Tom Cruise lo arriesga todo en la séptima entrega de ‘Mission: impossible’
Llega el nuevo episodio de la franquicia de acción más importante de Hollywood, Mission: impossible – Dead reckoning. Si en la trama el enemigo de Ethan Hunt es una inteligencia artificial, fuera de la pantalla Tom Cruise se enfrenta a lo digital con peligrosas hazañas que demuestran su lugar como la última gran estrella de un cine de acción obsesionado con la realidad.
Este verano cinematográfico será, como pocos, uno de símbolos: Christopher Nolan regresa con la historia de la bomba atómica y Greta Gerwig abordará a la muñeca más famosa de la historia. Indiana Jones también juega un papel, en manos, por primera vez, de un director distinto a Steven Spielberg, y finalmente está Tom Cruise, el más insólito de estos personajes: alto miembro de la cienciología y héroe de las masas, pero también de la cinefilia, que ve en él la última fracción de un cine comercial tan arriesgado que con cada película podría costar la vida. Un director subversivo como Albert Serra se identifica con Tom Cruise porque, dijo alguna vez, también busca darle lo mejor a su público. Quizá, como muchos, lo vincule además con los héroes primigenios del cine: los actores Buster Keaton y Douglas Fairbanks, que con cada escena peligrosa en sus filmografías demostraron una preferencia por morir antes que aburrir. Tras volar un F-14 y sostenerse de la puerta de un avión despegando para sus películas, Cruise podría haber rebasado ya todas las tomas de riesgo del cine mudo.
En este verano icónico, casi como si el azar quisiera hacernos pensar sobre el cine y su historia en un momento de crisis, resultan fundamentales un par de trenes. Antes de llegar a ellos, recordemos que Keaton dirigió y estelarizó The General (1926), un clásico que se sitúa principalmente en una locomotora. En los orígenes del cine fue un tren el que protagonizó el más famoso de los cortometrajes de los hermanos Lumière y se convirtió por ello en un símbolo de la imagen en movimiento que aparece como tal en películas de Jean-Luc Godard y Peter Tscherkassky. Esta figura es importante en dos títulos de nuestro verano, cuando las tendencias contemporáneas parecen agotadas, y las antiguas, listas para rescatar a las audiencias.
En el techo de un tren, Indiana Jones (Harrison Ford) se enfrenta a un nazi; en el de otro, Ethan Hunt (Tom Cruise) pelea con un hombre misterioso que sirve a un sueño totalitario; en tema y en forma —los personajes evaden obstáculos y evitan caerse mientras procuran matar a su adversario— las escenas parecen idénticas, pero hay diferencias sustanciales. Por un lado, Indiana Jones and the dial of destiny (2023) representa un cine caduco: no porque el género de aventuras no merezca más episodios, sino, irónicamente, por la modernidad de la película. El Indiana Jones que pelea es interpretado por el octogenario Ford, rejuvenecido gracias a la tecnología digital. Los espectadores que crecieron con él tienen la oportunidad de verlo una vez más como lo conocieron y alimentan así su nostalgia, pero por eso mismo este cine, filmado además en un estudio, demuestra una preferencia por la simulación.
Del otro lado, Tom Cruise, en el rol de Ethan Hunt, se ve arrugado, como lo está ya el actor sexagenario. Aunque la escena tiene retoques digitales, se filmó en un tren de verdad, y un error del elenco o la producción podría haber provocado la muerte. Mission: impossible – Dead reckoning part one (2023) representa un cine tan obsesionado con la realidad que no solo evoca a Keaton y sus contemporáneos, sino también la teoría del cine de André Bazin. El fundador de Cahiers du cinéma pensaba en las imágenes como una continuación de la realidad física porque los eventos, los objetos, estampaban su huella en el celuloide; luego, a partir de una copia, esa huella se proyectaría en la pantalla y así lo análogo guardaba algo del fenómeno original. Bazin concluyó que el fin último del cine era mostrar la realidad sin alterar sus extractos, y también por eso prefería los planos largos y el neorrealismo: ambos protegían, según él, la esencia del mundo material.
