La sobrevida de la exfamilia

La sobrevida de la exfamilia

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Tiempo de Lectura: 00 min

Después de Matate, amor (Paradiso Ediciones, 2012; Dharma Books, 2019), su novela sobre la maternidad, la vida doméstica y el matrimonio —vistos desde la crudeza, la animalidad y el delirio—, la autora Ariana Harwicz escribe acerca de la sobrevida de lo que llama “exfamilia”, cuando se ve forzada a convivir a pesar de la separación. Éste es un relato inédito posterior a su célebre novela.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Pero qué depresión, me despierto la lengua melatonina, la lengua pulverizada de matas y hortalizas para custodiar la depresión como una barricada. Los corazones latiendo en desnivel, cada vez menos, hasta que se desconectan. Y este frío inmutable, imbatible. Me despierto a las cuatro, el telón pesado cayendo por toda la casa. Los telones caen, caen, paso a través de ellos. Los autos como enjutas blancas, como aviones accidentados de la segunda guerra, como tumbas dispersadas en un cementerio de Estambul. Sobre el bosque y en el parking alguien dibujó una tela de araña en la nieve, otros bailarán sobre el hielo de los canales y los puentes. Todo se disuelve una mañana, los copos, el aire helado, también los canales y los puentes. Todo se disuelve, ese chillido de amor de rodillas. Pero qué depresión, qué depresión. De qué hablan los otros con sus flores, sus pórticos. Los miro entrar y salir. Los miro ir y venir. Tienen muchos perritos con correa y basura a la entrada de sus chalets. Van acumulando y después les dan trabajo a los hijos que quedan en pie, enterrar a mamá y enterrar a papi. En la lista ponen: vaciar las bolsas de basura y placares. Y encontrar que papi era adicto al sexo con hombres o encontrar que mami era adicta al opio. ¿Qué hacer con las fotos?, ¿venderlas a una brocante?, ¿quemarlas en el vivero? Disimular la fogata. Desde chica la ventana del segundo piso en el balneario de Miramar, desde chica cerrar y abrir la ventana, qué pasa si me estampido, esa pregunta. No esperar a cumplir 12, un estruendo antes, no esperar a cumplir 18, no esperar el diagnóstico de los progenitores diminutos. El bluff de la juventud. Brillo y estafa. Ah, la estafa, sabés de qué te hablo, ¿no? Esos trenes y rutas que creíamos perdurables, tan largas las vías de noche, esos vagones, sentada mientras fumaba con el conductor, da gracia. No, no es que dé gracia, pero qué gracioso igual.

Esperá. Empiezo de nuevo. ¿A quién le hablo ahora? Al marido. Recordamos así, en zigzag, resbalando. Recordamos bajando una cordillera a pie. Y eso que en el camino había cruces en los árboles. De la enfermedad mental de Schumann y esa eteromanía por ver muertos, ni te hablo porque no vas a entender. Nada ha sido resuelto. Kempff improvisa Schubert: Sonata in C minor, D. 958. Camino por la casa, hay silencios, hay un campo blanco afuera, eso ya lo dije, perdón.

Camino bajo una nube, me muevo y ella se mueve. ¿La ves? Empieza de nuevo la cabalgata, siento las herraduras. Podría no bajar nunca del caballo, paso a paso, los largos y cortados ár­boles, el río, los toros y las moscas. Esas tardes besándonos en los mosquiteros. Podría no bajar nunca o no salir nunca de la caravana. Afuera ni sol ni luna ni nada que ver. El infierno demanda presencia, quedarse alerta, cara a cara. Veo cables conectados. Veo pasillos. Veo una silla roja reclinada en un hospital. Abajo un vecino con tics. Me veo encerrada en un baño. Corea del Norte en una pareja embarazada que fuma y será colgada al alba. Cada sombra tres gotas de aceite de mandarino y melatonina sublingual.

[read more]

Viaje a París. Parar a comer un sándwich y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un pocopor manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes.

Viaje a París. Me preguntaba en el asiento de acompañante, mi exmarido al volante, mi hijo atrás, al final del viaje dijo, esto es lo que quería para mi cumpleaños, era exactamente esto lo que quería, sus padres juntos otra vez durante 180 kilómetros, tres peajes y una banquina. Parar a comer un sándwich de jamón y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un poco por manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes. El padre fuma, la madre no. Hace 20 años. Ella ya lo conoció fumador. El padre le ofrece a la exmadre, no a la exmadre, a la exmujer, una seca, prendre une bouffée de cigarette, le ofrece en su lengua. Miraba el exhijo, los árboles, habían crecido desde los últimos viajes, los caminos de la finca marcados, le pregunté por todos los amigos, miraba el hijo las canaletas, los agujeros en la tierra, los molinos y los castillos. El padre con anteojos de sol me cuenta sobre los invitados de nuestro casamiento que se divorciaron, siempre la mujer se había dado a la fuga, una sublevación para el pueblo. Las casas de piedra amuebladas, tapizadas, remodeladas, con baranda y jardín de invierno y sin mujer. En un caso con un carnicero, en otro caso ella se escapó durante la noche. Un dentista tiró a sus mascotas al río cuando su mujer se fue. Se subió al auto, manejó hasta la orilla y los lanzó. Otro se mordió en los brazos y con los brazos rayados y mordidos fue a denunciar a su mujer. El matrimonio se había perdido pero no solamente, viajar en auto ahora era distinto, recordé cómo ponía la calefacción y la radio. Cómo tiraba los papeles de los chicles en la guantera, cómo guardaba las colillas en bolsitas y cajas, cómo manejaba con los pies sucios. Recordé el casamiento, mi cabeza de avestruz, los dientes envueltos en hebras de tabaco, la gente buscando a la novia. La novia, pero dónde está la novia, estas cosas no se hacen. Suicidarse no se hace. Cómo era escuchar radio por la mañana con mi marido, mi exmarido. Me reprochó la novela anterior, la novela que, según él, lo mataba. La había leído mal, la había leído con el traductor automático o en otra mala traducción. Todo es una mala traducción. Las fortalezas, las fosas, las entradas para caballos y los siglos que no vivimos. Y los amantes no descubiertos. La pareja es una mala traducción.

La lluvia no deja avanzar el auto en el periférico. Recuerdo ese invierno de hace dos generaciones, mirá todos estos bebés que están ahora rendidos en sus sillitas o sobre una mesa o arriba, echados en una cama rodeados de almohadones y acolchados, la mirada postrada en las vigas. No existían, no existía ninguno, no existía ni uno solo de ésos. Los padres cazando zorros o gacelas, ¿pensás que uno de ellos recuerda que tiene algo con un corazón del tamaño de un carozo?, ¿crees que recuerdan que tienen que volver antes de que anochezca para alimentarlos? Conocí uno que le ponía un plato con comida al hijo en el piso. Eran esos críos con la mano en la boca a punto de sofocarse. Apuesto a que en las siestas sobre el pasto sueñan que son sus propios hijos, que gatean, que acaban de nacer. Hace dos generaciones todos los estanques y lagunas estaban congelados. Las persianas del chalet también y la puerta del garaje. Y las plantas colgaban como escarchas de los árboles más altos. Recuerdo haberme asomado al aljibe y ver una pista de hielo. Una libélula se movía en círculos. Qué habrán escondido detrás de las paredes. Pienso en el futuro, cuando un joven venga a robar esta casa desmantelada. Con la hierba crecida, entrará una banda de punks y dormirán en lo que fue mi habitación. Recuerdo que era irrespirable, esa escarcha en la nariz. Yo caminaba con las botas con papel de diario por los molinos y las casas con altillos y alucinaba que era hija de un granjero, hermana de 10 varones que ayudaban a papá con loscaballos. Recuerdo un perro y un caballo tirados juntos. Los dos iban a morir pero no morían nunca. Cada vez que pasaba estaban echados, alguien les llevaba agua. Y recuerdo el alambre electrificado. Recuerdo a dos perros siberianos atados y amenazándose todo el día, recuerdo a dos gallinas, ¿dónde están ahora? Las alucinaciones son hechos. El marido comió siempre tan rápido que los demás teníamos que apurarnos como los invitados de la reina de Inglaterra. Siempre atragantados, tosiendo, los platos al tacho sin terminar.

Nos encontramos en un parking. Los parkings de los supermercados. Auchan. Carrefour. Colruyt. A veces Franprix. Bajo los techos transparentes y bajo los toldos rojos de los restaurantes para camioneros. Tengo que recuperar a mi hijo. Nos encontramos, es el destino de los matrimonios, en los garajes abandonados con dogos atados a la grilla. Quién sabe hace cuánto tiempo dejados detrás de las barreras oxidadas, amarrados con distancia para que no se muerdan entre sí. Una vez un empleado calculó mal las ataduras y los encontraron al amanecer siguiente en un charco, sólo pudieron recuperar los dientes. Ahora colgados como perlas en el garaje. Nos pasamos el nene con los ladridos de los nuevos caninos. De noche las pupilas de los dogos brillan. El nene pasa como un encapuchado acusado de crimen de un auto a otro. Rápido. Un flash. De una sillita a otra. De un cinturón a otro. Chau chau. Y el otro lo ve irse, se lo llevan, con el guiño puesto el auto se lo lleva en la rotonda. Y el otro acelera también en dirección opuesta.

