El AMLO de ayer: Distrito Federal, PRD, 2000-2005

El AMLO de ayer

Guillermo Osorno escribe este perfil de AMLO en sus años como jefe de gobierno. Este es un fragmento del libro «Los Gobernadores» de Penguin Random House.

Tiempo de lectura: 9 minutos

ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR (Distrito Federal, PRD, 2000-2005)

ENTRE LA MOVILIZACIÓN Y EL GOBIERNO

Para el borrego George 

 

CÓMO FORTALECER A TU ENEMIGO

El 1 de abril de 2005 una comisión instructora de la Cámara de Diputados emitió un dictamen condenatorio contra el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador. Dicho dictamen debía ser votado en el pleno de la cámara unos días después. Si procedía, López Obrador —el precandidato más fuerte en las siguientes elecciones presidenciales— perdería sus derechos políticos y podría ser encarcelado. El motivo era un asunto menor: el gobierno de la ciudad había expropiado un predio para abrir una calle que daba acceso a un hospital en el área de Santa Fe. El dueño del predio se amparó. Al inicio de la administración de López Obrador se pararon las obras, pero dos años después un ministerio público consideró que el jefe de Gobierno había violado el amparo. El asunto se calificaba como abuso de autoridad y, de acuerdo con el código penal, tenía una pena corporal. El pleito era viejo, pero a principios de 2005 parecía haber revivido.

Durante enero y febrero de 2005, el presidente Vicente Fox había insistido en que nadie podía estar por encima de la ley. “Si cada quien ajusta la ley a sus intereses, sólo nos espera el desorden y el caos”, dijo en un evento el 16 de enero. El 21 de febrero, la Presidencia emitió un comunicado en el cual declaraba que el autoritarismo que sufrimos en el pasado los mexicanos es el que supone que la autoridad exima a los políticos de las exigencias de cumplir la ley. “Esas prácticas ya no deben existir en México, aunque todavía hay quienes creen que la ley se puede acomodar a la conveniencia de los gobernantes en turno.”

Pero el asunto también tenía una clara vena política. Según la revista Proceso, Fox y la dirigencia nacional del PRI habían decidido seguir adelante con el juicio de desafuero contra López Obrador con el apoyo de algunos empresarios, quienes se comprometieron a respaldar al priista Roberto Madrazo en sus aspiraciones a la candidatura a la Presidencia, a cambio de que instrumentara la inhabilitación política del jefe de Gobierno en la Cámara de Diputados. Sin embargo, no era una estrategia aceptada unánimemente. Muchos dirigentes del pan —el partido del presidente— y del propio PRI pensaban que sería un error sacar a López Obrador de la contienda, pues echaría una sombra siniestra sobre las elecciones de 2006.

La mañana del 6 de abril, el día que los diputados votarían el dictamen condenatorio, López Obrador habló ante miles de simpatizantes congregados en el Zócalo. Les dijo que había decidido no ampararse ni solicitar libertad bajo fianza; que luego de que el Ministerio Público federal solicitara al juez su orden de aprehensión, él mismo se iba a trasladar al juzgado para esperar su detención. Iba a encabezar un movimiento de resistencia pacífica y llamó a una marcha del silencio para el domingo 24 de abril, del Museo de Antropología al Zócalo.

López Obrador frente al Congreso de la Unión durante el desafuero. Fotografía vía wikipedia commons

A la una de la tarde, López Obrador llegó a la Cámara a dar un discurso en su defensa. Dijo que nunca había violado la ley y jamás actuó contra la justicia. Hizo un análisis de las incongruencias del proceso y dedicó la mayor parte de su intervención para señalar lo que estaba en el fondo del asunto: un conflicto entre dos proyectos de nación: “Y a los que verdaderamente mandan junto con los que mal gobiernan el país les preocupa y les molesta que nuestro programa en la ciudad —de crecimiento económico y generación de empleos, construcción de obras públicas, de educación, salud y vivienda y de apoyo a los más humildes y olvidados— se propague cada día más, se acredite entre la gente y se aplique a nivel nacional”.

Acusó al presidente Fox de hacer una campaña en su contra recurriendo a procedimientos deshonrosos, de actuar de manera facciosa y degradar las instituciones de la República; también señaló al presidente de la Suprema Corte de Justicia de supeditar la institución que encabeza al Ejecutivo federal e hizo una reflexión sobre el Estado de derecho. “En México —dijo— el derecho ha significado por lo común lo opuesto a su razón de ser; el derecho que ha imperado ha sido el de dinero y el poder por encima de todo; el derecho de un modelo de país exclusivo para los privilegiados y el derecho a destruir a quienes pongan en peligro ese modelo.” Advirtió que el dictamen condenatorio debería pasar por un filtro final: el escrutinio público, la opinión y la decisión de la gente.

Luego de que los diputados debatieron, votaron el dictamen: 360 votos a favor, 137 en contra y dos abstenciones. Mucha gente había seguido la sesión por televisión o congregada en el Zócalo. Algunos lloraron enfurecidos cuando se dio a conocer el resultado. “Era una burla para cientos de miles —escribió José Agustín Ortiz Pinchetti, ex mano derecha de López Obrador. Y vino una especie de retroceso. Cuando vi estas escenas en la noche en la televisión, me acordé del verso de Paz sobre el pueblo después de la matanza del 68… ‘es un tigre que se repliega para saltar’”.

