Tiempo de lectura: 6 minutosEl historiador del arte John Berger planteó que los humanos y los animales, a falta de un lenguaje común entre ellos, entablan vidas paralelas, y de este modo se crea un tipo peculiar de compañía que “responde a la soledad del hombre en tanto especie” (¿Por qué mirar a los animales?, 1980). Recientemente, la exposición La historia que nos une. Animales de compañía en el arte, en el Museo Nacional de San Carlos, nos invita a pensar en las interacciones que tenemos con ciertas especies.
Hay indicios de esa relación de compañía entre los humanos y los animales en el arte más antiguo. En contra de la concepción generalizada sobre la pintura rupestre –a saber, que se limitó a mostrar a los humanos cazando animales, o bien, que representó a éstos en ambientes salvajes–, lo cierto es que desde entonces existían avisos de su coexistencia. “Cuando pensamos en el arte en las cavernas y ese tipo de expresiones artísticas solemos suponer que únicamente se representaban escenas de caza, donde una bestia era cazada por el hombre pero, en realidad, –y esto es fascinante– ya encontramos animales domésticos dentro de esas primeras representaciones”, dice Veka Duncan, historiadora del arte. El ejemplo más remoto está en el arte rupestre de Arabia Saudita, que data de hace ocho mil años, donde es posible observar a perros con correa que asisten a los humanos en la cacería, lo que también muestra diferencias en nuestra interacción con distintas especies.
Aunque el repaso de los animales en el arte desde la prehistoria hasta la actualidad es inagotable, existen aspectos cruciales que permiten vislumbrar la metamorfosis de los vínculos de la humanidad con ellos. Los rasgos alegóricos que se les atribuyen a los animales desde la prehistoria son uno de esos aspectos. De acuerdo con John Berger, la motivación para la domesticación de animales superó las necesidades básicas –como obtener leche o carne de las vacas– y respondió a las interpretaciones mágicas, adivinatorias y sacrificiales que se les asignaron. Un ejemplo son las pinturas de animales en las cavernas que tenían como propósito lograr que la cacería fuera exitosa.
“Los animales siempre nos han ayudado a describir cosas muy complejas”, comenta Veka Duncan a Gatopardo sobre esos sentidos alegóricos. Como ejemplo paradigmático, Duncan se refiere al arte funerario egipcio sobre Anubis, una deidad con características caninas que durante más de tres milenios (desde el siglo XXXII a. C. hasta el siglo VI d. C.) terció el entendimiento de nociones abstractas e inmateriales como la vida después de la muerte, el inframundo, la regeneración, la conservación eterna y la fertilidad. La historiadora explica que estas interpretaciones también permitieron pensar a los animales como seres complejos que muestran emociones que los humanos experimentan.
Joseph Caraud, «El abad complaciente», 1877. Óleo sobre tela. Colección Pérez Simón. Cortesía del Museo Nacional de San Carlos.
La migración fuera de los ambientes externos y más allá de un fin utilitario hacia los espacios interiores íntimos y familiares comenzó a germinar en el Renacimiento, pero fue en el Barroco cuando se concretó esa mudanza de los animales en el arte. “En el Barroco se da un cambio muy importante que tiene que ver con la reforma protestante de 1517. Cambia la concepción de lo que puede ser representado en el arte y lo que no. Cuando los protestantes no pueden representar escenas bíblicas, a Dios o a Jesús, se vuelven frecuentes y muy importantes las escenas costumbristas, es decir, la gente en situaciones cotidianas”, explica Veka Duncan. “A partir de este momento y cada vez más, los animales van a formar parte de la familia; ya no los vamos a ver sólo como animales que tienen un uso o que son representados de manera alegórica, sino que serán retratados con sus dueños”.
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A pesar de este cambio, Duncan afirma que, tanto en el arte como en la vida, las especies utilitarias y las de compañía no estaban separadas por completo, sino que convivían en un mismo entorno. “Hay obras en las que se retrata un animal para uso rudo, de carga, como las mulas y los caballos que no tienen una relación precisamente íntima o doméstica con los seres humanos, y a la vez podemos encontrar en la misma obra que los campesinos que hacen el arado tienen a un perro a su lado, que sí forma parte de un entorno doméstico”.
Acerca de la exposición sobre los animales de compañía en el arte, que abarca desde el XVIII hasta el XX, Mariano Meza Marroquín, curador de las más de noventa obras que se pueden ver en el Museo Nacional de San Carlos, reconoce en la domesticación y, particularmente, en la transición de la utilidad al compañerismo uno de los ejes más importantes para mostrar las variaciones en este tema histórico y artístico.