No me trae a mi hijo. No me lo trae. Mi rubio. Se deben estar despidiendo. Hacen despedidas largas. Alargan el abrazo. Deben estar brindando. Deben estar dándose un chapuzón. Siempre que la gente brinda en sus navidades veo los vidrios de las copas en sus brazos como abre- latas. El odio nos trajo hasta acá, señor juez, como a todos, hicimos un hijo así. ¿Le explico cómo, señor juez? Al final no se puede salir de un matrimonio, pido disculpas por la falta de claridad y por mi acento.

Me llevo a mi hijo con su cinturón. No habla. ¿Cómo estás?, ¿cómo te fue con papi?, ¿qué hiciste el weekend, qué hiciste en los días de escuela? Pero no dice nada, una cara fijada en algún lugar afuera del auto. No dice nada en todo lo que queda del día. ¿Cómo se le sacan palabras a un hijo? ¿En qué momento fue que dejó de ser rubio? Le sirvo pero no tiene hambre. Pasa de Tel Aviv a Palestina. Vive en las garitas y la frontera. Duerme en los check points.

La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año, el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, auna gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile,monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir.

La pareja terrorismo nuclear, atracón de somníferos, virus chino, agente neurotóxico. La pareja, envenenamiento radiactivo por polonio-210, dilatado engaño. ¿Estás en pareja? Oh, sí, estoy en pareja, pura ilusión, ¿hace tiempo?, ¿pero están enamorados?, ¿tuvieron, tendrán hijos, duermen juntos?, en el mejor de los casos verse cara a cara para la última vejez. ¿Se bañan juntos? Oh, sí, ¡de vez en cuando! La pareja retrato ovalado de entierro. La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año,el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, a una gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile, monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir. ¡Ah!, vivir, vivir, vivir, irse a Paris, agotar el whisky, mundanidad, jugarse todo en el blackjack, probar un crucero, librarse al vicio en la cubierta, dilapidar los últimos cartuchos. Uno se siente humillado pero el otro, adormilado, mira la luna con telescopio, objetivamente tiene derecho, la cabeza afuera, en la galaxia, pero el que se queda con ganas carga su cuerpo de líquido como una canoa. La pareja aire silencioso en Chernóbil, lenta acumulación de aborrecimiento en torno al islote, sobre la chimenea demasiado cubierta de espesa ceniza de escoria, de conductos cerrados. La pareja, nada para ganar, nada para perder, llegar del puño al casorio, al festejo bajo el cobertizo. Vilnus cae el anochecer en la habitación de dos amantes sedientos, exaltación mortífera, excitación no posible. La pareja, esa trampa navideña con pinos de tienda industrial y cristalería sobre la larga mesa. Esa encerrona, esa estocada, acoso, ojeo. El cinturón alrededor del cuello y los testículos, ese trayecto gacho, evacuados los campos, la marcha en fila sobre la nieve polaca, éxodo del 45, esa descarga torpe a tierra.

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Después de Matate, amor (Paradiso Ediciones, 2012; Dharma Books, 2019), su novela sobre la maternidad, la vida doméstica y el matrimonio —vistos desde la crudeza, la animalidad y el delirio—, la autora Ariana Harwicz escribe acerca de la sobrevida de lo que llama “exfamilia”, cuando se ve forzada a convivir a pesar de la separación. Éste es un relato inédito posterior a su célebre novela.

Pero qué depresión, me despierto la lengua melatonina, la lengua pulverizada de matas y hortalizas para custodiar la depresión como una barricada. Los corazones latiendo en desnivel, cada vez menos, hasta que se desconectan. Y este frío inmutable, imbatible. Me despierto a las cuatro, el telón pesado cayendo por toda la casa. Los telones caen, caen, paso a través de ellos. Los autos como enjutas blancas, como aviones accidentados de la segunda guerra, como tumbas dispersadas en un cementerio de Estambul. Sobre el bosque y en el parking alguien dibujó una tela de araña en la nieve, otros bailarán sobre el hielo de los canales y los puentes. Todo se disuelve una mañana, los copos, el aire helado, también los canales y los puentes. Todo se disuelve, ese chillido de amor de rodillas. Pero qué depresión, qué depresión. De qué hablan los otros con sus flores, sus pórticos. Los miro entrar y salir. Los miro ir y venir. Tienen muchos perritos con correa y basura a la entrada de sus chalets. Van acumulando y después les dan trabajo a los hijos que quedan en pie, enterrar a mamá y enterrar a papi. En la lista ponen: vaciar las bolsas de basura y placares. Y encontrar que papi era adicto al sexo con hombres o encontrar que mami era adicta al opio. ¿Qué hacer con las fotos?, ¿venderlas a una brocante?, ¿quemarlas en el vivero? Disimular la fogata. Desde chica la ventana del segundo piso en el balneario de Miramar, desde chica cerrar y abrir la ventana, qué pasa si me estampido, esa pregunta. No esperar a cumplir 12, un estruendo antes, no esperar a cumplir 18, no esperar el diagnóstico de los progenitores diminutos. El bluff de la juventud. Brillo y estafa. Ah, la estafa, sabés de qué te hablo, ¿no? Esos trenes y rutas que creíamos perdurables, tan largas las vías de noche, esos vagones, sentada mientras fumaba con el conductor, da gracia. No, no es que dé gracia, pero qué gracioso igual.

Esperá. Empiezo de nuevo. ¿A quién le hablo ahora? Al marido. Recordamos así, en zigzag, resbalando. Recordamos bajando una cordillera a pie. Y eso que en el camino había cruces en los árboles. De la enfermedad mental de Schumann y esa eteromanía por ver muertos, ni te hablo porque no vas a entender. Nada ha sido resuelto. Kempff improvisa Schubert: Sonata in C minor, D. 958. Camino por la casa, hay silencios, hay un campo blanco afuera, eso ya lo dije, perdón.

Camino bajo una nube, me muevo y ella se mueve. ¿La ves? Empieza de nuevo la cabalgata, siento las herraduras. Podría no bajar nunca del caballo, paso a paso, los largos y cortados ár­boles, el río, los toros y las moscas. Esas tardes besándonos en los mosquiteros. Podría no bajar nunca o no salir nunca de la caravana. Afuera ni sol ni luna ni nada que ver. El infierno demanda presencia, quedarse alerta, cara a cara. Veo cables conectados. Veo pasillos. Veo una silla roja reclinada en un hospital. Abajo un vecino con tics. Me veo encerrada en un baño. Corea del Norte en una pareja embarazada que fuma y será colgada al alba. Cada sombra tres gotas de aceite de mandarino y melatonina sublingual.

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Viaje a París. Parar a comer un sándwich y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un pocopor manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes.

Viaje a París. Me preguntaba en el asiento de acompañante, mi exmarido al volante, mi hijo atrás, al final del viaje dijo, esto es lo que quería para mi cumpleaños, era exactamente esto lo que quería, sus padres juntos otra vez durante 180 kilómetros, tres peajes y una banquina. Parar a comer un sándwich de jamón y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un poco por manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes. El padre fuma, la madre no. Hace 20 años. Ella ya lo conoció fumador. El padre le ofrece a la exmadre, no a la exmadre, a la exmujer, una seca, prendre une bouffée de cigarette, le ofrece en su lengua. Miraba el exhijo, los árboles, habían crecido desde los últimos viajes, los caminos de la finca marcados, le pregunté por todos los amigos, miraba el hijo las canaletas, los agujeros en la tierra, los molinos y los castillos. El padre con anteojos de sol me cuenta sobre los invitados de nuestro casamiento que se divorciaron, siempre la mujer se había dado a la fuga, una sublevación para el pueblo. Las casas de piedra amuebladas, tapizadas, remodeladas, con baranda y jardín de invierno y sin mujer. En un caso con un carnicero, en otro caso ella se escapó durante la noche. Un dentista tiró a sus mascotas al río cuando su mujer se fue. Se subió al auto, manejó hasta la orilla y los lanzó. Otro se mordió en los brazos y con los brazos rayados y mordidos fue a denunciar a su mujer. El matrimonio se había perdido pero no solamente, viajar en auto ahora era distinto, recordé cómo ponía la calefacción y la radio. Cómo tiraba los papeles de los chicles en la guantera, cómo guardaba las colillas en bolsitas y cajas, cómo manejaba con los pies sucios. Recordé el casamiento, mi cabeza de avestruz, los dientes envueltos en hebras de tabaco, la gente buscando a la novia. La novia, pero dónde está la novia, estas cosas no se hacen. Suicidarse no se hace. Cómo era escuchar radio por la mañana con mi marido, mi exmarido. Me reprochó la novela anterior, la novela que, según él, lo mataba. La había leído mal, la había leído con el traductor automático o en otra mala traducción. Todo es una mala traducción. Las fortalezas, las fosas, las entradas para caballos y los siglos que no vivimos. Y los amantes no descubiertos. La pareja es una mala traducción.

