —o sea, servir para fijarle un precio a las cosas—; y debe ser un depósito de valor —servir en el futuro para seguir comprando—. Estos tres elementos nos han ayudado a conceptualizar el dinero desde hace miles de años.
“El origen de la palabra ‘pecuniario’ [que se refiere a todo lo relativo al dinero] es indoeuropeo y denomina al ‘ganado’, lo cual quiere decir que antiguamente las personas comerciaban y pagaban con esta ‘moneda’. Pero llegó un momento en que ya no fue factible comprar todo tipo de bienes con vacas o carneros y por eso se empezó a trabajar con otros objetos”, explica Ignacio de la Torre, economista en jefe del Grupo Financiero Arcano y académico de la IE Business School en Madrid.
De la Torre explica —y en ello converge con Berardi— que hay una relación estrecha entre escritura y dinero: “Los primeros escritos del año 3200 a. C. reflejan créditos. El templo de Babilonia daba préstamos a sus súbditos y lo que hacía era escribirlos para asegurarse de que los pagos iban a ser recibidos al final. A partir del siglo II o III a. C., ya con la existencia de las monedas, se da un desarrollo comercial más que evidente, sobre todo al calor de la pax romana. Creo que el dinero nos ha permitido la movilización comercial, por un lado, y la armonización del crédito, por otro, y ambos instrumentos nos han ayudado a los seres humanos a multiplicarnos”, dice e insiste en que hay una estrecha relación entre la evolución de las finanzas y los avances tecnológicos. De ahí que en la actualidad la tendencia a la digitalización del dinero se vincule a que cada vez más personas tienen acceso a internet y a un smartphone. En México el número de internautas creció un 30% entre 2015 y 2019 y el de usuarios de teléfonos inteligentes aumentó en 120% en el mismo periodo (ver figura 1).
El desarrollo tecnológico ha traído consigo un desarrollo financiero. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF), que hizo el Inegi, el número de personas que compra por internet (al menos una vez al año) pasó de seis millones, en 2015, a casi dieciocho millones, en 2019. En 2012 sólo veinticinco millones de mexicanos tenían una cuenta de banco y para 2018 la cifra superaba los 37 millones (ver figuras 2a y 2b).
Aunque el uso del internet está creciendo a una velocidad mucho mayor que la bancarización, está claro que en el avance tecnológico, particularmente en torno a los celulares inteligentes, hay una clave para entender cómo ha cambiado nuestra relación con el dinero; por ejemplo, entre 2012 y 2018 el número de personas que usan los servicios de banca a través del celular pasó de 1.4 millones a 8.3; este aumento, de casi un 500%, es mucho mayor que el que se dio en la adopción de tarjetas de crédito o débito (ver figura 3).
Entonces, ¿qué puede deparar el futuro para el dinero?
Por lo mucho que se habla de esto, parece que el horizonte del mañana son las criptomonedas y el dinero electrónico.
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Las criptomonedas surgieron a finales de 2008 cuando, a través de una lista de correos electrónicos suscritos a metzdown.com, se envió un artículo, con formato académico, titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”. No tenía ningún tipo de membrete y estaba firmado por un tal Satoshi Nakamoto; después se supo que era un seudónimo y hasta la fecha no se sabe quién o quiénes lo escribieron. El extraño acontecimiento marcó el inicio del Bitcoin y se volvería un hito en la historia de las finanzas, porque aquel artículo describía el funcionamiento de un sistema digital —Blockchain— que permitía prescindir de un banco central para realizar transacciones y presentaba cómo podía operar un sistema de efectivo digital.
Lorena Ortiz, la dueña del Bitcoin Embassy, explica el sistema Blockchain de forma muy didáctica: es como un salón de clases donde cada uno de los compañeros, sentado en el pupitre, es usuario de bitcoins. Cada quien posee una libreta cuya primera anotación indica cuánto dinero tiene el resto de la gente en ese espacio. Cada vez que dos compañeros se piden dinero prestado, deben decirlo en voz alta y todos registran en la libreta quién le dio dinero a quién, cuánto y cómo quedan los saldos de todos. Mientras todas las libretas lleven las mismas cuentas, se asume que no hay un doble gasto, como ocurre cuando se presta o se recibe dinero no reportado, y se confirma la transacción que es conocida como bloque.
Ortiz cuenta que las libretas son los nodos, un registro electrónico que se hace en tiempo real en todas las computadoras que tengan descargado un software especial, como Bitcoin Core, y permite conocer todas las transacciones y sus montos desde que se creó la divisa, pero sin revelar la identidad de quien las ejecuta: de ahí que el sistema sea rastreable y anónimo al mismo tiempo. Mientras existan estos nodos, la red de la moneda puede seguir existiendo y el sistema de intercambio funciona. Ésta es la parte anárquica del Bitcoin, porque cualquiera con acceso a internet, una computadora y un disco duro extraíble puede crear su propio nodo de validación con descargar un archivo. Sin embargo, hay otros nodos, llamados mineros, que requieren de computadoras más potentes, ya que son los que ejecutan las transacciones; son los que dan la fuerza de cómputo a la red y, por eso, a cambio de su esfuerzo, reciben cierto número de bitcoins cada vez que procesan transacciones. Ese número está fijado por el código de la moneda y puede disminuir con el paso del tiempo. Por ejemplo, en 2012 la recompensa era de veinticinco bitcoins por bloque y en febrero de 2021, fue de 6.25. Este código, que es, en cierta manera, la “política monetaria” del Bitcoin, no puede modificarse. Hasta marzo de 2021 se estima que existen más de trescientos mil nodos de Bitcoin y, aunque es posible identificar en qué país están instalados, no se puede saber quién los posee.
Los sistemas de banca tradicionales no utilizan la tecnología de Blockchain: en cambio, los bancos se encargan de realizar todas las transacciones, para que, de ese modo, nadie incurra en un doble gasto. En otras palabras, mientras que en las criptomonedas hay un sistema en el que todas las personas pueden participar, en el tradicional los bancos son los únicos designados para hacer fluir el dinero.
Ahora, ¿cómo es posible que alguien pueda crear una moneda por sí mismo? y, algo así, ¿puede tener validez? En el pasado las monedas representaban bienes que no podían transportarse, como vacas o lingotes de oro, pero hace cincuenta años, el 15 de agosto de 1971, el gobierno de Richard Nixon rompió el patrón oro y, con ello, el dinero dejó de simbolizar bienes materiales y se volvió únicamente un signo de confianza, por lo que, en el fondo, el criptodinero no es tan distinto del “dinero real”.
Al cierre de esta edición, más de seis mil criptomonedas existen en el mundo. ¿Realmente servirán para resolver la crisis económica, ambiental y política de nuestro tiempo o sólo son resultado de los mismos errores que nos han llevado hasta aquí?
El gran pero a las criptomonedas es su alto impacto ambiental. Andrew Ross Sorkin publicó un artículo, “El problema climático del Bitcoin”, en el New York Times, donde señala que la huella de carbono de una transacción de Bitcoin es trece veces mayor que la de una transacción de Visa. Las computadoras necesarias para hacer la “minería” y los cálculos complejos de las transacciones necesitan de mucha energía para funcionar y, además, deben siempre estar encendidas. El Cambridge Bitcoin Electricity Consumption Index señala que Bitcoin consume tanta electricidad como toda Bélgica o Finlandia. Los entusiastas responden, en contraparte, que el problema de consumo de electricidad podría resolverse utilizando energías renovables.
Aunque es claro que las criptomonedas cojean de una pata, la medioambiental, el dinero tendrá cada vez más información y con esta tecnología será mucho más fácil rastrear su origen y averiguar si proviene de actividades lícitas o ilícitas, de modo que podría abrirse una discusión respecto a si todo el dinero vale lo mismo: “Lo que puede ocurrir es que se comience a discriminar el dinero con base en si ayuda o no a la sociedad o qué tanto contamina. Sin duda, esto se puede hacer y ayudará a que haya más incentivos para que la humanidad vaya en, digamos, la línea correcta”, señala Javier Martínez Morodo, director de Producto de Bitso, una empresa mexicana que creó una aplicación para transformar dólares o pesos en bitcoins, como una especie de casa de cambio.
Martínez Morodo sostiene que la irrupción de las criptomonedas marca una nueva etapa en la historia del dinero, donde éste ya no tiene que estar respaldado por un país necesariamente y puede ser más global. El dinero de la era digital que él vislumbra va a estar cohesionado ya no por el territorio o el Estado, sino por las convenciones que establezca un grupo afín; un trueque moderno que hace pensar que en el futuro será posible que los fans del k-pop o de algún equipo de futbol tengan su propia moneda para intercambiar bienes y sacar alguna ventaja. En el fondo, es la posibilidad de resignificar el dinero entre personas con quienes se puede elegir lo que se tiene en común y con las que tal vez haya más confianza.
Pero no todos comparten esta visión utópica. Ignacio de la Torre, por ejemplo, duda que el bitcoin y demás divisas digitales sean dinero siquiera. Señala que “las criptodivisas no cumplen con ninguno de los dos primeros criterios” de los tres mencionados anteriormente y tiene razón, porque las criptomonedas están muy rezagadas con respecto a la capacidad de transferencia. Mientras que Bitcoin hace entre tres y cuatro transacciones por segundo, Visa puede realizar 1 667. No hay punto de comparación.
“Otro punto importante es que, para que el dinero sea dinero, hace falta que podamos contar en esa divisa y eso implica que tenga baja volatilidad. La volatilidad anual del euro o del dólar es de 3% o 4%; la del bitcoin supera el 90%. Por eso creo que en la práctica no se puede afirmar que las criptodivisas sean dinero”, sentencia. Su volatilidad ha convertido a las criptomonedas en una suerte de juguete del sistema financiero; debido a lo explosivo del cambio en su valor, que puede hacerles ganar o perder muchísimo dinero en poco tiempo, funcionan como mera herramienta de especulación. Para muestra, el Bitcoin: en 2010 su valor era de menos de un dólar y actualmente cotiza casi en cuarenta mil dólares.
