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Aunque Gabriel Delgado usa la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarse para lograr un buen detalle, defiende un hiperrealismo propio.
Uno de los mayores representantes de la nueva escuela cubana de paisaje hiperrealista pronto explayará su mirada en México.
Un perro lo sigue por su nueva casa mexicana. Es en realidad una perra y está enamorada de su novia cubana. Unos cuartos encima de una gran casa en Las Lomas, Ciudad de México, es ahora su hogar. Mira destacadamente ese estado imaginario que es Miami, pero algo dice que está cómodo en este país.
Para Gabriel Delgado (La Habana, 1985) la palabra paisaje tiene un sentido hondo y se asume como creador de una escuela en torno a él. “Es un paisaje contemporáneo. Aunque mantengamos lo clásico y tratemos de hacer siempre cosas hiperrealistas, iguales a la de los grandes maestros, te das cuenta de que hay un grupo de artistas que va por la misma gama, el mismo estilo”, dice con su cuerpo atlético, que lo entrena en salidas en bicicleta, haciendo paracaídas, buceando… Tiene unos ojos dulcísimos que muestran un alto grado de esperanza. Hace poco tiempo que llegó de La Víbora, el barrio habanero en el que nació y aquí el futuro es una fruta madura, lista para ser devorada.
Cuando habla de maestros se refiere a Tomás Sánchez, el pintor más famoso de la Cuba actual, que vive en Costa Rica y que tiene una manera de entender al paisaje mediada por la meditación, producto de la lucha por poner esta capacidad de ver lo que nos rodea como una criatura que expresa la salvación del planeta.
El maestro más directo de Delgado es también su tío Ernesto Estévez, con el que montó un pequeño taller en Calle Obispo, Habana Vieja, que se llamaba Galería 360. Mucha gente que llegaba a él comentaba: ustedes hacen un paisaje que no vemos en otros lugares.
¿Cómo dirías que es ese paisaje? ¿Es un paisaje dinámico? ¿Es un paisaje más volcado a la fotografía? ¿Cómo lo evaluarías tú? El destino de las personas que crecieron en la Calle Obispo —un sitio pintoresco, apto para turistas, para tomar un café y comprar minirregalos en las tiendas— es haber sido fotógrafos antes que pintores. “Tratábamos de hacer un hiperrealismo muy fotográfico en un tiempo”, se excusa con picardía Gabriel.
Te recomendamos leer Eduardo Sarabia: las cajas de pizza como artefacto social de Mónica Maristain.

“Ahora llegué a México portando otro estilo. Creo unos paisajes que narren una historia, aunque uso la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarme para lograr un buen detalle, un hiperrealismo propio”, asegura.
¿Destaca el pasaje actual más la naturaleza que el artificio? ¿Mirar el paisaje nos reconcilia con la idea de un mundo mejor, en salvación? ¿El paisaje es un objeto estético? ¿El paisaje tiene mayor o menor valor que otro objeto pintado? ¿Qué hay en los paisajes pintados por la gente de Calle Obispo distinto a lo que se ve en general?
“Primero que todo es la laboriosidad de los cuadros. Cuba nos permitía a veces un tiempo más largo de demorarnos, a veces usábamos hasta cuatro meses en una obra. Por eso nuestra pincelada es como de fotografía. Nuestros cuadros llevan un trabajo meticuloso que nunca termina. Pienso que nunca terminé alguna obra; bueno, ya, tengo que terminarla porque llevo cuatro meses y lo hago, pero el hiperrealismo es un estilo que nunca te deja satisfecho, siempre estás buscando algo más”, describe Gabriel Delgado.

