Estados Unidos de América: ¿Fascismo o florecimiento?

Estados Unidos de América: ¿Fascismo o florecimiento?

Tras 8 años de gobierno, un balance de la presidencia de Barack Obama y una mirada al futuro del nuevo presidente de EUA Donald Trump.

Tiempo de lectura: 20 minutos

I. Termina un siglo
En plena entrada del siglo XXI, los Estados Unidos practican un racismo crónico que no acaba de morir. La composición histórica de los altos niveles de gobierno es hoy –como lo ha sido siempre– elocuente respecto de los criterios raciales y la discriminación rabiosa que vive y practica el establishment en la Unión Americana.

Tomemos un caso ilustrativo de nuestros días: la llamada causa negra por la igualdad.

Lento y desequilibrado ha sido el desarrollo de la Unión Americana en esta materia. Que las cosas hayan evolucionado de este modo resulta un tanto paradójico tomando en cuenta que la de 1776 en Estados Unidos fue una revolución que modeló la de 1789 en Francia con su ideal de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Sin embargo, ahí donde los europeos avanzaron a pasos agigantados, los americanos se estancaron en el tiempo y el espacio.

¿Libertad? Tras la independencia en 1776 le llevó al sistema estadounidense casi 100 años introducir la XIII enmienda para abolir la esclavitud (1895), y a partir de aquí, les llevó otro siglo oficializar la eliminación formal de la segregación racial (1965-70).

¿Igualdad? De acuerdo con Amnistía Internacional en Filadelfia 1998 un afroamericano tenía 4 veces más probabilidades que un blanco de ser condenado a pena de muerte por el mismo crimen.

¿Fraternidad? En el lapso de 200 años entre la guerra civil y la lucha por los derechos civiles más de 5,000 afroamericanos fueron linchados en todo el territorio estadounidense.

En esta historia muchos otros quedaron en el camino: Mumia Abu Jamal (líder de las Panteras Negras acusado injustamente por el asesinato de un policía y sentenciado a muerte), Malcolm X (líder de la Nación del Islam y del Black Power asesinado en Washington) y Martin Luther King Jr. (Premio Nobel de la Paz 1964, pacifista y luchados social, asesinado en Tennessee) entre otros son apenas algunos de los mártires más sonados.

Fue esta la historia del siglo XIX y también la del siglo XX, ¿y el siglo XXI?

II. Nace un siglo

Al 2008 –año en que Barack Obama ganó la presidencia– 30 millones de afroamericanos (más del 10% de la población total) podían participar y ganar en los relevos periódicos a gobernador en los 50 estados de la unión, 100 escaños en el senado y la presidencia cada cuatro años.

¿Qué es lo que los americanos de ascendencia africana habían conseguido hasta ese momento? No mucho: 5 senadores, 4 gobernadores, 2 funcionarios de gabinete y 1 candidato a la presidencia en 232 años de historia independiente. Nada más; apenas una docena de posiciones relevantes en la alta burocracia política tras ríos de sangre y sufrimiento en el país que se presumió desde su nacimiento como el baluarte del progreso, la libertad y la democracia.

Resulta interesante destacar que fue precisamente durante el gobierno de George W. Bush que se consiguieron las dos posiciones ministeriales para los afroamericanos (Condolezza Rice y Collin Powell); fue justamente también durante esa administración que se encontraban en funciones dos de los cuatro gobernadores afroamericanos que había tenido los Estados Unidos en toda su historia (Deval Patrick en Massachusetts desde Noviembre de 2006 y David Paterson en Nueva York desde Marzo de 2008) y no resultaba menos significativo que fuera precisamente hacia el relevo presidencial de George W. Bush que Barack Obama (el quinto senador afroamericano) consiguiera la candidatura presidencial demócrata, convirtiéndose, de paso, también en el primer estadounidense de ascendencia africana en encarnar esta aspiración.

Pero estos datos son engañosos. A partir de estos elementos un análisis superficial podría cometer el error de dar por sentado que el gobierno de George W. Bush fue altamente progresista con una tendencia favorable al equilibrio racial en la composición gubernamental.

Evidentemente no fue así. De su racismo da fe el trauma y la devastación de Katrina en Nueva Orleans. En un estado con una población –hasta antes del meteoro– negra en casi un 70%, el gobierno de George W. Bush respondió tarde y mal al sufrimiento de los afectados. Su gobierno negó apoyo, para prevenir la catástrofe y, tras la tragedia, funcionarios de su administración pusieron sobre la mesa una idea simple: no rehabilitar, no reconstruir, simplemente no hacer nada.