Sin embargo, aunque contradigan a los libros de texto y cueste mucho creer que algo con un valor tan errático pueda ser un símbolo de confianza, las criptomonedas son cada vez más populares. “Hoy más de cien millones de personas en el mundo tienen bitcoins, una adopción bastante considerable. Sólo en Estados Unidos, Coinbase, que es el exchange más grande del mundo, tiene 68 millones de usuarios (20% de la población) y sigue creciendo a un paso muy acelerado”, comenta Martínez Morodo. En México también ha crecido la adopción y eso se nota en los usuarios de Bitso, que pasaron de medio millón en 2019 a dos millones para abril de 2021.
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Casi todos los gobiernos del mundo han tomado con mucha cautela la popularidad de las criptomonedas. En México, Banxico y la Secretaría de Hacienda les prohibieron a los bancos comerciales hacer operaciones en criptodivisas y en Estados Unidos este dinero digital se ve como materia a regular para evitar la evasión de impuestos, al grado que ya integraron la pregunta sobre ganancias o pérdidas en criptomonedas en la forma fiscal 1040. La única excepción es El Salvador, donde el bitcoin es considerado, desde junio del 2021, una moneda de curso legal, es decir, que se puede usar sin problema para pagar por servicios en todo el país.
¿Por qué los gobiernos se oponen a las criptomonedas? Por un lado, argumentan que los grupos criminales podrían usarlas para lavar dinero o para actividades ilícitas, pero eso no es del todo cierto. En junio de este año el New York Times publicó el reportaje “Bitcoin and encryption: a race between criminals and the FBI”, donde explica que las criptomonedas, al dejar rastro, facilitan la detección de redes de cuentas criminales, aunque sean anónimas, porque se puede analizar el comportamiento de las transacciones con más claridad. Sin embargo, esa labor es costosa; requiere de equipo y personal altamente especializados que pocas agencias de investigación pueden pagar. Esa conclusión queda de manifiesto en “Latin American crime cartels turn to cryptocurrencies for money laundering”, publicado por Reuters, donde Rolando Rosas, titular de la Unidad de Investigación Cibernética y Operaciones Tecnológicas de la Fiscalía General de la República en México, declara que tiene un equipo de 120 personas y que necesitaría uno cuatro veces más grande para poder investigar las transacciones de los grupos criminales.
La razón de la oposición a estas divisas se fundamenta más en una defensa de los bancos. De acuerdo con Ignacio de la Torre, éstos realizan tres servicios: guardan, prestan e intercambian dinero. De esas tres actividades, la más redituable es la de las transacciones y es en ese rubro donde las plataformas de intercambio de criptomonedas y las empresas FinTech —compañías de tecnología aplicada a las finanzas— han penetrado, porque ofrecen mejores tarifas para las personas. Bitso, por ejemplo, registró el 6% de las remesas enviadas a México en 2020. La razón es sencilla: las comisiones por pasar de dólares a criptomonedas y luego a pesos son menores que las que cobran los bancos por hacer una transferencia internacional. Enviar dinero a México tiene una comisión de alrededor de treinta dólares, mientras que Bitso cobra 2%. De acuerdo con los datos del Banco de México, la remesa promedio es de 375 dólares y, en ese escenario, la comisión por esa transferencia en criptomonedas sería de sólo 7.5 dólares.
“Con eso el problema que veo es estructural y es que la banca es extremadamente poco rentable. Es un problema a medio plazo y tenemos que darle la vuelta, porque lo que te va a generar es que caigan los bancos; habrá más concentración y los pocos que queden van a tener más capacidad para cobrar comisiones más altas”, dice De la Torre y agrega que es muy probable que esos pocos bancos sean de las grandes compañías tecnológicas o producto de una alianza entre ellas y los bancos. Si Amazon, Facebook, Google, etc., comenzaran a ofrecer servicios financieros, existiría “el riesgo de que veamos un mercado oligopólico, donde el consumidor está fastidiado porque hay muy pocas opciones y porque éstas tienen la ventaja de acceder a todos los datos de las personas”, dice, y en ello dibuja un futuro distópico. Las empresas que controlan las redes sociales no sólo tendrían la información de lo que nos gusta y de lo que conversamos, sino que podrían saber también si somos capaces de costearnos esos deseos y podrían bombardearnos con publicidad basada en eso, por ejemplo, justo cuando recibimos nuestro salario o nos han autorizado un préstamo.
Por eso se vuelve fundamental saber quién será el dueño de toda la información que se asociaría al dinero: “Debemos preguntarnos quién va a tener la posibilidad de vincular todas sus vidas, incluida la económica, a lo digital, porque no todas las personas tienen acceso a internet”, señala la maestra Irene Soria Guzmán, experta en tecnología digital y sociedad y activista del movimiento de software libre. “Entonces, me parece que las empresas tienen un papel coyuntural, porque al no poder conectarnos todos a internet, van a venir a querer conectarnos a toda costa”.
Para prevenir este futuro distópico y de vigilancia por parte de oligopolios de empresas o del Estado es necesario implementar políticas de transparencia. “El código es ley. Lo que está escrito en el código de programación de las cosas que usamos es lo que va a regir gran parte de nuestras acciones y lo que va a poder prever nuestras acciones. En la medida en que no sea transparente, que no sepamos el código ni quién se queda nuestros datos, vamos a seguir siendo vulnerables y esto es un tema que va más allá de la dicotomía empresa-Estado, porque no hay a cuál irle”.
Detrás de esta preocupación acerca de quién va a gobernar la información ligada al dinero está la idea de que éste no es un fin en sí mismo. En su calidad de herramienta, lo que nos debe preocupar como sociedad es quién la usa y para qué. El dinero, ya sea en metal y papel o hecho de código, no nos sacará de la crisis económica; no va a salvar el planeta ni va a recuperar nuestra confianza en las instituciones. Sin embargo, los avances tecnológicos que se revelan a través de las criptomonedas presentan disyuntivas que deberán ser resueltas por la gente que, con su dinero y su poder, mueve el mundo.
El futuro ¿será uno de transparencia, participación, igualdad y armonía con el medio ambiente? No sabemos: la moneda sigue en el aire.
Luis Mendoza Ovando
Nació en Guadalajara, México, en 1994, pero suele mentir y afirmar que es de Monterrey. En esa ciudad del noreste mexicano estudió Ingeniería Química en el itesm porque, aún hoy, tiene un amor por los números que no puede ocultar, aunque su verdadera vocación sea escribir. Corrigió su rumbo en la Ciudad de México cuando entró a la Maestría en Periodismo en Políticas Públicas en elcide. Actualmente escribe con un pie en Monterrey, en el periódico El Norte y la revista Contextual, y otro en la capital del país, en las revistas Gatopardo y Este País.
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Luego de la crisis económica que ocasionó la pandemia, el futuro se inclina hacia la digitalización del trabajo y, por ende, la del dinero. Las criptomonedas y el dinero electrónico parecen ser la próxima frontera. Pero ¿son realmente una solución a los problemas de nuestro tiempo? ¿o tan sólo un exceso del sistema financiero?
Cuando supe de un bar donde se podía comprar cervezas con criptomonedas en México, pensé que ir sería como asomarse a un futuro ciberpunk. Quería ver luces brillantes y detalles color cromo, un menú holográfico, algo acelerado e inasible en la calle de Medellín de la Ciudad de México. Sin embargo, aquel futuro trepidante sólo lo encontré reflejado en las servilletas, mesas y paredes del Bitcoin Embassy Bar, plagadas con el símbolo del bitcoin, esa B atravesada por dos líneas verticales de un sistema que se concibe libre y descentralizado.
“Bitcoin va más allá de una inversión o una moneda: es una ideología completa que puede transformar tu forma de ver el mundo”, dice Lorena Ortiz, psicóloga y empresaria de treinta años que organiza talleres y pláticas sobre criptomonedas y habla como si fuera un personaje de Matrix. “El dinero es un consenso social, lo inventamos entre todos y, si mañana tú y yo decidimos que una moneda digital es dinero y más gente nos sigue, el gobierno no nos va a poder controlar ni parar”, dice como si me estuviera hablando de una secta cibernética o dándome a elegir entre una píldora roja y una azul.
Hay dos cosas que siempre se mueven en la ciudad: la gente y el efectivo. El dinero fluye como sangre por las venas de las sociedades: que se compren y vendan cosas es una señal de vida. Ahora el futuro se inclina por la digitalización de este intercambio de monedas y billetes, de mano en mano, para reemplazarlo por el plástico de las tarjetas o, más intangible aun, por transacciones digitales.
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Sin embargo, registrar este pulso es cada más difícil en países como México. Según el Inegi, 50% de la población mexicana trabaja sin pagar impuestos ni recibir las prestaciones que marca la ley y 45 millones de habitantes no tienen una cuenta de banco, por lo que el efectivo sigue siendo el rey. Aun así, el que hoy nos cueste imaginar que alguien venda chicles en la calle con un código QR no quiere decir que sea imposible. Antes de la pandemia, estos cuadros ya se nos aparecían lo mismo en supermercados y restaurantes que en el metro.