El hecho de que Tom Cruise ponga el cuerpo en sus peligrosas escenas de acción no es solamente un amor al riesgo, sino la representación de una idea del cine rebasada cada vez más por la tecnología digital. La animación permite un control absoluto sobre lo que vemos y por ello cae en el simulacro. Los estudios prefieren esto porque limita el riesgo a sus inversiones. El público, si se da cuenta del engaño, tal vez sienta el suspenso, pero no un peligro de muerte. En cambio, viendo las películas de Keaton, de Fairbanks, de Cruise, al no haber manipulación de la imagen —o al ser mínima— se experimenta también un temor por la vida de los intérpretes. El suyo, en mayor o menor medida, es un cine baziniano, y es el más enfrentado a la extinción hoy, al menos en cuanto a superproducciones.
Quizá por ello el villano de Dead reckoning sea la propia virtualidad: Ethan Hunt es convocado esta vez para investigar la venta de una llave ligada con una inteligencia artificial conocida como La Entidad, que se ha estado infiltrando en las instituciones estadounidenses para mostrar su poder de controlar nuestra vida digital. El enemigo de Hunt y Cruise ya no es un ser humano ingenioso y malévolo pero mortal, sino la imitación de uno, sin cuerpo ni necesidades, que encuentra sus juguetes en nuestra especie. Pareciera que Tom Cruise —el verdadero autor de la franquicia al lado o por encima de directores como Brian De Palma, John Woo, J. J. Abrams y, desde la quinta entrega, Christopher McQuarrie— está creando una metáfora sobre su propia extinción, es decir, la de la última estrella de cine dispuesta a arriesgar el capital, la reputación y la vida por entretener a su público.
Lo fascinante de Mission: impossible – Dead reckoning part one es que produce esta impresión no tanto por medio de la aparente metáfora que inspira la trama, sino por las escenas de acción; es decir, si la pelea en tren o la persecución en coche en Indiana Jones and the dial of destiny son importantes para la narrativa, al final se trata de apéndices brotados de la necesidad de contar algo. Dead reckoning más bien está construida alrededor de las escenas, que son mucho más elocuentes en su guerra contra la virtualidad que el propio guion.
Podría decirse incluso que para Cruise y McQuarrie es más guionista el coordinador de riesgo en una película que los escritores porque, en conjunto con el resto de la producción, define cómo se puede crear una imagen imposible para que la capte la cámara y demuestre que sucedió. Esa es la importancia de un plano en el que Cruise brinca desde una motocicleta a un barranco y abre su paracaídas para aterrizar en un tren —lo último ya es un truco, pero el salto es real—, o de la posterior y simbólica pelea en el techo de un vagón. El rostro de Cruise en la pantalla nos demuestra no estar viendo a un doble o a una figura animada, sino a la estrella más grande de Hollywood creando el testimonio de un acto desquiciado. La ficción, por planeada y segura que sea, adquiere un peligro que solo podría darnos el documental.
Por lo demás, Mission: impossible – Dead reckoning part one es bastante convencional: los malos son malos y los buenos, buenos —pero en serio, porque a diferencia del servil James Bond, Ethan Hunt no pretende darle el poder de La Entidad a su gobierno—; sin embargo, sería una mezquindad juzgar por ello a una película cuyo fin es la producción material de lo inédito. El cine no es primordialmente —ni mucho menos de forma exclusiva— la exploración del pensamiento y la emoción, sino más bien la posibilidad de captar un suceso y mostrarlo. A veces es interior y filosófico; otras es producto de las fantasías más desbordadas de un aventurero que desea compartir con su público la experiencia de volar, de casi morirse. Ese no es solamente el triunfo de la película a un nivel afectivo o estético, sino el desafío que lanza a una industria construida sobre imágenes de dinosaurios y fantasmas que hace mucho dejaron de convencernos. ¿De qué sirve reproducir los sueños si parecen mentiras?
Alonso Díaz de la Vega. Crítico cinematográfico para Gatopardo. En 2015 fue el primer crítico mexicano convocado por Berlinale Talents, la cumbre de jóvenes talentos del Festival Internacional de Cine de Berlín. Ha escrito sobre cine en La Tempestad, Revista Ambulante, Tierra Adentro, Frente, Butaca Ancha y Cuadrivio. En televisión participó en el programa Mi cine, tu cine, de Canal Once. A lo largo de su carrera ha participado como miembro del jurado en el Festival Internacional de Cine de Róterdam, FICUNAM, Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango, Shorts México y Doqumenta.
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