¿Por qué? La respuesta es elusiva. ¿Sería tal vez porque las zonas más afectadas eran las de más alta densidad de población negra en un estado en el que los afroamericanos en sí mismos eran mayoría? Nadie lo sabe, lo cierto es que durante el trance, palabras como “genocidio” y “limpieza étnica” comenzaron a sonar en los pasillos del congreso.

III. Factor miedo
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos –y con ellos el mundo occidental– entró en una espiral rampante de chovinismo, jingoísmo, racismo y xenofobia anti-árabe, anti-musulmana y anti-oriental de efectos contundentes: desconfianza generalizada hacia los Estados Unidos; crecimiento de la inseguridad global; estancamiento económico; radicalización ideológica y agudización de los desequilibrios internacionales son apenas algunos de los retos que habrá de asumir el próximo presidente de los Estados Unidos.

¿Con las elecciones presidenciales en 2008 algo de esto podía cambiar? En aquél momento era difícil saberlo. Lo cierto es que existían elementos que permitían suponer que algo nuevo podía estar ocurriendo en la estructura del poder estadounidense.

El movimiento hacia adelante parecía venir de las filas demócratas. Mientras que los republicanos se mantuvieron dentro del script tradicional durante el proceso de elección de su candidato a la presidencia, la pre-candidatura demócrata fue disputada por una mujer y un afroamericano. Por sí mismo este hecho resultaba sumamente significativo: lo que estaba en disputa era la primera candidatura presidencial para cualquiera de dos grupos considerados vulnerables: mujeres y afroamericanos. Tras el resultado de las elecciones primarias, en la mente del electorado la raza privó sobre el género y concedió la oportunidad de competir para presidente a Barack Obama.

IV. Factor Obama
Si bien es cierto que tradicionalmente las diferencias entre republicanos y demócratas eran más de matiz que de fondo, Barack Obama llegó a la contienda presidencial de 2008 como heraldo de una política que parecía apuntar a cambios de fondo.

La experiencia y el daño de ocho años de un gobierno republicano ultraconservador con George W. Bush fueron tal vez el motor que más fuerte impulsó el cambio de rumbo.

Tras las incomprensiblemente largas jornadas electorales primarias en los Estados Unidos de 2008, Barack Obama resultó vencedor en su partido: competiría contra John McCain por la presidencia de los Estados Unidos.

Con Obama a la cabeza, el proceso electoral en la Unión Americana a realizarse a finales de aquél año ofrecía algo más que paja, imágenes y palabras. Si las presidenciales del año 2000 en los Estados Unidos tuvieron como sello el fraude de Jeb Bush –gobernador de Florida– para beneficiar a uno de los candidatos –su hermano– George W. Bush, y el proceso de 2004 confirmó el apabullante éxito electoral de la política del miedo desatada desde el 11 de Septiembre, las elecciones de 2008 tuvieron algunos ángulos nuevos e interesantes que iban más allá de la curiosidad electoral sobre el color de piel de uno de los contendientes.

A diferencia del Partido Republicano con John McCain –quien tenía el perfil de raza y clase acostumbrado por la oligarquía estadounidense– Barack Obama por el Partido Demócrata portaba consigo un historial particular que lo distinguía no sólo de su contendiente –McCain– sino del resto de los demócratas. Bien versado en asuntos internacionales, con una educación de élite y con antecedentes variopintos, Obama apareció en la contienda como el hombre necesario para un Partido Demócrata que, comenzando por Nueva York, se abría en muchos sentidos y por vez primera a las mujeres, a los minusválidos y a la gente de color.

Pero ¿qué tan de fondo eran las diferencias entre Obama y McCain? A simple vista y con base en la historia reciente, la ventana a la esperanza aparecía muy pequeña. Históricamente es bien sabido que en la Unión Americana no existía entonces –como sigue sin existir independientemente del interludio de Bernie Sanders en 2016– la izquierda partidista. Noam Chomsky –el intelectual disidente más importante en los Estados Unidos– ha dicho –y con razón– que básicamente lo que se tiene es el sistema electoral estadounidense es una diferencia de matiz entre republicanos y demócratas: el Partido Demócrata es un partido de derecha mientras que el Partido Republicano es un partido de ultra-derecha. Punto.

