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El Oficio: la sombra en la periferia

El Oficio: la sombra en la periferia

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
29
.
01
.
25
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Una visita a Peripheria, la librería de Ecatepec que es un milagro del emprendimiento: promueve la creación literaria y la lectura, pero también un proceso de sanación metropolitana y nacional.

La librería Peripheria se encuentra en la colonia San Cristóbal Centro, en el número 28 de la calle Agricultura. Acudo al local acompañado de mi amigo Roberto, director de cine, para entrevistarme con Ximena Jiménez. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, es fundadora y encargada de la sección de ciencia ficción. Su novio y socio cofundador, Jonathan Oseguera, se especializa en títulos de terror. Peripheria es, como su nombre lo hace suponer, una librería de géneros literarios no-del-todo-convencionales situada en el corazón de Ecatepec, inmenso municipio del Estado de México, periférico a la Ciudad de México.

Ximena nos ofrece café y dos sillas en este espacio minúsculo, dando la espalda a la puerta abierta. Apenas sentados, nos hace tres preguntas: ¿habían venido a Ecatepec?, ¿qué están leyendo? y ¿dónde estudiaron? A la primera pregunta respondo que sí, y a la segunda que Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; Pandora, de Liliana Blum, y En la boca del lobo, de Elvira Lindo. “Anagrama y Planeta”, me contesta, irónica, “lo que dicta el mercado, el mainstream”. Su refrescante afrenta me avisa que he venido a aprender. Sin mirarnos, Roberto y yo decidimos ignorar la tercera pregunta: ya habíamos sido clasificados como no-pertenecientes, si no como francamente fresas.

Lo primero que hay que entender —nos explica— es que la literatura convencional supone ciertos privilegios. Un lector de literatura canónica, como la que ella estudió en la UNAM, tiene una formación académica estandarizada, muy probablemente eurocéntrica, y ha contado con el tiempo y recursos para leer los libros dictados por las autoridades de la cultura.

Estas “autoridades” son las que sitúan a la ciencia ficción, como al terror, al margen de la “alta cultura”. Pero no por ello es menos valiosa, pues representa un sector y un sentir que, justamente por no seguir el hilo conductor de la literatura universal, es original. En México —continúa nuestra anfitriona— la hora de la verdad para la ciencia ficción llegó con la confluencia de dos factores que tienen su origen en la década de 1990 y el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari: tecnología y pobreza, ambos ligados a la apertura comercial en un contexto de profunda desigualdad económica y social. En ese sentido, entiendo, esta literatura equivale al punk que surgió luego de las medidas económicas de Margaret Thatcher. Es inherentemente política.

Los escritores y lectores de Ecatepec —continúa Ximena— son en algunos casos personas con estudios truncados, con un bagaje literario limitado, que leen y escriben en el transporte público, con poca luz, sin laptop y en las pocas horas que la rutina laboral les deja. Esto es algo que debemos tener en cuenta para apreciar los elementos de originalidad, creatividad o belleza que contienen los libros que empieza a mostrarnos. En el caso específico de la ciencia ficción, además, debemos entender que las referencias culturales son películas o programas de televisión, a veces caricaturas.

Así, no debe sorprendernos que gran parte del material disponible sea de cuentos muy breves y ediciones de bajo costo. Entre las que Ximena me recomienda —verdaderos hallazgos imposibles de ver en otra librería— están 2egunda caída, antología de narrativa gráfica mexicana, un cómic de lucha libre; la novela gráfica Ecatepunk, de Joshua Hdz, realmente fresca; El hombre embarazado, del ecatepequense Eufracio Reyes Arellanes, con la portada más fea que haya visto en mi vida, y El tren que se aleja, de Daniel Anaya, cuya contraportada incluye un comentario de Claudia Cabeza de Vaca que bien podría colarse en la interpretación sobre la sombra que viene a continuación: “Las historias de este libro nos enfrentan con el temor colectivo del monstruo que habitamos y nos habita […]”.

¿Qué sabemos o hemos visto sobre la contracultura en México? Roberto nombra la película Ya no estoy aquí (2019), sobre los habitantes de un barrio de Monterrey en que impera la subcultura conocida como kolombia, dentro de un ambiente pandillero. Ximena nos dice que ok, pero que aun ese retrato está lejos de la realidad. Quiero saber en qué forma, pero prefiero dejarla hablar. Nos explica que Ecatepec, al igual que otras zonas marginadas de las grandes ciudades de México, recibe la basura que produce la urbe, por una parte, y por otra a los migrantes que no lograron establecerse en las zonas centrales de la ciudad.

Sabemos también que Ecatepec es uno de los municipios con mayor número de personas en pobreza y pobreza extrema del país, y el más violento del Edomex. Sin embargo, con sus 1.8 millones de habitantes, no puede considerarse monolíticamente. La zona industrial del sur, como en la que se encuentra Cajas Aztecas, es considerada bastante segura. La zona más peligrosa —por lo que toca a la incidencia de homicidios, agresiones sexuales, robos a viviendas, negocios y automóviles— está en el extremo norte, Laguna de Chiconautla, donde hay un gran vertedero de basura. La librería se encuentra hacia el noroeste, entre Coacalco y la Ciénaga San Juan del Lago de Texcoco, una zona de aspecto completamente residencial, pero estigmatizada. A esta misma latitud se encuentra la colonia Jardines de Morelos, famosa, entre otras cosas, por ser el escenario del Monstruo de Ecatepec, aquel que asesinaba y desmembraba a chicas que atraía con la venta de perfumes, ropa y celulares.

El Monstruo de Ecatepec es la clásica manifestación de la sombra, y con ello la entrada al otro género de la librería: el terror. Es el territorio literario de personajes como la criatura de Frankenstein, o incluso un Drácula, que representan el lado oscuro de la conciencia social. Tal monstruo cumple, además, con otra función típica de la sombra, la de servir como chivo expiatorio u oveja negra. Es decir, a figuras como Juan Carlos —que así se llama el “monstruo”—, se les achacan los males que nosotros no queremos ver en nuestro entorno. Así pues, los policías que lo acusaron aprovecharon para colgarle decenas más de muertes de las que él confesó y que se le pudieron comprobar. No que esto lo exima del apodo, pues se le comprobaron 20 asesinatos, y él mismo confesó que vendía los huesos de sus víctimas. Según su testimonio, odiaba a las mujeres, a las que mataba como venganza porque cuando era niño su madre lo hacía vestirse como mujer. “Si salgo de esta”, dijo, “de una vez les digo a los patrones, voy a seguir matando mujeres”.

Te recomendamos leerEl Oficio: zapatero a tus zapatos

Antes de seguir, he de resumir el arquetipo junguiano de sombra, un término que expresa todo aquello que la conciencia de las personas quiere ocultar, todo lo que rechaza o reprime, pero que en realidad solo permanece oculto, acechante. Su opuesto, la persona,[1] es la cara jovial y bien educada con la cual nos presentamos ante la sociedad. Un ejemplo sencillo es aquella persona que recoge gatos de la calle, o dona a Médicos sin Fronteras, pero descuida a sus propios familiares. El término es tomado del griego πρόσωπον, y refería a la máscara utilizada en el teatro, una forma de arte cuyo nacimiento es inseparable del de la democracia. Esta dicotomía puede verse en individuos, pero también a nivel colectivo, incluso artístico (e.g., literatura culta vs. géneros marginales). Un ejemplo en el ámbito urbanístico: cerca del centro turístico, político y financiero de la Ciudad de México, uno de los gobiernos menos respetuosos de los derechos humanos nos regaló un monumento con un nombre tan infantil como “la estela de luz”; como contraparte, en la periferia, tenemos un lugar llamado Ecatepec en el que habita “un monstruo”.

