Solo 3% de las playas son accesibles para personas con discapacidad en México
Hay veinte millones de personas con discapacidad en el país, sin embargo, no hay datos oficiales sobre cuántas de ellas viajan ni en qué condiciones lo hacen. Son muy pocos los destinos de turismo incluyente, por lo tanto, estas personas pagan hasta 30% más que el resto de nosotros y, en demasiadas ocasiones, no pueden acceder a las playas; tampoco hay suficientes habitaciones de hotel adaptadas a sus necesidades ni el personal capacitado para atenderlas.
José Carlos Telleache vive desde hace un año en Cancún, rodeado de un paraíso del que solo puede ser espectador. Aunque es amante de la naturaleza y el mar caribeño, en la mayoría de los lugares turísticos a los que va, no hay accesibilidad para que entre con su silla de ruedas a las playas, las albercas y mucho menos a los cenotes de la Riviera Maya. Un accidente automovilístico lo dejó cuadripléjico hace diez años. Si por él fuera, dice, recorrería el país entero, el problema es que no todo es accesible para él ni para las 20 millones de personas con discapacidad que hay en México, donde los destinos del turismo que sí son incluyentes apenas se cuentan con los dedos de la mano. “Si no existieran barreras arquitectónicas, físicas y sociales, se borrarían los límites para mí”, dice José.
De las 440 playas que hay en México, solo catorce son incluyentes, de acuerdo con los datos del Instituto Iberoamericano de Turismo Inclusivo. La primera playa que abrazó la inclusión a nivel nacional fue Cuastecomates, Jalisco, en 2016. Desde entonces otras pocas han ido sumándose, como playa Fundadores en Quintana Roo, Progreso en Yucatán, El Coromuel en Baja California Sur o las bahías de Papanoa y playa Quieta en Guerrero. Estos destinos cuentan con sillas anfibias para que las personas con discapacidad motriz se metan al agua, zonas de palapas con rampas, guías de ubicación táctil en braille, restaurantes, hoteles y estacionamientos acondicionados para ellas.
Sin embargo, difícilmente hay señalizaciones en braille para las personas ciegas en aeropuertos, terminales de autobuses y hoteles. Lo mismo sucede con quienes son sordos. Muy pocas veces se encuentran con alguien que se comunique con ellos a través de la lengua de señas mexicana. La publicidad de los tours tampoco es accesible para la gente que no ve, no escucha o tiene alguna discapacidad intelectual. Todas estas personas son invisibles ante los ojos de la industria del turismo y el entretenimiento.
Están tan olvidadas que si quisiéramos saber cuántas personas con discapacidad viajan en México, en qué condiciones lo hacen, a qué destinos van, a cuánto asciende la derrama económica de su turismo, no sería posible averiguarlo, porque no hay ningún registro de ellos en los datos oficiales de la Secretaría de Turismo, como pudo comprobar Gatopardo en las estadísticas oficiales de la dependencia, disponibles a través de la plataforma Datatur.
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Cuando José Carlos planea sus vacaciones, lo primero que revisa —además del clima— es si en el hotel donde va a hospedarse hay alguna habitación adaptada para su silla de ruedas. No le importa si es de una, dos o cinco estrellas, pues ha visto que hasta en las más lujosas cadenas no hay ni una sola rampa para que él pueda entrar. También tiene que fijarse en si la aerolínea que eligió cuenta con lugares preferentes para personas en silla de ruedas y aparatos de movilidad asistida. Estos asientos tienen mayor espacio y permiten más libertad de movimiento. Cuando los aviones no cuentan con ellos, los clientes tienen que pagar un costo extra para asegurar un asiento confort o de clase ejecutiva, los más espaciosos y caros.
Antes de ir a la playa, José Carlos tiene que investigar si podrá acercarse al mar sin tener que maniobrar con su silla de ruedas por la arena. También recuerda que una vez llamó a la recepción de una exclusiva cadena de hoteles española para que lo ayudaran a salir de la cama y acomodarse en su silla, una actividad que normalmente toma unos dos o tres minutos. Pero la voz al otro lado del teléfono le dijo que tenía que pagar sesenta dólares para que una enfermera fuera a su habitación y lo auxiliara.
Para viajar, debe ahorrar el doble porque, además de pagar su boleto de avión y hospedaje, tiene que pagar los de su terapeuta para que lo asista durante las vacaciones y no tenga que preocuparse de estar pidiendo “favores” a los hoteles. En general, las personas con discapacidad gastan hasta 30% más que el resto de los viajeros por todos los servicios “especiales” que necesitan, según el Observatorio de Accesibilidad Universal del Turismo en España y el Observatorio Iberoamericano de Turismo Inclusivo.
José Carlos es conferencista y quisiera que todas las personas pensaran que en algún momento podrían necesitar espacios accesibles, como los requieren las personas con muletas, los adultos mayores, las personas con carriolas o las mujeres embarazadas. Sin embargo, el tema de la accesibilidad va mucho más allá de las barreras físicas.