En esta lógica, independientemente de quién ganara la elección, la historia dictaba qu existían políticas de Estado que habrían de ser seguidas más allá de los vaivenes electorales y partidistas: Cuba era enemigo al igual que Siria, Libia, Irán, Corea Del Norte y Sudán entre otros; y así como habían enemigos oficiales, había también, amigos oficiales: el militarismo colombiano, el servilismo japonés, los gobiernos retrógrados en la península árabe –particularmente Arabia Saudita– y el racismo del gobierno israelí entre algunos otros

Sin importar la extracción partidista del presidente en turno, estos principios –entre otros– serían respetados en sus líneas generales, con cambios de matiz pero no de fondo.

¿Habían razones para pensar que la elección presidencial de 2008 será diferente? Si las había, éstas llegarían de las filas demócratas.

La competencia interna Clinton-Obama de la que resultó el primer candidato afroamericano a la presidencia de los Estados Unidos se sumaba a una cadena de eventos que, en conjunto, arrojan señales de cambio en la potencia norteamericana, y la madeja aquí tenía un extremo en un lugar -Nueva York– y el otro en una persona, Hillary Clinton.

En el mes de Marzo de 2008, David Paterson juró como gobernador de Nueva York tras la salida de Eliot Spitzer del cargo como producto de un escándalo sexual. Paterson no solamente fue el primer gobernador negro en la historia de Nueva York (y el cuarto en la historia de los Estados Unidos) sino que además era invidente lo que –como en el caso Clinton-Obama– arrojó una doble señal de cambio a favor de los núcleos históricamente relegados. En otras palabras, si el género (Clinton, mujeres) y la raza (Obama, afroamericanos) fueron los aspectos más destacados en la pre-campaña presidencial demócrata, la raza y la condición de capacidad física –encarnados ambos en la persona de David Paterson– adquirieron una importancia capital, en un Estado clave de un país clave.

De una u otra forma, Hillary Clinton era el engrane que unía a todos y a todo: senadora por un Estado gobernado ahora por un afroamericano –como el que fuera su contendiente por la candidatura presidencial– debido a que el gobernador anterior –Spitzer– sufrió un escándalo como el de su marido –William Clinton– cuando estuvo en la presidencia de la Unión Americana. Así pues, en más de un sentido no era casual que todos los actores de ese pequeño gran combate político, desde William Clinton y Hillary Clinton pasando por Eliot Spitzer y su sucesor, David Paterson pertenecieran al Partido Demócrata, incluyendo, por supuesto al ganador de la candidatura demócrata y la elección presidencial en 2008 y más tarde la reelección en 2012: Barack Obama.

Barack Obama sostiene su última conferencia de prensa

Barack Obama sostiene su última conferencia de prensa el 18 de enero de 2017. Fotografía: Bloomberg / Getty Images

V. ¿Y quién era ese señor?
Tal vez antes de preguntar “¿quién era Barack Obama?” convenía preguntarse “¿qué era Barack Obama?”. No era un “afroamericano” cualquiera, de hecho, si se le tuviese que colgar una etiqueta, ésta sería la de “afro-asiático-americano” de origen, con formación cosmopolita.

¿Obama era africano? No exactamente. A diferencia de gran parte de la gente de raza negra en los Estados Unidos –quienes encuentran sus raíces africanas remontándose hasta tiempos del tráfico de esclavos– Obama ubicaba su origen africano de forma inmediata: su padre era originario de Kenia. ¿Y de dónde saca lo americano? De su madre, una estadounidense de raza blanca. Así pues, por origen, Obama era un afroamericano de primera generación en toda la línea; tan afro (padre) como americano (madre) por ascendencia directa.

Si la condición étnica de Obama estaba determinada por sus padres, la geografía y la nacionalidad no hacen más fácil la tarea de clasificar al candidato en una u otra casilla.

El pasaporte de Obama lo retrata como ciudadano estadounidense… nacido en Hawaii. Dejando de lado el hecho de que Hawaii es una colonia (por más que se le quiera presentar como un “Estado” de la Unión), y que los ciudadanos hawaianos adquieran por nacimiento la nacionalidad estadounidense, lo cierto es que Hawaii es asiático por geografía y “hawaiano” por cultura. Poco o nada tiene que ver Hawaii con los Estados Unidos continentales a los que fue anexado por la fuerza en 1898 tras el golpe de Estado de 1893. Así que si Barack Obama era africano por padre, americano por madre y estadounidense por nacionalidad, también era asiático por geografía y hawaiano por nacimiento.

Pero esto no es todo: además, era cosmopolita por cultura.

Como si todo lo anterior no fuese suficiente, el primer candidato afroamericano a la presidencia de los Estados Unidos había vivido un trajín cultural nada común.