Además de la criatura de Frankenstein y Drácula, la literatura tiene muchos otros ejemplos de la sombra. Tanto Fausto como el Dr. Jekyll son poseídos por su sombra (Mefistófeles en un caso y el Sr. Hyde en el otro), gracias a la cual abandonan completamente el ego para “vivir la vida”. Dejarse llevar por la sombra, nos advierten Goethe y Stevenson, es tan peligroso como intentar reprimirla. En el caso de la novela de Wilde, Dorian Gray, el personaje oculta su lado oscuro en una pintura que muestra su horrible verdad.

El error de los personajes de estas historias es querer separar su personalidad en dos partes. Por tanto, estos textos sugieren que aceptar e integrar la sombra es una tarea fundamental, no solo a nivel personal sino también social, y esa parece ser la función primordial en la literatura y el pensamiento en general. En el caso de Ecatepec, integrar en nuestra “personalidad nacional” tanto el lado productivo como su consecuencia, la basura; la riqueza, como la inevitable desigualdad y violencia, es parte de un proceso de salud psíquica; es decir, debemos ver a la ciudad como un solo individuo con diferentes facetas, no como dos ciudades independientes, pues eso constituye una verdadera democracia inclusiva. Ante el paisaje de concreto y basura que presenta Ecatepec, debemos recordar las palabras de Anthony Stevens en Encuentros con la sombra: el poder del lado oscuro de la naturaleza humana: “Solo podremos evitar la hecatombe si llegamos a un acuerdo consciente con la naturaleza y, en particular, con la naturaleza de la sombra”. Para quien sea más inclinado a la religión, puede recordarse a Cristo: “Si permites que lo que está en tu interior se manifieste, eso te salvará. Si no lo haces, te destruirá” (Lucas 9:23-25).

Jonathan me dejó varias sugerencias de autores mexicanos. Algunos clásicos, Cuentos sobrenaturales, de Carlos Fuentes y Una violeta de más, de Francisco Tario; pero también algunos nombres emergentes, como Tristes sombras, de Lola Ancira, y Fantásmica, de Carlos Bustos, con un prólogo del genial Alberto Chimal. Además, obras de escritoras jóvenes como Un pájaro en el ojo, de Xóchitl Olivera Lagunes, ganadora del Premio José Revueltas, y Hemólisis, de Laura E. Cáceres, un texto con mucho trabajo por delante.

También te podría interesar: Pandora o el oficio de las cajas de cartón en Ecatepec

Robots y monstruos en la periferia. Lo que supuestamente no es humano forma géneros sorprendentemente preocupados por impulsar la comprensión del conflicto humano. “Leer ciencia ficción te hace mejor persona”, dijo Elia Barceló en la FIL 2024, refiriéndose a que los conflictos que el género presenta son los ineludibles de la humanidad, y lo mismo podría decirse del terror. Y es este rasgo, y no algo intrínseco o relacionado con su calidad, lo que los coloca en la marginalidad y la sombra, nos explica Ximena (estoy en desacuerdo: la insistencia de estos géneros en aleccionar moralmente suele producir textos formulaicos, lo cual es, en mi opinión, la perdición de novelas como El mundo de Yarek, de la nombrada Elia Barceló).

La librería Peripheria es un milagro de emprendimiento que promueve la creación literaria y su lectura. Además, sublima la sombra y ayuda a su integración, lo cual es saludable para nuestra urbe, pues como escribió Carl Jung: “Todo lo que rechaza el yo, aparece en el mundo como un evento”. De este modo ayuda al proceso de sanación citadina y nacional, lo cual es tan positivo como notar que toda sombra tiene un lado luminoso, pues al esconder ciertas cosas que nos desagradan nos deshacemos también de virtudes. El veneno —recordemos— también es antídoto.

Si en la luz hay confort, en la sombra hay inteligencia y energía, como puede verse en la creatividad de los autores que exhibe Peripheria, reflejo de un municipio que produce cerca del 10% del PIB estatal. Si dejamos de estigmatizarnos los unos a los otros, tal vez logremos darnos cuenta de que somos ciudadanos de un mismo país, que juntos formamos una sola personalidad nacional, y entonces sabremos tratarnos con más compasión.

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[1] Un buen ejemplo de esta relación entre los polos de la personalidad individual puede verse en la película de este mismo nombre, Persona, de Ingmar Bergman.

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Una visita a Peripheria, la librería de Ecatepec que es un milagro del emprendimiento: promueve la creación literaria y la lectura, pero también un proceso de sanación metropolitana y nacional.

La librería Peripheria se encuentra en la colonia San Cristóbal Centro, en el número 28 de la calle Agricultura. Acudo al local acompañado de mi amigo Roberto, director de cine, para entrevistarme con Ximena Jiménez. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, es fundadora y encargada de la sección de ciencia ficción. Su novio y socio cofundador, Jonathan Oseguera, se especializa en títulos de terror. Peripheria es, como su nombre lo hace suponer, una librería de géneros literarios no-del-todo-convencionales situada en el corazón de Ecatepec, inmenso municipio del Estado de México, periférico a la Ciudad de México.

Ximena nos ofrece café y dos sillas en este espacio minúsculo, dando la espalda a la puerta abierta. Apenas sentados, nos hace tres preguntas: ¿habían venido a Ecatepec?, ¿qué están leyendo? y ¿dónde estudiaron? A la primera pregunta respondo que sí, y a la segunda que Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; Pandora, de Liliana Blum, y En la boca del lobo, de Elvira Lindo. “Anagrama y Planeta”, me contesta, irónica, “lo que dicta el mercado, el mainstream”. Su refrescante afrenta me avisa que he venido a aprender. Sin mirarnos, Roberto y yo decidimos ignorar la tercera pregunta: ya habíamos sido clasificados como no-pertenecientes, si no como francamente fresas.

Lo primero que hay que entender —nos explica— es que la literatura convencional supone ciertos privilegios. Un lector de literatura canónica, como la que ella estudió en la UNAM, tiene una formación académica estandarizada, muy probablemente eurocéntrica, y ha contado con el tiempo y recursos para leer los libros dictados por las autoridades de la cultura.

Estas “autoridades” son las que sitúan a la ciencia ficción, como al terror, al margen de la “alta cultura”. Pero no por ello es menos valiosa, pues representa un sector y un sentir que, justamente por no seguir el hilo conductor de la literatura universal, es original. En México —continúa nuestra anfitriona— la hora de la verdad para la ciencia ficción llegó con la confluencia de dos factores que tienen su origen en la década de 1990 y el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari: tecnología y pobreza, ambos ligados a la apertura comercial en un contexto de profunda desigualdad económica y social. En ese sentido, entiendo, esta literatura equivale al punk que surgió luego de las medidas económicas de Margaret Thatcher. Es inherentemente política.

Los escritores y lectores de Ecatepec —continúa Ximena— son en algunos casos personas con estudios truncados, con un bagaje literario limitado, que leen y escriben en el transporte público, con poca luz, sin laptop y en las pocas horas que la rutina laboral les deja. Esto es algo que debemos tener en cuenta para apreciar los elementos de originalidad, creatividad o belleza que contienen los libros que empieza a mostrarnos. En el caso específico de la ciencia ficción, además, debemos entender que las referencias culturales son películas o programas de televisión, a veces caricaturas.