Del triatlón a los lienzos
Gabriel Delgado, antes de ser este pintor por el que Cuba babea, era deportista. Su escuela de deporte quedaba cerca de la mítica Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en la piscina, dibujantes y atletas se sentaban en el borde para “inspirarse”. El ambiente era muy bonito, había árboles, vegetaciones salvajes… había alguien que agarraba el lápiz y decía, como decía Quino en su niñez: “Las cosas que salen de este lápiz…”.
—Oye, ¿por qué tú no dejas el deporte? —le decían a Gabriel los deportistas.
“Practicaba natación, triatlón. Ahí estuve en el equipo nacional de Cuba hasta que un día enfermé. Me senté a dibujar, tenía 18 años y bueno, nunca más pude parar”, expresa.
Gabriel de pequeño era hiperquinético, nunca estaba tranquilo y por eso pinta paisajes.
“Cuando iba al campo, a casa de mi familia, me sentaba debajo de una mata y me quedaba dormido. Todo me cambiaba y por eso la primera vez que empecé a dibujar, hice un campo; disfruto mucho de la naturaleza, me siento como que el regalo de Dios presente en el mundo es esto que nos rodea”, dice.

La concepción del pintor se asentó en la zona geográfica de Viñales. Había tomado fotografías de ese lugar fantástico. La ciudad y el Valle de Viñales fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 1999, por su paisaje kárstico —sistemas de rocas solubles y agua— y su agricultura tradicional. “De pronto pasó una tormenta y arrasó con ese lugar y yo tenía imágenes que había tomado precisamente semanas antes de algunos ríos y lugares espectaculares. Me senté en un óleo, así de atrevido y empecé a crear un paisaje. Fue algo muy emocionante y no pude parar hasta el sol de hoy”, recuerda nostálgico.
Las obras de Tomás Sánchez y de su tío Ernesto lo inspiraron, aunque ahora cree tener un estilo único. “Todos tenemos esa ambición de crear algo, marcarlo en el mundo y yo siempre tuve esa necesidad de decir algo a través de la pintura, del dibujo”, afirma.
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“En mis cuadros a veces pinto figuras humanas y trato siempre de multiplicar el tamaño de la naturaleza, porque para mí es tan impetuosa, tan fuerte, tan importante, que trato de que la gente entienda que hay que cuidarla, que es parte de nosotros, de nuestro existir. Sin ella no podríamos estar en este mundo; tenemos que convivir y respetarla. Cada vez hay más cambios climáticos, los basureros, los mares llenos de residuo, los ríos, la contaminación, en el medio trato de sacar un poco la belleza y crear alguna conciencia en el ser humano”, argumenta.
Gabriel Delgado crea diálogos entre la naturaleza y un personaje de sus cuadros, a manera de obra de teatro ecológica. Tendrá una exposición en octubre, en México. Sin tanto paisaje, habrá una escultura y varias obras que tendrán conversaciones ambientales para difundir estos temas. Habrá cascadas gigantes, donde el pintor predicará sobre la sequía, ese mal contemporáneo. Lo espera la Picci Fine Arts, la galería de más de 60 años de Poncho Aguilar.

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Uno de los mayores representantes de la nueva escuela cubana de paisaje hiperrealista pronto explayará su mirada en México.
Un perro lo sigue por su nueva casa mexicana. Es en realidad una perra y está enamorada de su novia cubana. Unos cuartos encima de una gran casa en Las Lomas, Ciudad de México, es ahora su hogar. Mira destacadamente ese estado imaginario que es Miami, pero algo dice que está cómodo en este país.
Para Gabriel Delgado (La Habana, 1985) la palabra paisaje tiene un sentido hondo y se asume como creador de una escuela en torno a él. “Es un paisaje contemporáneo. Aunque mantengamos lo clásico y tratemos de hacer siempre cosas hiperrealistas, iguales a la de los grandes maestros, te das cuenta de que hay un grupo de artistas que va por la misma gama, el mismo estilo”, dice con su cuerpo atlético, que lo entrena en salidas en bicicleta, haciendo paracaídas, buceando… Tiene unos ojos dulcísimos que muestran un alto grado de esperanza. Hace poco tiempo que llegó de La Víbora, el barrio habanero en el que nació y aquí el futuro es una fruta madura, lista para ser devorada.
Cuando habla de maestros se refiere a Tomás Sánchez, el pintor más famoso de la Cuba actual, que vive en Costa Rica y que tiene una manera de entender al paisaje mediada por la meditación, producto de la lucha por poner esta capacidad de ver lo que nos rodea como una criatura que expresa la salvación del planeta.
El maestro más directo de Delgado es también su tío Ernesto Estévez, con el que montó un pequeño taller en Calle Obispo, Habana Vieja, que se llamaba Galería 360. Mucha gente que llegaba a él comentaba: ustedes hacen un paisaje que no vemos en otros lugares.
¿Cómo dirías que es ese paisaje? ¿Es un paisaje dinámico? ¿Es un paisaje más volcado a la fotografía? ¿Cómo lo evaluarías tú? El destino de las personas que crecieron en la Calle Obispo —un sitio pintoresco, apto para turistas, para tomar un café y comprar minirregalos en las tiendas— es haber sido fotógrafos antes que pintores. “Tratábamos de hacer un hiperrealismo muy fotográfico en un tiempo”, se excusa con picardía Gabriel.
Te recomendamos leer Eduardo Sarabia: las cajas de pizza como artefacto social de Mónica Maristain.