Tras la separación de sus padres, Obama vivió con su madre en Indonesia –de donde era su padrastro. Este recorrido dotó a quien sería el primer presidente de color en los Estados Unidos de experiencia de primera mano con el islam. Tanto por su padre (que era un musulmán practicante que después abandonó la fe) como por su formación (Indonesia es el país con mayor número de musulmanes en el mundo, 200 millones). Así fue como Barack Obama conoció asiáticos, musulmanes y musulmanes asiáticos; como los indonesios entre los que vivió, y como son también los iraníes, los iraquíes o los afganos con los que Estados Unidos estaba en guerra entonces, y con los que siguió estando en guerra durante su presidencia.

Más allá de esta cercanía cultural y religiosa con el islam, Obama, como la mayoría de los estadounidenses, era seguidor de una iglesia cristiana protestante. Políglota –el candidato demócrata tuvo que aprender indonesio para ir a la escuela– y con una amplia visión amplia de diferentes sociedades y culturas, Barack Obama no era un candidato presidencial común.

Estos son los antecedentes de quién con el tiempo y el esfuerzo egresaría de Harvard y Columbia (en Derecho y con una Especialización en Relaciones Internacionales) para después impartir cátedra en la Universidad de Chicago; estos son los antecedentes pues, de quien con los años arrebataría a Hillary Clinton la candidatura del Partido Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos en 2008, para apoyarla después en 2016.

¿Y John McCain? El contendiente tiene un perfil más tradicional: millonario, ex militar, ex prisionero de guerra y W.A.S.P. (White, anglo-saxon and protestant), es decir, un republicano como cualquier otro parecido a Donald Trump, aunque con más medallas y más méritos y menos taras personales, ética, morales, políticas e intelectuales.

VI. Winds of change?
Si el proceso de elección demócrata en 2008 fue atípico (una mujer o un afroamericano dejando de lado a los candidatos blancos y varones) y el perfil del triunfador en las primarias (Obama) era atípico también (políglota, policultural, cosmopolita, etc), no era de extrañar que algunas de sus propuestas en materia de política exterior salieran del esquema tradicional amigos-enemigos que había sido por igual, tanto base de la fortaleza como del declive de los Estados Unidos.

Ahí donde los republicanos exigían dureza –Irán– incluso mediante el uso de armas nucleares, el candidato demócrata ofreció diálogo desde el principio, directo y sin condiciones. Ahí en donde tenía su corazón la política militar republicana –Irak– el demócrata proponía una retirada lo más pronto posible. Ahí dónde las directrices políticas de Estado en Washington decían “no hay negociación posible con terroristas” –Libia y Siria– Barack Obama ponía sobre la mesa la posibilidad de acercamientos diplomáticos.

El discurso de reconciliación permeaba buena parte de la retórica del primer afroamericano director del Harvard Law Review. Si a las palabras habrían de seguir las acciones era algo que en su momento sólo él sabía. Sin embargo, en un país intoxicado por el miedo, la paranoia y la agresividad, con políticas sumamente conservadoras, liderazgos radicalmente ortodoxos y una economía estancada entre la recesión y el militarismo, el solo hecho de pronunciar propuestas como las mencionadas era ya algo digno de atención.

Pronto asomaron novedades que Hugo Chávez y Fidel Castro supieron ver. Comenzado por la V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago en 2009, algo en Barack Obama destacó de sus antecesores, algo que el resto no alcanzó a distinguir en su momento: un cambio, no de color en la presidencia, sino de lógica en el poder. Y es que hay que recordar las palabras con las que Obama inició su intervención, palabras impensables en la boca de un emperador: “He venido a escuchar y tengo mucho que aprender.”

VII. Winds of change!

Alguien dijo alguna vez que, cansada de inventar, la historia tiende a repetir. Los apretones de mano y las sonrisas que atinadamente criticó James Petras en su momento (Rebelión, Abril 27, 2009) ya se habían visto antes: se vieron en los sesentas cuando los Estados Unidos presentaron la Alianza para el Progreso; se vieron en los setentas cuando las grandes potencias anunciaron la détente que concedió un respiro a un mundo aterrado por la amenaza nuclear; se vieron en los ochenta cuando se nos sentó en la mesa de las delicias del “ajuste estructural” para la “transición económica” y se vieron también en los noventa con las políticas contrainsurgentes disfrazadas como combate a las drogas. Los resultados son todos conocidos: dictaduras, engaños, miseria y violencia.