Así, no debe sorprendernos que gran parte del material disponible sea de cuentos muy breves y ediciones de bajo costo. Entre las que Ximena me recomienda —verdaderos hallazgos imposibles de ver en otra librería— están 2egunda caída, antología de narrativa gráfica mexicana, un cómic de lucha libre; la novela gráfica Ecatepunk, de Joshua Hdz, realmente fresca; El hombre embarazado, del ecatepequense Eufracio Reyes Arellanes, con la portada más fea que haya visto en mi vida, y El tren que se aleja, de Daniel Anaya, cuya contraportada incluye un comentario de Claudia Cabeza de Vaca que bien podría colarse en la interpretación sobre la sombra que viene a continuación: “Las historias de este libro nos enfrentan con el temor colectivo del monstruo que habitamos y nos habita […]”.

¿Qué sabemos o hemos visto sobre la contracultura en México? Roberto nombra la película Ya no estoy aquí (2019), sobre los habitantes de un barrio de Monterrey en que impera la subcultura conocida como kolombia, dentro de un ambiente pandillero. Ximena nos dice que ok, pero que aun ese retrato está lejos de la realidad. Quiero saber en qué forma, pero prefiero dejarla hablar. Nos explica que Ecatepec, al igual que otras zonas marginadas de las grandes ciudades de México, recibe la basura que produce la urbe, por una parte, y por otra a los migrantes que no lograron establecerse en las zonas centrales de la ciudad.

Sabemos también que Ecatepec es uno de los municipios con mayor número de personas en pobreza y pobreza extrema del país, y el más violento del Edomex. Sin embargo, con sus 1.8 millones de habitantes, no puede considerarse monolíticamente. La zona industrial del sur, como en la que se encuentra Cajas Aztecas, es considerada bastante segura. La zona más peligrosa —por lo que toca a la incidencia de homicidios, agresiones sexuales, robos a viviendas, negocios y automóviles— está en el extremo norte, Laguna de Chiconautla, donde hay un gran vertedero de basura. La librería se encuentra hacia el noroeste, entre Coacalco y la Ciénaga San Juan del Lago de Texcoco, una zona de aspecto completamente residencial, pero estigmatizada. A esta misma latitud se encuentra la colonia Jardines de Morelos, famosa, entre otras cosas, por ser el escenario del Monstruo de Ecatepec, aquel que asesinaba y desmembraba a chicas que atraía con la venta de perfumes, ropa y celulares.

El Monstruo de Ecatepec es la clásica manifestación de la sombra, y con ello la entrada al otro género de la librería: el terror. Es el territorio literario de personajes como la criatura de Frankenstein, o incluso un Drácula, que representan el lado oscuro de la conciencia social. Tal monstruo cumple, además, con otra función típica de la sombra, la de servir como chivo expiatorio u oveja negra. Es decir, a figuras como Juan Carlos —que así se llama el “monstruo”—, se les achacan los males que nosotros no queremos ver en nuestro entorno. Así pues, los policías que lo acusaron aprovecharon para colgarle decenas más de muertes de las que él confesó y que se le pudieron comprobar. No que esto lo exima del apodo, pues se le comprobaron 20 asesinatos, y él mismo confesó que vendía los huesos de sus víctimas. Según su testimonio, odiaba a las mujeres, a las que mataba como venganza porque cuando era niño su madre lo hacía vestirse como mujer. “Si salgo de esta”, dijo, “de una vez les digo a los patrones, voy a seguir matando mujeres”.

Te recomendamos leerEl Oficio: zapatero a tus zapatos

Antes de seguir, he de resumir el arquetipo junguiano de sombra, un término que expresa todo aquello que la conciencia de las personas quiere ocultar, todo lo que rechaza o reprime, pero que en realidad solo permanece oculto, acechante. Su opuesto, la persona,[1] es la cara jovial y bien educada con la cual nos presentamos ante la sociedad. Un ejemplo sencillo es aquella persona que recoge gatos de la calle, o dona a Médicos sin Fronteras, pero descuida a sus propios familiares. El término es tomado del griego πρόσωπον, y refería a la máscara utilizada en el teatro, una forma de arte cuyo nacimiento es inseparable del de la democracia. Esta dicotomía puede verse en individuos, pero también a nivel colectivo, incluso artístico (e.g., literatura culta vs. géneros marginales). Un ejemplo en el ámbito urbanístico: cerca del centro turístico, político y financiero de la Ciudad de México, uno de los gobiernos menos respetuosos de los derechos humanos nos regaló un monumento con un nombre tan infantil como “la estela de luz”; como contraparte, en la periferia, tenemos un lugar llamado Ecatepec en el que habita “un monstruo”.

Además de la criatura de Frankenstein y Drácula, la literatura tiene muchos otros ejemplos de la sombra. Tanto Fausto como el Dr. Jekyll son poseídos por su sombra (Mefistófeles en un caso y el Sr. Hyde en el otro), gracias a la cual abandonan completamente el ego para “vivir la vida”. Dejarse llevar por la sombra, nos advierten Goethe y Stevenson, es tan peligroso como intentar reprimirla. En el caso de la novela de Wilde, Dorian Gray, el personaje oculta su lado oscuro en una pintura que muestra su horrible verdad.

El error de los personajes de estas historias es querer separar su personalidad en dos partes. Por tanto, estos textos sugieren que aceptar e integrar la sombra es una tarea fundamental, no solo a nivel personal sino también social, y esa parece ser la función primordial en la literatura y el pensamiento en general. En el caso de Ecatepec, integrar en nuestra “personalidad nacional” tanto el lado productivo como su consecuencia, la basura; la riqueza, como la inevitable desigualdad y violencia, es parte de un proceso de salud psíquica; es decir, debemos ver a la ciudad como un solo individuo con diferentes facetas, no como dos ciudades independientes, pues eso constituye una verdadera democracia inclusiva. Ante el paisaje de concreto y basura que presenta Ecatepec, debemos recordar las palabras de Anthony Stevens en Encuentros con la sombra: el poder del lado oscuro de la naturaleza humana: “Solo podremos evitar la hecatombe si llegamos a un acuerdo consciente con la naturaleza y, en particular, con la naturaleza de la sombra”. Para quien sea más inclinado a la religión, puede recordarse a Cristo: “Si permites que lo que está en tu interior se manifieste, eso te salvará. Si no lo haces, te destruirá” (Lucas 9:23-25).

Jonathan me dejó varias sugerencias de autores mexicanos. Algunos clásicos, Cuentos sobrenaturales, de Carlos Fuentes y Una violeta de más, de Francisco Tario; pero también algunos nombres emergentes, como Tristes sombras, de Lola Ancira, y Fantásmica, de Carlos Bustos, con un prólogo del genial Alberto Chimal. Además, obras de escritoras jóvenes como Un pájaro en el ojo, de Xóchitl Olivera Lagunes, ganadora del Premio José Revueltas, y Hemólisis, de Laura E. Cáceres, un texto con mucho trabajo por delante.