Imaginar el devenir no es un acto ocioso, sino necesario. La actualidad, atravesada por una pandemia y la crisis económica que ha provocado, en un clima de polarización política y crisis ambiental, ofrece una oportunidad para repensar este tema porque, más allá de tecnicismos, el dinero es un símbolo de confianza. Franco “Bifo” Berardi afirma en “¿Hay vida más allá del dinero?”:
[el dinero y el lenguaje] desde un punto de vista físico no son nada y, sin embargo, lo mueven todo en la historia humana. Las palabras llevan a la gente a creer, generan expectativas y el impulso de actuar para el logro de objetivos. Las palabras son herramientas de persuasión y de movilización de las energías psíquicas. El dinero actúa de forma similar, con base en la confianza, en la creencia de que un trozo de papel significa todo lo que puede ser comprado y vendido en el mundo.
Para Berardi el dinero habla y, en su forma de hacerlo, revela mucho acerca de dónde estamos y hacia dónde vamos. A la luz de un deterioro sin precedentes, lo que sea que el dinero tenga que decirnos seguro no nos va a estorbar. Pero, para poder escucharlo, primero hay que entender qué es. Por definición, algo funciona como dinero si cumple tres requisitos: debe servir para hacer transacciones —es decir, tiene que haber gente dispuesta a intercambiarlo por productos o servicios—; debe ser unidad de valor —o sea, servir para fijarle un precio a las cosas—; y debe ser un depósito de valor —servir en el futuro para seguir comprando—. Estos tres elementos nos han ayudado a conceptualizar el dinero desde hace miles de años.
“El origen de la palabra ‘pecuniario’ [que se refiere a todo lo relativo al dinero] es indoeuropeo y denomina al ‘ganado’, lo cual quiere decir que antiguamente las personas comerciaban y pagaban con esta ‘moneda’. Pero llegó un momento en que ya no fue factible comprar todo tipo de bienes con vacas o carneros y por eso se empezó a trabajar con otros objetos”, explica Ignacio de la Torre, economista en jefe del Grupo Financiero Arcano y académico de la IE Business School en Madrid.
De la Torre explica —y en ello converge con Berardi— que hay una relación estrecha entre escritura y dinero: “Los primeros escritos del año 3200 a. C. reflejan créditos. El templo de Babilonia daba préstamos a sus súbditos y lo que hacía era escribirlos para asegurarse de que los pagos iban a ser recibidos al final. A partir del siglo II o III a. C., ya con la existencia de las monedas, se da un desarrollo comercial más que evidente, sobre todo al calor de la pax romana. Creo que el dinero nos ha permitido la movilización comercial, por un lado, y la armonización del crédito, por otro, y ambos instrumentos nos han ayudado a los seres humanos a multiplicarnos”, dice e insiste en que hay una estrecha relación entre la evolución de las finanzas y los avances tecnológicos. De ahí que en la actualidad la tendencia a la digitalización del dinero se vincule a que cada vez más personas tienen acceso a internet y a un smartphone. En México el número de internautas creció un 30% entre 2015 y 2019 y el de usuarios de teléfonos inteligentes aumentó en 120% en el mismo periodo (ver figura 1).
El desarrollo tecnológico ha traído consigo un desarrollo financiero. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF), que hizo el Inegi, el número de personas que compra por internet (al menos una vez al año) pasó de seis millones, en 2015, a casi dieciocho millones, en 2019. En 2012 sólo veinticinco millones de mexicanos tenían una cuenta de banco y para 2018 la cifra superaba los 37 millones (ver figuras 2a y 2b).
Aunque el uso del internet está creciendo a una velocidad mucho mayor que la bancarización, está claro que en el avance tecnológico, particularmente en torno a los celulares inteligentes, hay una clave para entender cómo ha cambiado nuestra relación con el dinero; por ejemplo, entre 2012 y 2018 el número de personas que usan los servicios de banca a través del celular pasó de 1.4 millones a 8.3; este aumento, de casi un 500%, es mucho mayor que el que se dio en la adopción de tarjetas de crédito o débito (ver figura 3).
Entonces, ¿qué puede deparar el futuro para el dinero?
Por lo mucho que se habla de esto, parece que el horizonte del mañana son las criptomonedas y el dinero electrónico.
***
Las criptomonedas surgieron a finales de 2008 cuando, a través de una lista de correos electrónicos suscritos a metzdown.com, se envió un artículo, con formato académico, titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”. No tenía ningún tipo de membrete y estaba firmado por un tal Satoshi Nakamoto; después se supo que era un seudónimo y hasta la fecha no se sabe quién o quiénes lo escribieron. El extraño acontecimiento marcó el inicio del Bitcoin y se volvería un hito en la historia de las finanzas, porque aquel artículo describía el funcionamiento de un sistema digital —Blockchain— que permitía prescindir de un banco central para realizar transacciones y presentaba cómo podía operar un sistema de efectivo digital.
Lorena Ortiz, la dueña del Bitcoin Embassy, explica el sistema Blockchain de forma muy didáctica: es como un salón de clases donde cada uno de los compañeros, sentado en el pupitre, es usuario de bitcoins. Cada quien posee una libreta cuya primera anotación indica cuánto dinero tiene el resto de la gente en ese espacio. Cada vez que dos compañeros se piden dinero prestado, deben decirlo en voz alta y todos registran en la libreta quién le dio dinero a quién, cuánto y cómo quedan los saldos de todos. Mientras todas las libretas lleven las mismas cuentas, se asume que no hay un doble gasto, como ocurre cuando se presta o se recibe dinero no reportado, y se confirma la transacción que es conocida como bloque.
Ortiz cuenta que las libretas son los nodos, un registro electrónico que se hace en tiempo real en todas las computadoras que tengan descargado un software especial, como Bitcoin Core, y permite conocer todas las transacciones y sus montos desde que se creó la divisa, pero sin revelar la identidad de quien las ejecuta: de ahí que el sistema sea rastreable y anónimo al mismo tiempo. Mientras existan estos nodos, la red de la moneda puede seguir existiendo y el sistema de intercambio funciona. Ésta es la parte anárquica del Bitcoin, porque cualquiera con acceso a internet, una computadora y un disco duro extraíble puede crear su propio nodo de validación con descargar un archivo. Sin embargo, hay otros nodos, llamados mineros, que requieren de computadoras más potentes, ya que son los que ejecutan las transacciones; son los que dan la fuerza de cómputo a la red y, por eso, a cambio de su esfuerzo, reciben cierto número de bitcoins cada vez que procesan transacciones. Ese número está fijado por el código de la moneda y puede disminuir con el paso del tiempo. Por ejemplo, en 2012 la recompensa era de veinticinco bitcoins por bloque y en febrero de 2021, fue de 6.25. Este código, que es, en cierta manera, la “política monetaria” del Bitcoin, no puede modificarse. Hasta marzo de 2021 se estima que existen más de trescientos mil nodos de Bitcoin y, aunque es posible identificar en qué país están instalados, no se puede saber quién los posee.
Los sistemas de banca tradicionales no utilizan la tecnología de Blockchain: en cambio, los bancos se encargan de realizar todas las transacciones, para que, de ese modo, nadie incurra en un doble gasto. En otras palabras, mientras que en las criptomonedas hay un sistema en el que todas las personas pueden participar, en el tradicional los bancos son los únicos designados para hacer fluir el dinero.
Ahora, ¿cómo es posible que alguien pueda crear una moneda por sí mismo? y, algo así, ¿puede tener validez? En el pasado las monedas representaban bienes que no podían transportarse, como vacas o lingotes de oro, pero hace cincuenta años, el 15 de agosto de 1971, el gobierno de Richard Nixon rompió el patrón oro y, con ello, el dinero dejó de simbolizar bienes materiales y se volvió únicamente un signo de confianza, por lo que, en el fondo, el criptodinero no es tan distinto del “dinero real”.
Al cierre de esta edición, más de seis mil criptomonedas existen en el mundo. ¿Realmente servirán para resolver la crisis económica, ambiental y política de nuestro tiempo o sólo son resultado de los mismos errores que nos han llevado hasta aquí?
El gran pero a las criptomonedas es su alto impacto ambiental. Andrew Ross Sorkin publicó un artículo, “El problema climático del Bitcoin”, en el New York Times, donde señala que la huella de carbono de una transacción de Bitcoin es trece veces mayor que la de una transacción de Visa. Las computadoras necesarias para hacer la “minería” y los cálculos complejos de las transacciones necesitan de mucha energía para funcionar y, además, deben siempre estar encendidas. El Cambridge Bitcoin Electricity Consumption Index señala que Bitcoin consume tanta electricidad como toda Bélgica o Finlandia. Los entusiastas responden, en contraparte, que el problema de consumo de electricidad podría resolverse utilizando energías renovables.
Aunque es claro que las criptomonedas cojean de una pata, la medioambiental, el dinero tendrá cada vez más información y con esta tecnología será mucho más fácil rastrear su origen y averiguar si proviene de actividades lícitas o ilícitas, de modo que podría abrirse una discusión respecto a si todo el dinero vale lo mismo: “Lo que puede ocurrir es que se comience a discriminar el dinero con base en si ayuda o no a la sociedad o qué tanto contamina. Sin duda, esto se puede hacer y ayudará a que haya más incentivos para que la humanidad vaya en, digamos, la línea correcta”, señala Javier Martínez Morodo, director de Producto de Bitso, una empresa mexicana que creó una aplicación para transformar dólares o pesos en bitcoins, como una especie de casa de cambio.
Martínez Morodo sostiene que la irrupción de las criptomonedas marca una nueva etapa en la historia del dinero, donde éste ya no tiene que estar respaldado por un país necesariamente y puede ser más global. El dinero de la era digital que él vislumbra va a estar cohesionado ya no por el territorio o el Estado, sino por las convenciones que establezca un grupo afín; un trueque moderno que hace pensar que en el futuro será posible que los fans del k-pop o de algún equipo de futbol tengan su propia moneda para intercambiar bienes y sacar alguna ventaja. En el fondo, es la posibilidad de resignificar el dinero entre personas con quienes se puede elegir lo que se tiene en común y con las que tal vez haya más confianza.
