Local: La ciudad de dos arquitecturas
Guías dF se transforma en LOCAL y Local.Mx, espacios de curaduría que presentan lo más interesante, propositivo y bien hecho de la Ciudad de México.
Travesías Media lleva 15 años explorando y recorriendo la Ciudad de México a luz y contraluz para trazar los mejores mapas con el mejor diseño. Hoy, la colección de culto Guías dF hace una transición orgánica a Local y local.mx (en su versión digital), espacios de curaduría que, cada uno a su manera, presentan lo que a nuestros ojos es lo más interesante, raro, propositivo y bien hecho en la vibrante agenda de la capital mexicana. Éste es un adelanto, escrito por Mario Ballesteros –director de Archivo Diseño y Arquitectura– de su más reciente guía anual sobre arquitectura, una brújula imperdible de colección.
El embrujo de la Ciudad de México
Siempre ha sido su inestabilidad: el corazón primitivo latiendo sin tregua bajo capas de barro y hueso y ladrillo y concreto y acero, bajo huellas de combates y seducciones. La esencia de esta bestia de urbanización —orgullosa e insegura, mechacorta y cumbianchera— es su inigualable capacidad para sostener una cotidianidad estridente y feliz, la cual patina sobre una capa finísima que nos separa de la tragedia. Esta urbe jamás estará en los top 10 de las “ciudades más habitables”, o las más bonitas, o las más llevaderas, o más civilizadas. No es una ciudad para todo el mundo. Pero así nos gusta.
Y precisamente es en su arquitectura —o mejor dicho, en sus dos arquitecturas— donde se genera y se contiene y se canaliza esa energía vital de ciudad que es puro jugo, pura baba espesa y embriagante que cubre la piel de sus habitantes y que nos entra por cada poro en cuanto salimos a las calles, resistiendo los tirones constantes entre el zumbido trascendente y la tristeza paralizante. Una arquitectura extendida, que se desparrama sobre el antiguo lago y el antiguo valle y las antiguas montañas, ocupados por toda clase de asentamientos; casi toda la arquitectura es baja, pero engancha, pone.
En parte, el high de la Ciudad de México se debe al hecho de que conjunta a 20 millones de almas viviendo y respirando y trabajando y frotándose las unas con las otras, a 2,240 metros sobre el nivel del mar. En parte, es el tufo permanente a desagüe estancado y masa frita y chiles carbonizados y detergente en polvo y animal muerto y un perfume Dior pirateado que pega mientras se camina por cualquier barrio a cualquier hora del día o de la noche. En parte, es el humo de tres millones de coches que obstruyen las arterias de la ciudad, o la sobrecarga sensorial permanente, el ruido y el frenesí visual de un paisaje urbano sobresaturado. Y todo sucede en sus dos arquitecturas.
La arquitectura melancólica, la del Mexico City Blues, de Jack Kerouac, cubre las partes cerradas de la ciudad: las colonias bardeadas y los segundos pisos y las torres residenciales con puertas eléctricas y vigilancia las 24 horas. Se rezuma de las estructuras olvidadas del pasado, que el tiempo desgaja poco a poco. Brota de los prados manicurados, de las arquitecturas del estatus y el poder, así como de los crudos e improvisados bordes de las arquitecturas de aquel que sobrevive a duras penas. Contagia por igual a ricos y pobres atrapados en el tráfico, en sedanes importados recién encerados o en peseros desgastados. Emana de las profanaciones profundas y los ídolos muertos y el mal karma acumulado en el subsuelo durante siglos: conquistas, invasiones, luchas de poder, masacres estudiantiles, violencia gratuita.
La arquitectura exuberante, la del buzz chilango esencial, corre a chorros por la ciudad abierta: las plazas y los parques, las peregrinaciones y las congregaciones masivas. Se cuelga de los puestos improvisados con lonas de color rosa y rojo que cada mañana sangran sobre las calles, y que pueden observarse, en medio del mar de asfalto, desde un avión. Se cuece en nuestras cocinas y rebota en las paredes de antros y cantinas y salones de baile a un ritmo vertiginoso. Es una arquitectura muy peculiar, revestida con todo el melodrama y el efectismo del teatro de la identidad y la aspiración moderna, que batalla con el peso embrutecedor de la masa institucional o corporativa, y con la experimentación audaz y el espíritu independiente del pequeño proyecto.
De estas dos arquitecturas está hecha la Ciudad de México: un trenzado multitudinario y sobrepuesto de carne y piedra, plástico y materia orgánica; la fecundidad vital que termina en degradación y luego en crecimiento a partir del detrito. Ni la Ciudad de México ni su arquitectura representan el triunfo de la civilización sobre la naturaleza, sino nuestro entendimiento deficiente y profundamente humano de ella, un afán de celebrarla y temerla.
La mejor de las ciudades y la peor de las ciudades.
La que nos vuelve locos.
De la Santa María a la San Rafael
El área que abarca las colonias Santa María La Ribera, San Rafael, Cuauhtémoc y Juárez es de las más resilientes de la Ciudad de México: una zona que ha sobrevivido glorias y desastres. Aquí la ciudad florece entre grietas físicas, pero también temporales y existenciales. Como se preguntaba uno de los personajes de La frontera de cristal, de Carlos Fuentes, al pasear por estos barrios: “¿Qué es nuevo, qué es viejo, qué está naciendo en esta ciudad, qué está muriendo, son la misma cosa?”
