No revictimiza ni propone lástima, sino que dota a sus personajes de voces únicas e implacables
Centenares de asesinatos, desaparecidos, fosas y pilas de crímenes sin resolver, le otorgan una trágica y siniestra aura al país. En los noticieros, periódicos y demás plataformas informativas —aún con un énfasis en la precisión y objetividad— es fácil perder los matices y olvidarse que estos sucesos involucran personas de carne y hueso. Yuri Herrera parece estar consciente de esta falla, y de lo fácil que es deshumanizarse entre calamidades y discursos. Herrera aborda los mismos problemas que los medios pero con una diferencia: los personajes en sus libros están dotados de radical individualidad; no son estadísticas, tampoco forman parte de un discurso político, más bien son pistones involuntarios del motor que impulsa este macabro sistema.
Nativo de Actopan, Hidalgo, Yuri Herrera estudió la carrera de Ciencias Políticas en la UNAM, para luego seguir un camino enfocado a la literatura. Una maestría en Creación Literaria de la universidad de Texas en El Paso, un doctorado en UC Berkeley en Lengua y Literaturas Hispánicas, y más de una decena de traducciones, premios y colaboraciones en revistas, han hecho de Yuri Herrera una voz fundamental del horizonte literario. Su talento reside en abordar temas relegados a la explotación ficticio-amarillista o a un realismo descarnado que se traduce en desapego. Él hace a un lado esos vicios en pos de un justo medio, de un retrato que no está exento de la realidad mexicana, pero tampoco recurre a imágenes gratuitas o injustificadas.
Valeria Luiselli escribió lo siguiente: “Yuri Herrera seguro tiene mil años. Debió viajar al infierno, al paraíso y luego al infierno de vuelta. Seguro alguna vez fue una niña, un animal, una roca, un niño y una mujer. Nada más explica la inmensidad de su entendimiento”. Quizá la palabra clave es “entendimiento”, si algo describe la literatura de Herrera podría ser la empatía y la comprensión, la capacidad que tiene para añadirle capas de complejidad a problemas que no tiene sentido simplificar cuando hay un interés genuino por comprenderlos. Sus dos primeras novelas son prueba de ello, Trabajos del Reino (2004) y Señales que precederán al fin del mundo (2009) son textos que ponen en entredicho dos sucesos de la agenda contemporánea: el narcotráfico y la migración, así como los terrenos donde éstos temas se traslapan y corroen sus alrededores. Su maestría para tratar estos temas lo ha colocado como un especialista en la frontera, el vértice tan sui géneris que propone ese espacio.
En una plática en el Trinity College, Herrera describió a la frontera como “un laboratorio de identidades, un laboratorio lingüístico y de prácticas políticas; un lugar donde todo es cuestionado constantemente”. No es coincidencia, por tanto, que problemas como el narcotráfico y la migración tengan un punto de encuentro medular en este umbral. Si la frontera es en sí misma un experimento involuntario, la literatura de Yuri Herrera también lo es, al cuestionar y desmenuzar asiduamente las relaciones de poder, las necesidades específicas del contexto y sus especies endémicas. El resultado son páginas clínicas y analíticas en la misma medida.
En su núcleo, Trabajos del Reino es una historia sobre el poder como un crisol para las artes, la violencia y la decadencia. Plagado de referencias claras a la forma en que las élites cooptan la expresión creativa (a través de la figura del rey y el bufón), Herrera hace un comentario sobre las feroces dinámicas del narcomenudeo y sus protagonistas, y los ciclos de humillación que los rodean. Por otro lado, el libro Señales que Precederán al Fin del Mundo, es un relato fronterizo y de migración, donde Herrera comprueba que la división entre México y Estados Unidos es minúscula a comparación de las sensaciones y personalidades de los humanos que la viven y padecen. La novela está enmarcada también en el viaje al Mictlán y acompañada de una serie de referencias precolombinas que sirven para cuestionar la identidad fronteriza en relación con la nacional.
Resulta llamativa, aunque ciertamente es un paso natural, la elección que Herrera hizo para su más reciente libro. El incendio de la mina El Bordo (2018) es un recuento laxo de ficción, que parte de los testimonios y documentos disponibles sobre un incendio brutal que le quito la vida a más de 80 personas en 1920, dentro de una mina en Pachuca, Hidalgo. Herrera vuelve al estado que lo vio nacer para entregar un relato frío y calculador, pero no por eso menos puntual y minucioso. En un tono que podría describirse como periodístico, pero cargado de personalidad narrativa, Herrera contó una historia eterna, donde las mentiras, injusticias y atrocidades son eventos cotidianos de hoy y siempre.
Yuri Herrera escribe en su último libro lo siguiente: “El silencio no es la ausencia de historia, es una historia oculta bajo una forma que es necesario descifrar”. Hoy en día, quienes menos voz tienen son las víctimas y las periferias, los ignorados por un sistema que —aún sin saberlo— ayudan a mantener intacto. A través de su pluma, Herrera vuelve tridimensionales a las personas que la manufactura mediática (de ficción y no ficción) insiste en representar como planas y grises. A través de una serie de matices, Yuri Herrera no revictimiza ni propone lástima, sino que dota a sus personajes de voces únicas e implacables, voces que —como bien escribe— es necesario descifrar. Pero nadie ha dicho que eso sea fácil, mucho menos él.
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