“Ahora llegué a México portando otro estilo. Creo unos paisajes que narren una historia, aunque uso la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarme para lograr un buen detalle, un hiperrealismo propio”, asegura.
¿Destaca el pasaje actual más la naturaleza que el artificio? ¿Mirar el paisaje nos reconcilia con la idea de un mundo mejor, en salvación? ¿El paisaje es un objeto estético? ¿El paisaje tiene mayor o menor valor que otro objeto pintado? ¿Qué hay en los paisajes pintados por la gente de Calle Obispo distinto a lo que se ve en general?
“Primero que todo es la laboriosidad de los cuadros. Cuba nos permitía a veces un tiempo más largo de demorarnos, a veces usábamos hasta cuatro meses en una obra. Por eso nuestra pincelada es como de fotografía. Nuestros cuadros llevan un trabajo meticuloso que nunca termina. Pienso que nunca terminé alguna obra; bueno, ya, tengo que terminarla porque llevo cuatro meses y lo hago, pero el hiperrealismo es un estilo que nunca te deja satisfecho, siempre estás buscando algo más”, describe Gabriel Delgado.

Del triatlón a los lienzos
Gabriel Delgado, antes de ser este pintor por el que Cuba babea, era deportista. Su escuela de deporte quedaba cerca de la mítica Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en la piscina, dibujantes y atletas se sentaban en el borde para “inspirarse”. El ambiente era muy bonito, había árboles, vegetaciones salvajes… había alguien que agarraba el lápiz y decía, como decía Quino en su niñez: “Las cosas que salen de este lápiz…”.
—Oye, ¿por qué tú no dejas el deporte? —le decían a Gabriel los deportistas.
“Practicaba natación, triatlón. Ahí estuve en el equipo nacional de Cuba hasta que un día enfermé. Me senté a dibujar, tenía 18 años y bueno, nunca más pude parar”, expresa.
Gabriel de pequeño era hiperquinético, nunca estaba tranquilo y por eso pinta paisajes.
“Cuando iba al campo, a casa de mi familia, me sentaba debajo de una mata y me quedaba dormido. Todo me cambiaba y por eso la primera vez que empecé a dibujar, hice un campo; disfruto mucho de la naturaleza, me siento como que el regalo de Dios presente en el mundo es esto que nos rodea”, dice.

La concepción del pintor se asentó en la zona geográfica de Viñales. Había tomado fotografías de ese lugar fantástico. La ciudad y el Valle de Viñales fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 1999, por su paisaje kárstico —sistemas de rocas solubles y agua— y su agricultura tradicional. “De pronto pasó una tormenta y arrasó con ese lugar y yo tenía imágenes que había tomado precisamente semanas antes de algunos ríos y lugares espectaculares. Me senté en un óleo, así de atrevido y empecé a crear un paisaje. Fue algo muy emocionante y no pude parar hasta el sol de hoy”, recuerda nostálgico.
Las obras de Tomás Sánchez y de su tío Ernesto lo inspiraron, aunque ahora cree tener un estilo único. “Todos tenemos esa ambición de crear algo, marcarlo en el mundo y yo siempre tuve esa necesidad de decir algo a través de la pintura, del dibujo”, afirma.
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“En mis cuadros a veces pinto figuras humanas y trato siempre de multiplicar el tamaño de la naturaleza, porque para mí es tan impetuosa, tan fuerte, tan importante, que trato de que la gente entienda que hay que cuidarla, que es parte de nosotros, de nuestro existir. Sin ella no podríamos estar en este mundo; tenemos que convivir y respetarla. Cada vez hay más cambios climáticos, los basureros, los mares llenos de residuo, los ríos, la contaminación, en el medio trato de sacar un poco la belleza y crear alguna conciencia en el ser humano”, argumenta.
Gabriel Delgado crea diálogos entre la naturaleza y un personaje de sus cuadros, a manera de obra de teatro ecológica. Tendrá una exposición en octubre, en México. Sin tanto paisaje, habrá una escultura y varias obras que tendrán conversaciones ambientales para difundir estos temas. Habrá cascadas gigantes, donde el pintor predicará sobre la sequía, ese mal contemporáneo. Lo espera la Picci Fine Arts, la galería de más de 60 años de Poncho Aguilar.