A sangre y fuego, en aquellos años los Estados Unidos curtieron al continente en la desconfianza. Con la diplomacia del fusil enseñaron a leer entre líneas palabras como “amistad”, “asistencia” y “buena vecindad”. Tras siglos de violencia, al Departamento de Estado y la Casa Blanca no tendrían por qué extrañarles nuestras reservas en América Latina; si las declaraciones de amistad, los abrazos y los parabienes son los mejores avales del cambio entonces la brecha seguía abierta; ¿qué brecha? la de nuestra historia conjunta; ¿qué historia? la de Pedro y el Lobo, la del pasado que se arrastra hasta el presente y que bloquea el futuro.

Pero ¿y si no era así? ¿y si más allá de la tersura de los oropeles había algo de sustancia? ¿cómo podíamos saber que no se trataba del viejo cuento de Pedro y el Lobo en el que la contrainsurgencia se llama “Ayuda” y la exclusión viene vestida de “solidaridad”? Tras cientos de años de represión, tortura, engaño, explotación, abuso, injerencia y marginación creer sólo en la palabra por la palabra misma resultaba ingenuo cuando no suicida.

“Hechos y no palabras” era y es el grito de guerra; trabajo y no promesas, la demanda. Si las diferencias entre los partidos políticos –Republicano y Demócrata– históricamente habían sido sólo de matiz como decía Chomsky ¿qué elementos existían para suponer que Barack Obama no sería lo mismo que envasar vino viejo en odres nuevos? ¿cómo saber que un Barack Obama no era otra versión de Collin Powell o de Condolezza Rice? En breve: ¿Cómo saber que no se trataba de un nuevo fanático de la derecha militar como Kennedy, de la derecha económica como Reagan o de la derecha religiosa como Bush Jr.?

De un modo sencillo: siguiendo a la sabiduría popular, es decir, siguiendo los hechos y no solamente las palabras.

Prometeo en Irán
Prometeo robó el fuego, y con ello enfureció a los dioses. Sin control o cordura, Bush escupía hiel. “Irán era, es y será peligroso si tienen el conocimiento para fabricar un arma atómica” (BBC Mundo, Dic. 4, 2007). Israel no se quedaba atrás, y tenía trazados planes para un ataque nuclear contra el país persa (The Sunday Times, Jan. 7, 2007). Fueron ocho años sombríos.

¿Qué aterraba más, el fervor que se vivía en Washington ante la posibilidad de un nuevo genocidio nuclear o la persistencia y “normalidad” con la que tal posibilidad se barajó durante la administración Bush?

La crisis ciertamente no había mermado cuando Obama llego al poder, pero, a diferencia de lo ocurrido en la mitología griega, del Olimpo no llegó la tan temida águila nuclear enviada por Zeus para castigar a Prometeo sino una oferta de diálogo “I would still meet with Ahmadinejad” (CBS News, Sept. 24, 2007).

A la oferta respondió Prometeo rompiendo sus cadenas para dictar condiciones: ¿quieren un nuevo entendimiento? respeto y amistad son los requisitos infranqueables. (Thaindian News. Jan. 17, 2009). ¿Y la respuesta? “… if countries like Iran are willing to unclench their fist, they will find an extended hand from us” dijo Obama.

Pero en el diálogo de facto existen límites: Irán advirtió por boca de su entonces presidente Mahmoud Ahmadinejad: “If someone wants to talk with us in the lenguage that Bush used… even if he uses new worlds, our response will be the same that we gave to Bush” y a su vez, Estados Unidos hizo lo propio con el nuevo presidente: “It is very important for us to make sure that we are using all the tools of US power, including diplomacy, in our relationship with Iran” (Telegraph. Ene. 28, 2009).

Véase como se vea y a reserva de los hechos que posteriormente habrían de venir, este es ya era un diálogo, y más que un diálogo, un acercamiento; delicado sí, lento sí, incipiente sí y sin duda insuficiente también… pero necesario.

Y con el tiempo rindió buenos frutos.

Cuba: La prueba de fuego
¿Disposición? ¡Siempre existió desde la mayor de las Antillas! Como desde hace cincuenta años, desde el Caribe la mano estaba tendida. Fue esa mano la que se presentó el 12 de Septiembre del 2001 condenando el atentado terrorista y ofreciendo ayuda médica (Radio Habana, Sept. 12, 2001); fue la misma mano que en su arrogancia, los Estados Unidos despreciaron cuatro años después: Nueva Orleans en 2005 y Katrina con sus más de 2,000 muertos y sus 90 mil millones de dólares en daños. ¿Qué mejor manera de acercarse a un pueblo y a su gobierno que mediante asistencia humanitaria?

