A pesar del misterio que rodea su figura llega a los 85 años como un emblema de las letras.
De Gabriel Zaid se sabe mucho. Se sabe que sus padres eran un par de inmigrantes palestinos que llegaron a México en las primeras décadas del siglo XX; que fue aceptado a temprana edad como poeta por figuras como Pellicer, Reyes o Novo; que se casó con la pintora polaca Basia Batorska y que actualmente colabora en medios como Letras libres y Contenido.
Sin embargo, a pesar de todo el reconocimiento e importancia que el poeta y escritor de 85 años tiene en el círculo intelectual mexicano, la figura de Zaid permanece como un enigma. Pocos saben cómo luce en el día a día, cómo se conduce con la gente, como actúa uno de los pensadores más reconocidos del país.
Gabriel Zaid Giacoman, nacido el 24 de enero de 1934 en Monterrey, Nuevo León, comenzó su vida pública a los 16 años, cuando estrenó la obra en verso El sainete, en el teatro Rex (antes Teatro Juárez). Ese mismo año, Zaid publicó el texto Le Temps perdú, en la Alianza Francesa Regiomontana, donde estudiaba. A los 18 debutó como crítico teatral para la revista estudiantil El Borrego de la Sociedad de Alumnos del Instituto Tecnológico de Monterrey, donde estudiaba la ingeniería en mecánica administrativa. A partir de su columna, llamada Teatroviendo, Zaid comenzó a manifestar un genuino interés por la escritura, la crítica y el análisis de la sociedad. Sin embargo, quizá uno de los mayores intereses que surgieron durante su adolescencia fue el amor por la poesía, aquel género que había conocido en sus primeras lecturas y que ahora, tenía toda su atención.
En 1954, a un año de graduarse de la escuela, el joven Zaid participó en los Juegos Florales de Tehuacán –certamen literario avalado por algunos de los nombres más importantes de la lengua española–, con el poema Encuentro entre Narciso y Ariadna. El joven poeta fue reconocido con el accésit, el segundo premio más importante de los juegos, por Alfonso Reyes, Carlos Pellicer y Salvador Novo, quienes conformaban el jurado. Desde entonces, el nombre de Gabriel Zaid comenzó a ser un referente dentro de la literatura mexicana. Tras titularse como ingeniero, con la tesis Organización de la manufactura en talleres de impresión para la industria del libro en México, Zaid comenzó a trabajar en editoriales e imprentas, supervisando la publicación de textos. Años después, en 1958, se trasladó a la Ciudad de México.
Ya en la capital del país Zaid comenzó a tomar un rol más importante dentro de la escena literaria y de librepensadores del país. Consultó y editó directorios especializados, patrocinó una librería especializada en textos católicos y publicó La poesía, fundamento de la ciudad (1963). Después de los conflictos estudiantiles de 1968, Zaid publicó en el suplemento La cultura en México una serie de columnas en donde hacía una revisión del comportamiento del poder y su responsabilidad en el ánimo social del país, así como criticaba la actitud de ciertos intelectuales que habían decidido ocultarse o incluso respaldar al Ejecutivo después de hechos como la matanza de Tlatelolco o el Halconazo.
En 1972, cuando Carlos Fuentes declaró que no apoyar al presidente Luis Echeverría era un «crimen histórico», Zaid le respondió con sólo una línea: «El único criminal histórico es Luis Echeverría«. Ante la negativa del editor del suplemento de publicar la respuesta, el escritor renunció y encontró un nuevo espacio en la revista Plural, editada por Octavio Paz dentro del periódico Excélsior, en ese entonces liderado por Julio Scherer. Paz, que había simpatizado con Zaid en sus tiempos de poeta, había escrito el prólogo del libro de poesía «Seguimiento», editado en 1964 por el Fondo de Cultura Económica; desde entonces mantenían una relación de respeto y colaboración.
Ese mismo año, Zaid fue reconocido con el premio Xavier Villaurrutia por el ensayo Leer poesía. Dos años después recibió una mención honorífica del Premio Banamex de Economía por El progreso improductivo sobre desarrollo económico en México. En 1984 fue seleccionado por El Colegio Nacional, donde rindió homenaje a Daniel Cosío Villegas. En 1986, la Academia Mexicana de la Lengua lo eligió como su nuevo miembro. Además consagró su carrera como poeta y ensayista, publicando los textos Cómo leer en bicicleta (1975); El progreso improductivo (1979); La feria del progreso (1982); La poesía en la práctica (1985); La economía presidencial (1987); De los libros al poder (1988); Adiós al PRI (1995); Empresarios oprimidos (2009); Dinero para la cultura (2013); Cronología del progreso (2016) y Mil palabras (2018), entre otros. Reloj de sol (1995), es quizá su obra poética más importante y reconocida.
A pesar de su importancia y constante vigencia, Gabriel Zaid sigue huyendo de las cámaras. Según su amigo (y editor en Letras Libres) Enrique Krauze, a Zaid no le gusta dar entrevistas, ni hablar sobre él con extraños. En las pocas veces que ha sido capturado, el escritor responde con la agresividad de una persona a la que le han violado su meticulosa privacidad. En 1993, Gabriel Zaid apareció sorpresivamente en la portada de la revista Mira. Lo hizo en una foto de Pedro Valtierra, en la que se le veía hablando con Carlos Fuentes, un escritor al que había condenado en repetidas ocasiones. Zaid respondió demandando a la publicación por mil millones de viejos pesos (un aproximado de un millón, actualmente) y exigió una disculpa pública. El hecho no avanzó, pero Zaid dejó en claro que no quería que su imagen y privacidad fueran vendidas.
Aún con el paso de los años y su creciente importancia, Zaid no ha claudicado en su necesidad de guardar su imagen. Desde el anonimato, Gabriel Zaid se conduce con la libertad que necesita una persona que ha logrado capturar el pulso social, político y cultural de México desde mediados del siglo pasado.
***
Más en Gatopardo:
Las dos vidas de Camilo José Cela
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.