López Obrador se refugió en su casa de Copilco, esperando que se ordenara su detención. “Esos días los viví con mis hijos con mucha intensidad —escribió—, fueron momentos llenos de emotividad y sentimientos.” Las calles alrededor de su casa se llenaron de gente. Había rezos, pancartas y grupos musicales. Los colaboradores visitaban a López Obrador en su exilio domiciliario. Iban en busca de instrucciones, pero también de liderazgo y de una renovada sensación de optimismo.

En el interior del gobierno, del partido y del equipo coordinador de la campaña a favor de López Obrador, el asunto se vivía como una épica. El jefe de Gobierno era el líder que se enfrentaba a los poderes establecidos, a la alianza entre el PRI y el pan para sacarlo de la contienda y socavar la democracia. La prensa y los simpatizantes del tabasqueño estaban también enganchados por el suspenso de la trama: ¿terminaría o no López Obrador en la cárcel?

Manifestación en el Zócalo que exigía la verificación de los votos de las elecciones presidenciales de 2006. Fotografía vía wikipedia commons

En la mañana del domingo 24 de abril era evidente que la marcha iba a superar todas las expectativas. La gente comenzó a congregarse desde temprano y a caminar por el Paseo de la Reforma, superando a la vanguardia que comenzaría a marchar desde el Museo de Antropología. López Obrador se presentó en el Ángel de la Independencia para hablar ante los que estaban allí congregados y luego tomó un auto que lo llevó al Zócalo, donde se habían reunido ya cientos de miles de personas. López Obrador tomó la palabra: habló en tono moderado, aprovechó para plantear de nuevo su programa de gobierno y decir que legalmente seguía siendo jefe de Gobierno y que reasumiría al día siguiente el cargo, lo que despertó una sonora ovación. A pesar de que López Obrador se retiró, la gente siguió inundando durante las horas siguientes el Paseo de la Reforma, la Avenida Juárez y el Zócalo. Fue ampliamente estimada como la marcha más numerosa en la historia de México.

El presidente Fox finalmente se dio cuenta de que el asunto del desafuero lo había desbordado. Sus asesores recomendaron echar marcha atrás y la noche del 27 de abril leyó un discurso en la televisión en el que anunció que aceptaba la renuncia del procurador Rafael Macedo de la Concha y, como presidente de un país democrático, no le impediría a nadie que se presentara a la contienda electoral.

La analista política Denise Dresser escribió unos días después: “Todos aquellos que han intentado frenar a López Obrador se han convertido en cómplices de una autodestrucción anunciada. Desactivaron una bomba que iba a dañar el país. Ahora han armado una que les explotará en las manos”.

FIGURA EN LOS EXTREMOS

El episodio del desafuero muestra que Andrés Manuel López Obrador es un personaje único en la historia de México, la gura más controvertida de la política mexicana del nuevo milenio. Encarna una extraña mezcla de luchador social, líder político y hábil administrador que es muy rara en nuestro país, y su paso como jefe de Gobierno de la Ciudad de México nos da una ventana hacia este fenómeno.

Fue un gobierno con hitos en política social, finanzas públicas y desarrollo económico que realizó obras públicas importantes. También fue un gobierno que se negó a acatar las leyes de transparencia e impulsó los segundos pisos del Anillo Periférico, favoreciendo a un porcentaje mínimo de la población; fue un gobierno muy conservador en materia de derechos reproductivos y diversidad sexual, dos banderas de la izquierda que López Obrador no enarbola debido, tal vez, a sus creencias religiosas. En varias ocasiones confundió reclamos legítimos de los capitalinos, como detener una ola de secuestros, con ataques de sus enemigos, y su discurso sobre “la mafia en el poder” sin duda asustó a las clases medias y altas de la ciudad, y polarizó la discusión pública entre opositores y seguidores del líder.

México DF, 11 de junio de 2003. El Presidente Vicente Fox, acompañado Andrés Manuel López Obrador, Jefe de Gobierno del DF y de Arturo Montiel, Gobernador del Estado de México. Fotografía vía Wikipedia Commons.

Desde la capital, López Obrador creó una base de poder político independiente, como ningún regente anterior. Por eso (y por sus ambiciones a la Presidencia) su periodo estuvo marcado por el constante enfrentamiento con sus enemigos: el presidente Fox, el ex presidente Carlos Salinas de Gortari y los partidarios de Acción Nacional y el Revolucionario Institucional. Esta batalla tuvo un efecto doble sobre la gura de López Obrador: para algunos, se convirtió en el cínico izquierdista que estaba rodeado de gente corrupta y sentía poco apego por la ley; para otros, se volvió una gura épica, que se enfrentaba a una oligarquía corrupta que se quería perpetuar en el poder.

Esta bipolaridad lo ha acompañado durante su carrera política y tiene un correlato en los libros que se han escrito sobre el periodo.

