Tiempo de lectura: 5 minutosEl 11 de agosto de 2021 pasó algo peculiar en el mundo de las presentaciones de libros: para dar a conocer Las Elegantes, el volumen que compila la obra de una generación perdida de escritoras mexicanas, se soltaron no sólo acusaciones en contra de la antologadora e investigadora Didí Gutiérrez (Ciudad de México, 1983), sino que incluso se puso en duda la existencia de las autoras compiladas. ¿Por qué no sabíamos nada de Wendy Tienda, creadora de la novela diabética, o de Alí Boites, autora de la trilogía policiaca Muerte en el Cerro de la Estrella, Muerte en el Cerro del Tepozteco y Muerte en el Cerro de las Campanas? ¿Por qué Fidelia Astorga, de quien se decía que había recibido elogios de Octavio Paz, no aparecía en los índices onomásticos de sus obras completas? Y más intrigante aún: ¿Por qué Google no consignaba el más pequeño comentario –vamos, ni en una página abandonada de MSN Spaces– sobre Julia Méndez o Roberta Marentes?
La sensación de que todo era un fraude había puesto incómodos a los organizadores, en particular, cuando una de las presentadoras anunció a última hora que no participaría. El muro de Facebook de la editorial Paraíso Perdido, que estaba transmitiendo en vivo, se llenó de comentarios incluso más desconcertantes: alguien del público señaló que una de las primeras traducciones que se hicieron en México de Ursula K. Le Guin había salido firmada con las iniciales “L. E.” (¿Las Elegantes?) sin algún otro dato sobre su procedencia; un escritor aseguraba haber leído los relatos de Las Elegantes en los ochenta, cuando él mismo comenzaba su carrera; cierta oyente insistía en que había encontrado el “Manifiesto Elegante” en una librería de viejo y no faltó quien pidiera escribir aquellas revelaciones de una vez en formato APA para aprovechar la información. La duda inicial, poco a poco, se transformó en un debate sobre las fronteras entre la imaginación y la investigación académica. ¿Cuántos de los escritores rescatados a últimas fechas no eran en realidad una proyección de quienes investigaban sobre ellos? ¿Era de verdad estrictamente necesario que los autores existieran antes de aparecer en una antología? Hace un par de años, por ejemplo, yo había leído un selección de poesía campechana y, como no conocía a nadie a pesar de haber vivido treinta años en aquel estado, me quedó la duda de si todos esos poetas –o al menos un 30%– se los había inventado la Secretaría de Cultura de Campeche.
CONTINUAR LEYENDO
De acuerdo con el prólogo del libro, Las Elegantes fue un grupo surgido alrededor de la poeta uruguaya Leonor Enciso, que a inicios de los ochenta se estableció en la Ciudad de México. Aunque ninguna había publicado nada antes, las diez jóvenes que acudieron al taller acordaron escribir, cada una, una historia situada en Las Bonitas, un poblado ficticio del sureste mexicano de clima lluvioso y calles con nombres de cuerpos geométricos. Según el quinto postulado del “Manifiesto elegante”, que Gutiérrez tuvo a bien incluir en la antología en forma de hoja suelta –por lo que puede aparecerse en cualquier momento de la lectura–, Las Elegantes buscaban la posteridad “a partir de un solo libro compuesto por nuestros cuentos dispuestos en el orden conveniente a lo que será la gran novela total, lo que sea que eso signifique”.