Lluvia Torres es consciente de esta situación. Desde que comenzó a estudiar para convertirse en guía de turistas, se especializó en lengua de señas mexicana y en brindar atención a las personas con discapacidad. No quería que nadie se viera limitado y se perdiera de conocer las maravillas que ella tanto disfruta contemplar. A sus veintitrés años, es guía de turistas en el Campamento Tlachtli, en la Sierra de Álvarez, en San Luis Potosí, una franja montañosa con paisajes espectaculares que se ubica a unos cincuenta kilómetros de la capital de ese estado.
Lluvia dice que le ha tocado escuchar que otros guías de turistas se preguntan por qué un ciego estaría interesado en conocer estos lugares si no puede verlos. Ella opina que no existen impedimentos para enseñarle a cualquiera a admirar la belleza de los paisajes. A las personas ciegas las hace tocar los árboles, respirar el olor del pino mojado; a quienes son sordos les explica todo el recorrido en lengua de señas. Cuando llega una persona invidente a la Sierra de Álvarez, Lluvia la acompaña en el tour y se convierte en cronista. A mí, desde el otro lado del teléfono, logra transmitirme al lugar: “Aquí”, comienza Lluvia, “en las montañas, estamos rodeados de miles de pinos y encinos. Todas las mañanas se forma una capa impresionante de nubes en la parte baja, pareciera que estamos de frente al mar en medio del bosque. En los primeros minutos del día, el sol nos rodea con colores amarillos y naranjas. Los rayos de luz no logran golpear todas las montañas y algunas de ellas se quedan en la oscuridad”.
“¿A poco tú quieres hacer lo mismo [que haces en tu casa] cuando viajas?”, me pregunta Lluvia a sabiendas de que muchas personas con discapacidad tienen que quedarse en las habitaciones de los hoteles o limitan sus actividades, a diferencia del resto de nosotros. “Si yo, como guía de turistas, no tengo este enfoque de inclusión, estoy poniendo una barrera enorme para que estas personas puedan vivir una experiencia diferente”, explica Lluvia.
El Campamento Tlachtli es uno de los primeros espacios de turismo incluyente en México. Nació hace veintiséis años con la misión de ser accesible para todos. Por eso, en su gama de actividades hay rapel, tirolesa y otras actividades recreativas en el agua, adaptadas para que cualquiera pueda hacerlas, incluso en silla de ruedas. Todo el equipo de Tlachtli está capacitado, como lo está Lluvia, para brindar estos servicios y eso los ha convertido en un referente internacional.
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El turismo incluyente y accesible defiende el derecho que tienen las personas, con o sin discapacidad, a contar con todos los servicios e instalaciones adecuados para sus viajes. Por ello, la Organización Mundial del Turismo (OMT), un organismo especializado de Naciones Unidas, ha empujado a sus 160 países miembros —entre ellos, México— a que adopten los manuales y recomendaciones internacionales. A la vez, la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y Protocolo Facultativo —de la cual también forma parte México— establece que los Estados tienen la obligación de asegurar que las personas con discapacidad tengan acceso a instalaciones deportivas, recreativas y turísticas.
En México la Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad indica que corresponde a la Secretaría de Turismo establecer programas y normas que promuevan el uso de los servicios turísticos en condiciones de accesibilidad para este grupo de la población. “A diferencia de países como España, Estados Unidos o Canadá, México aún está lejos de tener un turismo inclusivo, no se ha logrado que este objetivo se cumpla”, dice Diana Martínez Jasso, directora del Instituto Iberoamericano de Turismo Inclusivo.
Apenas el año pasado se incorporó el turismo incluyente por primera vez en la agenda del Tianguis Turístico, un evento que desde 1975 reúne a los principales representantes de la industria en el país. Las autoridades de la Secretaría de Turismo presumieron que se trataba del primer Tianguis Turístico con esta agenda en toda la historia. Pero la afirmación no fue bien recibida por las organizaciones y empresas que trabajan en ello. Para Martínez Jasso, fue una “simulación de la inclusión”, pues solo el 10 % de los stands eran accesibles y lo único que vio fue un desfile de personas con discapacidad sin que hubiera espacios pensados para ellas.
En aquel evento, el secretario de Turismo, Miguel Torruco Marqués, reconoció que incluir a las personas con discapacidad en esta industria no es solamente una cuestión de derechos, sino que también representa un mercado económico importante que podría beneficiar a este sector en México, y lanzó un dato: “Hay un mercado potencial de más de sesenta millones de personas que buscan destinos accesibles e incluyentes, considerando a [estas] personas y a sus familias”.
Para darnos una idea de la derrama económica que podrían traer los destinos accesibles, la organización Open Doors hizo un estudio en el que cuantificó en 58.7 mil millones de dólares el gasto que realizaron los adultos estadounidenses con discapacidad en sus viajes entre 2018 y 2019, y que puede duplicarse si se contempla a sus acompañantes.
Pero esa oportunidad no la están viendo las empresas ni los destinos turísticos en México, pues solo el 2.4% de las habitaciones de hoteles se adaptan a las personas con discapacidad, de acuerdo con el Observatorio Iberoamericano de Turismo Inclusivo. Con ello, nuestro país también le está cerrando las puertas a los viajeros con discapacidad del mundo: en comparación con otros, se les ofrece muy poco, advierte Diana Martínez.