Todo inició con la Colonia de los Arquitectos, diseñada a finales del siglo xix, para que los proyectistas de la Academia de San Carlos construyeran sus casonas Beaux Arts en terrenos que habían sido ejidos y ranchos. La colonia creció hasta abarcar lo que hoy es la San Rafael, donde residuos coloniales, como la Casa de Mascarones, o antiguos cascos de hacienda, como el de la Ex Hacienda de San Rafael, compitieron en esplendor con las casonas y los palacetes públicos del Porfiriato, como el Museo de Geología de la unam, con sus ejemplares taxidérmicos y lienzos botánicos de José María Velasco. En algunos casos se importaron no sólo los estilos, sino edificios enteros. El Kiosco Morisco, antes de aterrizar en la Alameda de Santa María La Ribera, fue el pabellón de México en la Exposición Internacional de Nueva Orleans de 1884 y en la Feria de San Luis Misuri de 1902. La estructura desmontable de acero del Museo Universitario del Chopo se trajo completita de Alemania, para albergar el primer Museo Nacional de Historia Natural de la ciudad.
Otros ejemplos de arquitectura característica de la zona son las privadas, que surgieron con la primera ola de especulación inmobiliaria, como la Privada Roja o la Privada Blanca en la San Rafael. Algunas de ellas se construyeron por encargo de industrias para sus trabajadores, como la encantadora Privada Mundet o los elegantes edificios de departamentos de la tabacalera El Buen Tono (Edificio La Mascota).
Después de la Revolución, estas colonias fueron terreno de prueba para los primeros ensayos de la arquitectura moderna en México. Ahí construyó José Villagrán su casa, hoy ensandwichada entre edificios mediocres y olvidada detrás de su espartana fachada. También hubo ejercicios colaborativos, como el de los apartamentos de la Plaza Melchor Ocampo, en la colonia Cuauhtémoc, donde se construyó, entre 1939 y 1945, un pequeño baluarte del Estilo Internacional mexicanizado que sobrevive hasta hoy, a duras penas, y en el cual parti ciparon Luis Barragán, José Luis Creixell, Max Cetto, Augusto H. Álvarez, Juan Sordo Madaleno y Enrique del Moral.
En lo que alguna vez fueron los terrenos de la Estación Colonia, Barragán edificó dos casas y un conjunto residencial y comercial; después asesoró a Mathias Goeritz en la construcción de su excepcional edificio/escultura hecho para el Museo Experimental El Eco. A unos pasos de ahí, Miguel Alemán inauguró el Monumento a la Madre, de José Villagrán, con las esculturas aztec déco de Luis Ortiz Monasterio. Félix Candela, por otra parte, construyó uno de sus característicos paraguas de concreto para la distribuidora Autos Francia —que se mantiene, aunque ahora como Bodega Aurrerá—. En la esquina de Sullivan con Insurgentes, Mario Pani erigió su dramático Hotel Plaza.
En las décadas de los cincuenta y sesenta se multiplicaron en estos rumbos las aspiraciones cosmopolitas, perfectamente encapsuladas por Mario Pani en el hermoso edificio de departamentos de Río Balsas 37, con su fachada de ladrillo, ventanas redondas, columnas blancas y roof gardens, o en el Condominio Reforma Guadalquivir. Pani tuvo ahí sus oficinas y se encariñó tanto con sus grandes ventanales y celosías tropicalosas que algunos años más tarde construyó una torre gemela al otro lado de Reforma.
Después vino un largo periodo de decadencia y abandono que arrancó con el éxodo a barrios más nuevos y prometedores, como Polanco y Las Lomas, y se intensificó con el terremoto de 1985. El rescate de la zona lo encabezó la unam, que recuperó El Chopo en 1975 para crear un museo de arte experimental. En 1980 se inauguró el Tianguis Cultural del Chopo, que los sábados ocupa la calle de Aldama, en Buenavista —uno de los ejemplos de arquitectura temporal más activos y fascinantes de la ciudad—. En 2010, la universidad comisionó a Enrique Norten para ampliar el museo; además, en 2014, la misma institución recuperó el Museo Experimental El Eco. La otra pieza estrella en el entramado cultural de la zona es la Biblioteca Vasconcelos, de Alberto Kalach, que con sus estanterías flotantes y bravura futurista hace pensar más en un set de película de ciencia ficción que en una sala de lectura.
En los últimos años, el renacimiento arquitectónico de la zona es más palpable a pequeña escala. El colectivo de arquitectura aprdelesp abrió Muebles Sullivan en la planta baja de un edificio de Barragán, que funciona también como paletería, cafetería y, los jueves por la noche, karaoke de barrio. En la calle de Havre, en la Juárez, el grupo ReUrbano y el despacho AT103 han transformado un puñado de casonas del siglo pasado en restaurantes, espacios de coworking y lofts. El ímpetu se está extendiendo a otras calles cercanas, con proyectos de vivienda interesantes en Lisboa 7 (también de AT103), Liverpool 61 (del despacho MMX) y Liverpool 1 (MOCAA Arquitectos). Otras reconversiones notables son las del Hotel Carlota, de JSa Arquitectura, y las de la Rectoría de la Escuela Bancaria y Comercial, del Taller de Arquitectura Mauricio Rocha + Gabriela Carrillo, edificios que, al igual que estos barrios, construyen sobre el pasado con miras al futuro.
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.