La lluvia no deja avanzar el auto en el periférico. Recuerdo ese invierno de hace dos generaciones, mirá todos estos bebés que están ahora rendidos en sus sillitas o sobre una mesa o arriba, echados en una cama rodeados de almohadones y acolchados, la mirada postrada en las vigas. No existían, no existía ninguno, no existía ni uno solo de ésos. Los padres cazando zorros o gacelas, ¿pensás que uno de ellos recuerda que tiene algo con un corazón del tamaño de un carozo?, ¿crees que recuerdan que tienen que volver antes de que anochezca para alimentarlos? Conocí uno que le ponía un plato con comida al hijo en el piso. Eran esos críos con la mano en la boca a punto de sofocarse. Apuesto a que en las siestas sobre el pasto sueñan que son sus propios hijos, que gatean, que acaban de nacer. Hace dos generaciones todos los estanques y lagunas estaban congelados. Las persianas del chalet también y la puerta del garaje. Y las plantas colgaban como escarchas de los árboles más altos. Recuerdo haberme asomado al aljibe y ver una pista de hielo. Una libélula se movía en círculos. Qué habrán escondido detrás de las paredes. Pienso en el futuro, cuando un joven venga a robar esta casa desmantelada. Con la hierba crecida, entrará una banda de punks y dormirán en lo que fue mi habitación. Recuerdo que era irrespirable, esa escarcha en la nariz. Yo caminaba con las botas con papel de diario por los molinos y las casas con altillos y alucinaba que era hija de un granjero, hermana de 10 varones que ayudaban a papá con loscaballos. Recuerdo un perro y un caballo tirados juntos. Los dos iban a morir pero no morían nunca. Cada vez que pasaba estaban echados, alguien les llevaba agua. Y recuerdo el alambre electrificado. Recuerdo a dos perros siberianos atados y amenazándose todo el día, recuerdo a dos gallinas, ¿dónde están ahora? Las alucinaciones son hechos. El marido comió siempre tan rápido que los demás teníamos que apurarnos como los invitados de la reina de Inglaterra. Siempre atragantados, tosiendo, los platos al tacho sin terminar.

Nos encontramos en un parking. Los parkings de los supermercados. Auchan. Carrefour. Colruyt. A veces Franprix. Bajo los techos transparentes y bajo los toldos rojos de los restaurantes para camioneros. Tengo que recuperar a mi hijo. Nos encontramos, es el destino de los matrimonios, en los garajes abandonados con dogos atados a la grilla. Quién sabe hace cuánto tiempo dejados detrás de las barreras oxidadas, amarrados con distancia para que no se muerdan entre sí. Una vez un empleado calculó mal las ataduras y los encontraron al amanecer siguiente en un charco, sólo pudieron recuperar los dientes. Ahora colgados como perlas en el garaje. Nos pasamos el nene con los ladridos de los nuevos caninos. De noche las pupilas de los dogos brillan. El nene pasa como un encapuchado acusado de crimen de un auto a otro. Rápido. Un flash. De una sillita a otra. De un cinturón a otro. Chau chau. Y el otro lo ve irse, se lo llevan, con el guiño puesto el auto se lo lleva en la rotonda. Y el otro acelera también en dirección opuesta.

No me trae a mi hijo. No me lo trae. Mi rubio. Se deben estar despidiendo. Hacen despedidas largas. Alargan el abrazo. Deben estar brindando. Deben estar dándose un chapuzón. Siempre que la gente brinda en sus navidades veo los vidrios de las copas en sus brazos como abre- latas. El odio nos trajo hasta acá, señor juez, como a todos, hicimos un hijo así. ¿Le explico cómo, señor juez? Al final no se puede salir de un matrimonio, pido disculpas por la falta de claridad y por mi acento.

Me llevo a mi hijo con su cinturón. No habla. ¿Cómo estás?, ¿cómo te fue con papi?, ¿qué hiciste el weekend, qué hiciste en los días de escuela? Pero no dice nada, una cara fijada en algún lugar afuera del auto. No dice nada en todo lo que queda del día. ¿Cómo se le sacan palabras a un hijo? ¿En qué momento fue que dejó de ser rubio? Le sirvo pero no tiene hambre. Pasa de Tel Aviv a Palestina. Vive en las garitas y la frontera. Duerme en los check points.

La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año, el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, auna gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile,monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir.

La pareja terrorismo nuclear, atracón de somníferos, virus chino, agente neurotóxico. La pareja, envenenamiento radiactivo por polonio-210, dilatado engaño. ¿Estás en pareja? Oh, sí, estoy en pareja, pura ilusión, ¿hace tiempo?, ¿pero están enamorados?, ¿tuvieron, tendrán hijos, duermen juntos?, en el mejor de los casos verse cara a cara para la última vejez. ¿Se bañan juntos? Oh, sí, ¡de vez en cuando! La pareja retrato ovalado de entierro. La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año,el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, a una gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile, monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir. ¡Ah!, vivir, vivir, vivir, irse a Paris, agotar el whisky, mundanidad, jugarse todo en el blackjack, probar un crucero, librarse al vicio en la cubierta, dilapidar los últimos cartuchos. Uno se siente humillado pero el otro, adormilado, mira la luna con telescopio, objetivamente tiene derecho, la cabeza afuera, en la galaxia, pero el que se queda con ganas carga su cuerpo de líquido como una canoa. La pareja aire silencioso en Chernóbil, lenta acumulación de aborrecimiento en torno al islote, sobre la chimenea demasiado cubierta de espesa ceniza de escoria, de conductos cerrados. La pareja, nada para ganar, nada para perder, llegar del puño al casorio, al festejo bajo el cobertizo. Vilnus cae el anochecer en la habitación de dos amantes sedientos, exaltación mortífera, excitación no posible. La pareja, esa trampa navideña con pinos de tienda industrial y cristalería sobre la larga mesa. Esa encerrona, esa estocada, acoso, ojeo. El cinturón alrededor del cuello y los testículos, ese trayecto gacho, evacuados los campos, la marcha en fila sobre la nieve polaca, éxodo del 45, esa descarga torpe a tierra.

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Después de Matate, amor (Paradiso Ediciones, 2012; Dharma Books, 2019), su novela sobre la maternidad, la vida doméstica y el matrimonio —vistos desde la crudeza, la animalidad y el delirio—, la autora Ariana Harwicz escribe acerca de la sobrevida de lo que llama “exfamilia”, cuando se ve forzada a convivir a pesar de la separación. Éste es un relato inédito posterior a su célebre novela.

Pero qué depresión, me despierto la lengua melatonina, la lengua pulverizada de matas y hortalizas para custodiar la depresión como una barricada. Los corazones latiendo en desnivel, cada vez menos, hasta que se desconectan. Y este frío inmutable, imbatible. Me despierto a las cuatro, el telón pesado cayendo por toda la casa. Los telones caen, caen, paso a través de ellos. Los autos como enjutas blancas, como aviones accidentados de la segunda guerra, como tumbas dispersadas en un cementerio de Estambul. Sobre el bosque y en el parking alguien dibujó una tela de araña en la nieve, otros bailarán sobre el hielo de los canales y los puentes. Todo se disuelve una mañana, los copos, el aire helado, también los canales y los puentes. Todo se disuelve, ese chillido de amor de rodillas. Pero qué depresión, qué depresión. De qué hablan los otros con sus flores, sus pórticos. Los miro entrar y salir. Los miro ir y venir. Tienen muchos perritos con correa y basura a la entrada de sus chalets. Van acumulando y después les dan trabajo a los hijos que quedan en pie, enterrar a mamá y enterrar a papi. En la lista ponen: vaciar las bolsas de basura y placares. Y encontrar que papi era adicto al sexo con hombres o encontrar que mami era adicta al opio. ¿Qué hacer con las fotos?, ¿venderlas a una brocante?, ¿quemarlas en el vivero? Disimular la fogata. Desde chica la ventana del segundo piso en el balneario de Miramar, desde chica cerrar y abrir la ventana, qué pasa si me estampido, esa pregunta. No esperar a cumplir 12, un estruendo antes, no esperar a cumplir 18, no esperar el diagnóstico de los progenitores diminutos. El bluff de la juventud. Brillo y estafa. Ah, la estafa, sabés de qué te hablo, ¿no? Esos trenes y rutas que creíamos perdurables, tan largas las vías de noche, esos vagones, sentada mientras fumaba con el conductor, da gracia. No, no es que dé gracia, pero qué gracioso igual.

Esperá. Empiezo de nuevo. ¿A quién le hablo ahora? Al marido. Recordamos así, en zigzag, resbalando. Recordamos bajando una cordillera a pie. Y eso que en el camino había cruces en los árboles. De la enfermedad mental de Schumann y esa eteromanía por ver muertos, ni te hablo porque no vas a entender. Nada ha sido resuelto. Kempff improvisa Schubert: Sonata in C minor, D. 958. Camino por la casa, hay silencios, hay un campo blanco afuera, eso ya lo dije, perdón.