Pero no todos comparten esta visión utópica. Ignacio de la Torre, por ejemplo, duda que el bitcoin y demás divisas digitales sean dinero siquiera. Señala que “las criptodivisas no cumplen con ninguno de los dos primeros criterios” de los tres mencionados anteriormente y tiene razón, porque las criptomonedas están muy rezagadas con respecto a la capacidad de transferencia. Mientras que Bitcoin hace entre tres y cuatro transacciones por segundo, Visa puede realizar 1 667. No hay punto de comparación.
“Otro punto importante es que, para que el dinero sea dinero, hace falta que podamos contar en esa divisa y eso implica que tenga baja volatilidad. La volatilidad anual del euro o del dólar es de 3% o 4%; la del bitcoin supera el 90%. Por eso creo que en la práctica no se puede afirmar que las criptodivisas sean dinero”, sentencia. Su volatilidad ha convertido a las criptomonedas en una suerte de juguete del sistema financiero; debido a lo explosivo del cambio en su valor, que puede hacerles ganar o perder muchísimo dinero en poco tiempo, funcionan como mera herramienta de especulación. Para muestra, el Bitcoin: en 2010 su valor era de menos de un dólar y actualmente cotiza casi en cuarenta mil dólares.
Sin embargo, aunque contradigan a los libros de texto y cueste mucho creer que algo con un valor tan errático pueda ser un símbolo de confianza, las criptomonedas son cada vez más populares. “Hoy más de cien millones de personas en el mundo tienen bitcoins, una adopción bastante considerable. Sólo en Estados Unidos, Coinbase, que es el exchange más grande del mundo, tiene 68 millones de usuarios (20% de la población) y sigue creciendo a un paso muy acelerado”, comenta Martínez Morodo. En México también ha crecido la adopción y eso se nota en los usuarios de Bitso, que pasaron de medio millón en 2019 a dos millones para abril de 2021.
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Casi todos los gobiernos del mundo han tomado con mucha cautela la popularidad de las criptomonedas. En México, Banxico y la Secretaría de Hacienda les prohibieron a los bancos comerciales hacer operaciones en criptodivisas y en Estados Unidos este dinero digital se ve como materia a regular para evitar la evasión de impuestos, al grado que ya integraron la pregunta sobre ganancias o pérdidas en criptomonedas en la forma fiscal 1040. La única excepción es El Salvador, donde el bitcoin es considerado, desde junio del 2021, una moneda de curso legal, es decir, que se puede usar sin problema para pagar por servicios en todo el país.
¿Por qué los gobiernos se oponen a las criptomonedas? Por un lado, argumentan que los grupos criminales podrían usarlas para lavar dinero o para actividades ilícitas, pero eso no es del todo cierto. En junio de este año el New York Times publicó el reportaje “Bitcoin and encryption: a race between criminals and the FBI”, donde explica que las criptomonedas, al dejar rastro, facilitan la detección de redes de cuentas criminales, aunque sean anónimas, porque se puede analizar el comportamiento de las transacciones con más claridad. Sin embargo, esa labor es costosa; requiere de equipo y personal altamente especializados que pocas agencias de investigación pueden pagar. Esa conclusión queda de manifiesto en “Latin American crime cartels turn to cryptocurrencies for money laundering”, publicado por Reuters, donde Rolando Rosas, titular de la Unidad de Investigación Cibernética y Operaciones Tecnológicas de la Fiscalía General de la República en México, declara que tiene un equipo de 120 personas y que necesitaría uno cuatro veces más grande para poder investigar las transacciones de los grupos criminales.
La razón de la oposición a estas divisas se fundamenta más en una defensa de los bancos. De acuerdo con Ignacio de la Torre, éstos realizan tres servicios: guardan, prestan e intercambian dinero. De esas tres actividades, la más redituable es la de las transacciones y es en ese rubro donde las plataformas de intercambio de criptomonedas y las empresas FinTech —compañías de tecnología aplicada a las finanzas— han penetrado, porque ofrecen mejores tarifas para las personas. Bitso, por ejemplo, registró el 6% de las remesas enviadas a México en 2020. La razón es sencilla: las comisiones por pasar de dólares a criptomonedas y luego a pesos son menores que las que cobran los bancos por hacer una transferencia internacional. Enviar dinero a México tiene una comisión de alrededor de treinta dólares, mientras que Bitso cobra 2%. De acuerdo con los datos del Banco de México, la remesa promedio es de 375 dólares y, en ese escenario, la comisión por esa transferencia en criptomonedas sería de sólo 7.5 dólares.
“Con eso el problema que veo es estructural y es que la banca es extremadamente poco rentable. Es un problema a medio plazo y tenemos que darle la vuelta, porque lo que te va a generar es que caigan los bancos; habrá más concentración y los pocos que queden van a tener más capacidad para cobrar comisiones más altas”, dice De la Torre y agrega que es muy probable que esos pocos bancos sean de las grandes compañías tecnológicas o producto de una alianza entre ellas y los bancos. Si Amazon, Facebook, Google, etc., comenzaran a ofrecer servicios financieros, existiría “el riesgo de que veamos un mercado oligopólico, donde el consumidor está fastidiado porque hay muy pocas opciones y porque éstas tienen la ventaja de acceder a todos los datos de las personas”, dice, y en ello dibuja un futuro distópico. Las empresas que controlan las redes sociales no sólo tendrían la información de lo que nos gusta y de lo que conversamos, sino que podrían saber también si somos capaces de costearnos esos deseos y podrían bombardearnos con publicidad basada en eso, por ejemplo, justo cuando recibimos nuestro salario o nos han autorizado un préstamo.
Por eso se vuelve fundamental saber quién será el dueño de toda la información que se asociaría al dinero: “Debemos preguntarnos quién va a tener la posibilidad de vincular todas sus vidas, incluida la económica, a lo digital, porque no todas las personas tienen acceso a internet”, señala la maestra Irene Soria Guzmán, experta en tecnología digital y sociedad y activista del movimiento de software libre. “Entonces, me parece que las empresas tienen un papel coyuntural, porque al no poder conectarnos todos a internet, van a venir a querer conectarnos a toda costa”.
Para prevenir este futuro distópico y de vigilancia por parte de oligopolios de empresas o del Estado es necesario implementar políticas de transparencia. “El código es ley. Lo que está escrito en el código de programación de las cosas que usamos es lo que va a regir gran parte de nuestras acciones y lo que va a poder prever nuestras acciones. En la medida en que no sea transparente, que no sepamos el código ni quién se queda nuestros datos, vamos a seguir siendo vulnerables y esto es un tema que va más allá de la dicotomía empresa-Estado, porque no hay a cuál irle”.
Detrás de esta preocupación acerca de quién va a gobernar la información ligada al dinero está la idea de que éste no es un fin en sí mismo. En su calidad de herramienta, lo que nos debe preocupar como sociedad es quién la usa y para qué. El dinero, ya sea en metal y papel o hecho de código, no nos sacará de la crisis económica; no va a salvar el planeta ni va a recuperar nuestra confianza en las instituciones. Sin embargo, los avances tecnológicos que se revelan a través de las criptomonedas presentan disyuntivas que deberán ser resueltas por la gente que, con su dinero y su poder, mueve el mundo.
El futuro ¿será uno de transparencia, participación, igualdad y armonía con el medio ambiente? No sabemos: la moneda sigue en el aire.
Luis Mendoza Ovando
Nació en Guadalajara, México, en 1994, pero suele mentir y afirmar que es de Monterrey. En esa ciudad del noreste mexicano estudió Ingeniería Química en el itesm porque, aún hoy, tiene un amor por los números que no puede ocultar, aunque su verdadera vocación sea escribir. Corrigió su rumbo en la Ciudad de México cuando entró a la Maestría en Periodismo en Políticas Públicas en elcide. Actualmente escribe con un pie en Monterrey, en el periódico El Norte y la revista Contextual, y otro en la capital del país, en las revistas Gatopardo y Este País.
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Luego de la crisis económica que ocasionó la pandemia, el futuro se inclina hacia la digitalización del trabajo y, por ende, la del dinero. Las criptomonedas y el dinero electrónico parecen ser la próxima frontera. Pero ¿son realmente una solución a los problemas de nuestro tiempo? ¿o tan sólo un exceso del sistema financiero?
Cuando supe de un bar donde se podía comprar cervezas con criptomonedas en México, pensé que ir sería como asomarse a un futuro ciberpunk. Quería ver luces brillantes y detalles color cromo, un menú holográfico, algo acelerado e inasible en la calle de Medellín de la Ciudad de México. Sin embargo, aquel futuro trepidante sólo lo encontré reflejado en las servilletas, mesas y paredes del Bitcoin Embassy Bar, plagadas con el símbolo del bitcoin, esa B atravesada por dos líneas verticales de un sistema que se concibe libre y descentralizado.
“Bitcoin va más allá de una inversión o una moneda: es una ideología completa que puede transformar tu forma de ver el mundo”, dice Lorena Ortiz, psicóloga y empresaria de treinta años que organiza talleres y pláticas sobre criptomonedas y habla como si fuera un personaje de Matrix. “El dinero es un consenso social, lo inventamos entre todos y, si mañana tú y yo decidimos que una moneda digital es dinero y más gente nos sigue, el gobierno no nos va a poder controlar ni parar”, dice como si me estuviera hablando de una secta cibernética o dándome a elegir entre una píldora roja y una azul.
Hay dos cosas que siempre se mueven en la ciudad: la gente y el efectivo. El dinero fluye como sangre por las venas de las sociedades: que se compren y vendan cosas es una señal de vida. Ahora el futuro se inclina por la digitalización de este intercambio de monedas y billetes, de mano en mano, para reemplazarlo por el plástico de las tarjetas o, más intangible aun, por transacciones digitales.
