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Mapa de temperatura. Meteored / Theweather.
Hay quienes afirman que el cambio climático ya nos condenó a sufrir este calor año con año. Otros aseguran que así ha sido siempre el clima de mayo y junio. La respuesta correcta es otra: el doctor en ecología Luis Zambrano explica esta ola de calor. Lo más importante, nos conmina, es actuar a nivel a local y global.
Estamos en una ola de calor que abarca todo el país; en realidad, envuelve a todo el planeta. ¿Qué está pasando? Podemos acudir a varias respuestas. La primera: “siempre ha sido así, acuérdense del calor de mayo y junio”; es la respuesta que busca asegurar que “aquí no pasa nada”. También podemos recurrir a la respuesta contraria: “el destino nos alcanzó, no tuvimos que llegar al aumento de 1.5 ºC de temperatura global, el clima ya se está desestabilizando. El calor que sentimos es el que vamos a sufrir de ahora en adelante”; esa es la respuesta que afirma que estamos condenados.
Ambas conducen a la inacción: si todo está bien, ¿para qué hacemos algo?; si ya estamos condenados, ¿para qué hacemos algo?
En realidad, la respuesta correcta no es ni una ni otra. La ola de calor que estamos viviendo es un efecto engarzado entre fenómenos naturales atmosféricos y el cambio climático provocado por el hombre. Se trata de una relación que existe en múltiples escalas espaciales y temporales, por lo tanto, es complicado explicarla. Pero quizá podamos entenderla mirando las olas del mar.
Imaginemos que estamos parados en una playa, con nuestros pies mojándose por las olas que revientan en la arena. No todas las olas son iguales, unas son más fuertes y otras más suaves, hay rachas de olas que amenazan con tumbarnos y luego vuelve la calma y el mar se retrae. En esta analogía, cada ola de mar representa una ola de calor. Al igual que en el mar, después de cada ola de calor intensa regresamos a un estado más tranquilo. Eso es lo que va a pasar.
Ahora incluyamos otro factor: la marea. En marea alta las olas son más intensas y llegan más lejos que las olas de la marea baja. Podemos hacer otra analogía entre la marea y el cambio climático. En marea baja la ola de calor existe pero afecta menos; en marea alta esa ola de calor puede ser mucho más fuerte. Es lo que estamos viendo ahora. Los eventos extremos son más intensos, sin embargo, eso no quiere decir que el próximo año será igual de intenso. Es posible que no sea así, porque aún con marea alta hay rachas de olas pequeñas.
¿Qué ocasionó la ola de calor tan fuerte de este año? Hay varios eventos globales y continentales que están generándola. El primero ya se había predicho: sabíamos que el fenómeno de El Niño iba a ser particularmente intenso en 2023.
El Niño ocurre entre cada dos y siete años, y surge a partir de un cambio en la corriente tropical superficial del océano Pacífico, que va desde Perú hasta Australia. El agua que viaja por arriba tiene que regresar, y lo hace por el suelo marino. Esto ocasiona varios efectos. Por un lado, genera humedad en Australia, pues recibe agua que se ha calentado en su viaje por el Pacífico; por otro lado, el agua pegada al suelo marino que choca con las costas de Perú viene con muchos nutrientes, lo que les permite a las algas crecer y esto ayuda a que se produzca mucho zooplancton, el alimento de los peces —por eso hay mucha pesquería en Perú.
Cuando El Niño invierte este ciclo, la corriente superficial va desde Australia hasta Perú y la subterránea ya no choca en las costas de América, lo que hace que caiga la pesquería en aquel país latinoamericano. El efecto en la pesca se nota claramente en diciembre. De ahí que los pescadores peruanos bautizaran este fenómeno como El Niño, en honor al “niño Jesús”, pues cada siete años deja de haber peces en la época de Navidad.
Además de las consecuencias en la pesca, en Australia hay sequía; en el norte del hemisferio —como en California y en México— hay más calor y sube la probabilidad de que haya huracanes; mientras que en Perú se generan grandes inundaciones. Este fenómeno llega a afectar el Atlántico con una reducción del número de huracanes y con un aumento de la sequía en los países caribeños. En general, El Niño produce un incremento en la temperatura del planeta que termina cuando se retrae, como una racha de olas grandes en la playa.