Camino bajo una nube, me muevo y ella se mueve. ¿La ves? Empieza de nuevo la cabalgata, siento las herraduras. Podría no bajar nunca del caballo, paso a paso, los largos y cortados ár­boles, el río, los toros y las moscas. Esas tardes besándonos en los mosquiteros. Podría no bajar nunca o no salir nunca de la caravana. Afuera ni sol ni luna ni nada que ver. El infierno demanda presencia, quedarse alerta, cara a cara. Veo cables conectados. Veo pasillos. Veo una silla roja reclinada en un hospital. Abajo un vecino con tics. Me veo encerrada en un baño. Corea del Norte en una pareja embarazada que fuma y será colgada al alba. Cada sombra tres gotas de aceite de mandarino y melatonina sublingual.

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Viaje a París. Parar a comer un sándwich y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un pocopor manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes.

Viaje a París. Me preguntaba en el asiento de acompañante, mi exmarido al volante, mi hijo atrás, al final del viaje dijo, esto es lo que quería para mi cumpleaños, era exactamente esto lo que quería, sus padres juntos otra vez durante 180 kilómetros, tres peajes y una banquina. Parar a comer un sándwich de jamón y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un poco por manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes. El padre fuma, la madre no. Hace 20 años. Ella ya lo conoció fumador. El padre le ofrece a la exmadre, no a la exmadre, a la exmujer, una seca, prendre une bouffée de cigarette, le ofrece en su lengua. Miraba el exhijo, los árboles, habían crecido desde los últimos viajes, los caminos de la finca marcados, le pregunté por todos los amigos, miraba el hijo las canaletas, los agujeros en la tierra, los molinos y los castillos. El padre con anteojos de sol me cuenta sobre los invitados de nuestro casamiento que se divorciaron, siempre la mujer se había dado a la fuga, una sublevación para el pueblo. Las casas de piedra amuebladas, tapizadas, remodeladas, con baranda y jardín de invierno y sin mujer. En un caso con un carnicero, en otro caso ella se escapó durante la noche. Un dentista tiró a sus mascotas al río cuando su mujer se fue. Se subió al auto, manejó hasta la orilla y los lanzó. Otro se mordió en los brazos y con los brazos rayados y mordidos fue a denunciar a su mujer. El matrimonio se había perdido pero no solamente, viajar en auto ahora era distinto, recordé cómo ponía la calefacción y la radio. Cómo tiraba los papeles de los chicles en la guantera, cómo guardaba las colillas en bolsitas y cajas, cómo manejaba con los pies sucios. Recordé el casamiento, mi cabeza de avestruz, los dientes envueltos en hebras de tabaco, la gente buscando a la novia. La novia, pero dónde está la novia, estas cosas no se hacen. Suicidarse no se hace. Cómo era escuchar radio por la mañana con mi marido, mi exmarido. Me reprochó la novela anterior, la novela que, según él, lo mataba. La había leído mal, la había leído con el traductor automático o en otra mala traducción. Todo es una mala traducción. Las fortalezas, las fosas, las entradas para caballos y los siglos que no vivimos. Y los amantes no descubiertos. La pareja es una mala traducción.

La lluvia no deja avanzar el auto en el periférico. Recuerdo ese invierno de hace dos generaciones, mirá todos estos bebés que están ahora rendidos en sus sillitas o sobre una mesa o arriba, echados en una cama rodeados de almohadones y acolchados, la mirada postrada en las vigas. No existían, no existía ninguno, no existía ni uno solo de ésos. Los padres cazando zorros o gacelas, ¿pensás que uno de ellos recuerda que tiene algo con un corazón del tamaño de un carozo?, ¿crees que recuerdan que tienen que volver antes de que anochezca para alimentarlos? Conocí uno que le ponía un plato con comida al hijo en el piso. Eran esos críos con la mano en la boca a punto de sofocarse. Apuesto a que en las siestas sobre el pasto sueñan que son sus propios hijos, que gatean, que acaban de nacer. Hace dos generaciones todos los estanques y lagunas estaban congelados. Las persianas del chalet también y la puerta del garaje. Y las plantas colgaban como escarchas de los árboles más altos. Recuerdo haberme asomado al aljibe y ver una pista de hielo. Una libélula se movía en círculos. Qué habrán escondido detrás de las paredes. Pienso en el futuro, cuando un joven venga a robar esta casa desmantelada. Con la hierba crecida, entrará una banda de punks y dormirán en lo que fue mi habitación. Recuerdo que era irrespirable, esa escarcha en la nariz. Yo caminaba con las botas con papel de diario por los molinos y las casas con altillos y alucinaba que era hija de un granjero, hermana de 10 varones que ayudaban a papá con loscaballos. Recuerdo un perro y un caballo tirados juntos. Los dos iban a morir pero no morían nunca. Cada vez que pasaba estaban echados, alguien les llevaba agua. Y recuerdo el alambre electrificado. Recuerdo a dos perros siberianos atados y amenazándose todo el día, recuerdo a dos gallinas, ¿dónde están ahora? Las alucinaciones son hechos. El marido comió siempre tan rápido que los demás teníamos que apurarnos como los invitados de la reina de Inglaterra. Siempre atragantados, tosiendo, los platos al tacho sin terminar.

Nos encontramos en un parking. Los parkings de los supermercados. Auchan. Carrefour. Colruyt. A veces Franprix. Bajo los techos transparentes y bajo los toldos rojos de los restaurantes para camioneros. Tengo que recuperar a mi hijo. Nos encontramos, es el destino de los matrimonios, en los garajes abandonados con dogos atados a la grilla. Quién sabe hace cuánto tiempo dejados detrás de las barreras oxidadas, amarrados con distancia para que no se muerdan entre sí. Una vez un empleado calculó mal las ataduras y los encontraron al amanecer siguiente en un charco, sólo pudieron recuperar los dientes. Ahora colgados como perlas en el garaje. Nos pasamos el nene con los ladridos de los nuevos caninos. De noche las pupilas de los dogos brillan. El nene pasa como un encapuchado acusado de crimen de un auto a otro. Rápido. Un flash. De una sillita a otra. De un cinturón a otro. Chau chau. Y el otro lo ve irse, se lo llevan, con el guiño puesto el auto se lo lleva en la rotonda. Y el otro acelera también en dirección opuesta.

No me trae a mi hijo. No me lo trae. Mi rubio. Se deben estar despidiendo. Hacen despedidas largas. Alargan el abrazo. Deben estar brindando. Deben estar dándose un chapuzón. Siempre que la gente brinda en sus navidades veo los vidrios de las copas en sus brazos como abre- latas. El odio nos trajo hasta acá, señor juez, como a todos, hicimos un hijo así. ¿Le explico cómo, señor juez? Al final no se puede salir de un matrimonio, pido disculpas por la falta de claridad y por mi acento.

Me llevo a mi hijo con su cinturón. No habla. ¿Cómo estás?, ¿cómo te fue con papi?, ¿qué hiciste el weekend, qué hiciste en los días de escuela? Pero no dice nada, una cara fijada en algún lugar afuera del auto. No dice nada en todo lo que queda del día. ¿Cómo se le sacan palabras a un hijo? ¿En qué momento fue que dejó de ser rubio? Le sirvo pero no tiene hambre. Pasa de Tel Aviv a Palestina. Vive en las garitas y la frontera. Duerme en los check points.

La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año, el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, auna gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile,monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir.

La pareja terrorismo nuclear, atracón de somníferos, virus chino, agente neurotóxico. La pareja, envenenamiento radiactivo por polonio-210, dilatado engaño. ¿Estás en pareja? Oh, sí, estoy en pareja, pura ilusión, ¿hace tiempo?, ¿pero están enamorados?, ¿tuvieron, tendrán hijos, duermen juntos?, en el mejor de los casos verse cara a cara para la última vejez. ¿Se bañan juntos? Oh, sí, ¡de vez en cuando! La pareja retrato ovalado de entierro. La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año,el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, a una gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile, monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir. ¡Ah!, vivir, vivir, vivir, irse a Paris, agotar el whisky, mundanidad, jugarse todo en el blackjack, probar un crucero, librarse al vicio en la cubierta, dilapidar los últimos cartuchos. Uno se siente humillado pero el otro, adormilado, mira la luna con telescopio, objetivamente tiene derecho, la cabeza afuera, en la galaxia, pero el que se queda con ganas carga su cuerpo de líquido como una canoa. La pareja aire silencioso en Chernóbil, lenta acumulación de aborrecimiento en torno al islote, sobre la chimenea demasiado cubierta de espesa ceniza de escoria, de conductos cerrados. La pareja, nada para ganar, nada para perder, llegar del puño al casorio, al festejo bajo el cobertizo. Vilnus cae el anochecer en la habitación de dos amantes sedientos, exaltación mortífera, excitación no posible. La pareja, esa trampa navideña con pinos de tienda industrial y cristalería sobre la larga mesa. Esa encerrona, esa estocada, acoso, ojeo. El cinturón alrededor del cuello y los testículos, ese trayecto gacho, evacuados los campos, la marcha en fila sobre la nieve polaca, éxodo del 45, esa descarga torpe a tierra.