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Robots y monstruos en la periferia. Lo que supuestamente no es humano forma géneros sorprendentemente preocupados por impulsar la comprensión del conflicto humano. “Leer ciencia ficción te hace mejor persona”, dijo Elia Barceló en la FIL 2024, refiriéndose a que los conflictos que el género presenta son los ineludibles de la humanidad, y lo mismo podría decirse del terror. Y es este rasgo, y no algo intrínseco o relacionado con su calidad, lo que los coloca en la marginalidad y la sombra, nos explica Ximena (estoy en desacuerdo: la insistencia de estos géneros en aleccionar moralmente suele producir textos formulaicos, lo cual es, en mi opinión, la perdición de novelas como El mundo de Yarek, de la nombrada Elia Barceló).

La librería Peripheria es un milagro de emprendimiento que promueve la creación literaria y su lectura. Además, sublima la sombra y ayuda a su integración, lo cual es saludable para nuestra urbe, pues como escribió Carl Jung: “Todo lo que rechaza el yo, aparece en el mundo como un evento”. De este modo ayuda al proceso de sanación citadina y nacional, lo cual es tan positivo como notar que toda sombra tiene un lado luminoso, pues al esconder ciertas cosas que nos desagradan nos deshacemos también de virtudes. El veneno —recordemos— también es antídoto.

Si en la luz hay confort, en la sombra hay inteligencia y energía, como puede verse en la creatividad de los autores que exhibe Peripheria, reflejo de un municipio que produce cerca del 10% del PIB estatal. Si dejamos de estigmatizarnos los unos a los otros, tal vez logremos darnos cuenta de que somos ciudadanos de un mismo país, que juntos formamos una sola personalidad nacional, y entonces sabremos tratarnos con más compasión.

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[1] Un buen ejemplo de esta relación entre los polos de la personalidad individual puede verse en la película de este mismo nombre, Persona, de Ingmar Bergman.

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Una visita a Peripheria, la librería de Ecatepec que es un milagro del emprendimiento: promueve la creación literaria y la lectura, pero también un proceso de sanación metropolitana y nacional.

La librería Peripheria se encuentra en la colonia San Cristóbal Centro, en el número 28 de la calle Agricultura. Acudo al local acompañado de mi amigo Roberto, director de cine, para entrevistarme con Ximena Jiménez. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, es fundadora y encargada de la sección de ciencia ficción. Su novio y socio cofundador, Jonathan Oseguera, se especializa en títulos de terror. Peripheria es, como su nombre lo hace suponer, una librería de géneros literarios no-del-todo-convencionales situada en el corazón de Ecatepec, inmenso municipio del Estado de México, periférico a la Ciudad de México.

Ximena nos ofrece café y dos sillas en este espacio minúsculo, dando la espalda a la puerta abierta. Apenas sentados, nos hace tres preguntas: ¿habían venido a Ecatepec?, ¿qué están leyendo? y ¿dónde estudiaron? A la primera pregunta respondo que sí, y a la segunda que Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; Pandora, de Liliana Blum, y En la boca del lobo, de Elvira Lindo. “Anagrama y Planeta”, me contesta, irónica, “lo que dicta el mercado, el mainstream”. Su refrescante afrenta me avisa que he venido a aprender. Sin mirarnos, Roberto y yo decidimos ignorar la tercera pregunta: ya habíamos sido clasificados como no-pertenecientes, si no como francamente fresas.

Lo primero que hay que entender —nos explica— es que la literatura convencional supone ciertos privilegios. Un lector de literatura canónica, como la que ella estudió en la UNAM, tiene una formación académica estandarizada, muy probablemente eurocéntrica, y ha contado con el tiempo y recursos para leer los libros dictados por las autoridades de la cultura.

Estas “autoridades” son las que sitúan a la ciencia ficción, como al terror, al margen de la “alta cultura”. Pero no por ello es menos valiosa, pues representa un sector y un sentir que, justamente por no seguir el hilo conductor de la literatura universal, es original. En México —continúa nuestra anfitriona— la hora de la verdad para la ciencia ficción llegó con la confluencia de dos factores que tienen su origen en la década de 1990 y el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari: tecnología y pobreza, ambos ligados a la apertura comercial en un contexto de profunda desigualdad económica y social. En ese sentido, entiendo, esta literatura equivale al punk que surgió luego de las medidas económicas de Margaret Thatcher. Es inherentemente política.

Los escritores y lectores de Ecatepec —continúa Ximena— son en algunos casos personas con estudios truncados, con un bagaje literario limitado, que leen y escriben en el transporte público, con poca luz, sin laptop y en las pocas horas que la rutina laboral les deja. Esto es algo que debemos tener en cuenta para apreciar los elementos de originalidad, creatividad o belleza que contienen los libros que empieza a mostrarnos. En el caso específico de la ciencia ficción, además, debemos entender que las referencias culturales son películas o programas de televisión, a veces caricaturas.

Así, no debe sorprendernos que gran parte del material disponible sea de cuentos muy breves y ediciones de bajo costo. Entre las que Ximena me recomienda —verdaderos hallazgos imposibles de ver en otra librería— están 2egunda caída, antología de narrativa gráfica mexicana, un cómic de lucha libre; la novela gráfica Ecatepunk, de Joshua Hdz, realmente fresca; El hombre embarazado, del ecatepequense Eufracio Reyes Arellanes, con la portada más fea que haya visto en mi vida, y El tren que se aleja, de Daniel Anaya, cuya contraportada incluye un comentario de Claudia Cabeza de Vaca que bien podría colarse en la interpretación sobre la sombra que viene a continuación: “Las historias de este libro nos enfrentan con el temor colectivo del monstruo que habitamos y nos habita […]”.

¿Qué sabemos o hemos visto sobre la contracultura en México? Roberto nombra la película Ya no estoy aquí (2019), sobre los habitantes de un barrio de Monterrey en que impera la subcultura conocida como kolombia, dentro de un ambiente pandillero. Ximena nos dice que ok, pero que aun ese retrato está lejos de la realidad. Quiero saber en qué forma, pero prefiero dejarla hablar. Nos explica que Ecatepec, al igual que otras zonas marginadas de las grandes ciudades de México, recibe la basura que produce la urbe, por una parte, y por otra a los migrantes que no lograron establecerse en las zonas centrales de la ciudad.

Sabemos también que Ecatepec es uno de los municipios con mayor número de personas en pobreza y pobreza extrema del país, y el más violento del Edomex. Sin embargo, con sus 1.8 millones de habitantes, no puede considerarse monolíticamente. La zona industrial del sur, como en la que se encuentra Cajas Aztecas, es considerada bastante segura. La zona más peligrosa —por lo que toca a la incidencia de homicidios, agresiones sexuales, robos a viviendas, negocios y automóviles— está en el extremo norte, Laguna de Chiconautla, donde hay un gran vertedero de basura. La librería se encuentra hacia el noroeste, entre Coacalco y la Ciénaga San Juan del Lago de Texcoco, una zona de aspecto completamente residencial, pero estigmatizada. A esta misma latitud se encuentra la colonia Jardines de Morelos, famosa, entre otras cosas, por ser el escenario del Monstruo de Ecatepec, aquel que asesinaba y desmembraba a chicas que atraía con la venta de perfumes, ropa y celulares.

El Monstruo de Ecatepec es la clásica manifestación de la sombra, y con ello la entrada al otro género de la librería: el terror. Es el territorio literario de personajes como la criatura de Frankenstein, o incluso un Drácula, que representan el lado oscuro de la conciencia social. Tal monstruo cumple, además, con otra función típica de la sombra, la de servir como chivo expiatorio u oveja negra. Es decir, a figuras como Juan Carlos —que así se llama el “monstruo”—, se les achacan los males que nosotros no queremos ver en nuestro entorno. Así pues, los policías que lo acusaron aprovecharon para colgarle decenas más de muertes de las que él confesó y que se le pudieron comprobar. No que esto lo exima del apodo, pues se le comprobaron 20 asesinatos, y él mismo confesó que vendía los huesos de sus víctimas. Según su testimonio, odiaba a las mujeres, a las que mataba como venganza porque cuando era niño su madre lo hacía vestirse como mujer. “Si salgo de esta”, dijo, “de una vez les digo a los patrones, voy a seguir matando mujeres”.