Otro fenómeno, ligado a El Niño, que está aumentando la temperatura en el norte del continente americano es la falta de tolvaneras en el Sahara. El polvo que se levanta de ese desierto viaja por todo el Atlántico y llega hasta el Amazonas, fertilizándolo. En el camino genera una gran sombrilla sobre el océano, reduciendo los efectos de los rayos solares en el agua y, por lo tanto, manteniendo el Atlántico más frío. Sin esta sombrilla, el mar se calienta, desatando muchos fenómenos continentales, como los incendios en Canadá (que ocasionaron todo el humo en el norte de Estados Unidos) o la ola de calor que estamos sufriendo.
Estas interacciones a nivel océano modifican los patrones en el nivel más local: uno de ellos es la aparición de un sistema anticiclónico que se encuentra sobre todo el país, puede durar semanas y mantiene las temperaturas calientes en la atmósfera.
Así que todo este engranaje —que va desde el cambio climático, el efecto de El Niño, la falta de polvo del Sahara sobre el Atlántico hasta el vórtice en México— es lo que ha provocado que esta ola de calor haya reventado con particular fuerza en la playa sobre la que estamos viendo el mar. De nuevo, como el mar cuando tiene una racha de olas fuertes, esta ola de calor se va a retraer en unas semanas.
Aun cuando mucha gente piensa que ya sobrepasamos los límites y que estas olas de calor nunca antes vistas no tienen vuelta de hoja, en realidad, están dentro de los modelos de los climatólogos antes de llegar a los 1.5 ºC de aumento de temperatura. Si pasamos de esos grados, entonces sí: esos patrones que describí arriba dejarán de ser predecibles y en ese momento estaremos en más problemas.
Tenemos que estar conscientes de que la marea cada día es más alta y tenemos que estar preparados para las olas, que cada vez llegarán más lejos. Lo más importante es esto: sabemos que estamos a tiempo para evitar que aumente más la marea; es algo que tomará varios años, pero necesitamos comenzar a actuar ahora.
¿Qué podemos hacer para reducir los efectos de las olas de calor? Podemos trabajar a nivel local y global. Los árboles y los cuerpos de agua ayudan a amortiguar estas olas de calor: son como un dique natural en el lugar donde revientan las olas. Cuando los destruimos, estamos haciéndonos más vulnerables a las olas, que tendrán más efecto. Repensar las ciudades para hacer cambios drásticos en los próximos años —como restaurar zonas verdes y cuerpos de agua— es primordial para contener estos embates, causados por una marea cada día más alta. Esto es lo que podemos hacer mientras intentamos —esperemos lograrlo— que vaya bajando la marea del cambio climático.
Hay quienes afirman que el cambio climático ya nos condenó a sufrir este calor año con año. Otros aseguran que así ha sido siempre el clima de mayo y junio. La respuesta correcta es otra: el doctor en ecología Luis Zambrano explica esta ola de calor. Lo más importante, nos conmina, es actuar a nivel a local y global.
Estamos en una ola de calor que abarca todo el país; en realidad, envuelve a todo el planeta. ¿Qué está pasando? Podemos acudir a varias respuestas. La primera: “siempre ha sido así, acuérdense del calor de mayo y junio”; es la respuesta que busca asegurar que “aquí no pasa nada”. También podemos recurrir a la respuesta contraria: “el destino nos alcanzó, no tuvimos que llegar al aumento de 1.5 ºC de temperatura global, el clima ya se está desestabilizando. El calor que sentimos es el que vamos a sufrir de ahora en adelante”; esa es la respuesta que afirma que estamos condenados.
Ambas conducen a la inacción: si todo está bien, ¿para qué hacemos algo?; si ya estamos condenados, ¿para qué hacemos algo?
En realidad, la respuesta correcta no es ni una ni otra. La ola de calor que estamos viviendo es un efecto engarzado entre fenómenos naturales atmosféricos y el cambio climático provocado por el hombre. Se trata de una relación que existe en múltiples escalas espaciales y temporales, por lo tanto, es complicado explicarla. Pero quizá podamos entenderla mirando las olas del mar.
Imaginemos que estamos parados en una playa, con nuestros pies mojándose por las olas que revientan en la arena. No todas las olas son iguales, unas son más fuertes y otras más suaves, hay rachas de olas que amenazan con tumbarnos y luego vuelve la calma y el mar se retrae. En esta analogía, cada ola de mar representa una ola de calor. Al igual que en el mar, después de cada ola de calor intensa regresamos a un estado más tranquilo. Eso es lo que va a pasar.