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La sobrevida de la exfamilia

La sobrevida de la exfamilia

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Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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21
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

Después de Matate, amor (Paradiso Ediciones, 2012; Dharma Books, 2019), su novela sobre la maternidad, la vida doméstica y el matrimonio —vistos desde la crudeza, la animalidad y el delirio—, la autora Ariana Harwicz escribe acerca de la sobrevida de lo que llama “exfamilia”, cuando se ve forzada a convivir a pesar de la separación. Éste es un relato inédito posterior a su célebre novela.

Pero qué depresión, me despierto la lengua melatonina, la lengua pulverizada de matas y hortalizas para custodiar la depresión como una barricada. Los corazones latiendo en desnivel, cada vez menos, hasta que se desconectan. Y este frío inmutable, imbatible. Me despierto a las cuatro, el telón pesado cayendo por toda la casa. Los telones caen, caen, paso a través de ellos. Los autos como enjutas blancas, como aviones accidentados de la segunda guerra, como tumbas dispersadas en un cementerio de Estambul. Sobre el bosque y en el parking alguien dibujó una tela de araña en la nieve, otros bailarán sobre el hielo de los canales y los puentes. Todo se disuelve una mañana, los copos, el aire helado, también los canales y los puentes. Todo se disuelve, ese chillido de amor de rodillas. Pero qué depresión, qué depresión. De qué hablan los otros con sus flores, sus pórticos. Los miro entrar y salir. Los miro ir y venir. Tienen muchos perritos con correa y basura a la entrada de sus chalets. Van acumulando y después les dan trabajo a los hijos que quedan en pie, enterrar a mamá y enterrar a papi. En la lista ponen: vaciar las bolsas de basura y placares. Y encontrar que papi era adicto al sexo con hombres o encontrar que mami era adicta al opio. ¿Qué hacer con las fotos?, ¿venderlas a una brocante?, ¿quemarlas en el vivero? Disimular la fogata. Desde chica la ventana del segundo piso en el balneario de Miramar, desde chica cerrar y abrir la ventana, qué pasa si me estampido, esa pregunta. No esperar a cumplir 12, un estruendo antes, no esperar a cumplir 18, no esperar el diagnóstico de los progenitores diminutos. El bluff de la juventud. Brillo y estafa. Ah, la estafa, sabés de qué te hablo, ¿no? Esos trenes y rutas que creíamos perdurables, tan largas las vías de noche, esos vagones, sentada mientras fumaba con el conductor, da gracia. No, no es que dé gracia, pero qué gracioso igual.

Esperá. Empiezo de nuevo. ¿A quién le hablo ahora? Al marido. Recordamos así, en zigzag, resbalando. Recordamos bajando una cordillera a pie. Y eso que en el camino había cruces en los árboles. De la enfermedad mental de Schumann y esa eteromanía por ver muertos, ni te hablo porque no vas a entender. Nada ha sido resuelto. Kempff improvisa Schubert: Sonata in C minor, D. 958. Camino por la casa, hay silencios, hay un campo blanco afuera, eso ya lo dije, perdón.

Camino bajo una nube, me muevo y ella se mueve. ¿La ves? Empieza de nuevo la cabalgata, siento las herraduras. Podría no bajar nunca del caballo, paso a paso, los largos y cortados ár­boles, el río, los toros y las moscas. Esas tardes besándonos en los mosquiteros. Podría no bajar nunca o no salir nunca de la caravana. Afuera ni sol ni luna ni nada que ver. El infierno demanda presencia, quedarse alerta, cara a cara. Veo cables conectados. Veo pasillos. Veo una silla roja reclinada en un hospital. Abajo un vecino con tics. Me veo encerrada en un baño. Corea del Norte en una pareja embarazada que fuma y será colgada al alba. Cada sombra tres gotas de aceite de mandarino y melatonina sublingual.

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Viaje a París. Parar a comer un sándwich y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un pocopor manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes.

Viaje a París. Me preguntaba en el asiento de acompañante, mi exmarido al volante, mi hijo atrás, al final del viaje dijo, esto es lo que quería para mi cumpleaños, era exactamente esto lo que quería, sus padres juntos otra vez durante 180 kilómetros, tres peajes y una banquina. Parar a comer un sándwich de jamón y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un poco por manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes. El padre fuma, la madre no. Hace 20 años. Ella ya lo conoció fumador. El padre le ofrece a la exmadre, no a la exmadre, a la exmujer, una seca, prendre une bouffée de cigarette, le ofrece en su lengua. Miraba el exhijo, los árboles, habían crecido desde los últimos viajes, los caminos de la finca marcados, le pregunté por todos los amigos, miraba el hijo las canaletas, los agujeros en la tierra, los molinos y los castillos. El padre con anteojos de sol me cuenta sobre los invitados de nuestro casamiento que se divorciaron, siempre la mujer se había dado a la fuga, una sublevación para el pueblo. Las casas de piedra amuebladas, tapizadas, remodeladas, con baranda y jardín de invierno y sin mujer. En un caso con un carnicero, en otro caso ella se escapó durante la noche. Un dentista tiró a sus mascotas al río cuando su mujer se fue. Se subió al auto, manejó hasta la orilla y los lanzó. Otro se mordió en los brazos y con los brazos rayados y mordidos fue a denunciar a su mujer. El matrimonio se había perdido pero no solamente, viajar en auto ahora era distinto, recordé cómo ponía la calefacción y la radio. Cómo tiraba los papeles de los chicles en la guantera, cómo guardaba las colillas en bolsitas y cajas, cómo manejaba con los pies sucios. Recordé el casamiento, mi cabeza de avestruz, los dientes envueltos en hebras de tabaco, la gente buscando a la novia. La novia, pero dónde está la novia, estas cosas no se hacen. Suicidarse no se hace. Cómo era escuchar radio por la mañana con mi marido, mi exmarido. Me reprochó la novela anterior, la novela que, según él, lo mataba. La había leído mal, la había leído con el traductor automático o en otra mala traducción. Todo es una mala traducción. Las fortalezas, las fosas, las entradas para caballos y los siglos que no vivimos. Y los amantes no descubiertos. La pareja es una mala traducción.

La lluvia no deja avanzar el auto en el periférico. Recuerdo ese invierno de hace dos generaciones, mirá todos estos bebés que están ahora rendidos en sus sillitas o sobre una mesa o arriba, echados en una cama rodeados de almohadones y acolchados, la mirada postrada en las vigas. No existían, no existía ninguno, no existía ni uno solo de ésos. Los padres cazando zorros o gacelas, ¿pensás que uno de ellos recuerda que tiene algo con un corazón del tamaño de un carozo?, ¿crees que recuerdan que tienen que volver antes de que anochezca para alimentarlos? Conocí uno que le ponía un plato con comida al hijo en el piso. Eran esos críos con la mano en la boca a punto de sofocarse. Apuesto a que en las siestas sobre el pasto sueñan que son sus propios hijos, que gatean, que acaban de nacer. Hace dos generaciones todos los estanques y lagunas estaban congelados. Las persianas del chalet también y la puerta del garaje. Y las plantas colgaban como escarchas de los árboles más altos. Recuerdo haberme asomado al aljibe y ver una pista de hielo. Una libélula se movía en círculos. Qué habrán escondido detrás de las paredes. Pienso en el futuro, cuando un joven venga a robar esta casa desmantelada. Con la hierba crecida, entrará una banda de punks y dormirán en lo que fue mi habitación. Recuerdo que era irrespirable, esa escarcha en la nariz. Yo caminaba con las botas con papel de diario por los molinos y las casas con altillos y alucinaba que era hija de un granjero, hermana de 10 varones que ayudaban a papá con loscaballos. Recuerdo un perro y un caballo tirados juntos. Los dos iban a morir pero no morían nunca. Cada vez que pasaba estaban echados, alguien les llevaba agua. Y recuerdo el alambre electrificado. Recuerdo a dos perros siberianos atados y amenazándose todo el día, recuerdo a dos gallinas, ¿dónde están ahora? Las alucinaciones son hechos. El marido comió siempre tan rápido que los demás teníamos que apurarnos como los invitados de la reina de Inglaterra. Siempre atragantados, tosiendo, los platos al tacho sin terminar.

Nos encontramos en un parking. Los parkings de los supermercados. Auchan. Carrefour. Colruyt. A veces Franprix. Bajo los techos transparentes y bajo los toldos rojos de los restaurantes para camioneros. Tengo que recuperar a mi hijo. Nos encontramos, es el destino de los matrimonios, en los garajes abandonados con dogos atados a la grilla. Quién sabe hace cuánto tiempo dejados detrás de las barreras oxidadas, amarrados con distancia para que no se muerdan entre sí. Una vez un empleado calculó mal las ataduras y los encontraron al amanecer siguiente en un charco, sólo pudieron recuperar los dientes. Ahora colgados como perlas en el garaje. Nos pasamos el nene con los ladridos de los nuevos caninos. De noche las pupilas de los dogos brillan. El nene pasa como un encapuchado acusado de crimen de un auto a otro. Rápido. Un flash. De una sillita a otra. De un cinturón a otro. Chau chau. Y el otro lo ve irse, se lo llevan, con el guiño puesto el auto se lo lleva en la rotonda. Y el otro acelera también en dirección opuesta.

