Huxley siempre creyó que las sustancias alucinógenas le permitían abrir puertas a otras realidades.
Su curiosidad y rigor intelectual convirtieron al escritor británico Aldous Huxley en la mente perfecta para que Humphry Osmond, psiquiatra británico conocido por utilizar drogas psicodélicas, pudiera realizar sus primeros ensayos terapéuticos con mescalina. El polémico psiquiatra veía en aquella sustancia ancestral, nacida del peyote, una vía para tratar la esquizofrenia. Él estaba convencido que sería más sencillo adentrarse en la mente de sus pacientes si estaban sujetos a los efectos de los alucinógenos. Dicha premisa encantó al escritor británico quien en sus escritos sostenía que la mente del ser humano estaba compuesta por estratos y que, por lo tanto, se necesitaba de la asistencia de sustancias externas para que alcanzara su verdadero potencial. En 1952, aferrado a sus conjeturas, el escritor, quien en ese entonces tenía 58 años, se ofreció para ser tratado por los métodos de Humphry Osmond. En el proceso, Huxley encontró la llave que le permitió abrir la puerta a realidades inimaginables, expandir los límites de su experiencia y exponenciar su alto nivel intelectual.
El escritor británico, el cual abocaría gran parte de su obra a la exploración de los efectos de los estupefacientes, siempre justificó su consumo a través de la ciencia. Lo que le interesaba explorar era la capacidad que las drogas podían tener para despertar lo más profundo del ser humano. La ingestión de sustancias psicodélicas provocaba una liberación de la conciencia, sin embargo, en algunos casos, también arrojaba al sujeto a un pozo de sentimientos negativos. Esta dualidad de experiencias, no solo habito sus años como consumidor, sino que también determinó el carácter de su obra.
Desde la publicación de Un mundo feliz en 1932, Huxley se había convertido en una inevitable referencia cuando se hablaba del futuro. Su novela presentaba de forma irónica un mundo supuesto en el que no existía ni la pobreza, ni las guerras, y en donde la gente, saludable y deshinibida, contaba con todo para ser felices, o eso es lo que les hacían creer. En realidad lo que Huxley presenta es una distopía; los personajes han caído presos de un modelo social autoritario y, desposeídos de su libertad a causa de una «droga», viven aparentemente satisfechos con la realidad que los rodea. Una burla, sino es que una crítica, a la sociedad contemporánea y a sus mecanismos de ejercer el poder.
Pese a que su primera obra esboza a las «drogas» como una vía para la decadencia de la sociedad y su mundo. Aldous Huxley se convirtió en uno de los primeros psiconautas de su época. Sus ideas y su personalidad inspiraron una revolución generacional en la década de los 60. Las Puertas de la Percepción, un ensayo publicado en 1954, veinte años después que Un mundo feliz, narra las vivencias de Huxley bajo los experimentos de Humphry Osmond. Esta obra, controversial para la época, reflejó un antes y un después en la percepción del mundo de los alucinógenos. A través de este ensayo, Huxley sostuvo estar convencido que la mescalina, en lugar de acotarla, ofrecía una visión más amplia de la realidad, un puente para experimentar desde el interior realidades únicas.
“Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito”, expresó William Blake en su obra El matrimonio del cielo y el infierno. Basado en la cita, Aldous Huxley constató que el cerebro se encarga de filtrar la realidad del ser humano. La mente no permite que las imágenes e impresiones traspasen las capas de la conciencia y, por lo tanto, son los alucinógenos los que tienen el potencial de diluir ese filtro y permitir que se abran las puertas de la percepción. Ese concepto, la añoranza de lo infinito, terminó por influir el pensamiento de intelectuales como Allen Ginsberg o Timothy Leary. Incluso, Jim Morrison propuso acuñar ese nombre para bautizar una de las bandas más queridas de la década de los 60, The Doors.
La inmersión de Huxley en la psicodelia siempre estuvo controlada. Sus experiencias aumentaron su interés por la espiritualidad, su fascinación por la India, y sumergieron en la lectura de antiguos textos hindúes y en la práctica sistemática de la meditación. De ahí surgió en 1962, La Isla. La obra, la cara opuesta de Un mundo feliz, es una utopía en la que las «drogas» cumplen una función benéfica, proporcionando serenidad y comprensión entre la gente. La moksha, nombre que le da a la «droga» en su novela, es usada para alcanzar la iluminación y facilitar el autoconocimiento de las personas; una vía para la felicidad a través de la defensa del individuo por encima de las masas y de la libertad por encima de la sumisión.
Un año después de la publicación de La isla, consumido por el cancer y acompañado de su segunda esposa Laura Huxley, el escritor ingles falleció y emprendió, con la conciencia ligera, un último y sereno viaje.
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