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Sin embargo, registrar este pulso es cada más difícil en países como México. Según el Inegi, 50% de la población mexicana trabaja sin pagar impuestos ni recibir las prestaciones que marca la ley y 45 millones de habitantes no tienen una cuenta de banco, por lo que el efectivo sigue siendo el rey. Aun así, el que hoy nos cueste imaginar que alguien venda chicles en la calle con un código QR no quiere decir que sea imposible. Antes de la pandemia, estos cuadros ya se nos aparecían lo mismo en supermercados y restaurantes que en el metro.
Imaginar el devenir no es un acto ocioso, sino necesario. La actualidad, atravesada por una pandemia y la crisis económica que ha provocado, en un clima de polarización política y crisis ambiental, ofrece una oportunidad para repensar este tema porque, más allá de tecnicismos, el dinero es un símbolo de confianza. Franco “Bifo” Berardi afirma en “¿Hay vida más allá del dinero?”:
[el dinero y el lenguaje] desde un punto de vista físico no son nada y, sin embargo, lo mueven todo en la historia humana. Las palabras llevan a la gente a creer, generan expectativas y el impulso de actuar para el logro de objetivos. Las palabras son herramientas de persuasión y de movilización de las energías psíquicas. El dinero actúa de forma similar, con base en la confianza, en la creencia de que un trozo de papel significa todo lo que puede ser comprado y vendido en el mundo.
Para Berardi el dinero habla y, en su forma de hacerlo, revela mucho acerca de dónde estamos y hacia dónde vamos. A la luz de un deterioro sin precedentes, lo que sea que el dinero tenga que decirnos seguro no nos va a estorbar. Pero, para poder escucharlo, primero hay que entender qué es. Por definición, algo funciona como dinero si cumple tres requisitos: debe servir para hacer transacciones —es decir, tiene que haber gente dispuesta a intercambiarlo por productos o servicios—; debe ser unidad de valor —o sea, servir para fijarle un precio a las cosas—; y debe ser un depósito de valor —servir en el futuro para seguir comprando—. Estos tres elementos nos han ayudado a conceptualizar el dinero desde hace miles de años.
“El origen de la palabra ‘pecuniario’ [que se refiere a todo lo relativo al dinero] es indoeuropeo y denomina al ‘ganado’, lo cual quiere decir que antiguamente las personas comerciaban y pagaban con esta ‘moneda’. Pero llegó un momento en que ya no fue factible comprar todo tipo de bienes con vacas o carneros y por eso se empezó a trabajar con otros objetos”, explica Ignacio de la Torre, economista en jefe del Grupo Financiero Arcano y académico de la IE Business School en Madrid.
De la Torre explica —y en ello converge con Berardi— que hay una relación estrecha entre escritura y dinero: “Los primeros escritos del año 3200 a. C. reflejan créditos. El templo de Babilonia daba préstamos a sus súbditos y lo que hacía era escribirlos para asegurarse de que los pagos iban a ser recibidos al final. A partir del siglo II o III a. C., ya con la existencia de las monedas, se da un desarrollo comercial más que evidente, sobre todo al calor de la pax romana. Creo que el dinero nos ha permitido la movilización comercial, por un lado, y la armonización del crédito, por otro, y ambos instrumentos nos han ayudado a los seres humanos a multiplicarnos”, dice e insiste en que hay una estrecha relación entre la evolución de las finanzas y los avances tecnológicos. De ahí que en la actualidad la tendencia a la digitalización del dinero se vincule a que cada vez más personas tienen acceso a internet y a un smartphone. En México el número de internautas creció un 30% entre 2015 y 2019 y el de usuarios de teléfonos inteligentes aumentó en 120% en el mismo periodo (ver figura 1).
El desarrollo tecnológico ha traído consigo un desarrollo financiero. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF), que hizo el Inegi, el número de personas que compra por internet (al menos una vez al año) pasó de seis millones, en 2015, a casi dieciocho millones, en 2019. En 2012 sólo veinticinco millones de mexicanos tenían una cuenta de banco y para 2018 la cifra superaba los 37 millones (ver figuras 2a y 2b).
Aunque el uso del internet está creciendo a una velocidad mucho mayor que la bancarización, está claro que en el avance tecnológico, particularmente en torno a los celulares inteligentes, hay una clave para entender cómo ha cambiado nuestra relación con el dinero; por ejemplo, entre 2012 y 2018 el número de personas que usan los servicios de banca a través del celular pasó de 1.4 millones a 8.3; este aumento, de casi un 500%, es mucho mayor que el que se dio en la adopción de tarjetas de crédito o débito (ver figura 3).
Entonces, ¿qué puede deparar el futuro para el dinero?
Por lo mucho que se habla de esto, parece que el horizonte del mañana son las criptomonedas y el dinero electrónico.
***
Las criptomonedas surgieron a finales de 2008 cuando, a través de una lista de correos electrónicos suscritos a metzdown.com, se envió un artículo, con formato académico, titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”. No tenía ningún tipo de membrete y estaba firmado por un tal Satoshi Nakamoto; después se supo que era un seudónimo y hasta la fecha no se sabe quién o quiénes lo escribieron. El extraño acontecimiento marcó el inicio del Bitcoin y se volvería un hito en la historia de las finanzas, porque aquel artículo describía el funcionamiento de un sistema digital —Blockchain— que permitía prescindir de un banco central para realizar transacciones y presentaba cómo podía operar un sistema de efectivo digital.
Lorena Ortiz, la dueña del Bitcoin Embassy, explica el sistema Blockchain de forma muy didáctica: es como un salón de clases donde cada uno de los compañeros, sentado en el pupitre, es usuario de bitcoins. Cada quien posee una libreta cuya primera anotación indica cuánto dinero tiene el resto de la gente en ese espacio. Cada vez que dos compañeros se piden dinero prestado, deben decirlo en voz alta y todos registran en la libreta quién le dio dinero a quién, cuánto y cómo quedan los saldos de todos. Mientras todas las libretas lleven las mismas cuentas, se asume que no hay un doble gasto, como ocurre cuando se presta o se recibe dinero no reportado, y se confirma la transacción que es conocida como bloque.
Ortiz cuenta que las libretas son los nodos, un registro electrónico que se hace en tiempo real en todas las computadoras que tengan descargado un software especial, como Bitcoin Core, y permite conocer todas las transacciones y sus montos desde que se creó la divisa, pero sin revelar la identidad de quien las ejecuta: de ahí que el sistema sea rastreable y anónimo al mismo tiempo. Mientras existan estos nodos, la red de la moneda puede seguir existiendo y el sistema de intercambio funciona. Ésta es la parte anárquica del Bitcoin, porque cualquiera con acceso a internet, una computadora y un disco duro extraíble puede crear su propio nodo de validación con descargar un archivo. Sin embargo, hay otros nodos, llamados mineros, que requieren de computadoras más potentes, ya que son los que ejecutan las transacciones; son los que dan la fuerza de cómputo a la red y, por eso, a cambio de su esfuerzo, reciben cierto número de bitcoins cada vez que procesan transacciones. Ese número está fijado por el código de la moneda y puede disminuir con el paso del tiempo. Por ejemplo, en 2012 la recompensa era de veinticinco bitcoins por bloque y en febrero de 2021, fue de 6.25. Este código, que es, en cierta manera, la “política monetaria” del Bitcoin, no puede modificarse. Hasta marzo de 2021 se estima que existen más de trescientos mil nodos de Bitcoin y, aunque es posible identificar en qué país están instalados, no se puede saber quién los posee.
Los sistemas de banca tradicionales no utilizan la tecnología de Blockchain: en cambio, los bancos se encargan de realizar todas las transacciones, para que, de ese modo, nadie incurra en un doble gasto. En otras palabras, mientras que en las criptomonedas hay un sistema en el que todas las personas pueden participar, en el tradicional los bancos son los únicos designados para hacer fluir el dinero.
Ahora, ¿cómo es posible que alguien pueda crear una moneda por sí mismo? y, algo así, ¿puede tener validez? En el pasado las monedas representaban bienes que no podían transportarse, como vacas o lingotes de oro, pero hace cincuenta años, el 15 de agosto de 1971, el gobierno de Richard Nixon rompió el patrón oro y, con ello, el dinero dejó de simbolizar bienes materiales y se volvió únicamente un signo de confianza, por lo que, en el fondo, el criptodinero no es tan distinto del “dinero real”.
Al cierre de esta edición, más de seis mil criptomonedas existen en el mundo. ¿Realmente servirán para resolver la crisis económica, ambiental y política de nuestro tiempo o sólo son resultado de los mismos errores que nos han llevado hasta aquí?
El gran pero a las criptomonedas es su alto impacto ambiental. Andrew Ross Sorkin publicó un artículo, “El problema climático del Bitcoin”, en el New York Times, donde señala que la huella de carbono de una transacción de Bitcoin es trece veces mayor que la de una transacción de Visa. Las computadoras necesarias para hacer la “minería” y los cálculos complejos de las transacciones necesitan de mucha energía para funcionar y, además, deben siempre estar encendidas. El Cambridge Bitcoin Electricity Consumption Index señala que Bitcoin consume tanta electricidad como toda Bélgica o Finlandia. Los entusiastas responden, en contraparte, que el problema de consumo de electricidad podría resolverse utilizando energías renovables.
Aunque es claro que las criptomonedas cojean de una pata, la medioambiental, el dinero tendrá cada vez más información y con esta tecnología será mucho más fácil rastrear su origen y averiguar si proviene de actividades lícitas o ilícitas, de modo que podría abrirse una discusión respecto a si todo el dinero vale lo mismo: “Lo que puede ocurrir es que se comience a discriminar el dinero con base en si ayuda o no a la sociedad o qué tanto contamina. Sin duda, esto se puede hacer y ayudará a que haya más incentivos para que la humanidad vaya en, digamos, la línea correcta”, señala Javier Martínez Morodo, director de Producto de Bitso, una empresa mexicana que creó una aplicación para transformar dólares o pesos en bitcoins, como una especie de casa de cambio.