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Aunque Gabriel Delgado usa la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarse para lograr un buen detalle, defiende un hiperrealismo propio.
Uno de los mayores representantes de la nueva escuela cubana de paisaje hiperrealista pronto explayará su mirada en México.
Un perro lo sigue por su nueva casa mexicana. Es en realidad una perra y está enamorada de su novia cubana. Unos cuartos encima de una gran casa en Las Lomas, Ciudad de México, es ahora su hogar. Mira destacadamente ese estado imaginario que es Miami, pero algo dice que está cómodo en este país.
Para Gabriel Delgado (La Habana, 1985) la palabra paisaje tiene un sentido hondo y se asume como creador de una escuela en torno a él. “Es un paisaje contemporáneo. Aunque mantengamos lo clásico y tratemos de hacer siempre cosas hiperrealistas, iguales a la de los grandes maestros, te das cuenta de que hay un grupo de artistas que va por la misma gama, el mismo estilo”, dice con su cuerpo atlético, que lo entrena en salidas en bicicleta, haciendo paracaídas, buceando… Tiene unos ojos dulcísimos que muestran un alto grado de esperanza. Hace poco tiempo que llegó de La Víbora, el barrio habanero en el que nació y aquí el futuro es una fruta madura, lista para ser devorada.
Cuando habla de maestros se refiere a Tomás Sánchez, el pintor más famoso de la Cuba actual, que vive en Costa Rica y que tiene una manera de entender al paisaje mediada por la meditación, producto de la lucha por poner esta capacidad de ver lo que nos rodea como una criatura que expresa la salvación del planeta.
El maestro más directo de Delgado es también su tío Ernesto Estévez, con el que montó un pequeño taller en Calle Obispo, Habana Vieja, que se llamaba Galería 360. Mucha gente que llegaba a él comentaba: ustedes hacen un paisaje que no vemos en otros lugares.
¿Cómo dirías que es ese paisaje? ¿Es un paisaje dinámico? ¿Es un paisaje más volcado a la fotografía? ¿Cómo lo evaluarías tú? El destino de las personas que crecieron en la Calle Obispo —un sitio pintoresco, apto para turistas, para tomar un café y comprar minirregalos en las tiendas— es haber sido fotógrafos antes que pintores. “Tratábamos de hacer un hiperrealismo muy fotográfico en un tiempo”, se excusa con picardía Gabriel.
Te recomendamos leer Eduardo Sarabia: las cajas de pizza como artefacto social de Mónica Maristain.

“Ahora llegué a México portando otro estilo. Creo unos paisajes que narren una historia, aunque uso la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarme para lograr un buen detalle, un hiperrealismo propio”, asegura.
¿Destaca el pasaje actual más la naturaleza que el artificio? ¿Mirar el paisaje nos reconcilia con la idea de un mundo mejor, en salvación? ¿El paisaje es un objeto estético? ¿El paisaje tiene mayor o menor valor que otro objeto pintado? ¿Qué hay en los paisajes pintados por la gente de Calle Obispo distinto a lo que se ve en general?
“Primero que todo es la laboriosidad de los cuadros. Cuba nos permitía a veces un tiempo más largo de demorarnos, a veces usábamos hasta cuatro meses en una obra. Por eso nuestra pincelada es como de fotografía. Nuestros cuadros llevan un trabajo meticuloso que nunca termina. Pienso que nunca terminé alguna obra; bueno, ya, tengo que terminarla porque llevo cuatro meses y lo hago, pero el hiperrealismo es un estilo que nunca te deja satisfecho, siempre estás buscando algo más”, describe Gabriel Delgado.

