Aunque Goldberger incurre en el error anglosajón de hablar de lo “americano” para referirse exclusivamente a las ciudades estadounidenses, buena parte de la historia moderna de las ciudades del continente reside en la tensión misma entre la inmensidad de los espacios, sus funciones y su propósito. Sobre esto último, para el arquitecto mexicano Alonso de Garay (Ciudad de México, 1978), egresado de la Universidad Anáhuac y fundador de Taller ADG —una oficina enfocada sobre todo a proyectos residenciales, pero que, por su alto rigor arquitectónico, ha extrapolado su oficio a los públicos—, “las grandes ciudades se hicieron pensando en los siguientes siglos, no en las siguientes elecciones, sino en hacer ciudades para toda la historia”, dice De Garay.
Estadio Alfredo Harp Helú se encuentra en una zona de la Ciudad de México que ha visto una saturación de equipamiento y sus urbanos. Fotografía de Estadio Alfredo Harp Helú (@harpestadio).
Taller ADG comenzó sus actividades en 2012, y aunque la mayoría de sus proyectos se abocan a la escala residencial, tanto urbana como rural, es importante hacer hincapié en su participación en el proyecto de un estadio de béisbol. No solo por la corta edad de su firma, sino porque la prueba de fuego del oficio arquitectónico es intervenir con éxito el espacio público. De Garay y su firma colaboraron con FGP Atelier, del arquitecto Francisco González Pulido, para el diseño y la construcción del Estadio Alfredo Harp Helú, inaugurado en 2019 al oriente de la Ciudad de México, con el cual concluyó un peregrinaje que atañó por varias décadas a los Diablos Rojos del México, equipo que tenía siempre que moverse de sede en sede. Al situarse en la Ciudad Deportiva, una zona de la capital que ha visto una saturación de equipamiento y usos urbanos en los últimos treinta años, colindando con las dos terminales del aeropuerto internacional, y al ser un área necesitada de espacio público, un proyecto como el del estadio está obligado a servir otras necesidades, más allá de la deportiva. Cualquier intervención corrige de inmediato la falta de espacio.
“El estadio no se hizo para que los Diablos jueguen los siguientes diez años”, dice De Garay, sino pensando en algo más trascendental: que garantizara su longevidad como espacio público. Pensado para albergar un ambicioso aforo de más de veinte mil espectadores, el estadio fue bautizado como el “Diamante de Fuego”, por tratarse de la nueva sede del equipo, y su construcción fue financiada principalmente con el apoyo del empresario que da nombre al inmueble, Alfredo Harp Helú, quien se cuenta entre los grandes filántropos del país y principales promotores del béisbol. Con un costo aproximado de tres mil millones de pesos, sus cubiertas de politetrafluoroetileno son una de las pruebas fehacientes de que se trata de un proyecto que rebosa de buena calidad constructiva. Este material, de membranas elaboradas a base de componentes químicos, se ha convertido en el distintivo del equipamiento deportivo contemporáneo del mundo, porque al poseer gran resistencia y requerir bajo mantenimiento, las construcciones se desmarcan de las obras monolíticas que hacían (y hacen) uso indiscriminado de formas constructivas dañinas para el ambiente.
El Estadio Alfredo Harp Helú cuenta con un museo, áreas y plazas que funcionan como espacios de encuentro. Fotografía de Estadio Alfredo Harp Helú (@harpestadio).
Otras bondades espaciales son algunas de las rejas perimetrales del estadio, obra de Francisco Toledo, una de las últimas intervenciones del artista oaxaqueño en edificios públicos, y también cuenta con trabajos de los oaxaqueños Sergio Hernández, Amador Montes, Demián Flores y Sabino Guisu. Quizás la mayor virtud y testimonio de la forma flexible y acertada de concebir el proyecto reside en cómo los alrededores del estadio se vuelven estratégicos para su uso. Además de contar con un museo, las áreas cubiertas y las plazas funcionan como lugares para comercio o solo como espacios de encuentro. Esta característica comparte una visión general del arquitecto: “La parte de la banqueta es la más importante, la planta baja es el contacto con la ciudad, y si nosotros únicamente ponemos un muro y una puerta para coches, automáticamente nos cerramos al entorno. Quienes tenemos la responsabilidad de hacer edificios, tenemos la responsabilidad de no ir sofocando a las ciudades”, dice. De modo que la existencia del estadio sienta un precedente de calidad sobre cómo hacer espacios deportivos de manera responsable. Al mencionar el trayecto de los edificios públicos construidos en los últimos cincuenta años, De Garay reconoce que buena parte de la modernidad mexicana se erigió sobre buenos cimientos ideológicos y constructivos, pero el legado de esa forma de concebir proyectos se encuentra en entredicho: “Se hizo por grandes arquitectos y con buena arquitectura, involucrando a los artistas de su momento, grandes murales, grandes plazas. La cosa iba bien, y de repente la obra pública se convirtió en un tema electoral”.