Nuevos incentivos aparecieron más tarde y por una boca muy autorizada. En conversación con Sean Penn para el semanario The Nation (Nov. 25, 2008), el Comandante Raúl Castro expresó:

“… en mi primera declaración después de que Fidel cayó enfermo dije que estábamos dispuestos a discutir nuestra relación con los Estados Unidos de igual a igual. Más tarde, en 2006, dije lo mismo en un discurso en la Plaza de la Revolución”

Y agregó:

“Buenas relaciones serían mutuamente ventajosas. Tal vez no podamos resolver todos nuestros problemas, pero sí podemos resolver una buena cantidad de ellos”

Buenas palabras articulando ideas inteligentes. Si en tiempos de George W. Bush los esfuerzos por tender puentes de esta naturaleza parecía algo tan inútil como predicar en el desierto, en tiempos del primer afroamericano ungido presidente de la Unión Americana las cosas podían ser diferentes. Y fue precisamente desde ese sector, el afroamericano y demócrata, el que estrechó la mano tendida: seis legisladores estadounidenses visitaron Cuba. “Una reunión magnífica” calificó el comandante Fidel Castro la visita en la misma Reflexión en la describió las intenciones del flamante presidente como “sinceras” a pesar de “las realidades objetivas” (Reflexiones, Abril 9, 2009). El juego de pin-pong había comenzado.

Menos de una semana después de la visita y tres días antes de la V Cumbre de las Américas Washington anuló algunas restricciones a viajes y remesas hacia Cuba. Más allá de que el cálculo político de tal medida de cara a la Cumbre era innegable, era imposible desvincularlo del puente tendido apenas cinco días antes. Ese sencillo movimiento habría bastado para enviar un mensaje. ¿Suficiente? No, por supuesto que no. ¿Necesario? Seguro. ¿Importante? Sin lugar a dudas: lo suficiente se alcanza sólo articulando lo necesario e importante.

Este fue un primer esfuerzo.

El abanico de posibilidades estaba abierto como bien lo comprendió la mesa de redacción de La Jornada que tituló su editorial de aquél día “Cuba-EE.UU.: Perspectivas de acercamiento” (La Jornada, Abril 14, 2009).

Véase como se vea, como en Irán, Cuba ya era también parte de un diálogo con los Estados Unidos, aunque -mejor aún– aquí ya había algunos hechos concretos. Pero más que un diálogo, lo que había ocurrido era un acercamiento; delicado sí, lento sí, incipiente sí y sin duda insuficiente también… pero necesario.

Y fue entonces que ocurrió la cumbre.

América Latina o el extraño caso en el que la derecha informó mejor que la izquierda
El diario vasco Gara produjo dos notas con motivo de la V Cumbre de las Américas: “La Administración Obama trata de evitar el veto de los aliados de Cuba” (Rebelión. Abril 18, 2009) reza la primera y “Chávez anuncia que los países del ALBA no firmarán la declaración final” (Rebelión. Abril 19, 2009) nos informa la segunda. Siguiendo la línea trazada por los encabezados, el contenido parece fácil de predecir: los Estados Unidos haciendo lo que siempre habían hecho, y el Comandante Chávez respondiendo como siempre había respondido, es decir, parecía que no había nada nuevo bajo el sol.

Pero entonces ocurrió que apareció una tercera nota periodística, producida ya no por los medios de izquierda como Gara –y reproducida por Rebelión– sino de la derecha: el diario Reforma. El periódico tiene fama en México de ser el portavoz del coservadurismo empresarial más añejo y es tan crítico de la izquierda como su alter ego, La Jornada, lo es de la derecha. Sus credenciales con el establishment, pues, estaban fuera de toda duda. ¿Y cómo informó Reforma en su edición del 18 de Abril la Cumbre? Con una fotografía en su primera plana: Obama a la izquierda y Chávez a la derecha sonriéndose entre sí, ¿el título de la fotografía? “Seamos Amigos” y el pie de foto no tiene desperdicio:

Seamos Amigos.– Puerto España. “Quiero ser tu amigo”, le dijo el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, a su colega estadounidense, Barack Obama, después de que ambos se dieran un apretón de manos en la inauguración de la Quinta cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago. Chávez es uno de los más acérrimos críticos de la política de EU hacia América Latina. Obama aprovechó el foro para confirmar su disposición de dialogar con Cuba y proponer a Latinoamérica una relación de iguales.”

