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Literatura y feminismo: María Fernanda Ampuero

Literatura y feminismo: María Fernanda Ampuero

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Fotografía de
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Traducción de
15
.
07
.
19
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Tiempo de Lectura: 00 min

Ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

Es momento de conversar, pero sobre todo de debatir. No tenemos todas las respuestas, pero son necesarias las preguntas. Es momento de repensar y evolucionar nuestras concepciones de género. Es momento de rabia, pero también de esperanza. Es momento de hablar, para nunca callar más. Aquí están las ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018. ¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo? Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor. ¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras? Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

***

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Es momento de conversar, pero sobre todo de debatir. No tenemos todas las respuestas, pero son necesarias las preguntas. Es momento de repensar y evolucionar nuestras concepciones de género. Es momento de rabia, pero también de esperanza. Es momento de hablar, para nunca callar más. Aquí están las ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018. ¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo? Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor. ¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras? Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

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Es momento de conversar, pero sobre todo de debatir. No tenemos todas las respuestas, pero son necesarias las preguntas. Es momento de repensar y evolucionar nuestras concepciones de género. Es momento de rabia, pero también de esperanza. Es momento de hablar, para nunca callar más. Aquí están las ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018. ¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo? Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor. ¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras? Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

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Es momento de conversar, pero sobre todo de debatir. No tenemos todas las respuestas, pero son necesarias las preguntas. Es momento de repensar y evolucionar nuestras concepciones de género. Es momento de rabia, pero también de esperanza. Es momento de hablar, para nunca callar más. Aquí están las ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018. ¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo? Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor. ¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras? Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

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Es momento de conversar, pero sobre todo de debatir. No tenemos todas las respuestas, pero son necesarias las preguntas. Es momento de repensar y evolucionar nuestras concepciones de género. Es momento de rabia, pero también de esperanza. Es momento de hablar, para nunca callar más. Aquí están las ideas de seis mujeres que se abrazan en el feminismo a partir de sus letras.

María Fernanda Ampuero (1976, Ecuador)

“Hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación. No somos rockstars, somos una girl band”.

Obra:Pelea de Gallos, 2018. ¿Cómo fue tu primer contacto con el feminismo? Siempre he tenido una idea de diferencia. Soy la única mujer de dos hermanos hombres. Mi papá era muy machista. Trataba muy mal a mi mamá psicológicamente. Yo era una niña libre, aventurera, machona, me decían, ya que no cumplía con ciertos patrones de dulzura, obediencia, de lo que tiene que ser una latinoamericana. Me decían que yo era como mi papá. Yo creía que debía parecerme a mi mamá. Era muy importante lo que decían de mí para construirme. Observaba mucho a mi papá y de esa observación surgió una personalidad que podría llamarse masculina, que me ha permitido llegar a donde estoy: migrar sola, vivir sola, cambiar de país, hacer miles de cosas que involucran valentía y que mis hermanos no han hecho ni harían. Ese machismo de mi casa me fue positivo. Eso lo he pensado ahora. Yo siempre daba por sentado que siempre he sido distinta: cuestionadora, personalidad rebelde, enojona, pero quizá es una mezcla de ambas cosas. Tengo cosas positivas de él: seguridad o al menos la aparento. Lo observé mucho. Yo no voy a agachar la cabeza por nadie. Jamás me lo permitiría. Estudié literatura. Tuve muchos profesores, sobre todo una que desde el punto de vista feminista. Allí descubrí a Gertrude Stein, Rosario Castellanos, a Virginia Wolf. Sin embargo, no sentía el clic, hasta que me mudé a España. Llegué a vivir con una chica con mucho sobrepeso. Ella es la persona más libre que he conocido en toda mi vida en relación a su cuerpo. La conocí en invierno, en verano, esa chica sacó minifaldas, tops, bikinis, usaba todos los colores. Al principio mi cabeza decía qué ridícula. Me di cuenta que la ridícula era yo. Antes yo creía que todo se sostenía en mi intelecto. El gran clic feminista fue darme cuenta que mi mamá, papá y todos quienes confiaban habían colaborado sistemáticamente para hacer que odie mi cuerpo y me sienta insegura de mi vida e imagen. Soy indivisible: cerebro y cuerpo. Mi fuerza está en mi cabeza no en mi cuerpo, pensaba. ¿Cómo y por qué sientes que el feminismo te ha transformado como escritora? Yo hago activismo feroz y frontal muy personal. Sí hago un proceso de diferenciación de desnudarse con la ficción. He visto y vivido mucha violencia. Mientras más vivo, más violencia conozco. Mientras más vivo, constato que la felicidad no existe. Que la gente se pone máscaras para sobrellevar, todos estamos sobrellevando algo. Todo mundo está peleando con sus monstruos, tendencias depresivas, traumas, violencias, maltratos. Es impensable que una historia tenga un final feliz. Si no hubiera escrito esto me hubiera encantado escribir literatura infantil, soy una loca de los animales y me hubiera encantado hacer historias así. Yo no puedo eso. Yo soy una persona en llamas, que escribe en llamas. La gran traición del mundo es que tenga un corazón. Yo no te puedo hablar de denuncia porque todo lo que he vivido es denunciable. Pelea de Gallos despierta el interés porque es muy auténtico, parte de mi dolor, parte de mi llanto, de mis aullidos, de decir que no entiendo porque no nos dejan ser felices. Porque crecer o madurar significa aguantar a golpes en todos lados. Eso lo tiene que sacar el autor. ¿Consideras que hay una generación emergente de escritoras? Sí creo que hay una mirada del mundo hacia lo que estamos haciendo las mujeres. Un proceso de reparación. Una recuperación que no sólo es con las escritoras. Nombres como Mariana Enríquez, Valeria Luiselli o Guadalupe Nettel. Además es una cosa muy hermosa que es transnacional, es muy solidario. Nosotras no nos puñeteamos como Vargas Llosa y García Márquez, nosotras nos decimos que por fin nos ponemos rostro cuando nos encontramos en un evento. Claro, todos quieren ser rockstar, pero estaría increíble sentirse como girl band. Creo que hay una solidaridad literaria muy bestial en esta generación y un posicionamiento feminista que añade un plus a la calidad que todas tenemos como escritoras. Quizá esa lucha y percepción de querer cambiar las cosas, la que le da a nuestra literatura un eco. Un estéreo. No es una moda. Me dolería que fuera una moda.

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