No me trae a mi hijo. No me lo trae. Mi rubio. Se deben estar despidiendo. Hacen despedidas largas. Alargan el abrazo. Deben estar brindando. Deben estar dándose un chapuzón. Siempre que la gente brinda en sus navidades veo los vidrios de las copas en sus brazos como abre- latas. El odio nos trajo hasta acá, señor juez, como a todos, hicimos un hijo así. ¿Le explico cómo, señor juez? Al final no se puede salir de un matrimonio, pido disculpas por la falta de claridad y por mi acento.

Me llevo a mi hijo con su cinturón. No habla. ¿Cómo estás?, ¿cómo te fue con papi?, ¿qué hiciste el weekend, qué hiciste en los días de escuela? Pero no dice nada, una cara fijada en algún lugar afuera del auto. No dice nada en todo lo que queda del día. ¿Cómo se le sacan palabras a un hijo? ¿En qué momento fue que dejó de ser rubio? Le sirvo pero no tiene hambre. Pasa de Tel Aviv a Palestina. Vive en las garitas y la frontera. Duerme en los check points.

La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año, el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, auna gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile,monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir.

La pareja terrorismo nuclear, atracón de somníferos, virus chino, agente neurotóxico. La pareja, envenenamiento radiactivo por polonio-210, dilatado engaño. ¿Estás en pareja? Oh, sí, estoy en pareja, pura ilusión, ¿hace tiempo?, ¿pero están enamorados?, ¿tuvieron, tendrán hijos, duermen juntos?, en el mejor de los casos verse cara a cara para la última vejez. ¿Se bañan juntos? Oh, sí, ¡de vez en cuando! La pareja retrato ovalado de entierro. La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año,el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, a una gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile, monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir. ¡Ah!, vivir, vivir, vivir, irse a Paris, agotar el whisky, mundanidad, jugarse todo en el blackjack, probar un crucero, librarse al vicio en la cubierta, dilapidar los últimos cartuchos. Uno se siente humillado pero el otro, adormilado, mira la luna con telescopio, objetivamente tiene derecho, la cabeza afuera, en la galaxia, pero el que se queda con ganas carga su cuerpo de líquido como una canoa. La pareja aire silencioso en Chernóbil, lenta acumulación de aborrecimiento en torno al islote, sobre la chimenea demasiado cubierta de espesa ceniza de escoria, de conductos cerrados. La pareja, nada para ganar, nada para perder, llegar del puño al casorio, al festejo bajo el cobertizo. Vilnus cae el anochecer en la habitación de dos amantes sedientos, exaltación mortífera, excitación no posible. La pareja, esa trampa navideña con pinos de tienda industrial y cristalería sobre la larga mesa. Esa encerrona, esa estocada, acoso, ojeo. El cinturón alrededor del cuello y los testículos, ese trayecto gacho, evacuados los campos, la marcha en fila sobre la nieve polaca, éxodo del 45, esa descarga torpe a tierra.

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2021
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Después de Matate, amor (Paradiso Ediciones, 2012; Dharma Books, 2019), su novela sobre la maternidad, la vida doméstica y el matrimonio —vistos desde la crudeza, la animalidad y el delirio—, la autora Ariana Harwicz escribe acerca de la sobrevida de lo que llama “exfamilia”, cuando se ve forzada a convivir a pesar de la separación. Éste es un relato inédito posterior a su célebre novela.

Pero qué depresión, me despierto la lengua melatonina, la lengua pulverizada de matas y hortalizas para custodiar la depresión como una barricada. Los corazones latiendo en desnivel, cada vez menos, hasta que se desconectan. Y este frío inmutable, imbatible. Me despierto a las cuatro, el telón pesado cayendo por toda la casa. Los telones caen, caen, paso a través de ellos. Los autos como enjutas blancas, como aviones accidentados de la segunda guerra, como tumbas dispersadas en un cementerio de Estambul. Sobre el bosque y en el parking alguien dibujó una tela de araña en la nieve, otros bailarán sobre el hielo de los canales y los puentes. Todo se disuelve una mañana, los copos, el aire helado, también los canales y los puentes. Todo se disuelve, ese chillido de amor de rodillas. Pero qué depresión, qué depresión. De qué hablan los otros con sus flores, sus pórticos. Los miro entrar y salir. Los miro ir y venir. Tienen muchos perritos con correa y basura a la entrada de sus chalets. Van acumulando y después les dan trabajo a los hijos que quedan en pie, enterrar a mamá y enterrar a papi. En la lista ponen: vaciar las bolsas de basura y placares. Y encontrar que papi era adicto al sexo con hombres o encontrar que mami era adicta al opio. ¿Qué hacer con las fotos?, ¿venderlas a una brocante?, ¿quemarlas en el vivero? Disimular la fogata. Desde chica la ventana del segundo piso en el balneario de Miramar, desde chica cerrar y abrir la ventana, qué pasa si me estampido, esa pregunta. No esperar a cumplir 12, un estruendo antes, no esperar a cumplir 18, no esperar el diagnóstico de los progenitores diminutos. El bluff de la juventud. Brillo y estafa. Ah, la estafa, sabés de qué te hablo, ¿no? Esos trenes y rutas que creíamos perdurables, tan largas las vías de noche, esos vagones, sentada mientras fumaba con el conductor, da gracia. No, no es que dé gracia, pero qué gracioso igual.

Esperá. Empiezo de nuevo. ¿A quién le hablo ahora? Al marido. Recordamos así, en zigzag, resbalando. Recordamos bajando una cordillera a pie. Y eso que en el camino había cruces en los árboles. De la enfermedad mental de Schumann y esa eteromanía por ver muertos, ni te hablo porque no vas a entender. Nada ha sido resuelto. Kempff improvisa Schubert: Sonata in C minor, D. 958. Camino por la casa, hay silencios, hay un campo blanco afuera, eso ya lo dije, perdón.

Camino bajo una nube, me muevo y ella se mueve. ¿La ves? Empieza de nuevo la cabalgata, siento las herraduras. Podría no bajar nunca del caballo, paso a paso, los largos y cortados ár­boles, el río, los toros y las moscas. Esas tardes besándonos en los mosquiteros. Podría no bajar nunca o no salir nunca de la caravana. Afuera ni sol ni luna ni nada que ver. El infierno demanda presencia, quedarse alerta, cara a cara. Veo cables conectados. Veo pasillos. Veo una silla roja reclinada en un hospital. Abajo un vecino con tics. Me veo encerrada en un baño. Corea del Norte en una pareja embarazada que fuma y será colgada al alba. Cada sombra tres gotas de aceite de mandarino y melatonina sublingual.

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Viaje a París. Parar a comer un sándwich y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un pocopor manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes.

Viaje a París. Me preguntaba en el asiento de acompañante, mi exmarido al volante, mi hijo atrás, al final del viaje dijo, esto es lo que quería para mi cumpleaños, era exactamente esto lo que quería, sus padres juntos otra vez durante 180 kilómetros, tres peajes y una banquina. Parar a comer un sándwich de jamón y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un poco por manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes. El padre fuma, la madre no. Hace 20 años. Ella ya lo conoció fumador. El padre le ofrece a la exmadre, no a la exmadre, a la exmujer, una seca, prendre une bouffée de cigarette, le ofrece en su lengua. Miraba el exhijo, los árboles, habían crecido desde los últimos viajes, los caminos de la finca marcados, le pregunté por todos los amigos, miraba el hijo las canaletas, los agujeros en la tierra, los molinos y los castillos. El padre con anteojos de sol me cuenta sobre los invitados de nuestro casamiento que se divorciaron, siempre la mujer se había dado a la fuga, una sublevación para el pueblo. Las casas de piedra amuebladas, tapizadas, remodeladas, con baranda y jardín de invierno y sin mujer. En un caso con un carnicero, en otro caso ella se escapó durante la noche. Un dentista tiró a sus mascotas al río cuando su mujer se fue. Se subió al auto, manejó hasta la orilla y los lanzó. Otro se mordió en los brazos y con los brazos rayados y mordidos fue a denunciar a su mujer. El matrimonio se había perdido pero no solamente, viajar en auto ahora era distinto, recordé cómo ponía la calefacción y la radio. Cómo tiraba los papeles de los chicles en la guantera, cómo guardaba las colillas en bolsitas y cajas, cómo manejaba con los pies sucios. Recordé el casamiento, mi cabeza de avestruz, los dientes envueltos en hebras de tabaco, la gente buscando a la novia. La novia, pero dónde está la novia, estas cosas no se hacen. Suicidarse no se hace. Cómo era escuchar radio por la mañana con mi marido, mi exmarido. Me reprochó la novela anterior, la novela que, según él, lo mataba. La había leído mal, la había leído con el traductor automático o en otra mala traducción. Todo es una mala traducción. Las fortalezas, las fosas, las entradas para caballos y los siglos que no vivimos. Y los amantes no descubiertos. La pareja es una mala traducción.