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Antes de seguir, he de resumir el arquetipo junguiano de sombra, un término que expresa todo aquello que la conciencia de las personas quiere ocultar, todo lo que rechaza o reprime, pero que en realidad solo permanece oculto, acechante. Su opuesto, la persona,[1] es la cara jovial y bien educada con la cual nos presentamos ante la sociedad. Un ejemplo sencillo es aquella persona que recoge gatos de la calle, o dona a Médicos sin Fronteras, pero descuida a sus propios familiares. El término es tomado del griego πρόσωπον, y refería a la máscara utilizada en el teatro, una forma de arte cuyo nacimiento es inseparable del de la democracia. Esta dicotomía puede verse en individuos, pero también a nivel colectivo, incluso artístico (e.g., literatura culta vs. géneros marginales). Un ejemplo en el ámbito urbanístico: cerca del centro turístico, político y financiero de la Ciudad de México, uno de los gobiernos menos respetuosos de los derechos humanos nos regaló un monumento con un nombre tan infantil como “la estela de luz”; como contraparte, en la periferia, tenemos un lugar llamado Ecatepec en el que habita “un monstruo”.

Además de la criatura de Frankenstein y Drácula, la literatura tiene muchos otros ejemplos de la sombra. Tanto Fausto como el Dr. Jekyll son poseídos por su sombra (Mefistófeles en un caso y el Sr. Hyde en el otro), gracias a la cual abandonan completamente el ego para “vivir la vida”. Dejarse llevar por la sombra, nos advierten Goethe y Stevenson, es tan peligroso como intentar reprimirla. En el caso de la novela de Wilde, Dorian Gray, el personaje oculta su lado oscuro en una pintura que muestra su horrible verdad.

El error de los personajes de estas historias es querer separar su personalidad en dos partes. Por tanto, estos textos sugieren que aceptar e integrar la sombra es una tarea fundamental, no solo a nivel personal sino también social, y esa parece ser la función primordial en la literatura y el pensamiento en general. En el caso de Ecatepec, integrar en nuestra “personalidad nacional” tanto el lado productivo como su consecuencia, la basura; la riqueza, como la inevitable desigualdad y violencia, es parte de un proceso de salud psíquica; es decir, debemos ver a la ciudad como un solo individuo con diferentes facetas, no como dos ciudades independientes, pues eso constituye una verdadera democracia inclusiva. Ante el paisaje de concreto y basura que presenta Ecatepec, debemos recordar las palabras de Anthony Stevens en Encuentros con la sombra: el poder del lado oscuro de la naturaleza humana: “Solo podremos evitar la hecatombe si llegamos a un acuerdo consciente con la naturaleza y, en particular, con la naturaleza de la sombra”. Para quien sea más inclinado a la religión, puede recordarse a Cristo: “Si permites que lo que está en tu interior se manifieste, eso te salvará. Si no lo haces, te destruirá” (Lucas 9:23-25).

Jonathan me dejó varias sugerencias de autores mexicanos. Algunos clásicos, Cuentos sobrenaturales, de Carlos Fuentes y Una violeta de más, de Francisco Tario; pero también algunos nombres emergentes, como Tristes sombras, de Lola Ancira, y Fantásmica, de Carlos Bustos, con un prólogo del genial Alberto Chimal. Además, obras de escritoras jóvenes como Un pájaro en el ojo, de Xóchitl Olivera Lagunes, ganadora del Premio José Revueltas, y Hemólisis, de Laura E. Cáceres, un texto con mucho trabajo por delante.

También te podría interesar: Pandora o el oficio de las cajas de cartón en Ecatepec

Robots y monstruos en la periferia. Lo que supuestamente no es humano forma géneros sorprendentemente preocupados por impulsar la comprensión del conflicto humano. “Leer ciencia ficción te hace mejor persona”, dijo Elia Barceló en la FIL 2024, refiriéndose a que los conflictos que el género presenta son los ineludibles de la humanidad, y lo mismo podría decirse del terror. Y es este rasgo, y no algo intrínseco o relacionado con su calidad, lo que los coloca en la marginalidad y la sombra, nos explica Ximena (estoy en desacuerdo: la insistencia de estos géneros en aleccionar moralmente suele producir textos formulaicos, lo cual es, en mi opinión, la perdición de novelas como El mundo de Yarek, de la nombrada Elia Barceló).

La librería Peripheria es un milagro de emprendimiento que promueve la creación literaria y su lectura. Además, sublima la sombra y ayuda a su integración, lo cual es saludable para nuestra urbe, pues como escribió Carl Jung: “Todo lo que rechaza el yo, aparece en el mundo como un evento”. De este modo ayuda al proceso de sanación citadina y nacional, lo cual es tan positivo como notar que toda sombra tiene un lado luminoso, pues al esconder ciertas cosas que nos desagradan nos deshacemos también de virtudes. El veneno —recordemos— también es antídoto.

Si en la luz hay confort, en la sombra hay inteligencia y energía, como puede verse en la creatividad de los autores que exhibe Peripheria, reflejo de un municipio que produce cerca del 10% del PIB estatal. Si dejamos de estigmatizarnos los unos a los otros, tal vez logremos darnos cuenta de que somos ciudadanos de un mismo país, que juntos formamos una sola personalidad nacional, y entonces sabremos tratarnos con más compasión.

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[1] Un buen ejemplo de esta relación entre los polos de la personalidad individual puede verse en la película de este mismo nombre, Persona, de Ingmar Bergman.

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El Oficio: la sombra en la periferia

El Oficio: la sombra en la periferia

29
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01
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25
2025
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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Una visita a Peripheria, la librería de Ecatepec que es un milagro del emprendimiento: promueve la creación literaria y la lectura, pero también un proceso de sanación metropolitana y nacional.

La librería Peripheria se encuentra en la colonia San Cristóbal Centro, en el número 28 de la calle Agricultura. Acudo al local acompañado de mi amigo Roberto, director de cine, para entrevistarme con Ximena Jiménez. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, es fundadora y encargada de la sección de ciencia ficción. Su novio y socio cofundador, Jonathan Oseguera, se especializa en títulos de terror. Peripheria es, como su nombre lo hace suponer, una librería de géneros literarios no-del-todo-convencionales situada en el corazón de Ecatepec, inmenso municipio del Estado de México, periférico a la Ciudad de México.

Ximena nos ofrece café y dos sillas en este espacio minúsculo, dando la espalda a la puerta abierta. Apenas sentados, nos hace tres preguntas: ¿habían venido a Ecatepec?, ¿qué están leyendo? y ¿dónde estudiaron? A la primera pregunta respondo que sí, y a la segunda que Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; Pandora, de Liliana Blum, y En la boca del lobo, de Elvira Lindo. “Anagrama y Planeta”, me contesta, irónica, “lo que dicta el mercado, el mainstream”. Su refrescante afrenta me avisa que he venido a aprender. Sin mirarnos, Roberto y yo decidimos ignorar la tercera pregunta: ya habíamos sido clasificados como no-pertenecientes, si no como francamente fresas.