¿Erraron en algo los editores y redactores de Reforma? Los mandamases de la información en el diario pudieron haber hecho uso de uno de los múltiples trucos para tergiversar la información. Podrían haber puesto el “Seamos Amigos” en boca de Obama para demostrar la buena disposición del norteamericano frente al venezolano: no lo hicieron; pudieron haber alimentado las sospechas de quienes creían imposible un acercamiento sincero entre Estados Unidos y América Latina -enfatizando “disensos” durante la Cumbre: tampoco ocurrió; pudieron haberse limitado a informar en páginas interiores sin destacar la importancia del acercamiento en su primera plana, y éste, obviamente, tampoco fue el caso.

¿Fue la Cumbre, como informó Gara, un evento en el que ocurrió más de lo mismo o es que de verdad tuvieron lugar cambios importantes como lo señaló Reforma? Algunos juicios ofrecen pistas al respecto.

Habló entonces la voz de Evo: “[Obama] nos escuchó y nos hemos escuchado todos. Antes no nos escuchaba Estados Unidos”. Y el presidente enfatizó: “me quedé sorprendido porque nos hemos escuchado ahora” (Agencia AP. Abril 23, 2009).

No muy diferente fue el juicio final de Hugo Chávez: “Obama lo ha dicho, lo ha prometido, hay que creerle a Obama, hay que jugar con la buena fe por delante”. (BBC Mundo, Abril 19, 2009).

Y a Bolivia y Venezuela siguió Ecuador “creo que se han dado grandes pasos. Ha sido un diálogo muy abierto, muy frontal, que ayuda a reconstruir una confianza que se había destruido” dijo Rafael Correa (BBC Mundo, Abril 19, 2009).

Aquí la novedad está en que ninguno de los tres grandes latinoamericanos escuchó de Barack Obama aquello que esperaban y a lo que tan acostumbrados nos tenían los Estados Unidos: abusos, condenas, agresiones. Esa fue la noticia que Gara no reflejó en sus titulares y que extrañamente Reforma sí recogió.

Pecatta minuta. Sea como fuere, al igual que en los casos de Irán y Cuba, una cosa es clara: ya se un diálogo estaba en curso, y más que un diálogo, un acercamiento; delicado sí, lento sí, incipiente sí y sin duda insuficiente también… pero necesario.

Y con el tiempo, si pensamos en Cuba, indudablemente, rindió buenos frutos.

El regreso de Pedro y el Lobo
En la historia diplomática de los Estados Unidos en sus relaciones con el mundo de pronto aparecen datos que resultan novedad, y otros que no lo son tanto. Los intentos de acercamiento no eran nuevos. Información desclasificada poco después del arribo de Obama a la presidencia hablaban ya que desde Kennedy tuvieron lugar esfuerzos en esa dirección: “Desclasifican en EE.UU. documentos de múltiples intentos para normalizar la relación con Cuba” (La Jornada. Enero 24, 2009).

Novedad sí fue, por ejemplo, el mea culpa que Hillary Clinton expresó en su momento, ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, al reconocer que, por el acoso del gobierno de George W. Bush en contra de Venezuela fue que esta última se acercó a otros regímenes críticos de su par estadounidense (Agencia Notimex. Abril 23, 2009)

¿Y era esto importante? Sin duda: esta culpa fue precisamente la que el gobierno de Ronald Reagan nunca quiso, supo o pudo ver sobre el acercamiento de la Nicaragua sandinista a la Unión Soviética (ver de Noam Chomsky su libro On power and ideology: The Managua lectures).

Pero no todo es nuevo tampoco. Tras la Cumbre, Caracas comenzó a barajar la posibilidad de reestablecer vínculos diplomáticos con Washington. El derecho iraní a la posesión de tecnología nuclear negado por Washington desde hace décadas fue finalmente reconocido –con la limitante claro, de que su uso sea para fines civiles.

Los grandes de la política internacional hablaron en conjunto. Junto con Hugo Chávez y Mahmoud Ahmadinejad, Rafael Correa, Evo Morales y Raúl Castro se sumaron a la posibilidad de un cambio de paradigma: la posibilidad de no ver en los Estados Unidos a un enemigo. Más aún; dentro de la crítica dura e infalible del ojo experto, incluso el Comandante de América Latina reconoció también algo nuevo y diferente; aquí una de sus reflexiones en una de sus Reflexiones:

Vivimos tiempos nuevos. Los cambios son ineludibles. Los líderes pasan, los pueblos permanecen. No habrá que esperar miles de años, solo ocho serán suficientes, para que en un auto más blindado, un helicóptero más moderno y un avión más sofisticado, otro Presidente de Estados Unidos, sin duda menos inteligente, prometedor y admirado en el mundo que Barack Obama, ocupe ese inglorioso cargo. (La Jornada, Abril 23, 2009)

El proceso naturalmente no fue rápido, radical ni sencillo. No podía serlo. Los dimes y los diretes siguieron y seguirán, pero no era posible negar que el ambiente era diferente. No habrían cambios de la noche a la mañana: todo proceso de construcción de paz en estas dimensiones siempre es gradual.