Martínez Morodo sostiene que la irrupción de las criptomonedas marca una nueva etapa en la historia del dinero, donde éste ya no tiene que estar respaldado por un país necesariamente y puede ser más global. El dinero de la era digital que él vislumbra va a estar cohesionado ya no por el territorio o el Estado, sino por las convenciones que establezca un grupo afín; un trueque moderno que hace pensar que en el futuro será posible que los fans del k-pop o de algún equipo de futbol tengan su propia moneda para intercambiar bienes y sacar alguna ventaja. En el fondo, es la posibilidad de resignificar el dinero entre personas con quienes se puede elegir lo que se tiene en común y con las que tal vez haya más confianza.
Pero no todos comparten esta visión utópica. Ignacio de la Torre, por ejemplo, duda que el bitcoin y demás divisas digitales sean dinero siquiera. Señala que “las criptodivisas no cumplen con ninguno de los dos primeros criterios” de los tres mencionados anteriormente y tiene razón, porque las criptomonedas están muy rezagadas con respecto a la capacidad de transferencia. Mientras que Bitcoin hace entre tres y cuatro transacciones por segundo, Visa puede realizar 1 667. No hay punto de comparación.
“Otro punto importante es que, para que el dinero sea dinero, hace falta que podamos contar en esa divisa y eso implica que tenga baja volatilidad. La volatilidad anual del euro o del dólar es de 3% o 4%; la del bitcoin supera el 90%. Por eso creo que en la práctica no se puede afirmar que las criptodivisas sean dinero”, sentencia. Su volatilidad ha convertido a las criptomonedas en una suerte de juguete del sistema financiero; debido a lo explosivo del cambio en su valor, que puede hacerles ganar o perder muchísimo dinero en poco tiempo, funcionan como mera herramienta de especulación. Para muestra, el Bitcoin: en 2010 su valor era de menos de un dólar y actualmente cotiza casi en cuarenta mil dólares.
Sin embargo, aunque contradigan a los libros de texto y cueste mucho creer que algo con un valor tan errático pueda ser un símbolo de confianza, las criptomonedas son cada vez más populares. “Hoy más de cien millones de personas en el mundo tienen bitcoins, una adopción bastante considerable. Sólo en Estados Unidos, Coinbase, que es el exchange más grande del mundo, tiene 68 millones de usuarios (20% de la población) y sigue creciendo a un paso muy acelerado”, comenta Martínez Morodo. En México también ha crecido la adopción y eso se nota en los usuarios de Bitso, que pasaron de medio millón en 2019 a dos millones para abril de 2021.
***
Casi todos los gobiernos del mundo han tomado con mucha cautela la popularidad de las criptomonedas. En México, Banxico y la Secretaría de Hacienda les prohibieron a los bancos comerciales hacer operaciones en criptodivisas y en Estados Unidos este dinero digital se ve como materia a regular para evitar la evasión de impuestos, al grado que ya integraron la pregunta sobre ganancias o pérdidas en criptomonedas en la forma fiscal 1040. La única excepción es El Salvador, donde el bitcoin es considerado, desde junio del 2021, una moneda de curso legal, es decir, que se puede usar sin problema para pagar por servicios en todo el país.
¿Por qué los gobiernos se oponen a las criptomonedas? Por un lado, argumentan que los grupos criminales podrían usarlas para lavar dinero o para actividades ilícitas, pero eso no es del todo cierto. En junio de este año el New York Times publicó el reportaje “Bitcoin and encryption: a race between criminals and the FBI”, donde explica que las criptomonedas, al dejar rastro, facilitan la detección de redes de cuentas criminales, aunque sean anónimas, porque se puede analizar el comportamiento de las transacciones con más claridad. Sin embargo, esa labor es costosa; requiere de equipo y personal altamente especializados que pocas agencias de investigación pueden pagar. Esa conclusión queda de manifiesto en “Latin American crime cartels turn to cryptocurrencies for money laundering”, publicado por Reuters, donde Rolando Rosas, titular de la Unidad de Investigación Cibernética y Operaciones Tecnológicas de la Fiscalía General de la República en México, declara que tiene un equipo de 120 personas y que necesitaría uno cuatro veces más grande para poder investigar las transacciones de los grupos criminales.
La razón de la oposición a estas divisas se fundamenta más en una defensa de los bancos. De acuerdo con Ignacio de la Torre, éstos realizan tres servicios: guardan, prestan e intercambian dinero. De esas tres actividades, la más redituable es la de las transacciones y es en ese rubro donde las plataformas de intercambio de criptomonedas y las empresas FinTech —compañías de tecnología aplicada a las finanzas— han penetrado, porque ofrecen mejores tarifas para las personas. Bitso, por ejemplo, registró el 6% de las remesas enviadas a México en 2020. La razón es sencilla: las comisiones por pasar de dólares a criptomonedas y luego a pesos son menores que las que cobran los bancos por hacer una transferencia internacional. Enviar dinero a México tiene una comisión de alrededor de treinta dólares, mientras que Bitso cobra 2%. De acuerdo con los datos del Banco de México, la remesa promedio es de 375 dólares y, en ese escenario, la comisión por esa transferencia en criptomonedas sería de sólo 7.5 dólares.
“Con eso el problema que veo es estructural y es que la banca es extremadamente poco rentable. Es un problema a medio plazo y tenemos que darle la vuelta, porque lo que te va a generar es que caigan los bancos; habrá más concentración y los pocos que queden van a tener más capacidad para cobrar comisiones más altas”, dice De la Torre y agrega que es muy probable que esos pocos bancos sean de las grandes compañías tecnológicas o producto de una alianza entre ellas y los bancos. Si Amazon, Facebook, Google, etc., comenzaran a ofrecer servicios financieros, existiría “el riesgo de que veamos un mercado oligopólico, donde el consumidor está fastidiado porque hay muy pocas opciones y porque éstas tienen la ventaja de acceder a todos los datos de las personas”, dice, y en ello dibuja un futuro distópico. Las empresas que controlan las redes sociales no sólo tendrían la información de lo que nos gusta y de lo que conversamos, sino que podrían saber también si somos capaces de costearnos esos deseos y podrían bombardearnos con publicidad basada en eso, por ejemplo, justo cuando recibimos nuestro salario o nos han autorizado un préstamo.
Por eso se vuelve fundamental saber quién será el dueño de toda la información que se asociaría al dinero: “Debemos preguntarnos quién va a tener la posibilidad de vincular todas sus vidas, incluida la económica, a lo digital, porque no todas las personas tienen acceso a internet”, señala la maestra Irene Soria Guzmán, experta en tecnología digital y sociedad y activista del movimiento de software libre. “Entonces, me parece que las empresas tienen un papel coyuntural, porque al no poder conectarnos todos a internet, van a venir a querer conectarnos a toda costa”.
Para prevenir este futuro distópico y de vigilancia por parte de oligopolios de empresas o del Estado es necesario implementar políticas de transparencia. “El código es ley. Lo que está escrito en el código de programación de las cosas que usamos es lo que va a regir gran parte de nuestras acciones y lo que va a poder prever nuestras acciones. En la medida en que no sea transparente, que no sepamos el código ni quién se queda nuestros datos, vamos a seguir siendo vulnerables y esto es un tema que va más allá de la dicotomía empresa-Estado, porque no hay a cuál irle”.
Detrás de esta preocupación acerca de quién va a gobernar la información ligada al dinero está la idea de que éste no es un fin en sí mismo. En su calidad de herramienta, lo que nos debe preocupar como sociedad es quién la usa y para qué. El dinero, ya sea en metal y papel o hecho de código, no nos sacará de la crisis económica; no va a salvar el planeta ni va a recuperar nuestra confianza en las instituciones. Sin embargo, los avances tecnológicos que se revelan a través de las criptomonedas presentan disyuntivas que deberán ser resueltas por la gente que, con su dinero y su poder, mueve el mundo.
El futuro ¿será uno de transparencia, participación, igualdad y armonía con el medio ambiente? No sabemos: la moneda sigue en el aire.
Luis Mendoza Ovando
Nació en Guadalajara, México, en 1994, pero suele mentir y afirmar que es de Monterrey. En esa ciudad del noreste mexicano estudió Ingeniería Química en el itesm porque, aún hoy, tiene un amor por los números que no puede ocultar, aunque su verdadera vocación sea escribir. Corrigió su rumbo en la Ciudad de México cuando entró a la Maestría en Periodismo en Políticas Públicas en elcide. Actualmente escribe con un pie en Monterrey, en el periódico El Norte y la revista Contextual, y otro en la capital del país, en las revistas Gatopardo y Este País.
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Luego de la crisis económica que ocasionó la pandemia, el futuro se inclina hacia la digitalización del trabajo y, por ende, la del dinero. Las criptomonedas y el dinero electrónico parecen ser la próxima frontera. Pero ¿son realmente una solución a los problemas de nuestro tiempo? ¿o tan sólo un exceso del sistema financiero?
Cuando supe de un bar donde se podía comprar cervezas con criptomonedas en México, pensé que ir sería como asomarse a un futuro ciberpunk. Quería ver luces brillantes y detalles color cromo, un menú holográfico, algo acelerado e inasible en la calle de Medellín de la Ciudad de México. Sin embargo, aquel futuro trepidante sólo lo encontré reflejado en las servilletas, mesas y paredes del Bitcoin Embassy Bar, plagadas con el símbolo del bitcoin, esa B atravesada por dos líneas verticales de un sistema que se concibe libre y descentralizado.