Lo primero que hay que entender —nos explica— es que la literatura convencional supone ciertos privilegios. Un lector de literatura canónica, como la que ella estudió en la UNAM, tiene una formación académica estandarizada, muy probablemente eurocéntrica, y ha contado con el tiempo y recursos para leer los libros dictados por las autoridades de la cultura.

Estas “autoridades” son las que sitúan a la ciencia ficción, como al terror, al margen de la “alta cultura”. Pero no por ello es menos valiosa, pues representa un sector y un sentir que, justamente por no seguir el hilo conductor de la literatura universal, es original. En México —continúa nuestra anfitriona— la hora de la verdad para la ciencia ficción llegó con la confluencia de dos factores que tienen su origen en la década de 1990 y el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari: tecnología y pobreza, ambos ligados a la apertura comercial en un contexto de profunda desigualdad económica y social. En ese sentido, entiendo, esta literatura equivale al punk que surgió luego de las medidas económicas de Margaret Thatcher. Es inherentemente política.

Los escritores y lectores de Ecatepec —continúa Ximena— son en algunos casos personas con estudios truncados, con un bagaje literario limitado, que leen y escriben en el transporte público, con poca luz, sin laptop y en las pocas horas que la rutina laboral les deja. Esto es algo que debemos tener en cuenta para apreciar los elementos de originalidad, creatividad o belleza que contienen los libros que empieza a mostrarnos. En el caso específico de la ciencia ficción, además, debemos entender que las referencias culturales son películas o programas de televisión, a veces caricaturas.

Así, no debe sorprendernos que gran parte del material disponible sea de cuentos muy breves y ediciones de bajo costo. Entre las que Ximena me recomienda —verdaderos hallazgos imposibles de ver en otra librería— están 2egunda caída, antología de narrativa gráfica mexicana, un cómic de lucha libre; la novela gráfica Ecatepunk, de Joshua Hdz, realmente fresca; El hombre embarazado, del ecatepequense Eufracio Reyes Arellanes, con la portada más fea que haya visto en mi vida, y El tren que se aleja, de Daniel Anaya, cuya contraportada incluye un comentario de Claudia Cabeza de Vaca que bien podría colarse en la interpretación sobre la sombra que viene a continuación: “Las historias de este libro nos enfrentan con el temor colectivo del monstruo que habitamos y nos habita […]”.

¿Qué sabemos o hemos visto sobre la contracultura en México? Roberto nombra la película Ya no estoy aquí (2019), sobre los habitantes de un barrio de Monterrey en que impera la subcultura conocida como kolombia, dentro de un ambiente pandillero. Ximena nos dice que ok, pero que aun ese retrato está lejos de la realidad. Quiero saber en qué forma, pero prefiero dejarla hablar. Nos explica que Ecatepec, al igual que otras zonas marginadas de las grandes ciudades de México, recibe la basura que produce la urbe, por una parte, y por otra a los migrantes que no lograron establecerse en las zonas centrales de la ciudad.

Sabemos también que Ecatepec es uno de los municipios con mayor número de personas en pobreza y pobreza extrema del país, y el más violento del Edomex. Sin embargo, con sus 1.8 millones de habitantes, no puede considerarse monolíticamente. La zona industrial del sur, como en la que se encuentra Cajas Aztecas, es considerada bastante segura. La zona más peligrosa —por lo que toca a la incidencia de homicidios, agresiones sexuales, robos a viviendas, negocios y automóviles— está en el extremo norte, Laguna de Chiconautla, donde hay un gran vertedero de basura. La librería se encuentra hacia el noroeste, entre Coacalco y la Ciénaga San Juan del Lago de Texcoco, una zona de aspecto completamente residencial, pero estigmatizada. A esta misma latitud se encuentra la colonia Jardines de Morelos, famosa, entre otras cosas, por ser el escenario del Monstruo de Ecatepec, aquel que asesinaba y desmembraba a chicas que atraía con la venta de perfumes, ropa y celulares.

El Monstruo de Ecatepec es la clásica manifestación de la sombra, y con ello la entrada al otro género de la librería: el terror. Es el territorio literario de personajes como la criatura de Frankenstein, o incluso un Drácula, que representan el lado oscuro de la conciencia social. Tal monstruo cumple, además, con otra función típica de la sombra, la de servir como chivo expiatorio u oveja negra. Es decir, a figuras como Juan Carlos —que así se llama el “monstruo”—, se les achacan los males que nosotros no queremos ver en nuestro entorno. Así pues, los policías que lo acusaron aprovecharon para colgarle decenas más de muertes de las que él confesó y que se le pudieron comprobar. No que esto lo exima del apodo, pues se le comprobaron 20 asesinatos, y él mismo confesó que vendía los huesos de sus víctimas. Según su testimonio, odiaba a las mujeres, a las que mataba como venganza porque cuando era niño su madre lo hacía vestirse como mujer. “Si salgo de esta”, dijo, “de una vez les digo a los patrones, voy a seguir matando mujeres”.

Te recomendamos leerEl Oficio: zapatero a tus zapatos

Antes de seguir, he de resumir el arquetipo junguiano de sombra, un término que expresa todo aquello que la conciencia de las personas quiere ocultar, todo lo que rechaza o reprime, pero que en realidad solo permanece oculto, acechante. Su opuesto, la persona,[1] es la cara jovial y bien educada con la cual nos presentamos ante la sociedad. Un ejemplo sencillo es aquella persona que recoge gatos de la calle, o dona a Médicos sin Fronteras, pero descuida a sus propios familiares. El término es tomado del griego πρόσωπον, y refería a la máscara utilizada en el teatro, una forma de arte cuyo nacimiento es inseparable del de la democracia. Esta dicotomía puede verse en individuos, pero también a nivel colectivo, incluso artístico (e.g., literatura culta vs. géneros marginales). Un ejemplo en el ámbito urbanístico: cerca del centro turístico, político y financiero de la Ciudad de México, uno de los gobiernos menos respetuosos de los derechos humanos nos regaló un monumento con un nombre tan infantil como “la estela de luz”; como contraparte, en la periferia, tenemos un lugar llamado Ecatepec en el que habita “un monstruo”.

Además de la criatura de Frankenstein y Drácula, la literatura tiene muchos otros ejemplos de la sombra. Tanto Fausto como el Dr. Jekyll son poseídos por su sombra (Mefistófeles en un caso y el Sr. Hyde en el otro), gracias a la cual abandonan completamente el ego para “vivir la vida”. Dejarse llevar por la sombra, nos advierten Goethe y Stevenson, es tan peligroso como intentar reprimirla. En el caso de la novela de Wilde, Dorian Gray, el personaje oculta su lado oscuro en una pintura que muestra su horrible verdad.

El error de los personajes de estas historias es querer separar su personalidad en dos partes. Por tanto, estos textos sugieren que aceptar e integrar la sombra es una tarea fundamental, no solo a nivel personal sino también social, y esa parece ser la función primordial en la literatura y el pensamiento en general. En el caso de Ecatepec, integrar en nuestra “personalidad nacional” tanto el lado productivo como su consecuencia, la basura; la riqueza, como la inevitable desigualdad y violencia, es parte de un proceso de salud psíquica; es decir, debemos ver a la ciudad como un solo individuo con diferentes facetas, no como dos ciudades independientes, pues eso constituye una verdadera democracia inclusiva. Ante el paisaje de concreto y basura que presenta Ecatepec, debemos recordar las palabras de Anthony Stevens en Encuentros con la sombra: el poder del lado oscuro de la naturaleza humana: “Solo podremos evitar la hecatombe si llegamos a un acuerdo consciente con la naturaleza y, en particular, con la naturaleza de la sombra”. Para quien sea más inclinado a la religión, puede recordarse a Cristo: “Si permites que lo que está en tu interior se manifieste, eso te salvará. Si no lo haces, te destruirá” (Lucas 9:23-25).