Quienes esperaban grandes movimientos, grandes arrepentimientos, grandes disculpas, grandes triunfos y grandes derrotas quedaron decepcionados. Así es el juego de la política, había que cuidar las formas tanto para los de adentro como para los de afuera. Dentro de todo, la política de construir un gran paso a partir de muchos pequeños logros tenía –y tiene– su encanto y sofisticación: small is beautiful.

¿Y qué fue del “pobre ignorante” sobre América Latina que Hugo Chávez vio en su momento en Obama? (El Universal. Marzo 22, 2009) Tal vez seguía ahí, pero en la crítica había una solución: la ignorancia se quita, y para ello, nadie mejor que Eduardo Galeano y Las Venas Abiertas de América Latina (Ed. Siglo XXI, México. 2001) que llegaron a Obama en la forma de un regalo de Hugo Chávez. Un Nobel lo hizo patente: “Buen alumno parece ser” dijo sobre el estadounidense reseñando el obsequio en uno de sus Cuadernos (Rebelión. Abril 25, 2009).

Así salvó Chávez la brecha entre el pasado y aquél presente; así alimentó Saramago la posibilidad de un futuro. Y es que el lusitano lo dijo desde el principio del principio: “El presidente de Estados Unidos que hoy toma posesión resolverá o intentará resolver los tremendos problemas que le esperan”.

El Nobel nos decía entonces que “tal vez acierte, tal vez no, y algo de sus insuficiencias –que ciertamente las tendrá– se las tendremos que perdonar” y la razón de tal perdón era simple pero irrefutable “porque errar es propio del hombre”.

¿Pedro y el Lobo? Tal vez sí, tal vez no, sólo el tiempo habría de decirlo. Sin embargo y más allá de lo ingenuo que parezca, había que recordar nuevamente que fue Noam Chomsky quien dijo que no existe tal cosa como una “falsa esperanza”: mientras exista esperanza, ésta no puede ser más que verdadera.

Y con el tiempo, indudablemente, rindió algunos frutos.

VIII. Claroscuros
¿Merecía el Nobel de la Paz? Juzgado por lo conseguido con Cuba (aunque también debieron dárselo a Raúl Castro en ese caso), por no bloquear la paz en Colombia y por el acuerdo nuclear con Irán, la respuesta es sí.

Sin olvidar por supuesto que fue un premio adelantado que se le dio por dos discursos sobre desarme y diálogo de civilizaciones en Praga y el Cairo y no por alguna acción concreta, y sin hacer de lado tampoco el hecho de que recibió el premio con un discurso justificando la guerra y que inmediatamente después de recibirlo envió 13 mil soldados más a Afganistán.

¿Eso es todo? No. También hay que recordar los frutos podridos de ese árbol, entre otros: el golpe de estado en Honduras en 2009, la tragedia en Siria desde 2011 y la infamia en Libia el mismo año (Gaddafi refiriéndose a Obama “Our African Kenyan brother who is an American national”), el holocausto del pueblo palestino a manos de Israel de 2014 –ejecutado con su beneplácito–, la guerra de Arabia Saudita en Yemen desde 2015 con su anuencia y el golpe de estado de facto contra Dilma Rousseff en Brasil en 2016 entre mucho, muchos otros.

IX. ¿Fascismo del imperio o florecimiento de la república?
Pero todo esto es el pasado. Con la llegada de Donald Trump a la presidencia el 20 de enero de 2017 la palabra la tiene Johan Galtung, quien en un libro profético publicado desde 2009 anunciaba nuestro presente. ¿Título? The Fall of the US Empire: And then what? y cuyo subtítulo ya vislumbraba nuestra encrucijada: Succesors: Regionalization or Globalization? US fascism or US blossoming?

Trump –señaló el autor recientemente– acelerará la caída del imperio estadounidense, abriendo, tal vez –y si el tejido humano, humanístico y humanitario es lo suficientemente fuerte– la posibilidad del florecimiento de la república de los Estados Unidos después de su gobierno.

Al menos hay una esperanza ahí.

En cualquier caso, es una lectura indispensable.

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