Ahora incluyamos otro factor: la marea. En marea alta las olas son más intensas y llegan más lejos que las olas de la marea baja. Podemos hacer otra analogía entre la marea y el cambio climático. En marea baja la ola de calor existe pero afecta menos; en marea alta esa ola de calor puede ser mucho más fuerte. Es lo que estamos viendo ahora. Los eventos extremos son más intensos, sin embargo, eso no quiere decir que el próximo año será igual de intenso. Es posible que no sea así, porque aún con marea alta hay rachas de olas pequeñas.
¿Qué ocasionó la ola de calor tan fuerte de este año? Hay varios eventos globales y continentales que están generándola. El primero ya se había predicho: sabíamos que el fenómeno de El Niño iba a ser particularmente intenso en 2023.
El Niño ocurre entre cada dos y siete años, y surge a partir de un cambio en la corriente tropical superficial del océano Pacífico, que va desde Perú hasta Australia. El agua que viaja por arriba tiene que regresar, y lo hace por el suelo marino. Esto ocasiona varios efectos. Por un lado, genera humedad en Australia, pues recibe agua que se ha calentado en su viaje por el Pacífico; por otro lado, el agua pegada al suelo marino que choca con las costas de Perú viene con muchos nutrientes, lo que les permite a las algas crecer y esto ayuda a que se produzca mucho zooplancton, el alimento de los peces —por eso hay mucha pesquería en Perú.
Cuando El Niño invierte este ciclo, la corriente superficial va desde Australia hasta Perú y la subterránea ya no choca en las costas de América, lo que hace que caiga la pesquería en aquel país latinoamericano. El efecto en la pesca se nota claramente en diciembre. De ahí que los pescadores peruanos bautizaran este fenómeno como El Niño, en honor al “niño Jesús”, pues cada siete años deja de haber peces en la época de Navidad.
Además de las consecuencias en la pesca, en Australia hay sequía; en el norte del hemisferio —como en California y en México— hay más calor y sube la probabilidad de que haya huracanes; mientras que en Perú se generan grandes inundaciones. Este fenómeno llega a afectar el Atlántico con una reducción del número de huracanes y con un aumento de la sequía en los países caribeños. En general, El Niño produce un incremento en la temperatura del planeta que termina cuando se retrae, como una racha de olas grandes en la playa.
Otro fenómeno, ligado a El Niño, que está aumentando la temperatura en el norte del continente americano es la falta de tolvaneras en el Sahara. El polvo que se levanta de ese desierto viaja por todo el Atlántico y llega hasta el Amazonas, fertilizándolo. En el camino genera una gran sombrilla sobre el océano, reduciendo los efectos de los rayos solares en el agua y, por lo tanto, manteniendo el Atlántico más frío. Sin esta sombrilla, el mar se calienta, desatando muchos fenómenos continentales, como los incendios en Canadá (que ocasionaron todo el humo en el norte de Estados Unidos) o la ola de calor que estamos sufriendo.
Estas interacciones a nivel océano modifican los patrones en el nivel más local: uno de ellos es la aparición de un sistema anticiclónico que se encuentra sobre todo el país, puede durar semanas y mantiene las temperaturas calientes en la atmósfera.
Así que todo este engranaje —que va desde el cambio climático, el efecto de El Niño, la falta de polvo del Sahara sobre el Atlántico hasta el vórtice en México— es lo que ha provocado que esta ola de calor haya reventado con particular fuerza en la playa sobre la que estamos viendo el mar. De nuevo, como el mar cuando tiene una racha de olas fuertes, esta ola de calor se va a retraer en unas semanas.
Aun cuando mucha gente piensa que ya sobrepasamos los límites y que estas olas de calor nunca antes vistas no tienen vuelta de hoja, en realidad, están dentro de los modelos de los climatólogos antes de llegar a los 1.5 ºC de aumento de temperatura. Si pasamos de esos grados, entonces sí: esos patrones que describí arriba dejarán de ser predecibles y en ese momento estaremos en más problemas.