La lluvia no deja avanzar el auto en el periférico. Recuerdo ese invierno de hace dos generaciones, mirá todos estos bebés que están ahora rendidos en sus sillitas o sobre una mesa o arriba, echados en una cama rodeados de almohadones y acolchados, la mirada postrada en las vigas. No existían, no existía ninguno, no existía ni uno solo de ésos. Los padres cazando zorros o gacelas, ¿pensás que uno de ellos recuerda que tiene algo con un corazón del tamaño de un carozo?, ¿crees que recuerdan que tienen que volver antes de que anochezca para alimentarlos? Conocí uno que le ponía un plato con comida al hijo en el piso. Eran esos críos con la mano en la boca a punto de sofocarse. Apuesto a que en las siestas sobre el pasto sueñan que son sus propios hijos, que gatean, que acaban de nacer. Hace dos generaciones todos los estanques y lagunas estaban congelados. Las persianas del chalet también y la puerta del garaje. Y las plantas colgaban como escarchas de los árboles más altos. Recuerdo haberme asomado al aljibe y ver una pista de hielo. Una libélula se movía en círculos. Qué habrán escondido detrás de las paredes. Pienso en el futuro, cuando un joven venga a robar esta casa desmantelada. Con la hierba crecida, entrará una banda de punks y dormirán en lo que fue mi habitación. Recuerdo que era irrespirable, esa escarcha en la nariz. Yo caminaba con las botas con papel de diario por los molinos y las casas con altillos y alucinaba que era hija de un granjero, hermana de 10 varones que ayudaban a papá con loscaballos. Recuerdo un perro y un caballo tirados juntos. Los dos iban a morir pero no morían nunca. Cada vez que pasaba estaban echados, alguien les llevaba agua. Y recuerdo el alambre electrificado. Recuerdo a dos perros siberianos atados y amenazándose todo el día, recuerdo a dos gallinas, ¿dónde están ahora? Las alucinaciones son hechos. El marido comió siempre tan rápido que los demás teníamos que apurarnos como los invitados de la reina de Inglaterra. Siempre atragantados, tosiendo, los platos al tacho sin terminar.

Nos encontramos en un parking. Los parkings de los supermercados. Auchan. Carrefour. Colruyt. A veces Franprix. Bajo los techos transparentes y bajo los toldos rojos de los restaurantes para camioneros. Tengo que recuperar a mi hijo. Nos encontramos, es el destino de los matrimonios, en los garajes abandonados con dogos atados a la grilla. Quién sabe hace cuánto tiempo dejados detrás de las barreras oxidadas, amarrados con distancia para que no se muerdan entre sí. Una vez un empleado calculó mal las ataduras y los encontraron al amanecer siguiente en un charco, sólo pudieron recuperar los dientes. Ahora colgados como perlas en el garaje. Nos pasamos el nene con los ladridos de los nuevos caninos. De noche las pupilas de los dogos brillan. El nene pasa como un encapuchado acusado de crimen de un auto a otro. Rápido. Un flash. De una sillita a otra. De un cinturón a otro. Chau chau. Y el otro lo ve irse, se lo llevan, con el guiño puesto el auto se lo lleva en la rotonda. Y el otro acelera también en dirección opuesta.

No me trae a mi hijo. No me lo trae. Mi rubio. Se deben estar despidiendo. Hacen despedidas largas. Alargan el abrazo. Deben estar brindando. Deben estar dándose un chapuzón. Siempre que la gente brinda en sus navidades veo los vidrios de las copas en sus brazos como abre- latas. El odio nos trajo hasta acá, señor juez, como a todos, hicimos un hijo así. ¿Le explico cómo, señor juez? Al final no se puede salir de un matrimonio, pido disculpas por la falta de claridad y por mi acento.

Me llevo a mi hijo con su cinturón. No habla. ¿Cómo estás?, ¿cómo te fue con papi?, ¿qué hiciste el weekend, qué hiciste en los días de escuela? Pero no dice nada, una cara fijada en algún lugar afuera del auto. No dice nada en todo lo que queda del día. ¿Cómo se le sacan palabras a un hijo? ¿En qué momento fue que dejó de ser rubio? Le sirvo pero no tiene hambre. Pasa de Tel Aviv a Palestina. Vive en las garitas y la frontera. Duerme en los check points.

La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año, el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, auna gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile,monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir.

La pareja terrorismo nuclear, atracón de somníferos, virus chino, agente neurotóxico. La pareja, envenenamiento radiactivo por polonio-210, dilatado engaño. ¿Estás en pareja? Oh, sí, estoy en pareja, pura ilusión, ¿hace tiempo?, ¿pero están enamorados?, ¿tuvieron, tendrán hijos, duermen juntos?, en el mejor de los casos verse cara a cara para la última vejez. ¿Se bañan juntos? Oh, sí, ¡de vez en cuando! La pareja retrato ovalado de entierro. La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año,el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, a una gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile, monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir. ¡Ah!, vivir, vivir, vivir, irse a Paris, agotar el whisky, mundanidad, jugarse todo en el blackjack, probar un crucero, librarse al vicio en la cubierta, dilapidar los últimos cartuchos. Uno se siente humillado pero el otro, adormilado, mira la luna con telescopio, objetivamente tiene derecho, la cabeza afuera, en la galaxia, pero el que se queda con ganas carga su cuerpo de líquido como una canoa. La pareja aire silencioso en Chernóbil, lenta acumulación de aborrecimiento en torno al islote, sobre la chimenea demasiado cubierta de espesa ceniza de escoria, de conductos cerrados. La pareja, nada para ganar, nada para perder, llegar del puño al casorio, al festejo bajo el cobertizo. Vilnus cae el anochecer en la habitación de dos amantes sedientos, exaltación mortífera, excitación no posible. La pareja, esa trampa navideña con pinos de tienda industrial y cristalería sobre la larga mesa. Esa encerrona, esa estocada, acoso, ojeo. El cinturón alrededor del cuello y los testículos, ese trayecto gacho, evacuados los campos, la marcha en fila sobre la nieve polaca, éxodo del 45, esa descarga torpe a tierra.

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La sobrevida de la exfamilia

La sobrevida de la exfamilia

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Después de Matate, amor (Paradiso Ediciones, 2012; Dharma Books, 2019), su novela sobre la maternidad, la vida doméstica y el matrimonio —vistos desde la crudeza, la animalidad y el delirio—, la autora Ariana Harwicz escribe acerca de la sobrevida de lo que llama “exfamilia”, cuando se ve forzada a convivir a pesar de la separación. Éste es un relato inédito posterior a su célebre novela.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

Pero qué depresión, me despierto la lengua melatonina, la lengua pulverizada de matas y hortalizas para custodiar la depresión como una barricada. Los corazones latiendo en desnivel, cada vez menos, hasta que se desconectan. Y este frío inmutable, imbatible. Me despierto a las cuatro, el telón pesado cayendo por toda la casa. Los telones caen, caen, paso a través de ellos. Los autos como enjutas blancas, como aviones accidentados de la segunda guerra, como tumbas dispersadas en un cementerio de Estambul. Sobre el bosque y en el parking alguien dibujó una tela de araña en la nieve, otros bailarán sobre el hielo de los canales y los puentes. Todo se disuelve una mañana, los copos, el aire helado, también los canales y los puentes. Todo se disuelve, ese chillido de amor de rodillas. Pero qué depresión, qué depresión. De qué hablan los otros con sus flores, sus pórticos. Los miro entrar y salir. Los miro ir y venir. Tienen muchos perritos con correa y basura a la entrada de sus chalets. Van acumulando y después les dan trabajo a los hijos que quedan en pie, enterrar a mamá y enterrar a papi. En la lista ponen: vaciar las bolsas de basura y placares. Y encontrar que papi era adicto al sexo con hombres o encontrar que mami era adicta al opio. ¿Qué hacer con las fotos?, ¿venderlas a una brocante?, ¿quemarlas en el vivero? Disimular la fogata. Desde chica la ventana del segundo piso en el balneario de Miramar, desde chica cerrar y abrir la ventana, qué pasa si me estampido, esa pregunta. No esperar a cumplir 12, un estruendo antes, no esperar a cumplir 18, no esperar el diagnóstico de los progenitores diminutos. El bluff de la juventud. Brillo y estafa. Ah, la estafa, sabés de qué te hablo, ¿no? Esos trenes y rutas que creíamos perdurables, tan largas las vías de noche, esos vagones, sentada mientras fumaba con el conductor, da gracia. No, no es que dé gracia, pero qué gracioso igual.

Esperá. Empiezo de nuevo. ¿A quién le hablo ahora? Al marido. Recordamos así, en zigzag, resbalando. Recordamos bajando una cordillera a pie. Y eso que en el camino había cruces en los árboles. De la enfermedad mental de Schumann y esa eteromanía por ver muertos, ni te hablo porque no vas a entender. Nada ha sido resuelto. Kempff improvisa Schubert: Sonata in C minor, D. 958. Camino por la casa, hay silencios, hay un campo blanco afuera, eso ya lo dije, perdón.

Camino bajo una nube, me muevo y ella se mueve. ¿La ves? Empieza de nuevo la cabalgata, siento las herraduras. Podría no bajar nunca del caballo, paso a paso, los largos y cortados ár­boles, el río, los toros y las moscas. Esas tardes besándonos en los mosquiteros. Podría no bajar nunca o no salir nunca de la caravana. Afuera ni sol ni luna ni nada que ver. El infierno demanda presencia, quedarse alerta, cara a cara. Veo cables conectados. Veo pasillos. Veo una silla roja reclinada en un hospital. Abajo un vecino con tics. Me veo encerrada en un baño. Corea del Norte en una pareja embarazada que fuma y será colgada al alba. Cada sombra tres gotas de aceite de mandarino y melatonina sublingual.