Del triatlón a los lienzos
Gabriel Delgado, antes de ser este pintor por el que Cuba babea, era deportista. Su escuela de deporte quedaba cerca de la mítica Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en la piscina, dibujantes y atletas se sentaban en el borde para “inspirarse”. El ambiente era muy bonito, había árboles, vegetaciones salvajes… había alguien que agarraba el lápiz y decía, como decía Quino en su niñez: “Las cosas que salen de este lápiz…”.
—Oye, ¿por qué tú no dejas el deporte? —le decían a Gabriel los deportistas.
“Practicaba natación, triatlón. Ahí estuve en el equipo nacional de Cuba hasta que un día enfermé. Me senté a dibujar, tenía 18 años y bueno, nunca más pude parar”, expresa.
Gabriel de pequeño era hiperquinético, nunca estaba tranquilo y por eso pinta paisajes.
“Cuando iba al campo, a casa de mi familia, me sentaba debajo de una mata y me quedaba dormido. Todo me cambiaba y por eso la primera vez que empecé a dibujar, hice un campo; disfruto mucho de la naturaleza, me siento como que el regalo de Dios presente en el mundo es esto que nos rodea”, dice.

La concepción del pintor se asentó en la zona geográfica de Viñales. Había tomado fotografías de ese lugar fantástico. La ciudad y el Valle de Viñales fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 1999, por su paisaje kárstico —sistemas de rocas solubles y agua— y su agricultura tradicional. “De pronto pasó una tormenta y arrasó con ese lugar y yo tenía imágenes que había tomado precisamente semanas antes de algunos ríos y lugares espectaculares. Me senté en un óleo, así de atrevido y empecé a crear un paisaje. Fue algo muy emocionante y no pude parar hasta el sol de hoy”, recuerda nostálgico.
Las obras de Tomás Sánchez y de su tío Ernesto lo inspiraron, aunque ahora cree tener un estilo único. “Todos tenemos esa ambición de crear algo, marcarlo en el mundo y yo siempre tuve esa necesidad de decir algo a través de la pintura, del dibujo”, afirma.
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“En mis cuadros a veces pinto figuras humanas y trato siempre de multiplicar el tamaño de la naturaleza, porque para mí es tan impetuosa, tan fuerte, tan importante, que trato de que la gente entienda que hay que cuidarla, que es parte de nosotros, de nuestro existir. Sin ella no podríamos estar en este mundo; tenemos que convivir y respetarla. Cada vez hay más cambios climáticos, los basureros, los mares llenos de residuo, los ríos, la contaminación, en el medio trato de sacar un poco la belleza y crear alguna conciencia en el ser humano”, argumenta.
Gabriel Delgado crea diálogos entre la naturaleza y un personaje de sus cuadros, a manera de obra de teatro ecológica. Tendrá una exposición en octubre, en México. Sin tanto paisaje, habrá una escultura y varias obras que tendrán conversaciones ambientales para difundir estos temas. Habrá cascadas gigantes, donde el pintor predicará sobre la sequía, ese mal contemporáneo. Lo espera la Picci Fine Arts, la galería de más de 60 años de Poncho Aguilar.