“Bitcoin va más allá de una inversión o una moneda: es una ideología completa que puede transformar tu forma de ver el mundo”, dice Lorena Ortiz, psicóloga y empresaria de treinta años que organiza talleres y pláticas sobre criptomonedas y habla como si fuera un personaje de Matrix. “El dinero es un consenso social, lo inventamos entre todos y, si mañana tú y yo decidimos que una moneda digital es dinero y más gente nos sigue, el gobierno no nos va a poder controlar ni parar”, dice como si me estuviera hablando de una secta cibernética o dándome a elegir entre una píldora roja y una azul.
Hay dos cosas que siempre se mueven en la ciudad: la gente y el efectivo. El dinero fluye como sangre por las venas de las sociedades: que se compren y vendan cosas es una señal de vida. Ahora el futuro se inclina por la digitalización de este intercambio de monedas y billetes, de mano en mano, para reemplazarlo por el plástico de las tarjetas o, más intangible aun, por transacciones digitales.
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Sin embargo, registrar este pulso es cada más difícil en países como México. Según el Inegi, 50% de la población mexicana trabaja sin pagar impuestos ni recibir las prestaciones que marca la ley y 45 millones de habitantes no tienen una cuenta de banco, por lo que el efectivo sigue siendo el rey. Aun así, el que hoy nos cueste imaginar que alguien venda chicles en la calle con un código QR no quiere decir que sea imposible. Antes de la pandemia, estos cuadros ya se nos aparecían lo mismo en supermercados y restaurantes que en el metro.
Imaginar el devenir no es un acto ocioso, sino necesario. La actualidad, atravesada por una pandemia y la crisis económica que ha provocado, en un clima de polarización política y crisis ambiental, ofrece una oportunidad para repensar este tema porque, más allá de tecnicismos, el dinero es un símbolo de confianza. Franco “Bifo” Berardi afirma en “¿Hay vida más allá del dinero?”:
[el dinero y el lenguaje] desde un punto de vista físico no son nada y, sin embargo, lo mueven todo en la historia humana. Las palabras llevan a la gente a creer, generan expectativas y el impulso de actuar para el logro de objetivos. Las palabras son herramientas de persuasión y de movilización de las energías psíquicas. El dinero actúa de forma similar, con base en la confianza, en la creencia de que un trozo de papel significa todo lo que puede ser comprado y vendido en el mundo.
Para Berardi el dinero habla y, en su forma de hacerlo, revela mucho acerca de dónde estamos y hacia dónde vamos. A la luz de un deterioro sin precedentes, lo que sea que el dinero tenga que decirnos seguro no nos va a estorbar. Pero, para poder escucharlo, primero hay que entender qué es. Por definición, algo funciona como dinero si cumple tres requisitos: debe servir para hacer transacciones —es decir, tiene que haber gente dispuesta a intercambiarlo por productos o servicios—; debe ser unidad de valor —o sea, servir para fijarle un precio a las cosas—; y debe ser un depósito de valor —servir en el futuro para seguir comprando—. Estos tres elementos nos han ayudado a conceptualizar el dinero desde hace miles de años.
“El origen de la palabra ‘pecuniario’ [que se refiere a todo lo relativo al dinero] es indoeuropeo y denomina al ‘ganado’, lo cual quiere decir que antiguamente las personas comerciaban y pagaban con esta ‘moneda’. Pero llegó un momento en que ya no fue factible comprar todo tipo de bienes con vacas o carneros y por eso se empezó a trabajar con otros objetos”, explica Ignacio de la Torre, economista en jefe del Grupo Financiero Arcano y académico de la IE Business School en Madrid.
De la Torre explica —y en ello converge con Berardi— que hay una relación estrecha entre escritura y dinero: “Los primeros escritos del año 3200 a. C. reflejan créditos. El templo de Babilonia daba préstamos a sus súbditos y lo que hacía era escribirlos para asegurarse de que los pagos iban a ser recibidos al final. A partir del siglo II o III a. C., ya con la existencia de las monedas, se da un desarrollo comercial más que evidente, sobre todo al calor de la pax romana. Creo que el dinero nos ha permitido la movilización comercial, por un lado, y la armonización del crédito, por otro, y ambos instrumentos nos han ayudado a los seres humanos a multiplicarnos”, dice e insiste en que hay una estrecha relación entre la evolución de las finanzas y los avances tecnológicos. De ahí que en la actualidad la tendencia a la digitalización del dinero se vincule a que cada vez más personas tienen acceso a internet y a un smartphone. En México el número de internautas creció un 30% entre 2015 y 2019 y el de usuarios de teléfonos inteligentes aumentó en 120% en el mismo periodo (ver figura 1).
El desarrollo tecnológico ha traído consigo un desarrollo financiero. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF), que hizo el Inegi, el número de personas que compra por internet (al menos una vez al año) pasó de seis millones, en 2015, a casi dieciocho millones, en 2019. En 2012 sólo veinticinco millones de mexicanos tenían una cuenta de banco y para 2018 la cifra superaba los 37 millones (ver figuras 2a y 2b).
Aunque el uso del internet está creciendo a una velocidad mucho mayor que la bancarización, está claro que en el avance tecnológico, particularmente en torno a los celulares inteligentes, hay una clave para entender cómo ha cambiado nuestra relación con el dinero; por ejemplo, entre 2012 y 2018 el número de personas que usan los servicios de banca a través del celular pasó de 1.4 millones a 8.3; este aumento, de casi un 500%, es mucho mayor que el que se dio en la adopción de tarjetas de crédito o débito (ver figura 3).
Entonces, ¿qué puede deparar el futuro para el dinero?
Por lo mucho que se habla de esto, parece que el horizonte del mañana son las criptomonedas y el dinero electrónico.
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Las criptomonedas surgieron a finales de 2008 cuando, a través de una lista de correos electrónicos suscritos a metzdown.com, se envió un artículo, con formato académico, titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario”. No tenía ningún tipo de membrete y estaba firmado por un tal Satoshi Nakamoto; después se supo que era un seudónimo y hasta la fecha no se sabe quién o quiénes lo escribieron. El extraño acontecimiento marcó el inicio del Bitcoin y se volvería un hito en la historia de las finanzas, porque aquel artículo describía el funcionamiento de un sistema digital —Blockchain— que permitía prescindir de un banco central para realizar transacciones y presentaba cómo podía operar un sistema de efectivo digital.
Lorena Ortiz, la dueña del Bitcoin Embassy, explica el sistema Blockchain de forma muy didáctica: es como un salón de clases donde cada uno de los compañeros, sentado en el pupitre, es usuario de bitcoins. Cada quien posee una libreta cuya primera anotación indica cuánto dinero tiene el resto de la gente en ese espacio. Cada vez que dos compañeros se piden dinero prestado, deben decirlo en voz alta y todos registran en la libreta quién le dio dinero a quién, cuánto y cómo quedan los saldos de todos. Mientras todas las libretas lleven las mismas cuentas, se asume que no hay un doble gasto, como ocurre cuando se presta o se recibe dinero no reportado, y se confirma la transacción que es conocida como bloque.
Ortiz cuenta que las libretas son los nodos, un registro electrónico que se hace en tiempo real en todas las computadoras que tengan descargado un software especial, como Bitcoin Core, y permite conocer todas las transacciones y sus montos desde que se creó la divisa, pero sin revelar la identidad de quien las ejecuta: de ahí que el sistema sea rastreable y anónimo al mismo tiempo. Mientras existan estos nodos, la red de la moneda puede seguir existiendo y el sistema de intercambio funciona. Ésta es la parte anárquica del Bitcoin, porque cualquiera con acceso a internet, una computadora y un disco duro extraíble puede crear su propio nodo de validación con descargar un archivo. Sin embargo, hay otros nodos, llamados mineros, que requieren de computadoras más potentes, ya que son los que ejecutan las transacciones; son los que dan la fuerza de cómputo a la red y, por eso, a cambio de su esfuerzo, reciben cierto número de bitcoins cada vez que procesan transacciones. Ese número está fijado por el código de la moneda y puede disminuir con el paso del tiempo. Por ejemplo, en 2012 la recompensa era de veinticinco bitcoins por bloque y en febrero de 2021, fue de 6.25. Este código, que es, en cierta manera, la “política monetaria” del Bitcoin, no puede modificarse. Hasta marzo de 2021 se estima que existen más de trescientos mil nodos de Bitcoin y, aunque es posible identificar en qué país están instalados, no se puede saber quién los posee.
Los sistemas de banca tradicionales no utilizan la tecnología de Blockchain: en cambio, los bancos se encargan de realizar todas las transacciones, para que, de ese modo, nadie incurra en un doble gasto. En otras palabras, mientras que en las criptomonedas hay un sistema en el que todas las personas pueden participar, en el tradicional los bancos son los únicos designados para hacer fluir el dinero.
Ahora, ¿cómo es posible que alguien pueda crear una moneda por sí mismo? y, algo así, ¿puede tener validez? En el pasado las monedas representaban bienes que no podían transportarse, como vacas o lingotes de oro, pero hace cincuenta años, el 15 de agosto de 1971, el gobierno de Richard Nixon rompió el patrón oro y, con ello, el dinero dejó de simbolizar bienes materiales y se volvió únicamente un signo de confianza, por lo que, en el fondo, el criptodinero no es tan distinto del “dinero real”.
Al cierre de esta edición, más de seis mil criptomonedas existen en el mundo. ¿Realmente servirán para resolver la crisis económica, ambiental y política de nuestro tiempo o sólo son resultado de los mismos errores que nos han llevado hasta aquí?