Tenemos que estar conscientes de que la marea cada día es más alta y tenemos que estar preparados para las olas, que cada vez llegarán más lejos. Lo más importante es esto: sabemos que estamos a tiempo para evitar que aumente más la marea; es algo que tomará varios años, pero necesitamos comenzar a actuar ahora.
¿Qué podemos hacer para reducir los efectos de las olas de calor? Podemos trabajar a nivel local y global. Los árboles y los cuerpos de agua ayudan a amortiguar estas olas de calor: son como un dique natural en el lugar donde revientan las olas. Cuando los destruimos, estamos haciéndonos más vulnerables a las olas, que tendrán más efecto. Repensar las ciudades para hacer cambios drásticos en los próximos años —como restaurar zonas verdes y cuerpos de agua— es primordial para contener estos embates, causados por una marea cada día más alta. Esto es lo que podemos hacer mientras intentamos —esperemos lograrlo— que vaya bajando la marea del cambio climático.
Mapa de temperatura. Meteored / Theweather.
Hay quienes afirman que el cambio climático ya nos condenó a sufrir este calor año con año. Otros aseguran que así ha sido siempre el clima de mayo y junio. La respuesta correcta es otra: el doctor en ecología Luis Zambrano explica esta ola de calor. Lo más importante, nos conmina, es actuar a nivel a local y global.
Estamos en una ola de calor que abarca todo el país; en realidad, envuelve a todo el planeta. ¿Qué está pasando? Podemos acudir a varias respuestas. La primera: “siempre ha sido así, acuérdense del calor de mayo y junio”; es la respuesta que busca asegurar que “aquí no pasa nada”. También podemos recurrir a la respuesta contraria: “el destino nos alcanzó, no tuvimos que llegar al aumento de 1.5 ºC de temperatura global, el clima ya se está desestabilizando. El calor que sentimos es el que vamos a sufrir de ahora en adelante”; esa es la respuesta que afirma que estamos condenados.
Ambas conducen a la inacción: si todo está bien, ¿para qué hacemos algo?; si ya estamos condenados, ¿para qué hacemos algo?
En realidad, la respuesta correcta no es ni una ni otra. La ola de calor que estamos viviendo es un efecto engarzado entre fenómenos naturales atmosféricos y el cambio climático provocado por el hombre. Se trata de una relación que existe en múltiples escalas espaciales y temporales, por lo tanto, es complicado explicarla. Pero quizá podamos entenderla mirando las olas del mar.
Imaginemos que estamos parados en una playa, con nuestros pies mojándose por las olas que revientan en la arena. No todas las olas son iguales, unas son más fuertes y otras más suaves, hay rachas de olas que amenazan con tumbarnos y luego vuelve la calma y el mar se retrae. En esta analogía, cada ola de mar representa una ola de calor. Al igual que en el mar, después de cada ola de calor intensa regresamos a un estado más tranquilo. Eso es lo que va a pasar.
Ahora incluyamos otro factor: la marea. En marea alta las olas son más intensas y llegan más lejos que las olas de la marea baja. Podemos hacer otra analogía entre la marea y el cambio climático. En marea baja la ola de calor existe pero afecta menos; en marea alta esa ola de calor puede ser mucho más fuerte. Es lo que estamos viendo ahora. Los eventos extremos son más intensos, sin embargo, eso no quiere decir que el próximo año será igual de intenso. Es posible que no sea así, porque aún con marea alta hay rachas de olas pequeñas.
¿Qué ocasionó la ola de calor tan fuerte de este año? Hay varios eventos globales y continentales que están generándola. El primero ya se había predicho: sabíamos que el fenómeno de El Niño iba a ser particularmente intenso en 2023.
El Niño ocurre entre cada dos y siete años, y surge a partir de un cambio en la corriente tropical superficial del océano Pacífico, que va desde Perú hasta Australia. El agua que viaja por arriba tiene que regresar, y lo hace por el suelo marino. Esto ocasiona varios efectos. Por un lado, genera humedad en Australia, pues recibe agua que se ha calentado en su viaje por el Pacífico; por otro lado, el agua pegada al suelo marino que choca con las costas de Perú viene con muchos nutrientes, lo que les permite a las algas crecer y esto ayuda a que se produzca mucho zooplancton, el alimento de los peces —por eso hay mucha pesquería en Perú.