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Uno de los mayores representantes de la nueva escuela cubana de paisaje hiperrealista pronto explayará su mirada en México.
Un perro lo sigue por su nueva casa mexicana. Es en realidad una perra y está enamorada de su novia cubana. Unos cuartos encima de una gran casa en Las Lomas, Ciudad de México, es ahora su hogar. Mira destacadamente ese estado imaginario que es Miami, pero algo dice que está cómodo en este país.
Para Gabriel Delgado (La Habana, 1985) la palabra paisaje tiene un sentido hondo y se asume como creador de una escuela en torno a él. “Es un paisaje contemporáneo. Aunque mantengamos lo clásico y tratemos de hacer siempre cosas hiperrealistas, iguales a la de los grandes maestros, te das cuenta de que hay un grupo de artistas que va por la misma gama, el mismo estilo”, dice con su cuerpo atlético, que lo entrena en salidas en bicicleta, haciendo paracaídas, buceando… Tiene unos ojos dulcísimos que muestran un alto grado de esperanza. Hace poco tiempo que llegó de La Víbora, el barrio habanero en el que nació y aquí el futuro es una fruta madura, lista para ser devorada.
Cuando habla de maestros se refiere a Tomás Sánchez, el pintor más famoso de la Cuba actual, que vive en Costa Rica y que tiene una manera de entender al paisaje mediada por la meditación, producto de la lucha por poner esta capacidad de ver lo que nos rodea como una criatura que expresa la salvación del planeta.
El maestro más directo de Delgado es también su tío Ernesto Estévez, con el que montó un pequeño taller en Calle Obispo, Habana Vieja, que se llamaba Galería 360. Mucha gente que llegaba a él comentaba: ustedes hacen un paisaje que no vemos en otros lugares.
¿Cómo dirías que es ese paisaje? ¿Es un paisaje dinámico? ¿Es un paisaje más volcado a la fotografía? ¿Cómo lo evaluarías tú? El destino de las personas que crecieron en la Calle Obispo —un sitio pintoresco, apto para turistas, para tomar un café y comprar minirregalos en las tiendas— es haber sido fotógrafos antes que pintores. “Tratábamos de hacer un hiperrealismo muy fotográfico en un tiempo”, se excusa con picardía Gabriel.
Te recomendamos leer Eduardo Sarabia: las cajas de pizza como artefacto social de Mónica Maristain.

“Ahora llegué a México portando otro estilo. Creo unos paisajes que narren una historia, aunque uso la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarme para lograr un buen detalle, un hiperrealismo propio”, asegura.
¿Destaca el pasaje actual más la naturaleza que el artificio? ¿Mirar el paisaje nos reconcilia con la idea de un mundo mejor, en salvación? ¿El paisaje es un objeto estético? ¿El paisaje tiene mayor o menor valor que otro objeto pintado? ¿Qué hay en los paisajes pintados por la gente de Calle Obispo distinto a lo que se ve en general?
“Primero que todo es la laboriosidad de los cuadros. Cuba nos permitía a veces un tiempo más largo de demorarnos, a veces usábamos hasta cuatro meses en una obra. Por eso nuestra pincelada es como de fotografía. Nuestros cuadros llevan un trabajo meticuloso que nunca termina. Pienso que nunca terminé alguna obra; bueno, ya, tengo que terminarla porque llevo cuatro meses y lo hago, pero el hiperrealismo es un estilo que nunca te deja satisfecho, siempre estás buscando algo más”, describe Gabriel Delgado.

Del triatlón a los lienzos
Gabriel Delgado, antes de ser este pintor por el que Cuba babea, era deportista. Su escuela de deporte quedaba cerca de la mítica Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en la piscina, dibujantes y atletas se sentaban en el borde para “inspirarse”. El ambiente era muy bonito, había árboles, vegetaciones salvajes… había alguien que agarraba el lápiz y decía, como decía Quino en su niñez: “Las cosas que salen de este lápiz…”.
—Oye, ¿por qué tú no dejas el deporte? —le decían a Gabriel los deportistas.
“Practicaba natación, triatlón. Ahí estuve en el equipo nacional de Cuba hasta que un día enfermé. Me senté a dibujar, tenía 18 años y bueno, nunca más pude parar”, expresa.
Gabriel de pequeño era hiperquinético, nunca estaba tranquilo y por eso pinta paisajes.
“Cuando iba al campo, a casa de mi familia, me sentaba debajo de una mata y me quedaba dormido. Todo me cambiaba y por eso la primera vez que empecé a dibujar, hice un campo; disfruto mucho de la naturaleza, me siento como que el regalo de Dios presente en el mundo es esto que nos rodea”, dice.