Jonathan me dejó varias sugerencias de autores mexicanos. Algunos clásicos, Cuentos sobrenaturales, de Carlos Fuentes y Una violeta de más, de Francisco Tario; pero también algunos nombres emergentes, como Tristes sombras, de Lola Ancira, y Fantásmica, de Carlos Bustos, con un prólogo del genial Alberto Chimal. Además, obras de escritoras jóvenes como Un pájaro en el ojo, de Xóchitl Olivera Lagunes, ganadora del Premio José Revueltas, y Hemólisis, de Laura E. Cáceres, un texto con mucho trabajo por delante.

También te podría interesar: Pandora o el oficio de las cajas de cartón en Ecatepec

Robots y monstruos en la periferia. Lo que supuestamente no es humano forma géneros sorprendentemente preocupados por impulsar la comprensión del conflicto humano. “Leer ciencia ficción te hace mejor persona”, dijo Elia Barceló en la FIL 2024, refiriéndose a que los conflictos que el género presenta son los ineludibles de la humanidad, y lo mismo podría decirse del terror. Y es este rasgo, y no algo intrínseco o relacionado con su calidad, lo que los coloca en la marginalidad y la sombra, nos explica Ximena (estoy en desacuerdo: la insistencia de estos géneros en aleccionar moralmente suele producir textos formulaicos, lo cual es, en mi opinión, la perdición de novelas como El mundo de Yarek, de la nombrada Elia Barceló).

La librería Peripheria es un milagro de emprendimiento que promueve la creación literaria y su lectura. Además, sublima la sombra y ayuda a su integración, lo cual es saludable para nuestra urbe, pues como escribió Carl Jung: “Todo lo que rechaza el yo, aparece en el mundo como un evento”. De este modo ayuda al proceso de sanación citadina y nacional, lo cual es tan positivo como notar que toda sombra tiene un lado luminoso, pues al esconder ciertas cosas que nos desagradan nos deshacemos también de virtudes. El veneno —recordemos— también es antídoto.

Si en la luz hay confort, en la sombra hay inteligencia y energía, como puede verse en la creatividad de los autores que exhibe Peripheria, reflejo de un municipio que produce cerca del 10% del PIB estatal. Si dejamos de estigmatizarnos los unos a los otros, tal vez logremos darnos cuenta de que somos ciudadanos de un mismo país, que juntos formamos una sola personalidad nacional, y entonces sabremos tratarnos con más compasión.

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[1] Un buen ejemplo de esta relación entre los polos de la personalidad individual puede verse en la película de este mismo nombre, Persona, de Ingmar Bergman.

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Una visita a Peripheria, la librería de Ecatepec que es un milagro del emprendimiento: promueve la creación literaria y la lectura, pero también un proceso de sanación metropolitana y nacional.

Texto de
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Realización de
Ilustración de
Traducción de

La librería Peripheria se encuentra en la colonia San Cristóbal Centro, en el número 28 de la calle Agricultura. Acudo al local acompañado de mi amigo Roberto, director de cine, para entrevistarme con Ximena Jiménez. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, es fundadora y encargada de la sección de ciencia ficción. Su novio y socio cofundador, Jonathan Oseguera, se especializa en títulos de terror. Peripheria es, como su nombre lo hace suponer, una librería de géneros literarios no-del-todo-convencionales situada en el corazón de Ecatepec, inmenso municipio del Estado de México, periférico a la Ciudad de México.

Ximena nos ofrece café y dos sillas en este espacio minúsculo, dando la espalda a la puerta abierta. Apenas sentados, nos hace tres preguntas: ¿habían venido a Ecatepec?, ¿qué están leyendo? y ¿dónde estudiaron? A la primera pregunta respondo que sí, y a la segunda que Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez; Pandora, de Liliana Blum, y En la boca del lobo, de Elvira Lindo. “Anagrama y Planeta”, me contesta, irónica, “lo que dicta el mercado, el mainstream”. Su refrescante afrenta me avisa que he venido a aprender. Sin mirarnos, Roberto y yo decidimos ignorar la tercera pregunta: ya habíamos sido clasificados como no-pertenecientes, si no como francamente fresas.

Lo primero que hay que entender —nos explica— es que la literatura convencional supone ciertos privilegios. Un lector de literatura canónica, como la que ella estudió en la UNAM, tiene una formación académica estandarizada, muy probablemente eurocéntrica, y ha contado con el tiempo y recursos para leer los libros dictados por las autoridades de la cultura.

Estas “autoridades” son las que sitúan a la ciencia ficción, como al terror, al margen de la “alta cultura”. Pero no por ello es menos valiosa, pues representa un sector y un sentir que, justamente por no seguir el hilo conductor de la literatura universal, es original. En México —continúa nuestra anfitriona— la hora de la verdad para la ciencia ficción llegó con la confluencia de dos factores que tienen su origen en la década de 1990 y el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari: tecnología y pobreza, ambos ligados a la apertura comercial en un contexto de profunda desigualdad económica y social. En ese sentido, entiendo, esta literatura equivale al punk que surgió luego de las medidas económicas de Margaret Thatcher. Es inherentemente política.

Los escritores y lectores de Ecatepec —continúa Ximena— son en algunos casos personas con estudios truncados, con un bagaje literario limitado, que leen y escriben en el transporte público, con poca luz, sin laptop y en las pocas horas que la rutina laboral les deja. Esto es algo que debemos tener en cuenta para apreciar los elementos de originalidad, creatividad o belleza que contienen los libros que empieza a mostrarnos. En el caso específico de la ciencia ficción, además, debemos entender que las referencias culturales son películas o programas de televisión, a veces caricaturas.

Así, no debe sorprendernos que gran parte del material disponible sea de cuentos muy breves y ediciones de bajo costo. Entre las que Ximena me recomienda —verdaderos hallazgos imposibles de ver en otra librería— están 2egunda caída, antología de narrativa gráfica mexicana, un cómic de lucha libre; la novela gráfica Ecatepunk, de Joshua Hdz, realmente fresca; El hombre embarazado, del ecatepequense Eufracio Reyes Arellanes, con la portada más fea que haya visto en mi vida, y El tren que se aleja, de Daniel Anaya, cuya contraportada incluye un comentario de Claudia Cabeza de Vaca que bien podría colarse en la interpretación sobre la sombra que viene a continuación: “Las historias de este libro nos enfrentan con el temor colectivo del monstruo que habitamos y nos habita […]”.

¿Qué sabemos o hemos visto sobre la contracultura en México? Roberto nombra la película Ya no estoy aquí (2019), sobre los habitantes de un barrio de Monterrey en que impera la subcultura conocida como kolombia, dentro de un ambiente pandillero. Ximena nos dice que ok, pero que aun ese retrato está lejos de la realidad. Quiero saber en qué forma, pero prefiero dejarla hablar. Nos explica que Ecatepec, al igual que otras zonas marginadas de las grandes ciudades de México, recibe la basura que produce la urbe, por una parte, y por otra a los migrantes que no lograron establecerse en las zonas centrales de la ciudad.