Cuando El Niño invierte este ciclo, la corriente superficial va desde Australia hasta Perú y la subterránea ya no choca en las costas de América, lo que hace que caiga la pesquería en aquel país latinoamericano. El efecto en la pesca se nota claramente en diciembre. De ahí que los pescadores peruanos bautizaran este fenómeno como El Niño, en honor al “niño Jesús”, pues cada siete años deja de haber peces en la época de Navidad.
Además de las consecuencias en la pesca, en Australia hay sequía; en el norte del hemisferio —como en California y en México— hay más calor y sube la probabilidad de que haya huracanes; mientras que en Perú se generan grandes inundaciones. Este fenómeno llega a afectar el Atlántico con una reducción del número de huracanes y con un aumento de la sequía en los países caribeños. En general, El Niño produce un incremento en la temperatura del planeta que termina cuando se retrae, como una racha de olas grandes en la playa.
Otro fenómeno, ligado a El Niño, que está aumentando la temperatura en el norte del continente americano es la falta de tolvaneras en el Sahara. El polvo que se levanta de ese desierto viaja por todo el Atlántico y llega hasta el Amazonas, fertilizándolo. En el camino genera una gran sombrilla sobre el océano, reduciendo los efectos de los rayos solares en el agua y, por lo tanto, manteniendo el Atlántico más frío. Sin esta sombrilla, el mar se calienta, desatando muchos fenómenos continentales, como los incendios en Canadá (que ocasionaron todo el humo en el norte de Estados Unidos) o la ola de calor que estamos sufriendo.
Estas interacciones a nivel océano modifican los patrones en el nivel más local: uno de ellos es la aparición de un sistema anticiclónico que se encuentra sobre todo el país, puede durar semanas y mantiene las temperaturas calientes en la atmósfera.
Así que todo este engranaje —que va desde el cambio climático, el efecto de El Niño, la falta de polvo del Sahara sobre el Atlántico hasta el vórtice en México— es lo que ha provocado que esta ola de calor haya reventado con particular fuerza en la playa sobre la que estamos viendo el mar. De nuevo, como el mar cuando tiene una racha de olas fuertes, esta ola de calor se va a retraer en unas semanas.
Aun cuando mucha gente piensa que ya sobrepasamos los límites y que estas olas de calor nunca antes vistas no tienen vuelta de hoja, en realidad, están dentro de los modelos de los climatólogos antes de llegar a los 1.5 ºC de aumento de temperatura. Si pasamos de esos grados, entonces sí: esos patrones que describí arriba dejarán de ser predecibles y en ese momento estaremos en más problemas.
Tenemos que estar conscientes de que la marea cada día es más alta y tenemos que estar preparados para las olas, que cada vez llegarán más lejos. Lo más importante es esto: sabemos que estamos a tiempo para evitar que aumente más la marea; es algo que tomará varios años, pero necesitamos comenzar a actuar ahora.
¿Qué podemos hacer para reducir los efectos de las olas de calor? Podemos trabajar a nivel local y global. Los árboles y los cuerpos de agua ayudan a amortiguar estas olas de calor: son como un dique natural en el lugar donde revientan las olas. Cuando los destruimos, estamos haciéndonos más vulnerables a las olas, que tendrán más efecto. Repensar las ciudades para hacer cambios drásticos en los próximos años —como restaurar zonas verdes y cuerpos de agua— es primordial para contener estos embates, causados por una marea cada día más alta. Esto es lo que podemos hacer mientras intentamos —esperemos lograrlo— que vaya bajando la marea del cambio climático.
Hay quienes afirman que el cambio climático ya nos condenó a sufrir este calor año con año. Otros aseguran que así ha sido siempre el clima de mayo y junio. La respuesta correcta es otra: el doctor en ecología Luis Zambrano explica esta ola de calor. Lo más importante, nos conmina, es actuar a nivel a local y global.
Estamos en una ola de calor que abarca todo el país; en realidad, envuelve a todo el planeta. ¿Qué está pasando? Podemos acudir a varias respuestas. La primera: “siempre ha sido así, acuérdense del calor de mayo y junio”; es la respuesta que busca asegurar que “aquí no pasa nada”. También podemos recurrir a la respuesta contraria: “el destino nos alcanzó, no tuvimos que llegar al aumento de 1.5 ºC de temperatura global, el clima ya se está desestabilizando. El calor que sentimos es el que vamos a sufrir de ahora en adelante”; esa es la respuesta que afirma que estamos condenados.