El rigor con el que Taller ADG aborda su labor no se limita a trabajos con un presupuesto tan generoso como el del estadio de los Diablos Rojos. Para el arquitecto, todo reside en el acto de pensar bien los proyectos: “La calidad no es necesariamente igual al presupuesto. Creo que la calidad tiene mucho más que ver con hacer las cosas bien pensadas, con conocer, hacer proyectos que tengan pies y cabeza, sean sensatos, con fondo, y no sea solo estar cumpliendo un capricho estético. En arquitectura, la calidad es espacial, y acaba siendo un tema más filosófico que de presupuesto”.
Las rejas perimetrales del Estadio Alfredo Harp Helú, obra de Francisco Toledo, una de sus últimas intervenciones en edificios públicos. Fotografía de Estadio Alfredo Harp Helú (@harpestadio).
Retomando la cita de Ballpark, el estadio de béisbol es un trozo de ciudad que sirve para conciliar dos mundos distintos: “El cuadro interior del campo es el mundo urbano, de dimensiones rígidas, líneas rectas y acción frecuente; los jardines son el mundo rural de campo abierto, fácil, tierra en expansión, silencioso excepto por un momento ocasional de actividad. Para que el juego sea exitoso, ambos mundos deben funcionar en armonía. En el estadio de béisbol, lo urbano y lo rural se convierten en uno solo”. Con el advenimiento del béisbol como un deporte nacional prácticamente oficializado, y en la medida en que comienza a desdoblarse el regreso de la vida pública y las actividades masivas en las ciudades, el equipamiento deportivo forma parte de la conversación sobre el propósito del gasto público y su calidad en nuestro país, pues una vez cubiertas las necesidades básicas de salud, las ciudades tienen la necesidad —por no decir el derecho— de esparcimiento y recreación. En su trabajo Deporte y ocio en el proceso de la civilización, los sociólogos Norbert Elias y Eric Dunning explican cómo el deporte y los eventos masivos profundizan la vida urbana: “Subvenir a una necesidad humana de diversión y, en concreto, a la de sentir una emoción agradable que contrarreste el continuo control de los sentimientos en la vida no recreativa es una de las funciones básicas que las sociedades humanas tienen que cumplir”.
En esto concuerda Alonso de Garay, pues siempre existe un factor innegable de emoción al abordar todos sus proyectos. Tras destacar que el trabajo no solo se trata de un ejercicio presupuestario y un manejo de ambiciones, el arquitecto habla también sobre la emoción por hacer “todo lo que no he hecho” y eso no solo “aplica a un solo tipo de edificio, puede ser que haya muchos tipos, pero en ese terreno, o en esa zona, si aún no he trabajado, eso es lo que me parece emocionante, más que buscar hacer una tipología de edificio en particular. La oficina apenas tiene nueve años. Me falta mucho por aprender, yo solo reconozco mis carencias, pero traigo una curva de aprendizaje cada vez más larga, y entonces los proyectos nuevos se empiezan con más conocimiento, con más ideas”.
Estadio Alfredo Harp Helú, en la Ciudad de México. Fotografía de Estadio Alfredo Harp Helú (@harpestadio).
Este texto fue publicado en Gatopardo 221. La vida en las ciudades.
Carlos Ortega Arámburo. Mazatlán, 1986. Es arquitecto por el ITESM Ciudad de México y crítico de arquitectura. En 2015 obtuvo la beca Jóvenes Creadores del Fonca por el proyecto “Cajas de boxeo”, el cual formó parte de la Trienal de Arquitectura de Lisboa en 2019. Ha escrito para The Architectural Review, The Architects’ Journal, Pin-Up, Domus y Arquine. Actualmente dirige la oficina D-E.MX, en la Ciudad de México.