Hay, pues, dos maneras de leer Las Elegantes: como una compilación literaria de dudosa veracidad y como una novela escrita desde múltiples puntos de vista. Me gusta más la primera, no sólo porque plantea penetrantes dudas acerca de la relación entre los escritores y sus obras, sino porque supone un necesario cuestionamiento sobre la idea misma de autoría. Desde hace algunos años ha florecido el deber, en las carreras de letras, de acercarse a cualquier obra de ficción como un ente autónomo, alejado hasta donde sea posible de los autores reales. Los relatos no son trasuntos de la vida de quienes los escriben, nos han dicho, sino artefactos estéticos que pueden soportar lecturas formalistas, lacanianas, marxistas, poscoloniales, feministas de tercera y cuarta ola, pero no biográficas, por el amor de Dios. Las Elegantes pone en entredicho esta noción (y a la vez, no), porque los relatos que componen el volumen arrojan más dudas que certezas sobre las autoras que supuestamente los escribieron y logran que no sea posible separar vida y obra. ¿Quiénes son Roberta Marentes, Susana Miranda, Aurora Montesinos, Fidelia Astorga, Alí Boites, Tania Hinojosa, Nora Centeno y Wendy Tienda?, ¿es posible vislumbrar algo de sus personalidades y preocupaciones a través de los relatos de esta compilación? Antecedidos por concisas fichas biográficas y por breves explicaciones por parte de Didí Gutiérrez sobre cómo consiguió cada uno de los textos, los cuentos de Las Elegantes son algo más que ejercicios narrativos perdidos en las tinieblas de cuarenta años que, una vez recuperados, han servido para leer la historia literaria con otros ojos. En su exploración de géneros que no tienen nada que ver entre sí, Las Elegantes alimenta nuestra curiosidad por estas diez autoras que tomaron de la ciencia ficción al cuento infantil, de las historias de detectives a la picaresca escatológica, las herramientas para plasmar sus obsesiones. De ahí que cada relato sugiera una manera única y personal de ajustar cuentas con diez vidas que desconocemos, pero sobre las que queremos saber cada vez más.
El primer cuento del libro –“Buenas noches”, de Wendy Tienda– es lo que podríamos llamar “realismo de taller literario”: una crónica de las tensiones entre el tutor y los jóvenes escritores que no saben cómo manejar la llegada de un alumno ciego. El segundo –“Topo”, de Susana Miranda– aborda las inseguridades de un guionista que monta un drama cuando su novia deja olvidado el celular en la casa. En ambos casos, se trata de registros próximos a quien escribe: prosa directa, escenarios cotidianos, una realidad apenas disfrazada. Sin embargo, conforme avanzan los relatos, los recursos, los personajes y el uso de géneros van haciéndose cada vez más extravagantes: en “Arcoíris en un cielo de tela”, de Roberta Marentes, una artista crea obras desprendiendo partes de su cuerpo y en “Domicilio conocido”, de Nora Centeno, un ejército del futuro destruye Las Bonitas y emprende la búsqueda del último de sus sobrevivientes. Todo el tiempo el lector tiene la sensación de que la naturaleza de estas piezas es desbordarse y exigir alguna clave fuera del relato: en el Manifiesto Elegante, en las escrupulosas anotaciones de Gutiérrez o en la vida que podamos imaginar de cada autora.
Esa idea de que la ficción puede expandirse más allá de las palabras que la contienen parece corroborarse con los performances que han acompañado al libro de Las Elegantes. Además de la presentación que comenté al inicio, en donde el público y las participantes crearon una zona gris que combinaba realidad e invención, Didí Gutiérrez convocó para fines de noviembre un simposio virtual sobre el grupo. Cualquiera puede participar desde la disciplina artística que se le antoje, lo cual significa que está en posibilidades de modificar la biografía de Fidelia Astorga y Alí Boites, la obra de Aurora Montesinos y Wendy Tienda o, si se despierta esa mañana en un plan muy ambicioso, reescribir la mismísima historia de la literatura mexicana. ¿Nuevos datos sobre Las Elegantes que desmientan lo que dice el libro de Gutiérrez? Bienvenidos. ¿Chismes, papers, lecturas de tarot, fotografías borrosas, cartas a medio quemar, el cuento perdido de Susana Miranda? Pase usted, por favor.
Las Elegantes
Didí Gutiérrez
Paraíso Perdido
Guadalajara, 2021, 130 pp.