Ambas conducen a la inacción: si todo está bien, ¿para qué hacemos algo?; si ya estamos condenados, ¿para qué hacemos algo?
En realidad, la respuesta correcta no es ni una ni otra. La ola de calor que estamos viviendo es un efecto engarzado entre fenómenos naturales atmosféricos y el cambio climático provocado por el hombre. Se trata de una relación que existe en múltiples escalas espaciales y temporales, por lo tanto, es complicado explicarla. Pero quizá podamos entenderla mirando las olas del mar.
Imaginemos que estamos parados en una playa, con nuestros pies mojándose por las olas que revientan en la arena. No todas las olas son iguales, unas son más fuertes y otras más suaves, hay rachas de olas que amenazan con tumbarnos y luego vuelve la calma y el mar se retrae. En esta analogía, cada ola de mar representa una ola de calor. Al igual que en el mar, después de cada ola de calor intensa regresamos a un estado más tranquilo. Eso es lo que va a pasar.
Ahora incluyamos otro factor: la marea. En marea alta las olas son más intensas y llegan más lejos que las olas de la marea baja. Podemos hacer otra analogía entre la marea y el cambio climático. En marea baja la ola de calor existe pero afecta menos; en marea alta esa ola de calor puede ser mucho más fuerte. Es lo que estamos viendo ahora. Los eventos extremos son más intensos, sin embargo, eso no quiere decir que el próximo año será igual de intenso. Es posible que no sea así, porque aún con marea alta hay rachas de olas pequeñas.
¿Qué ocasionó la ola de calor tan fuerte de este año? Hay varios eventos globales y continentales que están generándola. El primero ya se había predicho: sabíamos que el fenómeno de El Niño iba a ser particularmente intenso en 2023.
El Niño ocurre entre cada dos y siete años, y surge a partir de un cambio en la corriente tropical superficial del océano Pacífico, que va desde Perú hasta Australia. El agua que viaja por arriba tiene que regresar, y lo hace por el suelo marino. Esto ocasiona varios efectos. Por un lado, genera humedad en Australia, pues recibe agua que se ha calentado en su viaje por el Pacífico; por otro lado, el agua pegada al suelo marino que choca con las costas de Perú viene con muchos nutrientes, lo que les permite a las algas crecer y esto ayuda a que se produzca mucho zooplancton, el alimento de los peces —por eso hay mucha pesquería en Perú.
Cuando El Niño invierte este ciclo, la corriente superficial va desde Australia hasta Perú y la subterránea ya no choca en las costas de América, lo que hace que caiga la pesquería en aquel país latinoamericano. El efecto en la pesca se nota claramente en diciembre. De ahí que los pescadores peruanos bautizaran este fenómeno como El Niño, en honor al “niño Jesús”, pues cada siete años deja de haber peces en la época de Navidad.
Además de las consecuencias en la pesca, en Australia hay sequía; en el norte del hemisferio —como en California y en México— hay más calor y sube la probabilidad de que haya huracanes; mientras que en Perú se generan grandes inundaciones. Este fenómeno llega a afectar el Atlántico con una reducción del número de huracanes y con un aumento de la sequía en los países caribeños. En general, El Niño produce un incremento en la temperatura del planeta que termina cuando se retrae, como una racha de olas grandes en la playa.
Otro fenómeno, ligado a El Niño, que está aumentando la temperatura en el norte del continente americano es la falta de tolvaneras en el Sahara. El polvo que se levanta de ese desierto viaja por todo el Atlántico y llega hasta el Amazonas, fertilizándolo. En el camino genera una gran sombrilla sobre el océano, reduciendo los efectos de los rayos solares en el agua y, por lo tanto, manteniendo el Atlántico más frío. Sin esta sombrilla, el mar se calienta, desatando muchos fenómenos continentales, como los incendios en Canadá (que ocasionaron todo el humo en el norte de Estados Unidos) o la ola de calor que estamos sufriendo.
Estas interacciones a nivel océano modifican los patrones en el nivel más local: uno de ellos es la aparición de un sistema anticiclónico que se encuentra sobre todo el país, puede durar semanas y mantiene las temperaturas calientes en la atmósfera.