El gran pero a las criptomonedas es su alto impacto ambiental. Andrew Ross Sorkin publicó un artículo, “El problema climático del Bitcoin”, en el New York Times, donde señala que la huella de carbono de una transacción de Bitcoin es trece veces mayor que la de una transacción de Visa. Las computadoras necesarias para hacer la “minería” y los cálculos complejos de las transacciones necesitan de mucha energía para funcionar y, además, deben siempre estar encendidas. El Cambridge Bitcoin Electricity Consumption Index señala que Bitcoin consume tanta electricidad como toda Bélgica o Finlandia. Los entusiastas responden, en contraparte, que el problema de consumo de electricidad podría resolverse utilizando energías renovables.
Aunque es claro que las criptomonedas cojean de una pata, la medioambiental, el dinero tendrá cada vez más información y con esta tecnología será mucho más fácil rastrear su origen y averiguar si proviene de actividades lícitas o ilícitas, de modo que podría abrirse una discusión respecto a si todo el dinero vale lo mismo: “Lo que puede ocurrir es que se comience a discriminar el dinero con base en si ayuda o no a la sociedad o qué tanto contamina. Sin duda, esto se puede hacer y ayudará a que haya más incentivos para que la humanidad vaya en, digamos, la línea correcta”, señala Javier Martínez Morodo, director de Producto de Bitso, una empresa mexicana que creó una aplicación para transformar dólares o pesos en bitcoins, como una especie de casa de cambio.
Martínez Morodo sostiene que la irrupción de las criptomonedas marca una nueva etapa en la historia del dinero, donde éste ya no tiene que estar respaldado por un país necesariamente y puede ser más global. El dinero de la era digital que él vislumbra va a estar cohesionado ya no por el territorio o el Estado, sino por las convenciones que establezca un grupo afín; un trueque moderno que hace pensar que en el futuro será posible que los fans del k-pop o de algún equipo de futbol tengan su propia moneda para intercambiar bienes y sacar alguna ventaja. En el fondo, es la posibilidad de resignificar el dinero entre personas con quienes se puede elegir lo que se tiene en común y con las que tal vez haya más confianza.
Pero no todos comparten esta visión utópica. Ignacio de la Torre, por ejemplo, duda que el bitcoin y demás divisas digitales sean dinero siquiera. Señala que “las criptodivisas no cumplen con ninguno de los dos primeros criterios” de los tres mencionados anteriormente y tiene razón, porque las criptomonedas están muy rezagadas con respecto a la capacidad de transferencia. Mientras que Bitcoin hace entre tres y cuatro transacciones por segundo, Visa puede realizar 1 667. No hay punto de comparación.
“Otro punto importante es que, para que el dinero sea dinero, hace falta que podamos contar en esa divisa y eso implica que tenga baja volatilidad. La volatilidad anual del euro o del dólar es de 3% o 4%; la del bitcoin supera el 90%. Por eso creo que en la práctica no se puede afirmar que las criptodivisas sean dinero”, sentencia. Su volatilidad ha convertido a las criptomonedas en una suerte de juguete del sistema financiero; debido a lo explosivo del cambio en su valor, que puede hacerles ganar o perder muchísimo dinero en poco tiempo, funcionan como mera herramienta de especulación. Para muestra, el Bitcoin: en 2010 su valor era de menos de un dólar y actualmente cotiza casi en cuarenta mil dólares.
Sin embargo, aunque contradigan a los libros de texto y cueste mucho creer que algo con un valor tan errático pueda ser un símbolo de confianza, las criptomonedas son cada vez más populares. “Hoy más de cien millones de personas en el mundo tienen bitcoins, una adopción bastante considerable. Sólo en Estados Unidos, Coinbase, que es el exchange más grande del mundo, tiene 68 millones de usuarios (20% de la población) y sigue creciendo a un paso muy acelerado”, comenta Martínez Morodo. En México también ha crecido la adopción y eso se nota en los usuarios de Bitso, que pasaron de medio millón en 2019 a dos millones para abril de 2021.
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Casi todos los gobiernos del mundo han tomado con mucha cautela la popularidad de las criptomonedas. En México, Banxico y la Secretaría de Hacienda les prohibieron a los bancos comerciales hacer operaciones en criptodivisas y en Estados Unidos este dinero digital se ve como materia a regular para evitar la evasión de impuestos, al grado que ya integraron la pregunta sobre ganancias o pérdidas en criptomonedas en la forma fiscal 1040. La única excepción es El Salvador, donde el bitcoin es considerado, desde junio del 2021, una moneda de curso legal, es decir, que se puede usar sin problema para pagar por servicios en todo el país.
¿Por qué los gobiernos se oponen a las criptomonedas? Por un lado, argumentan que los grupos criminales podrían usarlas para lavar dinero o para actividades ilícitas, pero eso no es del todo cierto. En junio de este año el New York Times publicó el reportaje “Bitcoin and encryption: a race between criminals and the FBI”, donde explica que las criptomonedas, al dejar rastro, facilitan la detección de redes de cuentas criminales, aunque sean anónimas, porque se puede analizar el comportamiento de las transacciones con más claridad. Sin embargo, esa labor es costosa; requiere de equipo y personal altamente especializados que pocas agencias de investigación pueden pagar. Esa conclusión queda de manifiesto en “Latin American crime cartels turn to cryptocurrencies for money laundering”, publicado por Reuters, donde Rolando Rosas, titular de la Unidad de Investigación Cibernética y Operaciones Tecnológicas de la Fiscalía General de la República en México, declara que tiene un equipo de 120 personas y que necesitaría uno cuatro veces más grande para poder investigar las transacciones de los grupos criminales.
La razón de la oposición a estas divisas se fundamenta más en una defensa de los bancos. De acuerdo con Ignacio de la Torre, éstos realizan tres servicios: guardan, prestan e intercambian dinero. De esas tres actividades, la más redituable es la de las transacciones y es en ese rubro donde las plataformas de intercambio de criptomonedas y las empresas FinTech —compañías de tecnología aplicada a las finanzas— han penetrado, porque ofrecen mejores tarifas para las personas. Bitso, por ejemplo, registró el 6% de las remesas enviadas a México en 2020. La razón es sencilla: las comisiones por pasar de dólares a criptomonedas y luego a pesos son menores que las que cobran los bancos por hacer una transferencia internacional. Enviar dinero a México tiene una comisión de alrededor de treinta dólares, mientras que Bitso cobra 2%. De acuerdo con los datos del Banco de México, la remesa promedio es de 375 dólares y, en ese escenario, la comisión por esa transferencia en criptomonedas sería de sólo 7.5 dólares.
“Con eso el problema que veo es estructural y es que la banca es extremadamente poco rentable. Es un problema a medio plazo y tenemos que darle la vuelta, porque lo que te va a generar es que caigan los bancos; habrá más concentración y los pocos que queden van a tener más capacidad para cobrar comisiones más altas”, dice De la Torre y agrega que es muy probable que esos pocos bancos sean de las grandes compañías tecnológicas o producto de una alianza entre ellas y los bancos. Si Amazon, Facebook, Google, etc., comenzaran a ofrecer servicios financieros, existiría “el riesgo de que veamos un mercado oligopólico, donde el consumidor está fastidiado porque hay muy pocas opciones y porque éstas tienen la ventaja de acceder a todos los datos de las personas”, dice, y en ello dibuja un futuro distópico. Las empresas que controlan las redes sociales no sólo tendrían la información de lo que nos gusta y de lo que conversamos, sino que podrían saber también si somos capaces de costearnos esos deseos y podrían bombardearnos con publicidad basada en eso, por ejemplo, justo cuando recibimos nuestro salario o nos han autorizado un préstamo.
Por eso se vuelve fundamental saber quién será el dueño de toda la información que se asociaría al dinero: “Debemos preguntarnos quién va a tener la posibilidad de vincular todas sus vidas, incluida la económica, a lo digital, porque no todas las personas tienen acceso a internet”, señala la maestra Irene Soria Guzmán, experta en tecnología digital y sociedad y activista del movimiento de software libre. “Entonces, me parece que las empresas tienen un papel coyuntural, porque al no poder conectarnos todos a internet, van a venir a querer conectarnos a toda costa”.
Para prevenir este futuro distópico y de vigilancia por parte de oligopolios de empresas o del Estado es necesario implementar políticas de transparencia. “El código es ley. Lo que está escrito en el código de programación de las cosas que usamos es lo que va a regir gran parte de nuestras acciones y lo que va a poder prever nuestras acciones. En la medida en que no sea transparente, que no sepamos el código ni quién se queda nuestros datos, vamos a seguir siendo vulnerables y esto es un tema que va más allá de la dicotomía empresa-Estado, porque no hay a cuál irle”.
Detrás de esta preocupación acerca de quién va a gobernar la información ligada al dinero está la idea de que éste no es un fin en sí mismo. En su calidad de herramienta, lo que nos debe preocupar como sociedad es quién la usa y para qué. El dinero, ya sea en metal y papel o hecho de código, no nos sacará de la crisis económica; no va a salvar el planeta ni va a recuperar nuestra confianza en las instituciones. Sin embargo, los avances tecnológicos que se revelan a través de las criptomonedas presentan disyuntivas que deberán ser resueltas por la gente que, con su dinero y su poder, mueve el mundo.
El futuro ¿será uno de transparencia, participación, igualdad y armonía con el medio ambiente? No sabemos: la moneda sigue en el aire.
Luis Mendoza Ovando
Nació en Guadalajara, México, en 1994, pero suele mentir y afirmar que es de Monterrey. En esa ciudad del noreste mexicano estudió Ingeniería Química en el itesm porque, aún hoy, tiene un amor por los números que no puede ocultar, aunque su verdadera vocación sea escribir. Corrigió su rumbo en la Ciudad de México cuando entró a la Maestría en Periodismo en Políticas Públicas en elcide. Actualmente escribe con un pie en Monterrey, en el periódico El Norte y la revista Contextual, y otro en la capital del país, en las revistas Gatopardo y Este País.
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