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Viaje a París. Parar a comer un sándwich y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un pocopor manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes.

Viaje a París. Me preguntaba en el asiento de acompañante, mi exmarido al volante, mi hijo atrás, al final del viaje dijo, esto es lo que quería para mi cumpleaños, era exactamente esto lo que quería, sus padres juntos otra vez durante 180 kilómetros, tres peajes y una banquina. Parar a comer un sándwich de jamón y tomar una latita. Afuera llueve a cántaros. Adentro la familia ríe. Un poco por manía, por miedo a la muerte abrupta. Jajajaja, chistes malos todo el viaje. Somos malos comediantes. El padre fuma, la madre no. Hace 20 años. Ella ya lo conoció fumador. El padre le ofrece a la exmadre, no a la exmadre, a la exmujer, una seca, prendre une bouffée de cigarette, le ofrece en su lengua. Miraba el exhijo, los árboles, habían crecido desde los últimos viajes, los caminos de la finca marcados, le pregunté por todos los amigos, miraba el hijo las canaletas, los agujeros en la tierra, los molinos y los castillos. El padre con anteojos de sol me cuenta sobre los invitados de nuestro casamiento que se divorciaron, siempre la mujer se había dado a la fuga, una sublevación para el pueblo. Las casas de piedra amuebladas, tapizadas, remodeladas, con baranda y jardín de invierno y sin mujer. En un caso con un carnicero, en otro caso ella se escapó durante la noche. Un dentista tiró a sus mascotas al río cuando su mujer se fue. Se subió al auto, manejó hasta la orilla y los lanzó. Otro se mordió en los brazos y con los brazos rayados y mordidos fue a denunciar a su mujer. El matrimonio se había perdido pero no solamente, viajar en auto ahora era distinto, recordé cómo ponía la calefacción y la radio. Cómo tiraba los papeles de los chicles en la guantera, cómo guardaba las colillas en bolsitas y cajas, cómo manejaba con los pies sucios. Recordé el casamiento, mi cabeza de avestruz, los dientes envueltos en hebras de tabaco, la gente buscando a la novia. La novia, pero dónde está la novia, estas cosas no se hacen. Suicidarse no se hace. Cómo era escuchar radio por la mañana con mi marido, mi exmarido. Me reprochó la novela anterior, la novela que, según él, lo mataba. La había leído mal, la había leído con el traductor automático o en otra mala traducción. Todo es una mala traducción. Las fortalezas, las fosas, las entradas para caballos y los siglos que no vivimos. Y los amantes no descubiertos. La pareja es una mala traducción.

La lluvia no deja avanzar el auto en el periférico. Recuerdo ese invierno de hace dos generaciones, mirá todos estos bebés que están ahora rendidos en sus sillitas o sobre una mesa o arriba, echados en una cama rodeados de almohadones y acolchados, la mirada postrada en las vigas. No existían, no existía ninguno, no existía ni uno solo de ésos. Los padres cazando zorros o gacelas, ¿pensás que uno de ellos recuerda que tiene algo con un corazón del tamaño de un carozo?, ¿crees que recuerdan que tienen que volver antes de que anochezca para alimentarlos? Conocí uno que le ponía un plato con comida al hijo en el piso. Eran esos críos con la mano en la boca a punto de sofocarse. Apuesto a que en las siestas sobre el pasto sueñan que son sus propios hijos, que gatean, que acaban de nacer. Hace dos generaciones todos los estanques y lagunas estaban congelados. Las persianas del chalet también y la puerta del garaje. Y las plantas colgaban como escarchas de los árboles más altos. Recuerdo haberme asomado al aljibe y ver una pista de hielo. Una libélula se movía en círculos. Qué habrán escondido detrás de las paredes. Pienso en el futuro, cuando un joven venga a robar esta casa desmantelada. Con la hierba crecida, entrará una banda de punks y dormirán en lo que fue mi habitación. Recuerdo que era irrespirable, esa escarcha en la nariz. Yo caminaba con las botas con papel de diario por los molinos y las casas con altillos y alucinaba que era hija de un granjero, hermana de 10 varones que ayudaban a papá con loscaballos. Recuerdo un perro y un caballo tirados juntos. Los dos iban a morir pero no morían nunca. Cada vez que pasaba estaban echados, alguien les llevaba agua. Y recuerdo el alambre electrificado. Recuerdo a dos perros siberianos atados y amenazándose todo el día, recuerdo a dos gallinas, ¿dónde están ahora? Las alucinaciones son hechos. El marido comió siempre tan rápido que los demás teníamos que apurarnos como los invitados de la reina de Inglaterra. Siempre atragantados, tosiendo, los platos al tacho sin terminar.

Nos encontramos en un parking. Los parkings de los supermercados. Auchan. Carrefour. Colruyt. A veces Franprix. Bajo los techos transparentes y bajo los toldos rojos de los restaurantes para camioneros. Tengo que recuperar a mi hijo. Nos encontramos, es el destino de los matrimonios, en los garajes abandonados con dogos atados a la grilla. Quién sabe hace cuánto tiempo dejados detrás de las barreras oxidadas, amarrados con distancia para que no se muerdan entre sí. Una vez un empleado calculó mal las ataduras y los encontraron al amanecer siguiente en un charco, sólo pudieron recuperar los dientes. Ahora colgados como perlas en el garaje. Nos pasamos el nene con los ladridos de los nuevos caninos. De noche las pupilas de los dogos brillan. El nene pasa como un encapuchado acusado de crimen de un auto a otro. Rápido. Un flash. De una sillita a otra. De un cinturón a otro. Chau chau. Y el otro lo ve irse, se lo llevan, con el guiño puesto el auto se lo lleva en la rotonda. Y el otro acelera también en dirección opuesta.

No me trae a mi hijo. No me lo trae. Mi rubio. Se deben estar despidiendo. Hacen despedidas largas. Alargan el abrazo. Deben estar brindando. Deben estar dándose un chapuzón. Siempre que la gente brinda en sus navidades veo los vidrios de las copas en sus brazos como abre- latas. El odio nos trajo hasta acá, señor juez, como a todos, hicimos un hijo así. ¿Le explico cómo, señor juez? Al final no se puede salir de un matrimonio, pido disculpas por la falta de claridad y por mi acento.

Me llevo a mi hijo con su cinturón. No habla. ¿Cómo estás?, ¿cómo te fue con papi?, ¿qué hiciste el weekend, qué hiciste en los días de escuela? Pero no dice nada, una cara fijada en algún lugar afuera del auto. No dice nada en todo lo que queda del día. ¿Cómo se le sacan palabras a un hijo? ¿En qué momento fue que dejó de ser rubio? Le sirvo pero no tiene hambre. Pasa de Tel Aviv a Palestina. Vive en las garitas y la frontera. Duerme en los check points.

La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año, el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, auna gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile,monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir.

La pareja terrorismo nuclear, atracón de somníferos, virus chino, agente neurotóxico. La pareja, envenenamiento radiactivo por polonio-210, dilatado engaño. ¿Estás en pareja? Oh, sí, estoy en pareja, pura ilusión, ¿hace tiempo?, ¿pero están enamorados?, ¿tuvieron, tendrán hijos, duermen juntos?, en el mejor de los casos verse cara a cara para la última vejez. ¿Se bañan juntos? Oh, sí, ¡de vez en cuando! La pareja retrato ovalado de entierro. La pareja, retiro, uno quiere sexo pero ese día, en esa hora, ese año,el otro está inapetente, uno quiere irse lejos, a una gruta, una depresión latente, una melancolía para hacerse trepanar, dejar de hablar, cortar lazo, ser un fraile, monasterio en el Sinaí, pero el otro justo quiere vivir. ¡Ah!, vivir, vivir, vivir, irse a Paris, agotar el whisky, mundanidad, jugarse todo en el blackjack, probar un crucero, librarse al vicio en la cubierta, dilapidar los últimos cartuchos. Uno se siente humillado pero el otro, adormilado, mira la luna con telescopio, objetivamente tiene derecho, la cabeza afuera, en la galaxia, pero el que se queda con ganas carga su cuerpo de líquido como una canoa. La pareja aire silencioso en Chernóbil, lenta acumulación de aborrecimiento en torno al islote, sobre la chimenea demasiado cubierta de espesa ceniza de escoria, de conductos cerrados. La pareja, nada para ganar, nada para perder, llegar del puño al casorio, al festejo bajo el cobertizo. Vilnus cae el anochecer en la habitación de dos amantes sedientos, exaltación mortífera, excitación no posible. La pareja, esa trampa navideña con pinos de tienda industrial y cristalería sobre la larga mesa. Esa encerrona, esa estocada, acoso, ojeo. El cinturón alrededor del cuello y los testículos, ese trayecto gacho, evacuados los campos, la marcha en fila sobre la nieve polaca, éxodo del 45, esa descarga torpe a tierra.

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