Sabemos también que Ecatepec es uno de los municipios con mayor número de personas en pobreza y pobreza extrema del país, y el más violento del Edomex. Sin embargo, con sus 1.8 millones de habitantes, no puede considerarse monolíticamente. La zona industrial del sur, como en la que se encuentra Cajas Aztecas, es considerada bastante segura. La zona más peligrosa —por lo que toca a la incidencia de homicidios, agresiones sexuales, robos a viviendas, negocios y automóviles— está en el extremo norte, Laguna de Chiconautla, donde hay un gran vertedero de basura. La librería se encuentra hacia el noroeste, entre Coacalco y la Ciénaga San Juan del Lago de Texcoco, una zona de aspecto completamente residencial, pero estigmatizada. A esta misma latitud se encuentra la colonia Jardines de Morelos, famosa, entre otras cosas, por ser el escenario del Monstruo de Ecatepec, aquel que asesinaba y desmembraba a chicas que atraía con la venta de perfumes, ropa y celulares.

El Monstruo de Ecatepec es la clásica manifestación de la sombra, y con ello la entrada al otro género de la librería: el terror. Es el territorio literario de personajes como la criatura de Frankenstein, o incluso un Drácula, que representan el lado oscuro de la conciencia social. Tal monstruo cumple, además, con otra función típica de la sombra, la de servir como chivo expiatorio u oveja negra. Es decir, a figuras como Juan Carlos —que así se llama el “monstruo”—, se les achacan los males que nosotros no queremos ver en nuestro entorno. Así pues, los policías que lo acusaron aprovecharon para colgarle decenas más de muertes de las que él confesó y que se le pudieron comprobar. No que esto lo exima del apodo, pues se le comprobaron 20 asesinatos, y él mismo confesó que vendía los huesos de sus víctimas. Según su testimonio, odiaba a las mujeres, a las que mataba como venganza porque cuando era niño su madre lo hacía vestirse como mujer. “Si salgo de esta”, dijo, “de una vez les digo a los patrones, voy a seguir matando mujeres”.

Te recomendamos leerEl Oficio: zapatero a tus zapatos

Antes de seguir, he de resumir el arquetipo junguiano de sombra, un término que expresa todo aquello que la conciencia de las personas quiere ocultar, todo lo que rechaza o reprime, pero que en realidad solo permanece oculto, acechante. Su opuesto, la persona,[1] es la cara jovial y bien educada con la cual nos presentamos ante la sociedad. Un ejemplo sencillo es aquella persona que recoge gatos de la calle, o dona a Médicos sin Fronteras, pero descuida a sus propios familiares. El término es tomado del griego πρόσωπον, y refería a la máscara utilizada en el teatro, una forma de arte cuyo nacimiento es inseparable del de la democracia. Esta dicotomía puede verse en individuos, pero también a nivel colectivo, incluso artístico (e.g., literatura culta vs. géneros marginales). Un ejemplo en el ámbito urbanístico: cerca del centro turístico, político y financiero de la Ciudad de México, uno de los gobiernos menos respetuosos de los derechos humanos nos regaló un monumento con un nombre tan infantil como “la estela de luz”; como contraparte, en la periferia, tenemos un lugar llamado Ecatepec en el que habita “un monstruo”.

Además de la criatura de Frankenstein y Drácula, la literatura tiene muchos otros ejemplos de la sombra. Tanto Fausto como el Dr. Jekyll son poseídos por su sombra (Mefistófeles en un caso y el Sr. Hyde en el otro), gracias a la cual abandonan completamente el ego para “vivir la vida”. Dejarse llevar por la sombra, nos advierten Goethe y Stevenson, es tan peligroso como intentar reprimirla. En el caso de la novela de Wilde, Dorian Gray, el personaje oculta su lado oscuro en una pintura que muestra su horrible verdad.

El error de los personajes de estas historias es querer separar su personalidad en dos partes. Por tanto, estos textos sugieren que aceptar e integrar la sombra es una tarea fundamental, no solo a nivel personal sino también social, y esa parece ser la función primordial en la literatura y el pensamiento en general. En el caso de Ecatepec, integrar en nuestra “personalidad nacional” tanto el lado productivo como su consecuencia, la basura; la riqueza, como la inevitable desigualdad y violencia, es parte de un proceso de salud psíquica; es decir, debemos ver a la ciudad como un solo individuo con diferentes facetas, no como dos ciudades independientes, pues eso constituye una verdadera democracia inclusiva. Ante el paisaje de concreto y basura que presenta Ecatepec, debemos recordar las palabras de Anthony Stevens en Encuentros con la sombra: el poder del lado oscuro de la naturaleza humana: “Solo podremos evitar la hecatombe si llegamos a un acuerdo consciente con la naturaleza y, en particular, con la naturaleza de la sombra”. Para quien sea más inclinado a la religión, puede recordarse a Cristo: “Si permites que lo que está en tu interior se manifieste, eso te salvará. Si no lo haces, te destruirá” (Lucas 9:23-25).

Jonathan me dejó varias sugerencias de autores mexicanos. Algunos clásicos, Cuentos sobrenaturales, de Carlos Fuentes y Una violeta de más, de Francisco Tario; pero también algunos nombres emergentes, como Tristes sombras, de Lola Ancira, y Fantásmica, de Carlos Bustos, con un prólogo del genial Alberto Chimal. Además, obras de escritoras jóvenes como Un pájaro en el ojo, de Xóchitl Olivera Lagunes, ganadora del Premio José Revueltas, y Hemólisis, de Laura E. Cáceres, un texto con mucho trabajo por delante.

También te podría interesar: Pandora o el oficio de las cajas de cartón en Ecatepec

Robots y monstruos en la periferia. Lo que supuestamente no es humano forma géneros sorprendentemente preocupados por impulsar la comprensión del conflicto humano. “Leer ciencia ficción te hace mejor persona”, dijo Elia Barceló en la FIL 2024, refiriéndose a que los conflictos que el género presenta son los ineludibles de la humanidad, y lo mismo podría decirse del terror. Y es este rasgo, y no algo intrínseco o relacionado con su calidad, lo que los coloca en la marginalidad y la sombra, nos explica Ximena (estoy en desacuerdo: la insistencia de estos géneros en aleccionar moralmente suele producir textos formulaicos, lo cual es, en mi opinión, la perdición de novelas como El mundo de Yarek, de la nombrada Elia Barceló).

La librería Peripheria es un milagro de emprendimiento que promueve la creación literaria y su lectura. Además, sublima la sombra y ayuda a su integración, lo cual es saludable para nuestra urbe, pues como escribió Carl Jung: “Todo lo que rechaza el yo, aparece en el mundo como un evento”. De este modo ayuda al proceso de sanación citadina y nacional, lo cual es tan positivo como notar que toda sombra tiene un lado luminoso, pues al esconder ciertas cosas que nos desagradan nos deshacemos también de virtudes. El veneno —recordemos— también es antídoto.

Si en la luz hay confort, en la sombra hay inteligencia y energía, como puede verse en la creatividad de los autores que exhibe Peripheria, reflejo de un municipio que produce cerca del 10% del PIB estatal. Si dejamos de estigmatizarnos los unos a los otros, tal vez logremos darnos cuenta de que somos ciudadanos de un mismo país, que juntos formamos una sola personalidad nacional, y entonces sabremos tratarnos con más compasión.

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