Cesare Agostino Detti, Nupcias, 1879, Óleo sobre tela. Cortesía del Museo Nacional de San Carlos, INBAL.
Cuando las personas pertenecientes a la aristocracia, en los siglos XVI y XVII, comenzaron a retratarse con sus animales, el significado de estos dejó de ligarse a lo alegórico y cobró la función de marcar distinciones entre las clases sociales. En una de las mamparas de la exposición se encuentra la obra Nupcias, realizada en 1879 por el pintor italiano Cesare Agostino Detti, reconocido por sus cuadros románticos y de género histórico. En este óleo sobre tela retrató una boda de sociedad en la que se pueden observar perros galgos que acompañan a la familia en las opulentas celebraciones. “Son una reminiscencia del legado y una declaración del linaje de la familia. Tienen mucho porte, están cuidando a los familiares y eso nos habla de cómo la raza de los animales ha estado ligada al estatus social”, desarrolla Marroquín en entrevista con Gatopardo.
Tanto las razas y las especies de los animales como los entornos marcaron, en esa época y en otras, la pertenencia de las personas a distintos grupos sociales. “Normalmente vemos animales en entornos domésticos, retratados como un personaje de la familia, en obras de arte comisionadas por la élite”, explica Veka Duncan; “cuando vemos animales utilitarios en contextos rurales y animales domésticos en escenas costumbristas usualmente se trata de representaciones de la clase trabajadora”. Dentro de la exposición del Museo Nacional de San Carlos se pueden encontrar ejemplos de ello, como el óleo sobre tela Escena costumbrista holandesa, del siglo XVIII y de autoría anónima, que retrata a una mujer rodeada de cuatro infantes quejumbrosos que visten ropajes modestos. Es notable la condición social baja de la familia, acompañada por un perro mestizo echado en el suelo de la pequeña casa y un gato que se pasea entre las piernas de un bebé.
Autor no identificado, Escena costumbrista holandesa, siglo XVIII. Óleo sobre tela. Cortesía del Museo Nacional de San Carlos, INBAL.
Hacia el siglo XX los animales en el arte cobraron otra relevancia e incluso influyeron de manera sustancial en la obra de varios artistas. “La humanidad comienza a entender a los animales desde otras perspectivas, que tienen que ver con la ideología de la época”, afirma el curador Mariano Meza. Existen casos sumamente ilustrativos, como el de Remedios Varo, quien pintó cuadros que respondían a su devoción por los gatos, o el de Nahui Ollin, quien no sólo los representó pictóricamente sino que también les escribió poemas, o el de Pierre Bonnard, que encontraba la manera de camuflar un perro en sus pinturas.
Federico Andreotti, Jugando en el campo, s. XIX. Óleo sobre tela. Museo Nacional de San Carlos, INBAL.
Sin embargo, “cuando hablamos de cómo el ser humano ha avanzado, de cómo hemos tomado conciencia, pocas veces nos damos cuenta de que hay aspectos en los que no hemos avanzado nada y uno de ellos es que tenemos ciertas creencias respecto a los animales y sus razas”, dice el curador de San Carlos. Estos atavismos desatan prácticas nocivas, como los criaderos de animales, con el fin de satisfacer la demanda de gatos y perros de cierto linaje.
En la actualidad, los animales en el arte muestran estos asuntos. “Hay artistas que plantean una labor que se podría llamar de denuncia a través de su obra sobre cuestiones de maltrato animal o la crisis climática, por la cual los animales están perdiendo su hábitat”, subraya Veka Duncan. “Los artistas, metafórica y literalmente, nos ponen los ojos y la mirada en temas que a veces no queremos ver o no queremos confrontar, temas que pueden ser incómodos para la sociedad”.
Y eso no sólo ocurre en nuestros tiempos. Un antecedente importante es la serie de grabados Las cuatro etapas de la crueldad (1751), de William Hogarth: se trata de un retrato de la barbarie humana, de la que los animales también son víctimas. Como ejemplo contemporáneo, Veka Duncan reconoce la obra de Banksy entre las que mayor repercusión han tenido en el problema del maltrato animal. En 2013 el grafitero británico realizo un performance titulado Sirens of the Lambs: un camión con la etiqueta «Farm Fresh Meats», cargado de enternecedores títeres de animales que emitían un chillido doloroso, recorrió durante varios días las calles de Nueva York. La industria de la carne animal destinada al consumo humano es, indudablemente, uno de los peores problemas que tenemos. Nuestra crueldad y nuestro voraz consumo están liquidando a millones de animales y seres vivos.
La muestra La historia que nos une. Animales de compañía en el arte podrá verse en el Museo Nacional de San Carlos hasta el 20 de marzo de 2022.