La concepción del pintor se asentó en la zona geográfica de Viñales. Había tomado fotografías de ese lugar fantástico. La ciudad y el Valle de Viñales fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 1999, por su paisaje kárstico —sistemas de rocas solubles y agua— y su agricultura tradicional. “De pronto pasó una tormenta y arrasó con ese lugar y yo tenía imágenes que había tomado precisamente semanas antes de algunos ríos y lugares espectaculares. Me senté en un óleo, así de atrevido y empecé a crear un paisaje. Fue algo muy emocionante y no pude parar hasta el sol de hoy”, recuerda nostálgico.
Las obras de Tomás Sánchez y de su tío Ernesto lo inspiraron, aunque ahora cree tener un estilo único. “Todos tenemos esa ambición de crear algo, marcarlo en el mundo y yo siempre tuve esa necesidad de decir algo a través de la pintura, del dibujo”, afirma.
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“En mis cuadros a veces pinto figuras humanas y trato siempre de multiplicar el tamaño de la naturaleza, porque para mí es tan impetuosa, tan fuerte, tan importante, que trato de que la gente entienda que hay que cuidarla, que es parte de nosotros, de nuestro existir. Sin ella no podríamos estar en este mundo; tenemos que convivir y respetarla. Cada vez hay más cambios climáticos, los basureros, los mares llenos de residuo, los ríos, la contaminación, en el medio trato de sacar un poco la belleza y crear alguna conciencia en el ser humano”, argumenta.
Gabriel Delgado crea diálogos entre la naturaleza y un personaje de sus cuadros, a manera de obra de teatro ecológica. Tendrá una exposición en octubre, en México. Sin tanto paisaje, habrá una escultura y varias obras que tendrán conversaciones ambientales para difundir estos temas. Habrá cascadas gigantes, donde el pintor predicará sobre la sequía, ese mal contemporáneo. Lo espera la Picci Fine Arts, la galería de más de 60 años de Poncho Aguilar.

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Aunque Gabriel Delgado usa la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarse para lograr un buen detalle, defiende un hiperrealismo propio.
Un perro lo sigue por su nueva casa mexicana. Es en realidad una perra y está enamorada de su novia cubana. Unos cuartos encima de una gran casa en Las Lomas, Ciudad de México, es ahora su hogar. Mira destacadamente ese estado imaginario que es Miami, pero algo dice que está cómodo en este país.
Para Gabriel Delgado (La Habana, 1985) la palabra paisaje tiene un sentido hondo y se asume como creador de una escuela en torno a él. “Es un paisaje contemporáneo. Aunque mantengamos lo clásico y tratemos de hacer siempre cosas hiperrealistas, iguales a la de los grandes maestros, te das cuenta de que hay un grupo de artistas que va por la misma gama, el mismo estilo”, dice con su cuerpo atlético, que lo entrena en salidas en bicicleta, haciendo paracaídas, buceando… Tiene unos ojos dulcísimos que muestran un alto grado de esperanza. Hace poco tiempo que llegó de La Víbora, el barrio habanero en el que nació y aquí el futuro es una fruta madura, lista para ser devorada.
Cuando habla de maestros se refiere a Tomás Sánchez, el pintor más famoso de la Cuba actual, que vive en Costa Rica y que tiene una manera de entender al paisaje mediada por la meditación, producto de la lucha por poner esta capacidad de ver lo que nos rodea como una criatura que expresa la salvación del planeta.
El maestro más directo de Delgado es también su tío Ernesto Estévez, con el que montó un pequeño taller en Calle Obispo, Habana Vieja, que se llamaba Galería 360. Mucha gente que llegaba a él comentaba: ustedes hacen un paisaje que no vemos en otros lugares.
¿Cómo dirías que es ese paisaje? ¿Es un paisaje dinámico? ¿Es un paisaje más volcado a la fotografía? ¿Cómo lo evaluarías tú? El destino de las personas que crecieron en la Calle Obispo —un sitio pintoresco, apto para turistas, para tomar un café y comprar minirregalos en las tiendas— es haber sido fotógrafos antes que pintores. “Tratábamos de hacer un hiperrealismo muy fotográfico en un tiempo”, se excusa con picardía Gabriel.
Te recomendamos leer Eduardo Sarabia: las cajas de pizza como artefacto social de Mónica Maristain.