Ningún otro tramo de la vida política de López Obrador está tan registrado y estudiado. Existen valiosas memorias sobre su gestión como jefe de Gobierno; reflexiones de tradición liberal en contra del político de izquierda; además de los volúmenes publicados durante su primera campaña a la Presidencia, en 2006, para argumentar a favor o en contra.

Pero una de las mejores fuentes para entender el paso de López Obrador por la Ciudad de México son los libros que él mismo escribió. El tabasqueño es un caso raro porque tiene una producción literaria abundante. Aunque poco interesado por los viajes y los idiomas extranjeros, es conocida su afición por la lectura y la historia (sus primeros dos libros tratan sobre la historia política de Tabasco del siglo xix) y muchas de las ideas que puso en práctica en la ciudad —e incluso enarbola ahora— ya estaban esbozadas por su propia pluma.

La producción literaria de López Obrador es al mismo tiempo programática y biográfica y, en algunos volúmenes, ambas intenciones se combinan. En su veta programática, expone sus ideas sobre la importancia de devolverle al Estado un papel en la conducción de la economía, el fortalecimiento del mercado interno y la disminución de la desigualdad; habla de la movilización social como arma de negociación; traza una política social que pone especial atención a grupos vulnerables, como los viejos y las madres solteras; muestra sus nociones de la historia de México en las que la República Restaurada y el cardenismo desempeñan el papel de faros políticos, y enseña su preocupación sobre la corrupción, capturada por un pequeño grupo de políticos y empresarios que se han coludido. López Obrador se propone, en última instancia, como la esperanza para la regeneración política de México.

Andres Manuel Lopez Obrador en campaña en Guadalajara, Jalisco. Fotografía de David Agren vía Flickr

En su veta biográfica, sus libros cuentan su experiencia como discípulo del poeta Carlos Pellicer, delegado del Instituto Nacional Indigenista de su estado, coordinador de campaña de Enrique González Pedrero para la gubernatura de Tabasco y líder del PRI local, de donde es removido por crear comités de base independientes a las estructuras tradicionales del partido.

A mediados de los ochenta, López Obrador se mudó a la capital y trabajó en el Instituto Nacional del Consumidor, periodo que también le sirvió para escribir sus primeros libros. Cuando en 1988 Cuauhtémoc Cárdenas fundó la Corriente Democrática Nacional dentro del PRI, contra la candidatura de Carlos Salinas, López Obrador se unió al movimiento que desembocó en la fundación del PRD. Muy pronto se convirtió en el presidente del partido en Tabasco. Tras las controvertidas elecciones municipales de 1991, emprendió una serie de protestas que convergieron en un Éxodo por la Democracia, una gran movilización que recorrió el país, duró dos meses y terminó en la Ciudad de México, donde López Obrador pudo negociar con el secretario de Gobernación, un hombre de mano dura, los triunfos en algunos municipios.

En 1994 se lanzó por segunda vez como candidato a la gubernatura de Tabasco. Fueron unas elecciones muy ríspidas. Su contrincante —el priista Roberto Madrazo— ganó, pero López Obrador lo acusó de rebasar por mucho los límites de los gastos de campaña, además de denunciar irregularidades conspicuas en el conteo de los votos. De nuevo, movilizó a sus simpatizantes: organizó un plantón en la plaza principal de Tabasco y una nueva caravana, que lo convirtió en una gura política nacional.

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López Obrador ganó la presidencia del PRD en las elecciones internas de 1996. Su paso por el partido estuvo coronado por varios éxitos. Tras las elecciones de medio periodo en 1997, el PRD llevó a Cuauhtémoc Cárdenas a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Más tarde, el partido ganó las gubernaturas de Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur, haciendo alianzas con ex priistas que se pasaron a las del Sol Azteca. Al mismo tiempo, desempeñó el papel de gran opositor a la política de rescate bancario promovida por el presidente Ernesto Zedillo para salvar al sistema financiero luego de la crisis económica de 1994. López Obrador señalaba que la medida beneficiaba a los poderosos y había comprometido la economía de millones de mexicanos.

Todas estas experiencias están recogidas en sus libros: Entre la historia y la esperanza: corrupción y lucha democrática en Tabasco (Grijalbo, México, 1996) y Fobaproa: expediente abierto (Grijalbo, México, 1999), así como en un par de tomos que publicó después de que se hizo jefe de Gobierno: Un proyecto alternativo de nación (Grijalbo, México, 2004) y La mafia nos robó la Presidencia (Grijalbo, México, 2007). En ellos se pinta como un hombre que ha debido enfrentar la corrupción y los embates de la clase política del país, que ha sabido hacer oposición y doblar la voluntad de los poderosos por medio de grandes movilizaciones; un político austero, al que no le interesa el dinero, a la hora de hacer gobierno o ganar elecciones, preocupado por la cuestión social, que acompaña al pueblo en sus causas y defiende los principios morales derivados de episodios clave de la historia de México; el líder, que le devolvería al país el rumbo que ha perdido. La ciudad habría sido el primer laboratorio de su proyecto.

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