Así que todo este engranaje —que va desde el cambio climático, el efecto de El Niño, la falta de polvo del Sahara sobre el Atlántico hasta el vórtice en México— es lo que ha provocado que esta ola de calor haya reventado con particular fuerza en la playa sobre la que estamos viendo el mar. De nuevo, como el mar cuando tiene una racha de olas fuertes, esta ola de calor se va a retraer en unas semanas.
Aun cuando mucha gente piensa que ya sobrepasamos los límites y que estas olas de calor nunca antes vistas no tienen vuelta de hoja, en realidad, están dentro de los modelos de los climatólogos antes de llegar a los 1.5 ºC de aumento de temperatura. Si pasamos de esos grados, entonces sí: esos patrones que describí arriba dejarán de ser predecibles y en ese momento estaremos en más problemas.
Tenemos que estar conscientes de que la marea cada día es más alta y tenemos que estar preparados para las olas, que cada vez llegarán más lejos. Lo más importante es esto: sabemos que estamos a tiempo para evitar que aumente más la marea; es algo que tomará varios años, pero necesitamos comenzar a actuar ahora.
¿Qué podemos hacer para reducir los efectos de las olas de calor? Podemos trabajar a nivel local y global. Los árboles y los cuerpos de agua ayudan a amortiguar estas olas de calor: son como un dique natural en el lugar donde revientan las olas. Cuando los destruimos, estamos haciéndonos más vulnerables a las olas, que tendrán más efecto. Repensar las ciudades para hacer cambios drásticos en los próximos años —como restaurar zonas verdes y cuerpos de agua— es primordial para contener estos embates, causados por una marea cada día más alta. Esto es lo que podemos hacer mientras intentamos —esperemos lograrlo— que vaya bajando la marea del cambio climático.
Mapa de temperatura. Meteored / Theweather.
Hay quienes afirman que el cambio climático ya nos condenó a sufrir este calor año con año. Otros aseguran que así ha sido siempre el clima de mayo y junio. La respuesta correcta es otra: el doctor en ecología Luis Zambrano explica esta ola de calor. Lo más importante, nos conmina, es actuar a nivel a local y global.
Estamos en una ola de calor que abarca todo el país; en realidad, envuelve a todo el planeta. ¿Qué está pasando? Podemos acudir a varias respuestas. La primera: “siempre ha sido así, acuérdense del calor de mayo y junio”; es la respuesta que busca asegurar que “aquí no pasa nada”. También podemos recurrir a la respuesta contraria: “el destino nos alcanzó, no tuvimos que llegar al aumento de 1.5 ºC de temperatura global, el clima ya se está desestabilizando. El calor que sentimos es el que vamos a sufrir de ahora en adelante”; esa es la respuesta que afirma que estamos condenados.
Ambas conducen a la inacción: si todo está bien, ¿para qué hacemos algo?; si ya estamos condenados, ¿para qué hacemos algo?
En realidad, la respuesta correcta no es ni una ni otra. La ola de calor que estamos viviendo es un efecto engarzado entre fenómenos naturales atmosféricos y el cambio climático provocado por el hombre. Se trata de una relación que existe en múltiples escalas espaciales y temporales, por lo tanto, es complicado explicarla. Pero quizá podamos entenderla mirando las olas del mar.
Imaginemos que estamos parados en una playa, con nuestros pies mojándose por las olas que revientan en la arena. No todas las olas son iguales, unas son más fuertes y otras más suaves, hay rachas de olas que amenazan con tumbarnos y luego vuelve la calma y el mar se retrae. En esta analogía, cada ola de mar representa una ola de calor. Al igual que en el mar, después de cada ola de calor intensa regresamos a un estado más tranquilo. Eso es lo que va a pasar.
Ahora incluyamos otro factor: la marea. En marea alta las olas son más intensas y llegan más lejos que las olas de la marea baja. Podemos hacer otra analogía entre la marea y el cambio climático. En marea baja la ola de calor existe pero afecta menos; en marea alta esa ola de calor puede ser mucho más fuerte. Es lo que estamos viendo ahora. Los eventos extremos son más intensos, sin embargo, eso no quiere decir que el próximo año será igual de intenso. Es posible que no sea así, porque aún con marea alta hay rachas de olas pequeñas.