“Ahora llegué a México portando otro estilo. Creo unos paisajes que narren una historia, aunque uso la fotografía como referencia para crear composiciones y guiarme para lograr un buen detalle, un hiperrealismo propio”, asegura.
¿Destaca el pasaje actual más la naturaleza que el artificio? ¿Mirar el paisaje nos reconcilia con la idea de un mundo mejor, en salvación? ¿El paisaje es un objeto estético? ¿El paisaje tiene mayor o menor valor que otro objeto pintado? ¿Qué hay en los paisajes pintados por la gente de Calle Obispo distinto a lo que se ve en general?
“Primero que todo es la laboriosidad de los cuadros. Cuba nos permitía a veces un tiempo más largo de demorarnos, a veces usábamos hasta cuatro meses en una obra. Por eso nuestra pincelada es como de fotografía. Nuestros cuadros llevan un trabajo meticuloso que nunca termina. Pienso que nunca terminé alguna obra; bueno, ya, tengo que terminarla porque llevo cuatro meses y lo hago, pero el hiperrealismo es un estilo que nunca te deja satisfecho, siempre estás buscando algo más”, describe Gabriel Delgado.

Del triatlón a los lienzos
Gabriel Delgado, antes de ser este pintor por el que Cuba babea, era deportista. Su escuela de deporte quedaba cerca de la mítica Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro y en la piscina, dibujantes y atletas se sentaban en el borde para “inspirarse”. El ambiente era muy bonito, había árboles, vegetaciones salvajes… había alguien que agarraba el lápiz y decía, como decía Quino en su niñez: “Las cosas que salen de este lápiz…”.
—Oye, ¿por qué tú no dejas el deporte? —le decían a Gabriel los deportistas.
“Practicaba natación, triatlón. Ahí estuve en el equipo nacional de Cuba hasta que un día enfermé. Me senté a dibujar, tenía 18 años y bueno, nunca más pude parar”, expresa.
Gabriel de pequeño era hiperquinético, nunca estaba tranquilo y por eso pinta paisajes.
“Cuando iba al campo, a casa de mi familia, me sentaba debajo de una mata y me quedaba dormido. Todo me cambiaba y por eso la primera vez que empecé a dibujar, hice un campo; disfruto mucho de la naturaleza, me siento como que el regalo de Dios presente en el mundo es esto que nos rodea”, dice.

La concepción del pintor se asentó en la zona geográfica de Viñales. Había tomado fotografías de ese lugar fantástico. La ciudad y el Valle de Viñales fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 1999, por su paisaje kárstico —sistemas de rocas solubles y agua— y su agricultura tradicional. “De pronto pasó una tormenta y arrasó con ese lugar y yo tenía imágenes que había tomado precisamente semanas antes de algunos ríos y lugares espectaculares. Me senté en un óleo, así de atrevido y empecé a crear un paisaje. Fue algo muy emocionante y no pude parar hasta el sol de hoy”, recuerda nostálgico.
Las obras de Tomás Sánchez y de su tío Ernesto lo inspiraron, aunque ahora cree tener un estilo único. “Todos tenemos esa ambición de crear algo, marcarlo en el mundo y yo siempre tuve esa necesidad de decir algo a través de la pintura, del dibujo”, afirma.
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“En mis cuadros a veces pinto figuras humanas y trato siempre de multiplicar el tamaño de la naturaleza, porque para mí es tan impetuosa, tan fuerte, tan importante, que trato de que la gente entienda que hay que cuidarla, que es parte de nosotros, de nuestro existir. Sin ella no podríamos estar en este mundo; tenemos que convivir y respetarla. Cada vez hay más cambios climáticos, los basureros, los mares llenos de residuo, los ríos, la contaminación, en el medio trato de sacar un poco la belleza y crear alguna conciencia en el ser humano”, argumenta.
Gabriel Delgado crea diálogos entre la naturaleza y un personaje de sus cuadros, a manera de obra de teatro ecológica. Tendrá una exposición en octubre, en México. Sin tanto paisaje, habrá una escultura y varias obras que tendrán conversaciones ambientales para difundir estos temas. Habrá cascadas gigantes, donde el pintor predicará sobre la sequía, ese mal contemporáneo. Lo espera la Picci Fine Arts, la galería de más de 60 años de Poncho Aguilar.

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