Son pocas y contadas las compañías y agencias especializadas que han visto este mercado y cuentan con tours accesibles para estos turistas. Algunos ejemplos son el Campamento Tlachtli, México Accesible, Cancún Accesible, Adapta y Travel Xperience, entre otras.
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Claudia Peralta, una de las activistas con más años de experiencia en turismo accesible y actual directora de este sector dentro del ayuntamiento de San Luis Potosí, explica que fue a partir de 2016 cuando vino el boom del enfoque de la inclusión en la industria, después de que la OMT reconociera su importancia como un derecho y un mercado para las personas con discapacidad. Ese mismo año la Secretaría de Turismo de México presentó el “sello de turismo incluyente”, un distintivo que reconocería los esfuerzos que hicieran los hoteles para adaptar sus instalaciones. Actualmente solo veinte empresas cuentan con él en todo el país, de acuerdo con los datos de la secretaría federal.
Claudia reconoce que hasta hoy no existe ni un solo destino en México que sea ejemplo de inclusión, todo lo que se ha hecho han sido acciones aisladas. Desde su oficina en San Luis Potosí, uno de los estados que más ha trabajado en cumplir esta meta, dice que aún faltan muchos esfuerzos para cumplir con ella. En su administración están trabajando para capacitar a sus empleados y tener una mirada de inclusión en todas las actividades que realizan.
“El objetivo es llegar a una inclusión no percibida, es decir, los servicios turísticos no tendrían que tener la etiqueta de accesibilidad para que las personas con discapacidad puedan estar en ellos. Lamentablemente, por ahora tenemos que usar el distintivo, para hacerlo visible”, dice Peralta.
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Luis Quintana vive con discapacidad motriz desde hace diez años, una condición que lo llevó a crear Todo Accesible, una consultoría en México que se encarga de asesorar a empresas para que adapten su infraestructura y brinden servicios incluyentes y así ayudar a otros que, como él, viven en un mundo que no está pensado para ellos. “No sales a donde quieres sino a donde puedes entrar”, comenta Luis.
“Me voy con mi esposa diez días a Puerto Vallarta y son diez días que me quedo encerrado en el hotel, porque no hay escaleras para bajar a la playa”, dice Luis. Lamenta que no exista una cadena de accesibilidad para las personas con discapacidad. Cuando usa este término se refiere a que no basta con los espacios físicos adaptados, las personas que prestan servicios turísticos tampoco se profesionalizan en las necesidades de este tipo de turistas y la mayoría de las veces discriminan por falta de conocimiento y capacitación.
Cuando viaja con otras personas con discapacidad motriz, tienen que hospedarse en hoteles distintos, pues la mayoría solo tienen una o dos habitaciones adaptadas, lo que obliga a los grupos a repartirse en varios establecimientos.
Luis ya estaba acostumbrado a que sus vacaciones se limitaran a estar solo en un hotel. Hasta que hace cinco años vivió una experiencia que le cambió la vida para siempre. En un evento en La Paz, Baja California, conoció a los responsables de Sunrider Tours, la primera empresa en México que adaptó el buceo para las personas con discapacidad: tienen el único barco accesible en el país. Luis narra que una vez en el barco, los instructores utilizan una grúa para cargar a las personas y ayudarlas a entrar al agua. Sus acompañantes entran con ellos y ahí comienza la aventura que por fin pueden disfrutar todos.
Fabricio Esliman, gerente operativo de Sunrider Tour, afirma orgulloso que el Sunrider, con una capacidad para cincuenta personas, es único en su tipo. Tiene una puerta que se abre al nivel del muelle y con un tamaño suficientemente amplio para que entre una silla de ruedas estándar. También tiene un baño especial para que las personas puedan entrar cómodamente y se pongan el traje de buceo.
Adaptar un barco no es tarea sencilla, pues requiere una inversión aproximada de entre ocho mil y diez mil dólares, así como una asesoría técnica especial, especifica Esliman. Sin embargo, Sunrider quiso apostar por una línea de inclusión. Sus clientes los buscan por ello y, además, no quieren dejar de lado a nadie.
Todo el barco cuenta con barandales y la grúa ayuda a que las personas se sumerjan en lo profundo del océano, acompañados de guías capacitados en el buceo incluyente. También han buceado personas invidentes. No solo les describen el océano, sino que entran con ellos a nadar acompañados del tiburón ballena. “No lo ven pero lo sienten, créeme que ver la reacción y la satisfacción de una persona con esa condición cuando toca por primera vez una ballena, es algo que no tiene precio. Nada más de acordarme se me enchina la piel y me dan ganas de llorar. Es una sensación que no se compara con nada, no puedo describirlo”, dice Fabricio.
Luis recuerda su primera vez buceando y de inmediato se dibuja una sonrisa en su rostro: “Ves cómo te pasan los peces sobre las manos, los corales, los erizos… los lobos marinos. El sonido dentro del mar también es impactante. Es algo que no te puedo explicar con palabras. Jamás me hubiera imaginado que podía hacerlo”.
Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.
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