¿Qué ocasionó la ola de calor tan fuerte de este año? Hay varios eventos globales y continentales que están generándola. El primero ya se había predicho: sabíamos que el fenómeno de El Niño iba a ser particularmente intenso en 2023.
El Niño ocurre entre cada dos y siete años, y surge a partir de un cambio en la corriente tropical superficial del océano Pacífico, que va desde Perú hasta Australia. El agua que viaja por arriba tiene que regresar, y lo hace por el suelo marino. Esto ocasiona varios efectos. Por un lado, genera humedad en Australia, pues recibe agua que se ha calentado en su viaje por el Pacífico; por otro lado, el agua pegada al suelo marino que choca con las costas de Perú viene con muchos nutrientes, lo que les permite a las algas crecer y esto ayuda a que se produzca mucho zooplancton, el alimento de los peces —por eso hay mucha pesquería en Perú.
Cuando El Niño invierte este ciclo, la corriente superficial va desde Australia hasta Perú y la subterránea ya no choca en las costas de América, lo que hace que caiga la pesquería en aquel país latinoamericano. El efecto en la pesca se nota claramente en diciembre. De ahí que los pescadores peruanos bautizaran este fenómeno como El Niño, en honor al “niño Jesús”, pues cada siete años deja de haber peces en la época de Navidad.
Además de las consecuencias en la pesca, en Australia hay sequía; en el norte del hemisferio —como en California y en México— hay más calor y sube la probabilidad de que haya huracanes; mientras que en Perú se generan grandes inundaciones. Este fenómeno llega a afectar el Atlántico con una reducción del número de huracanes y con un aumento de la sequía en los países caribeños. En general, El Niño produce un incremento en la temperatura del planeta que termina cuando se retrae, como una racha de olas grandes en la playa.
Otro fenómeno, ligado a El Niño, que está aumentando la temperatura en el norte del continente americano es la falta de tolvaneras en el Sahara. El polvo que se levanta de ese desierto viaja por todo el Atlántico y llega hasta el Amazonas, fertilizándolo. En el camino genera una gran sombrilla sobre el océano, reduciendo los efectos de los rayos solares en el agua y, por lo tanto, manteniendo el Atlántico más frío. Sin esta sombrilla, el mar se calienta, desatando muchos fenómenos continentales, como los incendios en Canadá (que ocasionaron todo el humo en el norte de Estados Unidos) o la ola de calor que estamos sufriendo.
Estas interacciones a nivel océano modifican los patrones en el nivel más local: uno de ellos es la aparición de un sistema anticiclónico que se encuentra sobre todo el país, puede durar semanas y mantiene las temperaturas calientes en la atmósfera.
Así que todo este engranaje —que va desde el cambio climático, el efecto de El Niño, la falta de polvo del Sahara sobre el Atlántico hasta el vórtice en México— es lo que ha provocado que esta ola de calor haya reventado con particular fuerza en la playa sobre la que estamos viendo el mar. De nuevo, como el mar cuando tiene una racha de olas fuertes, esta ola de calor se va a retraer en unas semanas.
Aun cuando mucha gente piensa que ya sobrepasamos los límites y que estas olas de calor nunca antes vistas no tienen vuelta de hoja, en realidad, están dentro de los modelos de los climatólogos antes de llegar a los 1.5 ºC de aumento de temperatura. Si pasamos de esos grados, entonces sí: esos patrones que describí arriba dejarán de ser predecibles y en ese momento estaremos en más problemas.
Tenemos que estar conscientes de que la marea cada día es más alta y tenemos que estar preparados para las olas, que cada vez llegarán más lejos. Lo más importante es esto: sabemos que estamos a tiempo para evitar que aumente más la marea; es algo que tomará varios años, pero necesitamos comenzar a actuar ahora.
¿Qué podemos hacer para reducir los efectos de las olas de calor? Podemos trabajar a nivel local y global. Los árboles y los cuerpos de agua ayudan a amortiguar estas olas de calor: son como un dique natural en el lugar donde revientan las olas. Cuando los destruimos, estamos haciéndonos más vulnerables a las olas, que tendrán más efecto. Repensar las ciudades para hacer cambios drásticos en los próximos años —como restaurar zonas verdes y cuerpos de agua— es primordial para contener estos embates, causados por una marea cada día más alta. Esto es lo que podemos hacer mientras intentamos —esperemos lograrlo— que vaya bajando la marea del cambio climático.
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